Sin Perdón. (8)
La relación de Pedro con Isabel se afianza, desconocedor de la oscuridad hacia donde se encamina
Barcelona - (abril de 2012)
Mientras veía a su hija Isabel haciendo esa felación a su padre, recordaba con pesar cómo había llegado hasta ese punto.
Eugenia del Monte pertenecía a una rica familia aristocrática madrileña, cuya fortuna había sido amasada por su bisabuelo exprimiendo hasta la extenuación, la producción de las grandes extensiones de tierras que poseía en Sudamérica.
Sus padres querían que la bella Eugenia se casase con un hombre adinerado, y acordaron un matrimonio de conveniencia con un joven que acababa de heredar un banco barcelonés, y cuya obsesión era perpetuar su apellido con un hijo varón, al no tener hermanos ni familiares de sexo masculino. Se quedó destrozada cuando le dijeron que la obligaban a casarse con Eduardo, ya que estaba locamente enamorada del joven chófer de sus padres, su primer y único amor, con el que mantenía una apasionada relación a escondidas de todos.
Al explicárselo a su amado, él intentó convencerla de huir de todo aquello para vivir y ser felices en otro país, sin importar el dinero, solo su amor. Ella por miedo a las repercusiones familiares decidió seguir adelante con la boda, aunque eso la hiciese la mujer más desgraciada del mundo.
Eduardo Ferrer era un joven apuesto a quién las mujeres deseaban por su físico y por supuesto, por su dinero. Acostumbrado de pequeño al poder, a mandar y ser obedecido, desde que heredó el banco de su padre y desoyendo los consejos de sus asesores más experimentados, había tomado una serie de decisiones de inversiones totalmente erróneas, que estaban a punto de llevar a su banco a la ruina.
Necesitaba una inyección de capital con urgencia, antes de que su catastrófica situación financiera fuese de dominio público. Por suerte, el cielo se le iluminó en forma de una familia rica que buscaba a alguien como Eduardo para casar a su bella hija, heredera de la fortuna familiar. Además, la chica estaba de muerte, ancha de caderas para darle “toneladas” de hijos varones y un cuerpo para matarla a pollazos.
Con 19 años, la carita de virginal inocencia de Eugenia, su refinada educación, sus andares de princesa cuya mierda olía a perfume, no hacían más que acrecentar en Eduardo su deseo de sacar al depredador sexual y de amo dominante que ocultaba en su interior. Aunque con su formación católica ultraconservadora desprendía una imagen de hombre decente, honrado y generoso, la realidad no coincidía para nada con esa imagen que transmitía. Era un hombre ambicioso, ruin, depravado, despreciativo con los que consideraba inferiores, que no dudaba en pisotear al que se interpusiera en su camino, al que solo le importaba el dinero y satisfacer ocultamente sus bajos instintos.
El infierno empezó para Eugenia la misma noche de bodas, en la que su flamante marido descubrió que no era virgen y que, hasta ese instante, había conseguido disimular un embarazo de casi tres meses que se evidenció en el momento de desnudarse.
La bestia oculta en ese hombre salió a relucir cuando, lleno de ira, destrozó a jirones el costoso vestido de novia y violó a la aterrada joven reiteradas veces, tanto vaginal, bucal, como analmente. Pero el malnacido no se detuvo ahí, la golpeó con brutalidad y siguió pegándola hasta arrancarle la confesión de quien era el padre de la futura criatura.
Debido al estado físico en que dejó a Eugenia tras la paliza, tuvieron que anular la luna de miel, y ocultó a la joven encerrada en su habitación hasta que las marcas visibles de la violencia ejercida sobre ella desaparecieron.
Tres semanas después de la boda ocurrió una tragedia que dejó a Eugenia más destrozada si es que eso fuera posible. Sus padres habían tenido un accidente al salirse el coche de la carretera y caer por un acantilado, muriendo los dos junto con el joven chófer de la familia. Al parecer, un latiguillo de freno se había roto y al perder todo el líquido, inutilizó los frenos.
Eduardo le dio la terrible noticia con una sonrisa en sus labios y le dijo que ahora que ella era la heredera de la fortuna de sus padres, tenía que firmar unos documentos en los que traspasaba ese dinero al banco de su marido. Se alegró especialmente al remarcarle que el padre biológico de su futura criatura había pasado a una mejor vida, pero que no se preocupase porque él estaba dispuesto a darle sus apellidos y aceptarlo como si fuese suyo, que nadie lo sabría jamás.
Eugenia, llorando desesperadamente empezó a insultarlo y a decirle que no firmaría nada para traspasarle su fortuna, pero Eduardo enrabiado, la cogió por el pelo arrastrándola por toda la casa hasta la mesa donde estaban los documentos por firmar. La amenazó con que, si no firmaba y a partir de ese momento, se sometía el resto de su vida a todo lo que le ordenase, acabaría con ella y con el ser que crecía en su vientre, que le era muy fácil provocar un “accidente” como el que había acabado con sus padres y su amado. Ella, aterrorizada ante la terrible confesión y por la amenaza, firmó los papeles mientras pensaba que había entrado en el infierno y jamás podría salir de él.
El embarazo siguió con normalidad y Eduardo dejó de usar el cuerpo de la joven durante ese tiempo. Al llegar el día del parto y comprobar que el bebé era una niña, Eduardo montó en cólera maldiciendo a la pobre mujer y advirtiéndola que no iba a parar de follársela hasta que le diese un varón.
Y cumpliendo su promesa, cada noche su miembro profanaba violentamente la vagina de su esposa llenándola de simiente. Cuando la niña, a la que bautizaron como Isabel, cumplió su primer año, Eduardo estaba cansado de que su esposa no se quedara embarazada, y decidió hacerle pruebas para detectar si Eugenia tenía alguna disfunción tras el parto. Resultó que ella estaba perfectamente y podía concebir sin ningún problema.
Muy a su pesar, el hombre también se hizo pruebas para descartar que fuese culpa suya, pero los resultados fueron concluyentes, a la vez que dolorosos para él. El espermiograma demostró que padecía una severa azospermia, su semen no contenía espermatozoides, por lo que no sería capaz de embarazar a su mujer ni a ninguna otra. Esta noticia le obligó a tomar medidas radicales para poder cumplir con su obsesión.
Una noche invitó a cenar a su casa a un renombrado empresario que estaba interesado en hacer una importante inversión en su banco. Advirtió a Eugenia de lo importante de la velada, y que esperaba que se comportase como una excelente anfitriona. Mientras los tres cenaban en el elegante comedor, Eduardo no paró en toda la noche de hacer comentarios humillantes hacia su esposa, que escuchaba ruborizada y apretando los dientes las palabras de su marido.
Eduardo le decía a su invitado, que estaba alucinando con lo que escuchaba, que Eugenia era una fiera en la cama, que le encantaban las pollas y era capaz de las mayores guarrerías, y que a pesar de su recatada apariencia, era una ninfómana de cuidado. El colmo fue cuando le ofreció que podía usar a su mujer durante toda la noche y hacerle lo que quisiese, ya que ella estaría encantada y a él no le importaba. Solo le exigía la máxima discreción.
Cuando ella fue a protestar, Eduardo le recordó al oído lo que podía pasar si se negaba a obedecerle en todo, y que procurara dejar a su cliente bien satisfecho y sin ninguna queja. Necesitaba las inversiones de ese tipo y ella debía ayudarle a conseguirlas.
El empresario aceptó encantado que le entregasen en bandeja de plata a semejante hembra, y cuando le pidió preservativos al marido antes de entrar a la habitación para follarse a su esposa, Eduardo le dijo que no había problema, que a ella le gustaba “a pelo” y que ya tomaba precauciones. Lo cierto es que el tipo le dio poco trabajo a Eugenia, ya que en toda la noche solo consiguió correrse una vez dentro de ella y otra en su boca, pasando la mayor parte del tiempo roncando.
A partir de esa primera vez, lo de las cenas de negocios fue repitiéndose entre dos y tres veces al mes, siendo Eugenia el postre de los invitados de su marido. A veces, él se apuntaba con el inversor de turno y le hacían dobles penetraciones a la mujer, que aunque le daban placer al no ser de piedra, sentía asco en todo momento hacia ese sexo obligado y un odio creciente a su marido por como la trataba.
Eduardo deseaba desesperadamente que su mujer se quedase embarazada de quien fuese, pero lo que jamás supo es que ella decidió tomar anticonceptivos para no darle un hijo a ese cerdo, prefiriendo que se la follasen 10.000 hombres y la tratasen como a una ramera, antes que darle una satisfacción a su marido.
Durante los quince primeros años de matrimonio la perversión de ese hombre fue incrementándose, obligando a su esposa en innumerables ocasiones a tener sexo con otros hombres. Había veces que juntaba en su casa a grupos de cinco o seis clientes y les ofrecía a su mujer para que la follaran todos juntos mientras él se pajeaba observando, y en bastantes ocasiones, la llevó a un club de intercambios muy especial, exclusivo para socios muy ricos en la que, mientras a él se la chupaba cualquiera de las mujeres que asistían, Eugenia era entregada a todos los que quisiesen utilizar cualquiera de sus orificios. Eduardo miraba como todos esos hombres llenaban a su esposa de lefa, satisfecho de dominarla y de ser su dueño para utilizarla a su antojo. Había dado por perdido el que su mujer le diese un hijo, pero empezó a cavilar soluciones alternativas.
A Eugenia ya no le importaba la enorme cantidad de hombres que se la habían follado en esos años, intentaba disfrutar del sexo todo lo que podía, aunque en esencia, odiaba el sexo. Si pensaba que ya no podía caer más bajo, el suelo se hundió a sus pies cuando su marido le dijo que ya no la quería ninguna noche más en su habitación de matrimonio, y que fuese a buscar a Isabel para que ocupase su lugar.
La mujer le suplicó de rodillas que no hiciese eso con su hija, que ella haría cualquier cosa que le pidiese pero que no tocara a su hija. Él se enfureció como un loco abofeteándola con rudeza, amenazándola con matarlas a las dos, que Isabel ya era toda una mujer y que sabía que ya había follado con sus amigos, que era tan puta como su madre. Ella acabó acompañando sumisamente a Isabel a la habitación mientras su padre la cogía de la mano y la introdujo en la estancia cerrando la puerta tras de sí. Ese día murió Eugenia como mujer y madre, y su hija Isabel siguió durmiendo en esa habitación acompañada de Eduardo hasta el día de hoy.
Eduardo no volvió a follar nunca más a su esposa, aunque siguió utilizando continuamente a Eugenia para entregarla a otros hombres, ya fuese por negocios o por su propio placer voyeur y dominante.
Con sus 46 años, Eugenia estaba en la plenitud de su madurez sexual, seguía bellísima y un cuerpo que no tenía nada que envidiar a una de 20 años. Pero estaba muerta en vida, atenazada por el terror que le inspiraba Eduardo. Miraba a su marido y a su hija en ese acto sexual y se maldecía a si misma por haber ayudado a un monstruo a crear a otro monstruo, ya que Isabel se había convertido con el paso del tiempo en una extensión de su marido, idolatrándolo con todos sus vicios y valores negativos, enamorada de él, voluntariamente sometida a él.
Eugenia dejó de mirar al salón y subió silenciosamente por la escalera para ir a encerrarse en su habitación, a seguir derramando lágrimas que no habían cesado de emerger por sus ojos los últimos 27 años de su vida.
Al cabo de una semana de su primer encuentro con Isabel, Pedro recibió la llamada de la chica para invitarle a cenar y quedaron para la siguiente noche. Cenaron en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, en una velada romántica en la que la conversación entre ellos fue derivando a temas más íntimos, calentando el ambiente y provocando que la excitación de los dos se elevase.
Se notaba que se tenían ganas, y nada más entrar en el coche estacionado en el parking del restaurante, empezaron a besarse con un deseo desbocado. Las manos de Pedro se lanzaron a la búsqueda de los senos y la raja de la chica mientras ella hacía lo propio liberando el pene de su encarcelamiento y empezó a pajearlo. La habilidad manual del hombre fue infinitamente superior a la de ella, ya que consiguió extraerle un intenso orgasmo al poco de que sus dedos navegasen con destreza por el encharcado coño de Isabel, incapaz de seguir la masturbación del pene de Pedro por la intensidad de su corrida.
- Déjame un minuto – decía ella jadeante – y te comeré esa “preciosidad”, que no siento las piernas.
- Tal vez sería mejor ir a un hotel y poder desplegar nuestro “potencial” con más comodidad y sin prisas, la noche es joven y tengo mucho más para ti.
- No, vayamos más despacio, follar en un hotel quizás para la próxima cita, ahora llévame a casa, te prometo una buena despedida.
- Como quieras – decía Pedro algo confundido – pero la próxima cita no te salvas, te deseo demasiado.
Al detener el coche frente a la puerta de la mansión, Isabel inició un beso ardiente, desabrochando la camisa del joven para descender lamiendo y besando con sus labios los pezones, los marcados abdominales, llegando a liberar otra vez la verga de Pedro que ya estaba a punto de estallar. Se inclinó sobre el asiento del conductor tragándose la erecta polla hasta su base. La mamada que inició era fantástica, succionando y lamiendo de forma experta, invitando a Pedro a reclinarse en su asiento para disfrutar del placer que le estaban dando.
Cuando estaba a punto de eyacular avisó a la mujer para que se apartara, pero ella, dejó de succionar separándose ligeramente mientras su mano continuó agitando la piel del miembro, que estalló en una corrida brutal. Isabel orientó la tremenda descarga de semen hacia su cara y su pelo, quedando totalmente bañada de leche.
Pedro estaba sorprendido y excitado al ver cómo había quedado la cara de la chica, y le ofrecía unos pañuelos de papel para que se limpiase. Ella recogió con un dedo la lefa que descendía por su labio superior y lo acompañó hasta el interior de su boca, tragándosela mientras miraba al chico con carita lujuriosa.
- ¿No quieres limpiarte?
- No… me ha encantado tu explosión y me voy a llevar este recuerdo tuyo a la ducha, y pienso hacerme unos dedos pensando en ti – decía mientras bajaba del coche y le lanzaba un beso con la mano – Que tengas dulces sueños.
- Buenas… noches – contestaba Pedro un poco descolocado por la actitud de Isabel –
Mientras salía de la finca pensando en lo excitantes que eran las citas con esa mujer, Isabel entraba en la habitación que compartía con Eduardo, que la esperaba desnudo sobre la cama de matrimonio. Al ver la pinta que traía con todo ese semen esparcido por la cara y colgando del pelo le dijo:
- Serás zorra…, cuando te dije que necesitábamos un poco de su semen no me refería a que volvieses rebozada en él.
- Ya he guardado una muestra en el frigorífico, voy a la ducha a limpiarme.
- No putita, yo también quiero correrme en tu cara como él.
- ¿No estarás celoso porque tu perrita se acaba de comer una polla?
- Que va… ¿Es mejor que la mía?
- Pues sí, y tengo unas ganas de follármelo…
- Si lo que quieres es follar ya sabes lo que tienes que hacer – le dijo señalando su erecto pene -.
- No me lo pienso perder – contestó quitándose el vestido y caminando hacia la cama con el vicio reflejado en su rostro -.
Isabel estaba en su elegante despacho de ejecutiva de la financiera familiar, hablando con su amiga Míriam de preparar la enésima fiesta de pijos ricos con la excusa de cualquier ridículo motivo. En ese momento su padre entró sin llamar y la chica se despidió apresuradamente de su amiga para atender a Eduardo.
- ¿Ya tienes noticias sobre Pedro? – preguntaba a su padre-.
- Los resultados de las pruebas de esperma son excelentes. Sus espermatozoides son de una calidad exquisita, tanto en cantidad como en movilidad. Además, tiene cuatro carreras técnicas y un doctorado, y en su mundillo tiene fama de ser un genio. Económicamente está muy lejos de nuestro nivel, pero tiene un sueldo bastante decente y un 1% de la empresa donde trabaja, que le suponen unos 500.000€ extras anuales después de impuestos. Tampoco es un pelagatos.
- Pues si es físicamente perfecto, con un coeficiente de inteligencia que se sale de las escalas y su capacidad de procrear es insuperable, tiene todo lo que buscamos como ejemplar macho.
- Efectivamente, ya sabes lo que tienes que hacer, cázalo y dadme un nieto.
Isabel se esmeró en tener una nueva cita con Pedro en la que acabaron en la habitación de un lujoso hotel, esta vez con más tranquilidad, hicieron el amor con dulzura, dándose todo el tiempo para explorar sus cuerpos y ofrecerse con la única intención de darse placer.
Mientras ella dormía plácida y relajadamente por la noche de amor que habían disfrutado, Pedro la miraba y se decía lo mucho que le gustaba esa mujer. Había sentido un gran placer al hacer el amor con ella, interactuando a la perfección en ritmo y en sentimiento, y se quedó dormido pensando en que tal vez, había encontrado lo que hacía tiempo que buscaba.
Se despertó sintiendo como una cálida boca succionaba su pene con avidez, consiguiendo arrancarle una contundente erección. Isabel, dándole los buenos días, dejó la felación para montarse encima de él, insertando la verga completamente en el interior de su sexo, comenzó a cabalgarlo con un ritmo desenfrenado.
- Quiero follarte enterito – gritaba la mujer – saber si puedes llegar al límite conmigo.
- De acuerdo preciosa, te llevaré hasta donde quieras… o puedas soportar.
Pedro se dio cuenta del cambio de registro respecto a lo que fue el sexo la noche anterior. Si lo que quería era un sexo más duro, no tenía inconveniente en dárselo. Y vaya si se lo dio. No salieron en todo el día de la habitación y solo pararon para un almuerzo rápido y frugal.
Ella le pedía que le follara sin piedad el coño, por el culo, por la boca hasta la garganta, que palmease con fuerza sus nalgas, que le tirase del pelo sin miedo mientras se la clavaba. Lo que no tenía en cuenta Isabel era la capacidad de aguante de Pedro, que no cesó de complacerla en todas sus peticiones, pero multiplicadas por dos.
La dejó para el arrastre, con la vulva y el ano inflamados y doloridos por la acción infringida. No era la primera vez que Isabel tenía sexo duro, su padre sin ir más lejos, no tenía ningún reparo en tratarla con dureza extrema cuando la usaba a su antojo. Pero la intensidad y duración con Pedro fue toda una sorprendente novedad para ella.
A partir de ese momento la relación entre ellos se fue intensificando, y se encontraban asiduamente para tener sexo, pero también para otras actividades habituales en cualquier pareja, cine, teatro, bailar, cenas, ver la TV abrazados en el sofá, etc. Se compenetraban muy bien y aunque provenían de mundos tan diferentes, los dos hicieron un esfuerzo para no desentonar cuando estaban en la “cancha contraria”. Se podría decir que eran novios, aunque ninguno de los dos se había atrevido a verbalizarlo.
En su fiesta de cumpleaños, Pedro presentó a Isabel a su círculo de amigos, Daniel, Gloria, Roberto y su esposa, Mauro, entre otros. Estaba bellísima, radiante, y se mostró atenta y muy simpática con todo el mundo. A todos les pareció fantástica e ideal para Pedro, y no paraban de felicitarlo por tan gran descubrimiento. En realidad, hubo una persona a la que Isabel no le cayó nada bien, aunque lo disimuló con elegancia. Un sexto sentido de Gloria le decía que había algo oscuro en esa mujer, podía estar equivocada, pero era algo que sentía en la piel. Descartó que fuese un tema de celos ya que el nivel de amistad con Pedro estaba muy por encima de eso, al contrario, ella deseaba de corazón que su amigo encontrase a una mujer a quién amar toda la vida. Estaba dispuesta a renunciar al fantástico sexo que compartían, con tal que Pedro fuese feliz.
El caso es que a Isabel le ocurrió exactamente lo mismo con Gloria, una alarma se disparó en su cerebro al sentir el grado de complicidad entre ellos dos. Tendría que vigilar esa relación muy de cerca si no quería tener sorpresas desagradables que complicasen el plan de su padre.
En el lado contrario, cuando Pedro asistía a las fiestas del entorno de Isabel, también se esforzaba en ser simpático y abierto con la gente. La realidad es que la mayoría le caían como el culo, y algunos de ellos lo miraban con aires de superioridad e incluso llegó a escuchar algún comentario despectivo hacia él, que ignoró para no incomodar a Isabel.
La que estaba encantada con Pedro era Míriam, íntima de Isabel, que se comportaba muy cariñosa con el novio de su amiga, se podría decir que excesivamente cariñosa, además de mirarlo como queriendo devorarlo, como si de una deseada pieza de caza se tratase. Este interés de Míriam en Pedro no pasó desapercibido por su novio Borja, un niño rico musculitos de gimnasio pijo, que miraba con desprecio al joven ingeniero y no paraba de sembrar comentarios vejatorios sobre la pertenencia de Pedro a una clase inferior.
Con el paso de los meses, la relación seguía avanzando de forma ideal, Pedro se había enamorado de Isabel, y se decidió a plantearle el vivir juntos como pareja estable. Aprovechó que estaban sentados en la terraza de una cafetería para soltarlo.
- ¿Qué te parecería vivir juntos en pareja?
- Yo creo que deberíamos dar un paso más allá – le decía ella con cara ilusionada – siempre he querido tener hijos y un marido que me quiera.
- ¿Estás hablando de matrimonio y de formar una familia?
- Si, con una boda en la iglesia y un banquete por todo lo alto. Mi familia es muy católica.
- Pues yo soy agnóstico, respeto todas las creencias, pero lo de misa a mí no me va…
- ¿Así que no quieres comprometerte conmigo? – ella puso cara de enfadada -.
- No es eso mujer, es que pasar de simplemente vivir juntos a boda, iglesia, matrimonio, hijos, me parece precipitarnos demasiado. – decía Pedro intentando convencerla -.
- Entiendo… - dijo levantándose y cogiendo el bolso – Yo estoy enamorada de ti, pero veo que tú no opinas lo mismo…
- Espera por favor – Pedro la retuvo cogiéndola suavemente por el brazo – siéntate y lo discutimos como adultos, por supuesto que te quiero.
Hablaron durante dos horas hasta que Pedro comprendió que tendría que ceder si quería seguir su relación con Isabel, y priorizó el estar con ella, aunque tuviese que hacer concesiones y algún que otro sacrificio. Isabel se puso muy contenta por su victoria y empezó a dar saltitos de alegría abrazando y besando a Pedro emocionada. Acordaron que el siguiente domingo irían a comer a la mansión familiar para presentarlo a sus padres y hablarían sobre los planes de la boda y de futuro.
El recibimiento en la mansión de los padres de Isabel fue inicialmente frio, ya que el padre de la chica se mostró distante y seco, al contrario de Eugenia que lo recibió calurosamente. Pedro al ver a la madre alucinó de su apariencia, era impresionante el cuerpo y la belleza de esa mujer, entendiendo que su hija había heredado sus genes, ya que prácticamente era un clon de su madre, salvando las diferencias de edad.
Sentados en la enorme mesa del lujoso comedor y asistidos en todo momento por un ejército de sirvientes, degustaron deliciosos manjares que había preparado personalmente Eugenia, demostrando que era una excelente cocinera. Durante la comida la conversación se convirtió en un interrogatorio en toda regla hacia Pedro, que respondió sin complejos a las preguntas inquisitorias y en tono prepotente de Eduardo, y a las más suaves y educadas de Eugenia.
Explicó que trabajaba en una ingeniería, su formación académica, y su intención de hacer feliz a su hija, que habían decidido casarse por la iglesia según los deseos de Isabel y que, aunque él no era creyente, no tenía ningún problema en complacer a su amada. Allí empezaron los problemas al ser recriminado por Eduardo sobre la falta de creencia en Dios que, le hacían dudar sobre los principios morales del joven.
- Me preocupan poco sus dudas sobre mis principios morales y éticos – cortaba tajante a Eduardo -, estoy convencido que son del todo correctos, tal como me fueron inculcados por los valores de mis difuntos padres. Supongo que ni mejores ni peores que los suyos – retaba al padre de su novia -.
- Papá, no dudes de Pedro – Isabel lo defendía – es un trozo de pan.
- Bien… - el padre dejó el tema para pasar a otros – dejémoslo y hablemos del banquete que merece nuestra hija, que será por todo lo alto con un mínimo de 300 invitados y todos los lujos que exige nuestra posición.
- Por mi parte vendrán unos 30 invitados como mucho - decía Pedro pensando en amigos de la universidad, de taekwondo, del trabajo y su hermano –, si consideran que por la suya tienen que ser tantos, no tengo inconveniente.
- No te preocupes que todo correrá de mi cuenta – decía Eduardo orgulloso y burlón – entiendo que con tu nivel no puedes permitirte tal “despilfarro”, jeje.
- De ninguna manera, lo pagaremos todo nosotros, supongo que su hija tiene un buen trabajo en su financiera y estará asociado a un buen sueldo. Por mi parte también tengo mis recursos, no se preocupe.
- Pero estamos hablando de una cantidad muy importante que tú no podrás…
- Esto no es negociable. Se trata de nuestra boda y la pagaremos nosotros – el tono de Pedro era firme -.
- De acuerdo, me gustará ver hasta donde puedes llegar. Isabel me ha dicho que vives en un diminuto pisito de un barrio marginal, desde luego no voy a permitir que mi hija viva en semejante lugar y mí regalo de bodas será una fantástica casa con zona ajardinada y piscina en la zona alta de la ciudad.
- Creo que Isabel y yo podemos permitirnos comprar una vivienda digna para nosotros.
- Pedro, por favor – Isabel le cogía del brazo suplicándole – deja que papá me regale la casa, será fantástico vivir allí, juntos los dos seremos felices.
- No se… - Pedro dudaba en ceder en esto, pero viendo la ilusión de Isabel accedió – Vale, de acuerdo.
- Por último y lo más importante, - el padre decía con voz severa – deberás firmar un contrato prematrimonial en que las dos cláusulas principales serán… un acuerdo de estricta separación de bienes, todas las posesiones, activos financieros y dinero de Isabel serán exclusivamente suyos, los actuales y los futuros. Y de la misma forma en tu caso, lo que tienes y lo que llegues a tener.
- En esta parte no tengo ningún inconveniente – confirmaba Pedro -.
- El otro punto, quizás espinoso, es que cualquier hijo varón engendrado en el matrimonio, recibirá en primer lugar el apellido materno y no el tuyo.
Pedro ya estaba hasta los huevos de todas esas exigencias que le planteaba el padre de su futura esposa. Si bien la madre había intentado durante toda la comida ser amable, contemporizando los modos prepotentes y de superioridad de su marido, Eduardo estaba rozando sobrepasar la línea de que le enviase a la mierda. La verdad es que no le importaba lo de los apellidos, ya que siempre lo había considerado como una tradición machista. Creía que era una decisión que incumbía a las dos personas que formaban la pareja.
- Isabel, ¿esto que dice tu padre, también es tu deseo?
- Si mi amor, me hace ilusión que se mantenga el apellido de mi padre, que no tiene más familiares varones y es una promesa que le hizo al abuelo en su lecho de muerte.
- Pues no hay más que hablar, nuestros cachorros machos se apellidarán Ferrer.
Solo en ese momento, Eduardo se levantó para estrechar la mano de Pedro, mientras mostraba una sonrisa de vencedor. Eugenia tenía la esperanza que ese guapísimo joven que había traído su hija a casa, sirviese para alejar a Isabel de la mala influencia del cerdo de su marido.
Pedro le caía muy bien, además de guapísimo, le parecía un hombre culto e inteligente, cariñoso, y se le veía muy enamorado de Isabel. Deseaba que su hija lo quisiera tanto como ella había querido al desdichado chófer amado en su juventud, aunque la dependencia y sumisión hacia su padre era enorme y difícil de reconducir.
Al despedirse de Pedro se lo llevó a un aparte mientas padre e hija reían distendidamente.
- Pedro, no dejes que mi marido se inmiscuya en vuestra vida, Isabel quiere “mucho” a su padre y eso a veces hace que su comportamiento no sea del todo… adecuado. Creo que eres un gran chico y que tendrás cuidado…
- No se preocupe, cuidaré a su hija y seremos felices – Pedro decía esto escrutando la mirada de inquietud que transmitía Eugenia e intentaba descifrar la verdadera intención de sus palabras -.
- Espero que tú seas feliz… - dijo abrazando a Pedro que se sentía extraño notando el cálido contacto de los poderosos senos de esa bellísima mujer contra su pecho, y sobre todo por esas últimas palabras -.
Habían fijado la fecha de la boda para finales de año, y esa tarde Isabel fue a visitar a Pedro en su pisito para darle el presupuesto de la ceremonia y el banquete. Pedro había ocultado la existencia de su residencia-santuario de la nave industrial a todo el mundo, a excepción de Gloria y Roberto. Era su refugio íntimo y personal y había decidido darle una sorpresa a su esposa después de la boda, mostrándole su nueva vivienda, pero el hecho de que su padre se empeñara en regalarle la casa y que ella estaba encantada con ello, le hizo replantearse el hacerlo público.
Cuando Isabel le mostró lo que querían hacer en la boda se quedó intentando digerir si todo aquello que planteaba su novia no era demasiado ostentoso y exagerado. Después de la ceremonia en la iglesia, el traslado a un palacete barroco alquilado ex proceso, preparado con 100 habitaciones por si ha había invitados que se querían quedar a dormir después de la fiesta, servicio de catering con las mejores comidas, vinos excelentes, licores, cava de tabacos selectos, etc. Se incluía la actuación de una orquesta de cámara para amenizar con música clásica, actuación en directo de un grupo musical famoso, baile, festival de fuegos artificiales. Todo un despliegue de actividades que estaba presupuestado en 900.000€.
- Pero esto es una locura de despilfarre innecesario – decía Pedro que de matemáticas sabía un montón - sale a 3.000€ por invitado.
- Pues es lo que yo y mi familia deseamos hacer y no queremos renunciar a nada, nos lo merecemos. Además, piensa que nuestros invitados son del máximo nivel, que no se conformarían con menos.
- Pues entonces déjalo de mi cuenta, dame todos los presupuestos que me ocupo de optimizar los precios.
- Pero no podemos empezar a disminuir la calidad del servicio, sería mejor dejar que mi familia lo pague todo y nosotros tan tranquilos.
- No te preocupes, tendremos exactamente lo que queréis, pero nos costará mucho menos, seguro.
Pedro estaba convencido de que lo que pretendía Eduardo era ponérselo difícil para que no pudiese asumir el coste del evento, y fuera con el rabo entre las piernas a suplicarle que lo pagara él, pero no estaba dispuesto a darle esa satisfacción. No sabía nada de organizar bodas, pero estaba convencido de que ese precio era un robo. Conocía a la persona que podía ayudarle.
Isabel le dio todos los presupuestos segura de que no conseguiría mejorar nada y tendrían que pedirle ayuda a su padre.
Mientras lanzaba un contundente ataque que hacía que Roberto reculara hacia atrás para evitar los golpes, le pedía si podía ayudarle a revisar los presupuestos para optimizar el coste de la fiesta. Hicieron una pausa en el combate:
- Déjame todo lo que tengas, que sé de la persona ideal para que lo organice todo a la perfección con el menor coste posible. Se trata de mi eficiente asistente Eva, que se encarga de organizar todos los eventos de nuestra empresa tanto en España como en el resto de delegaciones internacionales. Si alguien puede hacerlo, es ella.
- Pero el resultado debe ser exactamente el mismo, de esa calidad.
- O mejor, déjalo en mis manos y en una semana tendrás la solución – decía Roberto convencido -.
Dicho y hecho, a la semana Pedro le explicaba con todo detalle a Isabel que había conseguido rebajar el coste total a 240.000€, a unos 800€ por invitado, cantidad que seguía pareciéndole a Pedro un derroche innecesario, pero que era asumible por la pareja. Previamente, y en agradecimiento por la eficaz gestión de Yolanda, Pedro le entregó a su amigo Roberto un sobre con un bono de un viaje de 15 días para dos personas con destinación a elegir, para regalárselo a su secretaria.
Al repasar la lista de invitados, pedro se llevó el primer enfado con Isabel. El nombre de Gloria estaba tachado de la lista de los invitados por Pedro.
- Aquí hay un error, Gloria está tachada de mi lista.
- Es que no quiero que venga esa zorra, no soporto como te mira.
- En primer lugar, no es una zorra, es mi amiga, pero no tengo inconveniente en no invitarla – decía esto mientras con un bolígrafo empezaba a tachar hasta 30 nombres de la lista – A estos tampoco los invitaremos, me caen fatal todos.
- Pero si son mis amigos. Ni hablar, estos vienen todos.
- Pues Gloria también, no hay nada más que hablar sobre el tema, estamos de acuerdo y “todos vienen” – le contestó con una sonrisa -.
Isabel se mordía la lengua para no descargar toda su rabia por la rebeldía que había mostrado Pedro. Se dijo que a partir de ahora, y pese a la resistencia manifiesta a dejarse manipular, iba a someter a ese hombre sí o sí, como que se llamaba Isabel Ferrer, si no… tiempo al tiempo…