Simplemente Biel (X) - Los Dos

Prostituirse o no. En nombre de la venganza. Compromiso o infelicidad. Es hora de decidir (Antepenúltimo capítulo)

Pasión, fama, orgullo y sentimientos se mezclan en la historia de Biel de Granados y Marcos Forné. Un chico de dieciocho años con circunstancias únicas y excepcionales y un joven dios de veinticinco que descubre su verdadero ser. El poder, la familia, las emociones, el sexo y las aspiraciones del corazón en una historia para gozar y reflexionar. La lucha contra un mundo de frivolidad y prejuicios y la conquista del derecho a amar y ser amado.

X

Hace muchos años, mi padre me dio a conocer un libro: La vida y la muerte de Henry Serny . En él, Hernán Salgado escribió: “Si las pasiones del hombre fueran dirigidas hacia su verdadero ser, su vida sólo sería amor”. Pero la realidad es que, a menudo, nuestras pasiones se hallan embargadas por una lujuria que escapa al ardor de los cuerpos: la venganza. Venganza para redimir nuestros propios pecados.

Redención y enmienda.

Todo estaba punto de cambiar.

–¿Qué coño te propones, Lluc?

La voz de Cesc Garbella sonaba del todo agitada y temblorosa. Habían cruzado el umbral del apartamento de Karl. Lluc entró decidido y desafiante, guardándose sigilosamente la llave que Karl le había confiado muy al comienzo de su amistad. La última vez que Lluc pisó ese loft, Karl se lo estaba montando con su novio Christian (o lo que fuera, dado el tipo de relación que tenían), en el jacuzzi de la terraza [SUCEDIÓ EN EL CAPÍTULO VII: http://www.todorelatos.com/relato/87260/ ].

–¡Basta, Cesc! O te quedas o te largas. Pero apártate de mi camino.

Lluc tenía el semblante ensombrecido, unas ojeras terribles debajo de sus ojos. Inspeccionó severamente el conjunto del apartamento y se dirigió al dormitorio de Karl.

–¡Por favor, Lluc! Van a pillarnos… Karl puede aparecer en cualquier momento.

Lluc se dio media vuelta y se encaró a Cesc:

–¡Ya te he dicho que Lluc lleva días fuera del país! ¡Silencio!

Lluc empezó a registrar los cajones del dormitorio de Karl. Sin querer, tiró al suelo un marco de fotos con el tiarrón alemán y su novio Christian. Qué felices se les veía a los cabrones… pensó Lluc. Karl, en esa divino contraste entre su tez clara y sus ojos y su pelo castaño oscuro con su flequillo casual y su barba perfectamente recortada… Christian, casi imberbe, con su cara fina, su nariz puntiaguda y proporcionada y sus ojos azules y su cabello rubio… “¡Cabrones!”, escupió Lluc con las palabras. Cesc recogió el marco del suelo. Por suerte no se había roto…

–¿Qué estás buscando, Lluc? ¡Por favor, mírame y háblame!

El 1,90 de estatura de Cesc poco impuso a un Lluc a la desesperada, en busca de algo que le redimiera, al parecer, de ser cómplice de una barbarie.

–Lluc, ya sé que estás tan afectado como yo por lo que los investigadores están descubriendo sobre la muerte de tu padre. Pero, por favor, piensa fríamente. ¿A dónde nos lleva esto?

Lluc pareció meterse una agenda en el bolsillo de la cazadora, suspiró levemente, entrecerró los ojos, y con cierta y pasmosa serenidad se dirigió a Cesc, acechándolo con su mirada intensa y guardando un breve silencio:

–¿Afectado? ¿Afectado, dices? ¡Estoy al borde de la ira, Cesc! Dime una cosa: ¿de veras Karl Zimmer, el puto y maldito Karl, mató a mi padre?

Cesc se quedó mudo. Apartó la mirada de Lluc. El otro le inquirió con la suya:

–Pues… La ayuda que le prestó con el masaje cardíaco no resultó ser lo que pareció. Mis informes dicen que tu padre ingirió clofofaina poco antes de la media noche, lo que provocó un paro cardíaco de madrugada. Y tengo la información que demuestra que Karl compró esa sustancia. ¡Joder, Lluc! Tu padre no era ningún enfermo del corazón.

–Ya me has respondido.

–No, Lluc. Así no se hacen las cosas. Nuestro objetivo debería sir hasta el fondo del asunto. Buscar todas las pruebas necesarias e inculpar a Karl. Meterlo entre rejas…

–¿Inculparlo? ¿Meterlo entre rejas? ¿¡De qué coño me hablas, Cesc!? No has sido tú, precisamente, quién ha estado investigando a espaldas de la familia la muerte de mi padre. ¿Por qué no has dicho nada? ¿Sabe algo Marina? ¿Eh? ¿Lo save? ¿Lo sabe Biel, Cristina…? ¿Lo saben?

Cesc guardó silencio.

–Tú, Cesc, has sido el primero en tramar tu propia venganza contra Karl… fuera de la justicia. No me lo negarás.

–No he hecho tal cosa. La policía no investigó NADA a la muerte de tu padre. No me pareció normal.

Lluc se apartó de la vista de Cesc y rodeó la cama del dormitorio de Karl. En aquel momento hubiera vomitado encima suyo. Era momento de pensar fríamente…

–Has dicho, Cesc, que hay que llegar al fondo del asunto… –dijo Lluc, volviendo la vista a un confuso Garbella– Y yo lo voy a hacer…

Lluc emprendió el camino de salida de aquel siniestro apartamento, rumbo a lo desconocido. Cesc le siguió los pasos:

–¡¡Lluc, vuelve!! ¿A dónde demonios vas?

–Si de verdad quieres el bien de mi familia, no digas nada…

–¡¡Lluc!!

–Tendréis noticias mías o no. Pero voy a poner fin a esto.

–¡¡¡Lluc!!!

Y, como un rayo, Lluc desapareció. Cesc se quedó terriblemente preocupado. No pudo más que cerrar discretamente la puerta de aquel apartamento. Y guardar silencio.


Los dos. Juntos y sin ningún obstáculo que nos separara el uno del otro. Habían pasado dos semanas desde que Marcos y yo nos entregáramos nuevamente el uno al otro en el Mas Granados, la finca familiar que nos refugió de la lluvia. Yo había cogido a Marcos por primera vez y él me poseyó una vez más. La noche fue interminable y... a la vez tan corta.

–No va a ser fácil ganar esta copa –dijo Marcos, mirando hacia el horizonte.

Miércoles cualquiera entre semana. Forné se había escapado de sus entrenos para pasar un día conmigo en la playa. Mi familia tenía una pequeña cala con una hermosa playa y una impresionante casa de estilo colonial en Sant Joanet. Para allá nos habíamos escapado.

Tan sólo una semana antes el Olympic Galaxy se había clasificado en Düsseldorf para la final de la Champions, esta vez, con golazo del capitán, Marcos Forné. La gloria en su punto máximo. Una semana más tarde se disputaría en París la final de la Copa de Europa.

–Venga, Marcos: no te preocupes. El Inter de Milán no pasa su mejor momento...

–Pero han llegado a la final como nosotros. Y nosotros... pufff, hay un par de tíos en el vestuario muy desmotivados.

Me detuve. Marcos me siguió con la mirada, unos pasos por delante:

–¿Van Hysdel y Di Campanio? –inquirí con toda la determinación de mi condición de presidente del club.

Marcos bajó la mirada, algo avergonzado por delatar la pereza de sus compañeros.

–¡Ya estoy harto de esos dos! –continué yo– Han venido al Olympic sólo a emborracharse entre semana y acabar la noche en cualquier antro de la ciudad. A salir en la prensa rosa. A tirarse toda tía que se les plante por delante y... ¡qué harto estoy!

–Va, Biel, ¡no te enfades!

–¿Que no me enfade? ¿Sabes cuántos millones nos cuestan cada año esos dos tipos? Se acabó. La próxima temporada se largan del club. Son malas influencias para el resto del equipo.

Retomé el paso, esta vez ligero. Paseábamos descalzos por la playa. Final de mayo. Verano anticipado. La brisa del mar nos acariciaba y las olas del mar se atrevían a inundar nuestros pies desnudos...

Marcos me atrapó y me tomó por la cintura:

–¡Dejemos de hablar de trabajo, amor!

Yo reí a carcajada limpia. Me derretía esa ternura suya. Marcos iba vestido todo de blanco, blusa de manga corta y pantalón de tergal fino. Un ángel de pies desnudos, brazos fuertes rodeándome y un rostro demoledor, acechándome con sus ojazos verdes.

–¡¡Marcos, suéltame!!

–¡¡Ahora eres mío, mío para siempre!!

Me dejó deslizarme por sus brazos, hasta volver a tocar el suelo. Quedamos enganchados el uno al otro, torso con torso. Sin poder dejar de mirarnos:

–Te amo –le dije en un susurro.

Tomó mi rostro con delicadeza y me besó, me besó... y no podía dejar de besarme...

–No sé que haría sin ti –respondió Marcos, tras el beso.

Nos tomamos la mano y seguimos andando por la playa.

–¿Ya has preparado tu discurso para Sant Joan? –preguntó Marcos.

Cada año, por Sant Joan, el 23 de junio por la noche, los Granados organizaban una gran fiesta precisamente en aquella mansión costanera, frente al mar, a escasa media hora de la capital. Aquel año, siendo una vez mi madrastra Marina la anfitriona, sería una fiesta dedicada a mi padre, a sus logros y obra al frente del Olympic y su labor como hombre, padre, esposo y, finalmente, empresario. ¡Y yo debía ser el portavoz de la familia!

–Pues... aún quedan tres semanas. No tengo nada preparado. Bastantes quebraderos de cabeza da el club.

–Me admira la capacidad de Marina organizando saraos y eventos de toda clase. Y su fuerza tras el mazazo de la muerte de tu padre...

Yo dejé caer la mirada, algo triste. Evocar el recuerdo de mi padre era aún un dolor punzante.

Marcos se detuvo en seco. Yo avancé unos pasos más:

–Lo siento, Biel. No debería haber hablado de ello –dijo pausadamente tras mi espalda–. Lo siento...

–No hay nada que disculpar. La muerte está ahí... Es sólo que... En fin...

Marcos me abrazó desde la espalda, rodeándome con sus manos fuertes:

–Cuéntame, Biel, me tienes aquí...

–Es que es un momento tan... ¡Demonios! Sí, mi padre murió. Pero mi familia...

Entonces le expliqué que me sentía algo abatido por la ausencia continuada de mi hermano Lluc del hogar familiar. Mi hermano Lluc y yo siempre habíamos sido muy diferentes. Y sí, es cierto, Lluc siempre me había echado en cara mi homosexualidad, avergonzándose de mí y buscando que yo mismo me avergonzara de que fuera (como él solía decir) un “maricón”. Pero era Lluc, mi hermano, y junto con nuestra hermana mayor Cris siempre había estado ahí... No quería perderlo.

–No lo soporto. Me siento... vacío –me di la vuelta hacia Marcos y lo miré intensamente–. Tú haces que pueda seguir adelante, Marcos. Tú eres mi apoyo. No quiero sentirme solo. No quiero...

–No voy a dejar que te sientas solo, Biel. Estoy aquí, contigo, a tu lado –y tomó con fuerza mi mano, posándola sobre su pecho, sintiendo el intenso latido de su corazón–. ¿Lo notas? Este corazón late por ti... Y... ¿sabes, Biel? –Marcos tomó distancia de mí, se pasó la mano por su flequillo, como vergonzoso, nervioso... – Tú eres la persona que hace que quiera seguir adelante, Biel.

Yo hice una mueca suave de sorpresa, entrecerrando los ojos. El sol de tarde nos acariciaba en aquella playa.

–¿Salir... adelante?

–¡Sí, Biel! Por ti todo tiene sentido. Es que... ¡eres tan perfecto! –y hablaba con gestos efusivos en sus manos, sonriendo–. Te amo tanto... que eres mi oxígeno. Porque... ¡joder!

Y empezó a reír nerviosamente. Me enterneció por completo. Marcos Forné. El tremendo tiarrón... totalmente adicto a mí.

–¡Es que llega un momento en que marcar goles, ganar partidos, sólo tiene sentido para mí porque tú... tú... tú estás ahí!

Yo estaba golpeado por la emoción. Aquella declaración de amor era mayor que cualquier demostración de afecto que anteriormente me hubiera hecho el bueno de Marcos.

–Y... –siguió Marcos–, en fin... ¿Sabes qué? No quiero que nunca más vuelvas a sentirte solo. Y yo no quiero sentirme nunca más solo. Porque, porque...

Con gesto altamente nervioso y descoordinado, Marcos se llevó la mano a su bolsillo izquierdo y sacó una pequeña caja.

–...porque ahora estoy convencido que nuestras vidas están destinadas a unirse. Por siempre.

Marcos, en un visto y no visto, me plantó un anillo en el dedo anular de mi mano izquierda. Sobrio y de tonos oscuros. Masculino y elegante a la vez.

–Vayamos a vivir juntos –me dijo entre sollozos, sonriendo a la vez, sosteniendo mi mano y sin dejar de mirarme–. Lleguemos hasta el final. Hasta el final, Biel...

Yo estaba que no me lo creía. Me magnetizaba su mirada. Marcos era, definitivamente... mío.

–Quiero llegar hasta el final contigo, Marcos... –respondí yo con voz muy firme.

Y me acerqué hasta su cuello, lo acaricié, miré su rostro, envolví sus mejillas... Lo besé... Mío para siempre. Suyo por siempre. Estábamos decididos a vencer las apariencias y profesarnos nuestro amor de manera pública y comprometida. Así debía hacerse. Lejos quedaba la oscuridad. El armario... Y la marginación... Solamente... Simplemente... Los dos.


Cuando volvimos a la ciudad, lo primero que hicimos fue a ir a ver a Marina y a Cris:

–¿Prometidos?

–Prometidos –respondimos al unísono.

Marina y mi hermana se echaron encima nuestro.

–¡¡Chicos!! ¿¡Pero qué me estáis contando!? –exclamó mi madrastra– ¡Pero, pero...! ¿¡Cómo ha sido!?

–Hemos pasado la noche en la casa de la playa, en Sant Joanet...  –respondí yo– Paseábamos por la playa. Marcos estaba guapísimo...

–Como tú... –bromeó Marcos, que me tenía cogido por la cintura.

–... y me dijo que no quería verme solo... nunca más.

–Así sea –dijo emocionada mi hermana Cristina, que abrazó efusivamente a Marcos y me besuqueó en la mejilla, más que contenta.

–Os advertimos que vamos a ir paso por paso –dije con alegría–. De momento, queremos irnos a vivir juntos... los dos.

Marina, recobrada en su espectacular belleza de cuarenta y ocho años, su melena oscura y su tez elegante y clara, estaba radiante frente a la noticia de emparejamiento de su hijastro pequeño.

–Y... ¿cómo vais a hacerlo? Quiero decir... tema público... y tal.

Marcos y yo intercambiamos nuestras miradas.

–Vamos a hacerlo público –respondió bien serio Marcos–. No podemos ir por ahí temiendo que nos cace cualquier paparazzi.

Cristina tragó saliva, conteniendo la emoción y el orgullo ante la valentía de la decisión:

–Sois dignos de admirar, chicos. ¡Os quiero tanto...! –exclamó mi hermana, y se abrazó a los dos.

–A ver quién se lo dice a la abuela Mercedes, ahora... –dije risueño entre los brazos de mi hermana y Marcos... En su retiro de Lausana, la madre de mi padre se erguía como el baluarte del conservadurismo familiar. ¡Sería más que divertido!

Después, Marina volvió a acercarse a mí y me abrazó. Susurrándome, sin soltarme, me dijo:

–Tu padre, aún con sus opiniones en esta cuestión, te habría apoyado. Estate seguro de ello, mi amor.

Nos separamos, nos miramos intensamente. Marina, ¡qué mujer! Allá donde estuviera mi padre, podía sentirse orgulloso de todos nosotros.

–No es el único que estaría orgulloso –dijo una voz ausente, tras el biombo del salón. Entró... Lluc.

Todos quedamos enmudecidos. Mi hermano Lluc llevaba una larga temporada desaparecido de la rutina familiar. Tenía un rostro muy cansado. Pálido. Marina, Cristina, Marcos y yo mismo... no sabíamos qué decir. Cristina, la mediadora perfecta, habló:

–Querido hermano: Marcos y Biel han decidido... ¿cómo hay que decirlo? –nos preguntó con una sonrisa de oreja a oreja– ¿Ser propiamente novios? ¡Sí! Y se van a ir a vivir juntos.

Lluc se situó enfrente nuestro. Silencio. Lluc me miró detenidamente. Yo no sabía si iba a empezar a gritar proclamando la vergüenza de aquel acto o qué...

Para sorpresa de todos, Lluc hizo un paso al frente y me abrazó, dándome unos golpecitos en la espalda.

–Te felicito, hermano –me dijo al oído.

Yo no daba crédito.

–Perdóname –me dijo en un imperceptible sonido que, sin embargo, ante el silencio del salón todos oyeron–. Perdóname...

Se separó de mí. Lo miré a sus ojos claros. Tenía un semblante tan cansado... Tan... no sé.

–Enhorabuena, Marcos –se dirigió a Forné, y le tendió la mano. Marcos vaciló un poco. Sabía del dolor que mi hermano Lluc me había causado con su actitud, pero le tendió la mano...

Detrás de Lluc, Marina sentenció:

–Al final todo es para bien.

–Lo es –dijo con firmeza Lluc, que se dio media vuelta y se quedó cabizbajo. No sabíamos muy bien qué decir.

–Hay algo que tengo que deciros.

Lluc se puso extremada y peligrosamente serio.

–Sé que estos meses no he sido... No he sido... Ni el hermano que debiera ser. Ni el hijastro que debiera ser –dijo dirigiendo un gesto afectuoso a Marina, que le tomó la mano a Lluc–, ni siquiera el amigo que debiera ser –miró a Marcos–. Pero quiero deciros que he recapacitado y que...

Estábamos todos mudos. Aquello era un acto de contrición demasiado fuerte.

–...que me he equivocado.

Marcos y yo nos miramos fijamente. Aquello era un cambio completo de la situación. Yo me sentía gravemente preocupado por el ir y venir de mi hermano Lluc. ¡Y quería recuperarlo!

–Me he equivocado y voy a enmendar los errores.

Cristina rompió el monólogo de nuestro hermano, preocupada:

–¿Enmendar?

Lluc dejó caer su mirada. Volvió a alzar el rostro. Nos miró uno por uno. Silencio.

–He de irme.

Lluc empezó a retroceder en sus pasos.

–¡Lluc, por favor! –exclamó Marina– ¿Qué ocurre?¡Quédate con nosotros! Vayamos juntos esta noche a la ópera como teníamos planeado con Biel –Lluc se alejaba– ¡Lluc! ¿A dónde vas?

Marina le tomó la mano, reteniéndolo.

–Ahora todo esta bien, dulce Marina... –dijo Lluc, conteniendo la emoción–. Todo va a estar bien...

Y le plantó un beso en la mejilla a nuestra madrastra.

–Hace tiempo que siento la necesidad de hacer un largo viaje.

–¿Estarás mucho tiempo fuera? –le pregunté yo con serenidad, como tratando de comprenderlo, aunque preocupado por él.

Lluc me miró con ternura, entre compasivo y arrepentido, tragó saliva:

–No.

Me sonrió tristemente. Se fue. Una vez más. Pero de qué manera tan diferente...

Felicidad y alarma. Una mezcla que hace presagiar... el caos. Agarré la mano a Marcos, con mi anillo, como nunca –nunca– lo había hecho.


Por fin en casa. Karl miró a su entorno y sintió lo reconfortante de volver al hogar. Había estado dos semanas perdiendo el tiempo con sus asuntillos , había topado con alguna oportuna orgía follando con cuatro tíos a la vez y había dejado a su novio Christian en casa de sus padres no sin antes ser duramente reprendido por el padre de aquél, un señor de corbata y americana que insultaba sin cesar al corruptor de su hijo: “Señor, no me eche la culpa a mí. Su hijo ya follaba como una bestia antes de conocerme a mí”, respondía el muy canalla desde su coche deportivo, protegido tras sus gafas de sol. Y arrancaba rumbo a su próximo destino.

Nada más llegar a la ciudad, recibió un mensaje de Lluc Granados. Ah... Lluc... Ese tiarrón alto, esbelto y delgado, con esa tez clara y esas líneas fuertes curtidas en el gimnasio, ese cabello rubio y esos ojos azules... le tenían loco. “Maldita heterosexualidad!”, gruñía Karl entre dientes. Se tendría que recrear del chulazo pijo y ricachón en la distancia.

–¡Hombre, Lluc! Pasa, por favor  –exclamó Karl nada más ver a Lluc cruzar la entrada de su loft.

–Dichosos los ojos que te ven, Karl.

Karl se acercó a Lluc, posó sus brazacos y sus manos en su cintura y echó un buen repaso al chico Granados.

–Algún día tendré que descubrir qué os dieron en vuestra familia para ser todos tan guapos, Lluc... –soltó Karl sacando a relucir su sonrisa perfecta, ese blanco brillante en contraste con su barba y perilla oscura y bien recortada. Sus ojos oscuros lanzaban llamas.

Lluc se reclinó en el mueble recibidor de la entrada, se metió su mano derecha en el bolsillo, dejó caer la mirada y la volvió a alzarla a Lluc, medio seductor.

–¡Ay, esa mirada tuya! Me da miedo. ¿Qué has hecho en mi ausencia, Lluc?

Lluc guardó un silencio burlón, ahogando su sonrisa.

–¿Qué ocurre, Lluc? –inquirió Karl.

–Dime qué has estado tú haciendo estas semanas. No respondías al teléfono ni sabía nada de ti. Te he dejado un montón de mensajes. ¿Y dónde coño está tu novio?

Karl soltó una carcajada cachonda. Se dio media vuelta y se dirigió a su dormitorio. Se quitó la camisa sudada que llevaba. Elegantemente. Primero los botones de la manga, lanzando una mirada furtiva a Lluc, que lo miraba en la distancia. Dejó todo su torso desnudo. Un tremendo torso con unos pectorales perfectamente equilibrados. Vello en el cuerpo. El mínimo e indispensable. Ese tío, Karl, sabía cómo sacar partido de su cuerpo, a medio camino entre lo masculino y la delicadeza elegante.

Se puso una camiseta deportiva que dejaba marcar sus fuertes bíceps:

–Christian, ese tipo a quién llamas “mi novio”, va a pasar una temporada en su casa. Estoy un poco cansado de los niños como él –respondió, finalmente, Karl...

–¿Y qué coño has estado haciendo? –inquirió Lluc, muy serio.

–Creía que trabajábamos por libre, Lluc: tú te ocupas de sacar toda la información necesaria para separar a Biel de Marcos y, a ser posible, alejarlos lo más lejos posibles del Olympic Galaxy y yo, por mi cuenta, tramo como reforzar eso. ¿Qué pasa?

Lluc suspiró, en un calculado gesto de relajación. Alternó su mirada a Karl con un vistazo al dormitorio que, días atrás, casi había saqueado en busca de una misteriosa agenda que, ahora sí, diera la vuelta a la tortilla en esa envenenada venganza. Lluc lo tenía todo planeado. Cesc había advertido a Lluc que jugar con Karl era algo turbiamente peligroso. Pero iba a llegar hasta el final. Comenzaba su plan.

En su dormitorio, Karl se deshizo también de sus pantalones largos y tomó unas bermudas cortas que sacaron a relucir sus gemelos perfectos. “¡Menudo exhibicionista!”, pensó Lluc.

Salió del dormitorio, bien abierto al loft, y se acercó a Lluc, pasándole la mano por el vientre, en un gesto afectuoso:

–Venga, Lluc, luego te cuento lo que he estado tramando estas semanas en el extranjero –y le miró fijamente a sus ojos azules, casi prendado–. Verás que hemos avanzado mucho con este tema.

Karl, separando su mano del cuerpo de Lluc, lo dejó atrás, yendo a buscar algo a la cocina.

Lluc vio la oportunidad de desplegar su plan: “Vas a morder el polvo, hijo de puta”, pensó para sus adentros:

–Karl, ¡espera! –exclamó Lluc, cogiéndolo del brazo con su suave mano.

Karl se sorprendió del gesto de Lluc. Lluc, introvertido en el trato entre hombres, raramente lo había tocado con sus dedos.

–Espera, Karl... –insistió Lluc... y tragó saliva.

–¿Qué ocurre, Lluc?

–Tengo que contarte algo...

–Sí, Lluc... ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien...?

“Mejor que nunca, cabronazo”, siguió pensando secretamente Lluc.

–Es que, yo...

–¡Lluc, por favor!

–¿Te acuerdas del día que fuimos al club aquel del barrio gay, a buscar a aquel chapero masajista para liarle una encerrona a Marcos Forné? [SUCEDIÓ EN EL CAPÍTULO VIII: http://www.todorelatos.com/relato/87846/ ]

–¡Joder, Lluc! ¿Cómo no voy a acordarme? Te dejaste mamar la tranca... Y aunque no quisiste hablar de ello, créeme que lo gozaste, mamón.

“Como no gozarlo... El tío mamaba de muerte, y yo con los ojos cerrados... como si cualquier fulana me la estuviera chupando”, pensó Lluc. Pero siguió adelante con su plan:

–Pues... Joder, Karl, no sé cómo decírtelo...

A Karl, enfundado en su t-shirt y sus bermudas, con el paquete bien marcado, le empezaban a brillar los ojos:

–Lluc, no me digas que... Lluuuuuc...

–¡Qué vergüenza! –exclamó Lluc, y se hizo el sonrojado. “Éste va a tragarse que soy maricón como él: como que me llamo Lluc de Granados.” – Yo, no sé cómo contarlo...

Karl vio su oportunidad. Recortó toda la distancia que había entre él y Lluc, y posó sus manos en la cintura del otro, cálidas y afectuosas.

–Eh, Lluc... –susurró–. Venga, tío, no te preocupes. Todos los hombres dudan...

Lluc empezó a llorar. Por dentro, estaba hipersorprendido de cómo podía interpretar tan bien aquel papel. Pensó en su padre. Debía vengarlo.

–Karl, joder, es que es tan di... fí... cil... –sollozaba Lluc.

Karl se estaba derritiendo de la dulzura del rubio.

–Vamos, tío. Esto es normal. No te reprimas... –e iba bajando sus manazas de la cintura al culo de Lluc: justo lo que esperaba el otro. ¡Estaba cayendo en sus garras!

Por supuesto... Karl no iba a desaprovechar que –aparentemente–, su amigo-aliado-cómplice-lo que fuera estaba con las defensas bajas. Era su oportunidad para tirárselo: ante la duda... Bajo las manos del consuelo, Karl buscaba gincárselo.

–Lluc... –susurró Karl.

Entonces Lluc no dejo que el otro tomara la iniciativa. En medio del llanto, cayéndole las lágrimas por sus mejillas, se echó sobre Karl y lo besó.

Karl quedó atónito y acompañó el beso de Lluc con su lengua, estimulando los bajos instintos y comiéndole la boca.

Entre comida de boca y comida comida de boca Karl resoplaba de ansiedad:

–Joder, Lluc: vaya regalazo... –dijo finalmente el alemán, mientras llevaba sus manos a la entrepierna de Lluc, queriéndole magrear el paquete.

Lluc, que en su vida había besado a un hombre, y mucho menos se había enrollado con uno, vivía entre la vergüenza y la oportunidad de atrapar a Karl... y arrastrarlo hacia el final que él consideraba merecido para el canalla alemán.

Karl acariciaba el pantalón de Lluc. El otro, Lluc, hacía esfuerzos por empalmarse para que el bulto creciera y todo pareciera más creíble. Cambio de estrategia: Lluc apartó bruscamente la mano de Karl de su entrepierna:

–Aquí no, Karl.

Karl, enganchado a Lluc con sus manazas, se apartó sonriente:

–¿Aquí... no?

Lluc maniobró a su favor, llevó sus labios al cuello de Karl y empezó a besarlo con torpeza, subió levemente a la oreja del otro y susurró:

–Tengo en el bolsillo las llaves del yate de mi padre... ¿Vamos para el puerto? Quiero escapar unos días de esta ciudad, Karl. Y quiero escapar... contigo.

¿Follada en alta mar? Karl se estaba encendiendo a mil por hora. Y no era para menos. Su deseo más oculto podía estar a punto de cumplirse.


–Joder: esto no me puede estar pasando a mí –dijo Karl, jadeando, mientras Lluc le besaba el cuello y le ayudaba a desprenderse de la americana primaveral que se había echado encima.

–Calla y bésame, maricón –espetó Lluc, que se esforzaba al máximo por demostrar ansias y lujuria.

Estaban a más de cincuenta quilómetros de Barcino mar adentro. Lluc había tomado el timón del yate de su padre para alejarse de tierra firme. Atrapar a Karl sólo podía conseguirse desde el sexo y el aislamiento. Ya no le importaba acostarse con otro tío. Sólo quería VENGANZA. Y esa noche iba a empezar todo.

Karl agarró con sus garras el cuello de Lluc para apartarlo de sí mismo y poder comerle la boca. Le metió la lengua hasta el fondo, mientras con su mano derecha acariciaba el bulto de Lluc, que había crecido simplemente por el frenético estímulo del alemán. Con su otra mano, pellizcaba el cuello y la oreja de Lluc.

Karl, el tiarrón moreno de 1,80 de cuerpo atlético. Ojos perfectamente castaños. Unos ojazos grandes y seductores. Una nariz bien proporcionada. Una barba perfectamente recortada. Unos labios jugosos y expertos... a la caza de mi hermano Lluc.

Lluc tuvo que hacer grandes esfuerzos por empalmarse. Karl ayudó: no sabía muy bien cómo lo hacía, pero con sus manos maestras despertaba los más bajos instintos. Lluc se comportó como un cazador. Tras la chaqueta, arrebató bruscamente la camiseta a Karl, y empezó a lamerle su torso, enganchándose en sus pezones:

–Jooooooderrrrr. Esto es un sueño hecho realidad –dijo encendido de la excitación Karl, que se llevó su manaza derecha a la cabeza de Lluc, acariciándole su cabello rubio y guiándolo por el torso–. Ven, vamos a la cama, que allí podrás jugar mejor conmigo –ordenó pícaramente.

El yate Granados tenía un gran dormitorio con un sofá encastado hacia las ventanas y una gran cama en el medio. Karl se echó encima y arrastró con él a un Lluc enganchado a sus tetillas, encima suyo:

–Chupa, cabrón.

Lluc obedecía. Satisfacer los deseos del otro era su gran objetivo... por el momento. “Cuanto más goces, más fuerte caerás, cabronazo”, se dijo para sus adentros.

–¿Te atreves a bajar más a bajo? –preguntó Karl con su mano agarrando el cabello de Lluc.

Lluc levantó la mirada y, cayéndole un poco de jugosa saliva de sus labios –algo que excitó sobremanera a Karl– y con mirada de niño malo le dijo:

–¿Tú vas a enseñarme como mamar una buena polla, no?

Arrrrrg. Karl estaba en la gloria. Ese tío era suyo.

–Claro que sí –empezó a decir mientras iba a desabotonarse los pantalones–. ¿Y te la vas a tragar toda, verdad?

–No deseo otra cosa...

Karl, tumbado, se desabrochó por completo la bragueta. Lluc se salió de la cama para ayudar a sacárselos. Tras ello, quedó su mano en el pie de Karl, que empezó a lamerlo por su dedo gordo, sin dejar de mirar a Karl, que estaba fuera de sí:

–¿Así... así vas a comerme la polla?

Lluc asintió mientras le chupaba el dedo. Volvió a incorporarse en la cama, poniéndose de rodillas sobre el cuerpazo tendido de Karl, con sus pectorales cubiertos suavemente por un vello muy varonil. Lluc empezó a pasar su mano sobre los bóxers de Karl, estimulando su miembro que, desde luego, ya poco necesitaba para alcanzar su máximo grosor.

–Venga, libérala de su prisión... –ordenó Karl–. Quiero que te la tragues toda.

Lluc le retiró los boxers, hallando un pollón empalmado al máximo bajo un vergel de vello castaño. Con fiereza, tomó en sus manos ese pollón de veinte centímetros y lo tocó por primera vez. Regalimaba un poco de sudor. La verdad es que el hijo de puta estaba bien dotado. Acercó su nariz y aspiró todo el olor de la polla.

–Desde luego que me la voy a comer TODA –dijo con una mirada de diablo que atrapó en el infierno lujurioso a un Karl elevado a la gloria del triunfo.

No esperó nuevas órdenes de Karl. Hizo de tripas corazón. Abrió la boca y empezó a meterse la tranca, sacando algo la lengua:

–Aaaaahhhhhhh, joooooooder –grió Karl–. ¡¡Cuidado!! Que me muerdes la polla. ¡Aahhh! ¡Cuidado!

“No te la cortara en pedazos, cabrón”. Obviamente, Lluc no tenía ninguna experiencia al respecto. Pero le fue cogiendo el truco. Karl apretaba con fuerza el cuello y la cabeza de Lluc, casi tirándole de su cabello:

–Mira como te follo la boca, cabrón... –dijo relajadamente y jadeante un Karl poseído de placer... – Dale ahí, dale... ¡Joder!

Lluc se había zampado ese tremendo trozo de carne... hasta la base. Ahogó sus amagos de vómito, al tocar la polla el fondo de su garganta. Succionaba con dedicación. Cerraba los ojos y succionaba con fuerza. Quería que Karl se muriera de placer:

–Vamos, maricón, que vas a hacer que me corra ya... No tan rápido. ¡Ah, tranquilo! ¡Aaaaaaah!

Lluc estaba como poseído en un mete-saca del pollón de Karl, que es verdad que estaba próximo a la corrida ante la fuerza con que Lluc succionaba.

–¡¡Lluc, para!!

Lluc jadeaba y sudaba, su sonido, su aullido mamador se ahogaba en la tragada de la polla de Karl. Hasta que obedeció:

–Aaaaaaarrrrrgggg –dijo finalmente de satisfacción, liberando la polla de Karl–. ¿De veras creía que no sería capaz?

Se arrodilló frente al cuerpo tendido de Karl y le acarició su flequillo castaño. Cambio de postura. Lluc, totalmente transformado en su papel, se aposentó sobre la cintura de Karl y lo empujó una vez más hacia atrás para besarlo y comerle la boca. El otro estaba que no se lo creía.

–Cómeme la boca, Karl.

Uno encima del otro, Karl completamente desnudo y Lluc aún vestido, no dejaban de besarse. Karl descendió su mano hacia el borde de la camiseta de Lluc para intentar sacársela. Hizo fuerzas para levantarlo y quedaron los dos de rodillas sobre la cama. Karl abandonó los frondosos labios de Lluc para lamerle el torso desnudo. Era perfecto. Una tez clara. Unos pezones rosados. Unos músculos equilibrados. Lluc no era un tío fortachón. Era un joven esbelto y mínimamente curtido en el gimnasio. PERFECTO. Una presa más que apetecible para Karl, que lenguateaba con fruición las tetillas del otro, sin dejar de jadear.

Karl lo presionó para tumbarlo e intercambiar los papeles:

–Voy a ver qué hombre hay ahí debajo, hijo de puta –soltó el canalla de Karl.

–¿Ah, sí...? ¿Y qué hombre crees que hay?

–Un chulazo que creía saber lo bien que las tías mamaban una polla. Espera a que te la coma yo, cabrón. ¿Tú sabes aquello que nadie mama una polla mejor que un tío?

Lluc, tumbado, miraba lujuriosamente a un Karl ansioso:

–¿Por qué no me lo demuestras? ¡Chúpamela, maricón!

Tras animar a Karl, Lluc se mordió el labio: "Chúpamela, maricón". El otro solo quería meterse esa tranca en sus fauces.

Lluc tendido, y Karl encima de sus piernas, de rodillas, acabó de desabotonar el tejano de Lluc. Se deshizo de él y le arrancó literalmente los slips. Encontró una polla semierecta bajo un bello púbico rubio. Un regalazo para Karl, que lamió desde el ombligo hasta su vergel.

–Vamos a hacer crecer esto...

Y Karl se zampó la verga de Lluc. Lluc cerró los ojos y gimió levemente. La verdad es que el tío era un mamador maestro. En pocos segundos aquello creció y creció. Karl miraba a Lluc con sus ojazos oscuros, brillantemente contrastados con su retina blanca, encendido por la lujuria. Quería ver como Lluc se moría de placer. Y lo hacía...

Karl se sacaba la polla de su boca y la golpeaba sobre sus labios, parloteando en su tono bruto y cachondo:

–Joder, qué bueno estás, Granados...

–Aaaaah, Karl. ¡Chúpamela!

Y venga a comer. Venga a mamar. Karl gruñía cada vez que la polla le daba un respiro a su boca.

Y Lluc le daba todo lo que necesitaba. “El último placer en tu vida... antes de la oscuridad”, pensaba entre gemido y gemido. Follarían horas y horas. Karl se follaría el culo de Lluc, que se esforzaría por ser un pasivo sumiso, domado a su amo. Y luego cambiarían los papeles. Estaba hecho. Pero... cuanto más fuerte fuese la subida de Karl al paraíso del fuego y el arte de follar... más fuerte sería su caída.


Noche de escena.

El último acto de la ópera había comenzado con fuerza. Y la voz de la soprano protagonista inundaba todo el gran teatro. El Coliseum de la Ópera, anfiteatro de  la burguesía y de la mejor ópera de la ciudad y del país, respiraba en silencio el drama en cuatro actos que allí se representaba aquella noche. Aquella ópera, Madamme la Morte, Madamme l’Amore , parecía recordarnos los hechos recientemente vividos en mi familia. Convencí a Marina para recuperar nuestra tradición de acudir puntualmente a la ópera, a nuestro palco privado en el gran Coliseum de Barcino, el palco de los Granados. Muchos nos miraban desde la grada y los palcos vecinos. Volvíamos a ejercer nuestro papel de familia importante. Pero nosotros... sólo queríamos disfrutar de una noche en la ópera. Sin embargo, aquella noche de ópera, mi madrastra Marina miraba entristecida el acontecer de los hechos en el escenario. Yo me situaba a su derecha y mi hermana Cristina a su izquierda. Cris había cancelado muchos de sus compromisos de trabajo desde la muerte de mi padre para pasar más tiempo con nosotros. Y Lluc... estaba simplemente desaparecido de la vida familiar, aunque tras pedirnos perdón a todos. ¿A dónde había ido?

Mi mano, descansada en el reposabrazos de la butaca, sintió el calor de otra mano. La cálida, fuerte y suave mano de Marcos. Sentado a mi derecha. Marina lo había invitado a venir a la ópera y la prensa, siempre avispada a la búsqueda de la pasarela de famosos que acudía a ese tipo de eventos, simplemente resaltó el hecho de que el capitán del Olympic Galaxy se había unido más a la familia Granados tras la desaparición de Edmond, el patriarca.

Mi mano se vio envuelta por el calor de la mano de Marcos.

–Tienes suerte de que estemos en la oscuridad, aquí en el palco –le dije mientras acariciaba mis dedos–. De lo contrario, una foto de nosotros dos rozando nuestras manos daría la vuelta al mundo –susurré con alegría a Marcos, que no me quitaba la vista de encima... ni sus dedos de los míos.

–Está todo el mundo impresionado con la soprano, Biel, todo el mundo pendiente de la ópera... Nadie mira hacia aquí –me sonrió él–. Y si lo hace, tanto me da. De ahora en adelante soy tuyo ante el mundo.

Suyo ante el mundo...

Me dejó prendado.

Cris se inclinó hacia nosotros y, divertida, nos hizo un gesto del silencio, llevándose su dedo índice a sus labios. ¡Menuda pareja, nosotros dos, siempre a la gresca!

Acaricié la  mano de Marcos. Sentirlo junto a mí, en aquel lugar público, me daba una fuerza que jamás había sentido en mi vida. Sentía su calor. Volví la vista al escenario, cogido de la mano de Marcos.

Madamme la Morte, Madamme l’Amore nos tenía con el corazón en un puño. La famosa ópera italiana de Guido Martini narraba la historia de una hermosa joven, Chiara, que llegará a vivir intensamente el amor junto a un atractivo galán, Marcello. Luego, abandonada por éste, la joven pasa de hombre en hombre hasta caer en la enfermedad, terrible y fatalmente, y su destino acaba trastocando a su antiguo amor, Marcello, que finalmente acude con ella a su cita con la muerte.

La soprano que interpretaba a Chiara cantaba los versos más impresionantes, de manera desgarrada:

So ben: le angoscie tue non le vuoi dir,

ma ti senti morir!

“Yo sé lo que pasa; no quieres confesar tu angustia, ¡pero te sientes morir!”.

Brrruuuuub. Brrrrruuuub. El móvil de Marcos vibraba:

–Discúlpame: voy a salir a fuera a atender la llamada.

–Claro... –le sonreí.

Nuestras manos se separaron y Marcos salió fuera del palco, al vestíbulo, a atender esa llamada.

Le angoscie tue non le vuoi dir, amore,

ma ti senti morir!

“No quieres confesar tu angustia, amor, ¡pero te sientes morir!”.

Cristina y Marina estaban enganchadas a lo que acontecía en el escenario. Chiara, la protagonista, languidecía en su lecho de muerte, junto a Marcello, su amado. La soprano, una soberbia y espectacular joven americana, estaba apoteósica. El Coliseum enmudecía ante el lamento de Chiara.

Ma ti senti morir, amore, amore!

“¡Pero te sientes morir, amor, amor!”.

Aparté mi vista del escenario y en la penumbra (casi oscuridad) del palco me miré mi mano izquierda, la reseguí, y con mis dedos acaricié el anillo que Marcos me había entregado esa misma tarde: “Quiero que estés siempre conmigo, Biel, acepta esto en señal de mi fidelidad”, me había dicho. Pero no sólo eso... ¡Marcos había ido a por todas! Nuestras vidas daban un vuelco detrás del otro. Dispuestos a llegar hasta el final , tal y como nos habíamos prometido en Prunella, el pueblo de la familia de Marcos, aquella tarde primaveral de marzo, dos meses atrás, en que yo había ido desesperadamente a su encuentro dispuesto a poner fin a toda incertidumbre entre nosotros dos. El mismo día en que las aguas habían vuelto a su cauce.

Cristina se percató de mi ensimismamiento con el anillo de Marcos, me sonrió y me guiñó el ojo.

Sentí tras de mí como la puerta de nuestro palco en el teatro de la ópera se volvió a abrir y a cerrar. Los pasos de Marcos me eran familiares y amigos. Ahora más que nunca. Noté sus movimientos lentos y algo descoordinados. Se volvió a sentar en su butaca, a mi derecha. Le miré y vi su rostro perdido.

–¿Marcos...? ¿Qué ocurre?

Ma ti senti morir, amore!

“¡Pero te sientes morir, amor!”

–¿Marcos...?

–Ha habido un accidente de tráfico.

Me turbé con las palabras de Marcos, ¿qué decía?

–¿Cómo? ¿Qué dices?

–Un accidente...

–¿Quién, Marcos? ¿Quién ha tenido un accidente?

–Y ha muerto.


Madrugada profunda en alta mar. Karl había caído en un profundo sueño postcoital. Tenía un leve ronquido en su respiración. Lluc, aún lleno de prejuicios, se sorprendía de como alguien incluso más macho y masculino que él, el propio Karl, podía ser homosexual. Karl... Desnudo sobre la cama, sólo levemente cubierto por una sábana en sus partes nobles. Velloso y musculoso. Parecía alguien bueno. Pero no lo era. Lluc, junto a él, desnudo y mucho más cubierto por la sábana, casi hasta el rostro, como tapando algo que aún no creía haber hecho: acostarse con un hombre. Pero ya no le importaba. El fin justificaba los medios.

Karl pestañeó, como despertándose de su sueño dulce... Se volteó sobre la cama hacia Lluc y lo rodeó con sus fuertes brazos, entrecruzando también sus piernas desnudas con las de él, poniendo su verga sobre la verga de Lluc:

–Mmmm.... –gruñó el machote de Karl–, ¡aún no me creo que haya dormido contigo en la misma cama! –dijo divertido, con los ojos entrecerrados por el sueño.

Lluc le siguió el hilo:

–Y no sólo hemos dormido que yo sepa, ¿no...? Hemos hecho algo más... –dijo el rubio con una sonrisa juguetona de oreja a oreja.

–Y lo hemos hecho muy bien, ¿verdad...? –respondió Karl en tono picante, excitado. Lluc notó encima suyo como creía la polla de Karl, que era un ser auténticamente insaciable. Karl empezó a mordisquear el cuello de Lluc...

–Karl... Karl... Necesito descansar...

Karl tensionó sus brazos sobre Lluc, cogiendo los suyos, estando Lluc bajo sus garras, tendido sobre la cama:

–¿Descansar...? –le dijo dulcemente, sin quitarle el ojo y los brazos de encima–. Grrrrr.... –gruñó–, con semejante cuerpo como resistirse... –susurró, excitado, lamiendo los pectorales de Lluc. Ese tío no se cansaba nunca de retozarse con otro hombre...

–Karl... Piensa que yo nunca hasta hoy había follado con un hombre y la verdad es que es mucho más agotador que con una mujer.

–¡Pues claro! Eso es porque yo soy una máquina de follar, cabrón –susurró al oído a Lluc, lamiéndole la oreja– No te preocupes. Estos días nos vamos a hartar de follar como conejos... –y le comió la boca a Lluc.

Finalmente, Karl se quitó de encima de Lluc, volviendo al lado, a su lugar en la cama... Lluc pensó que era el momento de sonsacar más información. Así que se recostó sobre su cuerpo y posó su brazo sobre el pecho de Karl, con su vello mínimo y varonil. Reclinó su cabeza encima de sus pectorales y se lanzó:

–Jamás pensé que acabaría liándome con un hombre, y mucho menos contigo.

–Arrrgg... Dímelo a mí: aún creo que voy a despertar de un sueño –dijo Karl, mirando al techo, embobado por lo maravilloso de haber hecho realidad sus sueños más húmedos... Seducir a un (hasta el momento) hetero , convertirlo al “lado oscuro”, gincárselo... ¡Menudo mérito! Le volvía auténticamente loco. Cuando, años atrás, Karl salía conmigo, Biel de Granados, jamás pudo imaginar que el heterazo de mi hermano Lluc, homófobo y rey entre las tías, podría ser suyo.

–La verdad, Karl, es que estos días te he echado de menos. Sólo pensaba en el día de aquella disco gay, cuando me mirabas mientras aquel tío me la chupaba. Estabas más caliente que un horno...

–¡Jajajaja...! Desde luego que lo estaba. Me hubiese cambiado por Alexis sólo con un chasquido de dedos. No sabes las noches que he soñado que te cogía...

–Y estos días... te llamaba y te dejaba mensajes en el móvil. ¿Dónde diablos estabas?

–Ya te lo dije: holgazaneando por ahí...

Lluc se recostó sobre su brazo, para poder mirar al rostro a Karl, algo inquisitivo, buscando seducirlo con sus ojazos azules:

–¿Es que no confías en mí?

Karl pestañeó extrañado:

–¿Por qué me dices eso? ¡Claro que confío en ti!

–¡Es que no me trago eso de que sólo hayas estado holgazaneando por ahí estos días!

Karl suspiró. Lluc creyó haber tocado la tecla acertada. Reforzó el empuje volviendo a recostarse sobre el pecho desnudo de Karl. Le acarició su vientre... tenía ese frondoso camino de vello del ombligo a su polla... perfecto.

–La verdad... –empezó a decir Karl.

Silencio. ¿Iba a obtener respuesta?

–La verdad es que pasé por Londres...

Lluc frunció el ceño, pero Karl no se dio cuenta:

–¿Londres? –dijo Lluc como desinteresado...

–Ajá... ¿Recuerdas que te dije que creía haber encontrado el modo de separar para siempre a tu hermano Biel y a Marcos Forné? –preguntó Karl, acariciando con afecto el cabello rubio de Lluc, tendido él sobre su pecho. Karl se había encaprichado realmente de Lluc...

–Sí...

–Y te conté que la ruina de esos dos pasaba por dos cosas: chaperos y Sandra Smith.

–Sí...

–Y ya sabes que lo de los chaperos... lo de Alexis... no funcionó. Cesc Garbella no te cogió el currículum para meterlo en los servicios de fisioterapia del Olympic.

–Ya...

–Y encima Sandra acabó aceptando que Marcos fuese gay. ¡Hay que joderse!

–En fin, eso no podíamos saberlo, Karl...

Karl guardó nuevamente silencio. No dijo más. Pero Lluc quería llegar hasta el final.

–Entonces... Karl... me decías que has estado en, ¿Londres?

Karl suspiró profundamente.

–¿Sabes, Lluc? A veces uno tiene que hacer cosas que parecen horribles pero que son necesarias para que todo esté en su lugar. El fin justifica los medios.

Lluc tragó saliva. Empezaba a tener miedo de la verdad que estaba a punto de descubrir. Ya sabía que Karl había matado a su padre, Edmond de Granados, pero...

–Así que... –siguió Karl– tiré de mis contactos...

RIIIIIIIIIIIIIIIIIIIING. El teléfono de control del yate empezó a sonar desde la cabina con tal fuerza que se oía desde el dormitorio. Tanto Lluc como Karl se sobresaltaron, tendidos y desnudos en la cama.

Lluc se había aislado por completo del resto del mundo, con su teléfono desconectado. Quien llamase a este teléfono del yate sólo podía ser alguien que supiera que estaba ahí, en el yate... Alguien lo (o los) estaba buscando. Lluc mantuvo la calma.

–Espérame aquí, Karl: puede ser un aviso de tormenta o algo desde el puerto. Será mejor responder...

Y Lluc, domando el carácter impulsivamente animal y cazador de Karl, le plantó un morreo en los labios... con lengua. El otro se quedó tranquilo:

–No tardes... que me enfrío sin tenerte aquí conmigo –dijo seductoramente el bruto de Karl.

Lluc se envolvió una sábana por la cintura desnuda y, descalzo, corrió a la cabina de control. Tomó el teléfono.

–¿Sí...?

–¡¡Lluc!! ¿¡Lluc!? ¿¡Qué demonios haces ahí!?

Era la voz de Cesc Garbella, preso por la furia:

–¡Calma, Cesc! No puedo levantar mucho la voz, por favor...

–¡¡Vuelve a puerto ahora mismo!!

–¡¡No!! Te dije que iba a llegar al fondo de este asunto.

–No vas a conseguir nada. Estás en la boca del lobo. ¿Dónde está Karl?

Lluc vaciló unos segundos, en silencio...

–¡¡Lluc, responde!!

–Está conmigo.  No puedo hablar, Cesc.

–Lluc... ¿Qué coño estás haciendo? Tienes que volver. Ha ocurrido algo terrible esta noche.

Silencio. Lluc se estaba quedando pálido.

–Sandra Smith ha tenido un extraño accidente.

Palidez. Miedo.

–¿La... ex... de... Forné?

–¡Ha muerto, Lluc! ¡MUERTO! ¿Qué coño haces? No es momento para venganzas. Tienes que volver a puerto. ¿En qué coño estás pensando? Si Karl ha tenido algo que ver tenemos que detenerlo ya. ¡¡Vuelve a puerto!! ¡¡Ese hombre es un peligro social!! ¡Vuelve, Lluc!

Lluc estaba inmóvil, afectado, impactado... destrozado. Pero tenía que llegar hasta el final.

–... ha tenido algo que ver... –susurró como para sí mismo Lluc– ...iba a contármelo...

–¡Lluc! ¿Qué dices? ¡No te oigo bien! ¡Vuelve!

–¡No! No he venido aquí por placer. Sino para poner fin a esto. Hay un ajuste de cuentas pendiente y voy a poner arreglo ahora mismo.

Colgó bruscamente. Hurgó en la caja de mandos. Desconectó el teléfono... y el radar del yate, dejando el barco completamente aislado. Iba a hacerlo a su manera. Lluc trasteó en la alacena de la cabina, tomó algo entre sus manos, bajo la sábana.

De regreso al dormitorio, vio a Karl, desnudo, desperezándose encima de la cama. A Lluc ya no le daba asco haber copulado con ese tío y tenerlo de esa guisa enfrente suyo. Se sentía como una bestia en busca de clara y llana venganza. Su hombría ya no le importaba. Karl le había dado por culo , literalmente, y él a Karl. Ahora era la hora de los hechos consumados.

–¿Qué ocurre, Lluc? ¿Vamos a tener tormenta? Porque te advierto que con lluvia soy todavía mucho más fogoso y ardiente... No voy a parar de follarte, cabrón –y esbozó su sonrisa cachonda y machota.

–No me cabe la menor duda, Karl... –dijo totalmente frío e impávido Lluc.

–Ven a la cama, anda...

–Claro, Karl...

Y siguiendo su propia conciencia, Lluc de Granados alzó su brazo y, en su mano, descubrió una pistola que apuntó directamente a Karl.

–Disfruta de lo follado, Karl, porque va a ser el último placer de tu vida.

¡PAM!

A menudo, nuestras pasiones se hallan embargadas por una lujuria que escapa al ardor de los cuerpos: la venganza. Venganza para redimir nuestros propios pecados. Pero tras de ella... sólo puede quedar destrucción a tu alrededor. Ese es el poder del caos sembrado. Todo estaba a punto de derrumbarse.

CONTINUARÁ...