Simplemente
Relato semi erotico de la perdida de mi virjinidad
Me van a permitir que me presente. Mi nombre es José soy un hombre de casi 50 años, algo más de 1,70 mts de altura, no soy atractivo, calvo, ojos claros, dientes algo amarillentos por el tabaco, algo de sobrepeso, espaldas ensanchadas por el trabajo duro de toda una vida, un hombre algo por encima de la media, pero sin exagerar.
No quisiera plantear esto como un relato o historia, si no más bien, como una recopilación de pequeñas anécdotas y un análisis de los motivos de las decisiones tomadas, así como de sus consecuencias.
La primera anécdota que me gustaría narrar sucedió a principios de los 80. Fue la época en la que dejé la niñez, sexualmente hablando. En aquel momento contaba yo con poco más de 16 años, si lo sé, ni siquiera había llegado a la mayoría de edad. No obstante, al proceder de una familia numerosa, que vivía en el limite de la pobreza, en un barrio como el Raval de Barcelona, ya estaba curtido en muchas lides, y digo en muchas lides, no en todas. Había hecho algunas cosas de las que ahora me arrepiento, pero que me ayudaron a forjar mi carácter. En cambio no había conseguido eyacular despierto ni una sola vez, si, si, lo han leído bien no había eyaculado nunca, lo intente con la masturbación miles de veces, pero jamas conseguí la satisfacción del orgasmo, por alguna razón perdía la concentración y no lo conseguía. El único placer sexual era el onírico, en forma de sueños eróticos. Pero todo esto era algo que hasta que sucedió lo que voy a narrar no me había importado demasiado.
Todo empezó cuando encontré mi primer trabajo serio. Se trataba de trabajar de mozo de almacén en una empresa de cerámicas en las afueras de mi ciudad. Era duro a nivel físico, ya que entre en la empresa en un momento en el que el almacén estaba siendo trasladado a otro local, con lo cual se tenían que mover cantidades ingentes de material, había que inventariarlo, paletizarlo y organizar su envío.
Durante el transcurso del traslado, conocí a Ramiro, un hombre maduro, administrativo de la empresa, no demasiado atractivo, pero cualquier defecto que tuviera, con su personalidad magnética y generosidad, a quedado eclipsado en mi memoria.
Un Sábado de final de primavera, cuando el trabajo de traslado estaba por la mitad, los dos mozos de almacén, el jefe de almacén y Ramiro, quedamos a la salida, de la media jornada obligatoria, para comer. Durante el transcurso de la velada quedó patente el alto nivel cultural de Ramiro, así como su facilidad para explicar los conceptos más complicados con palabras sencillas y de uso común. Era una gozada hablar de cualquier tema con él.
Tras la comida y después de algunas copas de licor, decidimos recogernos cada uno hacia nuestra casa, el jefe de almacén se llevó a el otro ayudante a casa en su coche y nos acercó a Ramiro y a mi a la parada del bus que nos llevaría al centro.
Cuando subimos al bus los asientos estaban ocupados y a las 2 paradas estaba repleto de gente apelotonada, eramos seres humanos unos apelotonados contra los otros, materialmente inmovilizados por los cuerpos de trabajadores, amas de casa, parejas y el largo etcétera de seres humanos que compartíamos un espacio reducido.
Ramiro y yo conversábamos animadamente sujetos a sendas barras y mirándonos de medio lado. Justo delante de mi se colocó poco a poco una pareja joven, los recuerdo algo mayores a mi, el aspecto que tenia el chico forma parte del olvido entre las brumas del tiempo, no así el de la chica que vestía una minifalda típica de aquellos años y una blusa roja anudada a la cintura y no llevaba sostén. La verdad es que estaba algo más que apetecible o la recuerdo así.
Tras un rato de viaje el numero de pasajeros aumentó, tanto que quedé materialmente pegado a la parejita que se abrazaba, besaba y magreaba. Mi hombro izquierdo quedo apretado contra el omóplato derecho de Ramiro, que seguía con una charla sobre la falta de calidad del trasporte publico. Mi hombro derecho quedó atrapado entre el chico por detrás y la chica por delante,con lo cual, la teta derecha de aquella chica quedó pegada a mi brazo derecho. Ademas, como siempre que viajaba en autobús el traqueteo del motor convirtió mi hombría en una barra de carne dura.
No me dio tiempo ni a sentirme avergonzado, no hicimos ni una parada en esa situación cuando comencé a notar como una mano me acariciaba la protuberancia de mi pantalón, al poco noté otra mano. Yo seguía mirando a Ramiro que charlaba afablemente sobre las ventajas del transporte publico en Suiza, donde, algunos años antes había sido emigrante. Yo solo prestaba atención a la disertación de Ramiro a medias, en algún lugar al fondo de mi mente, porque todo mi ser estaba en las sensaciones me provocaban la teta apretada contra mi brazo y las manos, que ahora se volvían más osadas y empezaban a desabrocharme los vaqueros que llevaba.
A sabiendas de que no iba a eyacular, que no podría sentir el orgasmo, decidí disfrutar de las manos que, descompasadas, me habían bajado el ceñido pantalón lo justo para sacar todo mi paquete genital de los calzoncillos. Una de las manos, con cariño exquisito, extendía mis líquidos pre-seminales por todo el tronco de mi miembro, mientras la otra se dedicaba a darme suaves apretones y dulces caricias con las uñas en mis testículos. Era tanto el torrente de sensaciones, y el intento vano de concentrarme en el monologo de Ramiro que no percibí en que momento una tercera mano se dedicó a acariciarme las nalgas y la raja divisoria de las mismas.
De las muchas decisiones que podía haber tomado tomé la que menos esfuerzo y más placer me provocaba: dejar que los acontecimientos transcurrieran por ellos mismos. El único pensamiento que me torturó durante el periodo de un latido fue: “Al menos una de las manos que me acarician no es de la chica” . Pero como dice el dicho: “a nadie le amarga un dulce” . “Si yo lo paso bien dejándome tocar y el que sea lo pasa bien tocándome, ¿a quien hacemos daño?” , pensé yo.
Miraba la placida y afable cara de Ramiro que seguía hablando de esto y lo otro. No, no parecía que tuviera nada que ver. Miré a la pareja, se estaban morreando con pasión, “¿ellos quizá?” .
Dado el placer que sentía no me hubiera importado, ni aunque la gente de alrededor hubiera estado al corriente de lo que sucedía, cuanto menos con la discreción con la que todo estaba sucediendo.
Las manos... las tres manos estaban siendo dulces pero contundentes, las tres me producían un estado de excitación tal que pensé que aquel era mi momento, por fin podría correrme.
La mano que acariciaba mis nalgas paso de acariciarlas a agarrar ora una, ora la otra, de ahí a insinuar un dedo en el corte divisor de ambas. Las que tenia delante acariciaban, extendían los líquidos, frotaban, se entrelazaban con mi ciruelo en medio y volvían a acariciar. Ambas se sentían suaves, pero con la presión justa, como si durante toda la vida hubieran estado esperando ese momento. “¡¡Si... si... ahora!!” pensé que lo lograba, entonces oí una voz lejana, pero importante para mi consciencia:
-¿No es aquí donde tienes que bajar? - dijo Ramiro, con una enigmática sonrisa.
-Si – contesté secamente, librándome de las manos que me tenían en el Paraíso.
Me adecenté la ropa lo mas rápida y discretamente posible, una ardua tarea dado el tamaño y humedad que mi cola había adquirido.
Comencé a pedir paso, dirigiéndome a la puerta de salida, sin ni siquiera despedirme de Ramiro. Cuando por fin pisé la acera, me sentía acalorado, mi polla y mis sienes latían con fuerza. Aunque no lo veía, sabia que mi cara debía estar de un rojo intenso. La polla se me marcaba incluso algo más de lo que un quinqui de barrio como yo reconocía como moralmente correcto.
Al otro lado de la avenida vi un banco, uno de hierro colado y madera, me dirigí a el con el animo de esperar a recuperar mi serenidad y poder regresar a casa. No pude ni acercarme al bordillo una mano masculina me sujetó el brazo y me dio la vuelta con firme suavidad.
-¿Te pasa algo? - dijo Ramiro – estas rojo como la carne de una sandia.
-No.. nada... es que ese bus era asfixiante.
-Si estás... rojo y sudoroso
Me empezaba a sentir avergonzado. ¿Y si una de aquellas manos era la suya?¿que pasaría?
-Solo necesito sentarme un momento a la fresca. Se me pasará...¿Tu no tenias que bajar en la siguiente parada.
-Si... pero mi casa está solo a tres manzanas de aquí... como te he visto tan acalorado me a dado un poco de temor que te pasara algo.
Por su manera de hablar, por la preocupación que denotaba su voz, estaba claro que no tenia ni idea de lo que había pasado en el bus. Eso ayudo a que recuperara el ritmo de pulsaciones normales, pero no ayudó en los más mínimo a reducir la evidencia de lo cachondo que me sentía. Inocente de mi, traté de ocultar mi estado inclinándome un poco para delante, sin darme cuenta que eso hacía más notable mi estado. De todas formas, si Ramiro se estaba dando cuenta, su expresión no lo manifestó.
Siguiendo con su conversación en lugar de sentarnos en el banco de la avenida nos desviamos unos metros y nos sentamos en una terraza a tomar un par de cervezas.
-La penúltima – dijo Ramiro – Yo invito que te sentará bien tomar algo frío
La verdad es que, lejos de hacerse pesado su personalidad hacia que cualquier tema resultara ameno, me permitía interrumpirle con mil y una cuestiones, sobre cualquier tema del que estuviera hablando. Saltaba de un tema a otro de una manera que jamas en mi corta vida había visto. No vi ninguna razón para no aceptar su invitación.
Estando sentados, supongo que con auxilio de las cervezas y la retorica de Ramiro, mi erección cedió hasta dejar mi miembro en su estado de reposo. Aunque la verdad no me di cuenta de en que momento estuve des-empalmado.
Seguimos hablando y descubrí algunas cosas interesantes concernientes a su historia: Hombre de principios. Persona de pensamiento liberal. Era autodidacta, en algunas ocasiones presenciaba clases en la Universidad de Barcelona. Vividor, desde el punto de vista de que todo lo que le produjera placer y no dañara a nadie, ni siquiera a él mismo, era correcto. Odiaba profundamente las etiquetas, las etiquetas encasillan y el quería la libertad suprema. En tramites de divorcio, aunque compartía el domicilio con su esposa, Isa, y sus dos hijas. Estaba de Rodriguez, el fin de semana anterior envió a la familia a un pueblo del Pirineo, para gozar del todo, del placer de la soltería. Pero lo que más me sorprendió saber es que la “Policía Político Social” lo detuvo y lo encarcelaron en espera de juicio por un periodo de 1 año. “Así que preso político ¿eh?” no tardé mucho en convencerme de mi error.
Yo por mi parte le explique como, hasta unos meses antes, no paraba de meterme en líos con los colegas del barrio. Pero que había decidido cambiar de vida porque, a mi temprana edad, vi morir amigos por el “caballo” y no eran jinetes, en peleas y no eran guerreros ni soldados. Vi como algunos jóvenes de mi generación, del barrio, apestaban a alcohol y no eran camareros, o a cola para pegar y no eran carpinteros. Los pocos jóvenes de mi edad que quedaban en el barrio acabarían mal, se veía venir, eran carne de presidio o de cementerio. El tiempo terminó dándome la razón.
-¿Ya no te metes en líos? - me preguntó
-No, gracias. Prefiero ganar menos y vivir más.
-Me alegro por ti... y por el resto de nosotros. ¡Un peligro menos en la calle!.
-Pero no es fácil.
-Te entiendo
-No, no lo entiendes. Quisiera divertirme como lo hacía, sin preocuparme de si mañana estaré vivo. No salgo a divertirme desde antes de Navidad.
-Pues sal por ahí, diviértete. No es necesario meterse nada para pasarlo bien.
-¡Ya!, lo único que se necesita es llevar algo de pasta encima. ¿Pero tu me has visto bien?,¿parece que me sobre un duro para irme de farra?
-Hay maneras de divertirse gastando muy poco dinero
-En mi mundo no desde luego
-Bueno pues... deja que te enseñe otro mundo distinto. Para empezar vamos a cenar algo decente, que con la tontería ya son las 8 de la noche, ademas no nos va a costar ni un duro.
“Cenar por la cara, eso quisiera verlo”, pensé mientras me sacaba la billetera del bolsillo trasero para pagar la media docena de cervezas que tomamos.
-Pero a las cervecitas convido yo.
-Vale. ¿Nos vamos?
-Pues tu dirás ¿donde vamos?
-Pues... ¿Has comido alguna vez en un restaurante de 4 tenedores?
-No, ¿te parezco un potentado? - oculté con cierto enfado mi vergüenza.
-Bueno, pues hoy cenaremos de lujo... ni no gastaremos nada de nada. Pero... tal y como vas no es lo más adecuado.
-¿Que quieres decir? - dije mirando mi indumentaria.
Debo reconocer que mi indumentaria en el barrio se consideraría normal, evidentemente no era la ideal para un restaurante de lujo, era simplemente cómoda: Zapatillas deportivas, camiseta roja con la silueta de “el Che” y pantalones vaqueros ceñidos.
-Tranquilo, a tu ropa no le pasa nada. Pero un par de trajes nos irán que ni pintados. Vamos a mi casa, creo que gastamos una talla similar, te prestaré uno de mis trajes.
El piso de Ramiro me pareció increíble, un ático duplex en la parte izquierda del barrio del ensanche. Con cuatro habitaciones en una de las cuales se había montado su despacho personal. Dos aseos en uno de ellos una bañera que en aquel momento me pareció enorme.
Después de una somera visita al piso, me invitó a ducharme mientras preparaba la ropa. En aquel momento sentí un poco de miedo pensando en los acontecimientos de horas antes. “Pues puede que al menos una de aquellas manos fuera de Ramiro”, pensé.
Pero al hijo mayor de una familia numerosa y obrera se le encandila con cierta facilidad. Mientra me duchaba pensé en los pros y los contras de lo que me imaginaba que Ramiro quería. Pero el pensamiento que primó fue: “Este tío puede solucionarme la vida. Dependerá de lo que espere de mi”. Supongo que las copas que llevaba también tuvieron algo que ver en mi decisión de seguir adelante.
Salí de la ducha con una toalla enrollada a la cintura. Sobre el sofá del salón había sendos trajes.
-Coge ese el azul, es un poco antiguo, de cuando estaba más delgado, no creo que te quede demasiado mal. - dijo Ramiro que solo vestía una bata de estar por casa.
-Vale... me lo probaré mientras tu te duchas.
-Como quieras. Voy a ducharme
Nada más acabar la frase se quitó la bata dejándola en el sofá, junto a los trajes. Debajo no llevaba nada, pero no paso ni 4 segundos en el salón y tomo rumbo a la ducha. Me sorprendió la naturalidad con la que lo hizo, ademas, esa misma naturalidad ayudó a que me tranquilizara.
La verdad no era la primera vez que veía el miembro de otro hombre, había visto algunos en mis intentos de masturbación mutua con algún compañero de estudios o con algún colega del barrio. Pero aquel pedazo de carne era distinto, totalmente distinto. Era un carajo maduro cubierto de vello rizado y claro. Incluso colgando entre sus piernas me pareció algo más grande que la media, según mi experiencia de entonces. Ademas el bálano de la punta era desproporcionadamente grande, hacia que el conjunto se asemejara a una seta. “¿Como será cuando se le ponga dura?. ¡Pues si me la quiere meter va listo!” pensé, en una lucha interna entre mi homofobia y mi necesidad de afecto físico.
A los dos minutos había salido de mi asombro me puse el traje que Ramiro me había indicado, sin calzoncillos, no quise ponerme los sucios. Me puse, ademas, una de las camisas blancas que colgaban de una silla cercana. Lo de la corbata era otro cantar, no la llevaba desde que hice la primera comunión, necesitaba ayuda.
“¡Joder! Pues me queda muy bien”, pensé, “si tiene por ahí unos imperdibles y un cinturón el problema del pantalón queda solucionado”. Entretenido en estos pensamientos oí como se paró la ducha y al minuto lo vi salir de la misma guisa que había salido yo: con la toalla alrededor de la cintura, pero aún no sé como se había secado correctamente, hasta el pelo tenía seco.
-No te queda muy mal ¿no? - comentó mientras se quitaba su única prenda – unos imperdibles y un cinturón y como nuevo.
Dado mi estado mental mire sin ningún reparo lo que antes solo había podido ver en unos segundos. Esta vez, supongo que intencionadamente, tardo unos segundos más de la cuenta en empezar a vestirse. Aquel pedazo de carne colgante, me seguía produciendo sensaciones encontradas: admiración, envidia, cierta atracción, mi irracional homofobia, pero sobre todo envidia. Mi envidia era causada más por la historia de ese cipote, empleando el castellano de Cela, que por su forma o dimensiones. ¿En cuantos agujeros y de cuantas maneras diferentes se había introducido, para su placer y el de su “partenaire”?.
Tras terminar de vestirnos, los detalles: la dichosa corbata, los juegos de gemelos, un pasa corbatas a juego y sendos relojes... ¡¡¡todo de oro!!!. Incluso con mi corta experiencia aquello apestaba a dinero, tanto que un hombre más maduro se habría impresionado, yo más que impresionado, alucinaba. Gemelos, pasa-corbatas y reloj de oro... ¡Ja! El mejor reloj que había visto hasta entonces era el que llevaba yo mismo en aquel momento: un viejo “Timex” regalo de mi madrina por mi primera comunión.
Antes de salir de el domicilio de Ramiro, me observe detenidamente en el espejo del recibidor. Según mi modesta opinión estaba impecable. Todos los que me conocieron o vieron ese día por primera vez, ni se imaginaron mi procedencia.
Llegamos en taxi al restaurante en la parte alta de Barcelona, pasadas las 9 de la noche. Fuimos tratados exquisitamente, le dieron a probar el vino a Ramiro antes de servirlo. Apenas dí un beso a la copa de vino y ya tenia a un camarero llenándola de nuevo, pero solo hasta un tercio de su capacidad.
La cena fue exquisita, me forcé a controlar mi apetito porque de lo contrario hubiera devorado los manjares a dos carrillos. Ramiro, por su parte cambio de expresión al probar el primer bocado del primer plato, se puso serio, dejo su afabilidad y pasó a contestar casi todo con monosílabos. Aparir de ese momento y expresión se mantuvo durante el resto de la cena. Ordenó retirar los platos sin apenas catarlos.
Tan pronto terminamos de comer, cuando el camarero nos trajo los cafés, se levantó más serio de lo que lo había visto nunca y dijo:
-Quisiera hablar con el
maître, por favor
-¿Algún problema señor? - dijo el camarero, con una voz que denotaba su preocupación.
-Ese tema tengo que discutirlo con el maître.
-Como desee el señor – replico el camarero haciendo una pequeña reverencia.
-Esperame aquí, ahora regreso. - me dijo serio – Si quieres tomate otro café que es lo unico que vale la pena aquí.
Se levantó y se dirigió al mostrador de la entrada. No había recorrido ni la mitad del camino cuando el maître salió a su encuentro y después de cruzar cuatro frases el susodicho le indico una mesa con el letrero de reservado, ambos se sentaron y estuvieron hablando durante 20 minutos. Al final Ramiro se levanto bruscamente, le dio la espalda al maître caminando serio y con paso decidido rumbo a nuestra mesa.
-Acaba ese café y vayámonos de aquí, antes de que me enfade.
-Como quieras – dije tomándome el café de un sorbo al tiempo que me levantaba.
Al acercarnos al mostrador del maître, este ya había regresado a su lugar. Ramiro sin inmutarse ni perder su semblante serio rebusco el el bolsillo interior de su americana sacando la billetera más repleta que había o he visto en mi vida, haciendo una sutil ostentación de ella.
-Dígame que le debo. - se dirigió al maître
-Por favor, señor, la casa invita, no queremos dejar...
-Ahorrese el parloteo – dijo Ramiro de forma contundente. - No es esto lo que yo... lo que nosotros queríamos. Nuestro deseo era pasar una velada agradable. ¿Sabe que? Déjelo correr. Tenga por las molestias – dejando sobre la madera del mostrador un billete de 1000 pesetas.
-Vayámonos hijo. No se me ocurrirá volver por aquí.
A la salida nos esperaba un taxi el portero nos abrió la portezuela del mismo y la cerró tras nosotros. Ramiro le indicó al chófer la dirección de una sala de fiestas de moda, próxima a su casa. El vehículo no habría recorrido ni 200 metros, cuando Ramiro y yo nos miramos durante unos segundos y arranco a reír, fue una risa contagiosa con lo cual reí yo también, sin saber muy bien de qué.
Durante los 20 minutos del trayecto me explico las quejas infundadas que le había manifestado al maître, y como llego a convencerlo de que queríamos que nos arreglaran la velada no una cena gratis. Y obtuvo justo lo contrario.
-En este mundo – comentó entre risas – a las personas que se trata bien no son a las poderosas, ni a las ricas ni a las buenas. Se trata bien a las que aparentan tener poder. Las cosas funcionan solo por la percepción que tenemos de ellas.
Años más tarde descubrí que esto se llamaba “ingeniería social”, muy útil cuando se quiere entrar donde no te dejan entrar. Y no dejé de utilizarla para entrar en sistemas informáticos vedados.
Llegamos a la sala de fiestas pasadas las 10 de la noche. Se trataba de una discoteca con espectáculo de baile en la calle Muntaner. Durante las 6 horas siguientes estuvimos bailando y tomando combinados. Siguiendo una de las recomendaciones de Ramiro, ni siquiera les dedique más de 10 segundos en total a mirar a las mujeres que había en el local, y eso que algunos eran bellezas despampanantes. No obstante la ultima hora la acabamos con dos mujeres que rondarian los 40 y que eran de lo más normales. Aun no sé como se lo montó Ramiro, pero terminaron pagando todas las copas que nos habíamos tomado durante la noche, a cambio de una banal promesa de llamarlas el fin de semana siguiente.
Yo me sentía algo más que mareado. En ese estado y dada su personalidad no le fue difícil engatusarme para que fuera a su casa me diera una ducha y durmiera en la habitación de su hija mayor.
Una vez en su casa me desnude para la ducha sin ningún tipo de pudor ni miedo, supongo que a causa del alcohol. Ramiro también se desnudó sin pudor, fuimos juntos al baño para seguir hablando mientras nos duchábamos. El se duchó primero mientras yo permanecía de pie escuchando su verborrea. Luego mientra el se secaba yo me duchaba. Durante todo el proceso nos miramos sin reparo.
Tras la ducha nos dirigimos a nuestras habitaciones. Cuando ya estaba tumbado y antes de que yo pudiera apagar la luz, Ramiro entro en el cuarto y dijo con una voz algo afectada por el alcohol:
-¿Puedo preguntarte algo sin que te ofendas?
-¿Pregunta? - conteste, más afectado por las copas que él.
-Esta tarde cuando volvíamos del trabajo... en el autobús ¿recuerdas?
-Si, recuerdo – dije sin atisbo de sorpresa.
-Alguien te estaba metiendo mano y no dijiste nada ¿Por que?
O se había dado cuenta o era el uno de los que me magreaban
-No sé... estaba cachondo y me deje llevar... pero al final me toca pasar solo la noche, como siempre, a lo mejor el fin de semana próximo puedo tirarme a una de aquellas mujeres.
-¿Te han gustado?
-Supongo, ¿a ti no?
-Pues la verdad es que no mucho. Me gustan con más pechuga no se si me entiendes.
-Te entiendo pero a alguien como yo ya le da igual todo. El caso es poder meterla en caliente.
-Si te creo, porque en el autobús no sabias quien te metía mano. Ni siquiera mirabas y te pusiste como un burro
-Supongo que en aquel momento estaba tan salido que me daba igual
-¿Que dirías si te dijera que una de las manos que te tocaban la polla era mía? - al mismo tiempo puso la mano encima de la sabana acariciando mi muslo por la parte interior.
-Te diría que... que no me gustan los hombres
A pesar las copas, los nervios, la homofobia y todos los conceptos inculcados en un ambiente pobre pero de lo más conservador, cuando su mano llegó se posó en mi badajo esté reaccionó de modo automático creciendo hasta el sumum en solo unos segundos.
-Pues... tu cola no parece que piense igual. ¡¡Joder!!¡¡Como te estas poniendo!!
-Ya te he dicho que a mi no me gustan... - no pude terminar la frase, de un tiron retiró la sabana que me cubría y empezó a tocar directamente la piel de mi palo.
-Sé lo que me has dicho – habló suavemente y sonriendo – pero esta tarde te has excitado con las manos de una chica y con las mías a la vez. Ahora estás cachondo perdido y te está tocando un hombre.
El placer que me proporcionaban sus manos finas y cuidadas era indiscutible, el “pedo” que llevaba no me dejaba pensar. Solo tenia fuerzas para cerrar los ojos y dejarme llevar.
Ramiro estuvo un buen rato tocando mis bajos. “No conseguirá hacerme correr”, pensé en medio de la bruma mental. Pero lo cierto es que cada vez notaba el placer más cerca, ese placer que me había sido negado hasta entonces, No pensé en nada, no empleé mi imaginación, solo sentía. No se en que momento se introdujo mi hombría en la boca, pero la sensación me hizo mugir de placer.
-¿Te gusta que te la mame? - pues ahora los huevos.
Note como introducía mis dos testículos a la vez en su boca con una succión cálida, húmeda, con la fuerza justa para provocarme un nuevo mugido. Ni recuerdo, ni quiero recordar cuanto tiempo estuvo moviendo mi instrumento mientras succionaba a los compañeros inferiores. Solo se que para cuando se los sacó de la boca con un ruido de succión, estaba al borde del final en el limite del placer. Si había algo que me impedía orgasmear desapareció en el momento en que volvió a meterse la punta de mi pene en la boca y succionó con fuerza casi brutal moviendo su mano arriba y abajo por todo el tronco con una caricia suave. No podía decir nada, no hubiera sabido que decir o que gritar. Entonces lo sentí. Llegó arrollador como un torbellino, mi mente se desconectó por completo, no mugí no grité solo me corrí tensando todo mi cuerpo. Ni siquiera se me ocurrió que podía no gustarle que le eyacularan en la boca, como así fue.
Desde ese momento en mi vida e tenido innumerables orgasmos, mejores,peores, más y menos intensos, pero ninguno tan largo como aquel. Me pasé soltando mi simiente durante al menos dos o tres minutos, o a mi me lo parecieron. En ese tiempo solté innumerables andanadas de esperma, la primera se estrelló en el fondo de la garganta de Ramiro, para la siguiente Ramiro ya se había sacado mi carajo de la boca y esa andanada fue a parar a unos milímetros de mi barbilla, las siguientes, que aprecian no tener fin, cayeron sobre mi pecho, por encima de mi ombligo y resbalaron por la barra de carne dura como el hierro en la que se había convertido mi cipote.
-¡¡¡Ostias si ibas cargado tío!!! - oí como en la lejanía a Ramiro - ¿Cuanto hacía que no te corrías?
No contesté a esa pregunta, algo en mi mente no quiso darle la ventaja que suponía haberse tirado a un virgo. Solo recuerdo que pensé: “Hace casi 17 años que no me corría ¡¡Maricón!!”. Me dejo reposar durante unos segundos acostándose a mi lado, cuando vio que casi me dormía fue cuando habló.
-Bueno, pues ahora me toca a mi ¿no? - mientras indicaba con un gesto a su ciruelo que estaba tan tieso que parecía que el capullo iba a reventar en cualquier momento.
-Pues yo no te la voy a chupar, ya te dije que no me gustan los tíos.
Empezó a masturbarse mirando directamente mi cipote que solo había perdido algo de dureza
-Bueno, en realidad lo que a mi más me gustaría es meterte mano mientra me la pelo y que cuando me vaya a venir me abraces tan fuerte como puedas. Eso si podrás hacerlo ¿no?
No me dejó contestar empezó a acariciarme el pecho con su mano izquierda, mientras que con la derecha se masturbaba dulcemente con 3 dedos, frotándose principalmente el frenillo y el cárdeno glande. Empezó a respirar profunda y rápidamente mientras su mano izquierda buscaba mi carajo, que ante los toqueteo, pese la reciente corrida, empezó a a recuperar la poca dureza perdida.
Cerrando mis ojos regresé al estado de consciencia anterior, no me fue difícil, mi consciencia y moral quedaron a un lado, solo quedo el instinto primigenio que nos hace sentir más que pensar. Volvía a estar cada vez más excitado, con deseos de eyacular de nuevo. Cuando no creo que faltaran mucho más que un par de sacudidas, oí, esta vez claramente la voz de la que a partir de ese momento se convirtió en mi pareja sexual:
-Mmmm... me viene... me viene... aaaaaahhhh... me viene... abrazame ya... ya... - le ovedecí al instante, abrazándolo con fuerza por la nuca – ya... ya... yaaaaaaaaaa..... aaaaaahhh... que gusssssstoooooooo..... aaaaaaaah...
Su eyaculación no fue tan espectacular como la mía, echo un par de descargas, con bastante fuerza que quedaron repartidas entre su bajo vientre y su paquete genital. Tardó muy poco en recuperarse. Abrió los ojos sonriendo y dijo:
-Esto es la vida – dijo – estaría haciendo esto sin parar... ¡uuuffff... que gusto me has dado!
-Pues si quieres repetir – contesté yo – por mi no hay problema.
-¡Ja!, ¡¿A mi edad?!, ¡Que más quisiera yo! - dijo bajando la vista a su cada vez más arrugado pijo.
Me asombro lo rápidamente que se le puso flácido el tema. El mio volvía a estar con vida propia. Al empezar a correrse había dejado de lado mi cipote para dedicarse a su propio placer, con lo cual el badajo daba saltos solicitando atención.
-¡Ostias!, ¡Juventud divino tesoro!, ¡Vuelves a estar empalmado como un burro! - comentó con asombro - ¿que quieres que te haga?, ¿otra mamada?, ¿o prefieres otra cosa?
-No sé, la mamada a estado mejor que bien, pero no sé... ¡Tu mismo!
-¿Yo mismo?... ¡Vale!
Al terminar la frase respiro hondo, se puso de rodillas en la cama y me cabalgó por las caderas. Echando su mano derecha hacia atrás me cogió el pene situando el glande en lo que supuse que era su ano. Se fue sentando poco a poco, al tiempo que yo notaba la presión de los anillos de su esfinter al rededor de mi instrumento, mientras, Ramiro, soltaba aire ruidosamente y por la boca. Mi pene se encontraba empapado de la reciente descarga, que actuó como lubricador.
Cuando se hubo introducido toda mi humanidad en su culo empezó con un lento pero cadencioso movimiento de mete y saca. Volví a cerrar los ojos un instante y al volverlos a abrir vi como se cogía su propio miembro y empezaba a mover la mano tan rápido que resultaba difícil verla. No fue suave como había sido en los movimientos anteriores si no salvaje, como si le fuera la vida en volver a correrse. Volví a cerrar los ojos para trasladarme al universo de los sentidos.
-Aguanta – le oí decir – aguanta... y me corro contigo... mmmmm... que polvo... mmmmm...
Traté de aguantar tanto como pude, que no fue mucho, pero si lo suficiente para que Ramiro se viniera sobre mi vientre gritando como un gorrino en matanza. Solo un parpadeo después me corrí yo, llenando el recto de semen caliente. No fue un orgasmo tan memorable como el anterior, pero si lo recuerdo como el primero de mis orgasmos con algo de control por mi parte. No grité con lo cual no liberé toda la conciencia, con lo cual no goce tanto como en otros orgasmos posteriores.
Tras el trajín nos aseamos en el bidé y nos fuimos a dormir cada uno a la cama asignada. Como supe tiempo más tarde Ramiro no quiso forzar la situación, pero le hubiera gustado que durmiéramos juntos y abrazados.
Bueno, pues esté fue mi primer orgasmo, si fue un orgasmo homosexual, pero hoy en día con el conocimiento que da la experiencia, puedo decir que, si bien me arrepiento de algunas decisiones tomadas que pudieron dañar a otros, de aquel orgasmo y de todos los que vinieron después no me arrepiento, ni me arrepiento de las relaciones subsiguiente, que ya contaré, porque esas relaciones me forjaron y me hicieron el hombre que soy ahora.