Sin límites (I: Mi asistente)

Poco a poco Ernesto va descubriendo un mundo nuevo, con la ayuda de varias mujeres, entre ellas su esposa.

Aquel día no tenía ganas de trabajar. Me levanté a duras penas, fui al baño, después desayuné, me vestí lentamente, siempre pensando en volver a la cama, en sentir el calor de mi esposa. Entonces me acerqué despacio, sin hacer ruido para no despertarla. El calor era insoportable y por eso dormíamos casi desnudos.

Fui recorriendo su cuerpo con la vista, sin prisa, admirando sus piernas torneadas, sus firmes muslos, su cintura estrecha, su vientre plano, su pubis oscuro y sus casi ocultos labios vaginales, sus rotundos senos y, finalmente, esa boca que tanto me excitaba, que tanto placer me daba cuando saboreaba mi verga mientras su lengua jugueteaba con mi glande hasta hacerme estallar en un potente chorro de esperma que ella tragaba con placer. Los años no pasaban por ella. A los 30 años era una mujer espléndida, que cuidaba su cuerpo con esmero.

Pensar en estas cosas y mirar ese cuerpo esbelto me provocaron una tremenda erección. Deseaba desvestirme y comenzar a acariciarla hasta que despertase. Besar sus pezones erectos, pasar la lengua por su vientre, detenerme en su ombligo y después continuar camino abajo, hasta su vagina, separar sus labios y chuparlos con morbo, esperando que comenzasen a salir líquidos de su cueva para recogerlos con la lengua y llevarlos hasta su clítoris, rodeándolo y excitándolo, chupándolo y mordiéndolo suavemente hasta que ella llegase al orgasmo. Sólo entonces comenzaría a penetrarla, despacio primero, sacándola por completo para volverla a introducir, incrementando el ritmo hasta que se volviese un mete y saca fabuloso que me hiciese explotar en sus entrañas.

Pero al verla dormir tan plácidamente desistí de la idea. Sin embargo, la erección se estaba volviendo dolorosa y no tuve más remedio que sacarme la verga y comenzar a hacerme una paja. Cuando estaba a punto de venirme acerqué mi miembro erecto y duro como hierro a su pubis y descargué todo mi semen allí. Así, cuando despertase, ella sabría cual había sido mi despedida esa mañana.

Partí para la oficina un poco más relajado, aunque continuaba sin ganas de trabajar. Por el camino mi mente vagaba por los caminos del sexo. La noche anterior estábamos viendo una película y en una escena la protagonista comienza a ser acariciada por su amiga. Era algo realmente erótico, se besaban con deseo, se acariciaban por encima de la ropa buscando la piel, los ojos entrecerrados y las bocas jadeantes de ambas mujeres impregnaban la escena de una sensualidad y un erotismo realmente excitantes. Una de ellas fue levantando lentamente el vestido de la otra hasta llegar a las nalgas, introdujo sus dedos bajo la tanga y recorría la piel con mucha ternura, a la vez que movía la mano lentamente hacía el pubis. Sin dejar de besarla, su mano bajaba más y más, y a través de la fina tela se adivinaban unos dedos ágiles y expertos que acariciaban un clítoris que suponíamos hinchado.

Mi esposa y yo estábamos bastante ligeros de ropa. La escena, cargada de sexo, me fue calentando. Con una mano bajé el short y comencé a acariciarme la verga, para ese entonces completamente erecta y con algunas gotas de líquido preseminal saliendo por su orificio. Cual no sería mi sorpresa cuando al mirar de reojo a mi esposa vi que ella tenía dos dedos dentro de su vagina y se estaba masturbando desesperadamente. Ella se dio cuenta y se volvió hacía mí, se inclinó y comenzó a darme una de esas mamadas que sólo ella sabe dar, sin dejar de acariciar su clítoris. Pero por un instante note un brillo en sus ojos que no era el acostumbrado.

¡Se había excitado al ver a dos mujeres hacerse el amor!. Nunca habíamos tocado el tema, pero era algo que debía tener en cuenta. Siempre me había excitado la posibilidad de hacer el amor con dos mujeres, pero dos mujeres que no tuviesen reparos en satisfacerse mutuamente mientras compartíamos la cama.

Mi esposa era bastante abierta en las cuestiones del placer, a menudo utilizábamos un consolador para que ella disfrutase de la doble penetración. Alguna que otra vez, en los momentos de mayor excitación, había llegado a albergar en su vagina, al mismo tiempo, mi verga y el consolador. Era entonces cuando más líquidos salían de entre sus labios, y cuando más semen expulsaban mis testículos, semen que ella recogía después con sus dedos y chupaba con fruición, mientras introducía el consolador en su ano y me pedía que continuara masturbándola.

Esa noche, mientras la penetraba por el ano y acariciaba sus pezones, le pregunté si ver a esas dos mujeres amándose la había excitado. Ella no contestó, pero se pegó más a mí, buscando que la penetrase con más fuerza mientras se halaba el clítoris como nunca antes la había visto hacerlo. Tuvimos un orgasmo formidable, y estoy seguro de que mientras se venía, ella estaba pensando en esas dos mujeres.

En estas cosas pensaba cuando llegué a la oficina. Como siempre, mi asistente, Carmen, me estaba esperando con el café listo para ser servido. Le dije que me lo trajese a la oficina, junto con la correspondencia. Debo decir que Carmen es una magnífica mujer, joven, de 1,80 m de estatura, rubia, con un cuerpo de espanto, uno de esos cuerpos que paran el tráfico, y además, inteligente y desinhibida. Algunos de mis amigos me preguntaban como era posible que yo aún no hubiese tenido relaciones con ella. La verdad es que ella siempre me lanzaba indirectas, pero yo consideraba que las relaciones no debían pasar de ser las meramente profesionales. Sin embargo, cada vez que ella venía a mi oficina, no podía dejar de admirar sus torneadas piernas, las hermosas tetas que nunca estaban bajo la opresión de un sujetador, ese culito redondo y parado que ella sabía mover con tanta malicia al caminar. En más de una ocasión me había sentido incómodo por la erección que ella me provocaba, sobre todo cuando se sentaba frente a mí y cruzaba las piernas con un poco de descuido, como para que se pudiesen entrever sus muslos y, alguna que otra vez, las diminutas bragas que usaba.

Sentí sus toques en la puerta y le dije que pasara. Se acercó con la bandeja y la puso sobre la mesa, delante de mí y, contrario a lo que siempre hacía, me la acercó bastante. Ello prácticamente impedía que pudiese servir el café desde el otro extremo y tuvo que dar la vuelta y colocarse a mi lado. Se inclinó para servir y comenzó a rozar mi hombro con sus senos. Viré con poco la cabeza y pude ver casi completamente sus tetas a través del escote de su vestido. El calor de su cuerpo comenzó a inundarme. Sentía una comezón que me subía a la garganta y mi verga quería salirse del pantalón. Era tanta la carga de erotismo de sus movimientos que yo estaba a punto de tener un orgasmo. Por eso no medí mis movimientos y vertí la taza de café sobre mis pantalones.

Era precisamente eso lo que ella estaba esperando.

Ay señor, que pena – me dijo – no se preocupe, enseguida lo limpiaré.

No sé de donde sacó una servilleta, me hizo girar la butaca, y arrodillándose ante mí comenzó a pasarla por mi entrepierna, notando el bulto de mi erecta verga. Cada vez me apretaba con más fuerza y aquello me excitaba aún más. Yo ni miraba, me limitaba a sentir sus manos recorriéndome el miembro, palpándolo, apretándolo. Cuando la miré, ya la servilleta había desaparecido y sus manos se estaban abriendo paso, buscando mi barra de carne que quería explotar. Alzó los ojos y se relamió con gusto cuando al fin la tuvo entre sus dedos. Y comenzó a besarme la verga, de arriba hacia abajo, con besos húmedos y suaves. Poco a poco fue descubriendo mi glande y los besos dieron paso a una lengua que me fue humedeciendo por completo. Me sentía en las nubes, mis manos se acercaron a su cabeza y la fueron guiando hasta que tuvo toda mi verga en su boca. Chupaba como loca, tratando de exprimirme. Mientras una mano me apretaba la base de la verga, la otra jugaba con mis testículos, dándome un masaje encantador.

En ese momento me di cuenta de que hacía un rato que el teléfono estaba sonando. Sin dejar de acompañar su mamada con mi mano sobre su cabeza, respondí:

Diga

Amor, tardaste mucho en responder – ¡era mi esposa!

Casi suelto un grito, traté de que Carmen detuviese lo que estaba haciendo pero fue imposible, continuaba tragando mi hierro hasta su garganta. Sin embargo, la situación me excitó aún más, tanto que la verga me creció un par de centímetros. Jamás la había tenido así, y aunque normalmente mide 21cm cuando está bien parada, en esa ocasión creo que llegó a los 24. Carmen me miró abriendo los ojos, era evidente el esfuerzo que hacía por tenerla toda en la boca, pero no dejaba de mamar.

Es que estaba absorto revisando unos papeles – le mentí a mi esposa, con miedo de que mi voz me delatase.

No trabajes tanto – me respondió – Te llamaba para decirte que me encantó el regalo que me dejaste, tanto que estoy mojando mis dedos en tu semen y me estoy haciendo una paja tremenda.

Estaba claramente muy excitada, su voz temblaba y yo me imaginaba sus dedos recorriendo su raja, acariciando su clítoris, hundiéndose en su vagina.

No sigas, que yo también tendré que masturbarme y cualquiera puede entrar – ya me estaba convirtiendo en un profesional de la mentira.

Hazlo, no importa – me dijo con un hilo de voz – Hazlo, que estoy que ardo, tengo la raja inundada y los pezones durísimos. Ay, que rico es esto. Ahora tengo tres dedos bien adentro y con la otra mano me estoy acariciando el clítoris. Dime que haces, ando, no seas malo.

Sí mi amor – le dije – Tengo la verga fuera y me la estoy halando con ganas. Cierro los ojos y te imagino, casi puedo tocarte, estoy a punto de venirme.

Sigue, sigue. Me mojé los dedos y así pienso que es tu lengua la que me aprieta mi botón – ya casi me estaba gritando, me di cuenta que estaba próxima al orgasmo.

Y yo también estaba a punto de estallar, pero en la sabia boca de mi asistente, que no se había perdido detalle de la conversación, ya que estábamos hablando por el altavoz. Había dejado de acariciar mis testículos y ahora se estaba dando placer en su raja, de arriba abajo, chupando sus propios jugos de vez en cuando, sin soltar mi verga.

Me voy a venir, mi amor, coge, coge toda mi leche – y comencé a lanzar chorros de semen directamente a la garganta de Carmen.

Yo también me estoy corriendo, ay, aaaah, aaaaah, me corro, me corro mi amor.

Sus gritos se escuchaban en toda la oficina, junto a los míos y a los gemidos de Carmen, que también se estaba corriendo mientras tragaba mi semen sin dejar caer ni una gota.

¿Vendrás hoy temprano? – me preguntó mi esposa, ya completamente relajada.

No sé, tengo bastante trabajo y además, tengo una reunión con unos futuros clientes – le dije tratando de ser lo más convincente posible, pensando en Carmen y ese precioso culo que ya deseaba hacer mío.

Entonces saldré de compras – me dijo, y me extraño su tono, parecía que lo decía con alivio – Estaré de vuelta cuando regreses, cenaremos juntos, con velas, y tendremos una noche de las buenas. Esto que hemos hecho me ha excitado y tengo planes para hoy – y se despidió con un beso.

Respiré profundamente. Continuaba con la verga afuera, Carmen descansaba su cabeza en mis piernas y sus dedos aún recorrían mi ahora flácido miembro.

Eres fabulosa – sólo atiné a decirle.

Ella lentamente comenzó a pararse, y mientras lo hacía se desabotonaba el vestido, dejando ver esas tetas de tantas ganas tenía de chupar.

Ni te imaginas el tiempo que llevo deseando esto – me dijo, y los ojos le brillaban – Cada vez que llegabas se me mojaban las bragas de sólo imaginarme desnuda contigo. Ahora deseo esa enorme polla que tienes bien clavada en mi vagina, en mi culo, dándome el placer que tanto he soñado – y muy despacio se iba bajando la tanga, que prácticamente era un hilo, dejando al descubierto su depilado coño.

Esto me entusiasmó. Mi esposa no se depilaba por completo, sólo los pelos que sobresalían de su traje de baño. Además ella era trigueña, sus pelos negros contrastaban con la blancura de su piel y el efecto era alucinante. Pero Carmen era rubia y al estar depilada se podían ver perfectamente sus abultados y rosados labios, ya de por sí excitados por todo lo anterior, y que ahora continuaba acariciando.

No esperemos entonces, yo también estoy loco por cogerte.

Ya mi verga estaba nuevamente en condiciones y la visión de Carmen desnuda ante mí hacía hervir la sangre en mis venas. Me levante de la butaca y la besé largamente, enredando mi lengua con la de ella, saboreando sus labios, mientras ella me quitaba la corbata y la camisa. Ya mis pantalones hacía rato que estaban por el piso, así que no demoré más la cosa, la giré hasta que quedó de espaldas a mí y me pegué fuertemente a ella. Quería que sintiese mi verga bien dura contra sus nalgas perfectas. Le agarré las tetas y comencé a retorcerle los pezones hasta hacerla gemir de placer. Lentamente fui besando su espalda hasta quedar frente a su culo, que también cubrí de besos. Entonces ella se inclinó, recostando su pecho sobre la mesa y abriendo las piernas. Mi lengua fue como loca hacia su raja. Tantos eran los jugos que salían de su vagina que unos finos hilos corrían por sus muslos, y comencé a beberlos como si estuviese en el desierto, muerto de sed. Mis besos y lenguetazos iban de su raja a su culo, saboreando su piel.

Me dediqué a tratar de penetrar su vagina con la lengua, mientras introducía poco a poco un dedo en ese culito hermoso. Pronto fueron dos los dedos, y luego tres. Carmen a duras penas se sostenía en pie, su cuerpo temblaba y su vagina expulsaba más y más líquidos. Hasta que le llegó el orgasmo. Toda su piel se erizó y sus caderas bailaban una danza de locura. Poco a poco sus jadeos se fueron haciendo más espaciados, pero no quería darle tiempo a recuperarse.

Me levanté y coloqué mi duro instrumento a la entrada de su vagina y la penetré de un golpe. La sorpresa había sido mayúscula, porque su boca se abrió en un grito que no pudo salir de su garganta. Comencé a moverme despacio, la sacaba casi entera y volvía a clavarla con fuerza, pegando mis huevos a ella. Con cada estocada le apretaba las caderas, atrayéndola más a mí, hasta que fue ella quien empezó a empujar, mientras con una mano acariciaba mis huevos. Fui subiendo el ritmo de las penetraciones, y ahora ella no sólo me tocaba los testículos, también se acariciaba el clítoris y apretaba los senos contra la fría superficie de la mesa. Mis dedos jugaban con su orificio del culo, entrando y saliendo al compás de mi verga en su vagina.

De pronto la saqué por completo.

¡No, no la saques ahora! – me gritó desesperada, mientras buscaba con su mano mi verga.

Pero no le di tiempo a reaccionar y de un solo empujón se la metí en el culo. Es cierto que ya estaba bastante dilatado, pero el golpe fue rudo.

¡Aaagh! – se escuchó su grito en la oficina. Estaba seguro que afuera también se había escuchado, pero nada me importaba, tanta era la calentura y el goce que no me interesaba que alguien pudiese abrir de un golpe la puerta - ¡Despacio, por favor, que me estás matando!

¿Acaso no era esto lo que querías? – le dije desafiante – Pues a ahora relájate para que no te duela tanto, pronto el dolor se convertirá en placer.

Mi verga entraba y salía de su culo lubricado por sus propios jugos y por la mamada que anteriormente le había dado. Era algo grandioso ese culito parado y redondo. Su esfínter me apretaba la verga de una manera deliciosa, pero ya sus músculos se estaban relajando y Carmen comenzaba a disfrutar.

Así, mi vida, así, dame más duro, clávamela hasta los huevos, quiero ese pedazo de carne para siempre dentro de mí – se agitaba como posesa, moviendo las caderas ante cada embestida, gozando como nunca lo había hecho.

Y yo disfrutaba de algo fuera de serie. Aceleraba el mete y saca, apretaba sus caderas, me inclinaba y mordía suavemente su cuello, mientras mis manos buscaban sus tetas y las pellizcaban. Ella, mientras tanto, no dejaba de acariciarse el clítoris y de vez en vez, metía sus dedos en el coño, buscando más placer aún.

Hasta que comenzamos a corrernos. Se la metí hasta los cojones bien duro, mientras le llenaba los intestinos con mi leche. Por sus muslos corrían sus jugos, que ella recogía con sus dedos y chupaba con deleite.

Finalmente mi verga fue perdiendo dureza y salió aún embarrada por mi semen. Carmen se inclinó sobre ella y la limpió, pasándole la lengua como si fuese un helado.

Me encanta correrme contigo, y me encanta chupártela – me dijo mientras se saboreaba los labios.

Y tú eres una diosa – le dije mientras besaba su frente – No sé como pude estar tanto tiempo a tu lado sin siquiera tocarte.

Quiero que sepas que no pienso ocupar un lugar exclusivo en tu vida – me dijo, ya más seria - Bien sé que amas a tu esposa. Sólo deseo que me hagas feliz de vez en cuando.

No lo dudes – era claro que no podía renunciar al sabor que aún tenía en los labios, y rechazar semejante oferta era una estupidez – Te deseo tanto como tú a mí. Es más, ¿qué tal si salimos hoy por la tarde y buscamos un lugar más íntimo?

Carmen continuaba desnuda ante mí, sus ojos eran pura lujuria, su piel blanca brillaba por el sudor. Pero su cara se ensombreció por un instante.

Hoy no puede ser – me dijo – Es una lástima, pero quedé en ir a salir con mi hermanita más pequeña. No te apresures, tendremos muchos momentos como este... y mejores.

Puedes estar segura que estaré esperando – mi voz sonó a decepción.

Comenzamos a vestirnos, en cualquier momento podían tocar a la puerta y no sé que excusa íbamos a dar. No es que me importase lo que pensaran los empleados, pero no quería que lo nuestro llegase a oídos de los demás, y mucho menos de mi esposa.

Ya vestidos nos abrazamos y nos volvimos a besar.

Estuviste sensacional – le dije al oído mientras acariciaba su nuca

Tú también ... igual que tu esposa – me respondió mientras se separaba de mí y se reía.

Aquello me sorprendió y la interrogué con la mirada.

Sí, no te asombres. Es indudable que también ella estaba gozando mucho. Es más, dudo que estuviese masturbándose a solas.

¿Qué quieres decir? – le pregunté más extrañado aún, recordando la impresión que me dejaron las palabras de mi esposa.

Nada malo ..., me parece que tu esposa es toda una mujer a la hora de hacer el amor. Conociéndote como te conozco, y más ahora, no puede ser de otra forma – sonreía mientras se sentaba frente a mi mesa de trabajo – Yo también me he masturbado muchas veces a solas y sé lo que se siente. Por eso me pareció que alguna otra lengua le estaba dando placer. Y no puedes molestarte, tú estabas disfrutando de lo lindo con mi boca, mientras yo gozaba con tu verga ..., y con las palabras de ella.

Lentamente extraje un cigarrillo y lo encendí. Me quedé mirándola inquisitivamente, buscando el sentido de sus palabras. Tenía la impresión que ella quería decir algo más, y me vino a la memoria los ojos lujuriosos de mi esposa la noche anterior, cuando estabamos viendo la película.

¿Crees que mi esposa me engañe?

Como mujer te pido que no pierdas la cabeza – seguía sonriendo, pero ahora su sonrisa era de malicia – Te recomiendo que vayas a casa ahora, tal vez te lleves una sorpresa. Creo que tu vida cambiará ..., para bien – Se levantó arreglándose el vestido – Antes tenías una mujer, ahora tienes dos, ¿quién sabe como será mañana?

Está bien, seguiré tu consejo – comencé a recoger mis cosas – Para todos, incluso para mi esposa, estoy fuera de aquí, reunido con unos clientes.

Carmen salió de la oficina tal y como había entrado, con la bandeja del café en las manos. Terminé de recoger la mesa y de organizar algunos papeles. Salí de la oficina y cerré con llave, como siempre. Debo especificar que en el vestíbulo de mi oficina están instaladas las mesas de trabajo de Carmen y de Mirtha, nuestra mecanógrafa, una muchacha de apenas 19 años, no muy alta, delgada, con gafas y aire de estudiante universitaria. Nada del otro mundo, pero eso sí, muy eficiente y rápida. Nunca se le había conocido un novio, sólo sabíamos que era muy correcta y que tenía un piso, donde vivía con su madre. Algunos incluso comentaban que tal vez era lesbiana, pero lo hacían simplemente porque no les hacía caso a los hombres de la oficina. Pero bien, eso en realidad no me importaba, siempre y cuando cumpliera con su trabajo. Es claro que las inclinaciones sexuales y los gustos de cada cual no interfieren para nada con el trabajo y la vida social.

Ambas reían cuando salí e inmediatamente se callaron. Miré a Carmen y ella me sonrió. Al pasar frente a Mirtha observé que ella no me estaba mirando a la cara. Más bien diría que estaba quitándome los pantalones con la vista, mientras su mano derecha instintivamente se deslizaba por el nacimiento de sus pequeños senos. Aquella actitud me dejó perplejo, aunque satisfecho. Ya sabía que pronto habría una nueva inscripción en el club. Al llegar a la puerta me volteé, Mirtha se puso apresuradamente a revisar unos papeles y Carmen, la increíble Carmen, me guiñó un ojo mientras me señalaba a nuestra empleada.

Salí pues para la casa mucho antes de lo que le había anunciado a mi esposa, mucho antes incluso de lo que yo realmente esperaba cuando llegué por la mañana a la oficina. Eran solamente las 11:00 AM de un día caluroso, y que había comenzado estupendamente.

(Continuará...)