Sin Perdón. (1)

Una pérfida traición destruye radicalmente la vida de un hombre hasta convertirlo en otro muy diferente.

Hola lectores, publicaré todos los capítulos de esta larga historia en la categoría de infidelidad, aunque por contenido, bien podría situarse en varias de ellas. La intención es hacerlo cada dos días… veremos hasta donde llegamos con vuestra ayuda.

Gracias por leer.

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“Senza” -  (junio de 2016)

El cuerpo apareció tendido boca abajo sobre la arena de la playa, moviéndose ligeramente al vaivén de las suaves olas y a pocos metros de un erosionado bidón de plástico azul. Un hombre que paseaba a su perro alertó a la policía de la presencia de un cadáver desnudo, posiblemente, uno más de los cientos de migrantes/refugiados ahogados procedentes de las costas de Túnez o de Libia. Una dotación de los Carabinieri acudió al cabo de 10 minutos. Por desgracia, el encontrar cadáveres de desdichados refugiados ahogados, se había convertido en una más de las labores habituales del cuerpo de policía en la pequeña isla de Lampedusa, en medio del Mediterráneo.

Los guardacostas y la Armada italiana trataban de crear una muralla invisible en el mar para impedir que los botes de refugiados llegaran a la isla, evitando así el tener que hacerse cargo de ellos.

Lampedusa, más cercana a África que al continente europeo, era la primera línea de la Unión Europea para regular el flujo masivo de migrantes desde las costas africanas nort-orientales, que huían de las penurias y de los conflictos armados en sus países de origen, buscando desesperadamente una oportunidad a la que aferrarse para conseguir una vida mejor.

El problema para Italia y para la Unión Europea era que, cuando los migrantes ilegales conseguían llegar a tierra y reclamar el estatus de refugiado, se veían obligados a prestarles ayuda humanitaria y cuidar de ellos, aunque fuese temporalmente. Por el contrario, los que perecían ahogados en el mar, dejaban de ser un problema para occidente y pasaban a ser simplemente, una tragedia.

Los policías dieron la vuelta al cuerpo inerte sobre la arena, comprobando que lo único que llevaba puesto consistía en un bonito anillo de oro en el dedo anular de su mano izquierda. Tenía la cara marcada por dos cortes profundos a cada lado que desfiguraban su rostro, y que por suerte, habían quedado lo suficientemente apartados de sus ojos.

También tenía una fea herida en el costado izquierdo y un fuerte golpe en la parte superior de su cráneo. El tono de su epidermis mostraba claros síntomas de hipotermia, pero lo que más sorprendió a la pareja de policías, es que el hombre estaba milagrosamente con vida, aunque su respiración apenas se percibía.

Solicitaron con urgencia una ambulancia mientras cubrían el cuerpo con unas mantas térmicas. Con toda seguridad no debía llevar mucho más de 36 horas en el mar, ya que el descenso de la temperatura de su cuerpo por más tiempo, habría causado su muerte. También era sorprendente que ningún tiburón hubiese dado buena cuenta de su apetitosa anatomía.

Al observar con mayor detenimiento su cuerpo, llegaron a la conclusión de que no era de procedencia árabe ni africana. Se trataba de un hombre de etnia caucásica de más de 1,85mts de estatura, muy musculado por la práctica intensiva de algún deporte, ojos azules y pelo rubio bien cortado. Se podía estimar su edad en unos 30-31 años. En el interior de su anillo, solamente había grabado un nombre de mujer… Isabel.

La ambulancia lo trasladó hasta el hospital del campo de refugiados en el centro de la isla, donde el personal sanitario de la ONG que gestionaba el hospital se hizo cargo de él.

Lo primero que hicieron el equipo de doctores fue sanear la herida del lateral, desinfectando y reubicando la parte de abdomen que luchaba por salir al exterior y cosiendo con sutura una cicatriz de más de 25cm. de longitud.

Después, con cirugía más o menos creativa, recompusieron las mejillas que colgaban de su rostro, quedando su cara con dos cicatrices siniestras en ambos lados de su faz. No fue en absoluto una cirugía de carácter estética, pero hicieron lo qué pudieron con los conocimientos y medios disponibles. Por último, tuvieron que inducirle un coma, ya que el traumatismo producido por el fuerte golpe en la cabeza, había aumentado la presión intracraneal y hacía peligrar su vida.

Dos semanas más tarde, las pruebas indicaban que la presión había descendido a niveles tolerables y decidieron sacarlo del coma. Se temía que sufriese algún daño neurológico, pero al cabo de 2 días despertó del coma con aparente normalidad física y cognitiva.

La realidad es que sí que existían dos disfunciones serias derivadas de su estado traumático. El primer problema era una total amnesia, pues no sabía quién era ni recordaba nada de su pasado, ni qué le había ocurrido hasta llegar allí. El segundo era que había perdido el habla, emitía sonidos guturales y onomatopeyas, pero no podía hablar. Sus cuerdas vocales habían sido erosionadas por el constante contacto con el agua salina y las bajas temperaturas, pero eso no era suficiente motivo para impedirle el habla. Con toda seguridad el problema era de carácter psicológico, pero aún no se podía estimar el alcance del trauma para entrever una posible solución.

A parte del anillo, el único rasgo distintivo del hombre, era una marca de nacimiento en forma de fresa, situada en el lado exterior del bíceps de su brazo derecho. Ante la imposibilidad de obtener ningún otro dato para identificarle, etiquetaron su expediente como “ il senza nome nº cinque - tre – quattro - due ” (“el sin nombre nº 5-3-4-2”).

La doctora María Vella se ofreció voluntaria para hacer el seguimiento de “Senza”, que fue como decidieron llamar al desconocido para abreviar. Era una mujer de estatura notable, rondando el 1.80mts., de piel tirando a oscura y pelo de media melena de un negro azabache luminoso. Destacaban de su anatomía unos pechos de talla sobresaliente, asombrosamente firmes, y un trasero poderoso del que partían hacia el suelo unas esbeltas y torneadas piernas. Sus ojos verde esmeralda y un rostro de facciones agradables, daban al conjunto un cierre brillante como mujer madura y ciertamente deseable.

Hacía 47 años que había nacido en la pequeña ciudad de Mdina, en Malta, y tenía una amplia y refutada experiencia en atención sanitaria en conflictos de guerra y de ayuda humanitaria por casi todo el mundo. Tres años atrás, había enviudado al perder a su marido, también médico, que quedó partido en dos al pisar una mina terrestre durante una misión de asistencia médica en Somalia.

Ella se había ocupado de solucionar la herida latero-abdominal de Senza y había tomado la decisión de inducirle el coma hasta que estuviera fuera de peligro. Al devolverlo a la consciencia, fue cuando se descubrió que no recordaba nada y que no podía hablar.

Pese al estado de debilidad de Senza, su cuerpo mantenía una apariencia musculosa, y María se dijo a si misma que ese hombre era un ejemplar macho de primera categoría y aunque se avergonzaba de reconocerlo, le encantaba su polla, de medida más que correcta y de apariencia, según la escala de valoración de María, realmente “hermosa”.

Estaba segura de que sin esas terribles cicatrices, Senza era un hombre verdaderamente guapo. En ese momento, mientras lo admiraba reposando en su cama de hospital, decidió que tarde o temprano se lo iba a follar. Sí o sí.

No es que María fuese promiscua en exceso, pero sí que era una mujer sexualmente activa. Solía tener sexo con algún compañero doctor o con cooperantes de las ONG’s. También tenía relaciones esporádicas con habitantes de la zona donde le tocaba estar, aunque todas esas relaciones eran puramente sexuales, sexo y solo sexo. El amor, para ella, se había esfumado de su vida con la muerte de su marido, el único hombre al que había amado de verdad. Como norma nunca lo hacía con pacientes a los que trataba, pero se convenció de que Senza iba a ser la excepción.

La primera vez que el desconocido despertó, al ver que no recordaba nada, que no podía hablar y al palpar con sus manos las vendas que cubrían su rostro, sufrió un episodio de ansiedad tan fuerte que María no tuvo más remedio que inyectarle unos sedantes que lo devolvieron al sueño profundo.

La segunda vez, la cosa fue un poco mejor ya que estaba más tranquilo y se concentró en comunicarse con la doctora. Ella empezó a hablarle en italiano, pero al ver que no acababa de comprender del todo, continuó en inglés. Senza la entendió perfectamente contestando con movimientos afirmativos o negativos de su cabeza y con los sonidos que le permitía su mudez. María le pasó un bloc de notas y un bolígrafo, pidiéndole que escribiera en el idioma o idiomas que mejor hablaba.

En primer lugar, escribió en español, luego en inglés, y por último con unos caracteres asiáticos, sin que María pudiese identificar en ese momento si se trataba de chino, coreano o japonés, confirmándole el joven que esa caligrafía era la coreana. María dedujo que si su idioma de referencia era el español, posiblemente procedía de España, aunque también podría ser de cualquier país latinoamericano. Como ella no dominaba casi nada de español, acordaron comunicarse en inglés.

La doctora intentó explicarle lo poco que sabían de él, como lo habían encontrado, los daños físicos que presentaba y las intervenciones a las que le habían sometido. El hombre se quedó especialmente desmoralizado al saber que su rostro estaba desfigurado e intentaba convencer a María de que le quitara las vendas de la cara para hacerse una idea del alcance de la “tragedia”. Ella le dijo que tenía que esperar unos días más para que no hubiese infecciones y que estaría a su lado para darle tranquilidad y apoyo en ese momento tan difícil.

Le entregó su precioso anillo de oro para ver si recordaba algo al verlo o al leer el nombre grabado. En ese momento, Senza se sintió mareado y reprodujo su estado de ansiedad de la vez anterior. Le faltaba el aire, sus pulsaciones se dispararon, la vista se le nublaba y empezó a temblar de frio, aunque la temperatura ambiente superaba los 30ºC.

María pidió a la enfermera que le inyectara un tranquilizante, que hizo efecto en pocos segundos. La doctora decidió que cuando acabase su jornada de trabajo, pasaría la noche al lado de su paciente, cosa que no había hecho jamás con nadie. No podía evitar sentir una interna necesidad de ayudar a ese hombre a recuperar su pasado y liberarlo del trauma psicológico que le impedía el habla, y porque no decirlo, también sentía una irracional atracción sexual desmedida hacia él, que le provocaba un estado de excitación que la descolocaba totalmente.

María también se quedó preocupada con la reacción de Senza al devolverle su anillo, ya que el brusco cambio en su estado le indicaba que el hombre había recordado algo al cogerlo. Habría que esperar a que se despertase para que intentara explicarle lo que había sentido o recordado.

Ya era noche avanzada cuando María entró en el box tras una larga jornada de trabajo. Encontró a su paciente sudando a mares y la bata que le cubría estaba totalmente empapada y adherida a su cuerpo. Comprobó si tenía fiebre, pero su temperatura corporal era la correcta.

Por los movimientos que hacía sobre la cama y los gestos de su cabeza, estaba teniendo una terrible pesadilla y aunque unas gasas cubrían sus dos mejillas, se podía percibir la tensión en su rostro. Intentó secar el sudor de su cuerpo con unas toallas, mientras comprobaba que poco a poco el hombre parecía relajarse y dejaba de angustiarse por las pesadillas.

Se sentó al lado de la cama con la intención de ir controlando su estado durante toda la noche, aunque debido al cansancio acumulado, no tardó en quedarse dormida en la silla. Sobre las 4 de la madrugada se despertó en un estado de excitación que la sorprendió. Acababa de tener un sueño erótico con Senza como protagonista. Mientras respiraba entrecortadamente, su mano se introdujo entre el elástico de su pantalón-pijama quirúrgico - no se había cambiado con ropa de calle – hasta tocar por encima la tela de sus braguitas que estaban exageradamente humedecidas.

-        ¿Cómo es posible que esté tan caliente?  - se dijo mientras dirigía su mirada al hombre que ahora dormía plácidamente en su cama - ¿Qué coño me está pasando con este tío?

Se levantó y puso una mano en la frente de Senza para tantear su temperatura, mientras su otra mano se apoyaba con suavidad sobre el pecho para comprobar que respiraba con normalidad. Sin saber muy bien porque, bajó la sábana hasta los pies del paciente y levantó su bata hasta poder ver con claridad el relajado pene del hombre, que cargaba hacia su lado izquierdo.

Sus ojos miraban hipnóticamente el objeto de su deseo mientras su mano se volvía a introducir en su pantalón, pero esta vez, atravesando la cobertura de sus bragas para hacer desaparecer un par de dedos en el interior de su encharcado sexo. Cerró los ojos mientras su mano trabajaba con ahínco para dar rienda suelta a su placer. Mientras mordía su labio inferior como gesto de la excitación que la invadía, en un momento que dirigió su mirada enajenada a la cara de Senza, pudo ver que él estaba con los ojos bien abiertos, mirándola fijamente.

Al sentirse descubierta, nerviosamente dejó de masturbarse, intentando simular que estaba haciendo una exploración a las heridas de su paciente. Pero sus mejillas enrojecidas, delataban la vergüenza por la que estaba pasando, así como los torpes movimientos que hizo para volver a cubrir con la sábana a Senza e intentar recolocarse correctamente su propia ropa.

Él no movió ni un solo músculo de su anatomía, pero seguía mirándola fijamente con sus ojos de intenso azul. María pensó por un instante que quizás, desde su perspectiva al estar tumbado en la cama, no había apreciado la situación en la que la habían “cazado”, aunque estaba segura de que se había dado cuenta de todo.

-        Siento haberte despertado – le dijo con voz trémula - pero quería ver como estabas después del episodio de ansiedad de esta tarde. Intenta volver a dormir y descansar, que mañana traeré un laptop para ver si podemos comunicarnos mejor. Hasta mañana – se despidió de él.

Mientras caminaba hacia la cortina que ejercía de puerta del box, intuía la mirada del hombre atravesándole la espalda. Se notaba temblorosa como un flan y con un sentimiento de sofoco y de vergüenza tal como una adolescente se sentiría con su primer beso robado.

-        Dios mío, ¿en qué demonios estaba pensando? – se torturaba - me estoy comportando como una guarra, ¿dónde está la profesionalidad y el respeto a los pacientes? Seré estúpida… seguro que se ha dado cuenta de todo… ¿Cómo voy a mirarlo a la cara mañana? Qué vergüenza … Dios. Tengo que parar… pero joder…que cachonda estoy…

Tras la marcha de la doctora, Senza se quedó meditando la situación que acababa de vivir, la excitación que él había provocado a esa espléndida mujer y las posibles implicaciones futuras. Lo cierto es que él también se había excitado mucho y en ese momento sentía como la sangre se acumulaba en su polla, creándole una rotunda erección. Pensó en masturbarse a la salud de esa hembra, pero una vez más le invadieron las visiones que provocaban su desazón y la erección desapareció por arte de magia en tan solo un minuto.

Desde que cogió ese anillo con sus dedos y vio el nombre grabado en él, no dejaba de visualizar unas imágenes que se repetían en bucle una y otra vez. Esas imágenes, que contenían dos secuencias diferenciadas, presenciadas a modo de flashes y vistas a través de una especie de neblina, le producían una angustia y un dolor en su interior imposible de verbalizar.

En la primera secuencia, él se notaba tumbado en lo que bien podría ser un sofá, mientras entreabría los ojos y se sentía muy mareado. Con una cierta bruma en su mirada, podía ver en el centro de la estancia a una mujer desnuda de magnífico cuerpo.

Estaba colocada en el suelo a cuatro patas sobre una mullida alfombra mientras un hombre penetraba su coño con extrema violencia desde atrás, dando tirones de la larga cabellera rubia de la mujer. Simultáneamente, otro hombre se la estaba follando por la boca, introduciendo su nada desdeñable polla hasta el fondo de su garganta, produciéndole alguna arcada.

Oía parte de su conversación, lo que le provocaba dolor y una tremenda ira, aunque era incapaz de exteriorizarla.

-        Que puta eres, nos vas a dejar secos del todo – decía el hombre que la follaba desde atrás.

-        Creo que nos está mirando – decía preocupado el otro hombre mientras sacaba su pene de la boca de la mujer y se apartaba de ella -

-        Deja que mire…ahgg – decía ella girándose hacia el silencioso espectador y mostrando una sonrisa – que vea… ughh… lo zorra que soy… delante de sus… ahgg narices. Me pone… maaasss…cachonda…

Percibía claramente la cara de la hermosa mujer, pero la de los hombres aparecían totalmente difuminadas. Tampoco era capaz de reconocer sus voces y entonces, todo se oscurecía y desaparecía de su consciencia.

En la segunda visión, al abrir los ojos, él se encontraba en el mismo sitio y misma posición, pero ahora tenía el rostro de esa mujer a un escaso metro de su cara y ella le miraba directamente a los ojos mientras él se sentía completamente inmovilizado.

La rubia estaba siendo doblemente penetrada por dos hombres sin rostro, tenía su coño empalado por la polla del hombre que estaba debajo suyo, mientras el otro hombre taladraba su culo desde atrás. La mujer soltaba unos escandalosos gritos de placer, disfrutando del sándwich a la que se sometía. Sus ojos transmitían una desmedida lujuria y una total entrega al desenfreno de las simultáneas penetraciones.

-        Que zorra eres… ¿Cómo puedes ser tan cruel haciéndolo a dos palmos de su cara? Como te pasas. – decía el que estaba debajo -.

-        Aghygg… quiero que esta sea la visión …ughh… que tenga… ahgg… de mí… folladme… cabrones… que vea como… aaghh… se hace…- decía ella mirándolo directamente a los ojos -.

-        Pobrecito – se reía el otro mientras le clavaba su verga una y otra vez hasta el fondo del culo – eres la mayor guarra del mundo. Como de dura me la pone tu perversión… puta, te vamos a partir en dos delante de este capullo… que lo vea por última vez…

La secuencia desaparecía lentamente envuelta en una nebulosa, mientras él sentía que se le escapaba la vida.

Esas eran las terribles visiones de Senza y estaba totalmente convencido de que esa mujer era alguien importante en su vida. Si había asociado esas imágenes a un anillo de casado con el nombre de Isabel grabado, se podría deducir que Isabel era o había sido su esposa, y que estaba siéndole cruelmente infiel con unos hombres indeterminados. El hecho de que esto le producía ese profundo dolor, se podía interpretar de que él aún amaba a esa mujer, aunque también podía ser que su mente le estuviese jugando una mala pasada.

Pero verlo idénticamente repetido tantas veces en su cabeza, ¿no eran una clara muestra de que sus deducciones se aproximaban a la realidad?

El sopor y el cansancio le envolvió mientras pensaba en todo esto y al desaparecer la tensión, acabó por transportarle a un relajado sueño.

Incorporado en la cama, acababa de dar buena cuenta de un sencillo desayuno. La cortina de su box se deslizó hacia un costado conducida por la mano firme de la doctora María Vella, mientras su otra mano sujetaba un ordenador portátil.

-        Buenos días, ¿qué tal has dormido? – saludó formalmente la doctora mientras acercaba la silla a su lado y plantaba el PC sobre las piernas de Senza. - Vamos a ver cómo te defiendes con este trasto – continuó mientras desplegaba el laptop que ya mostraba el procesador de texto activo –.

-        Buenos días doctora, he dormido muy bien después de su “agradable” visita – escribía Senza con una rapidez endiablada -.

-        Joder, que velocidad de escritura – se le escapó a María interpretando un cierto retintín en la palabrita “agradable” –, se nota que dominas estos cacharros.

Senza, en el mismo instante que pulsó la primera tecla, sintió que estaba enormemente capacitado a todo lo referente a la informática. Y a otras disciplinas tecnológicas también. Por su mente pasaron en unos segundos miles de códigos de diferentes lenguajes de programación, algoritmos y fórmulas matemáticas extremadamente complejas, esquemas de hardware y de equipos electrónicos, claves encriptadas, que de pronto, tenían para él tanto sentido como si de su lengua materna se tratase. Así de fácil, todo asimilado en tan solo unos segundos.

María se percató de que algo le pasaba:

-        ¿Te ocurre algo?, ¿Qué estás recordando?

Él, intentó explicarle lo que estaba sintiendo, escribía a tal velocidad que María era incapaz de leer al mismo ritmo que la escritura. Al terminar de digerir la extensa explicación de Senza le dijo:

-        Pues si todo eso es tal como lo cuentas, como mínimo has tenido que estudiar alguna carrera técnica o de ingeniería.

-        Creo que… cuatro… – respondió él mientras era consciente de sus conocimientos – Ingeniería de Telecomunicaciones, Ciencias Exactas, Ingeniería Electrónica e Ingeniería Informática. Lo tengo bastante claro, aunque no sé ni cuándo ni dónde.

-        Vaya – le soltó alucinada – va a resultar que tenemos a todo un “coco” con nosotros.

-        Pues eso parece – su mirada se volvió tímida -.

-        Bueno, en algo hemos avanzado – le decía María con su cabeza cada vez más cerca del torso de él para poder leer sus respuestas en la pantalla - ¿te ves capaz de explicarme lo que sentiste al coger el anillo? Si te produce ansiedad lo podemos dejar para otro momento. – la sola cercanía del cuerpo de ese hombre producía un efecto excitante que se transmitía por todos los poros de su piel -.

-        No se preocupe… intentaré explicarlo, aunque no estoy convencido de su significado real.

Senza relató las imágenes que le vinieron a la mente tras coger el anillo y que se repetían en sus sueños. Por prudencia o por inconfesable vergüenza, omitió la parte de componente sexual. Explicó el dolor que le producía el solo hecho de la visión de esa mujer entre neblinas, y las teorías que se había formado sobre ella.

-        Pues creo que tus conclusiones no van desencaminadas. También pienso que Isabel debe de ser tu esposa, aunque no acabo de entender el por qué su imagen te produce tanto dolor.

-        Yo tampoco – mintió, pero al instante dejó de escribir –.

-        ¿Te ocurre algo? ¿he dicho alguna cosa que te ha molestado?

Senza miraba los ojos de la doctora evaluando si podía confiar en ella y contarle toda la realidad de sus visiones. Llegó a la conclusión de que no tenía a nadie más que a ella y que, anécdota de la pillada masturbatoria aparte, había demostrado su implicación profesional hacia él.

Decidió explicarle con pelos y señales todos los detalles de la terrible infidelidad que en apariencia había sufrido. Lo escribió de la manera más descriptiva de lo que fue capaz. Tras leerlo con preocupada atención, la doctora dijo:

-        Parece terriblemente cruel. Creo que, si has vivido todo lo que describes, bien podría ser lo que te ha causado ese trauma psicológico y provocado todo lo demás.

Mira, yo no soy especialista en esto de la mente y solo debería ayudarte en la parte física. Lamentablemente todos nuestros psicólogos están saturados atendiendo a tantos refugiados con problemas provocados por el horror que han vivido. Pero quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que sea…, por poco que pueda acompañarte para recuperar tu pasado, me esforzaré en ello.

-        Se lo agradezco doctora, aunque no sé si soy merecedor de ocupar toda esa parte de su tiempo. Debe de tener miles de obligaciones.

-        Tienes razón, pero digamos que me lo tomaré como un reto personal – dijo María mostrando una franca sonrisa – y en mi tiempo libre hago lo que me apetece – su entonación pareció más sensual de lo debido -.

-        De acuerdo doctora, espero poder compensarla algún día.

-        Tenlo por seguro – contestó con una pícara sonrisa – y como vamos a pasar bastante tiempo juntos, te ruego que me tutees. Sé que soy mayor que tú, pero tampoco soy tan vieja. Llámame María.

-        Me parece bien… María, y con hablarte de usted no pretendía llamarte vieja, al contrario, creo que… estás estupenda – hizo una pausa y volvió a teclear – corrijo… mucho más que estupenda – sus ojos azules buscaron a los verdes de ella-.

-        Vaya, acabas de elevar mi ego por encima de las nubes - ella sentía “un no sé qué” en su interior al escuchar los piropos de Senza que le encantaba -.

-        Es la verdad, no hay más que mirarte… tu cuerpo … tu todo…, y dicho esto… lamento insistir en el tema… necesito… ver mi cara. Ya sé que es precipitado, pero puede que me ayude a recordar algo.

-        Senza, la herida del costado va muy bien y pronto podrás moverte y hacer ejercicio para recuperar tu tono muscular. Está claro que practicabas algún tipo de deporte con cierta intensidad, ya que tu cuerpo – cerró sus ojos por un breve instante imaginando su cuerpo desnudo y sintiendo un escalofrío placentero - … bueno… salta a la vista.

Pero las cicatrices de las mejillas aún no tienen el mejor aspecto y estarán supurando. Tendremos que hacer curas durante algunos días hasta que se cierren correctamente y los puntos desaparecerán y no se notarán. Luego verás que las marcas ya no serán tan terribles y si te dejas una barba poblada, quedarán ocultas y perfectamente disimuladas. El impacto psicológico te afectará menos si esperas a que tengan mejor apariencia.

-        María, por favor, quiero hacerlo ahora, lo necesito.

-        Está bien, - dijo mientras pensaba unos segundos - espera un momento que voy a pedir ayuda.

La doctora salió del box y al cabo de cinco minutos regresó acompañada de un enfermero que portaba el material necesario. Senza estaba sentado en la cama cuando el sanitario, con unas pinzas esterilizadas, procedió a sacar con extremo cuidado las gruesas gasas que cubrían sus heridas.

Las cicatrices tenían los bordes ligeramente sonrosados e inflamados, y también se apreciaba una leve supuración húmeda cerca de los puntos. La doctora estaba acostumbrada a ver los procesos de cicatrización y no le impresionó en absoluto ver su estado. Mientras el enfermero acercaba un espejo rectangular, María cogió con fuerza la mano de Senza.

Él, al verse reflejado en el espejo, no movió ni un músculo ni tampoco emitió ningún sonido. Solo dos lágrimas descendieron desde sus ojos hasta las heridas, provocando un tenue escozor.

En ese momento, invadido por el dolor y la rabia, se conjuró que cuando descubriese lo que había pasado en su vida hasta llegar allí, los causantes lo iban a pagar y para ellos, no habría perdón…