Simplemente Biel (VIII) - Espérame esta noche
Estoy dispuesto a renunciar a todo por ti, Biel. Me has... embrujado. Enloquezco por ti. Ya no me importa nada, ni la fama, ni la gloria, ni el dinero.
Pasión, fama, orgullo y sentimientos se mezclan en la historia de Biel de Granados y Marcos Forné. Un chico de dieciocho años con circunstancias únicas y excepcionales y un joven dios de veinticinco que descubre su verdadero ser. El poder, la familia, las emociones, el sexo y las aspiraciones del corazón en una historia para gozar y reflexionar. La lucha contra un mundo de frivolidad y prejuicios y la conquista del derecho a amar y ser amado.
VIII
Llega un momento en cada una de nuestras vidas en que el control que parecemos mantener sobre nuestro destino se escapa resbaladizamente de nuestros dedos... Y cuando tratas de recuperarlo... parece no haber vuelta atrás.
E tu che sai, che memori e ti struggi
Da me tanto rifuggi?
“Tú, que has conocido esos encantos y los recuerdas, ardes en deseo... ¿por qué entonces me rehuyes?”.
El último acto de la ópera había comenzado con fuerza. Y la voz de la soprano protagonista inundaba todo el gran teatro. El Coliseum de la Ópera, anfiteatro de la burguesía y de la mejor ópera de la ciudad y del país, respiraba en silencio el drama en cuatro actos que allí se representaba aquella noche. Aquella ópera, Madamme la Morte, Madamme l’Amore , parecía recordarnos los hechos recientemente vividos en mi familia. Convencí a Marina para recuperar nuestra tradición de acudir puntualmente a la ópera, a nuestro palco privado en el gran Coliseum de Barcino, el palco de los Granados. Muchos nos miraban desde la grada y los palcos vecinos. Volvíamos a ejercer nuestro papel de familia importante. Pero nosotros... sólo queríamos disfrutar de una noche en la ópera. Sin embargo, aquella noche de ópera, mi madrastra Marina miraba entristecida el acontecer de los hechos en el escenario. Yo me situaba a su derecha y mi hermana Cristina a su izquierda. Cris había cancelado muchos de sus compromisos de trabajo desde la muerte de mi padre para pasar más tiempo con nosotros. Y Lluc... estaba simplemente desaparecido de la vida familiar.
Mi mano, descansada en el reposabrazos de la butaca, sintió el calor de otra mano. La cálida, fuerte y suave mano de Marcos. Sentado a mi derecha. Marina lo había invitado a venir a la ópera y la prensa, siempre avispada a la búsqueda de la pasarela de famosos que acudía a ese tipo de eventos, simplemente resaltó el hecho de que el capitán del Olympic Galaxy se había unido más a la familia Granados tras la desaparición de Edmond, el patriarca.
Mi mano se vio envuelta por el calor de la mano de Marcos.
–Tienes suerte de que estemos en la oscuridad, aquí en el palco –le dije mientras acariciaba mis dedos–. De lo contrario, una foto de nosotros dos rozando nuestras manos daría la vuelta al mundo –susurré con alegría a Marcos, que no me quitaba la vista de encima... ni sus dedos de los míos.
–Está todo el mundo impresionado con la soprano, Biel, todo el mundo pendiente de la ópera... Nadie mira hacia aquí –me sonrió él–. Y si lo hace, tanto me da. De hoy en adelante soy tuyo ante el mundo.
Suyo ante el mundo...
Me dejó prendado.
Cris se inclinó hacia nosotros y, divertida, nos hizo un gesto del silencio, llevándose su dedo índice a sus labios. ¡Menuda pareja, nosotros dos, siempre a la gresca!
Acaricié la mano de Marcos. Sentirlo junto a mí, en aquel lugar público, me daba una fuerza que jamás había sentido en mi vida. Sentía su calor. Volví la vista al escenario, cogido de la mano de Marcos.
Madamme la Morte, Madamme l’Amore nos tenía con el corazón en un puño. La famosa ópera italiana de Guido Martini narraba la historia de una hermosa joven, Chiara, que llegará a vivir intensamente el amor junto a un atractivo galán, Marcello. Luego, abandonada por éste, la joven pasa de hombre en hombre hasta caer en la enfermedad, terrible y fatalmente, y su destino acaba trastocando a su antiguo amor, Marcello, que finalmente acude con ella a su cita con la muerte.
La soprano que interpretaba a Chiara cantaba los versos más impresionantes, de manera desgarrada:
So ben: le angoscie tue non le vuoi dir,
ma ti senti morir!
“Yo sé lo que pasa; no quieres confesar tu angustia, ¡pero te sientes morir!”.
Brrruuuuub. Brrrrruuuub. El móvil de Marcos vibraba:
–Discúlpame: voy a salir a fuera a atender la llamada.
–Claro... –le sonreí.
Nuestras manos se separaron y Marcos salió fuera del palco, al vestíbulo, a atender esa llamada.
Le angoscie tue non le vuoi dir, amore,
ma ti senti morir!
“No quieres confesar tu angustia, amor, ¡pero te sientes morir!”.
Cristina y Marina estaban enganchadas a lo que acontecía en el escenario. Chiara, la protagonista, languidecía en su lecho de muerte, junto a Marcello, su amado. La soprano, una soberbia y espectacular joven americana, estaba apoteósica. El Coliseum enmudecía ante el lamento de Chiara.
Ma ti senti morir, amore, amore!
“¡Pero te sientes morir, amor, amor!”.
Aparté mi vista del escenario y en la penumbra (casi oscuridad) del palco me miré mi mano izquierda, la reseguí, y con mis dedos acaricié el anillo que Marcos me había entregado esa misma tarde: “Quiero que estés siempre conmigo, Biel, acepta esto en señal de mi fidelidad”, me había dicho. Pero no sólo eso... ¡Marcos había ido a por todas! Nuestras vidas daban un vuelco detrás del otro. Dispuestos a llegar hasta el final , tal y como nos habíamos prometido en Prunella, el pueblo de la familia de Marcos, aquella tarde primaveral de marzo, dos meses atrás, en que yo había ido desesperadamente a su encuentro dispuesto a poner fin a toda incertidumbre entre nosotros dos. El mismo día en que las aguas habían vuelto a su cauce.
Cristina se percató de mi ensimismamiento con el anillo de Marcos, me sonrió y me guiñó el ojo.
Sentí tras de mí como la puerta de nuestro palco en el teatro de la ópera se volvió a abrir y a cerrar. Los pasos de Marcos me eran familiares y amigos. Ahora más que nunca. Noté sus movimientos lentos y algo descoordinados. Se volvió a sentar en su butaca, a mi derecha. Le miré y vi su rostro perdido.
–¿Marcos...? ¿Qué ocurre?
Ma ti senti morir, amore!
“¡Pero te sientes morir, amor!”
–¿Marcos...?
–Ha habido un accidente de tráfico.
Me turbé con las palabras de Marcos, ¿qué decía?
–¿Cómo? ¿Qué dices?
–Un accidente...
–¿Quién, Marcos? ¿Quién ha tenido un accidente?
–Y ha muerto.
La muerte. No golpea una vez sin hacerlo dos veces.
DOS MESES ANTES...
–¿Vas a venir otro día a jugar con nosotros?
El pequeño Gerard, de cinco años, me sujetó los dedos de mis manos con fuerza, me miró con sus pequeños ojos verdes, heredados de su abuelo y su tío Marcos, y me desbordó el corazón de ternura. Yo me quedé plantado en el sofá, frente a ese par de encantadores niños.
–¿A vosotros os gustaría que volviera otro día? –les dije con entusiasmo.
–¡¡Síiiiiiiii!! –exclamó con toda su fuerza infantil la pequeña Joana, de apenas tres años, que, como su hermano, era toda una parlanchina con sus balbuceos y ocurrentes ideas.
Era la tarde de mi reencuentro con Marcos. La tarde en que conocí su entorno familiar. Tras nuestra reconciliación en el pajar, pude disfrutar del jolgorio de sus dos sobrinos, que me tuvieron entretenido con sus juegos hasta que cayó la noche y sus padres los vinieron a buscar.
–Pues vamos a hacer una cosa chicos... –y les rodeé con el brazo, como invitándoles a compartir un secreto, y susurré–. Portaros bien con vuestros papás y con vuestros abuelos, ¡y con vuestro tío Marcos!... y os prometo que antes del verano pasaremos un día en el Olympos, ¿habéis estado alguna vez en el estadio del Olympic Galaxy? ¿Jamás en la hierba, con el estadio vacío, a que no...? ¿No...? ¡Pues guardad bien la cesta del picnic que habéis hecho hoy con vuestro tío Marcos porque un día bajaréis a la capital y haremos lo mismo pero en el estadio más graaaaaaande de Europa? ¿Sí? ¿Os gusta...? ¿¡Os gusta!?
–¡¡¡Qué chuloooooo!!! ¡¡¡Síii!!! –exclamaron los niños, saltando de la emoción. Joana aplaudió entusiasmada.
–Y vuestro tío Marcos nos marcará algunos goles, ¿verdad que sí...?
–¡¡¡Síiiiii!!! –gritó con euforia el pequeño Gerard, el fan número uno de su tío Marcos Forné– Y yo le ganaré al final del partido, jajaja...
–Alto ahí jovenzuelo... ¡Aún te faltan algunos años para sucederme en el balón! –Marcos había entrado en el salón de los niños, se sentó en los brazos del sofá que yo ocupaba y me rodeó con su brazo por mi espalda, notando la calidez de sus manos en mi piel. Me miró con sus ojos encendidos, con una sonrisa de felicidad única e inacabable, y miró a sus sobrinos, la viva plasmación de su sangre.
–¿Así que ahora ya preferís a Biel como compañero de juegos, eh, pequeños canallas?
–¡¡Biel mooooola!! –gritó Gerard, y Joana lo secundó aplaudiendo nuevamente.
Desde la escalera escuchamos el grito de la hermana de Marcos, Isabela, llamando a sus hijos para que bajaran para ser recogidos y volver a su casa, tras un intenso día de montaña para los niños. Caso omiso. Isabela vino finalmente al encuentro de sus hijos.
La hermana de Marcos era una mujer esbelta de treinta años, con unas facciones muy parecidas a las de su hermano menor. Tenía el profundo color verde de los característicos ojos de los Forné, los mismos de Roderic, el padre de familia, y había heredado el color rubio oscuro, cercano al castaño, del cabello de su madre Joana, así como la altura de la señora Forné. Si Marcos no superaba su discreto 1,75 de estatura –en impresionante contraste con la fortaleza de sus miembros y la solidez equilibrada de su cuerpo–, Isabela se elevaba perfectamente por encima del 1,80, con un cuerpo robusto y bien proporcionado.
–¡Niños, ya está bien! –irrumpió la madre en el cuarto de juegos–. Hace media hora que vuestro padre espera abajo en el coche y ya nos hemos despedido de todos. Estáis embelesados con Biel, ¿verdad? –la madre de los críos, hermana de Marcos, se echó a reír y me miró con complicidad.
Apareció en la puerta Joana, la señora Forné, madre de Marcos e Isabela, bien parecida a su hija mayor y extendió la mano a sus dos nietos para acompañarlos hasta abajo.
–Venga, pequeñajos: dadle un abrazo a vuestro nuevo amiguito y andad para el coche...
–Eso, haced caso a la abuela –remató Isabela.
Los pequeños Gerard y Joana, que había heredado el nombre de su abuela materna, se echaron encima mío y me advirtieron (con la gracia que les caracterizaba) que en breve debería cumplir mi promesa de llevarlos un día al estadio del Olympic Galaxy. Se agarraron de la mano de su abuela y bajaron para el coche de su padre. Quedamos Isabela, Marcos y yo en aquel salón de juegos que los abuelos habían preparado para las visitas de sus nietos:
–En fin, chicos –dijo Isabela–: me voy pitando que mi marido está enfurruñado en el coche. Marcos, cariño –le dijo a su hermano, agarrándolo del brazo–, no sabes cuánto te agradezco que le hayas dedicado todo el día de hoy a los niños... Se vuelven locos cada vez que están contigo.
–Soy el tío más feliz del mundo con sus sobrinos... tus hijos.
Isabela se acercó a Marcos y le besó en la mejilla.
–Biel, ¡ha sido un placer conocerte en persona! –me dio dos besos, también–. Espero que a partir de ahora nos veamos más –Isabela me cogió del brazo y me miró fijamente a los ojos– y por favor... –me dijo acercándose a mi rostro y susurrando– ¡arreglad lo vuestro, por lo que más queráis!
Me dio un vuelco el corazón. ¿Isabela, la hermana de Marcos, estaba enterada de lo nuestro? Fue un golpe de alivio y de impresión repentina. Asentí con la cabeza.
–¡Adiós, hermano! –le miró intensamente y acarició su brazo.
Quedamos Marcos y yo en aquel entorno de juegos y colores, mirándonos magnéticamente el uno a los ojos del otro. Interrogué a Marcos con mi mirada, en el silencio de la noche que empezaba a acechar sobre Prunella. Él me leyó todo el pensamiento:
–Ella es... mi hermana y mi aliada en esto –me cogió mis dos manos con sus manos, recortó toda la distancia que nos separaba y se llevó mis manos a su pecho, haciéndome sentir el intenso latido de su corazón.
Sus manos con mis manos, formando un todo, pecho con pecho. Latido con latido.
–Esto que sientes –me susurró haciendo referencia al bombeo apresurado de su corazón– es todo lo que siento por ti, Biel. Voy a luchar hasta el final.
Conocer a la familia de Marcos, a sus padres Roderic y Joana, el afable matrimonio maduro y aún lleno de afecto; a Isabela, su hermana mayor, una mujer de fuerza indomable; a sus sobrinos, los pequeños Gerard y Joana, adictos a su tío, al cual veían como un héroe invencible... conocerlos me cambió totalmente la perspectiva de las cosas. Adentrarme en aquel aislado pueblo de montaña, sumergido en un vergel de naturaleza, tierra de campesinos, tierra de trabajadores... me llevó a las raíces de Marcos y, con ellas, no dejaba de crecer más y más el profundo magnetismo que me atraía hacia él. Ya hacía mucho –mucho– tiempo que se me había desvanecido por completo la imagen del Marcos celestial, dios del fútbol, el hombre deseado en medio mundo, imagen de las marcas de ropa más vendidas y embajador de la élite deportiva del continente en las causas humanitarias. Se me había desvanecido para ser sustituida por una imagen de más fuerza y sentido, la del Marcos terrenal, el Marcos de la firme tierra, de sus orígenes y de sus pasiones. El Marcos que estaba junto a mí, haciéndome sentir... el intenso latido de su corazón. Marcos posó su rostro sobre el mío, ojos cerrados, frente con frente, nariz con nariz, suspirando...
–Quiero que sientas este latido toda nuestra vida, juntos.
–Marcos...
–Dime que podemos amarnos para siempre.
–Marcos...
–Estoy dispuesto a renunciar a todo por ti, Biel. Me has... embrujado. Enloquezco por ti. Ya no me importa nada, ni la fama, ni la gloria, ni el dinero.
–Marcos, por favor...
–Dímelo...
–Mar...
Marcos rodeó mi cuello y mis mejillas con sus grandes manos y me robó un beso interminable, jadeando con su respiración entrecortada.
–Fundado en 1905 por las grandes familias de la burguesía barcinonesa, el Olympic Galaxy, a sus actuales noventa y nueve años de existencia, se ha convertido en uno de los mejores clubes de fútbol de Europa y del mundo.
Cesc Garbella, flamante gerente del club y administrador de los negocios de nuestra familia, sostenía el micrófono en lo alto de la tribuna, con desparpajo, y hablaba con una profesionalidad que asombraba a cualquiera. Yo me mantenía a su derecha, en el epicentro de aquel gigante de acero y hormigón, el estadio Olympos. Tras la Semana Santa, tras la vuelta de las vacaciones... era mi primer acto oficial como presidente del club, y el estadio, su corazón, su campo, fue el lugar elegido para mi puesta de largo. El discurso de Cesc, presentándome a la multitud reunida, era vibrante:
–Esta grandeza del club es inseparable del proyecto personal de Edmond de Granados, al que todos rendimos tributo en su desafortunada ausencia. Él, visionario nato, y sé de lo que hablo pues trabajé con él durante dieciséis años, adquirió este club, precisamente, para devolverlo a la grandeza que inspiró a los fundadores de hace casi cien años. Visionario nato. Es por ello que, visionario como era, no dudó en depositar su legado a la persona que tengo el placer de presentaros. Ved a alguien joven, sí. Pero ved al hombre que Edmond de Granados, nuestro añorado presidente, eligió para encarnar mejor su obra. Os pido un aplauso para su hijo Biel de Granados... nuestro nuevo presidente.
Los aplausos fueron efusivos. Cesc Garbella, desde la muerte de mi padre, tuvo entre ceja y ceja la idea de un acto especial de presentación de mi persona a los miembros del equipo deportivo y del equipo técnico, así como a todos los accionistas y a representantes de los socios del club. El lugar elegido no podía ser otro que el corazón del Olympic Galaxy: el Olympos Stadium. Un olimpo del fútbol. Cesc me pasó el micrófono, en lo alto del escenario montado en la hierba del campo frente a trescientas sillas de invitados, me sonrió y me animó guiñándome el ojo. Quedé algo perplejo ante los allí reunidos. En primera fila, la crême de la crême de ese club: Berny Scheimmest, el gran entrenador que llevaba a sus chicos camino de los cuartos de final de la Champions; sus chicos más brillantes: Darío Ortega, Fabio Di Campanio, Frank Van Hysdel, Christian Maech, José “Pepe” Gonzalvo y... el capitán, Marcos Forné. Y, por supuesto, mi familia: Marina, mi amada madrastra, mi hermana Cristina... y Lluc, aquel día sí, allí presente con la mirada perdida y un semblante duro.
Se hizo el silencio. Los jugadores, todos ellos, que me conocían bien por lo que mi hermano Lluc les había contado en su camino de juergas y fiestas (donde se había alimentado la leyenda de un Biel reposado, intelectual y amante de lo reflexivo versus el desbarajuste de Lluc), todos ellos estaban expectantes por escucharme. Así como el resto de invitados. Cesc organizó un acto de casi trescientas personas, entre todos los invitados. Se hizo el silencio expectante. El sol brillaba en lo alto del cielo, por encima del Olympos, el soberbio estadio. Más silencio. Hubo aquél inoportuno acoplamiento sonoro del micrófono llenando el vacío silencioso. Carraspeé un poco y, finalmente, tomé la palabra.
–Gracias, Cesc. Mis queridos amigos: ¡no hagáis caso de todos los piropos que me echa el bueno de Francesc Garbella... él es absolutamente parcial!
Risas. Todos se echaron a reír. Conseguí romper el hielo y, de paso, el manojo de nervios del que era preso en aquel momento especial. Miré a Marcos, en primera fila junto a sus compañeros de vestuario, un Marcos que esperaba mis palabras emocionado. Me asintió con la barbilla, empujándome a ser... ¡yo mismo! “Adelante, Biel”. Cesaron los aplausos y comencé a hablar:
–Cinco veces campeón de Europa y veintiuna veces campeón de la Liga Nacional de Fútbol, el Olympic Galaxy es hoy el sueño que nos une a todos. A vosotros los jugadores, a vosotros el equipo técnico, los preparadores, los fisioterapeutas, los accionistas, los amigos del club, los socios, todos, todos sois parte de este sueño –pude ver en sus caras la emoción y el orgullo de formar parte de esa gran familia futbolística–. A vosotros y a los millones de personas que están ahí fuera, tras los muros de este estadio, soñando cada día, cada partido, cada batalla, con nosotros... os pido... una única cosa: creed. Creed en este maravilloso sueño. Dios sabe que ustedes y yo hemos derramado lágrimas en estas últimas semanas –miré a Marina, mi madrastra, y a mis hermanos–, y más lágrimas están por venir –hice una pausa, conteniendo la emoción–. Lloraremos más. Porque la lucha sigue adelante. La conquista del presente y del futuro está ahí fuera, y yo quiero llevaros a él. Os pido que llevemos, todos juntos, a este club, al Olympic Galaxy, a la cima de su éxito. A su gloria. Os pido a vosotros, el alma del Olympic Galaxy que unáis todos vuestros esfuerzos por ese futuro. Que Dios bendiga a nuestro presidente, esposo, padre y amigo, Edmond de Granados, que su alma descanse con las de los mejores hombres. Hoy, yo, su hijo más joven, me pongo ante vosotros, como vuestro servidor y como vuestro camino al futuro. Os pido que estéis a mi lado. No alberguéis dudas. El futuro está ahí fuera, y reside también en cada uno de vosotros, en vuestro empeño y sacrificio. Y ese futuro... ese futuro vamos a conquistarlo todos juntos. ¡Lo conquistaremos juntos! Gracias, muchas gracias.
Emoción. Furor. Gritos.
Se hizo la euforia generalizada, todo el mundo se levantó de sus sillas y, alzándose todos, me ovacionaron con una fuerza, con tal fuerza, que sentí como me flaqueaban las piernas, pese a la firmeza y valentía del discurso que acababa de dar. Estuvieron como cinco minutos aplaudiéndome. Sentí como la emoción me invadía interiormente. A mi lado, Cesc me miraba emocionado: “Tu padre, allá donde esté, vive este momento con orgullo”, me dijo al oído, con sus labios rozando mi oreja. Cesc se distanció y me miró emocionado, intensamente, sin dejar de aplaudirme junto a toda aquella gente.
Pensé que unos meses atrás no se me habría pasado por la cabeza semejante discurso... ¡¡Yo había odiado todo ese mundo del fútbol!! Había vivido largos años en el extranjero, estudiando, para huir de los negocios de mi padre. Y sin embargo, ahí estaba ahora... al frente de todo. Mi perspectiva y opinión de las cosas habían cambiado por completo. Aquel mundo del que me había alejado durante tiempo ahora me arropaba... Aquel mundo enigmático, el fútbol, donde había conocido... a Marcos.
Tras los discursos hubo un sobrio cóctel para los invitados. Marina se me acercó y me abrazó.
–Hoy te has portado... te has portado como todo un cabeza de familia –me dijo al oído, casi sollozando.
Me separé, sosteniéndola en sus brazos, la miré y le transmití todo el agradecimiento que sentía que debía a esa increíble mujer que había sido y era para nosotros una auténtica madre:
–No voy a poder con todo esto sin ti, Marina.
–Y estaré a tu lado, te lo prometo. Y no sólo en lo referente a este gigantesco club.
Desde hacía unos días no podía quitarme de la cabeza la idea de, llegado el momento, como debía oficializarse mi relación con Marcos, básicamente ante la familia (¿qué diría la antigua de mi abuela paterna, Mercedes de Granados, en su retiro de Lausana?) pero, inevitablemente, ante la opinión pública. ¿Era posible para Marcos salir del armario declarando su amor por otro hombre? ¿Era un riesgo para su carrera deportiva? ¿No estaba a caso esa carrera a salvo siendo yo presidente de su club de fútbol? ¿Debíamos vivir nuestro amor en la clandestinidad de lo secreto y lo oculto? Cuantas preguntas...
Recibí las felicitaciones y parabienes de muchas personas, lo más granado también del empresariado de la ciudad. Los jugadores me trataron amistosamente, como uno de ellos... Al fin y al cabo yo era... ¡el más joven de todos ellos, su presidente!
Inesperadamente, Lluc se me acercó y me reprendió al oído:
–Enhorabuena, Biel... Todo maricón desearía ahora mismo estar en tu situación, rodeado de tiarrones atléticos y deportistas, siendo el centro de atención. ¿No enloqueces con el olor a macho y testosterona que hay a tu alrededor?
Cerré los ojos intentando contar hasta diez. No podría resistir eternamente las embestidas llenas de odio de mi hermano Lluc. Me atreví a devolverle el reprendimiento:
–Hermano, ¿cuánto tiempo más vas a continuar así?
–Yo no continuo nada –me dijo cínicamente, metiéndose las manos en los bolsillos.
–¿Tampoco continuabas nada cuándo metiste a Karl en nuestra casa la noche del funeral...? –le interrogué.
Lluc mudó el semblante despreocupado de unos segundos atrás e hizo una mueca de inquietud. Unos días atrás, en Prunella, Marcos y yo habíamos sabido la verdad de todo ese montaje.
–No creas que no me entero de lo que está pasando, Lluc. Crees que debes emprender un camino de venganza contra mí, tu hermano, porque crees que no te ha sido dado lo que merecías, y te has aliado con Karl creyendo que vas a conseguir lo que crees desear. Pero escúchame bien: antes de lo que puedas imaginar, y sin darte cuenta, estarás comiendo de la palma de ese cabrón. Siendo esclavo de sus deseos. Tú no sabes quién es Karl Zimmer. Tú no sabes de lo que es capaz un hombre como él.
Acompañé este advertimiento con gestos duros, señalando a Lluc. Lluc apartó su mirada de la mía y se mostró serio, mirando a lo lejos.
–No me apartes la mirada, Lluc. ¡Soy tu hermano! ¡Mírame! No quiero perderte...
Lluc se mantuvo impasible. Al cabo de unos instantes, volvió a mirarme, se acercó bruscamente a mí y me espetó:
–¿Que no quieres perderme, capullo? Me perdiste el día que murió papá mientras te follabas al hijo de puta de Marcos Forné. Me has perdido para siempre.
Y Lluc se largó bruscamente, dejándome una vez más plantado y abatido.
Noté una presencia afectuosa, rodeándome con su brazo por la espalda:
–Ojalá yo pudiera hacer algo por arreglar vuestro distanciamiento.
Marcos estaba a mi lado, susurrándome al oído, tuve la inclinación natural a dejar reposar mi cabeza sobre su hombro, pero me contuve y me distancié de él. Estábamos rodeados de decenas de personas. Y él como capitán y yo como presidente éramos el centro de muchas miradas. Le cogí del brazo y le miré firmemente. A través de nuestras miradas silenciosas viajaban nuestros sentimientos. Marcos estaba guapísimo, con un traje de chaqueta y pantalones grises, una camisa blanca y una corbata oscura.
–Me gustaría que vinieras esta noche a mi apartamento... Que... te quedaras a dormir... –un tímido Marcos me invitaba a estar junto a él.
Le sonreí. Él lo deseaba tanto como yo. Había pasado casi un mes y medio desde que pasamos nuestra primera y única noche juntos. Nuestra relación seguía aquel ritmo... aquel ritmo agradable, pausado y seguro en el que sientes, ¡ah! sientes que estás ante el mayor proyecto de tu vida. El suelo temblaba bajo nuestros pies.
–¿Que me dices...? ¿Vendrás? –insistió con voz muy baja Marcos.
–Sí, no deseo otra cosa –le respondí con firmeza.
Marcos miró a un lado y a otro. En verdad éramos el centro de atención de todos. Presidente y capitán.
–Hoy es un día de abrazos, ¿no? Otros lo han hecho así que... ¿No pasará nada si te abrazo, no? –me dijo un Marcos risueño y divertido, mostrándome esa impecable sonrisa blanca y perfecta.
–No... no pasará nada –le respondí, simpático–. Abrázame.
Y Marcos me envolvió con su cuerpo, con sus brazos, con su fuerza, con su ardor contenido. Sentí su respiración cerca de mi oído. Sentí todo su amor por mí.
Y aislados de todo y de todos, pude susurrarle a su oído:
–Espérame esta noche.
–Desde la primera vez que lo vi, supe que había en él algo muy especial... en la manera de mirarme, en la forma de hablarme, en la manera de tocarme... Como me dio la mano, como me rozó la piel... Fue algo, ¿sobrenatural? Fue algo extraordinario. Eso sólo ocurre una vez en la vida.
Marina y Cristina escuchaban embelesadas mis palabras. Mi profesión de amor por Marcos. Habíamos salido a comer al cenador del jardín de nuestra finca, saludando los vientos benignos de la primavera que se estaban instalando por aquellas fechas. Mi madrastra y mi hermana, bellísimas ambas tras la puesta de largo de la mañana en el estadio del Olympic Galaxy, se situaban frente a mí en la mesa de madera de nogal que había sido protagonista de tantas maravillosas veladas familiares. Bajo nuestros ojos, cierto tono oscuro de cansancio, nostalgia y languidez evidenciaba la sacudida que había supuesto perder a nuestro mayor referente, nuestro padre, esposo y amigo.
–Sigue, por favor, Biel –me suplicó mi hermana, sosteniendo una copa de vino con su mano y apoyando su rostro en la palma de su otra mano–. Marina, ¿te pongo más vino, eh? ¡Que tenemos que animarnos! –dijo imperativamente a nuestra madrastra, arrancándole una sonrisa de oreja a oreja, sacándole ese fantástico contraste del blanco de su sonrisa con el bello color rojo de su vestido. Marina era una mujer harto hermosa, ¡cuánto le quedaba por vivir... aún sin nuestro padre!
–Marcos Forné. No sé que os dice a vosotras este nombre. Pero si para la mayoría del mundo Marcos es un auténtico desconocido, para mí, sin embargo, Marcos es... todo. Es bueno. Es valiente. Es sincero. Es tierno. Es...
–¡¡Guapo!! –exclamó Cristina–, ¡por todos los dioses, jamás he visto un hombre tan bien hecho como él!
Y nos echamos a reír los tres.
–Te aseguro, hermano, que cuando Marina me acabó de confirmar mis sospechas sobre tu historia con Marcos me quedé frita.
–¿Frita...? Jajajaja... ¿Qué me estás contando, Cris?
–¡En serio, hermano! –me contestó toda risueña–, porque jamás he dudado de que encontrarías a tu galán, como tantas veces hemos bromeado. Pero... ¿Marcos? Te ha caído del cielo... un príncipe, ¡no! Algo infinitamente superior.
–Y en honor a la verdad –añadió una Marina pensativa y de voz pausada–, hay que decir que Marcos ha ganado para sí algo infinitamente superior: tú mismo.
Me ruboricé. Jamás lo había visto así. Aunque Marcos siempre me había dicho que yo era para él una liberación, su salvación, un regalo de la vida. “Es posible que seas lo más importante que pueda haberme pasado jamás, Biel. No voy a hacerte daño. Nunca.”, me dijo Marcos la noche en que nos escapamos de la fiesta en el Glinkel y acabamos en su casa.
–La cuestión es, ¿qué vas a hacer ahora? ¿Qué vais a hacer los dos? –me preguntó Cristina.
Permanecí en silencio un largo rato, arqueando mis cejas.
–No lo sé. ¿Qué se supone que deberíamos hacer? Nos queremos. De momento estamos yendo poco a poco. Queremos que esto salga bien. Que salga muy bien. ¡Oh, si hubieseis visto a sus sobrinos! Creo que el día que subí al pueblo de Marcos, allá en la montaña, supe que no deseo más que pasar toda mi vida con él...
Me puse rojo de la vergüenza de declarar tales sentimientos. Poco a poco. Nuestra relación se basaba en la mutua confianza y, hasta el momento y desde la reconciliación, en cierto control de las pasiones. ¿Qué pasos debíamos dar? Por el momento, yo ardía en deseos de amanecer junto a Marcos, junto a su cuerpo... No nos habíamos encontrado de ese modo desde más de un mes atrás, desde la noche del Glinkel.
–Y tú, Cris, ¿qué te cuentas? En dos años cumples los treinta y aquí ya estamos esperando campanas de algo... ¿verdad, Marina? –inquirí.
–¡Por supuesto! ¡Oh, chicos, no sabéis lo que he escuchado hoy en el acto del Olympos, durante el cóctel! –se animó, efusiva, Marina... habíamos conseguido levantarle el ánimo y se mostraba ilusionada y divertida ante el chisme que nos iba a contar– ¡Cuando os lo cuente no os lo vais a creer!
Cristina se echó a reír:
–¿Qué has oído de mí por esos mundos de chismes...? –contestó mi hermana–. Porque seguro que tiene que ver conmigo... Por más que lo intento, no logro pasar desapercibida.
–Es el precio a pagar por pertenecer a esta familia –solté con una sonrisa en los labios.
–Sí –respondió Marina–, hasta que nos hartemos de estar en el centro de atención de los focos y lo vendamos todo, jaja... Pero escuchadme, ¡escuchadme!, que lo que me han contado no tiene desperdicio...
Marina estaba desbocada... Irrumpió brevemente Cíntia, la asistenta, para recoger nuestros platos. Marina se calló, aumentando el misterio y la intriga. Se fue, y retomó el hilo:
–No sé si habéis visto a Marta durante el acto de esta mañana.
Nuestra ama de llaves, Marta, no había querido perderse mi puesta de largo como presidente del Olympic. Y Marta era la mejor y mayor recolectora de chismes...
–Le pediría a Cíntia que la trajera aquí, a Marta, para que nos lo contara ella directamente pero Dios sabe cómo se ofende Marta cuando la tratamos de chismosa...
–¡Pero bueno, Marina, déjate ya de misterios y cuéntanos de qué se ha enterado Marta...! –exclamó mi hermana Cristina, nerviosa y divertida a la vez.
–A eso voy, a eso voy... –y Marina bajó el tono de voz–. La mujer del alcalde le ha preguntado si era cierto lo que se decía por ciertos corrillos de la ciudad...
–No he oído aún el chisme y estoy que no me lo creo... –dije yo, jocoso.
Me eché a reír. Cristina me hizo callar. Marina se partía de la risa, con las mejillas rosadas y animada:
–¡HABLA, Marina, por lo que más quieras! –gritó mi hermana.
–Al grano voy: le han preguntado a Marta si era cierto que tú –y señaló a Cris– estás saliendo con Francesc.
Se hizo el silencio. Estábamos procesando la información.
–¿Qué? ¿Co...? ¿Qué? –balbuceé yo–, ¿hablamos de Cesc Garbella? ¿Cesc con Cristina? –rápidamente giré mi rostro hacia mi hermana, buscando una respuesta.
Pero mi hermana... ¡¡se estaba meando de la risa!!
–Jajajajaja... ¿¡Cómo!? No puedo creérmelo...
Marina estaba también desternillándose de la risa. El vino se les había subido a la cabeza. Y yo, serio y sin entender nada, miraba alternadamente a una y a otra. ¿Por qué les hacía tanta gracia? Cierto o no, a mí no me parecía un chisme descabellado... Francesc “Cesc” Garbella, a sus treinta y ocho años, era un tiarrón de 1,90 de estatura, cabello rubio, ojos azules, facciones super atractivas, elegancia, porte y maneras llevadas hasta un elevado grado de sofisticación. Vamos: lo que se dice un solterón de oro.
–¿Por qué os hace tanta gracia? Cris... ¿¡a caso es cierto!?
Mi hermana Cristina me miró con los ojos abiertos como naranjas y retomó su hilarante desternillamiento.
–¡Biel, por favor! –me exclamó entre risas. Iba a más.
Marina tenía la cara enrojecida de tanto reír y se dejaba caer sobre la mesa.
–¡¡Ay, por favor!! Llevaba tiempo sin reír de esta manera... Ay... se me escapan las lágrimas de los ojos –dijo nuestra madrastra–. La verdad es que formaríais una pareja preciosa pero mucho me temo que no...
Yo era el tonto de la escena. Porque no entendía nada. Cuando recuperaron la serenidad, Cristina me cogió la mano y me aleccionó:
–Cariño, cómo se nota que has vivido mucho tiempo fuera del día a día de esta familia.
–Desde luego, Cristina –apostilló Marina–. Porque no hay duda que ninguna mujer soltera (y no soltera también...) estaría dispuesta a todo por caer en los brazos de un hombre como Cesc pero, mi amor –me dijo cariñosamente a mi–, Cesc no está al alcance de ninguna mujer, ni que fuera Claudia Schiffer.
Marina se puso ahora muy seria, en contraste con la cascada de risas de un rato atrás. Cristina también.
–¿Por qué no? –pregunté yo, inocentemente.
Se hizo un breve silencio. Marina y Cristina se miraron la una a la otra.
–Por el mismo motivo por el que tú nunca te unirías a una mujer, Biel –me contó finalmente mi hermana.
Enmudecí. Absorto. Sorprendido. Impactado.
–A ver... ¿cómo? ¿Me estáis diciendo que Cesc Garbella, nuestro Cesc, es... gay?
Marina asintió mecánicamente con la barbilla.
–Es un hombre tan discreto –me dijo mi madrastra– que nunca se ha sabido que... incluso estuvo casado una vez.
–¿Qué? ¿Casado? ¿Con un hombre?
–Claro, Biel. ¿Todd, se llamaba...? –preguntó Cris a Marina, que estaba al tanto de toda la historia.
–Sí, Todd.
–¿Y que pasó: se separaron...? ¡No sabía nada de eso! –pregunté yo lleno de curiosidad. Aquello era un descubrimiento.
Marina y Cris volvieron a mirarse la una a la otra, muy serias.
–El marido de Cesc murió de VIH, bueno... de alguna enfermedad derivada del sida.
Quedé algo abatido. Marina tuvo valor para explicar esa historia de... viudez, como la suya propia:
–Fue hace unos ocho años. Tú eras un niño, Biel. Cesc salía con Todd desde hacía muchos, muchísimos años. Ya no lo recuerdo. Por fortuna el prudente de Cesc jamás llegó a contagiarse con el virus. Pero en cuanto supo que su novio era portador, algo que Todd había ocultado durante años por miedo al rechazo... Cesc pidió matrimonio a Todd. Se fueron a Dinamarca a casarse... por aquellos años era de los pocos países que tenía ley de uniones civiles para homosexuales, creo que fue en el 94 o en el 95. Tu padre y yo estuvimos en su boda. Dos años después... Todd murió.
Cabizbajo, ante mí, en mi mente, se recreaba todo un pasado para mí desconocido.
–Qué horrible... Pobre Cesc... No tenía ni idea.
–Bueno, no me sorprende. A parte de que tú eras muy niño por aquellos años, siempre se ha llevado esta historia con mucha discreción, ¿no es así, Marina? –preguntó Cristina.
–Sí. La verdad es que nos afectó mucho a todos. Aunque Cesc consiguió salir adelante... en fin, jamás la vida ha vuelto a ser igual para él... como supongo que jamás volverá a serlo para mí –nuestra madrastra se emocionó. La muerte de nuestro padre no dejaba de golpearla.
Yo no podía levantar la vista de la mesa. Susurré:
–Ahora entiendo algunas cosas... Entiendo la actitud de papá respecto a la homosexualidad. Su amistad de muchos años con Cesc, su administrador, le acercó a esa realidad.
Marina me cogió la mano. Sentí su calidez contenida. ¡Cuántas sorpresas daba la vida!
Cristina suspiró. Y concluyó:
–Sin embargo, y a pesar de los chismes de Marta, de la mujer del alcalde y de quién quiera... sólo espero que el bueno de Cesc Garbella vuelva a encontrar el amor. Porque se lo merece... ¡y, madre mía, menudo hombre! ¡Qué hombre!
Los tres volvimos a recuperar el humor... ¡La vida, una sorpresa!
La noche ciega la cordura de las personas. La noche nubla el juicio de los más bravos. La noche erotiza al máximo cualquier situación entre dos hombres... La noche despierta nuestros más bajos instintos.
–¿¡Dónde coño me has traído!? –exclamó Lluc algo molesto al traspasar la puerta de un enorme local lleno de luces y sombras.
–Bienvenido al corazón de los bajos fondos del barrio gay de la ciudad –anunció con voz grave y varonil el bruto de Karl, enfundado en su chupa de cuero marrón y sus tejanos negros–: aquí encontraremos la mercancía que buscamos, querido Lluc.
La mercancía no era otra que un apuesto chulazo de origen cubano, un chapero de precio elevado, puto de lujo que dirían algunos, buscado por Karl con negros propósitos.
–¿Y qué vamos a hacer con él? –preguntó Lluc, echando un vistazo general a la sala principal de la discoteca, llena hasta la bandera de cuerpos.
Ante Lluc, quinientos tíos bailaban a toda máquina unos con otros, bajo las pasarelas donde unos impresionantes gogós de músculo y calzón mínimo animaban a la multitud. Karl se resiguió el labio con su lengua y se mordió el inferior, resoplando ante el género que se le mostraba.
–Sígueme –ordenó Karl, sin responder a la pregunta de Lluc.
Los dos aliados en la venganza se abrieron paso entre el gentío como pudieron. A cada paso que daban sus figuras eran objeto de deseo en las miradas de muchos. Karl, 21 años llenos de hombría, con su apariencia de macho dominante, la oscuridad de sus ojos y su cabello y a la vez su cuidada figura, estilizada y fuerte. Lluc, con sus 26 años y su altura, sus brazos fuertes, sus anchas espaldas y su solidez, sus ojos azules y su cabello rubio oscuro y esas atractivos rasgos faciales... todo un bombón... ¡heterazo! Se sintió cohibido entre tantos hombres que le desnudaban sólo con la mirada:
–Camina rápido –le ordenó otra vez Karl–, y no te asustes... No van a dejar de devorarte con la mirada y, como te despistes... te meten mano hasta el fondo de tus bóxers.
Lluc aceleró el paso y juntos abandonaron la sala principal de la discoteca. Se abría un pasillo que daba acceso a lo que parecía una amplia continuación del local. A mano izquierda había unos arcos que entraban a un espacio oscuro... pero curiosamente atiborrado de gente. Los gemidos y jadeos que procedían de su interior dejaron algo desconcertado a Lluc, que se detuvo ante uno de los arcos:
–Pero bueno, Lluc, ¡no me seas mojigato! Aquí se viene a lo que se viene: FOLLAR. La música y el baile es puro pretexto..., ¡no te entretengas!
–¿Y esto es lo que te va a ti, Karl...? –preguntó Lluc con sonrisa cínica.
Karl se detuvo en seco, se giró y detuvo con fuerza a Lluc, poniendo su mano sobre sus pectorales y con rostro serio y ceño fruncido clavó sus ojos marrones en los ojos claros de Lluc:
–No te engañes, amigo –dijo fríamente el alemán–, lo que nos va a todos los humanos... ¿O a caso no desearías tú una discoteca donde las tías se dejaran montar en los cuartos aledaños abiertamente y sin preguntar? La diferencia entre vosotros los heteros y nosotros los gays es que nosotros vivimos el sexo por el sexo sin tabús. Yo me moriré habiendo follado con centenares de tíos a lo largo de mi vida y llevándome ese placer a la tumba. La mayoría de heteros, en cambio, habrán saltado de coño en coño en los años mozos hasta vivir la frustración de la falsa felicidad conyugal, ¡jajaja...! –y se echó a reír.
–No me tomes por quién no soy. Yo no soy el santito de mi hermano Biel... un maricón que camufla su vergüenza de fidelidad y chorradas...
–Desde luego que tu hermano Biel no conoce estos bajos fondos... ¡Él se lo pierde! Te aseguro, no obstante, que en la cama Biel era tan puta como cualquiera de los que está ahí dentro –y señaló al interior del cuarto oscuro de la discoteca, donde docenas de tíos se lo montaban unos con otros. Karl sacó su sonrisa blanca llena de malicia.
Reanudaron el camino.
No. Desde luego que no. Desde luego que mi mundo no descendía a ese inframundo de Karl en que los sentimientos estaban vedados y todo era pulsión animal. Mi hermano se estaba adentrando en una realidad que nada tenía que ver con mi realidad.
Finalmente, llegaron a unos pasillos donde estaban los reservados, unas habitaciones individuales donde algunos asiduos del local preferían encerrarse con el elegido de la noche (o los elegidos...) y hacer entre ellos lo que gustasen... bajo la luz y en privado. Eran locales de pago y Karl se sacó de su cazadora (una magnífica chupa de cuero marrón) una llave. La metió en la cerradura del cuarto número 8, y antes de girarla, con las manos en el pomo de la puerta se volvió hacia Lluc con los ojos, esos tremendos ojos marrones de pasional contraste con el blanco puro y brillante de su retina, esos ojos encendidos por la lujuria y la venganza.
–¡Esta sorpresa te va a encantar, Lluc! –exclamó, y de un giro abrió la cerradura.
Al entrar se encontraron sentado en una butaca a un tío fuerte y joven, de unos veintisiete años, moreno y con un rostro de facciones varoniles, algo de barba, una barba castaña disimulada y muy bien recortada junto a sus patillas, unas espaldas muy anchas y unos brazos y unas piernas tan fuertes como su natural complexión de hombre de fuerza.
–Éste es Alexis, nuestro hombre –dijo Karl.
Alexis, el hombre, que estaba ojeando una revista en la butaca, la dejó en la mesilla y se levantó a saludar a Lluc, estrechándole sus fuertes y vigorosas manos. Alexis no medía más de 1,75 pero era tan fuerte y firme que imponía un gran respeto.
–¿Y para qué se supone que lo necesitamos? –interrogó Lluc mientras le acababa de estrechar la mano.
Karl se acercó al chapero y le pasó su brazo por la espalda, sujetándolo del hombro con gesto amistoso y, mirando a Lluc, declaró:
–Este hombre no sólo es un master del sexo. También es un dios del masaje –dijo Karl señalando una camilla al fondo de la habitación–. En su Habana natal era el mejor. Y aquí también. ¿Tienes acceso a los ficheros del personal del Olympic Galaxy, Lluc?
Lluc vaciló unos instantes, apartando la mirada de los dos tiarrones morenos que le acechaban, Karl y Alexis:
–Sí, puedo conseguirlo...
–¡Perfecto! Tienes que conseguir que Alexis entre como fisioterapeuta de la Ciudad Deportiva y que Marcos Forné esté en su agenda. ¡Que Forné esté en la agenda de Alexis! Él se encargará del resto... Con la ayuda de sus manos... –dijo Karl mientras tomaba con sus manos las manos de Alexis y reseguía sus dedos por sus labios–. Con la ayuda de alguna sustancia amiga conseguiremos material comprometido de Forné... follando con otro tío. ¿Verdad, Alexis? El uniforme blanco de los servicios de fisioterapia del Olympic te van a sentar genial en ese cuerpazo, Alexis. Y sin él... buffff, madre mía. Me estoy poniendo burro sólo de pensarlo –resopló.
Alexis, de ojazos verdes en contraste con lo castaño de su suave cabello y su tez morena, sonrió. Karl quedó prendado de su sonrisa y de sus ojazos, le agarró el cuello por la mano y le arrancó un beso, juntando ambos sus lenguas con gusto, jugando. Se separaron, se miraron, y rieron.
Lluc suspiró ante las trastadas de Karl.
–¿Cuánto nos va a costar?
–Por favor, Lluc, no agües la fiesta. De pagar a Alexis ya me encargo yo, ¿verdad, Alexis? –interrogó Karl, cuyos tejanos estaban empezando a ser rozados en la parte trasera por las sugerentes y fuertes manos de Alexis, que buscaba el culo de Karl–. Tú, Lluc, encárgate de todos los papeles para que este tiarrón esté antes de dos semanas trabajando en la Ciudad Deportiva y que Forné acabe en sus manos. Luego, vendrá todo. Estoy dispuesto a que unas fotos comprometedoras de Forné den la vuelta al mundo... acabaremos con su carrera deportiva y con su amor por Biel... forever . Estoy hasta los cojones de su fama de falso hetero...
Dijo todo esto sin dejar de acaramelarse con Alexis.
–Me parece bien –dijo Lluc con frialdad–, ¿podemos irnos ya?
Karl apartó la mirada de su chapero y acechó a Lluc, molesto:
–¿¡Irnos!? Deberías saber ya a estas alturas que Karl Zimmer sólo abandona cuando comprueba la mercancía. ¿Qué te parece...? –interrogó finalmente, dirigiendo otra vez la mirada a Alexis, una mirada llena de lujuria.
–Me encanta –susurró el cubano... cubanazo.
Lluc se empezó a enfadar. Empezaba a estar un poco harto de las formas de Karl... ¡era un aliado insoportable!
–Alexis... ¿por qué no te quitas la camiseta...? Aquí hace calor... –dijo totalmente seductor Karl, moviéndose unos metros, cruzando los brazos y llevándose su mano a la barbilla, inspeccionando la mercancía. Se situó al lado de Lluc, ya totalmente enfadado.
Alexis sonrió una vez más y se desprendió, muy cadenciosamente, de una camiseta de fibra blanca que previamente resaltaba sus fuertes pectorales e insinuaba unos abdominales sencillamente equilibrados y perfectos. Quedó de torso desnudo. Tenía un poco de vello, levemente, que reseguía los contornos de su torso. ¡Tremendo!, pensó Karl.
–¿Cuánto gastas de polla? –preguntó descaradamente el alemán.
–¡¡Pero bueno, Karl!! ¿¡Importa, realmente!? –inquirió, indignado, Lluc.
–A mí sí, mucho –dijo, tajante, Karl, y lanzó una mirada lasciva a Alexis, que la recibió lleno de receptividad...
–23 centímetros –respondió el chapero rascándose el paquete.
–Joder... Me supera hasta a mí. ¿Activo o pasivo?
–Lo que tú quieras...
–Jajajaja, qué bombonazo –musitó Karl–, aunque con esa tranca debes ser todo un follador... ¿Podemos verla...?
Lluc se dio media vuelta, dispuesto a abandonar la habitación. Ya había visto y sentido demasiado. Karl, rápidamente, lo agarró por el hombro y le ordenó volver:
–Tú te quedas o ahora mismo se acaba todo este plan –dijo muy serio Karl. Lluc obedeció.
Alexis, que ahora no dejaba de acechar a Lluc con clara pretensión de cazador, se deshizo de sus tejanos. También de los calcetines, dejando desnudos unos pies fuertes y atractivos... que Karl sin duda hubiera deseado lamer, subiendo hasta unas piernas portentosas y totalmente apetecibles. El tiarrón ya sólo cubría su desnudez con unos slips de fibra blanca muy sugerentes. Bajo esos slips blancos se dibujaba una soberana herramienta. El chico se llevó las manos a dentro, recolocando su material.
–Caramba, Alexis. Se te ve contento... –dijo Karl, aludiendo a la polla semierecta del chapero, que iba creciendo dentro de la tela.
–Me animo cuando veo especimenes de mi agrado... –y lanzó una furtiva mirada a Lluc.
–¿De veras...? –siguió el alemán. El chapero se mordió el labio inferior y entrecerró los ojos– ¿Qué es lo que más te gusta...?
Alexis se lo pensó unos segundos:
–Follar... Follar como perros...
Karl no lo dudó ni un instante y dio unos pasos firmes hacia Alexis, tomándolo por su cuello, un cuello musculoso y grueso como a los que él le encantaban, y empezó a comerle la boca a Alexis, que obedeció con gusto y prestó su lengua. El cubano le quitó salvajemente la cazadora a Karl y éste le bajó los slips al otro, descendiendo una de sus manos para acabar de empinar toda la fuerza de esa tranca. Mientras se besaban, Karl no cesaba de masturbar la polla de Alexis. Realmente eran los 23 centímetros prometidos y una de las garantías de la categoría profesional de ese puto...
Lluc estaba encendido de la ira y de la temperatura de ese cuarto. Karl y Alexis no dejaban de comerse la boca, de jugar con sus lenguas, de tomar uno el rostro y el cuello del otro, de palpar sus pieles... La mano de Karl masturbaba sigilosamente la polla de Alexis. En un momento, Karl se soltó de los labios carnosos del cubano y lo inspeccionó con su mirada, penetrando en sus ojos verdes, esos ojos divinos que contrastaban con la tez morena del chapero... Karl sonrió e inquirió:
–Dime qué deseas, Alexis.
Alexis miró más allá de Karl, al fondo del cuarto, a Lluc, y habló alto y claro:
–No haré el trabajo que me pedís si no...
Lluc arrugó su rostro, mareado.
Karl afinó su mirada sobre Alexis:
–No tengas miedo. Habla sin tapujos –y acarició su cuello y lo besó levemente, pegándole algunos pequeños mordiscos–. Dime qué deseas...
–Quiero comérsela...
Karl abandonó la piel de Alexis y giró su rostro completamente hacia Lluc:
–Quiero comérsela a él... –siguió el cubano.
Alexis había señalado a Lluc. Karl resopló, casi rugiendo, y sonrió de oreja a oreja. Se mordió el labio inferior y liberó sus ideas:
–Aarrrrrg.... Qué cabronazo... Justo lo que me esperaba. Haces bien, Alexis. Este tío necesita que le mamen la polla como ninguna zorra, ninguna fulana, se la ha mamado antes...
Lluc estaba temblando. No estaba dispuesto a continuar por ese camino. Karl abandonó a su tiarrón desnudo, empalmado hasta arriba y se acercó a Lluc, lo tomó por el cuello y le susurró al oído:
–Amigo mío: sólo una mamada...
–Karl, ¡basta!
–Lluc: sólo una mamada... Este tío nos va a costar una millonada, es el mejor de su profesión, ¡¡casi es un privilegio que quiera comértela y que no te pida lo contrario, que se la comas a él!!
–¿Pero de qué me hablas, Karl? ¿Por quién me tomas?
–Una mamada, Lluc. Cierra los ojos, piensa en una de esas zorras que metes en tu coche las noches de juerga y verás, sentirás, experimentarás... que jamás te la han comido como puedan hacerlo esos labios.
–Karl...
–De verdad, después de esto no sentirás que te has pasado a nuestra acera... –rió levemente Karl.
–Karl...
–Confía en mí.
Lluc cerró los ojos, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor. Karl, delante suyo a escasísimos centímetros, se mordió el labio y miró el rostro de Lluc encendido. ¡Cómo deseaba a ese cabrón de Lluc de Granados!, pensó. Le daba un morbo tremendo la idea de hacérselo con ese pedazo de hetero rubio, de ojos azules y cuerpo fibrado... Pero Lluc, por desgracia, no era para él. Así que se limitó a desabrochar la correa de Lluc y a desabotonar sus pantalones. ¡Joder, cómo desearía ir más allá de eso! Le bajó los pantalones y se apartó obedientemente del esbelto Lluc, dando vía libre a un Alexis, desnudo y empalmado hasta arriba, que esperaba su único turno.
–Que suerte tienes, cabrón –le susurró Karl a Alexis en la oreja.
–Tranquilo, que a ti y a mí nos espera una larga noche más tarde... si quieres –le guiñó el ojo el cubano.
–Cuenta con ello –espetó eróticamente Karl tomando la mejilla de Alexis.
Karl se retiró a la butaca de la habitación, dispuesto a contemplar una escena única e irrepetible.
Alexis miró a Lluc, ese tío plantado y con los ojos cerrados, tembloroso, respirando de manera entrecortada. Se resiguió los labios con su lengua y se arrodilló ante los bóxers de Lluc. Alexis empezó a masajear la polla de Lluc desde la tela. Una polla totalmente flácida y desangelada.
–Verás como en poco rato te levanto la tienda –sonrió Alexis, alzando su rostro arriba, a Lluc, sin que éste respondiera o reaccionara.
Hizo un masaje maestro sobre la fibra, animando un poco la verga. Le bajó los bóxers por debajo de la rodilla y tomó la tímida herramienta por la base. Con la otra mano masajeó las pelotas.
–Son unos cojones grandes... Esto promete...
Karl estaba sentado, excitado y empalmado. Resiguió su mano sobre su abultado paquete. Resopló de la envidia.
Alexis se llevó la polla de Lluc a la boca y empezó a presionarla con su lengua y con sus labios. Su movimiento de presión y su manera de salivar y estimular el glande escondido empezaba a hacer efecto.
Lluc suspiró levemente, liberando un brío de placer. Sus ojos cerrados no querían despertar en una escena antinatural para él, pero que le estaba empezando a reportar excitación.
Alexis llevó su manaza al culo de Lluc para atraer la tranca hacia él con más fuerza y controlar la postura erguida del mamado. Su succión iba frenéticamente a más hasta que la verga de Lluc, más que generosa en tamaño, estaba completamente erguida. Pudo descubrir el glande, al cual Alexis hechó saliva y resiguió con su lengua.
Lluc movía la cabeza algo ido, empezando a gemir por el exclusivo placer que estaba recibiendo.
–¿Te gusta...? –dijo Alexis desde abajo, mirando hacia Lluc y recreándose en su mirada encendida en el rostro de placer que leía en el chavo europeo al que le estaba comiendo la verga.
–Calla y sigue –ordenó un Lluc de ceño fruncido por el placer y la lujuria, respirando aún más entrecortadamente.
–Tus deseos son órdenes –sonrió maliciosamente Alexis.
Alexis atacó por completo y se zampó de una sola entrada toda la polla de Lluc. Empezó a succionar de arriba a abajo con rapidez y fuerza, aumentando los jadeos de Lluc hasta el extremo. Karl miraba pasmado la escena desde el rincón:
–Joder, cómo le folla la boca con la polla... ¡Cabrón! –dijo por lo bajini, haciendo atisbos de querer liberar su polla para apagar con una paja la calentura acumulada bajo su pantalón.
Alexis emitía un sonido poseso, dominado también por el placer, un gemido que se liberaba tenuamente entre subida y bajada a la polla, de la punta a la base, con los ojos cerrados y sólo dejando entrever el blanco de los ojos, abducido por la lujuria. Lluc también cerraba los ojos al placer que se le desplegaba inevitablemente. Gemía totalmente dominado por esa follada de boca.
–Ahhhhh, ahhhhh, ahhhhhhh –los gritos de Lluc empezaban a ser evidentes ante el tremendo gustazo que estaba sintiendo.
Alexis abrió los ojos para contemplar al macho preso de placer. ¡Objetivo conseguido!
–No habrá tía que te la mame así, amigo –dijo caliente en un leve parón, mientras le zambombeaba la polla con la mano para mantenerla a cien en la breve pausa.
Volvió a ello con más fuerza e insistencia, mamando como un poseso que no tenía fin. Lluc estaba fuera de sí, tirando su cabeza hacia atrás, con sus ojos cerrados, muerto de placer:
–¡¡¡Jooooooooooodeeeeeeeeeeeeer!!!
Karl se quemaba por dentro.
Lluc llevó su mano encima del hombro de Alexis, apoyándose en el maestro mamador y buscando la postura más cómoda para el estallido de placer.
–No tengas miedo, Lluc. Guíale con tu otra mano. Fóllale la boca como ningún hetero se la ha follado, cabrón –exclamó Karl desde la butaca.
Lluc, poseído, llevó su otra mano al cuello de Alexis y acompañó la mecanicidad del cubano. Consumido por el placer le agarró bien fuerte de su cabello moreno.
–¡¡¡¡Hijo de puuuuuuutaaa!!!! –gritó de absoluto y completo éxtasis Lluc, agitándose como un hombre elevado al estallido de placer.
Alexis disfrutaba al máximo, mientras se machacaba su propia polla en el suelo.
El vientre de Lluc hizo un espasmo. Iba a correrse en nada.
–Vamos, Lluc, ¡córrete en la boca de Alexis! –gritó Karl– ¡Córrete en él!
–AAAAAAHHHHHHH, jooooodeeeeeeeeerrrrrrr –jadeó brutalmente Lluc, que se venía.
–¡Vamos, Lluc! ¡¡Descárgale tu leche!!
–Ya vieeeeeeeeneeeeeeeeeee....
Alexis se sacó la polla de Lluc de la boca y aguardó muy cerca del capullo. Lluc lo roció completamente con su lefa, alguna cayendo acertadamente dentro de la boca del cubano, otra alrededor de su rostro. Alexis estaba con una sonrisa completa, lleno de satisfacción, jadeando y completamente sudoroso. Igual que Lluc.
Lluc gritó durante medio minuto, dando paso a unos gemidos de resaca y ardor absoluto. Seguía con su mano apoyada en el hombro de Alexis, dominado bajo sus piernas y satisfecho, con la lefa en la cara.
Karl se levantó del sillón y se acercó a ellos dos. Rodeó con su brazo a Lluc, abatido y consumido por el placer, que no dejaba de jadear:
–¿...Ves cómo no era tan malo...? Si te vieras la cara de placer, ¡cabrón! –y le plantó un beso en el cuello.
Lluc, extenuado, ni se inmutó.
“Espérame esta noche”, le había dicho yo a Marcos, en el Olympos Stadium. Y la noche llegó.
Marcos Forné se movía nervioso entre las paredes de su nuevo ático en el centro de la ciudad. Ya eran las ocho de la tarde. Resiguió con sus pensamientos todo lo que había vivido conmigo, Biel de Granados, en los últimos meses. Él también había hecho su parte de los deberes, y había pensado (y mucho) sobre cómo afrontaría el futuro de esa relación. Entró en su dormitorio y revisó todo el entorno. Quería que todo estuviera perfecto, todo en su lugar. No pudo evitar volver a mirar en el cajón de la mesita de noche y comprobar... ¡sí, allí estaban los condones! Se sentía como un niño ante lo nuevo. Se fue para la cocina y revisó que lo que había preparado para cenar estuviera en perfectas condiciones. Volvió a dar la enésima vuelta al ático. Se reclinó de espaldas contra la pared del pasillo y suspiró con los ojos cerrados. Sentía ese cosquilleo en la barriga del primerizo, aunque de primerizo, él, nada... La primera vez que Marcos y yo habíamos hecho el amor había sido todo tan inesperado e improvisado, que no hubo tiempo para la espera llena de nervios e incertidumbre. Ahora todo se inundaba de los nervios del enamorado esperando al amado...
–¡Las velas, maldita sea! –exclamó Marcos, yendo con rapidez hacia su estudio.
Marcos había preparado una preciosa mesa de cena con una cesta de mimbre y unos pétalos de flor de almendro, unas copas, una cubertería y una vajilla preciosas. ¡Pero faltaban las velas! Sacó de unos cajones unas velas de cera aromática de cereza, y las llevó a la mesa del salón-loft. Justo las estaba encendido que, ¡por fin! sonó el timbre.
–¡Ya va...! –Marcos esbozó una sonrisa de oreja a oreja y se desplazó corriendo hasta la puerta.
Se apostó junto a la puerta, se echó un vistazo en el espejo que había a un lado, se resiguió su flequillo, ese flequillo de tonos claros en su cabello castaño grisáceo, se resiguió los labios con su lengua para humedecerlos –¡presumido!– y puso sus manos en el pomo de la puerta para abrir con elegancia:
–¡Bienveni...!
–Marcos...
El rostro de Marcos se volvió blanco y pálido:
–¿Sandra? ¿Qué haces aquí...?
Hubo un espeso silencio. Sandra estaba al otro lado de la puerta, en la escalera, preciosamente vestida con una chaqueta roja de charol y unos tejanos oscuros, sujetando una gran maleta y sosteniendo con la mano un papel donde se indicaba la dirección “de soltero” de Marcos. Miraba a Marcos con dulzura y a la vez con miedo... El miedo del rechazo. Marcos no sabía cómo reaccionar.
–Qué sorpresa... Sandra, no me lo esperaba para nada.
Bajó la mirada, confundido.
–¿Me dejas entrar? –dijo ella con toda la inocencia del mundo.
–Por... por supuesto –y alargó su brazo hacia adentro, invitándola a entrar.
Le cogió la maleta y él mismo la introdujo, dejándola en una esquina del recibidor.
Sandra entró llena de curiosidad. No tenía ni idea de a dónde se había trasladado Marcos tras romper con ella. Habían dejado para siempre su preciosa casa de Can Roca, la mejor urbanización de la ciudad, donde se habían instalado dos años antes, cuando el Olympic había recuperado a Forné tras sus años en Inglaterra. Entonces, Sandra pensó que aquella impresionante casa sería el hogar de un Marcos y una Sandra unidos como marido y mujer. Era el curso normal de una relación de muchos años que, inesperadamente, se había visto truncada.
Sandra inspeccionó el salón-loft y se detuvo en un inmenso detalle: una mesa ataviada... muy románticamente y con sus velas encendidas.
Marcos fiscalizaba a Sandra desde atrás. Ésta le daba la espalda, con la mirada fija en la mesa, en las velas, en el claro color de los pétalos de flor de almendro de aquella cesta de mimbre. Sin girarse hacia Marcos, habló:
–Me parece que me he presentado aquí en mal momento.
Y se dio la vuelta, fijando su vista en los ojos de Marcos que, ruborizado, frunció el ceño.
–Estaba esperando a alguien...
Sandra se mostró confundida. Todo ese viaje de retorno hasta Barcino, desde Londres, tenía por misión reencontrarse con la realidad que alguien, un misterioso chico alemán de veintipocos años, le había contado: la de un Marcos solitario y arrepentido a la espera de su princesa.
–Me he equivocado al venir, ya veo –dijo Sandra, negando con la cabeza.
–Sandra...
–Lo siento, Marcos. Te he importunado. Debo irme.
Sandra emprendió rápidamente el camino hacia la puerta, dejó a Marcos atrás, pero éste se dio media vuelta y la cogió por el brazo:
–Sandra, espera, por favor.
La chica se detuvo y se volteó hacia su exnovio. Lo miró con una dulzura y un amor fuera de toda duda. Ella sintió el impulso de acercarse a él y besarlo. Ya había llevado su mano al rostro de Marcos y había acercado sus labios a los de él cuando Marcos, bruscamente, alzó su mano derecha y apartó la mano de Sandra de su mejilla, rechazando el beso de ella. Sandra se sintió confundida. Miró con desconcierto a Marcos y las lágrimas empezaron a brotar desde sus ojos. Marcos también estaba impactado y lloroso.
–Marcos...
–Sandra... Sandra, lo siento.
Fueron los segundos más horribles en los años en que la pareja (o ex pareja) se conocía. Marcos tragó saliva y abrió bien los ojos, acechando a Sandra.
–Marcos... no entiendo nada.
Marcos recuperó la contención, se puso serio y llevó su mano al hombro de Sandra:
–Tenemos que hablar, Sandra.
Hablar. Acción de decir palabras para darse a entender. A menudo las palabras no son suficientes para dejar las cosas en su lugar... y hacerse entender. Especialmente cuando hay alguien dispuesto a envenenar esas palabras. Fue mucho tiempo después que yo, Biel de Granados, llegué a comprender la profunda miseria de los hombres, capaces –algunos– de cometer las peores fechorías en nombre de la pasión, el deseo y el instinto de absoluta posesión. Como ya dije... esta no es una historia sólo sobre el amor. Llega un momento en cada una de nuestras vidas en que el control que parecemos mantener sobre nuestro destino se escapa resbaladizamente de nuestros dedos... Y ya no hay vuelta atrás.
¡Gracias por leer, valorar, comentar...! El capítulo ocho (VIII) es clave para algunos de los acontecimientos que ocurrirán hasta el final de “Simplemente Biel”. Lo que habéis leído en la primera escena, el comienzo en la ópera, es un flashforward que sucede dentro de dos meses desde la reconciliación de Biel y Marcos, reconciliación que ha culminado hoy en este episodio, siguiendo la escena del pueblo de Marcos. La escena de la ópera, aunque sorprendente por todos los elementos que aparecen, se retomará en el décimo capítulo (X), siguiendo el tiempo narrativo de la historia. Hasta entonces, lo sé, hay muchas claves por descifrar... La historia va cerrando el círculo.
¿Qué le contará Marcos a Sandra? ¿Hasta dónde estará dispuesto a llegar Lluc de la mano de Karl? ¿Podrán vivir Biel y Marcos su amor sin privaciones?
PRÓXIMO CAPÍTULO – “SIMPLEMENTE BIEL (IX) «Arma caliente»” – SÁBADO 14/04/2012
Previsión de próximas entregas:
Capítulo X – ? de mayo
Capítulo XI – ? de mayo
Capítulo XII (y final) – 2 de junio