Sin compromiso. IV

Cuando terminó se giró para seguir lo que habíamos dejado hace rato.

La cosa está así: Conocí a una misteriosa y sensual mujer, tuve sexo con ella, al día siguiente me corrió de su casa con la excusa de que  eso no había sido más que una relación sin compromiso, y como tal, no debíamos complicarla dando datos la una de la otra, ni siquiera nuestros nombres. No pude sacármela de la cabeza en dos semanas. El misterio alrededor de ella me sedujo al grado de soñarla y soñar aquella noche. Sentía que me merecía por lo menos saber su nombre. Después resultó ser mi médico y, ahora incluso, sabe a qué edad perdí mi virginidad.

¿Suena loquísimo no?

Hice todo lo que me ordenó. ¿Qué? Es mi médico, obvio iba a seguir sus indicaciones.

Compré las dichosas vitaminas, visité a la nutrióloga (que concordó con Eva y me dio un sermón acerca de la nutrición actual y los niños de África).

He consumido las vitaminas y he comido “bien” estos últimos días, hasta creo que he subido de peso. Ya sé que sólo ha pasado una semana pero siempre se me nota en el trasero, yo lo noto. Ojalá Eva lo note.


Llegué 20 minutos antes de lo que me dijo. A diferencia de la vez pasada, hoy había más personas de la que esperaba, al parecer no me iba a atender a las 8, sí no más tarde.

Daban las 9 y aún quedaba una joven pareja. Suspiré. La puerta se abrió y la castaña del otro día, ¿Iliana?, salió del consultorio con una bolsa.

  • Hey. - La saludé. Me miró y sonrió. Maldita sea, es muy bonita.

  • ¡Hola! ¿Viniste la otra vez no? Puedes pasar.

  • Gracias.

  • Yo me voy, ¡nos vemos!

  • ¡Adiós! - No les mentiré: estaba encantada de que esa chiquilla se hubiera ido. Me levanté, arreglé un poco mi cabello y entré con un actitud segura.

Carajo. Sí la cambiaron. Detrás del escritorio se encontraba un hombre de unos 35 años de edad, parecía agradable.

  • Hola, ¿Sarahí, no? - Me ofrecía su mano.

  • Sí, esa soy yo. - Reí, más decepcionada que nerviosa.

  • Sí, Eva me dijo que vendrías. - Maldita.

  • ¿Trajiste tus estudios?

  • Sí, claro.

  • ¿Y cómo te has sentido? - Mientras ojeaba los papeles con mis resultados.

  • Bien. La verdad es que nunca me he sentido mal.

  • ¿Segura? ¿No has sentido que rindes más? ¿Que duermes mejor? - Claro, van tres veces que sueño vívidamente con Eva, pero creo que eso no entraba dentro de los intereses del médico.

  • Bueno, duermo mejor.

  • Era de esperarse, tienes una leve anemia Sarahí.

  • ¿Es malo?

  • No, no muestras ninguna otra anomalía en los estudios. Hasta ahora parece ser que se debe a una alimentación deficiente, pero tu nutrióloga nos ha enviado ya un reporte y al parecer te citó en un mes, ¿me equivocó?

  • No.

  • Ok, para no quedarnos con la duda de que sólo sea tu alimentación, te veré dentro de un mes, ¿te parece?

  • Claro, por qué no.

  • Volveremos a pedir unos cuantos estudios y es todo. ¿Alguna duda?

  • No doctor.

  • Excelente.

  • Bueno... - Jugaba con mis manos, estaba nerviosa, pero necesitaba saber con urgencia.

  • ¿Sí?

  • ¿Qué pasó con la dra. Eva?

  • ¿Son amigas? - ¿por qué no se limitaba a responder mi pregunta?

  • Pues... Se puede decir que nos llevamos bien. - No era del todo una mentira, ¿o sí?

  • Es una persona agradable, no me sorprende que le tomaras cariño en poco tiempo, hoy la han extrañado sus pacientes, me preguntan como tú. hasta la estudiante que se acaba de ir. - Esa mocosa. - Pero no puedo darles mucha información. A mi me llamaron el lunes para cubrir a la Dra., luego ella se comunicó conmigo para darme unas cuantas notas acerca de ciertos pacientes, pero no sé si volverá o no. - ¿Ciertos pacientes? ¿Se preocupó por mi?

  • Oh, ya veo.

  • Sí, lo siento. - El doctor se levantó y salió. Me quedé sola un rato. Luego otra vez oí sus pasos acercándose, pero se detuvo. Creo que estaba conversando con alguien. Por fin entró. - Aquí tienes. - Entregándome otro par de papeles. - Es para tus estudios. Bueno Sarahí, te veo en un mes. - Ofreciéndome nuevamente su mano.

  • Claro doctor, muchas gracias.

Vaya qué decepción. Salí del lugar y miré mi reloj. Eran casi las 10. Suspiré y emprendí camino al auto.

Saqué mis llaves y me disponía a buscar las del carro, cuando de pronto alguien me tomó del hombro, me giró y atacó mis labios con desesperación, una que me resultaba familiar.

Como soy muy sensata, después de más o menos veinte segundos que me estuviera besando, cuando intentó meter su lengua a mi boca empujé a la persona que se había tomado la libertad de hacer aquello.

No me esperaba que fuera ella. No así como se presentó ante mí. Sólo no.

Llevaba una blusa azul de manga larga, unos pantalones atacados a sus curvas y unas zapatillas de tirante; el cabello suelto le caía en la cara. Y sus ojos, esos malditos ojos negros. Su pecho subía y bajaba. Y no podía dejar de oler endemoniadamente bien.

Me sorprendió ser capaz de identificar todos esos pequeños detalles de los cuales sólo eres capaz de percibir con la familiaridad, siendo que era la tercera vez que la veía, y la segunda que la besaba.

También me resultaba inexplicable como todo ese halo de misterio la rodeaba. Me estaba volviendo loca toda ella, pero era tan sencilla. Era bonita sí, pero no como una modelo, sus ojos no eran claros y su tez era morena. Su cabello largo y castaño y su nariz recta. Los labios carnosos y rosados. Era sencillamente hermosa

Creo que la forma en que la miraba deshinibidamente la cohibió, porque al volver a centrarme en su cara, la encontrétenía  viendo al suelo. ¿Yo la había avergonzado con mi mirada?

  • Vamos a mi lugar. - Sonó más a una orden que a una petición.

Tenía dos opciones: aceptar e irme al departamento de esa ya no tan desconocida mujer y tratar de repetir lo de la otra noche con el riesgo de arruinarlo por completo o mejorarlo, o, negarme y decirle que de ninguna manera, que prefería que aceptara salir conmigo al día siguiente porque quería conocerla.

No me fue difícil decidir.

  • Vamos en mi auto.

  • No.

Tomó mi mano y me jaló a una calle abajo. Casualmente un taxi iba pasando y le hizo una señal para que se detuviera. Nos subimos y le dio un par de indicaciones, aún sin soltar mi mano; cuando terminó, se giró para seguir lo que habíamos dejado hace rato.

Colocó sus labios sobre los míos, los devoraba, mordía y succionaba, su lengua inmediatamente pidió permiso para meterse en mi boca, y ya no me pudde negar. La dejé pasar y la saborée con la mía. ¿Cómo puedes extrañar algo que sólo probaste una vez? Yo me  contenía por no gemir en aquel auto, pero mis esfuerzos se vieron disminuidos cuando metió su mano debajo de mi blusa y acariciaba mel sostén.i abdomen para luego tomar uno de mis pechos y apretarlos suavemente.

Cada tanto me liberaba de su boca para dejar salir otro gemido y tomar aire. Por el retrovisor sorprendí más de una vez al conductor mirando.

El auto se detuvo, le dio (aventó) un billete al conductor y me jaló fuera de ahí.

Otra vez estábamos afuera de lo que parecían una serie de locales, ya cerrados por la hora. Ella abría la pequeña puerta que se asomaba entre dos de ellos y me dejaba entrar para subir las escaleras. Y tuve un déjà vu.

Ahí estábamos otra vez, yo contra la puerta y ella acorralándome.

  • Espera... - Aprovechaba que sus labios estaba distraídos en mi cuello. - Eva...

  • No

  • ¿No? - Se detuvo y levantó la cara.

  • De esa puerta - señalándola - para acá, no me conoces, ni yo a ti.

  • Pero...

  • Esa es mi única regla. - ¿Me negaba? ¿Por qué ponía reglas? ¿Estaba dando pauta a que ésto se diera más de una vez?

  • Esta bien. - ¿Qué harías en mi lugar? Asintió y siguió a la suya.

  • A la cama. - Que se pusiera mandona me ponía más que cualquier cosa, y como buena sumisa, obedecí.

Me senté y empecé a levantar mi blusa, pero sus manos me detuvieron.

  • Yo lo hago. - Sus manos tomaron el dobladillo de mi blusa y la levantaron para pasarla por mi cabeza. Ese día llevaba un sostén nuevo que había comprado con la esperanza de que esto pasara, y bueno, estaba pasando. Era color beige, con detalles de florecillas encima de la copa.

Me di cuenta que Eva lo miraba con curiosidad. Curiosidad que quedó saciada cuando la vi dirigirse y atacar mi cuello. Esto se sentía tan bien. Mis brazos buscaron rodear su cuello, pero en cuanto sintió el contacto de mi piel sobre la suya me detuvo y los bajó. No quería que la tocara.

Ella estiró su mano y con un magistral movimiento desabrochó el sujetador, dejando libres mis (por qué no decirlo) turgentes pechos.

Me besó de nuevo, con urgencia, mientras me acostaba sobre la cama sin romper nuestro beso.

Dejó caer su cuerpo sobre el mío, y me maldecí por no haberle pedido que se quitara su ropa.

Rompió el beso y me dejó jadeando. Ladeó un poco la cabeza, creo que estaba luchando contra algo en su cabeza, pero luego puso ambas manos sobre mis pantalones y comenzó a bajarlos.

Así como miró mi sostén, se detuvo a ver el bikini con detalles de florecitas de colores. Pasó su dedo por debajo del encaje y ese mínimo toque hizo que me hormiguearan las piernas... Y el sexo.

Su tacto para mí era como si me pusieran una llama cerca de la piel, o la chispa de un cable. Era pura electricidad a su tacto, y mi sensible cuerpo reaccionaba ante él.

Por fin las bajó, me las quitó y no alcancé a ver dónde las aventó.

Pensé que me volvería a besar, en este momento no había un sabor más significante que el de su boca, su lengua, toda ella. Mis pensamientos se interrumpieron cuando de la nada sentí como llenaba mi sexo con ese músculo rosado. No esperaba eso. Arquée mi espalda y casi pierdo el conocimiento por la corriente de placer que me recorrió. Me cerré alrededor de ella y eso sólo empeoró (?) la situación.

Ya no gemía, gritaba de placer. Las sábanas alrededor de mí estaba arrugadas y levemente mojadas.

Metía y sacaba magistralmente su lengua, para después pasarla por los labios menores. Sentí sus manos firmes sobre mis rodillas porque parece que me movía demasiado.

Estaba a punto de venirme, de gritar su nombre, pero otra vez me besó. Saboreé mi sexo en sus labios y sabía tan bien.

Mi cuerpo tembloroso abrazaba con gusto el de ella encima

Su mano tanteó mi abdomen; ahí la dejó,  acariciando por debajo de las costillas, luego alrededor de mi ombligo. Bajó hasta mi pubis y tocaba los vellitos que ahí había. Su boca me volvía loca. Toda ella. Y siguió bajando. Lentamente fue introduciendo uno de sus dedos para descansar sobre mi clit. Dejó mi boca, y abrí los ojos para averiguar por qué. La punta de nuestra nariz de rozaba, me miraba con esos ojos negros y respiraba con la boca abierta. Quería decirme algo. Pero se limitó a darle un masaje a mi hinchado botón.

Lo siguiente fueron sus dos dedos dentro de mí. Grité. De sorpresa, de placer, de felicidad. Esta noche estaba saliendo mejor que la primera, pero tenía una inquietud: ella seguía con su ropa, y yo quería hacerla sentir bien también.

Entraba y  salía, sin dejar de verme; me sentía cohibida porque estaba segura que mis caras durante el sexo no eran las más seductoras, pero no lo suficiente porque seguí gritando.

  • AAAAAH EV... - me besó como absorbiendo su nombre de mi boca.

Continuará...