Sin marcha atrás – Capítulo IX

Hora de un poco más de exposición para la mariquita. Esta vez, en una plaza.

Apenas salimos del hotel encendí el primer cigarrillo del día, no había fumado desde la noche anterior y mi cuerpo me imploraba a gritos por uno; no cabía duda, ya era adicta a ellos. El camino esta vez fue incluso más humillante, no había forma de que pasara como mujer, a pesar de cómo iba arreglada. A pesar de que soy esbelta, la testosterona ha causado algunos estragos en mí, por lo que mis hombros son algo más anchos de lo usual para la mujer promedio; la playera de ayer lo disimulaba algo, pero el crop top que ahora vestía se encargaba de resaltarlo más. Tal vez no hubiera sido mucho problema, finalmente sí hay mujeres de torso amplio, de no ser por los leggins que vestía. Tal vez hubiera podido trucar mi clítoris para lograr que mi frente se viera plano, pero la jaula lo impedía por completo, e incluso lo hacía resaltar; y, para colmo, cuando pude reflejarme con un poco de calma en un cristal me di cuenta de que yo sola me había metido en camisa de 11 varas: lo ajustado de los leggins hacía delatar que llevaba puesta mi toalla. Eso, sumado a mi corte masculino, evidenciaba mi estatus como maricón, y así lo dejaban ver los comentarios que escuchaba de la gente a mi alrededor. Ayer me sentía con mucha confianza, pero con esta ropa la confianza me abandonó. Supongo que eso mismo quería ella.

La verdad no sabía a dónde iríamos esta vez, ni siquiera sabía si quedaba mucho por hacerme. Así seguimos por cerca de dos horas, y ni siquiera los 5 cigarrillos que fumé en ese lapso conseguían calmarme. Ella estaba disfrutando de exhibirme como si fuera su perrita (no fue intencional el juego de palabras). Por fin vi que decidió un rumbo, resulta que fue plan con maña el de ella: no podíamos ir a ningún lugar aún… porque era tan temprano que muchos locales todavía no habían abierto, así que lo aprovechó para humillarme. Nos dirigimos esta vez a una famosa plaza comercial, paseamos por todas las plantas al menos una vez, y finalmente nos dirigimos a una tienda orientada a ropa y accesorios para jóvenes mujeres. Las dependientas me dirigieron varias miradas de curiosidad, pero no pasó de ahí. Supuse que para ellas una venta es una venta, y tal vez no sería la primera vez que ven a alguien como yo.

Ella me dijo que esta vez tendría un poco de libre albedrío, podía elegir cualquier ropa que yo quisiera, pero con 2 condiciones: debería tener ropa para armar tres conjuntos totalmente distintos y tendría que ser ropa indiscutiblemente femenina, nada que fuera de corte andrógino o unisex ni siquiera. Podía, si quería, incluso comprar zapatos que fueran con la ropa, con la misma condición del día anterior: no menores a 12 cm de tacón. Podía ser incluso en el estilo que yo quisiera: sugerente, coqueto, tierno, etc. Inmediatamente me puse a la búsqueda.

Lo primero que llamó mi atención fue un vestido negro de apariencia aterciopelada, no tenía mangas y al presentarlo frente a mí vi que me llegaría aproximadamente a medio muslo. En mi búsqueda por ver con qué podría armar un conjunto me topé con una hermosa blusa blanca con cuello redondeado y mangas a ¾, y posteriormente unas medias con decorado de gatito. Pensé que tenía listo un conjunto, considerando incluso que podría ir con mis tacones clásicos de ayer, pero ella me hizo la aclaración de que debería incluir accesorios, así que busqué y encontré un collar con una luna menguante y un anillo con un conejito. El conjunto obtuvo su aprobación, así que me dispuse a armar un segundo conjunto. Esta vez me topé con unos jeans entubados azules con bordados de mariposas a lo largo de los glúteos y parte de los muslos. Buscando que iría bien con ellos me tope con una blusa abombada color roja con mangas holgadas en ¾. Me puse a pensar que no tenía los zapatos adecuados para este conjunto, pero buscando encontré unos pumps rojos con la punta abierta y plataforma de sólo 2 cm, y supe que tendrían que ser míos. Como accesorios elegí unos lentes de sol, un par de anillos dorados sencillos y unos aretes de aro de como 4 cm de diámetro. Obteniendo su visto bueno me dispuse a buscar algo más, pero nada llamaba mi atención hasta que vi una falda tableada de mezclilla. Para acompañarla me decidí por un crop top muy parecido al que ella llevaba, pero este con acabado brilloso, para el conjunto pensé en usar las sandalias o las botas que llevaba puestas, así que pasé directamente a los accesorios, eligiendo un par de aretes colgantes con estrellas y unas pulseras de piel falsa.

Tras haber elegido la ropa ella solicitó un probador. Me probé prenda por prenda, y afortunadamente todas me quedaron a la perfección. Tras probarme el último conjunto, que había sido el de jeans con blusa roja, ella me dijo que había elegido un conjunto más para mí. Tendría dos opciones, llevarme el conjunto que ella me había elegido puesto (pagando primero, eso sí, para evitar lo de la tienda de lencería), o salir usando la misma ropa con la que había entrado. No quería tomar una decisión a la ligera, así que le pedí primero probarme lo que ella había escogido. El conjunto era un crop top blanco de manga corta, casi como una camiseta, con la frase “GIRL POWER” impresa en letras grandes y rosas al frente, y unos shorts de mezclilla, casi como los que usaba Daisy Duke. Al verme al espejo así me sentí sumamente expuesta, sin embargo al ver mi entrepierna pude ver que la mezclilla disimulaba mucho mejor mi pequeño “defecto” de ahí, aunque era mucho menos tela. La decisión estaba tomada. Pagamos y pasé a cambiarme de ropa antes de retirarnos. Mis piernas con esos shorts y las botas de tacón alto se veían largas y sensuales, mi piercing en el ombligo resplandecía con la luz, y ella me indicó que me pusiera las pulseras de vinipiel y uno de los anillos dorados para completar el look. Realmente comenzaba a preguntarme acerca de las intenciones de XXXX: un momento me estaba humillando, al siguiente me estaba empoderando.

Con mi confianza renovada, salimos de la tienda. Yo necesitaba una vez más un cigarrillo, así que salimos momentáneamente y las dos degustamos uno. Regresando a la plaza nos dirigimos esta vez a una tienda de maquillaje. Ella no perdió mucho más tiempo, aclarando que yo era un chico que buscaba asesoría. Los dos dependientes que nos atendieron, un chico y una chica, fueron muy amables conmigo. Ambos dedicaron un poco de tiempo a enseñarme qué tonos me iban mejor, a disimular las imperfecciones que me pudieran salir con los distintos de colores de corrector y cómo lograr un mezclado perfecto de mis sombras de ojos. Para cuando terminamos ahí lucía un maquillaje fabuloso, con un smokey eye en tonos cafés y grises, mis ya pronunciadas pestañas luciendo aún más largas y voluminosas tras una generosa capa de mascara, y contorneado muy sutil en tono durazno y un labial rojo exquisito acentuado con brillo labial, ambos de larga duración; además, iba surtida de numerosos implementos de belleza más, entre sombras de ojos, base, polvos, labiales, rizador… todo lo que una chica necesita.

Salimos una vez más, y en este momento sentí que el mundo me pertenecía y así quise demostrarlo, exagerando un poco más mi contoneo de caderas, llevando la frente en alto y cuidando en cómo sostenía mi cigarrillo. Poco había ya que me delatara como “hombre”.

-¡Eso, nena! Estás que ardes. – Dijo ella.

-¡Gracias!

-Si ahora lo disfrutas, sólo espera a nuestra siguiente parada.