Sin Perdón. (2)
Continúa la recuperación de Senza intentando recordar lo que le ha sucedido para llegar hasta allí. Tras una cierta calma, todo se complica un poco más.
Senza” - (julio de 2016)
María sentía lo mal que lo estaba pasando ese hombre y como sus emociones salían casi inapreciablemente al exterior con la tristeza de su mirada.
- Tenemos que volver a cubrir las heridas. Estate tranquilo, mi opinión profesional es que las cicatrices están evolucionando muy bien, mejor de lo esperado.
Senza asintió con la cabeza, autorizando al enfermero para hacer las curas pertinentes y volver a proteger las cicatrices. Una vez terminado su trabajo, abandonó el box cerrando la cortina. En todo ese tiempo, María no soltó en ningún momento la mano de Senza, intentando trasmitirle fortaleza y serenidad, aunque estaba triste por el sufrimiento que debía sentir ese hombre.
Él, alargó su brazo para colocar en posición de escritura el ordenador.
- María, ¿hay alguna otra solución mejor que ocultar esto con una barba? Por favor, sé sincera.
- Debes saber que no es mi especialidad, pero se hacen trasplantes de cara de un donante fallecido que sea compatible. Es complicado, pero se han obtenido buenos resultados. Lo importante es ponerse en unas manos que sean fiables, ya que hay pocos cirujanos en el mundo que sean capaces de hacer este tipo de cirugía con solvencia. Desgraciadamente hay mucho chapucero que te puede hacer un estropicio irreversible. No te engañaré, esta técnica tiene dos grandes problemas. El precio inalcanzable para la mayoría de los mortales y el posible rechazo al nuevo tejido. Para evitar el rechazo se está condenado de por vida a tomar inmunosupresores, es muy cansino, pues hay que ser muy disciplinado y el tratamiento tampoco es barato.
- Pues ya me veo con barba el resto de mi vida.
- Seguro que estarás muy guapo con barba – intentó hacerle sonreír con escaso éxito -. También hay otra técnica consistente en combinar un pequeño porcentaje de piel donada con tejido creado a través de células madre propias. Hay menos sitios donde lo pueden hacer con éxito debido a su dificultad y es mucho más caro. A su favor tiene que hay menos posibilidades de padecer rechazo.
Los dos continuaron hablando durante bastante tiempo, ella intentando en todo momento animar y motivarlo para su recuperación física y psíquica. Superar la amnesia y poder volver a hablar, tenían que ser los objetivos principales de su lucha futura. Senza le prometió que así lo haría con su ayuda.
Pasaron tres semanas y Senza recibió el alta médica, por lo que pronto debería abandonar el hospital para ser trasladado a los barracones del campo de acogida, junto con todos los migrantes ilegales que esperaban que fuese reconocido su estatus como refugiados. Estaría retenido allí hasta que las autoridades decidieran su futuro.
Durante esas semanas habían continuado las sesiones terapéuticas con la doctora María, en las que llegaron a adquirir una gran confianza mutua y una sintonía especial que facilitaba la comunicación entre ellos. También había nacido una atracción latente que intentaban ocultar el uno al otro, lo que no hacía más que acrecentar una gran tensión sexual sin resolución. Y ahora, concretamente al día siguiente, llegaba el momento de separarse para siempre.
Pero María se negaba a perderlo, y no quería dejar que se escapara del paraguas de su influencia. Tras varias reuniones maratonianas y tensas con las autoridades de inmigración, consiguió que le permitieran hacerse cargo de Senza temporalmente, asumiendo la responsabilidad de su vigilancia y control. Como argumento incluyó que necesitaban su ayuda para trabajos en la ONG que gestionaba el Hospital. El domicilio que se registró para tener localizado a Senza fue la casa donde vivía la doctora María Vella.
Con los papeles de la autorización de acogida en la mano, salió del edificio oficial con una sonrisa de oreja a oreja. Se acercó hasta el pequeño centro comercial de la isla para comprar ropa, accesorios y productos de aseo masculino, ya que el hombre no tenía absolutamente nada. Con su destartalado Citroën Mehari de color naranja se dirigió feliz a recoger a Senza al hospital para llevárselo a su casa.
Toda la mañana estuvo buscando a la doctora Vella por el hospital sin encontrar ni rastro. Quería despedirse, ya que la policía vendría a recogerlo sobre las 13h para llevarlo al campo de refugiados.
Sabía que cuando entrase en esa “prisión” difícilmente volvería a ver a la doctora que tanto le había ayudado. El juntarse con esas personas de vidas, con toda seguridad, tan diferentes a la suya, no auguraba que le sirviese a recuperar sus vivencias y descubrir quién era él en realidad. Pero para las autoridades su caso no difería al de los demás, estaba en el mismo saco que el resto de los sin papeles.
Al intentar salir por la puerta del hospital, los policías de seguridad le cortaron el paso, indicándole que aún faltaba media hora para que vinieran a recogerlo. En ese momento apareció María con unos documentos en la mano que mostró a los policías. Tras cinco minutos de conversación, la doctora se acercó a Senza y le explicó lo que sucedía.
- He conseguido que te asignaran a mi cargo y ya no tendrás que ir al campo de refugiados, sino que te instalarás en mi casa. No sé el tiempo que nos lo van a permitir, pero lo aprovecharemos para que hagas ejercicio, empezaremos tu entrenamiento logopédico para intentar recuperar el habla y trabajaremos esa “cabecita” para ver si sacamos algo de provecho de ella – reía ilusionada –. También tendrás que venir a trabajar al hospital, a mover materiales, trasladad pacientes o a cualquier cosa que se nos ocurra. Con eso cubriremos el expediente oficial.
Senza sintió una gran alegría, tal vez la primera desde que había llegado a esa maldita isla. Abrazó a María que se colgó de su cuello sin pensárselo dos veces, la levantó como si fuese una pluma a pesar de ser casi tan alta como él y empezó a dar vueltas con ella sobre sí mismo. Ella reía feliz como una niña pequeña girando en un tiovivo.
Cuando pararon estaban en pie el uno frente al otro, con la cabeza aun dándoles vueltas por la inercia de los veloces giros. Se miraron fijamente a los ojos mientras una fuerza magnética acercaba sus rostros a la del otro. Se querían besar, se morían de ganas de juntar sus labios y que sus lenguas bailaran conjuntamente resbalando y mezclando sus salivas dentro de la boca del otro, para liberar los deseos acumulados desde que se conocieron.
Pero fue ella la que se retiró antes de que ocurriera lo que parecía inevitable.
- Voy a buscar al coche algo de ropa para que te vistas de calle y nos vamos a mi casa para instalarte en ella.
Mientras le daba la espalda y caminaba hacia el coche se decía:
- Seré tonta del culo…, nos íbamos a besar… él iba a besarme… y no se me ocurre nada mejor que hacer el cangrejo, dando pasitos atrás… o dios… que gilipollas que soy.
Treinta minutos después, llegaron a una pequeña casa de una sola planta con un porche con vistas al mar. Tenía un amplio comedor–cocina-estudio todo en uno, una habitación grande con una cama enorme y otra habitación más pequeña con cama individual. El baño con ducha estaba entre las dos habitaciones. En la parte trasera de la casa había un pequeño jardín con césped artificial y varias jardineras con plantas y flores totalmente secas.
- No tengo tiempo de cuidar el jardín – se excusaba -, pero puede ser otra de tus nuevas ocupaciones.
Volvieron a entrar en la casa y fueron hasta la habitación pequeña, donde María había dejado las ropas y demás cosas que había comprado para él.
- Esta es tu habitación, tienes sábanas limpias en el armario y lo que hay sobre la cama es para ti. Si necesitas que compremos algo más, me lo dices y lo vamos a buscar.
Senza negó con la cabeza mientras cogía la mano de María y la arrastraba hasta entrar en la habitación grande. María no entendía que le intentaba decir. Él, empezó a señalarse a sí mismo, después a María y por último indicó con el dedo a la cama, repitiendo los mismos gestos varias veces.
- ¿Tú y yo juntos en la misma cama? No… creo que te confundes si piensas que yo voy a…
Sin permitirle acabar la frase, pasó un brazo por detrás de la cintura de la mujer, atrayéndola hasta juntar sus cuerpos, muy pegados. Sin dejar de mirarla con sus azules ojos, acercó sus labios a los de ella y la besó con gran pasión. María correspondió al instante, colaborando con ese intenso beso, aportando su lengua a la lucha iniciada en busca de sensaciones.
El contacto de los pelillos de la ya considerable barba de Senza con la suave piel de su cara, le producían un ligero cosquilleo que no hacía más que acrecentar su excitación.
Una mano cuyos dedos se entrelazaban con la rubia cabellera de Senza, ahora su pelo era más largo que cuando lo encontraron, quería impedir que él separase los labios de los suyos. Necesitaba saborear esa boca, sentir su calidez, mientras sus terminaciones nerviosas enviaban mensajes a los puntos claves de su cuerpo, ordenando liberar las sensaciones del placer, que por fin, había llegado el momento esperado y se exigía que todos ellos trabajasen al unísono para obtener el delirio a través del éxtasis.
María notaba en su vagina que se estaban derritiendo todos los sensores de temperatura y humedad debido a la calentura que sentía y a los fluidos segregados desde el interior de su coñito. Sus pezones erizados al extremo, parecían querer perforar el tórax de Senza hasta atravesarlo. Y todo este nivel de calentura y excitación en María estaba provocado tan solo por un apasionado beso.
Senza parecía conformarse con el beso y con estrujar los senos de la mujer, jugueteando con los empitonados pezones. Pero la doctora necesitaba explorar más, evaluar y diagnosticar el cuerpo de ese hombre que la desesperaba desde que apareció en su hospital.
Con sus manos deshizo el lacito del cordón de ajuste de las bermudas que llevaba Senza, y tiró del pantalón y del bóxer hacia abajo, catapultando su erecta polla hasta apuntar al cielo. María se separó de él dando por terminado el magnífico beso. Dio tres pasos atrás sin dejar de mirar al hombre.
- Deseo mirarte mientras nos desnudamos. – le dijo-.
Senza apartó con un pie las bermudas y el bóxer arrastrándolos por el suelo. Se quitó la camiseta por encima de su cabeza al mismo tiempo que María se desprendía de su vaporoso vestidito de tirantes. No podían dejar de mirarse, sus respiraciones se aceleraban producto de la excitación creciente. Ella soltó los cierres del sujetador de encajes y sus poderosos senos se liberaron, sabiéndose vencedores de su lucha contra la fuerza de la gravedad. Las braguitas a conjunto descendieron lentamente por sus inacabables piernas hasta el suelo, dejando a la vista de Senza un pequeño triangulito de vello oscuro, con todo su alrededor pulcramente depilado.
María se acercó al cuerpo de Senza y con sus dedos empezó a acariciar sus duros pectorales, entreteniéndose un instante en sus pequeños pezones, descendiendo hasta sus abdominales perfectos de tableta de chocolate, cuya simetría solo desaparecía en su lado izquierdo por culpa de la cicatriz de la herida. Se puso de rodillas frente a la erguida polla de Senza, cogiéndola con la mano, apretándola con fuerza para sentir la dureza.
Hasta ahora solo la había visto varias veces en estado de “reposo”, pero aquello que su mano empezaba a pajear mientras sus ojos no podían dejar de mirarla, era la polla más bonita que había tocado jamás. Cada mujer tiene en su imaginario la polla perfecta, y sin lugar a dudas la de Senza, era la perfección hecha polla para el gusto de María. Con su lengua empezó a recorrer todo su tronco, desde la cabeza del glande hasta la base, lamiendo y engullendo también los siempre desatendidos testículos.
Senza la detuvo colocando las manos sobre sus hombros y separándola un poco, abortando el inicio de la mamada. La ayudó a incorporarse, mientras María le lanzaba una mirada de desaprobación. Él hizo caso omiso de su queja y la cogió en brazos sin aparente esfuerzo, para recorrer los escasos tres metros que les separaban hasta la enorme cama.
La dejó tendida boca arriba con suavidad y se colocó a cuatro patas sobre ella, besando su boca para continuar lamiendo, besando y dándole mordisquitos en su cuello y orejas. Siguió descendiendo hasta sus magníficos pechos, que empezó a masajear y a chupar los sensibles pezones con deleite. María soltaba suspiros mostrando el placer que estaba recibiendo, se dejaba hacer sin participar más que acariciando los rubios cabellos de ese hombre, que la estaba transportando a un nivel de sensaciones que no recordaba.
Cuando estuvo satisfecho de su labor con los senos de María, continuó descendiendo con su lengua, marcando surcos de saliva sobre la barriguita, hundiéndose en el pequeño socavón de su ombligo perfumado hasta llegar al final de la excursión, alcanzando la raja de su vulva. Ella levantó voluntariamente su pelvis para facilitar que la boca de Senza pudiese seguir explorando ahora, la zona más sensible de su anatomía.
Él no perdió el tiempo y empezó a disfrutar de los líquidos que brotaban del interior de su coño, como si de una degustación de buen vino se tratase. Su lengua recolectaba los deliciosos fluidos mientras recorría los labios externos e internos, con lengüetazos a ambos lados, introduciendo la punta de la lengua en su acogedora caverna. Después de esa previa, su boca se apoderó del endurecido clítoris para succionarlo al mismo tiempo que llegaban refuerzos en forma de dos dedos, que se introducían y hurgaban en su conejito.
Mantuvo el tratamiento sobre el ya crecidito botón y el resto de su coño durante un rato más, pero María ya no podía aguantar, necesitaba desesperadamente correrse, ya no controlaba ninguna parte de su cuerpo, solo quería explotar en su orgasmo.
Senza, sabedor de lo que estaba a punto de pasar, quiso elevar el listón, y prepararla para otro nivel de placer. Dejó de succionar y con sus dedos pellizcó el clítoris de la mujer manteniéndolo durante unos segundos. Esto le produjo a María un poco de dolor inicial, que se convirtió en una descarga eléctrica circulando por su columna vertebral como autovía hasta el cerebro. Se paralizó momentáneamente el orgasmo previsto y provocó que ella bloqueara el aire que pensaba liberar. Senza dejó de presionar y volvió a succionar el clítoris con sus labios mientras su dedo medio, perfectamente lubricado, se introducía unos 4cm. en el ano de María.
Esta “malvada” combinación desató al poco tiempo la explosión de placer en ella. Empezó a convulsionar como una posesa, gritando desaforadamente. Senza fue lo suficientemente rápido para apartar su cabeza de entre las piernas de la mujer, ya que las cerró con tanta fuerza que de pillarlo, le hubiese producido otro traumatismo craneal, cosa que no se podía permitir.
Los estertores y espasmos del clímax de María duraron un buen rato. Cuando pudo regularizar la respiración le dijo-
- Me has matado… mi cuerpo no responde… jamás había… sentido esto.
Senza le hizo entender con señas que se relajara, que tenía más para ella y que se lo iba a dar ahora mismo. Trepó por el cuerpo de ella deshaciendo el camino andado hasta llegar a la altura de sus labios. Mientras sus bocas se devoraban, acomodó su endurecida polla en la entrada de la vagina de María y cuando notó que estaba bien enfilada, la penetró de un solo golpe. La mujer separó su boca echando la cabeza hacia atrás al sentirse invadida. Entonces empezó el bombeo de ese pene, entrando y saliendo de su sexo, al principio con moderada cadencia, aumentando hasta obtener una aceleración desenfrenada.
Ella volvía a estar totalmente ida y gritaba descontrolada por el placer que sentía.
- Ahggg… me maaatass…otra vez …ohggg. Noo paaresss, rompemeee ahggg. Diooosss…
Y sin poder resistir más, la mujer se corrió con la boca desencajada y los ojos en blanco. Senza dejó prácticamente de bombear para que María sintiera con plenitud su orgasmo. Cuando la vio medianamente recuperada, sin salir de su interior, volteó la posición quedando ella sentada frente a él. Seguía empalada y mirando los azules ojos de aquel hombre, empezó a moverse de arriba abajo, simultaneando con movimientos circulares de su culo. Había disfrutado de los dos mejores orgasmos que recordaba y ahora quería que Senza se corriera con ella. Él, succionaba y mordía sus tetas cual ser desnutrido. María aceleró sus movimientos hasta detectar que él iba a correrse e intentaba apartarla a un lado para eyacular fuera de ella. Los músculos de su vagina notaban como ascendía la simiente por la hinchada polla de su amante.
Pero María atenazó con fuerza sus piernas a la cintura de él impidiendo que saliese de su interior. Tras un largo sonido que escapó de su garganta, Senza vació un descomunal volumen de leche que inundó las entrañas de la mujer. Para María, el sentir tal descarga fue la chispa que disparó su tercer orgasmo, que evidenció mordiendo el hombro de Senza para ahogar sus gritos de placer y clavando sus uñas incontroladamente en su musculada espalda.
Aunque Senza se sentía en disposición de seguir follando, María estaba inusualmente agotada.
- Veo que aún tienes el “ánimo bien alto”, pero yo necesito reponerme un poco, me has dado las tres corridas más intensas de mí vida – decía mientras le sonreía entre respiraciones aún aceleradas –. Ni con mi difunto marido, que hasta ahora era lo mejor que había entrado en mi cama. ¿Te importa si cenamos algo tranquilamente y después, ya veremos? Estoy muerta.
Senza le devolvió la sonrisa mientras la cogía de la mano para llevarla hasta la cocina. Después de la cena, siguieron con una tremenda maratón de sexo hasta bien entrada la madrugada, momento en el que se durmieron abrazados, adaptando sus cuerpos al otro como si fuesen uno solo.
Hacía dos meses que vivían juntos y María era muy feliz de tener a ese hombre a su lado. Desde que follaron por primera vez, no había día en que no tuvieran un mínimo de dos asaltos sexuales. Había aprendido a racionar la increíble potencia sexual de ese hombre, que solo necesitaba un mínimo receso para volver a activarse. Se daba cuenta de que Senza se entregaba a ella de la manera más sincera y de corazón posible, para darle placer sin condiciones, con toda su alma. Ella notaba que se estaba enamorando de él, aunque sabía que Senza no la correspondía al mismo nivel.
Habían progresado en la comunicación ya que se entendían con un vocabulario básico de sonidos que se parecían a determinadas palabras. Los gestos y las miradas también les ayudaban a comprenderse. Cada día, Senza practicaba ejercicios con vídeos de logopedas que le proporcionaba María para mejorar sus atrofiadas cuerdas vocales, no es que sirviesen de mucho, pero algo hacían.
Por las mañanas, Senza se levantaba muy temprano sin despertar a María, hasta que un día que notó su ausencia en la cama y empezó a buscarlo por la casa. Lo encontró sobre el césped del jardín trasero de la casa practicando artes marciales con una potencia e intensidad asombrosa. Solo llevaba puesto unos pantalones cortos y su desnudo torso estaba impregnado de sudor. No pudo evitar que su coño empezara a empaparse.
Se acercó a él con el laptop en la mano y le dijo:
- ¿Cuándo pensabas contarme esto del karate?
Senza secó el sudor con una toalla y se sentó en las escaleritas de acceso a la casa para escribir.
- Disculpa que no te haya dicho nada, lo descubrí hace dos semanas. No es karate como dices, es taekwondo, algo parecido pero procedente de Corea.
- Pues vaya intensidad que le metes, pensaba que la razón de tus músculos - decía esto acariciándole sus endurecidos abdominales – eran gracias al sexo que te doy. Que desilusión más grande – reía -. Parece que tienes buen nivel dando “pataditas”.
- Puedes estar segura que el sexo contigo también ayuda mucho. Y tienes razón, sé que soy bueno en esto del taekwondo… lo cierto… es que soy muy bueno.
- Así me gusta, la modestia ante todo… Ya solo me falta por descubrir que eres súper rico y estás podrido de dinero.
- Hasta lo que sé, solo tengo un triste anillo de oro que me provoca una angustia terrible y todas las demás pertenencias… son tuyas, hasta el último de los calzoncillos. No sé cómo podré pagarte lo que estás haciendo por mí.
- El tenerte a mi lado ya es suficiente – dijo dándole un piquito - dúchate y vamos a trabajar al Hospital.
Senza se había integrado plenamente con la gente del Hospital. Al principio ayudaba moviendo cosas y pacientes, pero pronto detectó claras deficiencias en los sistemas de control de historiales médicos y de inventario de materiales y medicinas. Utilizando sus conocimientos de programación, en un plis plas diseñó, programó, compiló e implantó sendos programas para gestionar los historiales de los pacientes y para tener inventariados al día, todos los equipos, instrumentación y fármacos del centro.
Además, facilitó la interconexión de ese software con apps diseñadas y adaptadas a los smartphones del personal sanitario y de la gestión hospitalaria. Toda su labor contribuyó al ahorro de un montón de papeleo y solucionó muchos errores endémicos de funcionalidad, facilitando el trabajo de todo el personal que estaba encantado.
Pero la dicha dura bien poco y un día María recibió la comunicación oficial de inmigración de que, en tres días, debería entregar a Senza para ser deportado a Libia junto a 50 personas más. Denegado su status de refugiado, y al no poder acreditar ninguna identificación, habían optado por una decisión salomónica e impersonal.
María fue a protestar a las más altas esferas que pudo, pero ya estaba decidido. Intentó demostrar que la procedencia de Senza no era africana, pero rebatieron sus argumentos con que no existía ninguna denuncia de ninguna desaparición en el mar dentro del perímetro de 90 millas náuticas (unos 170km) de la isla.
Se sintió desesperada por la situación. No podía decirle al hombre que amaba, que lo enviaban a Libia abandonándolo a su suerte después de todo lo que había pasado.
A través del contacto de un residente, se entrevistó con el jefe de un grupo de hampones que se encargaba de transportar a “ilegales” hasta el continente europeo. Sabía que tratar con esa gentuza podía ser muy peligroso para Senza, pero ya no le quedaba tiempo ni otras opciones. Compró un “pasaje” clandestino en un pequeño carguero que lo llevaría hasta Nápoles y a partir de ahí, tendría que buscarse la vida dentro de la Unión Europea. Le hicieron pagar 5.000€ en metálico por el servicio, lo cual era un atraco en toda regla, prometiéndole que partiría en el carguero la siguiente noche.
Cuando estuvo frente a Senza, se armó de valor para afrontar las explicaciones. Él entendió perfectamente la situación:
- No debiste comprometerte por mí de esa forma, puedes tener problemas con la ley, a parte del dinero perdido. Deja que me deporten a Libia y ya veremos qué pasa.
- Allí no sobrevivirías mi amor, los occidentales sin recursos no son bien tratados. En Europa puedes tener más posibilidades, incluso puede ser más fácil recordar, y con tu preparación seguro que lo conseguirás.
Tampoco el esconderte en la isla es una opción, es tan pequeña que te encontrarían en poco tiempo. Tengo 3.000€ más, llévatelos para que puedas moverte y vivir una temporada. Cuando estés situado, puedo enviarte más dinero a donde tú me digas.
- María, no puedo aceptar más dinero, ya has hecho suficiente y hasta ahora solo he sido una carga para ti. Te prometo que algún día te devolveré el favor con creces.
- Acéptalo, no me importa el dinero, solo me importas tú, que encuentres la manera de ser feliz, que descubras quién eres y recuperes tu vida.
Senza acabó aceptando el dinero ante la insistencia de María y estuvieron el resto del día haciendo el amor, a modo de despedida, con todo el sentimiento y desesperación de entregarse al otro, quizás por última vez.
Él no quiso que ella le acompañara la noche del embarque, por si la cosa se complicaba y la perjudicaba frente a las autoridades. En el momento del adiós se fundieron en un abrazo, besándose con toda el alma.
Mientras María veía a Senza desaparecer en la oscuridad de la noche, no pudo evitar que sus lágrimas brotaran de sus verdes ojos, para acabar llorando desgarradoramente sabiendo que perdía para siempre al segundo amor de su vida.
A la hora convenida y con total discreción, unos hombres le subieron a un pequeño carguero destartalado de bandera panameña. Navegarían a pocos nudos de velocidad durante cuatro días, bordeando Sicilia y evitando acercarse a la costa en todo momento.
La primera sorpresa desagradable fue que iba a viajar con 20 personas más, hombres, mujeres y niños, encerrados dentro de un oxidado contenedor de 40 pies (12mts.). Les dejaron en el interior unos bidones de agua y unas roñosas mantas, bloqueando la puerta desde fuera.
El viaje fue un infierno, no les dieron nada de comer y el agua se terminó al segundo día. Compartieron los pocos alimentos que traían consigo para mitigar un poco el hambre que pasaban. Tuvieron que hacer sus necesidades fisiológicas en uno de los extremos del contenedor, teniendo que soportar la pestilencia que no desaparecía por la falta de ventilación. Las mantas no eran suficientes para protegerse del frio durante la noche e intentaban acurrucarse entre ellos para darse calor.
Al tercer día, entraron cuatro hombres con máscaras y armados con fusiles AK-47, ordenaron a todos que entregasen el dinero que tenían y cualquier objeto de valor. Sin que los maleantes lo viesen, Senza escondió el anillo de oro en una grieta del contenedor, pero no pudo evitar que le quitaran los 3.000€ que llevaba en la mochila. Un pobre desdichado que intentó resistirse, fue golpeado brutalmente y se lo llevaron fuera del contenedor para arrojarlo al mar por la borda. Todos los demás, estaban tan asustados que no opusieron ninguna resistencia. Senza estaba furioso de rabia y hubiese peleado con esos asesinos, pero logró contenerse ante la amenaza de los cuatro kaláshnikov que les apuntaban, entendiendo que no tenía nada que hacer contra ellos.
Por fin llegaron a Nápoles y notaron como una grúa del puerto cargaba el contenedor sobre un tráiler. Tras un recorrido de unos 30 minutos se abrieron las puertas del contenedor. Estaban dentro de una vieja nave industrial, y los hombres del exterior les obligaron a todos a desnudarse para rociarlos a presión con una manguera contra incendios. Tras secarse con unas toallas, les hicieron vestirse con unas ropas viejas que había amontonadas en el suelo de la nave, y les obligaron a entregar las pocas pertenencias que les quedaban. Senza había podido tragarse el anillo de oro justo antes de la forzada ducha, impidiendo así que se lo quitaran.
Amenazados con las armas, los repartieron en tres furgonetas sin cristales y los llevaron a diferentes puntos de la ciudad. A Senza lo empujaron fuera del vehículo frente a un mal oliente callejón de Segondigliano, el peor barrio de Nápoles.
Y allí estaba, vestido como un pordiosero, sin dinero ni documentos, sin poder hablar ni comunicarse y sin saber quién era.
Las cuatro semanas que llevaba malviviendo en ese sucio barrio de drogadictos y prostitutas, solo le había servido para comprobar lo difícil que es vivir en el fango de una sociedad donde se valora a las personas por lo que tienen, y las que no tienen nada, dejan de ser visibles para el resto del mundo.
Senza se buscaba la vida recogiendo cartones y chatarra, pidiendo limosna, haciendo algún pequeño trabajo cargando cajas de verduras y todo lo que podía para conseguir algún euro. Comía gracias a la beneficencia de las monjas franciscanas del convento de Santa Clara y dormía en la calle, como los cientos de sin techo que pululaban por los barrios más degradados de la ciudad.
Su aspecto era deplorable, sucio, con barba y pelo largo mugriento, y lo peor de todo es que estaba perdiendo las ganas de vivir y cada vez le importaba menos quien era ni de dónde venía. Dudaba de poder aguantar esa situación durante mucho más tiempo.
Pero su vida estaba a punto de dar otro giro inesperado…
Letia Rossi maldecía el momento en el que había aceptado el servicio de acompañante a través de la aplicación de citas. A sus 25 años, tenía un cuerpo espectacular, con unas tetas no muy grandes pero bien redondeadas y firmes, un culo pronunciado de glúteos rotundos y un chochito depilado que volvía locos a sus clientes. Su bellísima carita con un deje algo juvenil, le daba un toque de morbo que ella sabía aprovechar convenientemente. Hacía un año que se dedicaba a la prostitución de lujo a tiempo parcial, complementándolo con trabajos de modelo de ropa interior y de baño. Hasta el momento esta combinación le funcionaba de perlas y le proporcionaba muy buenos ingresos.
Cuando iba a entrar en el lujoso hotel donde había sido citada y pensaba en la cuota que le cobraría al ricachón de turno, un joven malcarado la interceptó asiéndola por el brazo y la llevó hasta el parking del hotel. Allí había dos jóvenes más al lado de un coche grande de cristales tintados. Le dijeron que el servicio sería para los tres y que si los dejaba bien satisfechos, le pagarían el doble de su tarifa.
Tras ser amenazada con marcarle la cara con una navaja, se resignó a irse con ellos en el coche empezando a asustarse cuando el más joven se identificó como Tino Carottella, sobrino de Enzo Carottella, uno de los capos más importantes de la camorra napolitana. Años atrás, después del asesinato del padre de Tino cometido por el clan rival de los Brambilla, Enzo los había exterminado a todos, quedándose con sus negocios y con su parte de la ciudad.
Ahora, su joven sobrino era conocido por todo Nápoles como un niñato desquiciado y peligroso que solo disfrutaba causando dolor, escudándose en el poder de su clan mafioso.
Mientras le comía la polla al tipo rubio recostado en el asiento trasero del Audi Q9, notaba como sus carísimas medias se estropeaban al estar de rodillas en el piso del coche. Sentado al lado del rubio, Tino se pajeaba su pequeño pene, mirando extasiado como la boca de esa preciosidad engullía el pollón de su amigo.
- Cuando mi colega se corra en tu boca, te lo tragas todo, que no se escape ni una gota, putita – le decía Tino a la chica – y luego me correré en tu carita.
- Hey tíos, ¿a mi cuando me toca?, joder…, estoy hasta la polla de conducir – se quejaba el que pilotaba el coche.
- Ahoraaaa…. Me corrooo… tragaaa todo zorra…ahhgg. – se corrió en el interior de la boca de Letia, provocándole arcadas por el semen que le obligaba a engullir.
Al separarse del rubio, Tino la cogió del pelo acercándole la polla a su cara y descargó toda su eyaculación sobre ella. Cuando soltó sus cabellos, se limpió toda la leche con varios pañuelos de papel, mientras miraba por la ventana, a punto de llorar por el mal trato que estaba recibiendo de esos hijos de puta. Era de noche y la zona por la que se movían no se parecía en nada a la que estaba acostumbrada, circulaban por uno de los barrios marginales de la ciudad y eso la inquietaba mucho.
- Para el coche frente a ese callejón, que quiero mear – dijo Tino al conductor – Pásate atrás y te follas a esta perra, que hoy vamos a hacer que le salgan las pollas por las orejas, jeje. Luego podemos llevarla al club para que los muchachos le revienten todos los agujeros. Se van a volver locos con este “pivón”.
El coche se detuvo donde había ordenado Tino y mientras caminaba hacia la entrada del oscuro callejón, el conductor se sacaba la polla del pantalón al tiempo que entraba en la parte trasera del coche para follarse a la chica.
Tino se detuvo frente a la silueta de un hombre durmiendo en el suelo cubierto de cartones para protegerse del frio. Con su habitual inhumanidad, empezó a orinar sobre el homeless mientras se reía a carcajadas de su hazaña.
Pero al momento, los cartones salieron volando y la figura de un hombre alto emergió del suelo encarándose a Tino, que retrocedió asustado unos pasos. El hombre lo cogió del cuello mientras lo levantaba dos palmos del suelo y le miraba con unos ojos azules llenos de ira.
Cuando estaba a punto de lanzar contra la pared del callejón a un Tino que chillaba como una criatura, Senza sintió el fuerte impacto de la culata de una Beretta Apx contra su cabeza, mientras sus ojos se cerraban vislumbrando borrosamente a un tipo rubio con una pistola en la mano. Al instante, perdió el conocimiento cayendo al suelo.
Abrió sus párpados lentamente y sintió como su ojo derecho se cegaba con la sangre que descendía por su frente. Se dio cuenta de que estaba inclinado con su barriga apoyada sobre la unidad exterior de aire acondicionado, instalada en el suelo del fondo del callejón. Un hombre situado al otro lado de la maquina tiraba de sus brazos para inmovilizarlo mientras sentía fuertes golpeteos contra sus glúteos.
El frio en sus piernas le indicaba que no llevaba pantalones y sentía un dolor agudo e intermitente en su ano.
Y entonces fue consciente de todo. Su vida pasó con claridad por sus ojos en tan solo un segundo, desde su niñez hasta ese mismo instante.
Pero la cruel realidad era que alguien le estaba sodomizando, y no iba a permitir que aquello continuase.
Ahora que lo sabía todo, ya no iba a permitir nada más… nunca más… a nadie…