Simplemente ella (simplemente tu)

Ella me esperaba en el suelo de la habitación, tal y como había dicho. Me esperaba en la penumbra, completamente desnuda y con las piernas entreabiertas. La observé. Era la mujer más hermosa que había visto nunca y que posiblemente vería nunca.

SIMPLEMENTE ELLA (SIMPLEMENTE TU)

Ella me esperaba en el suelo de la habitación, tal y como había dicho. Me esperaba en la penumbra, completamente desnuda y con las piernas entreabiertas. La observé. Era la mujer más hermosa que había visto nunca y que posiblemente vería nunca. Muchos no compartiría mi opinión pero muchos no la conocen como la conozco yo. Olí el ambiente. Olía a sexo. A su sexo, a mi sexo.

-Hola amor mío… -susurré.

-Hola amor mío… -respondió ella abriendo un poco mas las piernas

Me quité toda la ropa, letalmente mientras creí adivinar que ella sonreía. Después me arrodillé y finalmente hundí mi nariz en su sexo, así sin más. Ahora olía a jabón y a sexo. ¿A que otra cosa podía oler? Su vello era corto y moreno. Me encantaba. Como todo lo suyo. Cerré los ojos y saque la lengua para comenzar a pasearla por todos lados, desde el comienzo de sus muslos al clítoris, desde el vello púbico a los labios de la vagina. Todo. Necesitaba saborear ese todo e impregnar mi mente de su olor para recordarlo por siempre. Era una necesidad. No un deseo.

Posé mis labios sobre los suyos y comencé a sorberla, intentando que su clítoris se introdujese lentamente en mi boca, liberándolo después, dándole unos breves lametazos y volviendo a sorber para esporádicamente propinarle unos casi inexistentes mordisquitos mientras mis dedos jugueteaban con la entrada de su vagina. Ella se retorcía levemente, conteniéndose y abandonándose. Luchando contra sus propios sentidos. Estuve así cerca de veinte minutos pero ella no se corría. Hizo de todo, desde gritar a golpear el suelo. Desde maldecidme a bendecidme. Pero nunca se corrió. Entonces recordé sus palabras. "Solo me corro cuando estoy sentada encima del hombre". Bien, teníamos toda la noche. Toda la noche para hacerlo todo. Abandoné su sexo y me aventuré lentamente por su piel tostada, sorteando diminutos lunares y alguna marca, quedándome a sorber su ombligo, ascendiendo lentamente hasta encontrar una porción de piel blanca que eran sus pechos. Los bese lentamente, como si esa blancura significase una suerte de ternura aun mayor, después abrí todo lo que pude la boca y me metí uno de sus pechos todo lo que me fue posible, saboreé su sabor salado y caliente. Cerré lentamente la boca como sorbiendo un polo hasta llegar a los pezones, entonces cerré suavemente los dientes y le mordisquee apenas su pezón para luego comenzar a besárselo, y así de uno a otro, viajando por el valle de su escote y volviendo a coronar la montaña que eran sus pechos blancos y perfectos. Esa blancura me volvía loco pues significaba que era una de los pocas personas que conseguía verlos en toda su esplendidez. Mis manos se deslizaban sin control por sus hombros, por sus costados, mis manos totalmente autónomas también subían hasta su boca y mis dedos se introducían en ella. Sus pechos estaban totalmente deliciosos, más deliciosos aun que su sexo. Toda ella era deliciosa. Seguí subiendo por su cuello hasta posar mis labios en los suyos, mi pecho en sus pechos, mi pene sobre su pubis. Ella bajo las manos y aprisionó mi culo sin miramientos para apretarlo contra su sexo. Yo la agarré suavemente de la nuca y continué besando sus finos labios, nuestras lenguas se fundían y se confundían. Estuvimos tanto rato así que ni un forense hubiese podido haber adivinado de quien era la saliva de quien.

Ella dio un golpe de cadera que nos hizo girar por la alfombra acabando en posición inversa. Ella sentada encima mío. ¿Qué mejor escenario? Mientras me besaba noté como sus manos se deslizaban hacia mi polla completamente erecta y la introducía en su vagina.

-Lentamente, amor mío –dijo ella.

-Lentamente, amor mío –respondí yo.

Ella se levanto y se dejó caer lentamente sentándose encima de mí. Mi polla se deslizo suavemente por las paredes de su vagina hasta que quedo completamente dentro. El placer no podría describirse aquí con palabras aunque fuese el mejor escritor del mundo. Ella comenzó a moverse lentamente mientras mis manos emprendían nuevamente el camino desde sus caderas a sus pechos pasando por todo el resto. Ella se movía cada vez más rápidamente. Aunque después paraba y volvía a comenzar. Como si evitase correrse.

Estuvimos así cerca de media hora hasta que no pude más.

-Voy a correrme, amor mío –le dije.

-Vamos a corrernos, amor mío –contestó ella.

Nos corrimos al mismo tiempo, abrazados y besándonos. Mirándonos directamente a los ojos. Después simplemente nos quedamos estirados. Sin más. Quizás nos quedamos dormidos. Quizás no. Eso no importaba. Estábamos juntos. Abrazados. El uno dentro de la otra. Al cabo de un rato ella alargó la mano y encendió una luz. Estaba tan hermosa como siempre, con el pelo enmarañado, los ojos de gata y los labios de mujer fatal.

-Amor mío –dijo ella.

-Amor mío –contesté yo.

"Las cartas de amor se escriben empezando sin saber lo que se va a decir, y se terminan sin saber lo que se ha dicho." Jean Jacques Rousseau,

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Dedicado a "ella". La mas letal. La que me ha hecho adicto a los helados "La pepa". Va por ti, amor mío