Sin compromiso.

Oía sus risillas. Maldita, se estaba burlando de mí.

Llegamos a lo que parecía su departamento. Aún no entrábamos pero ya me tenía acorralada contra el marco de su puerta; atacaba mi cuello, alternaba besos y lamidas con mordidas. Me iba a dejar marcas. No parecía tan fogosa como la primera vez que la vi en el bar. No me di cuenta y ya estaba en su cama. Me veía con sus ojos de color casi negro, no sé si era por la intensidad de la noche o por la lujuria del momento. Mi pecho subía y bajaba y parecía que el aire a mi alrededor no era suficiente porque estaba jadeando, ella por su parte se veía imperturbable. Estaba sentada a mi lado, con una pierna flexionada sobre el colchón y la otra colgando; su dedo índice descansaba sobre su boca cerrada, luego se recorría los labios, parecía pensativa, seguramente estaba planeando por dónde empezar, como cuando tienes un gran desastre que hay que arreglar y lo recorres para elegir qué hacer primero. No sé por qué pero toda aquella imagen de ella me estaba llevando a niveles de excitación incalculables. De la nada se levantó y se puso entre mis piernas. Comenzó quitándose la chaqueta oscura y quedó en su blusa de tirantes blanca. Y pensar que creí que era la típica mujer esperando en la barra por su novio. Entonces se desabrochó los ajustados jeans y los deslizó por sus hermosas y firmes piernas. A continuación se quitó la blusa y creo que dejé de respirar al recorrer sus pechos aún cubiertos por el sujetador blanco, bajé la mirada para encontrarme con su no tan marcado, pero plano vientre y el aire abandonó mis pulmones cuando vi sus bragas de encaje blanco. Mierda. Mojé mis labios, quería probar todo aquello. Pero entonces sentí su intensa mirada que parecía regañarme por aquellos pensamientos, tal vez leyó mi mente, porque negó con su cabeza e hizo una retorcida sonrisa de medio lado. Me estaba torturando. Dio un paso hacia atrás y ahora cerró mis piernas. No vi venir lo siguiente. Se sentó encima de mí, y se quedó ahí mirándome de nuevo. Creo que entendí su mensaje porque me senté, quise tomar su rostro entre mis manos, pero ella las quitó y negó nuevamente. Esta noche, ella iba por el control, yo sólo iba a ser la sumisa que aceptara cualquiera de sus deseos, y me agradaba todo el plan. Rodeó sus brazos por mi cuello y me atrajo bruscamente que casi me desmayo del impacto de su boca con la mía. Me besaba con hambre, succionaba mi labio superior y lo mordía, invadía mi boca con su lengua y la recorría, y quería llevar su ritmo pero siempre parecía un paso delante de mí. Ella era una experta, y yo simplemente una lenta aprendiz que gemía al contacto de su piel, su boca, todo de ella sobre mí. Ahora estaba en mi cuello, y como hacía rato, lo torturaba con mordidas y succiones. Oh Dios. Sentía correrme, lo cual era demasiado vergonzoso teniendo en cuenta que aún tenía la ropa puesta. Fue desabrochando mi blusa rosa de botones uno a uno sin dejar en paz mi cuello. Se tomaba su tiempo en cada parte de él y nunca estuve más agradecida por ello. Deslizo la blusa por mi espalda sin separar sus manos de mi piel, y ya estando en mi espalda, ubicó el broche de mi sostén y liberó mis senos. Una de sus manos empezó a torturar uno de mis pezones. A estas alturas todo mi cuerpo palpitaba, estaba ansiosa, desesperada. ¿Cómo lo hace? Mis pensamiento fueron interrumpidos cuando sentí el calor de su boca succionar desesperadamente el otro pezón libre. Gemí, no, grité de placer. Mi cabeza se fue hacia atrás, no sé cómo alcancé tal nivel de flexibilidad porque creí que mi cabeza alcanzaría el colchón aun estando sentada. Oía sus risillas. Maldita, se estaba burlando de mí. Liberó mis pechos, recuperó su postura y me aventó a la cama. Desabrochó mis pantalones y sin previo aviso metió dos de sus dedos en mi sexo y empezó a moverlos en movimientos circulares sobre mi ya húmedo centro. No se limitaba a eso, me estaba montando. Movía sus caderas al ritmo del entrar y salir de sus dedos. Nunca en mi puta vida había sentido tanto placer. Con mis manos detenía mi cabello como si aquella acción disminuyera los  movimientos temblorosos de mi cuerpo. Estaba gritando como una loca. Abrí un poco los ojos y su mirada estaba sobre mí, y ella sonriendo, aunque no fue eso lo que me sorprendió al abrir los ojos. La otra mano, la que no estaba dentro de mí, estaba dentro de ella, moviéndose siempre al compás que yo llevaba. Ella estaba sudando tanto como yo, vi las pequeñas gotas de sudor recorriendo su sien. Estaba a punto de llegar al máximo punto de culminación y esa maldita sacó su mano. – ¡NO! – Grité. Y se burlaba. Lamió los dedos que previamente me daban placer y jadeé. Se bajó de mí y empezó a jalar los pantalones para quitármelos por completo. ¿Cuánto tiempo más me iba a torturar? A continuación bajó mis bragas y ella se quitó las suyas. Oh no. Se acomodó encima de mí, bueno, primero su sexo quedó encima del mío, sostuve la respiración al contacto. Sus senos, casi tan grandes como los míos quedaron alineados. Y empezó a moverse. Atrapó mis manos y las pegó contra la cama, me seguía besando y yo por fin pude llevar su ritmo. Su lengua luchaba contra la mía, succionaba sus labios, y luego su lengua, y por primera vez la oí jadear. Fue como música para mis oídos por que empecé a mover mis caderas contra las suyas. Nuestros gemidos se mezclaron, estábamos a punto de llegar. Dejó de besarme, su cara quedó contra la mía, su aliento entraba a mi boca y el mío a la suya, frente a frente nuestras bocas se rozaban. Y entonces las dos alcanzamos el clímax.

Parpadeé un par de veces y por fin abrí los ojos para encontrarme con el cegador sol. Traté de cubrirme la cara con el brazo y me senté. Las sábanas blancas cubrían mis piernas, no así mi torso. Miré alrededor y recordé lo de anoche.

  • Buenos días. – Escuché una voz que no identifiqué. Volteé y la encontré, era ella, la mujer de anoche. Pero hoy estaba diferente, llevaba una playera con el logo de una universidad, el cabello recogido en un chongo alto y unos lentes. Leía una revista. Parecía otra persona, tenía un semblante tranquilo.

  • Buen día. – Dije aún dudosa.

  • Tu ropa está ahí. – Señaló la ropa pero no me miró. Mis prendas se encontraba perfectamente dobladas en la esquina de la cama. Tomé todo y me lo puse. Me levanté y me acerqué al desayunador donde estaba ella. Tenía una taza de café humeante a su lado y un vaso de jugo de naranja.

  • Toma. – Con su mano empujó el jugo hacia mí, aún sin mirarme.

  • Gracias. – Hice una pausa. –

  • ¿Café?

  • No, gracias.

  • Te ofrecería algo más pero no tengo muchas cosas aquí. – Parecía que se disculpaba porque sabía que estaba hambrienta después de aquella noche. Hubo un silencio.

  • Yo…

  • No. – Bajó su mirada, dejó su revista a un lado y se quitó los lentes. – Mira… No quiero saber tu nombre, ni tu edad. A qué te dedicas o qué haces en tus ratos libres. – Decía demasiado seria, a diferencia de mí que estaba sorprendida, y nerviosa. – Ni tampoco sabrás nada acerca de mí. – Por fin levantó esa mirada y un hormigueo recorrió mi espina dorsal, apreté mis manos. Sus ojos eran de un color café tan oscuro que casi eran negros se fijó en los míos; sus largas pestañas le daban aún más hermosura a una casi inexpresiva mirada diferente a la llena de lujuria de anoche. – Esto es un mero formalismo. – Señalando el jugo y el café. – Anoche la pasamos, woaho… No puedo decir sólo bien, si no increíble. – Sentía como mis mejillas se ruborizaban. – Y por eso hay que dejarlo así. – Y así como mi autoestima subió, de golpe bajó. – No quiero que te hagas a una idea o deseo de repetirlo con la esperanza de que sea igual o mejor, porque puede ser que así sea o puede ser que pase lo contrario. – Su forma de hablar era como estar frente a una empresaria que te explica los términos y condiciones del próximo contrato a firmar. – Este tipo de relaciones o encuentros me gusta dejarlos, por así decirlo, en el anonimato.

  • No hay nada de anónimo si ya vi tu rostro… y más allá. – Lo dije casi con vergüenza. Esta mujer me intimidaba. Y calentaba, todo al mismo tiempo.

  • Que se quede así.

  • ¿No quieres volver a verme?

  • No. – Sin inmutarse. – Ni que me busques. Nada de eso. – Mi cara cambió de sorpresa a desagrado. ¿Hasta dónde tenía el ego esta mujer que se creía que la buscaría como una loca? – No te lo tomes personal, pero me gusta tomar mis precauciones. Ya he tenido un par de malas experiencias en el pasado. – Creo que notó mi cara y trató de arreglar un poco el hecho de que me ofendió un poco.

  • Entiendo. – Dije colocando el ya vaso de vidrio vacío. – Entonces me retiro. – Y me levanté.

  • Te acompaño.

No sabía a dónde ir. Anoche estaba completamente oscuro y lo único que recuerdo después de que se abrió la puerta era yo en la cama. Otra vez ese hormigueo. Nuevamente se dio cuenta de que estaba algo perdida y se adelantó a lo que parecía la salida. Abrió la puerta y esperó a que saliera. Bajé los escalones con ella detrás y en la puerta ya había un taxi. “Cuántas molestias.” Pensé. Me volteé y ofrecí mi mano, ella la tomó y nos despedimos diplomáticamente. Nuevamente me volteé para ir al taxi pero quise intentar algo, otra vez giré hacia ella e intenté despedirme con un beso en los labios, como lo hacen en las historias donde los amantes se ven por última vez. Error, eso no estaba más alejado de la realidad, mi realidad. Dio un paso hacia atrás e interpuso sus manos, su mirada me daba una advertencia: “NO”. Suspiré y por fin me dirigí al taxi para decirle las instrucciones de a dónde llevarme.

En el camino no podía creer aquello, que la ardiente mujer de anoche haya sido el tímpano de hielo de esta mañana.

Continuará.