Sin bragas por la calle
Después de cortar con Borja decidí ser más libre y más abierta que nunca, abierta a sentir en su totalidad mi cuerpo, y a sentir nuevas experiencias, pero sobre todo a ser feliz con mi sexualidad. Para empezar volví a acostarme con mi compañera de piso Laura, varias veces.
Después de cortar con Borja decidí ser más libre y más abierta que nunca, abierta a sentir en su totalidad mi cuerpo, y a sentir nuevas experiencias, pero sobre todo a ser feliz con mi sexualidad. Para empezar volví a acostarme con mi compañera de piso Laura, varias veces, cada vez que venía el novio de su compañera de habitación y tenía que volver a dormir con ella; y sin sentir ningún remordimiento porque ella tuviera novio y la hiciera dudar sobre lo que le gustaba más, si las chicas o los chicos.
Una mañana me puse mi cortita minifalda vaquera, y justo antes de salir pensé en cambiarme de bragas, en el último momento, porque esas eran de licra muy ajustadas y me tiraban de los labios pequeños. Me bajé las bragas sin quitarme la falda, sacándolas por los pies, y fui a mi habitación a por otras más cómodas; ¡pero andando por el piso me di cuenta que ya me sentía cómoda!, —sentir el frescor del aire de la mañana en mi coño me hizo sentirme viva y excitada— y pensé; ¿porque no salgo sin bragas? Nunca antes lo había hecho, pero siempre lo deseé, y con esa faldita tan súper corta y mi melena rubia por la espalda "sería una bomba para las miradas de deseo", ¡y eso hice!
Con mi falda vaquera y sin bragas cogí el ascensor, y bajando en este me miré en el espejo interior. Levanté la prenda vaquera y me gustó ver mi coño afeitado y clarito reflejado en él espejo, y también me gustó sentirme observada por la mini cámara de seguridad del techo, a la cual le dediqué un roce de mi dedo, tocando mi chocho con la uña pintada de esmalte negro, "paseándolo por mi raja de abajo arriba" y poniendo después la falda en su sitio, y haciendo como si no supiera que había cámara. Cuando salí del ascensor el portero me saludó desde su cabinita de madera, situado junto a las pantallas de seguridad (su rostro estaba rojo como un tomate y su mirada era la de un zorro impresionado). Al salir a la calle llamé a un taxi, al subir en el comencé a ser mala, ¿cómo?, pues me senté en el centro del asiento trasero, con las piernas abiertas, juntándolas cada vez que el taxista volvía la cabeza en un semáforo dándome conversación, para poder verme mi clarita raja húmeda; dejándolo que me viera el coño "solo un momento", jajaj, "estaba ardiendo el hombre, era un cincuentón, ¡ni me cobro la carrera siquiera!, y me dio las gracias confundido y excitado, viéndole yo un bulto en
el pantalón —los de cincuenta también se empalman— pero necesitan belleza enfrente, y yo soy muy guapa.
Bajé del taxi dos calles antes de llegar a mi trabajo y caminé un rato; sintiendo el fresco de la mañana acariciar mis piernas al andar; ese frescor también tensaba la suave piel desnuda de mi coño afeitado. Me gustó sentir como bajo la falda vaquera los labios mayores de mi sexo se rozaban entre si al caminar, sin bragas que impidieran el movimiento natural de mi suave y abultada grieta carnal. Era como si el frío de la mañana entrara en mi raja penetrándome, "calentándome al sentirlo entrar en mi", y dándome frío a la vez. Los altos tacones de mis botines intensificaran esa sensación, por el movimiento continuo y más marcado de mis caderas, las cuales se movían al ritmo de mi calzado.
Después de caminar un rato en dirección a mi trabajo, vi una cafetería que estaba una calle antes de donde desayuno habitualmente. Era una cafetería donde no había entrado antes, y casi seguro que no conocería a nadie, por eso la elegí, para sentir y experimentar allí mis ansias de mostrarme a gente desconocida, como una exhibicionista caliente, que ansiaba que miraran su desnudez íntima y la desearan, ¡eso sí!, quería que no pareciera acaso hecho.
Me senté a desayunar en una mesita de la cafetería, me alisé mi melena rubia y separé mis muslos, apuntando mis piernas abiertas bajo la corta minifalda a una mesa donde había dos chicas y un joven. El joven miró mi chocho (embelesado) desde tres metros de distancia, y después de recrearse unos minutos con "mi piel rajada" cuchicheó con las dos chicas que estaban con él. Una de ellas muy bajita pero muy guapa comenzó a mirarme con la boquita abierta y sin disimulo, "yo hacía como que no me daba cuenta de que se me veía el coño". La joven bajita y morena tendría mi misma edad más o menos, veintiséis años, la vi acercarse a mí y preguntarme.
—Hola, ¿me puedo sentar un momento aquí contigo? —dijo sonrojada, y le dije que sí.
Sentada junto a mí me dijo que se me veía el bollo desde enfrente, sin bragas, por si no me había dado cuenta que la ausencia de bragas dejaba ver mi "puerta interior"; también me dijo que yo era una rubia preciosa; yo le contesté.
—Gracias simpática, tú también eres muy mona, no sabía que se me había visto la rajita, gracias; yo me llamo Isabel.
—Yo Teresa y daría lo que fuera por saborear tu coño carnoso y clarito, guapetona, y perdona si te molesta mi sinceridad, pero me has puesto el coño empapado guapa —dijo decidida y excitada.
No me molestaba, al contrario, me gustaba esa morenita bajita con brillo en la mirada. Le dije que me hacía mucha ilusión que me comiera el chocho, y además quería que fuera, ¡ya!, que ese día estaba yo lanzada.
Salimos de la cafetería las dos, Teresa pidió a sus amigos que la esperaran allí, que tardaríamos poco rato, que íbamos a hacer un recado cerca. Bajamos la calle y entramos en un portal que estaba abierto (nadie entraba ni salía de él, se veía desierto), y en el hueco de la escalera, tras un macetón de plantas, Teresa clavó las rodillas en las losetas del suelo y metió la cabeza bajo mi falda, y comenzó a chupar mi coño dándome unos sorbetones muy intensos, ¡como chupaba la morenita!, tanto me gustó que me oriné de gusto en su cara y en su ropa, con un chorro grande de pis; ella miro para arriba a mi rostro y me dijo.
—Rubia me has puesto perdida de meados, que guarrilla eres; pero, ¡cómo me ha excitado Isabel!
Tanto la excitó que me orinara encima de ella que empezó a morderme el bollo, dándome tironcitos con los dientes. Después comenzó a meterme dos dedos de una mano en el chocho y el dedo gordo de la otra mano en el ojete del culo, y los movió "como si me acuchillara con ellos", hasta que de un chasquido intenso me corrí en su mano y en su muñeca, manchando su pulsera de coral rojo. Luego me comió el coño un rato, como si ella fuera un perrito que lame el agua de su plato. Al acabar salimos las dos del portal, ella lucía su vestido manchado con mi pis, "eso me gustó", ¡la había marcado a ella como mi territorio!
Desde la cafetería, y junto con sus amigos, fuimos a su piso a que Teresa se cambiara de ropa. Mientras ella se duchaba me lavé el chocho en el bidé; y cuando yo me lavaba, su amigo sin preguntar abrió la puerta y se puso a hacer pis en el váter que había junto a mí, ¡sin importarle que me estuviera lavando el bollo en el bidé!, ¡casi empalmado! (picha no muy grande pero muy gorda). En ese momento estaba muy excitada por lo de Teresa, y me dieron ganas de volver la cabeza y, ¡comerle la polla!, desde mi posición, sentada con su pene a dos cuartas de mí, a la altura de mi boca; pero solo volví la cabeza hacia él y desde abajo lo miré a los ojos. Sin pedirme permiso, me acercó el pene a una cuarta de la boca, y me dijo.
—Rubia, que zorra eres, como has meado a Teresa y que buena estas, me has puesto a cien, anda, chúpamela, ¡puta!
¡Que decir!, puta, lo que se dice puta, no lo era (no cobraba) pero caliente como una perra en celo sí que estaba, desde que salí con mi coño al aire y sin bragas esa mañana. No me sentí ofendida porque deseaba que me humillara sexualmente, y no le dije nada, solo agarré su gran bolsa escrotal sosteniendo sus huevos en mi mano, y tirando de ellos con mis uñas pintadas de negro, acercándolo a mí; hasta que su polla choco con mis labios pintados de rojo, bese su miembro, "olía a polla sudada", pero no me importó, —eso que soy exigente en la limpieza—, pero las ganas en ese momento eran muy grandes, y en lugar de darme asco la chupé entera, engordando esa polla del todo en mi boca. Agarró después mi cabeza con las dos manos, y me dilató la boca con su miembro, ¡dando embestidas como un bárbaro!; luego se paró en seco con la polla dentro de mi boca (sentía su calor llenando mi oquedad), ¡y se corrió de golpe! Noté toda mi boca pegajosa, ¡que semen más espeso!, me lo tragué todo como un manjar y mordí su polla un poco, como señal de satisfacción.
Besé a Teresa y nos dimos los teléfonos, también besé al que se corrió en mi boca, y me despedí de la otra chica sentada en el sofá, que estaba como enfadada, me ajusté la falda a la cintura con mi chocho recién lavado y diciéndoles adiós me marché.
En el trabajo, sentada en mi pequeño escritorio me sentía la mujer más feliz del mundo, por haber dado rienda suelta a mis sentidos. Medité sobre si había estado bien o no dejar un novio guapo como Borja por ser aburrido, y dedicarme a tener fantasías con gente nueva, dando rienda suelta a mis deseos, y me dije que sí, ¡qué coño!, ¡que esto son dos días!, y voy a vivirlos a tope,
—Fin—
© Isabel Nielibra 2017