Sin limites (2)
Segunda parte de la adicción por la dominación que su compañera de trabajo tiene sobre él. Su pasión le ira haciendo romper los límites de una relación.
SIN LIMITE II
Mirándome al espejo plateado, me voy dando cuenta del ocaso de esta relación, de cómo poco a poco, todas las circunvalaciones de mi cerebro han ido desapareciendo para que dar en una obsesión plana por esa chica. El contraste de mis ojos rojos con mi pálida cara me asusta en tanto en cuanto me demuestra lo enfermiza de nuestra relación y las moradas ojeras son la consecuencia de mi pensamiento obsesivo hacia ella. Mientras pisaba huevos, me dirigía al calor de mi cama, protegiéndome con mis sábanas del dolor que todavía me invadía el cuerpo y que los "termalgin" todavía no podían calmar. Al arrullo de la almohada los recuerdos siguen brotando de mi mente lo mismo que la sonrisa. Necesitaba recordar. Debía recordar todos y cada uno de los detalles que habían marcado nuestra relación. Lo iba a necesitar tanto como el calmarme y ordenar mis ideas.
La sonrisa ante la situación inexplicable, a la mueca del espantoso ridículo de mi solitaria estancia en el lavabo con los pantalones por los tobillos y los calcetines trepando por mis delgadas y blancas piernas. La sonrisa del intento de imponer mis condiciones y no conseguir ni un principio de intenciones. La sonrisa al entender cómo me había soltado cuerda para desfogarme para luego devolverme al redil de sus labios. Era distinta a mi, pero mi orgullo de hombre debía mantenerse lo mismo que la altura de mis pantalones. La comisura de mis labios se entreabría para admitir que sí. Que necesitaba una venganza, una tierna vendetta que me devuelva la hebilla de mi cinturón. Los días transcurrían sin demostrar resentimiento, pues acogiéndome a sus últimas palabras en el lavabo podré tenerla en otro momento y en otro lugar. Las miradas, los roces, las conversaciones rezumaban el deseo que nos teníamos pero no pasaba del deseo. Era una mujer "no hormonal" pues parecía autorregularse sin que en ningún momento los niveles de deseo traspasaran el umbral de la debilidad y cayera en lo carnal. Pero a mí, a mi me bullía la bilis, era una cantimplora de hormonas a punto de estallar y ella medía las dosis en amstrongs. Su despacho era un altar para mí, lo mismo que las iglesias huelen a incienso y vela, su despacho olía a ella, a fresco y dulce. Tan delicado que respirarlo demasiado fuerte podría turbar su aroma. Ahora desde arriba podía discernir el olor de su pelo, por encima de su hombro recibía las últimas instrucciones para el cliente y a la vez percibía su interior. Efluvios de jardín, con suave toque de madera húmeda, un poco de brisa ascendían hasta mi pituitaria y cegaban mi entendimiento. Ella se dio cuenta y volviendo su cabeza rozó con sus labios mi cuello. Su mirada tintineaba deseo pero no lo admitiría. Desde arriba pasé mis brazos para abrazarla mientras ella en su butaca atrapaba mis manos para apretarse contra ellas. Estaba siendo evidente que sus senos se entornaban duros y sus pezones crepitaban al desperezarse. Pero como siempre, se levantó y se fue dejándome acabar de leer el informe. Al rato volvió, parecía más relajada pero con el aire en la cara del niño que ha preparada alguna y ve en su cabeza los resultados de su pillería. Recogió todo y se fue a la sala de comunicaciones para presentar su proyecto mientras yo desandaba el pasillo hasta mi despacho que olía a mí. Me senté y una carpeta nueva apareció sobre mi mesa.
No recordaba haberla dejado allí, para esto soy bastante ordenado. Con la solapa entreabierta llamó mi curiosidad despertando verdaderamente mi interés en cogerla y al abrirla descubrí la razón de la sonrisa en su faz. Durante su ausencia en el despacho había dejado sus bragas en el mío. Las cogí con la delicadeza del que agarra un jarrón de porcelana china, eran de ella porque olían a ella y al abrirlas distinguí el viscoso beso de sus labios más menores. La excitación se apoderó de mí y mis holgados pantalones del traje eran incapaces de acompañar la terrible erección que me había provocado. Metí las braguitas en un cajón y salí del despacho dirigiéndome a la sala de comunicaciones. Sabía lo que estaba haciendo entrando cautelosamente en ella cerré la puerta seguido por su mirada de reojo. En una de los extremos de la mesa se encontraba sentada frente a una cámara y mantenía la reunión con nuestro cliente coreano a través de una video-conferencia.
Ahora era el momento, pues pasara lo que pasara ni un cargamento de grilletes le podrían mantener más quieta y sumisa a esa pantalla. Desafiando su mirada, me fui acercando al otro extremo de la mesa. Sentía que ella intuía lo que iba a hacer, pero valoraba si sería capaz de hacerlo. Me agaché metiéndome debajo de la mesa y a gatas sus piernas las veía acercarse hacia mí. En completo silencio y despacio reducía la distancia con el único miedo de que mi corazón reventara. Tenía las piernas cruzadas cuando llegué a sus tobillos. Los acaricié para que ella supiera que ya había llegado. Que estaba debajo de ella y saber si su voz cambiaba al sentirse tan...tan indefensa. Sabía que no podía moverse y eso esperaba que la pusiera más nerviosa y excitada. Sin embargo el tono de su voz no varió ni un ápice. No llevaba medias así que me dispuse a disfrutar de sus piernas. Subía y bajaba las manos por sus delgadas pantorrillas dejando que mis uñas rozaran su piel y de vez en cuando esta respondía erizando el tenue vello que emergía de su piel. Rodilla sobre rodilla, mi mano quiso deslizarse por el exterior del muslo forzando la falda. Ella la sintió y esta vez cambió de posición adoptando una postura más informal sobre la butaca. Era jugadora y en ese momento lo demostraba. Descruzó las piernas y subió la falda por sus muslos. Me lanzaba un órdago. Lo había calculado y sabía mis cartas. Parecía que lo había planeado. Llamarme al despacho, contarme como iba a ser la reunión, las bragas en mi despacho. ¡Que hilos tenía que ella movía y que yo no veía! Me acerqué más y saboreé su epidermis. Mi lengua dibujaba transparentes trazos en sus piernas, sin un orden concebido pero con el alfabeto del deseo.
Un calor con mayúsculas subía por mi cuerpo y esperaba que ella sintiera como mi lengua se derretía al contacto con sus muslos. No podía llegar más allá así. Mis manos pellizcaban suavemente el interior de sus largas piernas que parecían pulidas en mármol y a medida que ascendían ganaban unos centímetros a su sexo. Abrió más las piernas y subió todo lo que pudo su falda, hasta que esta se apretaba contra su carne. Su sexo se me apareció desde la oscuridad y el perfil de su vello dibujaba su coño. El dorso de mi índice recorrió de abajo arriba su sexo y ni un escalofrío recorrió su cuerpo, pero su interior se relajaba comprobando como los pétalos de la corola de su sexo veían la luz y se abrían turgentes, invitando a que jugara con ellos. Mis dedos acariciaban su pubis recortado intentando aplicarme en que fuera lo más sensual posible, intentando entender sus movimientos y adelantarme a sus deseos. Las cálidas ingles parecían parpadear en un pequeño tic entretanto que mis dedos repiqueteaban en su clítoris embebido en su propia solución. Aquel humor acuoso se deslizaba desde su interior abrillantando aun más su rosado sexo. Introduje lo más despacio y delicadamente que pude un dedo en ella, engulléndome de forma caníbal, abrazándolo cálidamente, palpitando en pequeñas convulsiones.
Envié un nuevo dedo para rescatar al anterior de la presión a la que estaba siendo sometido pero aquel influjo lo retuvo nuevamente y los dos juntos jugaban a chapotear en su tibieza. No podía entender como estaba tan encendida en su interior y sin embargo podía concentrarse en la video-conferencia utilizando un perfecto inglés. Su masa gris dominaba de cuello hacia arriba y su corazón de cuello abajo. ¿Cómo era posible esa desconexión? ¿Que tipo de disciplina requería ese dominio? Durante un largo rato seguí hurgando en sus entresijos controlándome para no hacerle daño, con todo el deseo de probar ese oscuro túnel de vicio, de meter la lengua para probar su sabor y ver si esa especia sabe a ella.
Abruptamente saqué mis dedos y los deslicé por su pierna hasta el borde del gemelo despidiéndome de ella. Reculé por debajo de la mesa y salí en silencio tal como había entrado enviándole una sardónica sonrisa a su reojo.
De vuelta, en mi despacho el tiempo se arrastraba, no avanzaba, como encadenado a toda su historia. Sonó la llamada en la puerta y apareció ella tan brillante, tan femenina tan...olorosa. Se situó enfrente de mí al otro lado de la mesa y extendió el brazo con la palma de la mano vuelta hacia arriba. No pude mas que reírme al abrir el cajón, coger sus braguitas y depositarlas en su mano abierta. Se puso las braguitas y con la mirada dije adiós aquel encaje verde oliva que apresuradamente se escondía debajo de la falda. Rodeó la mesa girando mi butaca, a la vez que me miraba en el fondo de sus oscuros ojos. Ahora me río pero debo reconocer que casi me entra miedo pues no distinguía si la pasión que sus ojos radiaban podía matarme o darme las gracias. Se sentó en mis rodillas y agarrándome del cuello me besó con tal pasión que el tuétano de mis huesos salió por el poroso tejido invitándome a abrazarla contra mí, sintiendo su pecho contra el mío, su boca con la mía, su lengua con la mía y su deseo con el mío. De nuevo se apartó.
- Lo siento, pero vengo del servicio y acabé lo que empezaste. Sin embargo me gusta como juegas. Si quieres te espero en mi casa a las nueve y media esta noche. ¿Qué me dices?.
Allí estaré. Respondí yo sabiendo lo que aquello significaba.
Lleva vino.
Se levantó de encima y abandonó el despacho despidiéndome con el contorneo de sus caderas.
¿Como se pueden tener tanta ansia? ¿Como pueden tardar tanto en pasar dos horas? Hasta que se hiciera la hora de ir a su casa había intentado matar el mayor tiempo posible. A la salida de la empresa me tomé largo rato en una vinoteca escogiendo un buen vino. Un vino para el paladar de una mujer. En casa decidir lo que iba a poner me resultó más difícil de lo habitual. Eso me ponía nervioso pues lo que a mí me parecía que tardaba mucho para el reloj eran escasos minutos. Preparé el baño. Uno de esos escasos baños que tomaba en raras ocasiones, limpiándome a conciencia. Hasta las uñas me parecían largas y en el baño no aguantaba. Me hice la manicura en el agua y salí para secarme. Delante del espejo veía mi cuerpo desnudo y mi mejor amiga bamboleante y ajena a todo lo que mi mente pensaba que podía ocurrir. Ella también debería estar presente para la situación, así que sin pensarlo cogí la maquinilla de afeitar y con el corta patillas me rasuré el vello del pene y los testículos. Recorté el vello de mi pubis y me ofrecí de nuevo al espejo rebotándome una imagen más infantil de mí.
En el coche repasaba los detalles, lo que podría decirle o sobre qué temas hablar. Del trabajo se hablará por supuesto. Pero ¿qué decirle para entrar en acción?. Probablemente al final no diga nada de lo pensado ya improvisaría en el momento. Llegué y me abrió, no pude esperar al ascensor y subí peldaño a peldaño. Estaba esperándome debajo del dintel de la puerta. ¡Dios que preciosidad!. Embutida en negro, el mismo que sus ojos, los pantalones adaptables recorrían sus piernas como una sobrecapa de su piel y una chaquetilla de manga corta, acentuaba con su escote mi vértigo al asomarme parte de su pecho. Una gata negra de afiladas intenciones que me seducía en la mesa buscando con la punta de sus medias alejar mi nerviosismo. Me trató como un rey. Impidió que le ayudara, que recogiera, que preparara las copas. Mientras hablábamos en el sofá de alcántara se levantó hacia el equipo de música encendiéndolo, una música suave se difundió en el ambiente y ella comenzó a bailar sobre la alfombra. Bailaba sensualmente contorneando su cuerpo enfrente de mí. Bailaba para mí y aquello me gustaba mucho. Siempre tendré en mi recuerdo su negra imagen bailando. Sus movimientos se iban convirtiendo en mas sensuales, mas provocativos. Sus manos masajeaban su cuerpo, agarrando sus caderas, palpaba sus costillas y agarraban sus senos. Se desabrochó los botones de la chaquetilla y se apareció ante mí su pecho encorsetado en un precioso sujetador de raso negro. Me tiró la chaquetilla. Sus manos siguieron trabajando para liberarse del pantalón al tanto que mi pene también trabajaba para zafarse de la imposición del vaquero. Me estaba calentando. Calentando como ninguna antes lo había hecho, sin tocarme. Haciendo lo que yo pensaba que quería. No quería perder detalle de aquel baile y ella se quitaba los pantalones poco a poco, dándome tiempo para disfrutar de cada centímetro de pierna que ante mi aparecía hasta que vislumbré el borde de unas medias en sus piernas. Cristal oscuro con encaje en el elástico. Era mi paradigma de la sensualidad.
Aquella ropa interior lanzaba otra llamarada al ambiente, su cuerpo tizón seguía mostrándome el baile hipnótico contornándose con un imaginario pentagrama. Llevaba el pelo recogido en un simple moño, mostrando la largura de su cuello, así su cabeza me parecía más pequeña, más frágil pero igual de peligrosa. Con los ojos cerrados la giraba como queriendo entrar en un pequeño trance, una ceremonia para desinhibirse de su cuerpo y sentirse totalmente lasciva. Las siguientes imágenes se me presentan en la mente como una secuencia de flashes, a cámara lenta. Sus manos desaparecieron a su espalda para desabrochar el sujetador y sus dedos fueron retirando pausadamente los tirantes hasta dejarlo caer a sus pies. Sus torneados senos se mantuvieron firmes y sus pezones se erizaron al mismo tiempo que mi pene al que ya no podía camuflar dentro de los pantalones. Sus manos acariciaban aquellas pétreas tetas cuando me levanté quitándome la camisa y tomándola por la cintura bailamos al unísono con el mismo movimiento de cadera. Lentamente nos fuimos pegando hasta notar sus pezones cortar la piel de mi vientre sobre el cual se deslizaba arriba y abajo, cada vez más abajo, cada vez más arriba. Lanzó su lengua sobre mis labios y volvió a bajar para sentarse y deslizar su sexo por mi pierna. Apretaba su vientre contra el mío y en un segundo ataque atrapé su lengua con mi boca, un beso desesperado por tenerla salió de dentro de mí, para cogerla y ayudarla a tumbarse sobre la alfombra. Aprovechando que estaba permisiva agarré su chaquetilla y se la puse en los ojos a modo de venda. Se dejó hacer y eso me relajó para quitarme los miedos y mostrar mis deseos sexuales. Llevé sus manos por encima de su cabeza susurrándola que no podía utilizarlas bajo ningún concepto y sobre ella me sentía el dueño de la situación, el dueño del mundo. Podía observarla sin que ella supiera lo que hacía o iba a hacer, dándome cierta ventaja en el juego. Vi sus pechos de cerca con sus oscuros y pequeños pezones, tiesos como icebergs y los lamí, relamí. Los metí en mi boca, succionando, mordisqueando al tiempo que ella levantaba el pecho para que los introdujera más en mi boca. Mi lengua por su cuerpo saltaba de un lugar a otro que ella no esperase, provocando en ella cierto frenesí y nerviosismo esperando en donde podía ser el siguiente toque. Su nariz, su cuello, sus orejas fueron diana de mis ataques hasta que su ombligo me detuvo pues cuando lamía su vientre, su cuerpo se arqueaba febrilmente. Rápidamente opté por desnudarme para que ella me sintiera a mí. Apreté con la mano mi falo para parar los latidos que podían provocarle un infarto de pene y la sangre quedó atrapada en el glande tornándose rojo de pasión. La lengua seguía descendiendo por su vientre hasta el límite de su tanga y mis dedos inspeccionaban por debajo de aquella frontera. Levantó las caderas para que pudiera sacarle las braguitas y su vello recortado en uve me pareció tremendamente erótico.
Lo olí, metí mi nariz y mi boca en él. Mi lengua palpó su clítoris, lo que hizo que cerrara levemente sus piernas a la vez que un suspiró se escapó de su boca. Un gemido apenas contenido. Tintineaba con aquellos labios carnosos a la vez que introducía un dedo en su vagina. Trabajé y trabajé para que disfrutara, para que se retorciera a veces del placer, para que me sintiera en todos sus más bajos instintos, para que no olvidara esa noche y sobre todo para que me devolviera al menos la décima parte del éxtasis que le estaba proporcionando. Me comía sus ingles, lamía entre el ano y la vagina, introducía lo más que podía mi lengua en aquel canal para su desesperación. Sentí su mano llegar a mi pene y asirlo con delicadeza. Desnudarlo de su pellejo y percibir su calor me volvió loco, pues hizo aumentar los movimientos lo mismo que crecían los impulsos de mi corazón y la sangre me llegaba demasiado deprisa a la cabeza pero después de pasar por mi verga llegando viciada de sexo. Sus gemidos crecían y se quitó de los ojos la venda, sin embargo no los abrió, sino que los apretaba. Eran sus caderas las que ahora hacían golpear su sexo frenéticamente, con posesión en mis labios y lengua. Con la boca abierta jadeaba llamando al orgasmo que yo sentí llegar mientras se acurrucaba sobre sí misma. Recogida "sufría" el placer a través de su cuerpo en una onda que iba y volvía.
Recobrando el conocimiento se levantó y me miró. Sonrió y se fue al baño al tiempo que dijo:
-Gracias, ha sido sensacional. Has estado perfecto pero ahora me gustaría que te fueras. Nos vemos el lunes en el trabajo.
Y desapareció detrás de la puerta. Alguien me había dado con una maza en la cabeza ya que no salía de mi aturdimiento. Pero...pero necesitaba una explicación. Una gota de liquido viscoso colgaba de la punta de mi vástago, rendido y claudicado, una lágrima del deseo abortado. Me acerqué a la puerta del baño y la supliqué que saliera, que no me dejara así. Al cabo de un rato de silencio me pidió que no insistiera, que me fuera pues podría hacerme daño.
Como un zombi salí de su casa. Era un auténtico muerto viviente pues me había sacado el corazón con sus palabras. Hacerme dañó. ¿Hacerme daño? Pues entonces ¿qué me estaba haciendo abandonándome?. Llegué a casa y me desnudé. Disfruté de mí mismo alcanzando con el recuerdo del olor uno de los más altos y largos orgasmos.
Ahora sintiendo el malestar en mi cuerpo me doy cuenta del significado de sus palabras. "Podría hacerte daño...podría hacerte daño". Me está entrando sueño y todavía es pronto. Creo que voy a intentar dormir otro poco aprovechando que mi cabeza ya no retumba tanto.
Selenet