Sin limites (3)
La lluvia caía fría en cada gota contrayendo mi cuerpo que se apretaba contra ella y su boca. Solos ante los eriales comenzó a desnudarse metiendo la ropa en el coche mientras yo me empapaba por fuera y por dentro.
Sin Limite III
En la vida mi cama me había parecido tan dura, como si quisiera echarme de sus lomos se hacía inaguantable y hasta ella parecía aburrida de tantas vueltas como daba intentando desviar mi atención de la memoria nocturna y descansar un poco pues lo iba a necesitar. Había decidido no levantarme hasta la mañana siguiente pero aquel saco de alfileres parecía retorcerse en su empeño de zafarse de mi, logrando que me levantara en el último empujón. Mas desanimado que nunca mi vejiga me llevó de nuevo al baño, sentándome para mi desgana. En posición tan femenina mi memoria escaneaba sus imágenes buscando en los archivos de mis neuronas la primera noche que salimos juntos, cuando nuestra relación comenzó a volverse truculenta, nuestros momentos felices y su sonrisa destellando en su femenino rostro. Los engranajes desengrasados rechinaban en mi mente al probar recordar los infinitos momentos que juntos compartimos y que protagonizarán los recuerdos de mi futura vida. Todo esto ha terminado. Su posesión ha terminado y su lazo virtual se ha evaporado lo mismo que el voraz deseo sexual que me atormentaba.
Podía hacerme daño. Eso significaba que se había retirado para no hacerme daño. ¿Pero qué daño me podía hacer? Si había retrocedido para que nuestra relación no fuera sellada con el fuego de mi pene, nuestro acercamiento sexual había sido ya bastante íntimo y sin duda esa no iba a ser la profunda razón de su huida. Por el contrario, si lo hacía para que no me encoñara con ella el efecto había sido el contrario, ya que al rechazarme se había convertido en mi obsesión y mi primer mandamiento se había convertido en "fornicarás con ella". Fornicar, parecía un verbo inventado por la iglesia para representar toda la parte de pecado que el acto pudiera llevar. Ni siquiera parecía representar lo que significaba y más que señalar una acción de hacer el amor, señalaba una actividad de pretecnología. Algo así como un bricolaje mal terminado o al que le falta algo. Eso era lo que a mí me faltaba. Había fornicado muchas veces en mi vida, otras había follado y muy pocas (las menos) había hecho el amor. No. No me iba a encoñar con ella sentimentalmente, pero ya estaba colgado por el perfume de su sexo y solo sentir que ella había estado en una sala de la empresa avivaba como una feromona todo mi sistema límbico.
Me levanté de la taza del váter y deambulé por la casa. No quería volver al dormitorio pero tampoco me apetecía recorrerme los cuatro costados del sofá. Decidí sentarme en el sillón orejero y determinar si hacía ya la llamada o esperaba a mañana. La tarde sería larga y necesitaría estar despejado. Mejor llamar mañana. Total unos horas más...
Ella comenzó a ser más imprevisible aún. Tan pronto una total indiferencia deprimía mis esperanzas, como que un roce acompañado de cierto brillo en sus ojos me devolvía el deseo. Sin embargo nuestro acercamiento solo se realizaba cuando ella así lo quería. Dominante. Cruel. Inquisidora. Totalmente dictatorial. Resultado de una consciente evolución de jerarquías. La pirámide había encontrado su cenit. Era LA AMA. Si. Era mi amo, mi ama, mi jefe. Y decía que no quería hacerme daño. La cúspide de la frialdad y la cima del deseo. El K1 de las montañas de la maquinación. En el trabajo debía mantener firmes mis brazos para no repeler con violencia aquellos desplantes y burlas que a veces sufría, en cambio otras veces luchaba para que mis manos no correspondieran a sus veladas y oscuras caricias. A la una la fornicaba con violencia y a la otra la amaba de forma altruista en mis sueños eróticos mientras en la cama acariciaba mi pene.
La sinrazón del destino confluyó en mi coche. Al azar nos puso e cada uno en un asiento del vehículo. El viaje iba a ser corto, tentar a un cliente de una ciudad limítrofe y volver en el mismo día. Pero sólo eso hacía que en el estómago se refrotasen erizos contra sus paredes y mi cabeza disparara innumerables situaciones eróticas bajo el embrujo de su perfume. Como un pelele. Como un muñeco de trapo o un monigote de papel que se dobla a favor del viento, a cada veleidad suya contestaba con una reverencia física, pero un escupitajo mental era lanzado como respuesta a todo ese desprecio que a veces captaba en su trato. Me avergonzaba de mi mismo saber que tanto como la odiaba a ratos la amaba más luego. Me preguntaba si ese viaje podría proporcionarme ese momento íntimo en el que pudiéramos conversar sobre nosotros y despejar la incógnita que me traía por la calle de la amargura. Tras hora y media de viaje siguiendo a un sol que intentaba desperezarse del acomodo que las nubes le proporcionaban, la somnolencia hacía que me mostrara verdaderamente vago para sacar el tema. Escuchaba su voz que no paraba de hablar sobre el cliente, lo mal que estaba la carretera, la cebada que comenzaba a amarillear y de vuelta al cliente. Tras la visita a su negocio éste se empeñó en comer con nosotros ante mi desagrado ya que aparte de que me resultaría imposible hablar de lo nuestro, me irritan los clientes que valiéndose de un futuro contrato se aprovechan de este tipo detalles por parte de nuestro bolsillo. Tras una mejorable comida que no se equiparaba al montante de la cuenta, volvimos a la empresa para cerrar conceptos y por último de nuevo al coche de vuelta a casa con la irritación por mi parte de tener que trabajar con un cliente que no simpatizaba para nada conmigo.
Te noto demasiado callado.
¿Ahora se le ocurre decir eso?. El momento exacto, cuando sabía que yo estaba rumiando si comenzaba a hablar o no. Durante todo el día se había mostrado dicharachera y conciliadora, llegando a hacerme reír en un par de ocasiones. Como que me hubiera preparado emocionalmente para que no fuera agresivo con ella pues podría haber imaginado que aprovecharía la ocasión de encontrarnos solos para coserla a preguntas.
-Sabes bien porqué no quiero hablar.
Respondí haciéndome la victima de nuestra relación. Sentirme el ofendido.
-Tienes que entender que lo nuestro es un juego. Empezó como un juego y si quieres seguirá como un juego. Pero no pretendas que esté siempre que tu me llames. Te pareceré fría, pero sentirme distante es lo que hace que no me enamore y lo más importante, que nadie me quiera como para sentirme acosada. El que conoce las reglas disfruta del juego. El que las rompe no vuelve a jugar. Supiste empezar, pero luego querías más de mí, de este modo he estado jugando contigo para que fueras tú el que midiera la distancia.
-Una cosa es encontrar esa medida impersonal que tu quieres y otra es la de mostrarte reina ante tus subalternos y reclamar el derecho de pernada cuando la princesa siente que más daño puede hacer.
Creo que esto lo dije de un tirón y no era para nada ni parecido a lo que miles de veces había pensado que le diría cuando llegara la ocasión.
-Puede que mi crueldad te parezca sádica, pero créeme si te digo que es lo que hace que puedas hablarme, que no te subieras a las nubes para que cayeras en cualquier momento. Sin embargo también sabes que mi lado bueno aparece para que no te distancies demasiado pues te aprecio y tenerte como enemigo no entra dentro de mis planes.
-Como tú quieras.
Pasaron unos cuantos chopos a ambos lados del coche, el cielo presagiando la tormenta que entre nosotros estallaba, había acumulado grisáceos cúmulos entre los que poco a poco nos metíamos. De repente una cortina de agua apareció delante de nosotros y como un telón que ocultaba lo que detrás tenía, nos dimos cuenta en el último momento que los coches precedentes habían parado. Nos detuvimos a escasos centímetros del parachoques del coche anterior y suspiré aliviado por haber controlado el auto además de saber que los coches que detrás venían paraban sin embestirnos.
Sin esperar más, salió del coche sin protección para conocer el motivo de la retención. Tapándose la cabeza con la chaqueta se perdió entre la hilera de coches, su silueta se diluyó entre la lluvia. Salí del coche para seguirla viéndola pero ya regresaba a la carrera por lo que volví al coche y esperé preparado para abrirle le puerta.
-¡Jesús!. ¡Qué manera de caer!.
Exclamó mientras sacudía la americana y una gotas se estampaban contra el salpicadero. Parece que varios coches se han dado y está la carretera cortada.
-¿Sabes si hay heridos?. Mi enorme humanidad me empujaba a preguntar este tipo de cosas.
-Parece que sí pues estaban llegando ambulancias y bomberos. Respondió sin forzar para nada el tono de voz.
-Entonces tenemos para rato. Y así terminé el diálogo
Miraba como absorto el limpiaparabrisas ir y venir como varillas tontas e indecisas que no saben en que lugar quedarse. Como yo. Pues en un segundo estaba convencido en volver a la carga con la conversación sobre nosotros y al segundo siguiente me encontraba en el lugar contrario y deseaba que no saliera esa charla. Cabreado, apagué el limpia y el parabrisas se cubrió con una densa capa de agua mientras por dentro el cristal se volvía opaco mientras captaba el calor de nuestros cuerpos. El vaho nos separaba del exterior. Rodeados de coches solo la imaginación descifraba la distorsionada silueta que los demás conductores ofrecían. Cientos de gotas reventaban contra el techo y aquel diluvio local parecía que iba a entretenerse con nosotros.
-No entiendo por qué te enfadas así.
¿Por qué me enfado? La cosa tenía bemoles. Pero bueno. Eso era kafkiano y absurdo. La historia era fácil de comprender. Durante este tiempo ella había jugado conmigo, cuando y cuanto ella había propuesto y dispuesto. Cuando empezaba a disfrutar, ella rompía unilateralmente el juego. Para colmo ¿iba ella a ser la castigada?. Mirándola con cara de asombro e incomprensión volví a relatarle todos los desplantes de los últimos días mientras miraba sus ojos negros y brillantes. Sus labios rojos no se despegaban pero tampoco se dibujaban ofendidos ni preocupados. Sus mejillas y cuello brillaban todavía húmedos por la lluvia mientras se juntaban para formar gotas que divertidas se lanzaban con lujuria por el camino de su escote. La camisa mojada realzaba su busto a la vez que comprimía sus capilares, siendo el resultado un pecho con aspecto duro y erguido. Henchidos en su propio pecho, sus pezones remarcaban en negro pequeñas dianas traicioneras como reclamo de mi atención. Y el efecto se iba sintiendo, pues lentamente me iba calmando en mi furor dialéctico para trasvasarlo a un furor bajo, de entrepierna, que no podía pasar desapercibido.
No sé como, pero sin decir absolutamente nada, había calmado mi enfado a la vez que dominado la situación y me tenía en los terrenos en los que ella era la dueña. Algo sexual salía de ella que anulaba y controlaba mis sistemas de conducta. Ahora ya sólo quería follar con ella. Su dedo índice se introdujo en el sujetador removiendo la punta de su pezón, al tanto que su otra mano subía por mi pernera hasta agarrar en un burujo pantalones, calzoncillos y polla. Como de costumbre el subidón fue inmediato recibiendo el cerebro una inyección de intenciones que solo escuchaba ?folla, folla, folla?, pero ella me frenó de inmediato y reclinándome en el asiento bajó la cremallera de mis pantalones asiendo con toda la mano mi vástago lo sacó moviéndolo para que la sangre corriera. Hundió su cabeza y su lengua palpó el falo que no dejaba de hincharse para finalmente acogerlo en su boca. Con una parsimonia terrible, tan lento como podía, parecía que tuviera miedo a que un movimiento brusco hiciera huir aquel miembro, fue comiendo, lamiendo, chupando, masturbando mi pene tal dulcemente que reclamaba misericordia y que acabara allí mismo. Pero el goloso momento fue interrumpido por una serie de pitidos de bocinas a la vez que un número de la guardia civil al lado de la ventanilla intentaba atravesar el vaho de los cristales con la vista para comprender el porqué ese coche no se movía interrumpiendo el paso a los demás vehículos. Al toc-toc en el vidrio de la ventanilla ella se levantó como un resorte y yo me eche la camisa por fuera en un intento de mantener mi presencia púdica mientras bajaba la ventanilla para explicar en un incoherente tartamudeo que lo sentía e inmediatamente arrancaba el coche para escapar de aquella vergüenza. En cuanto estuvimos en marcha las carcajadas resonaron en el coche recordando el susto, nuestras reacciones y la cara de incredulidad del número que todavía estará apostando a si lo estábamos haciendo o eran imaginaciones de él.
-¡Sal por aquí! Dijo señalando un camino forestal.
Dejamos la carretera y atravesando una pequeña chopera que nos dejaba al resguardo de los demás coches, paré el coche y nos besamos sin darnos tiempo a reaccionar.
-Baja. Baja del coche. Rápido. Hazme caso. Dijo ella como implorando.
-Pero mira como cae. Sigue lloviendo a mares.
-Hazlo. No te arrepentirás.
Ante tal promesa salté del auto y me dirigí a su lado. La lluvia caía fría en cada gota contrayendo mi cuerpo que se apretaba contra ella y su boca. Solos ante los eriales comenzó a desnudarse metiendo la ropa en el coche mientras yo me empapaba por fuera y por dentro. Su imagen salvaje con el pelo en la cara y su silueta rompiendo el plano que formaba la lluvia vinieron hacia mí y me quitaron la ropa con la misma rapidez dejándome desnudo debajo del cielo plomizo. Bebió la lluvia de mis pezones y de mi ombligo. Mi abdomen se contraía el paso de su lengua caliente que lamía las gélidas gotas que rompían sobre mi cuerpo. Bajó hasta que engulló mi miembro de nuevo devolviéndome al placer martirizador. Nunca había gemido, pero aquella situación me había abandonado en el placer, saliendo de mi garganta los primeros jadeos preludios de mi orgasmo. Se incorporó poniéndose detrás de mi, su pecho apretado a mi espalda , con la mano derecha me masturbaba y con la izquierda abría mis nalgas para que notara la lluvia gélida en mi ano. Apoyé las manos sobre el capó del coche y me preparé para disfrutar lo que venía. Su cabeza descansaba en mi espalda, su mano abrazaba con fruición el rabo, sus dedos hurgaban mi esfínter y los huevos los tenía duros. ¡¡¡¡¡Dios que placer!!!!. Desnudo, allí bajo la lluvia, sintiendo toda desinhibición, notaba su lengua secar mi espalda y a su anular girar dentro de mi culo. Mi pene empezaba a palpitar. Me estiraba, respiraba profundamente inflando el pecho para recibir el placer que ella me producía. No pude más. Me dí la vuelta y sorbía la lluvia desde su cuello hasta su pubis mientras descendía. De rodillas y sacando la lengua todo lo que podía la pasaba por sus labios henchidos hasta su clítoris. La oí suspirar. Mi lengua se volvió dura y penetro en su vagina. La oí gemir. Mi boca se llenaba de agua, pero aún así, lograba distinguir su flujo más viscoso salir entre sus pétalos. Mi boca se acopló a su pubis y succionaba todo su sexo. La oí gritar. Mirando hacia arriba ví como se apretaba los pechos, como se magreaba y se estiraba los pezones. Tiritaba sin saber si era de fría lluvia o le temblaban las rodillas por el placer que le estaba proporcionando. Mis labios atrapaban los suyos y los estiraban. Mi boca y lengua cada vez se hundían más en ella y ella parecía no poder tenerse más en pié. Como pequeñas convulsiones sus rodillas se cerraban y abrían, leves tics augurio de una tremenda corrida pues en el momento en que me atrapó la cara con sus piernas y sus manos apretaba mi nuca contra ella de su garganta salió todo el aire de sus pulmones y pensé que se iba a desplomar. Pequeñas réplicas siguieron sacudiendo su cuerpo y su vagina.
Cuando logré zafarme, me levante y la estreché en mis brazos, su cuerpo estaba helado, la besé profundamente y ella abrió los ojos. Su miranda era viva y alegre y por su expresión me dí cuenta que de nuevo me iba a quedar con la miel en los labios.
Te advierto. No me penetres.
Me mordió un pezón y se metió mi falo en su boca. Cerró los labios y succionando fuertemente lo sacó poco a poco. Su mano optaba por sacarlo y su boca porque no saliera una pelea que acababa con todas mis defensas. Yo apretaba el culo y hacía esfuerzos para no correrme y ella lo entendió. Su lengua tintineaba contra mi frenillo y limpiaba de agua mi capullo morado de la sangre allí contenida durante tanto tiempo. Ella percibió que yo estaba a punto. Se incorporó y me abrazó. Echo su espalda un poco hacia atrás y su pubis se apretó contra mi polla. Restregando su ralo pelo y su tripa me masturbó. El roce del baile era altamente sensual. De vez en cuando nuestras miradas se encontraban. Los ojos no los apartábamos y queríamos vernos las caras, ver sus facciones al recibir el placer. Mis manos apretaron sus nalgas fuertemente. Ella levantaba más las caderas aumentando la presión del fregoteo, el ritmo se disparó y mi falo vertió escupitajos de semen que empaparon aun mas nuestras tripas. Abrazados estuvimos sintiendo la lluvia sobre los hombros mientras arrastraba los grumos de semen de nuestros cuerpos al suelo. Pasado el fulgor del orgasmo comenzamos a sentir el frío de la realidad, así que saqué un manta del maletero y nos metimos en el asiento de atrás del coche. Tapados para entrar en calor mi corazón me decía que había relación de nuevo entre nosotros y mi cabeza me recordaba que ?esto? era su juego por lo que si quería seguir participando debería guardar las reglas y de este modo la tendría a mi lado. Así que decidí jugar a lo grande. Pero ahora no quiero recordar más.
Selenet