Simplemente Biel (VII) - Un billete de vuelta
Nunca son tan peligrosos los hombres como cuando se vengan de los crímenes que ellos han cometido... algunos cegados por la pasión, otros por la envidia. Amor vincit omnia?
Pasión, fama, orgullo y sentimientos se mezclan en la historia de Biel de Granados y Marcos Forné. Un chico de dieciocho años con circunstancias únicas y excepcionales y un joven dios de veinticinco que descubre su verdadero ser. El poder, la familia, las emociones, el sexo y las aspiraciones del corazón en una historia para gozar y reflexionar. La lucha contra un mundo de frivolidad y prejuicios y la conquista del derecho a amar y ser amado.
VII
– Mío… siempre serás mío…
Marcos me había dejado completamente desnudo, tendido sobre una suave manta desplegada sobre la hierba. Él se había deshecho de su camiseta y, con su torso desnudo, aún mantenía sus tejanos negros en esas piernas macizas de dios del balón. Se descalzó, desnudando sus pies, y se sentó encima mío, sobre mis espaldas, yo completamente vuelto hacia abajo, esperando la magia de sus manos en un masaje liberador al aire libre en esa jornada de campo y sol.
Se volvió a acercar a mis oídos, y me susurró con sus labios:
–¿Me has oído, Biel? Siempre… siempre serás mío… –y lanzó sus divinas zarpas, sus manos y sus dedos, a mis hombros, empezando a masajear mi piel.
Yo me dejé llevar por la serenidad del momento, por la dulzura de su tono de voz y el vigor de sus manos maestras, cerré los ojos y pude sentir con intensidad como presionaba cada parte de mi cuerpo con sus dedos.
Dejó llevar sus manos a mi columna, descendiendo poco a poco, haciendo fuerza. Noté como se echó hacia delante, encima de mi espalda, notando su pecho sobre mi espalda, su latido, y empezó a besarme muy suavemente. Primero el cuello, bordeándolo magistralmente con esos labios carnosos, luego la espalda. Centímetro a centímetro. Beso a beso, acompañado de su lengua. Enloquecía interiormente de sentir su respiración intensa y entrecortada encima de mi piel. Sentir cómo él aspiraba mi piel, como se embriagaba de mi olor jovenzuelamente macho y cómo me devolvía el fuego que llevaba por dentro expirando sobre mis poros. Ah… qué ardor tan dulce… Y cómo simultaneaba sus besos cada vez más insistentes sobre mi espalda con su masajeo encima de mis hombros, mis brazos y descendiendo, poco a poco, hacia mi cintura y mis nalgas. De golpe, me presionó bajo mis pectorales, extendidos sobre la manta, para forzarme a volcarme boca arriba, sentándose Marcos encima de mi sexo, notando yo lo abultado de su paquete (aprisionado en ese sexy tejano campestre) encima mío. Sus manazas me desarmaron extendiendo mis brazos y agarrando mis muñecas sin que yo pudiera moverme, y se lanzó a mi boca, sin dejar de besarnos durante varios minutos.
Marcos repitió el itinerario descendente. Anteriormente en mi espalda, ahora en mi torso. De mi barbilla a mi cuello y a mi abdomen, no deteniéndose sus labios frente a nada. Pasó las lejanías del ombligo, rumbo a más abajo, y yo me sobresalté un poco:
–Mar… Marcos… –balbuceé como pude del placer que estaba sintiendo gracias a su lengua y sus labios, sus dedos… todo–, ¿a dónde estás bajando?
Marcos dejó de rechupetear mi abdomen, con los ojos cerrados, y abrió con picardía sus párpados para mirarme mientras se relamía los labios, sonriéndome como un niño malo:
–¿A dónde crees que bajo, Biel…?
–Marcos…
–¿Dudas de mi capacidad? –siguió sonriendo, muy travieso.
–¿Que si dudo…? –le miré con asombro…
¡Marcos era un primerizo expertísimo en el arte amatorio! Suspiré…
Marcos dirigió su brazo y sus manos a mis pectorales y me forzó a reincorporarme, a tumbarme. Se echó otra vez sobre mi cuerpo y me comió la boca, me besó con dulzura, se apartó momentáneamente de mis labios sin dejar de mirarme, hipnotizado de mí, atrapado en el fondo de mis ojos y yo prendado de sus ojazos verdes acechándome.
–Relájate… –susurró con decisión, tomando el control de la situación.
Eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Marcos descendió hasta mi vergel y se llevó mi polla, erecta al máximo, a su boca. Por primera vez lo penetraba…
La mezcla de placeres iba creando un cóctel detonante de gemidos y rugidos de goce completo. Éramos afortunados, al estar alejados de todo en aquel prado solitario, a resguardo de un par de alcornoques.
–Marcos… no tan rápido, por favor… Ah, ah… Ah, sí…aaaaah, ooooooooooohhhhhhhhh
–Biel… ¡¡¡Biel!!!
Un terremoto me despertó en mis dulces y húmedos sueños… ¡Diablos! La realista escena de Forné dando rienda suelta a mis deseos sólo había sido un sueño… Y mi hermana Cristina, desde la puerta de mi dormitorio, gritaba y agitaba los brazos para ponerme en pie.
–Cris… ¿qué hora es…?
–El notario se ha adelantado y tenemos cita con él a las nueve. ¡La mañana se te echa encima, vamos! –y se acercó a mi cama para sacarme de ella. Me cogí sonrojado el pantalón del pijama. No dormía con bóxers, y la tienda de campaña que yo había levantado bajo los pantalones era evidente. Aunque nada de ello importaba a la buena de Cris. Me lanzó prácticamente al baño y yo, cerrando la puerta por dentro, me miré al espejo y vi en él a un Biel solitario, abandonado, alejado del amor merecido. Llevaba un mes sin saber nada de Marcos. Más de un mes. Más de cuatro semanas sin una palabra, un deseo, una esperanza, una explicación. Marcos parecía haber entrado en mi vida con la fuerza más grande que uno pudiera imaginar antes de la muerte de mi padre y, tras la muerte, se había evaporado. Moría de verlo en los partidos que el Olympic Galaxy había disputado tras el inesperado adiós de mi padre, pasaba las páginas de los periódicos donde él aparecía con incredulidad… Y sin embargo, yo sabía que Marcos había sido mío, y yo suyo y ahora… ahora… ¿Qué demonios había pasado? ¿Y por qué?
Ese mes se me había hecho eterno. Ese mes sin saber nada de Marcos... Me sentía como el lector preso de mi propia historia, el lector de esas novelas que aparecen por fascículos en las revistas o en internet y que sufren un parón a media temporada... La ansiedad me invadía. Tenía miedo que esa historia, mi historia, no tuviera más capítulos, me dejara sin final. Una esperanza rota. Ese mes de luto riguroso sólo había hecho más desesperante mi inexplicable separación de Marcos. Ahora más que nunca sabía cómo lo amaba... cuánto lo quería... ¡con todas mis fuerzas! Pero él había desaparecido de mi día a día, precisamente cuando nos habíamos entregado sin más el uno al otro... ¿Por qué?
Mi hermano Lluc llevaba semanas desaparecido de la vida familiar. Entraba y salía sin dar mayores explicaciones. Se mostraba desagradable con nuestra madrastra, Marina, y a mí no me dirigía la palabra. Había escuchado discutir a Cristina y Lluc varias veces. Todos nos habíamos rejuntado entorno al hogar familiar tras la desgracia que nos había sucumbido con la muerte de nuestro padre, pero cada uno de nosotros nadábamos en nuestro propio océano. Aquella mañana, misteriosamente, Lluc había salido tempranísimo de casa, se había montado en su Ferrari rojo y se había echado a volar a velocidad de vértigo… a las fauces del león…
Lluc abrió la puerta de aquel ático con las llaves que Karl le había proporcionado. El alemán canalla de cerca de veintiún años, mi ex de la adolescencia, se había instalado en un lujoso ático de los barrios marítimos de la ciudad, disfrutando de un gran salón con una gran mampara de vidrio con vistas a la terraza y, con ella, a todo el mar que ofrecía la ciudad en la que reinaba nuestro Olympic Galaxy. Marzo estaba más que adentrado, la primavera acababa de comenzar, pero aún la terraza estaba cubierta y protegida del exterior.
Lo primero que Lluc escuchó al abrir la puerta del ático fueron unos intensos gemidos, secundados por unos sugerentes gritos:
–Ahhhhhhhhh, fuck me , pedazo de cabrón… Aaahhhhh, sí, sí, sí, sí, síiiiiiii… ¡Fóllameeeee!
Dos hombres se lo montaban en la terraza... ¿Karl y Christian, su pintoresco novio? ¿Quién, si no?
Sin adentrarse en la escena, Lluc podía seguir perfectamente con sus oídos el compás del escroto de uno golpeando sobre el culo del otro.
–Ábrete más, hijo de puta… ¡¡Que te abras!!
Se oían golpes y gemidos…
Lluc se adentró en el ático y cruzó la puerta vidriada de la terraza. Sintió el burbujeo de un jacuzzi, miró a un lado y encontró a Karl y su nuevo novio, Christian, montándoselo en el jacuzzi, medio sumergidos de piernas para abajo, puesto en pie e inclinado hacia el borde Christian y cabalgándolo desde atrás, en pie, Karl, con el agua tan sólo por debajo de la rodilla. El culazo de uno recibía el cañón del otro.
–¡Fóllame más, cabrón! –exclamaba Christian, el chico de no más de diecinueve años, de pelo castaño y ojos azules, delgado pero muy fuerte y curtido en el gimnasio... su culazo era escultórico, además de superpasivo– ¡Que me folles más! –gritaba a Karl.
–¡¡Eso hago, pedazo de puta!! ¡Eres mi putón! –le gritaba el otro, agarrándole por el pelo y tirando de él, cerrando los ojos el otro de placer y mordiéndose los labios.
Lluc no sabía que hacer en ese momento, si largarse de allí o irrumpir en medio del festín. Pero Karl lo controló todo:
–Ponte cómodo, Lluc –le dijo Karl dirigiéndole una mirada llena de lascivia y placer, mientras se follaba a Christian– a éste lo dejo yo recargado en unos minutos –y volvió a su faena con más fuerza, bombeándole el culo con ardor.
Lluc se sentó en un sillón de mimbre en un rincón de la terraza, viendo la escena impertérrito. Se sacó un cigarro y se lo encendió. La escena que presenciaba, dos tíos montándoselo salvajemente a las ocho de la mañana, desnudos en un jacuzzi, no le producía ni frío ni calor. Miraba impasible un acto animal. Salvajemente animal. Se fijó en el cuerpo de Christian y en el de Karl. Eran dos tiarrones portentosos. Karl bien macho, con su barba recortada y su vello en el cuerpo también perfectamente recortado. Sus muslos soberanos y su equilibrio entre altura y masa. Christian, más niño, pero con unos contornos muy trabajados, y, pudo ver, una muy generosa verga, y, nuevamente, un culazo de pasivo.
Karl lanzó sus brazos a los hombros y la espalda de Christian, arañándole sin rubor, e hizo la sacudida final. Se corrió dentro de su novio... y sin condón, como a él le gustaba.
Acabaron jadeando sin cesar, llenos de sudor. El baño en el jacuzzi no les había aseado nada. Sin dejar de jadear, y con su miembro aún en las entrañas de Christian, Karl dirigió la mirada a Lluc, prendidas sus pupilas por el fuego del sexo salvaje:
–Este chico necesita dos raciones de leche al día… Una vía anal y otra vía oral… ¿Quieres un poco?
Lluc se quitó el cigarro de sus labios y exhaló una calada intensa:
–¿Cuántas veces tengo que decirte que no me interesa montármelo con maricones?
Karl sonrió con malicia y resiguió los labios con su lengua. Se sumergió en el jacuzzi para remojarse y liberarse del sudor del acto sexual y salió, al instante, buscando una toalla. Christian se quedó dentro, burbujeando con el agua de la bañera. El alemán se acercó desafiante a Lluc, secándose impúdicamente y sin rubor su polla semierecta y sus pelotas, comprobando Lluc lo perfectamente dotado que estaba. Finalmente, se puso la toalla entorno a su cintura.
–¿Así que no te interesa el sexo con... maricones? Tal vez, Lluc, algún día descubras, como mínimo, que nadie… NADIE se zampará mejor tu polla que otro tío. Créeme.
Lluc sonrió y apartó la mirada.
–Dejémonos de chácharas y vayamos al grano, ¿te parece, Karl? –inquirió Lluc, apagando el cigarro.
Karl se echó en una tumbona, de cara a Lluc. Se quitó la toalla de la cintura, la lanzó a lo lejos y quedó desnudo, tendido en su tumbona, reposando sus portentosos muslos, rascándose los huevos sin disimulo y mirando a los ojos a Lluc mientras masajeaba su verga sistemáticamente... sin apartar la mirada de Lluc.
–¿Que vayamos al grano, dices? El grano, mi querido Lluc, está a punto de reventar… ¿Hoy abrís el testamento de tu padre, no?
Lluc simplemente asintió con la cabeza, bajando la mirada. Así era...
–Entonces tenemos que ponernos en marcha ya. De momento hemos apartado a tu hermano Biel de su queridísimo Marcos Forné durante unas semanas. ¿Pero cuánto durará eso? Basta que los dos hablen largamente, basta que se sinceren el uno con el otro, para que se sepa que yo no pasé la noche con tu hermano Biel como Marcos piensa, sino que… tú me metiste en vuestra casa aquella noche del funeral...
–¿Qué has pensado? –interrogó Lluc con la mirada.
–Sólo te avanzaré dos cosas: chaperos… y Sandra Smith.
Lluc abrió los ojos como platos, sorprendido:
–¿Sandra… Smith?
–La exnovia de Forné.
–Sé quién es Sandra Smith. Pero, que yo sepa, ahora vive lejos de aquí. Volvió a Londres, con sus padres, tras romper con Marcos. No quiero involucrar a la ex de Forné en nada de esto... Está muy lejos de aquí.
–¿Y? Te aseguro yo que en pocas semanas Marcos va a desearlo todo… TODO… excepto ser maricón. Conozco a estos hombres millonarios y jóvenes que viven en el armario. Prefieren follarse toda la vida a un coño (o al menos aparentar que se follan a uno...) que vivir la vergüenza pública de salir del armario.
Lluc rió con la vulgaridad de Karl.
–Y te aseguro que acabará creyendo que ni siquiera ha sido homosexual… Simplemente… creerá que se dejó llevar por los instintos ante la perversión de un niñato de dieciocho años deseoso de un macho que lo dominase…
–Mi hermano Biel…
– Voilà . Estos tipos que desde los quince o los dieciséis años sólo han tenido una novia formal y luego llegan a los veinticinco, más o menos, y necesitan emociones fuertes yo me los conozco… Los conozco muy bien. Para Marcos… sí, Biel sólo va a ser un paréntesis… un paréntesis a olvidar. Te lo prometo.
Lluc miró con interés a Karl. Ese tiarrón malote parecía tenerlo todo muy claro. Y hablaba con una suficiencia que no dejaba lugar a dudas.
–¿Y lo de los chaperos? –preguntó Lluc.
Karl dejó de magrearse las pelotas y se llevó la mano al mentón de su barbilla, rascándosela con misterio.
–Todo se andará.
–¿¡De quién habláis!? –exclamó una voz a escasos metros de la terraza. Era Christian, hundido en el placer postcoito del jacuzzi.
–Sigue zumbándote la polla, cariño –le ordenó el bruto de Karl a su novio, con desgana y sin apartar la mirada de Lluc.
Lluc lo desafió. Se levantó y se dirigió al jacuzzi, manteniéndose en pie a escasos metros. Christian repasó con la mirada a Lluc de Granados de pies a cabeza, deteniéndose en su paquete.
–Dime, Christian, ¿qué sabes de Marcos Forné? –inquirió un Lluc muy serio.
–Marcos… ¿Forné? ¿El maricón del que hablabais es Marcos Forné? ¡My God! ¿Ese tío es gay? ¿¡En serio!? Uoh ¡Pero si está tremendo...!
Lluc sonrió divertido.
–El mismo. Marcos Forné. ¿Qué sabes de él?
–Tiene las piernas más golosas de todas las ligas europeas, un culazo para comérselo hasta morir, un cuerpo de escándalo, unos ojazos… Ay qué ojazos. ¿A caso no visteis la campaña de Calvin Klein del año pasado? Me lo comía todo. Porque esos bóxers y slips dibujaban un paquetón que… bufff, me pongo burro sólo de pensarlo.
Karl resopló desde su tumbona:
–Niñatos… –suspiró, resignado–, se derriten con esos tiarrones en anuncios de calzoncillos… pero luego necesitan un macho como yo para que los monten bien. ¡Críos!
Se hizo el silencio. El ambiente se podía cortar con un cuchillo. El notario Riera leyó los términos del testamento de nuestro difunto padre y todos nos miramos los unos a los otros. Pero sobretodo, todos me miraron a mí: “Por la presente, declaro que mi hijo menor Biel de Granados Abelló es el depositario del liderazgo y presidencia de las corporaciones y sociedades que lego en conjunto y en cuatro partes indivisas a mis tres hijos y a mi esposa Marina”. Todos recibíamos una cuarta parte de los bienes y las participaciones en empresas y sociedades. Todo se repartía entre nuestra hermana mayor Cristina, nuestro hermano Lluc, yo mismo como hijo menor y nuestra madrastra Marina. Pero sólo a mí me era encomendada la misión de ser la cabeza visible de la familia y el titular de las empresas. La misión de seguir haciendo grande el proyecto empresarial de los Granados.
–¡Bastardo! ¿¡Cómo has podido...!? –mi hermano Lluc se levantó agitado de su silla y empezó a increparme. El notario Riera se turbó y tartamudeaba, llamando a la calma y el respeto.
–¡Basta, Lluc! Yo no sabía nada... NADA –le respondí. Ahora empezaba a comprender lo que Cesc Garbella, el administrador de mi padre, me dijo el día del funeral: “Estate preparado, Biel. Todo está a punto de cambiar.” Fue el mismo Cesc, presente en la reunión familiar ante el notario como albaceas testamentario de mi padre que era, que inició una mediación con mi hermano:
–Lluc: no sigas por ese camino. Tu padre os ha legado a todos vuestra parte correspondiente del patrimonio y los negocios. Pero alguien ha de liderarlo desde la familia y ese alguien, elegido por tu padre, ese es Biel.
Miré de reojo a Cesc, que ese día –como siempre– estaba elegantemente vestido con un traje de americana aterciopelada negra, haciendo contraste con una camisa y un chaleco grisáceos... Y ahí estaba su rostro amable y atractivo de hombre joven madura de treinta y ocho años... con su cabello rubio perfectamente engominado en su flequillo casual. Joven y maduro. Serio y conciliador. ¡Cesc Garbella!
–¡No me vengas con cuentos chinos, Garbella! Tú no eres de la familia y no tienes que aleccionarme de nada. ¡Yo NO acepto este testamento! ¿Qué hace un niñato de dieciocho años al frente del Olympic Galaxy? ¿O de las otras empresas? ¿¡Qué broma es esta!?
–No sé qué te resulta tan extraño –siguió Cesc, con todo pausado y conciliador, buscando la serenidad de Lluc, algo imposible–: el Grupo Alpha, la principal editorial del país, está liderada por el hijo único de los Almeda, que heredó al morir su padre teniendo él apenas la misma edad de tu hermano Biel. ¿Quieres más? Los herederos del emporio textil de Wenceslao Corp. se hicieron cargo a los veinte años de todo... La vida tiene estas cosas para gente como vosotros, gente de poder e influencia... Igual que el mecánico de dieciocho años hereda el taller de su padre si éste muere.
–¡Que no me vengas con cu-en-tos, te digo! ¡Este niño lleva tramando esto desde que tiene uso de razón, es un ambicioso sin escrúpulos ni sentimientos!
–Te vuelvo a repetir, Lluc, que yo no sabía nada –volví a repetirle por mi parte. Vano intento.
–Sí, claro... como tampoco sabías nada cuando le comías la cabeza a papá mostrándote como el hijo perfecto, estudioso, inteligente, responsable... ¡Un maricón es lo que eres! ¡¡Maricón!!
Lluc me bloqueó con su feroz ataque.
–¡¡¡Ya basta!!! ¡¡¡Por favor, basta!!! –Marina, nuestra madrastra, profundamente turbada y afectada, con visos de ansiedad, gritó desesperada.
La pobre de Marina llevaba un mes de desolación y llanto. Su rostro de cuarenta y seis años se había deteriorado y unas profundas ojeras apuntaban debajo de sus ojos. Aunque había procurado no separarme de ella en aquellos días de desgracia, ella tendía a la soledad y la oscuridad... Tomaba pastillas para dormir y se encerraba por los rincones de la casa. No parecía la mujer vital de siempre, luchadora, triunfadora, valiente y locuaz. ¡Marina, cuánto te necesitaba en aquel momento!
Cristina, nuestra hermana mayor, miraba la escena desde un lado del corrillo, hasta que decidió sentenciarla:
–Voy a ser clara con esto. No me gusta nada todo esto de testamentos y herencias. Lluc: puedo garantizarte que nuestro hermano Biel no estaba al corriente de las últimas voluntades de papá... pero yo sí.
Cris nos dejó a todos estupefactos. Dirigió al notario su rostro femenino, habitualmente dulce y atento, ahora con un semblante grave y firme:
–El notario Riera puede dar certeza de lo que digo –continuó explicando–. En otoño pasado, cuando Biel volvió a la ciudad para comenzar sus estudios en la universidad, yo misma vine con papá aquí para rehacer este testamento. En las anteriores redacciones yo, como hija mayor, como primogénita que soy, era la depositaria de la titularidad de las sociedades. Y fui yo misma, cuando Biel cumplió la mayoría de edad, que convenció a papá para que hiciésemos este cambio. Tanto papá como yo estábamos de acuerdo en que Biel era y es el más preparado de los tres para hacerse cargo de esa responsabilidad. Y te voy a dejar algo muy claro, Lluc: no voy a permitir que nadie –NADIE– ponga en cuestión esas últimas voluntades. ¡Demonios, que era nuestro padre...! Te exijo el respeto que le debes. El respeto que todos le debemos a papá.
Visiblemente afectada, mi hermana Cris me dirigió una mirada de apoyo y cariño. A mí se me venía una revolución encima... pero contaba con ella, contaba con Marina, contaba con Cesc... ¿Y mi hermano Lluc...?
El silenció volvió a apoderarse del despacho del notario. Lluc se levantó de su silla y nos miró a todos con desprecio, uno a uno... deteniéndose finalmente en mi rostro:
–Tú... –y me señaló con el dedo, lleno de rabia en sus palabras– tú no eres mi hermano. Y esto NO acaba aquí. Te lo prometo.
Y se fue, subiendo un nuevo escalón en su ascensión hacia la venganza que acabaría por envenenar nuestra familia.
Todo estaba decidido. Yo me pondría al frente de la familia en el plano empresarial. Se me dio un mes para organizar mi tiempo y mis compromisos de joven de dieciocho años. Se acordó con la universidad que seguiría formándome en los estudios de Economía y Empresa de manera individualizada y tan continuada como me fuera posible. Sentí como Francesc Garbella y, en menor medida, mi hermanastra Marina, dada su situación frágil, se hacían cargo de mi vida, rediseñándola según lo marcado por mi padre. Y llegó el día de poner los pies en las oficinas de la Ciudad Deportiva del Olympic Galaxy como presidente.
Me senté en la silla de mi padre. En el gran despacho de las oficinas del Olympic Galaxy. La misma silla que él ocupó como presidente del club. Me senté y sentí en mí toda la fuerza de un hombre, mi padre, que soñó con un mundo, con una manera de hacer, con una manera de ser... Mi padre no era el típico empresario millonario frívolo y adicto al dinero. Cometió errores, sí. Pero también muchos aciertos. Había algo en su decisión de dejarme a mí al mando de las empresas familiares que me inquietaba: mi padre, Edmond de Granados, sabía perfectamente de mi idealismo y mis desvaríos intelectuales. ¿Qué mensaje me mandaba con sus últimas voluntades? “Hijo: si no luchas por tus ambiciones, del corazón o de la razón, no ganas”. Desde el día del funeral esa frase de mi padre me había perseguido. Me había perseguido con rabia. ¿Luchar? ¡Yo ya estaba cansado de luchar para después perder! Siempre perdiendo. “Si no luchas por tus ambiciones, del corazón o de la razón, no ganas”. Hasta conocer a Marcos, me había resignado a mi vida tranquila de estudios y paseos, renunciando a la vida joven de los yates, los Ferraris y las fiestas de ropa cara, la vida que sí llevaba mi hermano Lluc. Había renunciado un poco –o mucho– a la idea del amor. Mi experiencia con el canalla de Karl me había marcado, y las heridas parecían no cicatrizar nunca. Pero todo cambió. Eso fue así hasta que descubrí, tal vez por un instante, que el amor real, el amor como proyecto de vida, era posible. No era lo mucho que conocía a Marcos, que más bien era poco... Era todo él, todo su ser... “Si no luchas... no ganas”. La voz de mi padre retronaba en mi interior. “Si no luchas...” ¡¡Basta!! Me levanté inmediatamente de la silla y me escapé al ala anexa de la planta, camino del despacho de Cesc Garbella. Debía dar un giro a ese callejón sin salida. Fui al encuentro de Cesc, ahora gerente del club y mi sustento real en aquel edificio. Lo encontré con Lucía, la secretaria de presidencia, mi secretaria, revisando mil y un papeles. ¡Pobrecillos! Mi llegada al Olympic los estaba volviendo locos con papeleos y gestiones de novato. Cesc, sentado en su escritorio, me vio entrar, y se quedó mirándome fijamente mientras Lucía seguía hablando al otro lado de la mesa, de pie, agitando unos documentos. Su mirada intensa, la mirada de Cesc, de un azul brillante, me hacía sentir seguro.
–¿Va todo bien, Biel? –susurró Cesc cortando el discurso a Lucía, la secretaria. Ésta se volvió hacia la puerta para mirarme, con simpatía. Mi aterrizaje en las oficinas del Olympic habían suscitado una alegría general tras la muerte de mi padre. ¡Un presidente de poco más de dieciocho años! Todos los empleados me miraban admirados... Y yo quería desaparecer...
–Sí... Sólo quería... –estaba algo tembloroso y así respondí–. En fin, no quiero molestar...
Cesc hizo un gesto con la mirada a Lucía, que se retiró inmediatamente, no sin antes lanzar una pedazo de sonrisa femenina al gerente del club... ¡el tremendo de Francesc Garbella, soltero de oro y treinta y ocho años magníficamente llevados en su portentoso cuerpo de 1,90 de estatura era la comidilla de todas las féminas del lugar!
Lucía cerró la puerta y yo me quedé allí, frente a Cesc, algo indenfenso...
–¿Qué te ocurre, Biel? Supongo que el primer día aquí no es fácil... y menos con la tonelada de dossieres que te he dejado en la mesa para que comiences a estudiar la realidad del club... –me sonrió con dulzura–. Ya me perdonarás que te haga trabajar en estos primeros días de Semana Santa. Pero es estrictamente necesario. Soy todo oídos, Biel... –me soltó con absoluta afabilidad.
–En realidad, bueno... quería hacerte una pregunta algo... insólita.
Cesc se reclinó en su sillón de piel negra, se cruzó de brazos y, entre seductor y responsable, me invitó a hablar:
–Te escucho...
Me quedé como diez segundos en silencio, haciendo amago de hablar... “Si no luchas... no ganas”, mi padre volvía a inundar mi conciencia. Eso me dio fuerzas para hablar sin tapujos y del tirón:
–¿Tenemos algún protocolo según el cual podemos localizar en cualquier momento a un miembro del primer equipo del club?
BOOOOOOM. Mis palabras salieron robóticamente, apresuradamente y sin pensármelo dos veces. No me andé con rodeos. El bueno de Cesc Garbella mudó su rostro. Estaba perplejo. Arqueó las cejas muy graciosamente.
–Pues... pues... bue, bueno... –tartamudeó–. Supongo que sí... ¡Claro! Todos los jugadores, y no sólo los del primer equipo, deben estar permanentemente localizables para el equipo técnico. ¿Para qué quieres saberlo?
Ahí es cuando mudó mi rostro. ¿Qué debía explicarle a Cesc? Él me miró con una media sonrisa, entre pícaro y despistado. Parecía saber mucho más de lo que aparentaba.
–Me gustaría averiguar donde está... alguien.
Cesc se puso serio. Me miró. Parpadeó levemente. Me leyó el rostro. Y acercó su manaza al teléfono de la mesa.
–Voy a llamar al management coordinador del equipo, que pasa toda la Semana Santa de guardia y es quién lleva las agendas de los jugadores. ¿Por quién debo preguntar, Biel? –me interrogó Cesc con su mano sobre el teléfono, a punto de descolgarlo, mirándome muy (muy) serio.
Dudé unos instantes sobre si responder...
–Forné. Marcos... Forné.
Susurrar su nombre... Ah... Me estaba muriendo por dentro.
Cesc, sin dejar de acechar su mirada sobre la mía, descolgó el teléfono, marcó y mientras esperaba a su interlocutor al otro lado, me fiscalizó, entre paternal y preocupado. En aquel momento... buff, tuve la clara sensación que Cesc Garbella, de algún modo el lugarteniente que mi padre había dejado para mis días venideros... había atado todos los cabos... Al fin y al cabo, el día del hospital, cuando Forné me llevó con mi familia, reunida entorno al cuerpo de mi difunto padre, Cesc vio la complicidad entre Marcos y yo... Y aquel beso en la mejilla...
El bueno de Cesc averiguó en menos de un minuto donde estaba Forné. Fue muy fácil... Marcos no podía estar en otra parte que pasando las breves vacaciones de Semana Santa en Prunella, su pueblo natal, ¡con su familia! ¿Cómo no? Ante todo, Marcos era un tipo familiar...
Cesc colgó el teléfono. Me volvió a mirar. Yo tenía el rostro desencajado. Tenía ganas de llorar. Iba a la desesperada. A por todas. ¡¡Necesitaba ver a Marcos o moriría!! Tenía la sensación de que Marcos había dejado de existir en mi vida, o que jamás había existido... Y entonces, me ahogué en mi desespero. Necesitaba sentir que Marcos era real, que era el Marcos que se había unido a mí... Tenía que verlo. Verlo para creer. Verlo para pensar que el futuro no había desaparecido. Que Marcos era mi presente y mi futuro.
Yo estaba mudo y abatido. Cesc cogió otra vez el teléfono:
–Lucía... Sí, soy Garbella. Pide un coche para el presidente. Va a salir de la ciudad. Sí, de acuerdo. Aha... Gracias, sí. Muchas gracias.
Algo me sacudió en mi interior. Yo, el presidente. Presidente del Olympic Galaxy. ¿Cómo había llegado a cambiar mi vida? Qué tristeza... qué vacío... Recuperé el habla:
–Cesc... –sonreí cabizbajo... –, ¡cuánto te lo agradezco! Pero... –la voz interior de mi padre me gritaba a cobrar fuerzas– pero... voy a coger mi propio coche y voy a ir a Prunella... yo solo.
Dejé a Cesc nuevamente estupefacto. Ese momento debía afrontarlo solo y sin cómplices. Bastante tenía ya con Francesc Garbella enterándose de todo lo mío.. ¿con Marcos?. Me pondría frente al volante, algo que odiaba y que raramente había hecho en el poco tiempo que llevaba oficialmente como conductor... me pondría frente al volante y afrontaría mis destino en solitario...
Al cabo de una hora salía desde la finca familiar, en mi pequeño coche, un pequeño Citroën azul de dos puertas que no dejaba de acumular polvo en el garaje de casa desde que me saqué la licencia de conducir a finales de mis diecisiete años... un año atrás. Afronté el viaje en solitario, en aquel comienzo de Semana Santa de 2004 en que me habían puesto a trabajar en el Olympic Galaxy como su presidente... mientras todos los jugadores del club disfrutaban de una semana de vacaciones, ahora que estaban a punto de ganarlo todo, en la Liga, en Europa... El equipo de dioses del balón que había dejado mi padre como legado. Y Marcos se había retirado muy silenciosamente al oasis de su infancia, Prunella, un pequeño pueblo de montaña a dos horas de la capital. La carretera se me hizo muy difícil con tantas curvas, y pensé que en cualquier momento saldría disparado de la carretera, pero en mi mente sólo veía a Marcos. ¿Qué haría cuando lo viese? ¿Qué iba a decirle? ¿Qué me diría él? ¿Y su familia? Había actuado completamente desde el impulso, desde que salí del despacho, siguiendo mi corazón... y la voz de mi padre que me decía “¡¡Lucha, Biel!!”.
Llegué sobre las dos de la tarde: hora de la comida. Y un sol de justicia cayendo sobre el lugar. Era un pueblo rural de montaña con bastantes casas, aunque en conjunto dudo que superaran los doscientos habitantes. Aparqué en una pequeña plaza, la plaza mayor del pueblo, junto a la iglesia, todo de piedra antigua, y vi a un grupillo de niños dándole patadas a un balón... ¡como no! El buen tiempo que hacía invitaba a jugar por las calles y las plazas, jugar al astro rey. Al salir del coche me cubrí con unas enormes gafas de sol. Difícilmente podría pasar inadvertido por allí. Desde hacía un mes mi cara salía en todos los noticieros y en la prensa, deportiva o no. ¡Un Granados de 18 años, presidente del club de fútbol que desataba las pasiones del país! Qué locura... Vi salir a una anciana de una pequeña casa y me atreví a preguntarle por la familia Forné.
–Perdone... ¿sería tan amable de indicarme la casa de los Forné?
La anciana parecía hablar un dialecto indescifrable. Le pedí que me lo repitiera.
– Aqueixa gent no vulla pas la premsa!!
¡Caramba! Me había tomado por un paparazzi o algo parecido.
–¡No! Oh, no... Le preguntaba por la casa de los Forné. Soy... amigo de la familia.
Sentí que no confiaba en mí y en un impulso por hacerme cercano me quité las gafas de sol, dejando al descubierto mi rostro. La vieja se quedó blanca...
– Goita! Biel de Granados...
La anciana se me acercó y me abrazó llena de alegría. Me dio el pésame, me volvió a abrazar y me agasajó. Me dijo que toda –toda– absolutamente toda su familia era forofa, fan y seguidora acérrima del Olympic Galaxy, y que mi padre fue un gran presidente y, bla, bla, bla... Yo estaba que no cabía de las alabanzas y no paraba de sonreír. ¡Qué efusividad, la de la anciana! Hacía un sol de justicia, para ser final de marzo. Y sentía que estaba... en la tierra de Marcos Forné, el lugar que lo vio nacer, crecer y hacerse un lugar en el mundo. El chaval que había triunfado en Europa con su fútbol limpio y profesional. El mejor delantero de su generación. La anciana hizo méritos explicando lo mucho que conocía a la familia Forné, cómo había visto crecer a Marcos y cómo sintió mucho cuando a los 16 años se fue para Inglaterra a crecer en el Manchester United, tras haber brillado en la cantera del Olympic... ¡Demonios, no dejaba de hablar la buena mujer! ¡Y yo no podía esperar ni un minuto más a ver a Marcos...!
Finalmente, quedé libre, tras presentarme brevemente a sus hijos y sus nietos, la buena mujer... Me señalaron una calle que subía cuesta arriba hacia una gran casa de campo que cerraba el pueblo en las praderas de más arriba. Aquella era la casa de los Forné... Allí me reencontraría con mi destino... o renunciaría a él para siempre.
Subí la cuesta, no sin dificultad, sofocado por mis propias emociones y, al acercarme a la casa, al final del camino, vi en la puerta el coche de Marcos. El corazón me dio un vuelco. Tragué saliva. Llamé a la puerta. Fueron los segundos más lentos de mi vida. Estaba a punto de romper el hechizo maldito que me había hecho pasar más de un mes pensando que nada de lo que me había hecho vivir como nunca... (la presencia de Marcos en mi vida) había existido.
Russell’s College era el nombre de la selecta institución que ese joven atrevido llevaba apuntado en la agenda. Una institución de educación especial para niños... bien ubicada en el centro de Londres. Aquel joven atractivo de veinte y pocos años que despertaba la curiosidad de los viandantes mientras inspeccionaba la fachada se adentró en la recepción en busca de un nombre. En busca de un nombre de mujer. Una mujer harta conocida en la prensa. Una mujer que había huido de su pasado y que buscaba ahora una vida discreta con su familia y siguiendo su vocación profesional, ahora que había renunciado a la pasión de su vida, el hombre al que había amado.
–Buenas tardes... –saludó un seductor tiarrón de sonrisa blanca impecable, alzando sus gafas de sol Ray-Ban a la altura de su flequillo–. Soy Karl Zimmer y estoy buscando a... Sandra Smith.
–Lo siento... pero Sandra no atiende a prensa. ¡Ya está bien de molestar, oiga! –respondió la voz de la recepcionista, que no había levantado la vista del ordenador, cegándose a las artes de atracción del intruso.
Karl, impecablemente vestido, sin renunciar a su aspecto casual y conquistador, se esforzó en explicar su situación a la recepcionista, una chica de no más de dieciocho años, inexperta y mascadora de chicle, llamando su atención.
–Verás, guapa... Trabajo para el Olympic Galaxy, soy agente del club –a Karl no le tembló la voz a la hora de anunciarse algo que no era–, y desearía hablar con la señorita Smith... y contigo, después, si te apetece...
La chica vio un morenazo apoyado en el mostrador y sus credenciales la convencieron. La recepcionista, maravillada por la capacidad de seducción de aquel mozo de tan buen ver, el cual casi parecía proponerle sexo sólo con la mirada, no dudó en buscar a la señorita Smith...
–¿Nos conocemos? Lo siento, pero no hablo con desconocidos…
–¿Ah, no…? No pareces una niña... que huye del trato con desconocidos. Más bien pareces una mujer hecha y derecha.
A Sandra no le hizo ninguna gracia ese juego de palabras. Pero Karl encontró la manera de establecer una vía de confianza:
–Tranquila, mujer. Vengo desde Barcino.
Los ojos de la chica se iluminaron al escuchar el nombre de esa ciudad lejana:
–¿Barcino? –Sandra bajó la mirada... la ciudad del Olympic Galaxy le traía muchos recuerdos, algunos amargos, otros más dulces–. Ya casi ni me acordaba de esa ciudad…
–¿En serio? Lástima. Hay alguien allí que piensa mucho en ti… –dijo Karl acechando su mirada en los ojos de Sandra, mostrándole un semblante entre seductor y buenazo, sacando la cara más similar a la de un santo corderito. ¡Maldito Karl! La capacidad de transformación de ese tío era tremenda. Ahora parecía un buenazo.
–No creo que él te haya dicho eso… que piensa en mí…
–¿Él? ¡Ajá! Por fin hablamos un mismo lenguaje…
Sandra se ruborizó. Marcos era el amor de su vida.
–¿De verdad que no eres periodista? Es que ahora estoy por fin tranquila, sin la persecución de la prensa. Pero, al principio de volver a Londres con mi familia, fue una tortura… No han dejado de perseguirme los paparazzis hasta hace apenas unas semanas.
–Soy agente del Olympic Galaxy, Sandra. Trabajo para Lluc de Granados –e inmediatamente Karl acompañó sus palabras de un identificador de empresa hecho expresamente por Lluc. Todo debía estar calculado al milímetro.
–Ah… ¡Lluc! ¡Qué tío…! Me encanta Lluc… Es… un trozo de pan. Un gran amigo de… de Marcos.
Karl sonrió para sus adentros. Sandra había mordido el anzuelo. Poco importaba si Lluc había pasado de ser el buenazo de Lluc a un converso del “lado oscuro”.
–Lluc es un tiarrón de los grandes, sin duda.
–¿Y por qué te ha enviado a verme…? –la curiosidad y confianza de Sandra iba in crescendo .
–Bueno, en realidad estoy de negocios por Londres, pero me encomendó que hablara también contigo.
–Marcos y yo lo dejamos. Hemos seguido cada uno por nuestro camino.
–Lo sé. Pero hay cosas que no sabes…
–No quiero saber nada más… Marcos me dejó muy claro que lo nuestro había acabado. Que los casi ocho años de noviazgo habían llegado a su fin.
–Sí, pero en realidad no te contó los verdaderos motivos por los que te dejó… es decir, por los que no siguió adelante con lo vuestro.
–En serio... no quiero remover más el pasado. Estoy empezando a superarlo y no quiero volver a lo mismo. De veras… –Sandra se mostró agobiada.
–Sandra: mereces la verdad.
–Marcos jamás me mintió. Me contó su verdad. Equivocada o no, la acepto, aún y a pesar de mi… infelicidad. Pero le deseo lo mejor. De verdad.
–Los que os apreciamos como pareja –dijo cínicamente Karl–, y hablo por Lluc, creemos que os debéis la verdad el uno al otro. ¿Tienes cinco minutos para mí? Sólo te pido eso: cinco minutos.
Sandra titubeó, miró a un lado y a otro del pasillo y miró a su reloj. Dudó. Apretó sus labios, indecisa. Pero, finalmente, sentenció:
–Acompáñame. Tenemos una sala de café ahí detrás –dijo sonriendo, con la simpatía que la caracterizaba.
Karl la acompañó con su falsa sonrisa. Había conseguido su primer objetivo.
Yo, Biel de Granados, dieciocho años, con una situación profesional que personalmente me causaba vergüenza considerar dada mi edad, apasionado de la vida y dispuesto a luchar... estaba ahí, frente a la puerta de los Forné. Dispuesto a batallar. En Prunella. Un pueblo perdido, a dos horas de la ciudad. Apostado en la puerta. Y, tras la puerta, un rostro apacible de unos sesenta años se mostró con toda su amabilidad. Roderic Forné, el padre de Marcos, me recibió con ojos de sorpresa...
–¡Pero bueno! ¿Biel? ¡Biel de Granados! ¡Hombre, qué sorpresa!
El buen hombre se echó encima mío y me abrazó. Estaba claro que a partir de ahora Biel de Granados no podría ir a ninguna parte como perfecto desconocido. Al fin y al cabo, yo era el jefe de su hijo...
Me hizo entrar en un acogedor salón-cocina donde la mesa ya estaba preparada para la comida. Me disculpé por interrumpirlos. Joana, su esposa, y madre de Marcos, trabajaba en un puchero. Se retiró de los fogones, con su delantal puesto, para darme dos besos. Era una mujer más joven que su esposo, alrededor de los cincuenta y cinco años. Una mujer que debió ser muy atractiva en sus años mozos y que aún lo era. Sin duda Marcos había heredado de ella la riqueza de sus elegantes facciones. Y de su padre... de su padre... ¡sí, pude verlo: los ojazos verdes!
Sufrí una desilusión repentina al escuchar que Marcos se había ido con sus sobrinos a la montaña, en un improvisado picnic y a la búsqueda de flores extrañas. Su hermana y su cuñado, los padres de los niños, habían bajado a la ciudad.
Me puse algo nervioso. Antes de que se abriera la puerta de esa casa estaba absolutamente preparado para encontrarme a Marcos al otro lado de la puerta. Ahora que no había sido así... la espera me podía matar. Desvié el egoísmo de mis pensamientos y sentí que apenas sabía nada, nada... de la vida de Marcos, de su familia.
Marcos Forné, a punto de cumplir los veinticinco años, era el menor de dos hermanos. Su hermana mayor, Isabela, se había casado hacía unos años y tenía dos hijos, de tres y cinco años: los pequeños sobrinos de Marcos, que ejercía de tío siempre que podía. Me vino a la cabeza una imagen recreada de Forné con sus sobrinos... ¡Qué dulce!
–¿Y qué te ha traído por aquí, Biel? ¿O debemos llamarte... presidente ? –me preguntó con cariño la madre de Marcos, Joana, mientras me servía la comida.
–¡Mujer! –respondió Roderic, el padre–, ¡que nuestro Marcos es buen amigo del muchacho! –dijo haciendo referencia a mí.
Me ruboricé. ¡Ah... amigos...!
–¡Ya lo sé, mi amor! –respondió la señora Forné–. Pero es que ha sido una sorpresa... ¡y bien dada, Biel, bien dada! Nosotros apenas te habíamos visto alguna vez a lo lejos en algún acto del club al que Marcos nos había invitado, en la ciudad. Una vez, creo. Raramente salimos de Prunella.
–Es un pueblo precioso –les dije yo... mis ojos brillaban y ellos lo percibieron. Me emocionaba estar allí sentado, compartiendo mesa y plato con la familia de Marcos. Ya no me importaba su ausencia –o tal vez sí–, ahora sólo quería embriagarme de ese baño de realidad... en ese pueblecito apartado de todo... El hogar natural de Forné... Un Forné fuera de los focos, la fama y la gloria del fútbol de élite.
Un pueblo precioso...
–Lo es –respondió el señor Forné... Roderic–. Y Marcos siempre lo tiene en su cabeza. Adora esto.
Mi mirada brillaba tanto que parecía diluirse en una anonamiento pueril...
–Roderic: llama a tu hijo y dile que Biel... que su jefe está en el pueblo, ¡vamos! –ordenó la señora Forné a su esposo.
–¡Oh, no, por favor! –dije yo por toda respuesta–. No lo molestéis... No quisiera importunar... Marcos está en su semana de vacaciones. Y sus sobrinos lo deben ver poco... A mí ya me ha visto... mucho –bajé la mirada, apesadumbrado.
Sentía, pensaba... muy tontamente, que Marcos se había cansado de mí. ¿Qué si no podía explicar su desaparición en mi día a día?
Tras la comida, Joana, la madre de Marcos, se levantó a recoger la mesa y nos sirvió rápidamente un café, dejándonos a su esposo y a mí en la mesa. Entablamos una charla cordial. Los padres de Marcos se sintieron muy halagados por mi irrupción en su hogar, aunque los noté un poco tímidos durante la comida, algo impresionados por mi presencia repentina, luego se fueron abriendo. Así como yo me desenvolví como el joven de dieciocho años que era, ¡rápidamente cayeron los carteles ceremoniosos que me rodeaban!
Durante el café todo fue diferente. Roderic Forné, con sus mejillas encendidas, estaba más animoso y abierto:
–¿Sabes? Nuestro hijo está necesitado de buenos amigos como tú... El mundo del fútbol puede ser muy cruel y...
–¿¡Superficial!? –exclamé yo sin dudarlo. El hombre me miró simpático:
–Sí... ¡eso mismo!
–Pero Marcos es un chico que se hace querer tal como es... –le dije.
–Sí, lo sé... Pero, en fin... Todo es muy injusto, ¿no?. Ha sido horrible todo el tema de su ruptura con Sandra, la prensa, los fotógrafos, los papa... papazis, papara...
–¡Paparazzis!
–¡Eso...! ¡Muy duro, muy duro! Estamos todos consternados, aquí en Prunella. Es que eran ocho años de relación con esa chica, ya... ¡Ocho! –el hombre me miró interrogativamente, buscando mi complicidad. Yo removía mi taza da café con la cucharilla.
–Las relaciones... –respondí–, en fin... pasan. A veces no podemos explicar por qué. Y a veces, sé que puede parecer difícil esto que voy a decir pero... a veces es para mejor.
–¿¡Mejor!? –exclamó la madre, Joana, desde la encimera de la cocina. Se volteó hacia mí–. Sólo si es para encontrar el amor de tu vida... Y que Marcos me perdone, ahora que no me escucha, pero es que Sandra era... era... ¡pobre chica...!
Mi rostro se desencajó, aunque logré disimularlo lo suficiente como para que nadie prestara atención. Seguí removiendo el café con la cucharilla, sin apartar la vista de la taza. Sentí como la madre de Marcos se sentó enfrente de mí, acabando sus labores en la cocina, y alzó su voz, suave, aterciopelada, serena y vibrante... como la voz de su hijo Marcos:
–¿Crees, Biel, que es posible amar nuevamente con toda la fuerza de un ser tras haber amado tanto a otra persona?
Dejé de remover la cucharilla en seco, con la vista fijada en el café. Levanté la mirada, miré simultáneamente a Roderic y a Joana, con ternura, y hablé sin tapujos:
–Creo que una vez en la vida, tal vez dos (como mucho), pasa por delante nuestro una oportunidad que sólo ocurre... esto: una vez en la vida. Dos como mucho. El amor de por vida. Creo en él –mis ojos se humedecieron al decir esto–. Me niego... me niego a pensar que no hay bajo este cielo una persona para mí... o para Marcos. Me rebelo: estoy convencido de que la vida no es caprichosa ni injusta. La buena gente se merece que las cosas le vayan bien. La buena gente se merece ser amada. Marcos se merece... ser amado. Él no merece menos. Y la vida le va a dar eso. Estoy seguro.
El silencio inundó la estancia de manera magnética. Las miradas de ese dulce matrimonio estaban cariñosamente encendidas.
–Creo –seguí– que pocas lecciones puedo dar a una pareja como vosotros, ¿no? Sois la viva imagen de lo que os hablo –y bajé mi mirada al café, entre melancólico y desesperanzado.
Joana y Roderic se cogieron de la mano. Un matrimonio ejemplar. La madre de Forné me miró maternalmente y me susurró:
–Biel: hablas como un adulto con mucha experiencia. Ojalá sea como tú dices y Marcos encuentre... la felicidad.
–¿A caso no es la vida una búsqueda permanente de ella? Marcos será feliz porque las buenas personas lo merecen. Punto.
–¿Y tú? A lo mejor soy un indiscreto –espetó Roderic–, pero me pareces un jovenzuelo de buen corazón y sano. ¿Qué hay de ti? ¡Espero que el trabajo que te ha caído encima no te desvíe de ese objetivo que tú dices: la búsqueda de la felicidad...!
La barrera del desconocimiento entre nosotros se había caído por completo y ya hablábamos con plena franqueza. Al menos yo:
–Para mí es... es... algo difícil...
–¿¡Difícil!? –exclamó Joana–. ¡Un chico tan guapo como tú... debe de tener una cola quilométrica de chicas esperando para conquistarte!
Solté una carcajada que no pude evitar. El matrimonio me miró entre divertido y lleno de curiosidad:
–Mucho me temo que esa cola de mujeres tendrá que seguir haciendo cola por los siglos de los siglos... –dije, y les miré con valentía y sinceridad, mi rostro volvía a encenderse–. Mi corazón y mi persona solamente están destinados a... a otro hombre.
Asentí con la cabeza, acompañando estas últimas palabras con mucha fuerza. Sonreí y miré fijamente a Roderic y Joana. Se quedaron absolutamente sorprendidos. Parpadearon como pudieron. Roderic rompió el hielo:
–Bu, bu, bueno... ¡Eso es... eso está muy bien! Es muy valiente por tu parte que quieras vivir tu... tu...
–Disculpa a mi marido –interrumpió Joana, agarrándole la mano– pero no te garantizo que vaya a hablar en un lenguaje muy políticamente correcto. ¡Aquí somos de pueblo!
Nos echaos a reír los tres.
–No os preocupéis. En mi casa mi padre nunca habló del tema con un espíritu de... ¿normalización? No sé... No milito en ninguna causa. Sólo quiero vivir mi vida, y ser feliz...
–¡Eso es justamente lo que te quería decir! –exclamó Roderic, el sencillo y risueño señor Forné.
–Los buenos jóvenes, Marcos y tú, merecéis la felicidad –retomó Joana–. Pero mi pobre Marcos... y Sandra. Nunca vi un amor tan... tan auténtico como el de ellos dos.
–Insisto en que Marcos encontrará el amor. Si no lo ha encontrado ya. Y también lo creo posible para mí. No pierdo la fe.
–¿Y crees posible conseguir ese objetivo, en tu caso? –me preguntó Joana.
Por supuesto, la señora Forné se refería a los muchos obstáculos que aún en pleno siglo XXI se encontraban las personas homosexuales a lo largo de su camino.
–¿Que si creo posible encontrar el amor? –respondí.
Se hizo un silencio de escucha atenta. Y me atreví a sincerarme:
–Creo que un hombre tiene derecho a amar a otro hombre tanto como una mujer tiene derecho a amar a un hombre... y viceversa. En mi caso, no estoy dispuesto a que nada ni nadie se interpongan en mi camino. ¿Saben? Nada va a persuadirme de dejar de luchar hasta el último momento por esa persona que la vida haya puesto en mi camino. Nada ni nadie.
–¿Aún cuando todas las esperanzas se puedan haber perdido...? Eso que llamamos amor puede ser muy injusto –me respondió la madre de Forné, por lo que comprobé, absolutamente dotada de una sensibilidad admirable–. Pienso también en Marcos, en su mala suerte en el amor... ¿Qué esperanza hay? ¡Todo es muy injusto!
–¿Qué si aún hay camino cuando todas las esperanzas se han perdido? –tragué saliva, estaba resiguiendo mi situación en ese momento, en mi ahogo y mi oscuridad, sin Marcos... –. Quiero creer, y al menos es como yo miro de sobrevivir, que hombres como yo, y como Marcos, que siempre han luchado por un derecho a la felicidad en un mundo de hipocresía... quiero creer... puedo aseguraros que lo último que perdemos los hombres es la constancia del afecto. Y no dejamos de amar... No dejamos de amar... No dejo de amar... aún cuando toda esperanza se ha perdido.
–Esa es la verdadera constancia del afecto –dijo una voz grave tras de mí, una voz que me había hablado en sueños... durante semanas.
Me di la vuelta y, apostado en la puerta... ahí estaba Marcos, con sus pequeños sobrinos mirándome tímidamente, escondidos tras su tío. Un Marcos campestre pero tan esbelto y atractivo como siempre. Mi Marcos. No lo había soñado. Bajo un mismo cielo ese hombre existía para mí. Nuestras miradas, la de Marcos y mía, se engancharon como imanes. La verdadera constancia del afecto viajaba del uno al otro en ese cruce intenso de miradas.
–No me gusta hablar mucho de esto con extraños... Aunque vengas de parte de Lluc de Granados...
Sandra Smith se acercó nerviosa a la barra del café de esa selecta escuela de educación especial donde había empezado a trabajar tras aterrizar en Londres. Fue al poco de romper con Marcos... o más bien tras la decisión unilateral de Marcos de acabar con la relación. Sandra lo vivió desde la incredulidad y la tristeza absoluta. Ocho años junto a ese hombre. Ella lo había visto hacerse hombre, del adolescente de dieciséis años al hombre formidable de veinticuatro: ella había sido su compañera.
–Mujer, no sufras, que no vengo a preguntarte nada, ni a sacarte ninguna información –arremetió Karl, haciéndose el seductor benigno y atento–, más bien a darte información.
La chica extendió a Karl un vaso de plástico con algo parecido a café y éste lo sorbió del tirón. Se mantuvo en pie a unos centímetros, junto a la barra. Decidió jugar todas sus cartas:
–No sé qué te contó Marcos cuando decidió cortar por propia decisión vuestro noviazgo pero puedo asegurarte que no te lo contó todo.
Sandra parecía reacia a hablar de cómo ocurrió todo el tema de la ruptura. Bajó la mirada hacia el suelo, resignada.
–Marcos te ama, Sandra. De eso estoy seguro. Pocas semanas antes de que acabaseis con vuestra relación (y esto que te digo lo sé por Lluc) Marcos iba a pedirte... matrimonio.
Sandra alzó rápidamente la mirada a ese chico alemán que le estaba rescribiendo el guión de su historia con Marcos Forné.
–...matrimonio... a mí? –susurró con un hilo de voz.
–Sí. ¿Qué menos, después de ocho años como novios? –Karl se acabó el café.
–¿Y qué paso...? Es decir, ¿qué...? No alcanzo a entender... –Sandra hablaba con un hilo de voz, entre humilde e inocente, buscando la esperanza...
–Lo que voy a decirte, Sandra, no puedes contárselo a nadie. A nadie. Ni a tu familia ni a la persona en la que más confíes de este mundo.
Karl fingió sentirse afectado, tragó saliva y miró a Sandra con unos ojos de preocupación. ¡Pero qué gran actor era! Simuló resistirse a contar algo... ¿terrible...?
La chica asintió y se dispuso a oír lo peor...
–Marcos... Marcos tuvo una aventura hace unos meses... –soltó Karl con gravedad.
Al momento se vio interrumpido por los sollozos de Sandra, que sin embargo logró contenerlos llevándose la mano a la boca y tornando su rostro hacia la férrea seriedad e incredulidad. Karl le puso una mano en el hombro, en señal –otra vez fingida– de apoyo...
–No sé si quiero seguir escuchando esto... –balbuceó ella, pero a Karl nadie lo iba a parar.
–Debes escucharlo para ver que vuestra relación no está acabada.
–¡Pero si acabas de decirme que me fue infiel... que tuvo una aventura...! ¡Que se fue con otra...! –Sandra se llevó las manos a su rostro.
–¡Sí! Una aventura... pero con otro hombre. Marcos... se acostó con otro hombre.
El rostro de Sandra mudó al color blanco de la completa estupefacción y el absoluto asombro. ¿Marcos... con un hombre?
–Marcos es bisexual, Sandra. Ese es su secreto. Siempre lo ha sido. Y ha vivido muchos años en la confusión... y el miedo...
–No entiendo...
–¡Es bisexual, Sandra! Él te ha querido siempre. Y te quiere. Pero, acorralado en una relación formal desde la adolescencia, y no habiendo estado jamás con otro hombre, a pesar de saber con certeza su también preferencia por los de su mismo sexo... tuvo un momento de... confusión, de desliz... Le pudo el instinto. No pretendo que lo entiendas, ni tal vez que lo perdones. Una infidelidad es una infidelidad. Aunque sea con un hombre. Pero tienes que entender... que las personas no somos perfectas. Ni siquiera Marcos Forné...
Estas últimas palabras... Ni siquiera Marcos Forné Karl las dijo con odio disimulado. Porque odiaba tanto a Forné como el hecho que Biel era de Marcos Forné. Era lo que unía a Karl y Lluc en un mismo plan de destrucción de nuestras esperanzas.
Sandra no reaccionaba, Karl pudo ver como su mente trabajaba ágilmente, pero no lograba descifrar lo que estaba pensando:
–No quiero perturbarte más, Sandra, sólo he venido a decirte esto. Marcos ha estado unos meses con ese chico y lo han dejado. Marcos se ha dado cuenta de que el amor que siente por ti es mucho más grande, mucho más importante, que la lujuria hacia otro hombre. Te ama. Y se arrepiente cada día... cada día... de haber ido en la dirección equivocada. Créeme.
Sandra estaba ahora más serena, y miró hacia un horizonte indefinido, con su mirada perdida pero estable en sus pensamientos.
–La cuestión es, Sandra, si estás dispuesta a perdonarle... y a olvidar. Has de saber que nunca jamás te ha sido infiel con otra mujer... De acuerdo, sí con un hombre. Pero su condición no ha sido fácil para él. Y de todo ha resultado el hecho de que, en verdad, en fin... él... ¡te quiere! ¡Te quiere, Sandra! Marcos sólo te quiere a ti.
La chica seguía con la mirada distante, sin mirar a su interlocutor. Karl creyó haber completado su misión, se alejó hacia la puerta y antes de salir de la sala de café, se dio media vuelta para reforzar el clavo:
–Creo poder afirmar que Marcos y tú os merecéis una segunda oportunidad. De parte de vuestro amigo Lluc... he dejado en tu buzón, ahí fuera, un sobre con billetes de avión a Barcino. La fecha la eliges tú. Marcos se merece una mujer como tú. Y no me cabe la menor duda de que así como te vea, y le expliques lo que ahora sabes, va a volver contigo... La decisión es tuya.
Y Karl abandonó la estancia con su piel de cordero sobre el manto de un lobo feroz y dañino.
–No me puedo creer que hayas venido hasta Prunella.
Fueron las palabras de Marcos tras cerrar el portón del pajar que custodiaba la vertiente occidental de la preciosa finca rural de los Forné en aquel pueblo de postal. Los dos, solos, nuevamente el uno frente al otro.
–Ni yo de haberme atrevido a subir hasta aquí... sólo para verte...
Mi mirada vidriosa no podía contener la emoción de tener a Marcos frente a mí. El muchacho llevaba una camisa campestre de lana y cuadros, que insinuaba una apretada camisa interior blanca sobre su pecho, resiguiendo la fortaleza de su torso. El sol de poniente se colaba entre las estrechas rendijas de madera del pajar y acechaban el rostro de Marcos, resaltando el brillo de sus ojos.
–Te veo aquí, Biel... Te veo y no lo creo...
–¡Pues créelo! –le exclamé, echándome en sus brazos– Créelo porque llevo un mes sin vivir. ¿¡Qué ha pasado, Marcos!?
Marcos me apartó con fuerza de él y se dio media vuelta, dándome la espalda. Lo noté espeso, ceño fruncido, y pensativo...
–Eso me pregunto yo, Biel: qué ha pasado –volvió a darse la vuelta, y a mirarme fijamente con sus ojazos verdes.
Entonces yo pude volver a reseguir sus facciones perfectas, su tez clara, su lunar suave y escondido a un lado de su nariz. Esos ojos de un profundo verde brillante...
–Por mí parte no ha pasado nada.
–¡Por favor, Biel! ¡Basta!
–¿¡Qué, Marcos!? ¡Dime qué está pasando! ¡Dímelo porque estoy harto de vivir sin respuestas! Estoy pasando el peor momento de mi vida. Mi padre ha muerto, mi hermano está desparecido con sus odios y sus envidias, mi madrastra Marina vive destrozada, y yo haciéndome cargo de un emporio empresarial que prefería enviar al fondo del mar... y lo único que me sostenía... TÚ, ¡TÚ! ha desaparecido de mi vida. ¿Qué clase de broma me ha tendido la vida, Marcos? ¿Por qué me castigas? ¡No puedo más...!
No pude evitar arrancar a llorar. Eran muchas semanas de tensión acumulada, demasiados sinsabores y muchos palos de la vida en tan poco tiempo. Marcos desencajó el rostro y me miró preocupado pero distante...
–Pero... ¿por qué... por qué te acostaste con Karl...? –él también liberó el llanto, herido y confundido– ¿Y por qué ahora te presentas aquí, por qué te encuentro en mi casa con mis padres y me declaras la constancia de tu amor? ¿¡Por qué!?
Mis emociones se interrumpieron, adentrándose en el limbo de la estupefacción. Marcos siguió su discurso, con la voz quebrada y temblorosa, encendido por las lágrimas, contenidas pero fluyentes por su rostro:
–¿Quieres que te diga cómo me siento, Biel? ¡Estoy mal, Biel! ¡Estoy hecho una mierda! ¡Engañado, decepcionado! Puedo hacerme cargo de tu situación, pero has de saber que estoy mal, Biel, ¡muy mal! ¡Y no logro explicar como salir adelante tras lo vivido en estos meses... yéndose todo a la mierda!
Yo había dejado de llorar. Una pieza del rompecabezas se había colado intrusamente en todo aquel percal. ¿KARL? ¿Que yo me había acostado con Karl? ¿Cómo, cuándo, dónde? ¿Qué?
–Mira, Marcos... –saqué toda la fuerza de mi interior–, no sé qué te habrán contado pero puedo asegurarte que JAMÁS, óyeme, JAMÁS me acosté con ese hombre en... ¡los últimos tres años! ¡Demonios! Ese tío pertenece al pasado. ¿Con qué me sales ahora? ¡No entiendo nada!
Ambos habíamos dado cese al llanto, perdidos en la confusión de las mentiras ajenas...
Me senté en los bloques de heno amontonados en el pajar. Marcos me imitó y se situó a mi lado, a escasos centímetros:
–Entonces... ¿nada de lo que me contaron es... cierto?
Marcos relató brevemente su ida a la finca familiar la noche del funeral de mi padre, su encuentro con Karl en la puerta y su gallardía de macho presumiendo de haberme hecho suyo. Me contó el desconcierto de ver a ese tipo que él sólo conocía a través del relato que yo le había hecho de mi pasado berlinés, apareciendo de la nada en la ciudad y custodiando mi puerta. ¿Cómo no creer que lo que afirmaba era cierto? Estaba allí, en mi casa, en la noche...
–Marcos, mírame –le ordené con dulzura–: lo que has escuchado ahí dentro –dije señalando el hogar de los Forné–, lo que has escuchado de que uno no deja de amar aún cuando ya no hay esperanza es tan cierto... tan cierto... como que sólo entregaría mi vida a alguien... alguien como tú. Por ti he venido aquí, me he aventurado sin más, con el miedo a lo largo del camino... el miedo de no encontrarte. Y de no encontrarte nunca más. Dime que lo nuestro puede funcionar. Dime que no va a ser algo pasajero. Dime que no me he equivocado.
Marcos llevó sus manos a mis mejillas y a mi cuello, noté su respiración entrecortada y el intenso latido de su corazón en su aprisionado pecho:
–No te has equivocado... No me he equivocado, Biel...
–Sé que no va a ser fácil, Marcos...
–No pretendo que lo sea...
–Pero te prometo...
Marcos me silenció con sus dedos sobre mis labios:
–No tienes que prometerme nada. Me basta con lo que he oído que le decías a mis padres, sin tú saber que yo te oía... Te amo, Biel... Es lo único que importa.
Los labios de Forné cada vez estaban más cerca de los míos. Nuestros rostros y nuestras mejillas estaban encendidas y humedecidas por el llanto y la emoción. Los labios de Forné, rojos y carnosos, acorralaron los míos y me besó con una fuerza que parecía que ya nunca jamás querría volver a desprenderse de mí, para no volver a perderme... nunca jamás.
Escuchamos al otro lado del portón un alboroto... Los sobrinos de Marcos, los pequeños Gerard y Joana, venían a buscarnos para algún juego. Separamos nuestros labios rápidamente. Marcos me acarició la mejilla con intensidad, sin dejar de mirarme, como no queriendo perder jamás de vista mis ojos. Me sonrió: “Todo va ir bien...”. Ese fue el susurro que devolvió las aguas a su cauce.
Ajenos a todo, alguien movía cielo y tierra para convertir la quietud de las aguas en tsunami... Al fin y al cabo, nadie dijo que la conquista de la felicidad, aunque posible, fuera fácil. Pero yo no quería pensar en nada más que en la oportunidad de vivir mi vida. Éramos ajenos al hecho de que nunca son tan peligrosos los hombres como cuando se vengan de los crímenes que ellos han cometido... Y y el odio -más que la envidia- es el peor de esos crímenes.
¡Amigos! Pido disculpas por el paréntesis de más de un mes en el relato. Quise intencionadamente hacer un parón en el ecuador de la historia (capítulo VI), ya que he diseñado “Simplemente Biel” como una historia de 6+6 (capítulos). Como veis, en la propia historia han pasado las cinco semanas que transcurrieron desde la noche del funeral...
¿Qué ocurrirá con Marcos y Biel? ¿Cómo podrán vivir su amor libremente? Y Sandra Smith, ¿tomará el billete de vuelta hacia Marcos? ¿En qué culminarán los planes de venganza Lluc & Karl...?
PRÓXIMO CAPÍTULO: SÁBADO 31/03/2012