Sin compromiso VII

Eva me estaba deteniendo. Eso sólo significaba una cosa. Giré para escuchar lo que tenía que decir.

-        Espera, no me refiero a citas, o salidas “amigables”, ¿y si lo dejamos como algo sin compromiso?

-        No.

-        ¿Por qué no? – Le estaba haciendo las cosas fáciles a esta cabeza dura y me dice que no.

-        Porque no.

-        Esa no es una respuesta. – Cruce mis brazos, no me iba a dar por vencida tan pronto.

-        Sólo no.

-        ¿Hay algo que sepas decir además de no, Eva? – Me miró con el ceño fruncido. Si ella no daba su brazo a torcer, yo tampoco. - ¿Eva?

-        Sara, deja de hacer esto tan difícil. No puedo, y no quiero. ¿Suficiente?

-        ¿Sabes qué? No tengo ninguna necesidad de hacer esto. - Me levanté, exasperada. - Cuídate Eva, y no te preocupes, mañana arreglo todo. No me volverás a ver.

-        Espera. - me sentí triunfadora, Eva me estaba deteniendo. Eso sólo significaba una cosa. Giré para escuchar lo que tenía que decir. - Al salir por favor cierra la puerta. - IDIOTA. No dije más y salí de ahí, asegurándome de que la puerta quedara cerrada con el azotón que le di.


A la mañana siguiente había quedado con Gustavo para el desayuno. Me llevó a un bonito restaurante en las afueras de la ciudad. Él es una persona muy agradable y realmente me gusta, tanto que lo dejé tomar mi mano mientras esperábamos nuestra orden.

-        Discúlpame si estoy siendo muy atrevido. Me estoy tomando atribuciones contigo y aún no sé si eres soltera o no.

-        No hay nada de qué preocuparse, no tengo ninguna relación.

-        Bueno, eso me alegra. - Dijo sonriendo y mostrando sus blancos dientes.

Todo el desayuno la pasamos platicando. Me dijo que era nuevo en la ciudad, se dedicaba a la arquitectura y que la mayoría de su tiempo se la había pasado trabajando, ahora sólo quería paz y tenía la ferviente sensación de que la iba a encontrar.

Terminamos de desayunar y me llevó a mi casa. Al parecer tenía una reunión más tarde, ahora era el jefe y aunque su trabajo no era tan agotador como antes, los compromisos de su compañía eran importantes.

-        ¿Te veo mañana?

-        Claro, ¿para cenar?

-        Perfecto. - Antes de irse, me tomó de la cintura y me miró. Sus hermosos ojos adornados con esas largas pestañas me recorrían la cara.

-        ¿Qué? - Apenas susurré.

-        Me gustas… Mucho. - Acomodó un mechón de cabello detrás de mi oreja y pasó su dedo de mi frente a mi mentón. Cerré mis ojos, y por desgracia, mi mente me llevó a otro lugar. Fue bastante raro que cuando Gustavo me tocaba, estando yo consciente de ello, sentía bienestar, y me sentía bien, pero en cuanto cerré los ojos, recordé a la negativa médico que me tenía de cabeza, y a diferencia de lo que había sentido con Gustavo, un sentimiento de lujuria y deseo provocó que se me erizara la piel.

-        Dejé de pensar cuando un par de labios se cerraron sobre los míos. El beso duró 5 segundos, pero debo decir que es de los mejores que he recibido. Incluso dejé de pensar en la dra. Silva.

-        Hasta mañana. - Dijo alejándose poco a poco, sin soltar mi mano.

-        Nos vemos. - Y una boba sonrisa se asomó en mi rostro. Desenredamos nuestros dedos y vi como metía las manos en su pantalón para ir camino a su auto.

¿Qué tanto me gustaba Gustavo? Lo suficiente como para dejarlo hacer todo eso. Que me invitara a desayunar, el contacto físico y que me besara. Me trata bien, parece estable. Pero no es Eva. ¡Basta! Cerré mis ojos y recargué mi cabeza sobre el volante. No todo es acerca de ella. Además, todo lo que fuera que teníamos, terminó. Aunque no estoy segura de que en realidad hubiera algo. Pff…

El móvil sonó.

-        ¿Aló?

-        Gracias a Dios te encuentro.

-        Hola Fernanda.

-        Te necesito, ahora.

-        ¿Le pasó algo al bebé?

-        No, pero necesito tu ayuda, ¿puedes venir ya?

-        Estoy cerca, no tardo, ¿ok?

-        Apresúrate.

El auto se puso en marcha y me dirigí en dirección a la enorme mansión de Fernanda.

-        Casarse con un jugador profesional de americano le había salido bien. Lo amaba y él a ella, y fruto de ello nació el pequeño Jacob.

-        ¡Sara! Gracias al cielo que llegaste.

-        ¿Qué pasa?

-        La señora.

-        ¿Cual?

-        Ya sabes, la señora.

-        ¿Te sientes bien?

-        ¡Consuelo!

-        ¿Qué le pasa a consuelo?

-        Está enferma.

-        ¿Es grave?

-        Por supuesto que no, pero no pudo venir a trabajar.

-        Definitivamente estoy perdida, ¿podrías explicarte, Fernanda?

-        Ok… esta mañana ya tenía planes. Primero un baño, alimentar al bebé, algo de ejercicio, el spa, alimentar al bebé, y luego de compras. - La miré para animarla a continuar. - ¡Pero nada salió así!

-        Porque Consuelo no llegó.

-        ¡Exacto! Me desperté y el bebé lloraba, llamé a consuelo y no respondió, la llamé para preguntarle si iba a tardar mucho, ¡y me dijo que tenía un resfriado y que no vendría! - La situación era bastante cómica porque nunca había visto así de estresada a mi amiga. - Entonces quise hacer mis planes sin ella, traté de relajarme. Tomé mi baño y a mitad del mismo Jacob comenzó a llorar y salí y creí que se había lastimado y en realidad sólo tenía hambre y…

-        Fer, relájate.

-        No he ido al gimnasio, ni al spa… - Fer estaba en total descontrol. Y entonces empezó a hiperventilar.

-        ¿Fer? ¡Fernanda! - La sacudí.

-        ¿Sí? - Nuevamente respiraba normalmente.

-        ¿No crees que estás exagerando?

-        No. - Suspiré.

-        ¿Cuándo vuelve consuelo?

-        No lo sabe. ¡Dios! ¿Qué haré?

-        No cabe duda que eres totalmente dependiente de ella. - Me crucé de brazos. - Y eso está mal.

-        ¿Por qué lo dices?

-        ¿El niño es de ella o tuyo?

-        ¿Cómo puedes preguntarme eso?

-        Bueno, es tu bebé y la que pasa más tiempo con él es Consuelo. - Mi amiga miró al suelo. - ¿Recuerdas cuando me dijiste que no querías ser de esas madres que sólo veían a sus hijos para presentarlo a sus amigas? Bueno, te estás convirtiendo en una. - Fernanda no resistió más y las lágrimas comenzaron a brotar una a una de sus ojos.

-        Yo... Oh Dios. Es cierto, ¡Soy una horrible madre! - Ahora parecía una fuente.

-        Aún estás a tiempo de redimirte, ¿qué dices si empiezas hoy? - La rodeé con mi brazo para reconfortarla.

-        S… sí. - Sorbía sus mocos. - Pero…

-        ¿Qué?

-        ¿Aún podemos ir de compras? - Ya no lloraba más. - Prometo que a partir de mañana me convertiré en la mejor mamá del universo para Jacob, ¿pero por hoy podrías ayudarme a cuidarlo? - La miré unos segundos con la ceja levantada.

-        ¿Qué debo hacer? - Fer dio saltitos.

-        Sólo debes ayudarme a cuidarlo mientras compro, llevaremos la carriola, no es muy llorón, suele dormir mucho.

-        Ok, ok. ¿Ahora mismo nos vamos?

-        Sólo deja termino de bañarme y estoy contigo, ¿ok?

-        Ok.

Dejé caerme sobre el sofá de mi amiga y cerré los ojos. Tratándose de ella, iba a tomarse una hora para arreglarse, lo cual podría traducirse en una cómoda siesta para mí.


-        ¿Eva? - Sofía agitaba su mano frente a mí.

-        ¿Sí?

-        ¿Me vas a acompañar o sólo hice este viaje en vano? - Suspiré y me puse de pie.

-        Vamos. - Tomé las llaves del auto y salimos.

Ya en el auto.

-        Aun no entiendo porque tienes que dar consulta tan lejos. Aquí también hay hospitales.

-        ¿Vas a seguir con eso? - Le dije aburrida.

-        Sí. No me gusta que viajes tanto y sola.

-        Oww… ¿Te preocupo hermanita?

-        No te emociones, lo digo por mamá, ella se preocupa por ti.

-        Dile que estoy bien.

-        Ella sólo quiere saber por qué allá.

-        El trabajo es bueno.

-        No me vengas con eso Eva. Sé que lo haces para que las mujeres con las que te enredas nunca se encuentren contigo en una consulta. Y para que...

-        ¿Entonces por qué lo preguntas? - Interrumpí. No quería oír lo obvio.

-        ¿Quieres que le diga eso a mamá? - Apreté el volante. Sofía y yo no éramos precisamente las hermanas más unidas que existan. En realidad sólo nos hablamos cuando nos necesitamos para el bien de una. Excepto aquella vez, la única en la que vi que sentía empatía (o más bien lástima) por mí.

-        No, por supuesto que no. - No alcancé a ver, pero supuse que hizo su sonrisa triunfal. El resto del viaje continuó en silencio.

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Me encontraba  sentada en una de las bancas afuera de la tienda de ropa (la tercera) que había elegido Fernanda. Ya llevábamos poco más de 5 bolsas, pero ella seguía y seguía en busca de prendas.

-        Creo que tu mami necesita llenar cierto hueco emocional. - El pequeño Jacob estaba recién despierto, pero como había prometido Fer, no hacía ruido. Se encontraba quietecito mirando a la gente pasar mientras chupaba su pulgar.

Acaricié su cabecita, ¡el pequeño estaba hermoso!

Entonces escuché aquella voz. Su voz.

-        Venía a dos metros de donde yo estaba, se detuvo para discutir con otra mujer.

-        No puedo creer que no te decidas por un maldito vestido. - Decía exasperada.

-        NO puedo creer que seas así de grosera. Hubiera traído a mamá.

¿Sería su novia? No importaba, no era la primera vez que la veía con una mujer. Debe haber mil en su lista y yo soy una entre todas ellas

Pero no podía dejar de verla. ¿Cómo era posible que alguien luciera siempre así de bien? Una blusa blanca, con el primer botón desabrochado, fajada con una falda de tubo que se pegaba a su figura, y unos tacones de aguja. El cabello suelto y desordenado.

Quise pasar desapercibida aprovechando que discutía acaloradamente con la otra mujer, desgraciadamente el pequeño traidor de Jacob comenzó a llorar.

“Mierda.” Pensé.

Saqué al pequeño de su carrito, todo bajo la atenta mirada de la morena, que parecía sorprendida por verme con él.

-        ¡Eva! ¿Vas a venir o qué? - La otra chica que la acompañaba sonaba irritada, haciéndola dar media vuelta para irse con ella.

Suspiré y comencé a reconfortar al pequeño, pero no dejaba de llorar. Como fuera me las arreglé para tomar a Jacob y con la otra mano maniobrar su carrito.

El celular sonó y me detuve frente a una heladería.

-        ¿Hola?

-        ¿Sara?

-        ¿Qué pasa Fer?

-        Te necesito otra vez.

-        se te está volviendo costumbre. - Suspiré. - ¿Qué pasa?

-        Necesito tu opinión.

Fernanda solicitó mi presencia en la tienda que estaba.

-        ¿Qué pasa? - preguntaba con el pequeño niño en mis brazos. Fer asomaba su cabeza por el mostrador.

-        Urgencia. Necesito que entres conmigo.

-        Tengo a tu bebé en brazos, ¿cómo se supone que te ayude?

-        Buen punto. - Mi amiga entre cerró los ojos mirando por la zona de la tienda donde nos encontrábamos. - ¡Hey tú! - llamó a alguien. Giré mi mirada y viendo ropa estaba la mismísima doctora Silva. Perfecto.

Eva giró y se encontró con mi mirada. Luego miró a Fernanda. Después volteó para ver si realmente hablaban con ella.

-        Es a ti mujer. - ¿Qué pretendía Fernanda llamando a Eva? ¿La conocía?

-        ¿Yo?

-        Ajá. - Eva se acercó sigilosamente, mirándome.

-        ¿Sí?

-        Pareces de fiar. Dale el bebé Sara.

-        ¿Qué?

-        Dáselo.

-        ¿La conoces?

-        No, pero viene bien vestida y se ve demasiado aburrida.

-        No voy a dejarle tu bebé a una extraña. - Al decir esto noté como Eva hacía una mueca.

-        Sólo daselo. - Fernanda salió del probador a una velocidad increíble, tomó al bebé, lo besó, lo puso en los brazos de Eva y me jaló dentro del probador.

-        ¿Cómo conociste a Eva?

-        ¿Quién?

-        Fernanda, no estoy para juegos.

-        Aaaah… Eva, de la que estás enamorada.

-        ajá… No. No estoy enamorada… en fin, ¿dónde se conocieron?

-        No la conozco. Me encantaría saber quién te tiene así amiga

-        Entonces, ¿por qué le dejaste a tu bebé?

-        Yo… espera, ¿esa era Eva? ¿Por qué no me dijiste que la habías invitado? - a veces no podía creer la capacidad de confianza de mi amiga dejándole su pequeño a una completa desconocida (para ella).

-        ¡Yo no la invité!

-        ¿Entonces te está siguiendo?

-        Viene acompañada, que esté aquí es una desatinada casualidad. - Fernanda me miró unos segundos. Luego se giró dándome la espalda.

-        Cierre. - Me ordenó señalando su espalda.  El vestido le quedaba increíble.

-        Te ves muy bien. - Estaba siendo sincera. - Ahora, ¿puedo salir por Jacob?

-        ¿O por Eva? - Torcí los ojos.

-        No puedo creer que le dejaras a tu bebé a una extraña. ¿tus padres no te enseñaron a no hablar con extraños? - Crucé mis brazos mientras veía con desaprobación a mi amiga.

-        Jacob aún no habla. - Se arreglaba la larga melena mientras se veía en el espejo.

-        Sabes a lo que me refiero. - Bufé. Fernanda dejó caer los brazos. - Podría ser una doctora loca que busca bebés para sacar sus órganos… - La chica abrió de golpe la puerta del probador, dejándonos ver a Eva de pie con el pequeño en sus manos. Le sonreía y le hablaba mientras se movía de un lado a otro, sacando una hermosa sonrisa del bebé. Aquella imagen me hizo el pecho pequeño. Se veía hermosa.

De pronto, aparentemente sintió nuestras miradas y se detuvo.

-        Ahí está tu traficante de órganos. - Fernanda volvió a meterse al vestidor.

Mirando al suelo me fui acercando a la doctora. Ya frente a ella levanté la cara y estiré mis brazos para que me entregara a Jacob, pero cuál fue mi sorpresa cuando me vio el bebé, éste se giró y se abrazó al cuello de Eva.

-        Pequeño traidor. - Susurré. No estaba muy segura si lo llamaba así por haberme rechazada o por estar rodeando el cuello de ella.

-        Es hora de volver con tu… - Eva me miró un momento. Esperaba una respuesta.

-        Tía. Ya te había dicho que no tengo hijos.

-        Cierto. - En un incómodo lapso de tiempo, y después de despedirse de Jacob con un toque en la nariz y una sonrisa (¿por qué no soy un bebé?), me regresó al pequeño.

-        Gracias por cuidarlo.

-        No ha sido nada, además es muy lindo.

-        Sí… emm…

-        ¡EVA! - detrás de mí la llamaban. Giré con el pequeño para ver una chica con el mismo vestido que Fer hacía un momento. Realmente le quedaba estupendo también.

-        Ahora voy... - Eva contestaba con desgano.

-        Siento si interrumpí algo. - ¿Qué? No me iba a ir sin preguntar quién era esa.

-        No te preocupes… Adiós. - Y siguió su camino para encontrarse con la mujer que la llamaba.

Decidí volver con Fernanda. Aguardaba la esperanza de que por fin se hubiera decidido por una última prenda y nos pudiéramos ir de allí. Urgía eso.

-        Ay… me encantó este, pero… tal vez deberíamos ir a otra tienda.

-        Fernanda… Amiga, amo salir contigo, pero creo que yo llego hasta aquí, me siento algo cansada así que iré a casa.

-        Oh sí sí, perdón, creo que por hoy abusé de tu buena voluntad Sara. Vamos, te llevo a y tu casa. - Sonreí y asentí, estoy segura que Jacob pensaba como yo y agradecía mi intervención, de lo contrario y conociendo a Fernanda, estaríamos en el centro comercial hasta que cerrara.

Fernanda acomodada la última bolsa en el auto. El pequeño ya estaba en su asiento asegurado. Esperé a que Fer cerrara la cajuela y abrí la puerta del copiloto.

-        ¡Sara, espera!

De ninguna manera. No era posible, ¿o sí? Giré para ver y Eva estaba a un lado del auto, con algunas bolsas en su mano.

Miré a Fernando que sonrió tan soprendida como yo

-      Creo que sí te está siguiendo. - Y volvió a lo suyo, acomodando al pequeño en su silla.

-        ¿Qué pasa? - Intenté sonar lo más casual e indiferente que mis emociones me permitían.

-        Umm… ¿Podemos hablar en privado?

-        ¿Para qué? Hace ya fuiste bastante clara. No necesito que me expliques más razones, fue suficiente con tantos “no” de tu parte. - Vi cómo se contraía su rostro y como su mano se posaba sobre su cuello.

-        Sara, solo será 1 minuto. - miré a Fernanda quien ya se encontraba instalada en el auto. Ella solo levantó sus hombros. Cerré la puerta del auto y miré a Eva con mis brazos cruzados.

-        Sara, llevo algo de prisa gracias por acompañarme. - Fernanda me guiño el ojo y arrancó sin más. Perfecto.

-        Bueno, me he quedado sin transporte, espero que valga la pena dra.

-        En ese caso somos dos. Mi hermana acaba de dejarme. - un atisbo de sonrisa se asomaba en su rostro.

-        ¿Hermana?

-        Sí.

-        Bueno, da igual, ¿qué es lo que quieres?

-        Ya lo dije, ir a un lugar más privado.

-        Eva… No Voy a acompañarte. Ambas sabemos cómo va a terminar.

-        ¿No es eso lo que quieres?