Sin límites (III: Paola)

Ernesto decide buscar una explicación a lo que acababa de presenciar y su sirvienta Paola le explica.

Paola estaba terminando de limpiar el piso de la cocina. Era realmente hermosa. Su cuerpo se movía con ligereza y sensualidad, aún cuando estaba trabajando.

Por alguna razón que no pude saber, ya que estaba de espaldas a mí, tuvo que inclinarse y entonces se me presentó una visión paradisíaca.

No estaba usando bragas y todo su culo se me ofreció como un manjar, junto a la fugaz visión de su entrepierna. Aquello fue la gota que colmó la copa de mi sensatez.

Abrí la puerta de golpe. Ella se incorporó con rapidez y se volvió. Al verme sus ojos se agrandaron en una expresión de sorpresa. Era evidente que no me esperaba. Eso quería decir que estaba al tanto de la conversación que yo había tenido aquella mañana con mi esposa. Pero, ¿cómo lo sabía?, ¿acaso Yolanda se lo había dicho?, ¿o es que estuvo presente mientras "conversábamos"? De ser así, entonces lo dicho por Carmen era cierto, y quien le daba placer a Yolanda en aquel instante era precisamente Paola.

Me fui acercando lentamente. Ella se fue calmando, pero su vista bajó y notó el bulto de mi entrepierna. Pude ver su cambio de actitud, de asombrada a complacida, y decidí continuar adelante.

Me detuve y me abrí el pantalón, me bajé el slip liberando al prisionero, que saltó casi de alegría. Los ojos de Paola brillaban ahora de deseo. Sin decirme una palabra terminó de acercarse, se agachó ante mí y comenzó a mamarme la verga. Su lengua iba de la punta hasta las bolas, por todos lados, mojándome por completo, preparando el camino para lo por venir. Con su mano retiró la capucha y mi glande apareció, brillando de excitación. Abrió la boca y se fue introduciendo la verga con suavidad, casi con ternura, pero no paró hasta tenerla toda en la boca. En su garganta se notaba el bulto. Estaba, pues, ante una mamadora experta, que sabía lo que hacía. Sus ojos me miraban fijamente, como pidiendo la aprobación por lo que estaba haciendo. Le sonreí y acaricié su cabello, soltándolo. Al hacerlo se esparció sobre sus hombros. Era una visión de veras bella.

Paola se sacaba la verga casi por completo, para después volver a tragarla. Así estuvo un buen rato, pasando sus manos por mis bolas, por mis nalgas, hasta que de pronto dejó mi verga por completo afuera, por lo cual dejé escapar un gruñido de protesta. Pero lo bueno estaba por venir. Con una mano comenzó a pajearme con lentitud, mientras me pasaba la lengua por los cojones. Su lengua me acariciaba con tanto gusto que pronto me acerqué al orgasmo. El placer que estaba recibiendo, más todo el tiempo que tuve que contenerme en la planta alta, me estaban jugando una mala pasada. Ella se dio cuenta y rápidamente cogió mi verga para metérsela en la boca, pero ya los chorros de semen estaban saliendo disparados como balas de cañón. Sin embargo, ella no tenía previsto perderse la carga, por lo que abrió la boca para atraparlos al vuelo y aunque algunos cayeron sobre sus mejillas y sus ojos, no perdió ninguno. Después se metió la verga hasta lo último y los chorros finales fueron directamente a su garganta. Siguió chupando con ansia, hasta que mi verga comenzó a ponerse flácida. Entonces se pasó los dedos por la cara, recogiendo el semen allí depositado, para después lamerlos con el gusto retratado en sus ojos.

Ay, señor – suspiró – me encanta su lechita. Muchas veces observé a escondidas cuando la señora se lo hacía y la envidiaba con todas mis fuerzas.

Su cara estaba junto a mi verga, mientras sus dedos continuaban acariciándome las bolas.

En esos momentos me masturbaba con loca, pensando que era en mi boca donde usted se corría – me dijo casi en un susurro y me besó la verga – Pero ahora todo eso es realidad, mis sueños han cobrado vida, al fin tengo su tremenda verga entre mis manos y mis labios, y pronto la tendré donde usted quiera.

Sí, Paola, ahora tienes lo que buscaba, aunque no sé por qué me imagino que no era solamente mi verga lo que te excitaba – le dije mientras la levantaba y la acercaba a mí.

No sé a que se refiere el señor – me respondió un poco asustada.

Muy bien que lo sabes – le tomé la barbilla y la obligué a mirarme – No tienes que asustarte, hace una hora que estoy en casa y estoy al tanto de todo.

Ay, Dios mío ..., perderé mi empleo.

Esto fue lo que se escapó de sus labios mientras casi comenzaba a sollozar.

Mira Paola, si me cuentas todo, te prometo que no pasará nada, será un secreto entre los dos.

Mientras le hablaba introduje una mano entre sus piernas y comencé a acariciar su raja, primero su pubis y después con mis dedos recorriendo los labios exteriores.

Las caricias surtieron efecto, y no sólo en ella. Su cuerpo fue relajándose al tiempo que mi verga volvía a la vida, poniéndose aún más dura que la vez anterior. Pero ahora sería yo quien marcaría el ritmo.

Para que veas que no soy malo – le dije sin dejar de acariciarla – primero voy a hacerte gozar con esta verga que tanto has deseado.

Paola no dejaba de suspirar, ya sus manos habían desabotonado mi camisa, porque la chaqueta estaba arriba, en el balcón. Dejarla allí había sido un descuido imperdonable, pero ahora no podía detenerme. Terminé de desnudarme por completo y comencé a desvestirla. Tenía la piel tersa y las tetas pequeñas, pero paraditas, con unos pezones que la excitación hacía apuntar al techo. Sus nalgas eran perfectas, un verdadero manjar.

Comencé a lamerle el cuello, mientras mis manos acariciaban sus nalgas. Al pegarme contra su cuerpo, ella sintió la dureza de mi verga en su vientre y se estremeció, lo pude notar. Continué besándola, acariciándola, despacio. Con mis dedos comencé a recorrer el surco entre sus nalgas hasta llegar a su orificio trasero, que empecé a acariciar en círculos. Aquello le gustaba mucho, porque no dejaba de suspirar y de besarme. Sus pezones puntiagudos y erguidos me pinchaban el pecho. Paola se oprimía contra mí como si quisiese fundirse con mi piel.

Poco a poco me fui separando de ella, sólo para que los dedos de una de mis manos se enredasen en su pubis, dando pequeños tirones que la hacían estremecer. Simulando un descuido, rocé su clítoris y el salto no se hizo esperar, como si fuese tocada por corriente eléctrica. Estaba hinchado y duro, realmente era algo fuera de lo normal. Ella se dio cuenta y me dijo al oído:

¿No le gusta, señor?

Claro que sí – me apresuré a decir – Es que nunca me había encontrado con algo así.

¿Sabe que pasa, señor? – me dijo – Es que desde hace mucho tiempo que me gusta correrme una paja cuando me baño. El contacto del agua me excita enormemente.

La miré a los ojos con la lujuria saliéndoseme del cuerpo.

Me gustaría verte hacerlo, pero creo que será en otro momento – y la besé en la boca entrelazando mi lengua y la suya – De todas formas, creo que no sólo masturbándote se te ha puesto tan grande y sabroso.

Claro, mi señor – cada vez que me llamaba así me sentía como su amo – También otras cosas han ayudado.

Está bien, después me cuentas.

Aquella simple frase fue como una orden para ella. Agarró mi polla con una de sus manos y empezó a pasársela por el pubis, por la raja, restregándola contra su abultado clítoris. De esta forma fue mojándola en sus jugos. A mí también me comía la excitación y le dije:

Ven, te voy a acostar sobre la mesa – la agarré por la cintura y la subí, separando sus piernas – Ahora sentirás lo que tanto has deseado.

Con mi glande fui separando los labios vaginales, de los cuales fluía un líquido blancuzco en gran cantidad. Lentamente fui recorriendo toda su raja, haciendo presiones leves en los puntos más sensibles, llevando a Paola al extremo de la excitación.

No aguanto más, señor – me dijo al tiempo que elevaba las piernas – Métamela hasta el fondo, que lo necesito

Y la complací. Se la fui metiendo despacio, para que disfrutase de cada pulgada. Mientras se la metía, amasaba sus pequeños senos con mis manos, retorciendo sus pezones. Cuando al fin la tuvo toda dentro, me incliné y comencé a lamerle las tetas. Pasé la lengua por sus pezones, mojándolos, chupándolos con arrebato, sin dejar de bombear en su coño. Me incorporé y las embestidas las hice más espaciadas. La sacaba casi completa y bombeaba durante unos instantes, pero sólo introduciendo unas 2 pulgadas. Aquello la estaba enloqueciendo, ella quería tenerla toda dentro, pero eso era precisamente lo que yo buscaba. Cuando el deseo le hacía elevar las caderas, yo se la metía hasta lo último, sintiendo la presión de aquellas paredes calientes y lubricadas apretando mi verga, tratando de extraer mi leche.

Continué así por un rato, hasta que Paola llevó una de sus manos a su coño y comenzó a frotarse el clítoris con suavidad. Lo frotaba por un ratito, después se lo pellizcaba y estiraba, mirándome a los ojos, relamiéndose los labios, disfrutando de lo morboso de la situación. La posibilidad de que mi esposa despertase y entrase en la cocina parecía no preocuparle en lo mas mínimo.

Verla acariciarse, llevándose los dedos mojados con sus jugos de vez en cuando a su boca para chuparlos con deleite, elevaron mi temperatura. Tenía deseos de acabar y aceleré el ritmo de mis caderas. Paola también llegando al orgasmo, se presionaba el clítoris más que nunca, apretándolo con dos dedos, atrayéndome con sus piernas entrelazadas en mi espalda. Hasta que abriendo la boca para dejar salir un grito que por suerte no salió, alcanzó el clímax. Los jugos que brotaban de su vagina choreaban sobre la mesa, a pesar de tener mi verga incrustada hasta el tope. Se estremecía como una posesa, sin abandonar su precioso y gran clítoris. Yo también estaba a punto de correrme, pero de pronto ella me empujó, se bajó casi corriendo de la mesa y me apretó las bolas, diciendo:

No se corra todavía, señor – y me repartía besos por toda la cara – Métamela por el ano, quiero su lechita entre mis nalgas.

Con mucho gusto – le dije con alegría – Con mucho gusto voy a romper ese culito apretado que tienes.

Acerqué una silla y me senté. Paola entendió, poniéndose de espaldas a mí, abrió sus nalgas redondas y se fue sentando sobre mi verga. Yo guié mi glande hasta su ano y cuando ya estuvo presionando, la agarré por las caderas, empujando hacia abajo.

Paola tenía planes parecidos a los míos. Abriendo aún más sus nalgas, se dejó caer, metiéndose toda mi verga de un solo golpe. Cuando su culo chocó con mis muslos, comenzó a subir y a bajar con rapidez, frotándose su vagina, buscando hacer más intensas aún sus sensaciones. Yo acompañaba sus movimientos con mis manos, guiando y marcando el ritmo, que iba aumentando. Hasta que comencé a soltar chorros de esperma en sus intestinos. Ella también se estaba corriendo, pero no perdió el control, se fue parando hasta dejar sólo mi glande dentro suyo. Así terminamos de corrernos.

Se incorporó, sacándose mi verga por completo. De espaldas a mí se acariciaba sus nalgas, su raja, su cuerpo todo. Hasta que de su ano comenzó a fluir mi semen. Con sus dedos fue esparciéndolo por todo su culito, recogiendo un poco y pasándolo por sus pezones y sus labios.

Cuando hubo terminado se agachó frente a mí y recostó su cabeza en mi regazo.

Usted es fabuloso, señor – me dijo suavemente – Nunca un hombre me había hecho sentir tan mujer.

Me complace que te sientas así – le respondí – Yo también he disfrutado muchísimo.

Ahora estoy a su disposición para decirle todo lo que usted quiera saber.

La separé de mí con delicadeza. Nos paramos y la besé en la boca.

Creo que primero debemos vestirnos, en cualquier momento puede bajar mi esposa.

Nos vestimos y ella me preparó un trago. Me senté a la mesa y le dije:

Bueno Paola, tienes la palabra. Cuéntame de las veces en que nos espiabas, de lo que te excitaba y de cómo te quitabas esa excitación – tomé un sorbo de whisky y continué – Cuéntame sobre lo que presencié allá arriba ..., ah y también me dices que otras cosas te han ayudado a tener un clítoris tan grande y duro, y que además me gusta mucho. Supongo que muchos gocen de algo tan magnífico.

Sí, señor – me dijo mirándome a los ojos – No puedo tener secretos con usted. Si hasta hoy era su sirvienta, ahora soy su esclava ..., igual que lo soy de su esposa.

(Continuará...)