Sin marcha atrás – Capítulo VII

Él termina de darse cuenta de que en el fondo y en el exterior ya es una mariquita.

Caminamos todo el trayecto, para ese momento, producto de la falta de costumbre, mis pies comenzaban a dolerme por el uso de mis sandalias, pero, aunque estaba adolorida, seguí caminando hasta que llegamos. No era un hotel 5 estrellas, pero tampoco uno de paso, se diría que un término medio. Subimos por el ascensor hasta el cuarto que ella ya tenía reservado. Una vez adentro ella me ordenó quitarme toda la ropa, a excepción de la lencería y los zapatos, para después recostarme. Mientras estaba en eso vi que ella buscaba algo dentro del armario, supongo que ella ya había estado aquí. Una vez recostada, ella se acercó con un objeto que no reconocí, ella dijo que era una varita mágica, y enseguida entendí por qué. Al encenderla comenzó a vibrar, y en ese momento ella la colocó en el centro de mi entrepierna, por encima de mis pantaletas y mi toalla. Inmediatamente comencé a sentir una excitación que nunca había experimentado. Mi clítoris intentó ponerse duro, pero no lo consiguió. Ella vio que me gustaba, así que manipuló hábilmente su juguete mientras me ordenaba acariciarme los pezones. Continuó así por unos minutos más hasta que sentí que iba a eyacular; ella se dio cuenta de ello porque para ese punto yo había a lanzar varios gemidos de placer, gemidos puramente femeninos, que nunca había lanzado antes.

-Pídeme permiso para venirte, maricón.

-Por favor, ¿puedo venirme?

-“¿Puedo venirme, ama?”

-Por favor, ¿puedo venirme, ama?

-No lo sé, ¿no se supone que eres hombre? Un macho no se viene por usar una varita mágica así, no anda por las calles luciendo joyitas con flores y maripositas, no se deja depilar y decorar sus uñas, no deja que encierren su verga ni que le metan un juguete por el culo para dilatarlo, no se acaricia los pechos bajo su brasier, es más, no usa brasier ni pantaletas ni lleva en ellas una Kotex para simular que está en sus días, ni tampoco va por las calles caminando entaconado. No, tú debes ser una puta mariquita. Dime, ¿qué eres, un hombre o una mariquita?

-S-S-Soy una mariquita, ama…

-Así es, eres mi mariquita, mi perrita en celo. ¿No es así?

-Sí… Soy su mariquita, una zorrita, una perrita en celo… ¿P-Puedo venirme, ama?

-Si tanto insistes, adelante.

Esa humillación fue suficiente para hacerme tener el mayor orgasmo de mi vida hasta ese momento. Extrañamente, esta vez no me sentía avergonzada, estaba orgullosa, me había fascinado. “¿Ahora ves las ventajas de ponerte una toalla?”, dijo ella.

Tras esa experiencia me ordenó quitarme el brasier. Ella fue de nuevo al armario, y a su regreso me mostró un par de piezas de silicona, eran senos postizos. “Son copa B, te quedarán fabulosos”, dijo. Los presentó sobre mi pecho desnudo y cuando la posición le convenció aplicó pegamento en ellos, presionándolos contra mi piel posteriormente. Estuve recostada 15 minutos, hasta que me ordenó levantarme; la diferencia era gigantesca, los sentía jalar mi piel y modificar mi postura. Ella me ordenó caminar, pero al primer paso casi me caigo. “Jajajaja… serás una experta usando tacones, pero eso era antes de que tuvieras esas tetas”, dijo, y comprendí que casi tendría que reaprender lo que sabía, aunque no fue tan complicado, pues después de unos 10 minutos ya había encontrado mi centro de balance, pero para entonces me dolía ya el pecho, y así se lo hice saber. Ella me colocó la parte superior del baby doll que habíamos comprado; era delgado, pero aun esa pequeña prenda me ayudó a aliviar la carga sobre mi pecho y mi espalda. Posteriormente me hizo retirarme las pantaletas y me dio las que eran parte del conjunto de mi lencería nocturna, ya ella se había encargado de colocar una toalla sanitaria limpia en ellas. Me tomó de la mano y me dirigió a la cama.

“Es hora de dormir, princesa. Mañana nos espera un día emocionante”, aunque creo que ni ella creía mucho eso, ya que apenas me empujó a la almohada para recostarme aproximó su cara a la mía y procedió a darme un largo y sensual beso. Ella comenzó a explorar agresivamente mi boca, mientras acariciaba mis senos que, aunque falsos, me causaban una euforia tremenda. Definitivamente en este momento yo era la pasiva. Tras unos instantes se separó de mí, se levantó, pero sólo para llevar su entrepierna a mí. Su vagina había quedado frente a mi boca, entonces me señalo que metiera mi lengua entre sus labios y chupara su clítoris. No sabía cómo era una vagina ya que nunca había visto una antes en vivo, pero algo no me cuadraba del todo, aún así obedecí y empecé a darle placer. Supongo que estaba muy excitada, ya que en breve depósito un fluido en mi cara y mi boca, y a la vez que lo hizo soltó un alarido de placer que seguro se oyó en los cuartos contiguos.

“Por eso me gustan las lesbianas, porque saben lo que nos gusta”, dijo sin mucho reparo. Tras eso limpió mi cara de su fluido y los restos del labial que llevaba, posteriormente entró al baño a cambiarse, así que supuse que también había llevado su muda de ropa, aunque antes de ello hurgó un poco en mi bolso y me entregó mi cajetilla y encendedor. “Toma uno para que se te baje la emoción, y después a dormir. Ah, y no te quites los zapatos, quiero que duermas con ellos para que tu pie se acostumbre”. Me aproximé a la ventana para no inundar la habitación con el humo. Mientras degustaba mi cigarrillo caí en la cuenta de la vista que seguro brindaba a cualquiera que se animara a voltear a ver hacia donde estaba, pero ya no me importaba realmente. Creo que ya no estaba para avergonzarme en este punto. Terminé un cigarrillo más aparte antes de contar cuántos había consumido ese día: 10 en total; bien, supongo que ahora podía decir orgullosamente que era una fumadora consumada, así que apagué la colilla y me retiré a mi cama. Pese a todo, seguía excitada con los sucesos del día, seguía necesitando liberación. Intenté estimular mi clítoris tocándolo por encima de la jaula, pero no sirvió de nada. Entendí entonces que tendría que intentarlo de otra manera, así que lleve las manos a mis pechos falsos, que, aunque no me brindaban la suficiente sensibilidad, era suficiente para calentarme un poco más, aunque aún no me bastaba.

Me paré un momento al baño, y ahí me miré detenidamente por primera vez en todo el día. Mi rostro lucía como el de una joven chica de mi edad, limpio y sin imperfecciones, con una mirada seductora, pero a la vez tierna, resaltada por mis cejas arqueadas y mis pestañas rizadas. Ladeé mi rostro un poco más para poder explorar mis aretes, realmente hacían realzar mis orejas, haciéndolas lucir súper femeninas; luego exploré la perforación de mi nariz, nunca me habían llamado la atención estas joyas, pero me encontraba fascinada con lo bien que me hacía lucir. Me retiré un poco del espejo para analizar mejor mi cuerpo; los senos postizos no lo parecían bajo el baby doll, y este dejaba ver que mi ejercicio había dado frutos, ya que mostraba una cintura y un abdomen definidos a la perfección para una joven mujer, quedando resaltados bellamente por el piercing que adornaba mi ombligo. Exploré un poco más la jaula de castidad, quién diría que esto controla tan bien esos horrendos impulsos masculinos. Al verme pude ver que, de no ser por mi entrepierna y mi cabello corto, cualquiera vería a una joven chica, lo cual me dio una sensación de paz. Finalmente llevé mis manos hacia mi ano, pudiendo delimitar perfectamente el cristal en forma de corazón que decoraba al plug anal. Lo empujé un poco, lo cual, aunque me causó una ligera incomodidad, también fue una sensación placentera. Habiendo realizado esto, me apresuré a regresar a mi cama.

Comencé a jugar con mi plug, lo fui empujando con mi mano para que ejerciera más presión en mí, primero lentamente, pero poco a poco fui subiendo el ritmo, lo cual me comenzó a excitar una vez más. Pronto el ritmo que podía alcanzar mi mano ya no era suficiente para darme placer, así que me recargué contra la cama de tal forma que mi plug se recargaba contra el colchón. Comencé a dar como pequeños brinquitos, y para este punto luchaba para no gemir y despertarla a ella, que ya estaba profundamente dormida. Seguí así por unos minutos más, y llegó el punto en donde pude sentir el inicio de un poderoso orgasmo. Aumenté el ritmo para poder llegar al climax, y cuando menos lo esperé estaba eyaculando, nada más y nada menos que por pura estimulación anal, sin siquiera haber tocado mi clítoris. Agradecí una vez más haber estado usando mi toalla sanitaria, de lo contrario la escena hubiera sido un desastre. En ese orgasmo usé lo último de energía que me quedaba por el día, caí profundamente dormida casi al instante.