Sin limites (1)

Mi mano se acercó a mi pene y al agarrarlo sentí un escozor que hizo incorporarme para ver lo que tenía mi parte más sensible. Una escocedura en el glande y otra en el prepucio eran las causantes del ardor que mi pito llevaba tiempo haciendo notar. Otra huella de la noche

Sin Limite I

Me daba miedo despertarme. No quería abrir los ojos y que la luz me devolviera al mundo físico, cuando lo que más necesitaba era descansar y no pensar. El cuerpo me dolía, la boca clamaba agua para que disolviera el estropajo que tenía en ella y mi cabeza se debatía entre el recuerdo de escenas anteriores y el golpeteo de un tampón contra mi frente con el título de indecente. A medida que me despejaba, mis terminaciones nerviosas se ponían de acuerdo para que entre risas de venganza mi cerebro reconociera todo el dolor que podían transmitir. Mi mano se acercó a mi pene y al agarrarlo sentí un escozor que hizo incorporarme para ver lo que tenía mi parte más sensible. Una escocedura en el glande y otra en el prepucio eran las causantes del ardor que mi pito llevaba tiempo haciendo notar. Otra huella de la noche.

La atracción al sexo, al descubrimiento de nuevas sensaciones, a investigar con nuestros cuerpos y nuestras emociones había sido lo que el azar nos encontró y dándonos cuenta de ello decidimos aprovechar ese interés común, pero ella, ella siempre iba un poco más allá. Si agotaba todas las posibilidades de una situación ya quería pasar a la siguiente y así la dulzura de la excitación poco a poco iría convirtiéndose en la excitación por lo desconocido y por último en la excitación del miedo. Las propias situaciones nos envolvían enrollándonos en una espiral que nos aceleraba sin tener percepción de ello hasta engullirnos para su propio engorde. Sus juegos empezaban a darme miedo, sin embargo la propia idea de rechazarlos creaba tal desazón por lo desconocido que terminaba por participar en todos ellos.

No quedaban lejos en el recuerdo los primeros días. Mi entrada en la empresa como un valor al que había que cuidar y enseñar. El trabajo en equipo durante largas horas en las que la convivencia da paso a la connivencia y poco a poco se forma el tejido que envuelve los cuerpos para hacer el amor. Ella llevaba 3 años en la compañía y era voraz como una máquina de picar, apuntaba alto pues altas eran sus pretensiones y tomaba todo lo que quería. Inteligente dominante y embaucadora. Tres cualidades que bien agitadas en un precioso cuerpo destrozan la vida de quien se proponga y en mi cabeza llevaba impresa una diana. Lo veía. Sus ojos disparaban a dar en la médula.

En la sala de juntas exponía las nuevas ideas para la campaña de uno de nuestros clientes. Las sugerencias estaban siendo aceptadas con gran interés y eso nos hacía hablar con mayor seguridad, imponiendo nuestro criterio y la euforia empapaba nuestro cuerpo. En sus pupilas se reflejaban mis palabras orgullosas de nuestro trabajo, iridiscentes, chispeantes, radiantes, brillantes. Bajo la mesa su mano descendió a mi rodilla palpándola con el gesto de aprobación a lo que yo exponía, pero no la abandonaba. Cambié la situación en mi asiento para que la mano me entendiera y abandonara la absurda idea que se estaba fraguando en mi mente y que rogaba que no se transformase en realidad. La suerte fue otra, ya que sus uñas fueron subiendo por mi pantalón clavándose ligeramente en el interior de mis muslos, arrancando los nervios de mis piernas, como si lo hubiera hecho en la garganta mi voz tembló y mi mirada buscó sus ojos pero los encontré perdidos y risueños hipnotizando al cliente sentado al frente. Mi tensión subía a medida que la mano trepaba y no pude evitar cierto aturdimiento cuando su mano abarcó mis testículos y dándome ánimo los apretaba suavemente, acomodándolos para recibir una rápida erección que enseguida notó la mano anfitriona agarrándola para darle la bienvenida. Mi vista se dirigía a cada persona de la sala intentando obtener un atisbo de asombro a lo que allí estaba ocurriendo, pero nadie se percataba de aquel miembro invisible que mantenía en vilo mi mente. Su mano abandonó mi falo dándome un respiro, pero simplemente era un receso para un ataque más fuerte. Introdujo la mano en el bolsillo del pantalón para llenar el fondo del forro y utilizándolo como un guante atrapó mi verga ante la expectación que estaba provocando ante los clientes pues el tono de mi voz aumentaba directamente proporcional a excitación y la velocidad con la que declamaba crecía lo mismo que subía la frecuencia con la que su mano subía y bajaba por mi pene.

Estaba terminando mi argumentación y ella hierática para los demás lo sabía. Me miraba sonriente asintiendo mis aseveraciones como la mejor actriz sabiendo que por dentro me estaba comiendo. Justo en el momento en el que terminé de hablar y controlando para no sentir el semen en mis calzoncillos retiró la mano del bolsillo y se levantó para estrecharla a los clientes y llevar los contratos a secretaría

Abroché mi chaqueta para ocultar mi priapismo y dejando a los jefes que hablaran salí de la sala mientras me prometía a mí mismo que tendría una explicación. Vi desaparecer el bajo de su falda y sus tacones entrando al lavabo así que hinqué toda mi furia en mis talones y me dirigí en su busca. Allí encontré su figura, inclinada hacia el espejo tensaba la pierna morena para hacerla más larga y su culo respingón tensaba la falda gris marengo que apretaba su cintura. Una camisa blanca de grandes cuellos en pico y abrochada hasta el cuello acolchaba la caída de sus senos que se me antojaban tan duros como su carácter y tan suaves como su voz. Cerré la puerta tras de mí, he intentando que mi propio enfado no me desbordase profería toda una ristra de explicaciones a su comportamiento. No escuchaba nada. Pintándose los labios el azogue me mostraba su más dulce y atrayente rostro que dibujaba en su interior una sonrisa. Su pelo azabache caía por sus hombros ondulándose a medida que se alejaba de su nacimiento. Acabó y guardó la barra. Se dio la vuelta y enseñándome aquellos labios rojos y gruesos, mojados de sangre y brillo, me hundí en la profundidad de sus ojos y quedé cegado en su oscuridad, aquellos agujeros negros absorbían toda la luz y no tenían fondo. Nuestras bocas se juntaron y saboreé la parafina de sus labios, chupando todo su brillo, sintiendo su calor y su furia en cada beso, reconociendo como a golpes de lengua me traspasaba todo el veneno que como un enzima hacía hervir la sangre, sentía llegar a mi nariz todo su celo, desprendía vapores de excitación y transpiraba sexo que emanaba alrededor de su cuerpo impregnando de vaho los azulejos del lavabo.

Mis manos bajaron hasta sus caderas y mis dedos recogían pellizcos de su falda hasta que su final apareció y sentí la carne de sus muslos en mis yemas. No podía parar, ni siquiera sabía si llegaría o mi alterado ánimo me impediría siquiera llegar a penetrarla, demasiada velocidad. La hebilla de mi cinturón chocó contra el mármol del suelo arrastrando mis pantalones y aquella cálida mano ahora libre de forros aupaba mi erección en tanto que la otra me ayudaba a despojarle de sus bragas perfumadas de lujuria. Cuando pude la levanté por las nalgas y la apoyé sobre el lavabo abriéndole las piernas mientras se aferraba a mi cuello y a mi boca. No me daba cuenta de que en cualquier momento alguien podría abrir la puerta, asomar su cabeza y a lo mejor retirarse con la misma vergüenza que la nuestra por haber tenido la osadía de interrumpirnos. ¡¡¡Nadie va a entrar por esa puerta!!! Era mi singular deseo, no podían arrancar de mi esperanza este momento, desgarrarme las ganas que había estado reprimiendo durante todo este tiempo que había trabajado con ella. Noté el pelo de su pubis en mi frenillo, lo tenía tan cerca que mi miembro ya lo presentía, mi pene subir hasta su ombligo restregándose en su tripa dejando rastros de brillante recuerdo. Mis testículos rozaban su sexo, estaba a punto, debería relajarme pensaba al tanto que su cadera no dejaba de moverse preparándose para recibirme. Mi verga bajaba para recordar el roce de su vello cuando ella me apartó cogiéndome de la corbata. Mirándome a mis incrédulos ojos me espetó - Te deseo con todas mis fuerzas, pero aún quiero tener el placer de sentirme seguida por tus deseos. Será de otra manera y en otro lugar. Y soltándome salió del lavabo. Desde la cama, una sardónica mueca se esboza en mi rostro recordando esto, pero mi dolorido miembro me recuerda que la historia no acabó ahí, pero estoy todavía demasiado cansado y necesito ir al servicio.

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