Sin Bragas

Calores de verano, sudor mucha piel, y una ventana...

Lo conocí en una ocasión bastante embarazosa, en el sentido estricto; un momento de esos extraños, tanto, que casi no deberían ser contados. Y yo no llevaba bragas.

Nunca he sido una mojigata, me gusta los hombres, a que negarlo, eso sí, unos más que otros. Como a todas, ¿no?

Pero debo ser sincera, para mí el sexo nunca ha sido un tema tan solo de vicio, de buscar un orgasmo, y mira que bien. Me acuerdo de un chiste de cuando era pequeña, era algo así, como ¿qué es mejor, la masturbación o follar? Follar porque te relacionas, conoces gente...

Y para mí eso es el sexo, una forma de conocer gente. De ver la cara B de los tíos, de intentar entenderlos aunque solo sea por un ratito, mientras gimen entre espasmos agarrados por mis labios sin dientes.

Me gusta salir por la noche y acercarme a un hombre, probarlo, provocarlo para ver como se comporta como un gorila en celo, arrastrarlo más allá de sus pensamientos racionales; y al final, y si se lo merece (bueno, también depende de lo que a mí me apetezca; pero con sinceridad, raro es que no apetezca) follármelo como una salvaje, sintiendo como se tensan todos los músculos de su cuerpo.

Vale, quizá exagero un poco, no es que sea la salida de emergencia del barrio. Pero insisto, tampoco una mojigata.

Él era mi vecino. Pelo arrubiado y majo, no un bellezón, pero que coño, en peores plazas he toreado.

Y era una tarde de verano, que no sé por qué, pero parece que el verano llama a este tipo de cosas, será el sudor, la piel al aire, la alegría de la vida en cada rayo de sol.

Las siete de la tarde, y aquel día había acabado pronto en el trabajo, pero que coño, si en julio no hay casi nadie, y sobre todo, nada que hacer.

Venía empapada en sudor, pensando en darme un baño de agua fresca para volver a ser persona. Mientras abría la puerta de casa ya iba desabrochándome los vaqueros. Que asco de calor. Dejé que me resbalaran por las piernas a la vez que tiré la maleta en el suelo y empecé a desabotonarme la camisa. Mi cuerpo me pedía estar desnuda. Limpia de tanta ropa mojada de mi propio sudor.

Bragas y sujetador, y un cigarro en la boca, eso era todo lo que llevaba. Buscando fuego.

Al llegar a la cocina fue cuando me di cuenta de que la ventana estaba abierta. Y enfrente de mí al otro lado del patio de luces, me encontré la mirada sorprendida de mi vecino.

Me puse colorada, completamente. Si es que llevaba casi toda la piel al aire.

Y trabucándome, tropezando una mano contra la otra, conseguí por fin cerrar la ventana, y luego el visillo. Sabía que se veía a través, y realmente eso me gustaba, yo podía ver la sombra  del vecinito, pasmado, hecho piedra como un Teseo ante su Gorgona. Bueno, aunque me hacía la ilusión de que no fuera por fea.

Se me dibujó en la boca una sonrisa picara y seguí quitándome la ropa, lo poco que me quedaba. Fuera sujetador, dios que libertad, y fuera bragas, que estaban ya completamente empapadas, ¿sería solo sudor?

Recogí en el baño una toallita húmeda, y volví a la cocina, a quitarme el sudor delante de la ventana velada. Estaba siendo muy mala, y lo sabía, pero me sentía como borracha, incapaz de dejar de hacer lo que hacía, de provocar.

Al poco vi que la silueta del vecino, se movía y acababa por desaparecer. Me sentí un poco desilusionada, aquello que hacía necesitaba espectador, sino, que sentido tenía. Así que deje de hacer el tonto y volví a al baño para tomar esa ducha fresca que me llevaba prometiendo desde hacía horas.

Mientras dejaba que el agua casi fría resbalara por mi piel, y me devolviera algo de cordura, pensé en el vecino, bueno vale, la verdad es que todavía no me lo había quitado de la cabeza. ¿Cómo se llamaba? Ni idea. Solo había coincidido un par de veces en el ascensor con él. Conversaciones minimalistas. “buenas noches” y “parece que va a llover”. Lo típico, por romper la incomodidad de quedarse callado.

Al poco me empecé a reír. Imagínate, ¿a donde habrá ido el vecinito, después de llenarse los ojos de mi piel? Los dientes se me escapaban de la boca, imaginándolo ahí, a pocos metros, al otro lado de la pared, en su propio baño. La verdad, que desperdicio, con lo bien que podrían aprovechar entre los dos juntos todas aquellas ganas. Bien sabe dios lo egoísta que es eso de la masturbación. Debería ser hasta delito. Pero bueno, mujer, mejor no pienses en esas cosas, que al final, sino, acabarás cayendo tu también, en la “autocomplacencia”.

Por encima del caer del agua de la ducha, escuché el timbre de la puerta.

¿Y eso?, quien venía ahora. Coño, si es verdad, si había quedado con la Mari, que le tenía que traer las fotos del viaje a Egipto. Joder, si es que una pierde la cabeza del todo. Si es que estos calores...

Salí del agua, dejando charquitos que me seguían por el parqué. “Ya lo estoy dejando todo perdido, luego paso la fregona”.

Le grité a la puerta:

  • Ya voy, un momentín.

Cogí una toalla de manos del armario, la primera que encontré, y empecé a secarme a toda prisa.

“Joder. Y como me envuelvo yo con esto”, así que volví al armario y saqué una camiseta blanca, inmensa, me la puse, me llegaba hasta medio muslo. Y así, toalla en mano, secándome el pelo rizoso, descalza, y con solo la camiseta, abrí la puerta.

  • Mari, tu siempre tan oportuna, estaba en la du...

Pero claro, no era la Mari. Lógico. Era el vecino.

Y yo chorreando agüita rica.

  • Ah, hola, creí que era...

Y los dos nos pusimos colorados, como cangrejitos en una playa.

Intentaba taparme con la toalla. Me sentía desnuda, si seguro que se me trasparentan las tetas con tanta agua. Dios que vergüenza, que va a pensar de miiiiii.

Y lo peor. Yo ahí, sin bragas hablando con ese tío, que no hacía ni dos minutos me había puesto a cien, provocándolo.

Él se aclaró la voz.

Y consiguió templarla entre los calores de su cara, rojo como un tomate desde las raíces del pelo, hasta el cuello. Pero él tenía ventaja, no enseñaba nada más.

  • Perdóname, sé que suena a disculpa tonta de chiste. Pero es que... estaba cocinando... y te vi llegar... y es que…, es que me quedé sin sal, ejem, se me calló cuando te...bueno, pues eso. ¿No tendrás por ahí un poquitín de sal...?

No me salía la voz. Parecía una gaita con el fuelle roto. Intenté sonreír en medio del volcán de mi cara, y asentí con la cabeza.

Empecé a girarme, y entonces pensé. Coño, si se me trasparentan las tetas por el agua..., se me trasparentará también el culo. Quieta, maja, no te des la vuelta.

Me armé de valor y conseguí hablar. Al principio con un chirrido de máquina vieja y sin aceite, pero luego, conseguí entonar, mas o menos.

  • Yo... perdona, estaba en la ducha, y... Pero pasa, pasa, y siéntate, solo déjame un momentito que acabo de secarme y estoy contigo.

  • No, no. No quiero molestar. Vengo dentro de un rato...

  • Nada, ya que estas. Pasa, solo son dos segundos... ponerme unas bragas y...

Dios, lo que dije, lo que dije; lo normal, siempre acaba saliéndoseme por la boca lo que pienso y no quiero decir.

Completamente incapaz de decir nada más, me giré y salí corriendo hacia el refugio del baño. Ya no me importaba que me viera el culo, o el mismísimo coño. Solo necesitaba escapar de allí.

Me fui dejándolo en la puerta.

En el baño tengo un espejo de cuerpo entero, para verme cuando me seco (siempre me gustó mi cuerpo), y mientras me echo cremas y esas cosas. Llegué histérica, absolutamente fuera de mí, y cuando me vi, fue todavía peor. La camiseta, mojada de cabo a rabo, se me había pegado a toda la piel. Si era casi como si fuera desnuda. Oh, dios mío. Si es que se me veía hasta el poco pelo que me dejaba en... en el..., en el pubis, eso, en el pubis.

Me quité la camiseta, furiosa, y la tiré, hecha un trapo, al suelo

Me quedé sentada sobre la taza del vater, secándome mecánicamente, lentamente. Casi sin pensar. Joder joder joder.

No se el tiempo que tardé en atreverme a salir del baño. Y encima no tenía allí nada de ropa. Me envolví como pude en una toalla un poco más grande y abrí la puerta, despacito. “¿Seguirá por aquí?”. Eché un ojo y no vi a nadie. La puerta de la calle estaba cerrada. Salí corriendo del baño y me metí en la habitación, para vestirme.

Tardé todavía media hora en volver a hacerme con el valor de recorrer la casa, muerta de vergüenza, y queriendo llorar todo el rato. Me sentía como una estúpida. Y como un putón verbenero, joder, que iba a pensar de mí el vecino. Pues eso, que iba a pensar. “joder, la golfa de la vecina”.

Por suerte, no estaba. El pobre debió quedar alucinado cuando me vio salir corriendo.

De esto hace solo un par de días. Pero, por suerte, todavía no hemos coincidido en el ascensor, ni nos vimos por la ventana. Bueno, normal, los dos tenemos las ventanas cerradas y con la persiana echada.

Pero lo malo, es que estas dos noches, soñé con él.

Lo malo es que quiero verlo, explicarme, follármelo. ¿Dios, será verdad que a las mujeres no hay quien nos entienda?