Simplemente, deseo.
Las olas rompían suavemente contra nosotros, dejándonos totalmente empapados, pero no nos importaba. En aquel momento mojarnos por el mar era lo que menos nos importaba.
Jorge y yo llevábamos dos meses conociéndonos, y aquella noche de septiembre había aceptado a que me él invitara a cenar al restaurante que él escogiese. No tenía ni idea de dónde me llevaría, pero por si acaso, decidí arreglarme bastante, pero sutil. Me puse un vestido blanco, ceñido al cuerpo, de escote palabra de honor y de largura hasta mitad de muslo, con unas cuñas rojas preciosas a juego con el color de mis labios, ya que ese color hacía que parecieran el doble de gruesos, lo cual me dibujaba una boca bastante sensual. Me ricé mi larga y rubia melena y la semirrecogí en un moño desecho, para dejar a la vista mi espalda, a pesar de que la odiaba bastante por estar delgada, pero que esta vez quería mostrarla para dejar a la luz mi tatuaje en ella.
Siempre me he sentido bastante del montón, una chica normal que pasa bastante desapercibida a la vista de un hombre. Pero aquella noche me sentía espectacular, me sentía una diosa, me veía muy atractiva. Por lo tanto, como buena mujer, al igual que hacemos todas, escogí mi ropa interior acorde a mi estado anímico. Me decanté por un tanga rojo en forma de triángulo, de encaje, con transparencias y con un detalle de pedrería adornando en la parte superior delantera. Respecto al sostén…, decidí prescindir de él. El vestido no era de raso y tampoco dejaba evidente mis pechos desnudos, y no es que yo tenga unos pechos enormes precisamente, por lo tanto no quedaba vulgar, y yo estaba cómoda sin sostén.
Mientras dejaba caer un chorrito de perfume en mi cuello, mi teléfono móvil sonó. Era Jorge, me estaba esperando en la puerta de casa con el coche.
Cogí mi bolso, y me observé una última vez en el espejo antes de salir. Me sonreí a mí misma, aquella noche me quería, estaba fabulosa.
Cuando bajé del portal, ahí estaba Jorge, apoyado sobre el capó del coche observándome con esa sonrisa que siempre se dibuja en su cara. No iba arreglado. A decir verdad lo esperaba, pero no me importaba. Yo ya me había fijado en él hace tiempo, y quería que esta noche fuera él quien se fijase en mí.
Llevaba una camiseta de manga corta azul marino, unos vaqueros pitillo de tiro bajo y unas deportivas básicas azules y negras.
Al acercarme, fui a darle dos besos y él me frenó, me cogió de su mano y me hizo girar sobre mí misma para que pudiera verme mejor. De su boca sólo salían halagos y más halagos. Aquello me hacía sentir especial y única; me sentí segura de mi misma. Me acerqué a su mejilla y le regalé un beso. Él sonrió, y me guiñó un ojo.
Lo cierto es, que Jorge siempre ha tenido esos gestos y esos piropos conmigo, pero nunca me los he tomado como algo más allá que una simple amistad.
Al subir al coche puso su música reggae de siempre. He de añadir que era un género musical que no me apasionaba mucho, pero lo escuchaba sin problema mientras él me contaba durante el camino su día de hoy y batallitas de sus amigos.
No tenía ni idea de a dónde me llevaba, sólo se veía carretera y más carretera. Supuse que me llevaría a algún restaurante fuera del pueblo en el que vivíamos.
Al cabo de unos minutos, Jorge colocó su mano derecha sobre mi pierna izquierda mientras conducía. Me tensé un poco, pero no quise darle importancia. Jorge era mi amigo, a pesar de que era obvio que me atraía, y no quería sacar las cosas de contexto; por lo tanto disimulé mi tensión y continué la conversación como si nada, sin darle ninguna importancia. Hasta que, de repente, mientras le hablaba los dedos de la mano que tenía apoyada en mi pierna comenzaron a acariciarme cariñosamente.
Mis manos empezaron a sudar de un modo exagerado que ni yo misma me explicaba. Estaba tensándome, pero tampoco estaba nerviosa. Probablemente era que el hecho de sentir la mano de Jorge me estaba excitando.
“Ya hemos llegado” dijo él. “Gracias a dios” pensé yo. No podía aguantar mucho tiempo aquella sensación dentro del coche.
Cuando bajamos vi que me había llevado a un restaurante a pie de playa. Era precioso todo aquello. Las mesas estaban decoradas con un mantel blanco, vajilla impecable y unos cetros de flores artificiales que parecían una especie de lirios para combinar con la tonalidad blanca del restaurante en general. También había mesas fuera, por lo tanto, nos decidimos sentar allí ya que ambos éramos fumadores.
La cena fue de maravilla, la comida buenísima, las vistas preciosas, y la compañía mucho mejor.
Cuando acabamos Jorge me propuso pasear por la playa tranquilamente. Acepté.
-Jorge, espera, llevo tacones y no voy a saber andar muy bien.- dije. Y acto seguido me cogió y me puso sobre su hombro, como si fuera un saco de patatas. “Suéltame, suéltame” le suplicaba yo entre risas. Él reía también. Hasta que después de llevarme sobre él corriendo por toda la playa, me sentó sobre unas rocas donde chocaban levemente las olas para que pudiera descalzarme.
Él se sentó a mi lado mientras me quitaba los zapatos, y nos quedamos ahí durante unos minutos hablando. Él se encendió un cigarrillo, me miró y me preguntó si quería. Yo asentí con la cabeza, Jorge se acercó a mí, dejando una distancia de poco más de un palmo de su cara a la mía. Aspiró y acercó sus labios a los míos, rozándolos suavemente. Yo entreabrí un poco la boca y dejé que me llenara del humo que salía entre sus labios. Aspiré y dejé salir el humo apartando mi cara de él y retirando mi mirada hacia abajo. Jorge me cogió la barbilla suavemente con su mano y levantó mi cabeza hacia él para que nuestras miradas se cruzaran.
Le miré, me miró, sonrió y sus labios se volvieron a acercar a los míos (esta vez sin humo alguno) y yo me quedé paralizada, no podía creer que fuera a besarme. Y así lo hizo. Sus labios se fundieron con los míos levemente, empujando un poco a mi labio inferior para que mi boca se abriera para él. Me dejé llevar, cerré los ojos y abrí mi boca para recibir a su lengua, deseosa de mí. Jorge colocó su mano entre mi cabello y yo le correspondí poniendo la mía sobre su cara. Nuestros labios se acariciaban entre ellos lentamente al mismo tiempo que nuestras lenguas bailaban entre ellas. Era maravillosa su forma de besar, me derretía ante ello.
Jorge cogió mi mano, haciendo que marcháramos de las rocas y me dirigió hacia la orilla, se sentó en ella acercándome a él y continuó besándome. Me dejé caer, quedándome totalmente tumbada en la arena y él sobre mí, sin dejar de besarme ni un solo segundo.
Las olas rompían suavemente contra nosotros, dejándonos totalmente empapados, pero no nos importaba. En aquel momento mojarnos por el mar era lo que menos nos importaba.
Hice girar a Jorge quedando yo sobre él. Al sentarme, mi vestido se subió dejando mi tanga rojo de encaje a la vista. Jorge pasó su mano suavemente sobre él, haciéndome sentir un roce más que placentero sobre mi pubis.
Lo miré fijamente a los ojos y me solté la melena, dejando caer las ondas de esta sobre mi pecho. Él no apartaba la mirada de él, ya que me había empapado de tal forma, que al llevar vestido blanco y no llevar sostén, se podían diferenciar mis pezones a través de la ropa empapada.
Jorge puso las dos manos en mis pechos sobre la ropa y comenzó a acariciarlos con delicadeza, haciendo que mis pezones se transparentaran más de lo excitada que me iba poniendo. Puse mis manos sobre las suyas e hice una fuerte presión contra mis pechos, marcando el ritmo en que quería que me los acariciase.
Podía sentir a la perfección su erección bajo el pantalón vaquero. Uno de los botones se clavaba sobre mi clítoris y comencé a moverme de adelante hacia atrás, como si le estuviera cabalgando, por inercia. Me estaba proporcionando aquello un gusto intenso, desde mi clítoris hasta toda mi columna vertebral.
Me agaché un poco hacia él, sin parar de restregar mi sexo contra el suyo, para besarle. Entre aquellos besos se nos escapaban a ambos dos pequeños jadeos de placer proporcionado por el frote que provocaban mis caderas.
Me incorporé, y sin apartarle mirada alguna a sus ojos, me bajé la parte superior del vestido, dejando mis pechos al descubierto. Seguía mirándole, y cogí con mis manos y me aparté el cabello para que pudiera verlos bien revolviéndome los rizos, creando una imagen de lo más salvaje.
La reacción de Jorge fue la esperada: se incorporó, quedando sentados los dos, yo todavía sobre él, y comenzó a agarrar mis pechos y a juguetear su lengua con mis pezones. Mientras tanto, yo agarraba su cabeza y dejaba a la mía caer hacia atrás, permitiendo en esa postura que mis jadeos salieran de mi boca con mayor soltura y profundidad.
Su erección iba “in crescendo”, y yo tenía ganas de ella. Comenzó a besarme el cuello y después a lamerme el lóbulo de la oreja. Aquello me volvía más que loca, y él lo pudo notar al escuchar que se me escapó un gemido por ello.
Jorge me tenía sujeta con su mano izquierda a la espalda, y con la derecha comenzó a estimular mi clítoris todavía sobre la ropa interior puesta. Yo hice lo mismo. Agarre con firmeza su erección y agaché la mirada para verla. Aquello estaba a rebosar bajo el pantalón, y aparentaba tener un pene bastante grueso. Estaba deseosa de verlo, de besarlo, de saborearlo, y de sentirlo en cada orificio de mi cuerpo. Quería sentir a Jorge de todas las maneras posibles.
Me levanté para poder bajar mi tanga entre mis piernas. Jorge seguía tumbado observando cómo me deshacía de la única prenda que me quedaba tapando mis zonas íntimas. Él miraba serio cómo lo deslizaba lentamente, y nada más quitármelo se lo lancé con una sonrisa pícara. Las cazó al vuelo y comenzó a olerlas, sin apartarme la mirada y con todavía esa seriedad.
Volví a colocarme sobre él, ésta vez con mi sexo al desnudo, y guardó mi tanga en el bolsillo trasero de su vaquero y siguió besándome mientras me acariciaba el trasero, llevándome hacia él para colocarme a cuatro patas sobre su cuerpo. Una vez en esta posición, una de sus manos se deslizó desde mi trasero por la parte delantera de mi pierna hasta mi clítoris. Sus dedos índice y corazón comenzaron a bailar sobre él alternándose el uno con el otro, como si tocara un piano, después paraba y me lo estimulaba en forma de círculos, después volvía a “teclear” sobre mi clítoris, de nuevo estimulación en círculo, tecleteo, círculos, tecleteo círculos... Jamás me habían tocado de aquella forma, y he de añadir que me encantaba esa combinación de suaves golpes contra mi sexo que me hacían sentir calor, con la estimulación más intensa que me hacía lubricar de forma constante.
Yo no podía concentrarme en el modo de tocarle con aquella forma que me estaba tocando él. Estaba haciéndome perder la cabeza por completo. Por lo tanto, me senté a un lado de él para que dejase de tocarme, al menos durante unos minutos, y poder hacerlo yo. Desabroché los botones de su pantalón poco a poco, él me ayudó a sacar su pene bajo el calzoncillo, y mis dos manos se fueron inevitablemente a su pene. Como pude notar bajo la ropa, era grueso, muy grueso y muy apetecible. Yo lo miraba mientras lo acariciaba sin llegar a masturbarle, y Jorge puso una de sus manos en mi cabeza, acariciando entre mi pelo. Yo ya sabía lo que significaba aquel gesto, pero no estaba todavía por la labor de llevármela a la boca. Quería disfrutar observando cómo ansiaba aquel momento excitándole poco a poco y haciéndole esperar.
De pronto comenzó a gotear. Era un goteo bastante leve, así que no nos importó. Nos miramos y seguimos besándonos.
Me coloqué de nuevo sobre él y le quité la camiseta. Tenía un pecho precioso, daba sensación de que hacía deporte, pero no era exagerado. Simplemente era perfecto. Pasé mis manos sobre su torso, dejando un rastro de las gotas que caían sobre él con el recorrido de mis dedos, hasta llegar a su pene. Me incorporé un poco hacia arriba, y comencé a pasar despacio su glande por mi clítoris. Estábamos ardiendo.
Me dejé caer sobre él y comencé a masturbarle, mientras apoyada sobre su pecho, miraba su rostro. Él hizo lo mismo, metió dos dedos en mi vagina y comenzó a masturbarme rápidamente.
Ahora llovía más fuerte, estábamos empapados. Pero seguimos a lo nuestro. Nuestra velocidad de masturbación el uno al otro subía poco a poco. De repente sentía que me venía el gusto, creía que me iba a correr. Pero Jorge lo notó en mi cara y paró de golpe, cogiéndome con una mano de las dos muñecas, dando la vuelta por completo quedando él sobre mí y mis brazos en alto.
Teniendo el control sobre mí, se metió uno de mis pezones a su boca, y lo mordisqueó suavemente, jugando con él entre sus dientes, haciendo que mi pezón sobresaliera cada vez más.
Ahora llovía muy fuerte. Por lo que Jorge me propuso subir a su casa o íbamos a acabar llenos de barro a aquel paso. Acepté y nos vestimos rápido, corriendo por la playa hasta llegar al coche.
Cuando cerramos las puertas nos miramos el uno al otro y sonreímos sin mediar palabra. Encendió la música y se dispuso a conducir.
Yo bajé el espejo del techo y se había corrido todo el pintalabios. Llevaba todo el contorno de mi boca con un rojo difuso, que casi parecía rosa. Me limpié con la mano como pude para adecentarme un poco.
-¿Tienes frío? ¿Quieres que ponga un poco la calefacción así nos secamos un poco? – Me preguntó.
-Tranquilo, no tengo frío, estoy bien. Aunque si quieres poner la calefacción no me importaría, así me seco.
-¿Estás mojada?
-Un poco bastante.-reí.
-¿Estás mojada? – Volvió a preguntarme, colocando su mano derecha entre mis piernas.
-Joder…-gemí. Había olvidado que iba sin ropa interior, pero por lo que parecía Jorge lo tenía muy presente.
Comenzó a estimularme suavemente, mientras se dibujaba una sonrisa en sus labios, sin apartar la mirada de la carretera. Yo gemía desesperadamente. Estaba muy excitada y estaba ansiosa de él, de llegar ya a su casa y de que me arrancara lo poco que me quedaba de ropa.
Jorge estuvo masturbándome durante todo el camino en coche hasta llegar a su casa. Yo me agarraba al asa superior del coche con mi mano derecha y la izquierda la tenía sosteniendo su mano, la cual no paraba de moverse en mi clítoris.
Cuando bajamos del coche seguía lloviendo muy fuerte, y fuimos corriendo hasta su portal. Una vez dentro, Jorge y yo comenzamos a besarnos desenfrenadamente, pulsando el botón del ascensor, sin apartar nuestros labios del otro. Entramos sin parar de besarnos, él pulso el número dos. Llegamos arriba, abrió la puerta con las llaves y entramos como dos animales en celo sin apartarnos entre nosotros. Dejamos que se cerrara la puerta de un portazo al cogerme Jorge en volandas y ponerme contra ella. Besando mis labios, mi cuello, y de nuevo mis pechos…
Me llevó hasta el dormitorio. Una cama de matrimonio enorme nos estaba esperando. Me dejé caer sobre ella y me quité el vestido, quedando completamente desnuda.
Jorge estaba de pie frente a mí, se quitó los zapatos, los calcetines, y después la camiseta. Quedándose únicamente con los vaqueros mirando mi figura. Me incorporé entre las almohadas y le mire muy seria y completamente excitada ansiando ver su desnudez. Él no dudó un segundo en poner sus manos sobre los botones del pantalón e ir desabrochándoselo lentamente, se lo quitó. Y bajo aquellos calzoncillos culpables de impedir su desnudez se transparentaba una enorme, dura y gran erección preparada para atravesar mis entrañas.
Me acerqué gateando sobre la cama hacia aquel regalo para mí, y le bajé los calzoncillos de forma rápida. Agarré su pene y comencé a masturbarle con mi mano derecha mientras que mi lengua se colocó en sus testículos lamiéndolos lentamente, pasando la lengua suave entre ellos y saboreando cada uno de ellos metiéndome primero uno y después el otro por completo en mi boca.
Aquella sensación era exquisita para mi paladar y excitante para todo mi cuerpo. Yo sólo con aquel gesto lograba dilatar y empaparme más en mi flujo vaginal.
Pasé seguidamente mi lengua de sus testículos a su pene, y comencé a absorber todo su pene de arriba abajo al mismo tiempo que mi mano le masturbaba. Le estaba masturbando al mismo tiempo que mi boca degustaba su sabor y mi lengua acariciaba centímetro a centímetro su sexo.
Él gruñía de placer, y colocó sus dos manos en mi cabeza y comenzó a mover sus caderas dejándome bloqueada y follando mi boca a una gran velocidad. Su ritmo era tal, que sólo se podía escuchar el sonido que se escapaba de mi garganta al chocar su enorme glande contra mi campanilla.
Aquello me estaba encantando, yo estaba temblando, y tal era la presión de su pene contra mi boca, que de mis dos ojos brotaron dos lágrimas por mi rostro. Me aparté y le tumbé sobre la cama, colocándome sobre él. Empecé a masturbarme a mi misma para él hasta que por fin, un enorme chorro líquido transparente salió de mi vagina y cayó sobre su vientre.
Los ojos de Jorge se abrieron como platos al ver cómo respondía mi cuerpo ante tal excitación, y el suyo respondió dándome la vuelta y poniéndome bocarriba en la cama. Agarró mis piernas con fuerza y las abrió, perdiéndose entre ellas y regalándome una buena sesión de sexo oral.
No había cosa en el mundo que se pudiera comparar con aquello. Me encanta el sexo oral, y Jorge me estaba regalando un buen ejemplo de tal. Su lengua se perdía entre mis labios como si estuviera dibujando en ellos, y después fue a por mi clítoris, absorbiéndolo entre sus labios haciendo que éste sobre saliera poniéndose turgente.
Mis caderas ante ello se levantaron solas, haciéndome cerrar los ojos de placer. Después introdujo su pulgar en mi vagina mientras lamía mi clítoris despacio. Yo me derretía en gemidos; era perfecto. Poco a poco fue introduciéndome más dedos mientras seguía saboreándome, hasta llegar al punto de tener dentro cuatro dedos suyos masturbándome, ahora ya sin sexo oral, de forma enérgica y dejando salpicar mi flujo sobre las sábanas de cada embestida que me regalaba su mano.
Cuando ya estaba lista para recibir su pene, no dudó ni un segundo en deslizarse entre mis piernas e introducirse en mi. Su pene entro limpio, como el agua. Lento y profundo. Deshaciéndome en un intenso gemido con mis labios en forma de “U”. Después comenzó a follarme de forma rápida, haciendo que mi cuerpo se deslizara de arriba a abajo de la cama y viceversa, haciendo que mis pechos votaran rápidamente a causa de sus embestidas.
Sentía cómo la parte tan diferenciaba del glande al resto del pene se amoldaba a las paredes de mi vagina, cómo sus testículos empapados en mi flujo golpeaban mi perineo, cómo las venas de su miembro se hinchaban dentro de mí.
Él me apartó de golpe y me puso a cuatro patas sobre la cama, me la metió bruscamente, haciéndome sentir una enorme presión hasta lo más alto de mi vientre que me apretaba por dentro, que me ahogaba y me dejaba sin respiración.
Tal era el grosor de su miembro, que cada una de las embestidas que recibía a cuatro patas, hacían vibrar mi clítoris. Me mareaba, me dolía, y me encantaba. Estaba disfrutando como nunca lo había disfrutado.
Jorge entre cada embestida me regalaba alguna que otra cachetada sobre mi trasero, cosa que me encantaba, dejándome su mano marcada en rojo sobre la piel fina y clara de mi glúteo.
Me hormigueaban los pechos de la forma tan brutal en que me estaba penetrando, sentía que me iba a desmayar. Estaba mareada. Pero yo quería seguir y seguir.
Tras unos minutos en esa posición, Jorge, sin sacar su pene de mí, me incorporó hacia él, agarrándome de los pechos y me susurró al oído que iba a correrse. Yo, sin dudarlo ni un solo segundo, me bajé de la cama y me puse de rodillas en el suelo para mamársela con todas mis fuerzas y con toda la rapidez que daba mi cuerpo.
Lo sentía, sentía sus venas vibrar, sentía que su semen iba a salir. Jorge gimió profundamente, deshaciéndose por completo en mi boca. Sentía como salía caliente y con fuerza, pero no lo tragué. Lo guardé en mi boca, y una vez terminó de eyacular, entreabrí los labios, dejando que saliera todo su semen y cayera por mi barbilla.
Con mis manos restregué todo lo que iba cayendo por mi barbilla, cuello, hasta llegar a mis pezones. Mirándole fijamente, mirando su cara de placer mientras yo jugaba con su esperma.
Jorge resopló, y cayó rendido a la cama. Yo me dirigí al baño para darme una buena ducha y quitarme los restos de semen de mi cuerpo sudoroso.
Cuando terminé, entré al dormitorio y él dormía plácidamente. Por lo tanto, me metí desnuda a la cama con él, abrazándole y terminando el día los dos dormidos y descansando de una buena agitada sesión de sexo.