Sin limites (4)

Parte final de esta historia de amor-odio en la que el sexo llegará hasta un punto sin retorno.

Sin Limite IV

Sentado en el orejero, doy tumbos con la cabeza. Entre arrepentimiento y nostalgia por la noche pasada voy recordando los días anteriores para comprender lo sucedido. Debo recordar. No podré olvidar.

Manteniéndome en mi papel, su trato en el trabajo cambió hacia mí. Los guiños, roces y toqueteos en las más disparatadas situaciones hacían que nuestra mente calentara nuestros sexos en una prueba de autocontrol, pues muchas de ellas se producían delante de otras personas y para deleite nuestro al sentirnos observados, pero con la certeza de que aún mirándonos a los ojos nunca acertarían a saber que ocurría y en todo caso sería tan irracional que la idea por sí sola sería rechazada.

La vida cotidiana era un continuo esfuerzo de represión. Mantenerse firmes para no volcarse sobre ella a la llamada de su perfume, ante el reclamo de sus caderas al andar. Ver su cuello y no convertirse en un vampiro requería un auténtico ejercicio mental. Necesitaba estar ocupado todo el día para distraer mi subconsciente de sus formas. Así me encontraba la tarde del sábado cuando sonó el portero automático. No esperaba a nadie así que cuando contesté con un fastidioso ¿si? Y me respondieron ¡¡¡sorpresa!!! La sonrisa se estampó en mi cara y pulsando el botón de abertura salí zumbando para adecentar un poco el apartamento.

Cuando ella llegó, yo había abierto la puerta para recibirla. Con el pelo suelto, unos tejanos y el brillo en sus ojos sin maquillar se acercaba hacia mí fresca, radiante, más juvenil que nunca a pesar de sus treinta y tantos. Sus labios besaron mi mejilla y entró. Llevaba colgada al hombro una bolsa de lona, de esas que se utilizan para ir al gimnasio que parecía estar bastante llena. Dejó en el suelo la bolsa y volviéndose me dijo:

-¿No te lo esperabas? ¿Verdad?. Pues te voy a preparar una cena que jamás podrás olvidar, así que ponte unos zapatos, coge el móvil y tómate algo por el barrio. Te tienes que entretener hasta que yo te llame.

Al tiempo me iba empujando hacia la salida de mi propia casa hasta que me di cuenta que la puerta se cerraba a mi espalda. La sonrisa desapareció de mi cara y sin explicármelo otra vez me había sacado de mi propia casa. ¡Para prepararme una cena!. Salí del portal sin importarme el rumbo. ¿Cuánto tardará? ¿Qué cena será? ¿Por qué me ha echado? ¿Qué querrá hacer?. Montones de preguntas invadían mi cabeza y a las que tenía que dejar sin respuesta, pues sólo ella podría explicarlas. Todo este misterio creaba en mi interior un gran morbo y mi corteza pensante elucubraba un sin fin de situaciones todas con un final altamente erótico.

Entré en una cafetería con el ánimo de tomarme un café y lo que pedí fue un whisky ya que mi ánimo estaba ya por demás de excitado con todo el revuelo que en mi cabeza se había armado. Como una losa pasaban los minutos. Y yo que pensaba que me había recorrido media ciudad. Los intentos de relajarme fracasaban y con la mirada enviaba mensajes mentales al móvil para que sonara. La cobertura era excelente y la carga estaba intacta, pero no suena. El primer whisky entró rápidamente y al poco rato tenía otro delante de mí, pero a este decidí tomarlo como a una chica. Agarrar su frescura con la mano y verter en la garganta el calor de su esencia poco a poco, saboreándolo y a la vez dejándolo durar.

Ensimismado en mis propios pensamientos fue tal el sobresalto que me produjo el aviso del teléfono que más de uno en el bar se dio la vuelta para que yo no advirtiera su risa. Un mensaje en el móvil reclamaba mi presencia en mi casa. No acabé el whisky y salí del local con prisa pero no tanta que pudiera delatar mi impaciencia, pero tenía que ir frenándome y apretar el culo para calmarme. Esta vez iba a jugar a lo grande. El alcohol había aumentado mi euforia y estaba seguro de que esta noche iba a ser de muerte. Era relativamente pronto. Las 10 de la noche y había terminado de anochecer y la temperatura se había hecho más agradable.

Llamé con los nudillos a la puerta y no tardó en abrirse para aparecer su figura, pero esta estaba algo cambiada a la de hacía un par de horas. Sus ojos tenían brillo. Pero distinto. Si el de antes era un resplandor de vida este parecía la malicia del depredador que a escogido su presa y sabe que no se le escapará. Había recogido su pelo en una prieta coleta por detrás mostrando todo el maquillaje de su cara y sus labios se habían teñido de pasión. Se llevó el índice a los labios y me chistó para que nada dijera. Me señaló con la mano que siguiera por el pasillo hasta llegar al baño e invitándome a pasar abriendo la puerta vi la bañera preparada con espuma por lo que supuse que compartiríamos un baño antes de la cena pues ella había tomado prestada una bata de seda de mi armario. Se colocó enfrente de mí y abrió la bata dejándola caer sobre el azulejo.

Su desnudo se me apareció de repente, mas dentro de su bronceada piel, se contrastaban como avisos de peligros dos rojos pezones redibujados con el mismo carmín que sus labios. Parecían superpuestos, altamente atrayentes y sugestivos. Muy erótico. Tanto que mi miembro comenzó a hincharse al recrearme en sus senos redondos y turgentes, pulidos y duros que desafiaban con tersura los años que tenían. Ella se mantenía de pie, quieta y dejándose ver. Eso le gustaba. Saberse observada y cuanto más cerca mejor. Según bajaba por su cuerpo, mi verga subía por el mío.

Comenzaba a ser independiente y no quería ser controlada por una mente que la mandaba reprimirse. Medio aro terminado en dos pequeñas bolas insertaba su ombligo y por último lo que más me sorprendió. El monte de venus había sido rasurado casi por completo. Sólo una pequeña hilera de vello marcaba el recuerdo de aquel triángulo negro cuyo vértice marcaba mi perdición y entre los repliegues de su sexo sobresalían unas pequeñas bolas enfiladas desde atrás hacia delante y recogidas por otro hilo de perlas a la cadera. Tiró de una parte y una serie de perlas salieron de su escondrijo, húmedas y relucientes. Con el propio movimiento de andar, aquellas braguitas de nácar rozaban su sexo manteniéndola en un continuo momento de excitación. Mi pene se convirtió en polla, más grande y más roja.

Ella se adelantó y empezó a desabrocharme la camisa a la vez que yo me descalzaba. Desató la hebilla del cinturón y desabotonó el pantalón que se mantenía debido a aquella alcayata dura de entre mis piernas. Recogió mi paquete con una mano y con la otra pasó el pantalón cayendo a mis pies y amortiguando la caída del calzón. Me introdujo en la bañera y me estiré en su hueco. Ella no se metía. Lo que hizo fue limpiarme a fondo pero suavemente al tanto que mi periscopio captaba todas las sensaciones que sus manos y el jabón me proporcionaban. Sentir como sus manos resbalaban por mi pene cremoso y enjabonado casi provoca que me corriera por lo que sus palmas bajaron por mis piernas alejándose de un capullo sonrojado.

Cuando acabó, con la misma delicadeza me fue secando y allí donde posaba la toalla, luego sus labios me besaban. Cuello, espalda, pecho, ombligo, caderas, glúteos, testículos, pene recibían las caricias de sus labios. De pié en medio del baño con los ojos cerrados imaginaba su boca recorriéndome y quisiera pensar que haciendo los mismos esfuerzos que yo para no abrazarla y poseerla ya mismo.

Quise tentarle y alargué una mano que recibió piadosa la negación a que le tocara. Por el contrario me pidió que la siguiera. Detrás de ella veía sus caderas mecerse mientras que el oriente de las perlas se perdía en su interior impregnando en el recuerdo la imagen de alguna concubina en un cuento árabe.

Cuando llegamos al comedor el tintineo de nuestras sombras al baile de las llamas de decenas de velas daba calor a la sala. Sobre una mesa bajera distintos cuencos con diferentes frutas. Me invitó a sentarme sobre unos cojines acomodándome en posición de loto y acto seguido ella se hizo hueco entre mis ingles. Como era de esperar, en esa posición y con mi excitación, el pene se delataba por entrar en ella, mas cuando parecía que fácil lo tenía con un ligero movimiento aquel oscuro deseo huía. Cogió un trozo de manzana y mordiéndolo por un extremo me lo ofreció. Comí la manzana, comí sus labios, lamí su lengua. Dejó un cacho de piña en su cuello. Comí la piña, lamí su jugo, chupé su cuello. De este modo fui saboreando todo tipo de frutas y lugares. Mezclaba jugos y sabores. Cada pecho me supo distinto y cada oreja tuvo diferente sabor. Su pubis resultó ser dulce y sus caderas ácidas. Al igual que el trozo de kiwi que se sostenía entre sus nalgas. Ella de rodillas con el culo en pompa, su pequeño agujero hacía las veces de un reducido cuenco, que yo intentaba rebañar con mi lengua, notando los pliegues del esfínter apretado. Ella se giraba, se torcía, se levantaba, se volvía para que accediera a todos sus ¿gustos?, pero mi encolerizado pito clamaba por un trato menos cruel, ya que tan henchido como estaba y el tiempo que llevaba sin ¿respirar? le trastornaba y aquel juego podía romperse.

Simplemente era un juego. Esto no lo estaba haciendo por ti ni por ella. Lo hacía por jugar y ella disponía de las reglas. Pero aquella encantadora de voluntades, había roto la mía. Comía de su mano, de su boca, de sus pies y no me importaba nada, pues era el banquete más sensual e inimaginable que podían darme. Sin depravación pero completamente lujurioso. El estampido de una botella de cava me sobresaltó de mis pensamientos. El cava. La bebida del amor por antonomasia. Noches acabadas con las copas besándose en la mesilla mientras miran a sus dueños amarse. Copas rotas por el amor no correspondido. Copas caídas por la involuntaria mano del aprendiz de Casanova. Copas tatuadas con el carmín del principio de una noche y copas inmaculadas por la ausencia de un amante. Copas llenas aún por el ansia del desenfreno y el simple pretexto de un brindis. Copa barata, llave del atrevimiento de una fiesta juvenil y copa de murano relax de una noche de altos negocios. Sin embargo, esta vez el fino vidrio no se empañaría con gélido vaho de las burbujas

A horcajadas sobre mis muslos un pequeño chorro de cava fue deslizándose desde su cuello eligiendo el azar el camino de un pecho y como caño su pezón del que yo mamé respondiendo a la llamada de Baco. Su cara expresaba el placer que le provocaba aquella fría serpiente líquida que le envolvía el cuello y su pecho se hinchaba por el crepitar de miles de burbujas que no llegaban a mi boca. Metí mi cabeza entre sus senos intentándole chupar hasta la última gota, hasta el tuétano si hiciese falta. Ella vertió sobre mis hombros otra parte de cava saciándose rápidamente y vertiendo más cantidad sobre mi pecho. Este descendió por mi abdomen llenó mi ombligo y siguió su curso natural este sentir los huevos agarrados por el frío. Su lengua hizo el mismo recorrido vaciando todo a su paso, sentir su calor en mis testículos respingó mi cuerpo y ver la boca de la botella inclinarse sobre mi glande hizo que contuviera la respiración para recibir aquellas burbujas de placer. El cava se desparramó por todo mi aparato que fue absorbido por su boca una y otra vez. Su lengua buscaba cualquier burbuja escondida y a veces chupaba con frenesí para sacar cualquier gota que hubiera podido caer dentro. ¡¡¡DIOS!!! Necesitaba correrme ya y mi erección tanto rato mantenida lo estaba pidiendo con dolor sordo. Me sintió a punto y abandonó aquella orgánica fuente de cava. Se levantó y cogiéndome de la mano me ayudó a incorporarme. Aquello no tenía límite. Habíamos pasado por dos estancias y cada una me había ofrecido un placer diferente. En cada una habíamos traspasado los conceptos para los cuales había sido diseñada. No había frontera. No había límite para el baño ni había habido límite para la cena. Quedaba una línea limítrofe. El dormitorio.

De nuevo sucumbí a la imaginación al entrar en él. Como un altar, la cama se encontraba en medio de la habitación y envuelta en satén negro que se hacía brillante con la amarilla luz de las velas que rodeaban a la cama. El resto de la estancia se sumía en la oscuridad dando la sensación de un espacio oscuro en el que la cama estaba suspendida. Algo etéreo y sin gravedad. Flotante. Invitaba a un viaje al deseo. Me hizo tumbar y de cada esquina sacó unos lazos negros que con antelación había preparado. Adiviné sus intenciones y le ofrecí mi brazo. Ató las muñecas y después los tobillos. Aquello me dio palpitaciones pues me daba cuenta que me ataba con fuerza con la intención de que hiciera lo que hiciera no podría ni negarme ni al revés, cambiar las reglas de su juego. Algún nervio se dejó sentir y necesitaba expandir más mis pulmones para calmar el ansia que me apelmazaba. Se sentó sobre mi tripa con las piernas a los costados y lejos del alcance de mi resignada polla con su permanente y doloroso ya empalme.

¿Te gusta?. Preguntó mientras con las manos levantaba sus tetas.

No pude más que asentir con la cabeza. No quería hablar.

  • ¿Quieres llegar hasta el final?

Volví a mover la cabeza.

Entonces vamos a ver donde está tu límite.

Me susurró esto al oído mientras frotaba su pubis de perlas contra mi rabo, pues parecía que tenía hueso. Sus pezones fueron acariciando mi pecho, sus puntas rojas marcaban dibujos en mi cuerpo, jeroglíficos de placer, duros como diamantes que me cortaban la respiración al tacto con mi piel. Su boca contra mi boca, sus labios contra mis labios, su lengua contra mi lengua bífida y viciada de un animal tremendamente erótico. Sus pechos sobre mi cara, sus costillas y su ombligo probaron de nuevo mi áspera lengua. Su pubis, sus pliegues, sus otros labios y su sexo. Con un ligero contorneo me ofrecía su sexo al que en un principio recibí con tenues besos de un saludo al desconocido. Las bolas de conquiolina celosas después del trabajo realizado se entrometían en mi deseo de llegar hasta dentro. Incorporándose un poco cogió el hilo por delante y por detrás haciéndolo pasar por su raja varias veces para al final soltarlo y ofrecerse. Los besos dieron paso a los lamidos, los lamidos a las chupadas y estas a los bocados. Frenéticamente nuestros movimientos fueron aumentando hasta que ella terminó por sentarse en mi cara mientras yo peleaba para que mi lengua no se rompiera dentro de ella hasta que sentí como aumentaba tanto su lubrificación que tenía todo el sexo empapado. Había comenzado su orgasmo y poco a poco lo fue sintiendo, cada vez más amplio, cada vez más fuerte, más expandido por su cuerpo. Entre estertores cerró las rodillas apretando tanto mi cara que me faltaba el aire que mi pene me quitaba de lo inflado que se encontraba y un fuerte gemido rugió por su garganta peleándose por salir de su boca. Cayó sobre mí abrazándome sin querer moverse pero sin poder aguantar una tiritona que dominaba todo su cuerpo.

-Sobresaliente. Te lo has ganado. Me dijo a los ojos.

Y así volvió a descender hasta que su sexo tocó al mío. Refrotaba su humedad contra mi vástago sediento hasta que lo engulló. Desapareció dentro de ella como si lo hubiera succionado, como si se hubiera caído en un agujero. Sentí un fuerte calor envolvente y en cuanto comenzó a moverse el placer se adueñó de mí. Quería abrazarle, estrujarle, pero los lazos me lo impedían. Me estaba follando con lascivia. Su vagina se contraía como una ola que iba y venía. Subiendo y bajando por mi miembro que no sé como aguantaba. El descontrol comenzó a aparecer. Se levantaba para dejarse caer sobre mí. Yo levante las caderas y la alcé en su éxtasis, moviéndose como posesa de un diablo lujurioso que la conminaba a no parar. Parecíamos jinetes cabalgando sobre una tormenta para domesticar este tornado de sexo, hasta que lo noté llegar. Como una punzada que se preparaba desde el centro de mi cerebro, salió como un rayo hasta mi pene el mayor orgasmo que había sentido en mi vida. Salió todo de mí. A borbotones me invadía el cuerpo y en avalanchas notaba el semen salir de mí mientras ella, quieta, notaba el calor resbalando por las paredes de su vagina. La calma volvió y mi pito claudicado aceptaba la rendición sin condiciones. Ella también había llegado

Como una gata tostada, ronroneaba a mi lado y sus uñas salieron de sus almohadillas para rascarme todo el cuerpo. Se hundían en mi piel mezclando el gusto y el dolor. Agarró el gusano en el que se había convertido mi pene para jugar con él mientras lo reanimaba con la punta de la lengua. Le daba pequeños mordiscos que lo activaban hasta que se lo llevó a su boca y lentamente le ayudó a respirar notando que de nuevo la sangre corría por él. Lo engulló y lo chupó. Cambió de posición mostrándome sus nalgas a las que no podía llegar. Me enseñaba su culo como un posible trofeo devanándose en empinar mi aparato, cosa que ocurrió pronto pues la visión del contorneo de sus partes me excitó sobremanera. Si con una mano sujetaba mi polla, con la otra acariciaba mis testículos. Uno de sus dedos bajaba algo más llegando a rozar mi ano. Este roce me excitó más todavía.. Torció el cuello para ver mi cara y nuestras miradas de encontraron. Me asusté al comprobar que en el momento de volver a girar la cabeza para introducirse de nuevo mi falo, pretendí ver en la comisura de su boca una sonrisa maliciosa, un "no he empezado contigo todavía". Sus dedos volvieron a mi culo que parecía que se dilataba y segregaba algún líquido, pues notaba como sus dedos resbalaban. Sentí más líquido encima de mi ano e imaginé que era ella misma la que lo estaba ensalivando. Metió un dedo en él y mi respingo fue inmediato. Falange por falange fue penetrando en mí. Mientras hacía esto su ritmo en las chupadas aumentó, su boca entraba y salía deprisa, con fuerza y ganas. Otras con la punta de la lengua dura tintineaba sobre mi frenillo teniendo que hacer hercúleos esfuerzos para no correrme. Su dedo en el ano entraba y salía despacio y suave. Me estaba enculando bien con su fino dedo, girándolo cuando estaba dentro y plegándolo un poco cuando iba a salir. Con la respiración entrecortada, los pulmones querían salirse de entre las costillas y yo notaba que no podría aguantar más. Ella también, así que se sacó la verga de la boca y la apretó con saña entre su mano cerrada, ahogándola. Su otra mano no paró. Pasó a incrementar el ritmo del dedo y cuando este salía aprovechaba para tirar de la pared del esfínter. Un segundo dedo hizo pareja con el primero. Corazón e índice se unían para introducirse. Algo me dolió. Sentí por dentro que no me gustaba y la posición tampoco era buena , mis ataduras me impedían doblar las rodillas y el acceso a mi ano era menor. Pero a ella ¿que le importaba?. Empecinada en follarme, se tomó más tiempo, continuó magreándome el ano, metiendo uno de los dedos, llevaba la mano hasta su vagina y aprovechando su excitación me lubricaba más el culo. Lo consiguió. Los dos dedos ya no me hacían daño, no, todo lo contrario. Los sentía dentro como me tocaban la base de la polla. Entraban más profundo y tocaban por dentro como buscando a tientas algo que habían perdido. Que lujuria. Que perversión. Si se lo hubiera propuesto me habría metido toda la mano pues parecía no tener límite. Mi pene se sintió de nuevo abrazado. Mi prepucio resbalaba otra ves sobre al glande. Mi capullo sonrosado se tronaba rojo y expulsaba pequeñas perlitas de liquido demostrando que la maquinaria de nuevo estaba engrasada para funcionar otra vez. Saco sus dedos de mi interior y levantándose un poco bajó por mi cuerpo hasta situar su brillante sexo sobre mi pene. De rodillas sobre mí, refrotaba fuertemente mi músculo contra sus labios, lo embadurnaba de erótica humedad y lo restregaba por su clítoris. Yo comencé a suplicarla que se penetrara.

Sin darme la cara se introdujo mi pene de nuevo en su encharcado sexo, apretándose al mío. Estuvimos haciendo el amor durante muchos minutos. Maldecía mis ataduras por no poder acariciarla, ni agarrarla, por no poder agarrar sus pechos por detrás y besar su espalda. Lo único que podía hacer es dejar que me follara de nuevo. Oyendo sus jadeos y gemidos me fornicaba en su juego, hasta que se entrecortó y supe que había tenido otro orgasmo lo que provocó que casi al momento me corriera. Se deslizó hasta mis pies y se aseguró que estaba bien atado para luego levantarse e irse. No oía nada. No sabía lo que ocurría. Lo que si imploraba es que no se fuera y me dejara atado. Cuando volvió traía unas copas llenas de cava, cosa que agradecí pues aparte de extenuado me encontraba francamente sediento. Sin desatarme me ayudó a beber, quedándose a mi lado mientras me acariciaba la cabeza, dándonos un respiro.

-Desátame. Le dije

-Para qué. Me preguntó ella.

-Para poder tocarte.

Se levantó y se acercó a mi mano izquierda. Cerré los ojos y sentí como un ciego su cuerpo en braille. Por las yemas de los dedos fui notando pasar su pelo, su cara y después todo su cuerpo recreándose y dejando que me embriagara de aquellas zonas que para mí ella suponía que más me podían excitar. Cogió mi mano y se la puso en su pubis, que agarré casi con saña, para empezar a masturbarla con los dedos. El clítoris tintineaba entre mis dedos abriéndose los labios para que como un estroma turgente abriera aquella corola para que libara dentro de ella. Los dedos trabajaron y ella comenzó a respirara de nuevo sintiendo el placer de su cuerpo, así que cuando estuve listo me montó de nuevo. Esta vez yo ponía todo mi esfuerzo en mantener una erección que por lo menos fuera funcional olvidándome casi de sus bufidos y gemidos. El orgasmo me llegó como de pasada, sin siquiera hacerle caso, quedando mi pene flácido, cayéndose una y otra vez de su encanto, por mucho que ella lo recogiera y se lo introdujera de nuevo. Lo sentía pero no podía hacer más. Tanto tiempo empalmado me estaba rindiendo cuentas en estos momentos. Había llegado a mi límite.

Salió del dormitorio volviendo rápidamente. En sus manos un pequeño paquetito se abrió y extrajo de él algo que espolvoreó en mi pene que acto seguido empezó a quemarme y escocerme como si me hubieran tirado ácido, pero al mismo tiempo emergió al sentir sus manos abrazarlo. Una erección durísima que la indujo a no esperar más para follarme otra vez. Sus pulidos senos acariciaban mi miembro. Ella cerraba los ojos para sentir en sus pezones revestidos por el carmín las venas del falo. Levantó lo que pudo el culo y su mano hurgaba entre sus glúteos. Su lengua repasaba mis huevos y de vez en cuando uno de ellos se introducía en su boca. El dolor y el placer se amasaban para ella. Finalmente se incorporó y en cuclillas sujetó mi polla con una mano y con la otra abrió su ano para penetrarse por detrás. Un pequeño grito salió de su garganta en el momento que el capullo después del esfuerzo de la entrada resbaló en su interior. Levantó la cabeza y sonrió sardónicamente. Las comisuras de su boca se contrajeron y como si se despidiera se dejó caer sobre mi inhiesto pene. Resoplando, reponiéndose del dolor se quedó quieta un rato amoldando su culo a la erección artificial que me había provocado. Sus hombros y tetas subían y bajaban al ritmo de sus costillas. Jadeaba como un corredor de maratón que aunque no tenga fuerzas tiene que seguir porque su mente está preparada para acabar la carrera. Subió un poquito y se dejó caer . Otra vez. Y otra. Y más. Y más arriba y más rápido. Y más al fondo y a más velocidad. La enculada para ella iba a ser bestial.

Era el cuarto movimiento, sin embargo era la única que disfrutaba. Medio loca por seguir jodiendo no se daba cuenta del daño que me estaba haciendo. Su culo parecía madera que me desgarraba la polla, así que durante un buen rato estuve suplicándole que se detuviera, que lo dejara, pero el sexo la ensordecía y no podía parar de disfrutar de aquel empalme virtual que la síntesis me había proporcionado. Respiré aliviado al ver que ella se había corrido mas no se movió ni un centímetro. Hasta el momento no me había percatado en el pañuelo negro que llevaba al cuello pero no quise ni pensar si pudiera servir para un nuevo juego. No podía creerlo. Con lo que quedaba de mi maltratado pito dentro de aquella adicta empezó a masturbarse con el dedo. Adivinando sus intenciones comencé a hablarle para que lo pospusiera y me liberara de aquellas ataduras a las que empezaba a odiar. No atendía a mis ruegos, a mis exigencias, a mis promesas o a mis chantajes. Extrajo mi pene de las puertas de su culo y volvió a cubrirlo con aquel fuego en polvo que al caer sobre el glande se introdujo en las llagas y me hizo gritar como si me hubieran marcado a fuego.

  • ¿Te gusta jugar? ¿He? ¿Te gusta el juego? Me preguntaba al arrebatarme de nuevo el pene. Jugaremos hasta el límite.

Tras aquellas palabras me entró miedo de lo que pudiera hacer. Se restregaba sobre mí como si no hubiéramos hecho el amor en toda la noche. El dolor era ya inaguantable, me estaba pelando vivo y mis gritos no la alteraban. Mi miembro dopado, tampoco conseguía una auténtica erección y lo que ocurrió a continuación recuerdo instantáneas borrosas que no me explican la historia. Sentí su pañuelo rodear mi cuello y sus manos aferrarse a él bloqueándome la garganta. En segundos mi cabeza palpitaba por la falta de sangre. Una sangre que se había viciado en mi miembro y no podía subir para que mi cabeza se empapara de la misma lujuria. Ella disfrutaba como endemoniada, mi cuerpo gozaba de sus espasmos pero mi cabeza retumbaba cada vez más y era la que no se divertía. No podía respirar y eso me ponía nervioso. Confiaba en que aflojaría, pues no sé si ella se daba cuenta del peligro que estaba corriendo, pero cada vez sentía sus manos más fuertes y yo más débil.

Comencé a revolverme dando golpes con la cadera pero no valía de nada. Sujeto como estaba me tenía a su merced y me daba cuenta que me ahogaba. El pánico se apoderó de mí retorciéndome con todas mis fuerzas lo que provocó pero no sé como que una de las lazadas de mis manos cediera con lo que con la mano libre me zafé rápidamente de la otra en el momento que pensé que me desmayaba. Encolerizado, poseído por la rabia y el pánico nervioso le abofeteé hasta que me soltó. Le cogí del cuelo y me puse encima de ella. Sin darme cuenta la estaba embistiendo con toda la furia de mis caderas sin tampoco recordar que cosas le gritaba a ese cuerpo que agarrado por el cuello abría la boca como un pez fuera del agua. Sus manos golpeaban mis brazos con banales resultados. Sus ojos negros se abrían más tragándose la poco luz que alguna de las velas supervivientes nos entregaba. Mis caderas se estampaban contra ella con venganza, con ira, con violento rencor a la vez que mis dedos se clavaban en la base de su garganta. La empujaba con locura como si con el rabo pudiera machacarla por dentro. De repente y sin haberme dado cuenta de su desarrollo, un enorme orgasmo confundió mi cuerpo haciéndome encoger de placer, de gozo, de descanso. Su cuerpo se arqueó y cayó contra el colchón como plomo. Cuando volví a mirarle los ojos los tenía perdidos en el techo, con el brillo de la felicidad y la sonrisa en la boca. Ella también había tenido un fuerte orgasmo. El mayor artificio de su vida. Un clímax sin límite.

Llorando por lo que había hecho le abracé. Le besé deseándole la vida. Le rodeé con mis brazos para que no se fuera. Sollocé sobre su cuello derramando unas lágrimas que recorrieron el mismo camino que horas antes lo había hecho el espumoso. Abrazado a ella pasé largo rato. Tanto que no recuerdo ni cuando ni como pude dormirme unido a su cuerpo sin vida hasta que el dolor de mi pene me despertó.

Parece que ya estoy mejor. No será necesario esperar más tiempo. Además cuanto mas tarde peor será para mí. Levantándome del sofá marqué el número de teléfono. Mientras pensaba si me daría tiempo a darme una ducha y a comer un poco. Descolgaron el auricular al otro lado de la línea:

112 urgencias. ¿con quien hablo?

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