Sin Perdón. (9)
Llega el día de la boda en el que ocurrirán muchas cosas muchas
Barcelona - (diciembre de 2012)
Después de muchos esfuerzos preparatorios para que la ceremonia fuese perfecta, llegó el día de la boda. La iglesia estaba repleta de invitados engalanados con sus mejores vestidos y complementos, las mujeres rivalizando con el modelito más exclusivo posible y con una fortuna en joyas repartidas sobre sus cuerpos, y los hombres con trajes de etiqueta de grandes marcas, aunque preferían presumir de los vehículos de altísima gama que dejaban a la vista de los demás en el aparcamiento, a cuál más caro.
Hacía un día brillante y con una temperatura deliciosa para ser diciembre, lo que facilitaba que los vestidos femeninos fuesen más ligeros y pudiesen mostrar la espectacularidad de las anatomías de las más jóvenes y de las que no lo eran tanto.
El padrino y la madrina, Daniel y Míriam respectivamente, esperaban en el altar junto a un calmado Pedro, la entrada de la novia del brazo de su padre, que hizo su aparición con un precioso vestido de novia blanco con pedrerías incrustadas, y luciendo una belleza tan espectacular que eclipsaba a todas las demás mujeres asistentes.
Pedro, que también estaba guapísimo con su porte masculino habitual, resaltado por su traje diseñado ex proceso por un reputado modisto español, también atraía todos los comentarios de admiración (y de deseo) de la mayoría de las féminas, y también de más hombres de los que nos podríamos imaginar.
Mirando como avanzaba su futura esposa hacia el altar, se decía que nunca la había visto tan radiante y hermosa como hoy, y se sentía feliz de que esa mujer formase parte de su futura vida y que juntos pudiesen crear una familia plena de amor.
La ceremonia concluyó con el beso apasionado de la pareja ante los aplausos del respetable, siguiendo con la preceptiva firma de los documentos oficiales en la sacristía con los padrinos como testigos. En el momento de salir de la sacristía, el padre de la novia pidió al cura oficiante y a Pedro si podían concederle unos minutos a solas con su hija, para tener unas palabras con ella ese día tan importante en la que entregaba a la niña de sus ojos a otro hombre. Pedro accedió sin problemas y todos abandonaron la sacristía detrás del clérigo.
Tras cerrarse la puerta, Eduardo se sentó en la alta mesa de la estancia, apartando los documentos que había encima y desabrochándose el pantalón para extraer su pene que empezaba a crecer.
- Ven aquí zorra… quiero que la primera polla que pruebes hoy sea la mía.
- Pero papá, no ves que pueden sospechar.
- Te he dicho que vengas a chupármela – le ordenaba tajante – no sabes el morbo que me da el verte comiéndome la polla vestida del blanco de la inocencia. Date prisa que no tenemos mucho tiempo, es una lástima que no pueda follarte.
Isabel se esmeró en hacerle una mamada para que se corriera rápido y poder reunirse con su marido y salir de su brazo al exterior de la iglesia, donde esperaban todos los invitados para lanzarles la tradicional lluvia de arroz.
- Ahgg… sigue chupando, que estaré muchos días sin disfrutar de esa boquita de puta que tienes, ahhh… – ella notaba que iba a eyacular e intentó sacar su boca, pero él empujó su cabeza para que el pene se enterrara hasta su garganta mientras soltaba toda su descarga, provocándole arcadas al tragase todo el semen –. ahgg… trágatelo todo guarra, hasta la última gota y déjame la polla bien limpia.
- Estarás satisfecho ¿no?... me he portado bien.
- Como siempre mi niña… Aunque nada me gustaría más que el imbécil de tu marido saborease mi semen en tu boca, será mejor que te la enjuagues bien con agua antes de salir.
La boda continuó en un hermoso palacete barroco de recargada decoración, con la agotadora sesión de fotos con los novios e invitados, la opulenta comida amenizada con música clásica de fondo, pastel nupcial, licores, cafés, tabacos, apertura del baile por los novios, en definitiva, todo el pack típico de las bodas, pero con el añadido de elegancia y calidad acorde con el nivel de los asistentes.
La primera situación extraña que se produjo cuando la gente empezaba a animarse por el baile y la incipiente ingesta de alcohol, fue la presencia de un hombre de edad indefinida de entre 50-58 años, vestido elegantemente con un traje de estilo americano, de facciones varoniles y porte atractivo. Bailaba animadamente con toda mujer que se cruzaba en su camino, haciéndolas reír divertidas a todas, despertando la atención de mucha gente, incluido la del padre de la novia.
No recordaban haberlo visto en la iglesia ni en la comida, y ahora era el centro de atención del baile. Preguntó a Eugenia y a Isabel si lo conocían, pero no tenían ni idea de su identidad, y avisaron a Pedro por si era uno de sus invitados, y al verlo, casi se atraganta con su refresco. Era el mismísimo coronel Wolf, le costó reconocerlo vestido tan elegante, acostumbrado a verlo siempre con su imponente traje militar plagado de medallas y se sorprendió de la simpatía que desplegaba con todo el mundo. Confirmó a los padres y a su novia de que era un invitado suyo de última hora, mientras que Wolf al localizar a Pedro, dejó la conversación con una anciana enjoyada para encaminarse hasta donde estaban ellos.
- Este es el… el… el… - decía Pedro sin saber muy bien como presentarlo -.
- El catedrático John Wolf del MIT, director del doctorado de Pedro – se presentaba con un español horrible, besando la mano de Eugenia caballerosamente –.
- Exacto, mi querido director de tesis doctoral, acaba de llegar de Boston. Podemos hablar en inglés, tanto mi esposa como mis encantadores suegros lo hablan perfectamente.
- Agradezco su deferencia. Si no fuese por el vestido de novia, costaría distinguir entre estas dos bellas damas quien es tu nueva esposa – decía mirando a los ojos de Eugenia con el consiguiente mosqueo de Eduardo – Con tu permiso quisiera besar a la novia – y le plantó un sonoro beso en los labios de la chica, visiblemente sorprendida -.
Pedro pensaba en el morro que le estaba poniendo el militar, aunque le divertía esa nueva faceta de Wolf. Se disculpó con su nueva familia y se llevó al coronel hasta la barra del bar con la excusa de invitarle a una copa.
- ¿Qué demonios haces aquí? No recuerdo haberte invitado.
- No he podido resistirme a traerte mi regalo de bodas – decía eso mientras estrechaba su mano en cuyo interior había un diminuto pendrive – cuando tengas tiempo mírate esto, es un encargo muy importante para ti.
- Pues podrías haber elegido otro día para darme trabajo.
- El reto es de los buenos y esta vez, si lo superas, habrá una buena pasta. He tenido que elevar tu nivel de acreditación de seguridad al máximo. Ahora tienes el nivel 4 (Top Secret), que te permitirá el acceso a documentación clasificada que “puede ocasionar un daño excepcionalmente grave a la seguridad nacional”. Eres importante…jeje.
En ese momento llegó Isabel reclamando bailar con su marido y se lo llevó a la pista de baile donde sonaba una romántica melodía, que acometieron muy juntos y besándose con intensidad, mostrando una bonita imagen de enamorados. Continuaron bailando la siguiente canción hasta que se presentó un amigo de Isabel pidiendo amablemente a Pedro permiso para bailar con su esposa. Se separaron con un piquito y Pedro aprovechó para dirigirse a los servicios.
Tan solo entrar el en el solitario distribuidor del lujoso lavabo de caballeros, sintió un golpecito en la espalda que le hizo girar 180º, descubriendo a Míriam que se puso de puntillas para juntar su boca con la de Pedro. Notó como la ávida lengua de la chica intentaba traspasar los labios cerrados del hombre para introducirse en su boca. En un gesto rápido, la chica también había conseguido introducir la mano dentro del pantalón de Pedro y coger su desprevenido pene, intentando su activación.
Pedro dio un paso a tras separando su boca de la de ella, que seguía agarrando con fuerza la polla.
- ¿Qué coño haces Míriam? Saca tu mano de ahí.
- ¿No te gustaría que te la chupase? Cerremos la puerta y te follaré como nadie te lo ha hecho jamás - decía la chica con ojos de lujuria -. Te estás muriendo de ganas.
- Te he dicho que me sueltes – el tono enfadado y la frialdad de la mirada de Pedro asustó a la chica, que sacó de inmediato la mano del interior del pantalón – Lárgate inmediatamente de aquí y no vuelvas a acercarte a mí… ¡ahora! – el grito la hizo estremecer y salió corriendo del aseo -.
- Maldita zorra… - se quedó exclamando cabreado Pedro – la que me iba a liar…
Tras el incidente con Míriam, Pedro regresó a la pista y vio que Isabel estaba bailando con su padre. Sintió una mano que se apoyaba en su hombro y al girar la cabeza, descubrió a una sonriente Gloria que le invitaba a bailar. Estaba preciosa con su vestido amistado que realzaba su espléndida figura, del brazo de Pedro, salieron a la pista y rápidamente ya estaban riendo con la conversación que mantenían, olvidándose de seguir el ritmo de la música y separando sus cuerpos para seguir con las risas, mientras ella bajaba los brazos desde el cuello de Pedro hasta su cintura, para facilitar la conversación. Al poco rato de estar bailando de esa manera tan informal y distendida, apareció Isabel que encaró a Gloria con furia.
- Deja de tocarle el culo a mi marido, maldita zorra – sus ojos desprendían fuego -.
- ¿Pero qué estás diciendo? – respondía con sorpresa ante el ataque totalmente injustificado de Isabel - más separados no podemos bailar.
- Isabel, te estás pasando, Gloria no estaba haciendo nada.
- ¿La defiendes? ¿te vas a poner de su parte y no de la de tu mujer?
- Perdona, no ha sido mi intención – Gloria empezó a disculparse para no dar un espectáculo – Ya me voy. Os deseo toda la felicidad del mundo – se separó de ellos sin darle tiempo a Pedro a retenerla -.
Gloria se retiraba sin plantar cara a Isabel para no perjudicar la relación de su amigo con su reciente esposa, y para evitar soltarle una hostia a Isabel, que era lo que le pedía el cuerpo. Pedro iba a recriminarle a su mujer su comportamiento cuando se interpuso entre ellos Míriam, diciendo que se llevaba al novio a la pista para enseñarle a bailar, dejando a Isabel con una sonrisa en los labios y cogiendo por sorpresa a Pedro.
Ya en la pista, Pedro intentaba disimular el malhumor que le había provocado la situación entre Isabel y Gloria, y que la zorra de Míriam se interpusiese entre la pareja pasando de las advertencias que le había lanzado Pedro en el aseo. Todo esto hacía que su cabreo fuese en aumento. Para colmo, Míriam no paraba de restregar su cuerpo lascivamente con el suyo, tirando de su cabeza hacia abajo con los brazos que colgaban de su cuello, para poder besarlo con sus labios en el cuello y darle mordisquitos en el lóbulo de la oreja.
Cualquiera que viese la situación pensaría que entre esos dos había tema, pero la verdad es que solo dos personas se dieron cuenta de lo que ocurría en la pista. Borja, el novio de Míriam, que apretaba los puños de rabia, y Daniel, que miraba alternativamente a su hermano bailar con la chica provocadora y a Borja, que estaba a punto de lanzarse a por la pareja.
Daniel decidió adelantarse y echar un capote a su hermano pequeño, plantándose delante de los bailarines y pidiendo a Pedro que le permitiese seguir el baile con Míriam. Pedro se sintió encantado de poder liberarse de esa cabrona que no paraba de buscarle las cosquillas, y ponerle en situaciones delicadas. Con una sonrisa cedió la chica a Daniel y desapareció con paso firme en busca de Isabel.
Míriam, algo contrariada por la aparición de Daniel, le dijo al oído que si quería el mismo trato que su hermanito y empezó a restregar sus pechos para que notara como se le clavaban sus erizados pezones, y bajó una de sus manos para apretar descaradamente el culo del chico. Borja tenía los ojos abiertos por como zorreaba su novia con los dos hermanos y decidió intervenir. Por fortuna para Daniel, la canción acabó y se separó de inmediato de la chica para salir con rapidez hacia los jardines exteriores.
En una zona apartada del salón de baile, Eugenia estaba sola mirando las escenas que sucedían en la pista, cuando sintió una mano que se posaba en su maravilloso trasero apretando su nalga derecha.
Dio un respingo e intentó darse la vuelta, pero una mano agarró su brazo apretándolo con fuerza.
- Disimula zorrita - le decía al oído un hombre de unos 50 años, al que reconoció como Agustín, uno de los amigotes de su marido con el que había tenido sexo obligado en varias ocasiones – Eduardo me ha pedido un favor y necesito de tu colaboración para satisfacerlo.
- Suéltame cabrón - decía mientras veía a su marido al otro lado de la sala, haciendo un gesto con la copa de su mano para saludarla -.
- Puta de mierda no te resistas, tu marido quiere que le grabe un video chupándome la polla y corriéndome en tu preciosa boquita. Acompáñame o te rompo el brazo, y sonríe por si alguien nos mira.
Solo los oscuros ojos de un hombre de la sala, se percató de como Agustín retorcía el brazo de Eugenia hasta llevarla a un salón cerrado, donde se apilaban sillas y mesas sobrantes en una de sus esquinas. Una vez dentro, tiró de su pelo hasta hacerla arrodillarse ante él, y con la otra mano bajaba la cremallera de su pantalón para sacarse un pene semi-erecto de gran tamaño.
En ese momento se oyeron unas palabras en inglés que hicieron girarse a un Agustín sorprendido.
- Lamento interrumpir – decía Wolf al mismo tiempo que lanzaba un espectacular “uppercut” desde abajo, que impactó de pleno en la mandíbula de Agustín, haciendo crujir sus huesos y levantándolo tres palmos del suelo hasta volar contra las sillas amontonadas, quedando sepultado bajo ellas totalmente inmóvil -.
Wolf ayudó a levantarse a Eugenia por cuyo rostro descendían unas lágrimas que enjuagó con el suave pañuelo que le entregó su salvador. Temblaba aterrada por lo presenciado:
- Dios mío, ¿está muerto? – decía mirando hacia el montón de sillas que cubrían el cuerpo -.
- Lamentablemente creo que no, estoy perdiendo facultades. – dijo cogiendo el antebrazo de Eugenia – Salgamos de aquí, creo que necesita un buen hombro para llorar con tranquilidad, y el mío es excelente. Si desea acompañarme a mi hotel, estaré encantado de escuchar su historia, o si prefiere, su silencio. Soy un buen “escuchador”.
- De… acuerdo, sáqueme de esta horrible boda – decía llorando al tiempo que se sentía protegida del brazo de ese extraño e intrigante hombre. Lléveme donde sea…, por favor… pero fuera de aquí.
Mientras Eugenia cruzaban la sala de baile del brazo de Wolf, Eduardo la observaba contrariado y enfurecido sin entender qué estaba pasando. En ese mismo instante, Pedro, que había localizado a Isabel charlando con un grupo de amigos, vio por los grandes ventanales a Daniel que estaba en los jardines rodeado de cuatro hombres mientras uno de ellos, Borja, le apuntaba con el dedo índice en clara muestra de amenaza. Sin pensarlo salió corriendo al jardín justo para escuchar las últimas palabras de Borja:
- Tú y el pordiosero de tu hermano no tenéis suficiente categoría para entrar en nuestro mundo, y menos intentar levantarnos a nuestras chicas, os vais a enterar…
Pedro llegó en ese momento y mientras su mano derecha estrechaba con fuerza la mano de Borja como si le estuviese saludando, su mano izquierda se posó sobre su nuca ejerciendo presión en un punto muy concreto y causándole un dolor que paralizaba sus músculos, anulando cualquier reacción.
- Me alegro de llegar a tiempo – decía con una sonrisa en la boca – para escuchar cómo te disculpas de esas palabras que acabas de decirle a mi hermano, – aumentaba la presión y se incrementaba el dolor en Borja – sabemos que en realidad no es lo que piensas y que solo estás bromeando al estar de fiesta. ¿Verdad que no me equivoco?
- Ahhh… claro que…sí… es una broma…ahh… – el dolor se le hacía insoportable al musculitos -.
Pedro soltó al tipo mientras lo empujaba ligeramente contra sus tres amigos. Al verse liberado y darse cuenta que el peligroso era Pedro, los cuatro lo encararon con intención de agredirle, mientras Pedro se preparaba para recibirlos y Daniel se apartaba lentamente de la zona de conflicto.
- Te vamos a matar, hijo de puta…
En ese momento apareció la figura de Roberto que se colocó delante de Pedro, con las manos en los bolsillos y con una mirada asesina que hubiera hecho temblar al más valiente. Su voz era fría como un témpano de hielo:
- Vamos a ver chavales, tenéis la opción de volver a la fiesta a disfrutar con las chicas y de los fuegos artificiales que empezarán pronto, o podéis escoger la opción de dar un paso más hacia mí y… salir de la boda de mi amigo parapléjicos y en silla de ruedas para el resto de vuestra puta vida. Creo que la elección es fácil…
Los cuatro estuvieron unos instantes ponderando la amenaza de ese tipo, y por la firmeza y convicción que desprendía su gélida mirada, optaron por dar la vuelta y largarse al interior del palacete. Cuando estaban a una distancia prudencial, soltaron alguna bravuconada que hizo sonreír a los dos amigos.
- Joder Roberto, hasta yo estoy acojonado – decía Pedro a su amigo -.
- Pues yo todavía estoy temblando – decía Daniel -.
- Esto se gana con un buen currículum, el que tuvo, retuvo… - Soltó Roberto -.
Aunque Roberto no hablaba casi nunca de su pasado, Pedro sabía que tiempo atrás había sido un condecorado soldado profesional de élite, superviviente de peligrosas misiones y herido de gravedad en combate. Las cicatrices en su cuerpo que Pedro había visto en las duchas del gimnasio lo certificaban. Mientras volvían a la fiesta, Daniel le daba las gracias a su hermano:
- Gracias por salvarme de esos tipos…
- Las gracias te las doy yo por sacarme de encima a Míriam, esa sí que tiene peligro... jeje – se reían los dos hermanos -.
Al entrar en el salón de baile, localizó a Isabel que estaba apartada de los invitados, hablando acaloradamente con su padre. Tan solo llegar a su lado y ver sus caras, se dio cuenta de que algo les preocupaba mucho. Se interesó por lo que les ocurría y le dijeron que Eugenia se había largado de la boda del brazo de su “amigote”, el profesor americano, y que no sabían a donde. Isabel le recriminaba a Pedro que estaban pasando mucha vergüenza frente a los invitados, que era un escándalo que su familia no se podía permitir.
- No os preocupéis, Eugenia ya es mayorcita para saber lo que hace y Wolf es un caballero – decía Pedro con tono enérgico, apartándose de Eduardo – y respecto a tu comportamiento con Gloria, creo que deberías disculparte con ella, no ha hecho absolutamente nada. – se le notaba muy enfadado -.
- Perdóname mi amor, veo cómo te mira y no puedo evitar los celos hacia ella, pero ahora eres mi marido… lo siento mucho, hablaré con ella para disculparme… pero es que te quiero tanto. – dijo mientras su boca se juntaba con la de Pedro en un intenso beso -.
La boda continuó con todos los eventos programados y los invitados disfrutaron plenamente de todos ellos. Al día siguiente los novios partieron de viaje en su luna de miel, donde visitarían países exóticos durante todo un mes.
Eugenia había desaparecido, con el consiguiente enfado y desesperación de Eduardo, que no soportaba esa desobediencia de su esposa y quería localizarla cuanto antes para volver a someterla y reconducirla al redil. Isabel le pidió a Pedro que intentase hablar con Wolf para saber dónde estaba su madre.
- Maldita sea John, ¿qué demonios ha pasado con Eugenia? Su marido está loco por localizarla.
- Está bien, la dejé en Sevilla en casa de una amiga de la infancia. Va a dejar a su marido, ya no puede más. Me ha contado, sin entrar en demasiados detalles, que la ha maltratado durante años. Solo te diré que tengas cuidado con él, no es trigo limpio. Ahora estoy en New York, pero te juro que me voy a encargar personalmente de que la deje tranquila para siempre.
- ¿Tanto te preocupa esa mujer? Ya sé que es una belleza, pero todo ese interés… Si hasta va a resultar que eres humano.
- No puedo dejar pasar una injusticia cuando la veo. No te preocupes, disfruta de tu luna de miel con tu preciosa mujercita y cuando vuelvas, échale un vistazo a mi encargo.
Mientras la pareja era feliz disfrutando de su viaje, Eduardo recibió la visita del Comisario en Jefe de la Policía Autonómica Catalana, el máximo responsable policial. Eduardo lo conocía, ya que había jugado a golf con él, y pensó que se trataba de una visita de cortesía, cosa que descartó al momento. Le comunicó que su mujer le iba a pedir el divorcio y que debería concedérselo sin crear ningún problema y sin hacer ningún escándalo.
Eduardo entró en cólera diciendo que como era posible que el mismísimo Comisario en Jefe le pidiera eso, y este le explicó que el Departamento de Estado Norteamericano había solicitado directamente la intervención del Ministro del Interior español, que había unas acusaciones muy graves de maltrato hacia Eugenia y que, si no quería un escándalo, Eduardo debería concederle el divorcio sin rechistar y que tuviese cuidado en que no le ocurriese nada extraño a la mujer, ya que entonces las represalias de los americanos caerían sin piedad sobre él.
Alguien muy importante estaba moviendo los hilos de la diplomacia al más alto nivel, y la cosa se había convertido en un affaire de estado. A Eduardo no le quedó más remedio que asimilar que las cosas respecto a Eugenia iban a cambiar y no podía hacer nada para evitarlo.
Le jodía mucho perder una de sus posesiones más valiosas, que le había reportado mucho placer durante años, pero tendría que acostumbrarse y encontrar alguna sustituta externa. A su hija siempre la tendría en los momentos de necesidad, ya que estaba plenamente asimilada a la causa, tanto en lo sexual como en los negocios. En lo sexual la reservaría solo para las grandes ocasiones y en lo de los negocios, ya se había convertido en un tiburón tan ambiciosa y despiadada como él.
A la vuelta de su fantástica luna de miel en la que habían disfrutado de un sexo inmejorable y de unas vacaciones con total desconexión, tuvieron que digerir la nueva situación generada por la marcha de Eugenia.
Estrenaron la magnífica casa que el padre había regalado a Isabel, que a Pedro le pareció exageradamente innecesaria como vivienda, pero lo consideró un mal menor con tal de que su esposa se sintiese feliz.
La vida volvió a la normalidad del trabajo, ella en la financiera familiar y él en su ingeniería TotSystems, que funcionaba casi sola con Tom y Jerry supervisando todos los aspectos técnicos, y con Mauro y Daniel en los comerciales y jurídico-administrativos respectivamente.
Pedro se centró en el trabajo que le había encomendado el coronel Wolf y tras descodificar la información, se dio cuenta de la magnitud del reto planteado, calculando que requeriría todo su tiempo y que difícilmente conseguiría su objetivo antes de dos años.
Se propuso trabajar en su proyecto secreto desde los terminales de su despacho de la empresa, el de su pequeño pisito viejo y el de su santuario secreto en la nave industrial. Prefería no hacerlo en casa para que su esposa no supiese lo comprometida que era su labor. No guardaba nada en local, todo lo subía a un servidor hiperseguro al que se podía conectar exclusivamente desde los tres terminales escogidos.
En lo personal, la vida de pareja era perfecta, se entendían en el sexo y en las aficiones de ocio, salvando alguna fiesta del entorno de Isabel que se le hacían enormemente superfluas a Pedro. Ella buscaba a diario su ración de sexo con Pedro, incluso cuando salía de noche con sus amigas, a la vuelta no tenía ningún reparo en despertar a Pedro para que se la follase y que se corriera dentro de ella. Estaba claro que quería quedarse embarazada, cosa que no ocultaba a su marido y a él tampoco le importaba tanta actividad sexual, al contrario, le encantaba dar y recibir ese placer que la pareja compartía.
El tiempo pasaba, pero en Isabel no desfallecía el deseo de tener un hijo y después de casi 10 meses del día de la boda, llegó la noticia tan esperada por la pareja, estaba embarazada. Loca de alegría, se abrazaba y comía a besos a un Pedro que no cabía en su cuerpo de la felicidad que sentía. Eduardo se presentó en casa de Isabel muy contento e incluso, llegó a abrazar efusivamente a Pedro, que se sorprendió de ese gesto tan extrañamente “humano” de su suegro.
A partir de ese momento, todos los cuidados y atenciones se centraron en la futura madre, Pedro disminuyó el ritmo de trabajo a costa de que el encargo de los norteamericanos se retrasase, e Isabel también redujo la dedicación de horas al estresante trabajo de gestión de inversiones en la financiera familiar. Se apuntaron a cursos de preparación al parto y leyeron un montón de libros relacionados con el tema. La relación de pareja estaba en su mejor momento, eran felices por su nueva situación y se sentían a gusto en ese proyecto común.
En la visita al ginecólogo de los cinco meses de embarazo, mientras le hacían la ecografía de rigor, estalló la tormenta. El doctor preguntó a la pareja si querían conocer el sexo de la futura criatura y contestaron que sí. Para Isabel todo se derrumbó cuando el médico les indicó que era una niña, su cara cambió y empezó a gritar entre lágrimas, dejando al doctor y a Pedro alucinados por su reacción, intentando calmarla hasta que ella le suplicó a su marido que la llevase a casa.
Ya más tranquila en su hogar, Pedro le decía que no pasaba nada si era una niña, que sería su hija y que como padres debían quererla igualmente. Argumentaba a su esposa que ya tendrían más ocasiones para tener un niño, posiblemente en el próximo embarazo, pero que ahora lo importante era la salud del bebé y la de la madre. Isabel asintió a los lógicos razonamientos de su marido, pero en su interior se sentía fatal al pensar en la reacción de Eduardo, que la había reconocido como hija a sabiendas de que era fruto del engaño de su madre con otro hombre, que le dio sus apellidos y la puso a su lado en el negocio familiar a pesar de ser mujer, y no el varón que siempre había deseado. Ahora ella le había fallado, y estaba aterrada de las repercusiones y del posible castigo que ejecutaría contra ella.
El grado de dependencia y sumisión de Isabel hacia su padre/amante era enorme, y no podía desligar el amor que le procesaba, del miedo que también le tenía. Cuando la noticia llegó a Eduardo, se presentó en casa de Isabel aprovechando la ausencia de Pedro y no tuvo reparos en culpar a la chica de su incapacidad para darle un nieto, le dijo que era tan inútil como la puta de su madre y que se replantearía su relación con ella. Isabel le suplicó que la perdonara, que le daría el nieto deseado y que le compensaría esforzándose más en el trabajo, logrando unos beneficios como los que no habían conseguido hasta ahora. Eduardo marchó de la casa enfadado por lo del bebé, pero orgulloso de su capacidad de someter a esa putita a su voluntad.
A partir de ese día, Isabel volvió al trabajo al mismo ritmo que antes del embarazo, ante las quejas y preocupación de Pedro, que intentaba que se cuidase como había hecho hasta entonces. La cosa se complicó al cabo de un mes, cuando en la visita de control ginecológico, se le diagnosticó una preclampsia que provocaba un aumento en su presión arterial, y que podía ocasionar daños en alguno de sus órganos y también al feto. Hasta el momento del parto debería controlar su alimentación, descansar y monitorizar su presión arterial.
Pedro se puso muy serio con Isabel para que entendiera que no solo ponía en peligro su vida, sino también la de su futura hija, y que no estaba dispuesto a permitírselo. Ella comprendió que él tenía razón y dejó de ir al trabajo para hacerlo desde casa a un ritmo más pausado, aprovechando la mayor parte del tiempo para descansar. Pedro se quedaba en casa por las mañanas hasta después de la comida del mediodía, iba a trabajar por la tarde, pero regresaba pronto a casa para preparar la cena y estar con su mujer.
Así transcurrieron los días hasta que un viernes por la tarde en que Pedro volvió sobre las 20:30h, se sorprendió de que Isabel no estaba en casa. Se acercó hasta el garaje, pero el coche de Isabel no estaba allí. No le hacía ninguna gracia que ella condujese en su estado de ocho meses de embarazo, pero pensó que tal vez había salido un momento a hacer algún recado.
Esperó impaciente durante una hora y se decidió a llamarla al móvil, pero no obtuvo respuesta a sus llamadas ni a sus mensajes. Estaba nervioso y preocupado y continuó llamando cada quince minutos infructuosamente. Al poco de sobrepasar las 2 de la madrugada, por fin contestó a su llamada:
- Isabel, ¿dónde estás... estoy preocupado. ¿Te encuentras bien?
- Tooy… de fiesssta con missss amigasss… ssstupendamente – la estruendosa música de fondo apenas dejaba oír sus palabras, que tampoco parecían muy coherentes -.
- Isabel, en tu estado no puedes estar en esos ambientes, son peligrosos para ti y para nuestra hija. Dime dónde estás y vengo a recogerte. No bebas más y no cojas el coche, voy corriendo a buscarte.
- Que me dejjjes… en paz… tooy harta de que meee… controoolesss – arrastraba las palabras y se notaba claramente que estaba bajo los efectos del alcohol -, y de la tiraníaaa de esta bessstia que llevo deeentroo… y que no me deja vivirrr… ahoraaa soy filizzz…
- Isabel… por favor… dime dónde estás… te lo suplico – la llamada se cortó -. ¡Isabel! ¡Isabel!
Estaba desesperado, llamó a Míriam por si estaba con ella, pero no contestó a la llamada. Caminaba dando vueltas por el salón de la casa pensando cómo era posible que Isabel estuviese haciendo semejante estupidez. Decidió coger el coche y recorrer todos los locales de fiesta donde había estado con ella alguna vez, aunque sabía que sería muy difícil acertar donde podía estar.
Ya eran casi las 6 de la mañana y había recorrido infructuosamente más de ocho discotecas y locales de fiesta. Al salir del último, recibió una llamada con numero oculto. Al contestar, la voz se identificó como una agente de policía:
- ¿Es usted el marido de Isabel Ferrer?
- Si… yo mismo… ¿le ha ocurrido algo a mi esposa? – dijo con voz angustiada -.
- Pues ha tenido un accidente con el coche. Se ha estrellado a gran velocidad, por suerte, contra un amortiguador/atenuador de impactos de carretera. La hemos trasladado al Hospital.
- Pero… ¿cómo se encuentra? ¿está bien?
- Eso se lo dirán en el Hospital, pero ha tenido suerte del amortiguador, del airbag y del cinturón de seguridad, aunque creemos que su estado avanzado de gestación va en su contra. Su esposa tenía un nivel importante de alcohol en sangre, que con toda seguridad ha provocado el accidente.
Tras indicarle el nombre del hospital, Pedro condujo como un loco sin respetar ni un semáforo y “derritiendo” todos los radares que encontró en su camino hasta el centro sanitario. Cuando llegó y vio cómo se acercaban dos doctores para informarle, la angustia que atenazaba sus músculos y secaba su garganta, le provocaba un terror visceral a lo que le iban a informar, convencido de que no serían buenas noticias y esperando lo peor…