Simplemente Biel (V) - Cuando lujuria es amor
"Me estoy quemando, Biel " Yo redoblé mi esfuerzo sobre su piel y empecé a actuar con algo de rapidez. Desabroché con ansia su camisa, botón por botón. Él me miró como un corderito a punto de ser degollado pero sus ojazos verdes y brillantes le delataban: ardía en deseos de que se lo comiera todo.
Pasión, fama, orgullo y sentimientos se mezclan en la historia de Biel de Granados y Marcos Forné. Un chico de dieciocho años con circunstancias únicas y excepcionales y un joven dios de veinticinco que descubre su verdadero ser. El poder, la familia, las emociones, el sexo y las aspiraciones del corazón en una historia para gozar y reflexionar. La lucha contra un mundo de frivolidad y prejuicios y la conquista del derecho a amar y ser amado.
No os perdáis el anterior capítulo:www.todorelatos.com/relato/84344/ .
V
Existe un filo, casi invisible, casi imperceptible, que separa la felicidad de la tristeza. Sólo con el tiempo uno puede averiguar cuáles fueron las decisiones adecuadas por tomar y lamentarse de las que fueron tomadas demasiado a la ligera. Cuando echo la vista atrás, pienso que debería haberme agarrado con más firmeza a ese filo. Haber sido más batallador de lo que fui. Pero, después de todo... pasaron y han pasado tantas cosas... Ha habido tantas batallas... Ya no sé qué fue lo correcto y qué lo incorrecto. Luchar y ganar no siempre fueron sumas lógicas.
–¿Te llevo a casa, Biel? –me dijo Marcos tras cerrar tras de mí el portón del almacén del Glinkel, bullicioso y lleno de color en aquella noche de reencuentros.
Saludé discretamente a los guardaespaldas de mi padre apostados en aquella posición y cogí a Marcos del brazo, para llevármelo a la esquina de un callejón sin salida cercano. Marcos estaba tremendamente nervioso. Noté su pulso acelerado y sus manos temblorosas. Lo arrambé a la pared y le miré con adicción. Él dejó ver su dentadura blanca y perfecta, en medio de sus húmedos y carnosos labios. Me acechó con sus ojazos verdes e insistió:
–Biel... –le brillaban los ojos al mirarme– Biel… –no dejaba de susurrar mi nombre– Biel… ¿te llevo... a casa?
–Acabo de salvarte, Marcos... Llévame a donde quieras –le exclamé agarrándole por el pliegue de su americana aterciopelada, mis manos sobre su pecho abrigado, su respiración era ya del todo entrecortada... y la mía, también. Noté su latido aceleradísimo con la palma de mis manos sobre su pecho. Nuestras miradas no podían separarse– Llévame a donde más quieras, Marcos.
–¿Estás... seguro...?
–¿Acaso no estoy seguro contigo?
Marcos resiguió mi fisonomía con detalle, con ese giro de ojos nervioso e inexperto, suspiró y respondió:
–Es posible que seas... que seas... lo más importante que pueda haberme pasado jamás, Biel. No voy a hacerte daño. Nunca.
No necesitaba más respuesta por su parte.
Miramos a un lado y a otro del callejón trasero del selecto club nocturno donde la plana mayor del Olympic Galaxy celebraba la nominación al Balón de Oro de Van Hysdel y Forné, que se resolvería en pocas semanas, y fuimos hasta el coche de Marcos, un impresionante Ferrari negro de dos plazas con elegante tapicería de cuero negro. Marcos vio como me reía secretamente mientras nos acercábamos al coche:
–¿Te burlas de mí? ¡No me prejuzgues, Biel! Tremendo coche, ya lo sé… Pero no soy como…
–Sé lo que no eres, Marcos… Pero… quiero saber lo que eres –le aceché con mi mirada y su semblante se tornó más nervioso y más indefenso. Reaccionó y me abrió la puerta de su despampanante coche. Fue muy caballeroso.
–Soy todo lo que quieres que sea –y me agarró con su manaza por el cuello y la mejilla, a punto de arrancarme un beso. No nos habíamos besado desde la noche de la tempestad en la repisa de la ventana de mi casa. Me miró, me acarició la mejilla y dejó caer sus párpados. ¡¡¡Qué tierno!!! Pospusimos ese ansiado beso, tal vez por timidez, tal vez por el miedo público de la calle, aunque nocturna, y me metí en su cochazo.
Sentí que me trataban con tal afecto y ternura que no podía creer que todo aquello estuviera pasando de verdad.
Marcos entró por su puerta y tomó posesión del asiento de conductor. Tuve un problemilla con la tira de mi cinturón de seguridad, a lo que Marcos se abalanzó tiernamente sobre mí, poniendo una mano sobre mi muslo, y pasó el cinturón sobre mí, situando su rostro a escasos centímetros del mío y dejando escapar una sonrisa.
–¡Bien… ya estamos a bordo! Estás a tiempo de volver ahí dentro con el resto de tu gente, Biel –dijo Marcos señalando la puerta del club Glinkel–, estás a tiempo de…
Dejé ir mi mano a sus labios, haciéndole callar, cerrándolos suavemente mientras él me atrapaba con sus ojos y le exclamé:
–¿A tiempo de qué? Estoy a tiempo de ser yo mismo. Estamos a tiempo de ser… nosotros mismos.
Marcos asintió con la cabeza y, ¡ya está!, todo empezó. Todo… empezó. Arrancó el coche, tomó la caja de cambios y puso la primera marcha, la segunda… y abandonando su mano derecha el pomo de cambios la llevó hasta mi mano izquierda y la cogió… con una fuerza y una ternura a la vez. Fuera de toda duda. Acarició mis dedos, me miró. No hacían falta más palabras. Creo que fue entonces cuando supe que a Marcos Forné lo conocería siempre, a él y sus pensamientos, sus anhelos, sus esperanzas y sus miedos… por sus ojos verdes, por su mirada. Esa mirada que no dejaba de mirarme. Esas manos que no dejaban de acariciar mi mano.
El coche voló veloz hasta el centro de la ciudad, lejos del entorno de la Ciudad Deportiva que se situaba en la otra punta de la metrópoli, abriendo la periferia. Marcos había alquilado un ático de unos preciosos apartamentos del centro histórico tras abandonar la enorme casa que compartía con su exnovia Sandra. ¡Pobre Sandra! Pensar en ella me conducía a terrenos de incertidumbre y desasosiego. La aparté de mis pensamientos y volví a dirigir mi mirada a él. A Marcos. Al volante, manejando la situación, siendo ese tiarrón ni alto ni bajo. Ese tiarrón de 1,75 que parecía un dios griego, equilibrado y sensual. Un hombre formidable, fuerte, decidido, muy consciente de lo que quería.
Llegamos a la finca, bajamos al parking subterráneo. Marcos salió veloz del coche para abrirme la puerta. Aquello era demasiado. Se situó unos pasos por delante de mí, andaba hacia el elevador que subía hasta el ático y se giraba fugazmente para mirarme con una sonrisa pícara, enganchada a mi cuerpo. Yo le seguía el juego. Como el gato y el ratón. Andamos así, el uno detrás del otro, mirándonos furtivamente. Deseo. Mucho deseo había en ese juego.
Llegamos al ascensor. Cuando se abrieron sus puertas Marcos se situó a un lado para dejarme entrar a mí primero pero, súbitamente, alargó su brazo delante de mí bloqueándome el paso y me atrapó en su mirada:
–Biel de Granados: ¿está usted seguro de lo que va a hacer? –me dijo Marcos con su sonrisa de pícaro angelical. Esos hoyuelos en las mejillas sonrientes me empezaban a volver loco.
–Y usted, Marcos Forné, ¿es consciente del paso que voy a dar?
Marcos me miró admirado y apartó su brazo, dejándome libre la entrada al ascensor.
Hubo un largo silencio. El tiempo que duró la subida hasta el ático. Marcos tecleó un código en el panel del elevador, que le llevaba directamente al hall de su ático.
–Bienvenido a mi humilde morada… Biel –me susurró situado tras mi espalda, dejándome vía libre para entrar en su ático. Era un lugar precioso, perfectamente amueblado, nada estridente, muy equilibrado y acogedor. Me parecía increíble que un hombre soltero y joven, de veinticinco años, acabado de separar de su pareja de toda la vida, creara todo aquél mundo doméstico y particular.
Me sujetó de los brazos por detrás y me quitó mi americana azul. Cerré los ojos, no sé si él me vio hacerlo, y tuve un momento flashback respecto a mi primera vez, tres años atrás, con Karl, el jovencísimo tiarrón cachondo, bruto y seductor, en su loft de Berlín. Él a sus casi dieciocho, yo a mis quince de entonces. [LEER EN SEGUNDO CAPÍTULO: www.todorelatos.com/relato/84067 ] Ahora era yo el que tenía dieciocho años y muchas cosas habían cambiado. Cerré el flashback. No. No: nada sería igual. Nada sería como entonces. Estaba empezando algo… algo de verdad.
Me di la vuelta y vi a Marcos con sus dulces y brillantes ojos acechándome.
–¿Sabes, Biel? Voy a preparar unas tazas de chocolate. ¿Te apetece?
¡ARRRG! Marcos era sosweet . No, definitivamente Marcos era un hombre que por sensibilidad y maneras nada tenía que ver con Karl. Me invitó a acomodarme en el salón mientras él preparaba un delicioso chocolate deshecho y cremoso. Me hablaba desde la cocina:
–Últimamente me doy pocos placeres y la verdad es que el chocolate es uno de ellos.
Eso resonó muy picarón en mi mente. Estallé a reír y Marcos se asomó a través de la barra encimera de la cocina para verme:
–¿Qué es lo que te hace tanta gracia? –exclamó con el delantal puesto, batiendo una pequeña cazuela.
–Que un sex-symbol del fútbol envidiado de aquí a la China popular diga eso suena a chiste. ¡Hablas como un cincuentón que se pasa la vida en casa tomando dulces, mientras se halla envuelto en una manta!
–¡Jajajaja…! Tremendo Biel. Pronto descubrirás que mi vida se caracteriza por cosas sencillas y que una de ellas es ese conjunto de pequeños placeres y momentos cotidianos.
No pude evitar levantarme del sofá y dirigirme al interior de su cocina. Me recliné en la columna de entrada y fiscalicé las acciones de Forné, bien aplicado en batir la crema de chocolate.
–Ojalá todo el mundo supiera lo genialmente inteligente que eres, Marcos. Eres el mejor en tu profesión. ¡Pero es que, además, eres un hombre excepcional!
Marcos me miró con un enorme cariño y dejó caer sus ojos algo intimidado.
–Una estrella del fútbol, Biel, tiene que marcar muchos goles, tiene que esculpir su cuerpo en el gimnasio para hacer muchos anuncios y vender mucha ropa de marca y tiene que sonreír siempre a los (¡¡y las!!) fans. Pero detrás de ese cascarón hay un hombre. Y me hace feliz la idea de…
Se detuvo, dejando de batir también el chocolate pero sin apartar la mirada de su tarea, completamente inmóvil.
–Sigue, por favor –le animé a seguir.
Marcos suspiró y continuó:
–Me hace feliz –alzó su mirada a mí, prendada de mí– la idea de que puedo mostrarte a ti, (tal como lo hago con mi familia, con aquellos que amo como a propios) mostrarte lo que soy. Mostrarte cómo soy.
El que suspiró entonces fui yo. Se había encendido el hechizo. Marcos sacudió la cabeza, para cambiar de tema, y dijo, animado:
–¿Quieres probar, a ver cómo me ha quedado?
–¡Claro!
Sacó una cuchara de un cajón y la metió en la cazuela de chocolate para acercármela a mis labios, mientras no me quitaba el ojo de encima.
–Mmmmm… ¡Está buenísimo! –exclamé.
–¿Sí…? Espera. Te has manchado la comisura del labio –dijo Marcos, llevando sus dedos a mis labios y acariciándolos con sus yemas. Yo abrí mi boca para lamer su pulgar y arrebatarle ese manjar robado de mis labios– ¡Ya está!
Marcos se estaba acelerando y estaba francamente sonrojado. Sonreímos los dos. Parecíamos críos.
–¡Venga! A la taza y para el salón –dijo Marcos por toda respuesta a la subida de temperatura general.
Y preparó una bandeja con unos dulces acompañantes del delicioso chocolate que había elaborado. Mientras nos acercábamos al sofá y la mesilla central dijo, alegre:
–¡No digas nunca que lo primero que hiciste en poner los pies en casa de Marcos Forné fue comer galletas y chocolate! ¡Es antilujurioso! ¡Antierótico! ¡Y me harías quedar fatal! Jajaja…
Los dos exclamamos a reír a carcajada limpia. ¡Qué hombre, Marcos!
Tomamos posesión del sofá, junta a la dulce bandeja. Marcos se sentó bien cerca de mí, me miró, cogió una galleta, la mordió y me volvió a mirar. Yo no le quitaba ojo, con sus labios sonrojados y carnosos, y sus ojazos verdes dignos del mejor diamante. Su rostro de facciones perfectas, esa nariz sexy con su custodiante y claro lunar a un lado. Su cabello castaño grisáceo y claro, sus patillas perfectamente recortadas. Su mentón fuerte y elegante… Y ese cuerpazo equilibradamente musculado, enfundado en su camisa blanca perla de aquella noche de celebración y esos tejanos negros que escondían sus piernas fuertes, muy fuertes y robustas. Aunque conocía el cuerpo desnudo de Marcos, de aquella lejana tarde en las duchas del gimnasio, era evidente que mi deseo me hacía verlo, así vestido, con misterio y atracción.
Marcos extendió su brazo por detrás del sofá, y me miraba:
–¿No nos deben estar buscando en el Glinkel? –dijo Marcos.
–Sobretodo la zorrona de Lidia. Y que me perdone la chica pero es lo que parece la muy… en fin.
–Aún no me puedo creer la encerrona de tu hermano.
–Lluc es como un primate. No hay que darle más vueltas.
Silencio.
Hacía rato que quería preguntarle algo a Marcos.
–Oye Marcos… Si entre mi madrastra Marina y yo no hubiéramos hallado el modo de salvarte de tal embrollo… ¿tú…? Quiero decir, tú… ¿hubieras seguido el juego…? ¿Hubieras…?
–¿El juego de Lidia, Lluc y los chicos del club? ¿Quieres decir que si me hubiera acostado con ella, siguiendo sus deseos?
Asentí con la mirada.
–Biel: me sentía bloqueado. No quiero estar con ninguna mujer. Con ninguna. Pero me cuesta zanjar esos camelos, esas cazas furtivas de mujeres que se conocen todos los enredos para atrapar hombres… No sé cómo librarme de una pelmaza que me come la oreja… Así de claro.
Me sonreía para mí mismo. Sabía que Marcos era tan puro, tan inocentón, que podía caer en las garras de una poderosa mosca, aunque fuera vestida de putón.
Llegó aquel momento de la noche, entre dos hombres que se aman, y que tanto como se aman se respetan, en que uno no sabe como consumar el deseo que une al uno con el otro. Seguíamos con nuestros dulces y nuestro chocolate.
–Ahora pensaba, Biel –me dijo Marcos–, que siendo hoy lunes, he sido un poco egoísta robándote la noche. Yo mañana libro del entreno, me reincorporo poco a poco después de mi última lesión… pero tú… ¿mañana por la mañana tienes clases en la universidad, no?
Entonces, yo, que no tenía ni he tenido nunca un pelo de tonto, hablé con claridad:
–Apenas son las doce de la noche, Marcos. Si dices eso… ¿supones que voy a pasar toda la noche aquí… contigo?
Con esa pregunta arrojé todo mi deseo en mi mirada, bien dirigida a Marcos. Y él parecía prenderse por momentos en el fuego de su deseo. Veía como se encendía poco a poco.
–Pues… yo… La verdad es que…
Esos momentos de indefensión angelical me superaban y me excitaban: ¡¡demonios, era Marcos Forné!! Un tiarrón bien macho y bien adulto, objeto de deseo de millones de personas. Con una vida y un recorrido bajo los focos. ¿Cómo era tan… inocente? ¡
–No quiero forzar nada, Marcos.
Pero parece que al final Marcos encontraba las palabras:
–¿Forzar? Hace tiempo, mucho tiempo, que deseo que llegue este momento…
–¿Qué momento? –pregunté con cara de inocente.
Marcos cortó toda la distancia que había entre él y yo y acercó su rostro al mío. Estaba muy nervioso. Levantó su manaza de sus muslos, su mano fuerte y a la vez suave, y volvió, como antaño, a cogerme por el cuello y a reseguir mi mejilla. Acercó sus labios y me besó tímidamente pero con fuerza. Noté su fuerte respiración. Separó sus labios de los míos:
–Este momento –me suspiró y resiguió con sus ojos todo mi rostro, como admirando algo que había estado lejos de su alcance demasiado tiempo–, y he de advertirte, Biel, que…
–No tienes que advertirme nada –le dije ensimismado, mientras yo le tomaba el cuello y lo acariciaba con mis dedos.
–Debo advertirte que no tengo ni idea de… En fin, que todo esto… Es nuevo para mí y…
–No digas más –le respondí y me lancé a sus labios, introduciendo poco a poco mi lengua en su boca y uniéndola a la suya. Fue el intercambio de fluidos más romántico y a la vez más excitante de mi vida…
–Te amo, Biel… –me dijo en un segundo de respiro, casi jadeando– Te amo…
Y yo le amaba a él. Así de simple. Sentí que aquella noche empezaba mi vida. Una nueva vida prendada de la de Marcos.
Separamos nuestros labios.
–Acompáñame –me dijo Marcos. Se levantó del sofá y me tendió la mano para llevarme hacia su dormitorio.
Fuimos hasta allí, cerró la puerta y me miró con un deseo volcánico. En verdad, jamás me había mirado así. De pie, el uno junto al otro, dos cuerpos jóvenes deseosos de ser amados, poseídos y entregados al otro. Fuego en el ambiente. De no unirnos el uno al otro en aquella noche, creo que hubiésemos muerto, tan grande y ardiente que era nuestro deseo.
Nos lanzamos a los brazos el uno del otro y a besarnos con fruición. Marcos aprovechaba los brevísimos respiros que le daba para suspirar, jadeando, la increíble verdad que le pasaba por la cabeza:
–No me puedo creer que esté pasando esto –y venga lengüetazo y mordida de labio–. Biel… te voy a…
Éramos presa el uno del otro.
Entonces aparté mi mano derecha de su cuello y la hice bajar hasta la bragueta de sus tejanos negros. Pero antes de tocar tierra firme (¡y qué firmeza la de su paquete!)… su rápida zarpa me detuvo, cogiéndome la mano con fuerza.
Fue la manera de expresarme que aquella noche no debía ser únicamente de lujuria, sino, sobretodo, de amor. Nada de placer rápido. Éramos amantes enamorados. Habría tiempo de lanzarme a su paquetazo. Devolví mi mano a su rostro, que no dejaba de acariciar.
Mientras tanto, la noche continuaba en el Glinkel, bajo la música, la luz y la fiesta. El club de copas había ido cayendo poco a poco en aquel histerismo festivo de después de la media noche.
–¿¡Pero dónde coño se ha metido Forné!? ¡Joder! La zorra de Lidia parece una gata en celo esperándole –le dijo mi hermano Lluc a Di Campanio, el defensa italiano conocido en toda la ciudad por sus juergas y su desfase… y, sin duda, uno de los instigadores de la encerrona a Marcos… ¡fallida!– ¡Tío, no creo que la chavala aguante esta noche sin que el macho de Marcos la monte… ¿Pero dónde se ha metido?
–Ni idea, tío. ¿Y tu hermano Biel: ya se ha ido? Hace mucho rato que no lo veo.
–Eso me gustaría saber a mí: dónde se ha metido mi hermanito y me temo que…
–¿Qué pasa?
–Nada… Nada que pueda arreglarse. Oye, déjame que haga algunas llamadas. Ocúpate de ese bombón –ordenó mi hermano a Di Campanio.
–Tranquilo. Estoy decidido a follármela esta noche. Si Marcos se la ha dejado perder… Va a ver la guarra la polla que la espera. En una hora la tengo de rodillas en mi apartamento comiéndomela.
Di Campanio se acercó a Lidia entrándole con decisión. El canalla tenía novia en su Roma natal, pero eso no le impedía montar a cualquiera de las jóvenes niñatas postadolescentes de la ciudad (o adolescentes en algunos casos) que se dejaban caer –expresamente– por los lugares de ocio frecuentados por la plantilla del Olympic Galaxy… y no pocas veces la prensa deportiva afín al equipo de mi padre había señalado a Di Campanio como una mala influencia para el resto de la plantilla, especialmente para los más jóvenes de diecisiete y dieciocho años del filial juvenil que empezaban a debutar en el primer equipo y que se dejaban deslumbrar por la grandeza del mejor jugador italiano que había tenido el Galaxy en años. Di Campanio era un follador nato , tal como se decía por los malos ambientes de la ciudad.
Lluc se dirigió hacia una cercana mesa, donde la mujer de Berny, el entrenador del primer equipo, charlaba amistosamente con nuestra madrastra Marina mientras nuestro padre y el entrenador compartían copas.
–¡Marina, tenemos que hablar! –le espetó Lluc y la cogió del brazo apartándola de su compañía.
–¿Pero qué te ocurre, Lluc? No parece que estés disfrutando de la noche… –le dijo Marina con tono burlón.
–Sin embargo tú parece que te lo pasas en grande. ¿Dónde coño está Biel?
–Háblame como el hombre que tu padre y yo hemos educado durante largos años –dijo con dureza y rostro serio mi madrastra. Lluc se hizo el remolón, pero cedió:
–Marina: ¿dónde está Biel?
–No tengo ni idea. Habrá vuelto a casa. Ya sabes que estos saraos no le van demasiado. Y creo que tu padre y yo nos vamos a ir ya, también. Es tarde… y sólo es lunes. ¡Bueno, ya es martes!
–Sé que estás de su parte y lo estás aconsejando mal, Marina.
–¿Perdona? ¿De qué me hablas? ¡No te oigo bien! –sonrió mordaz Marina.
Mi hermano Lluc empezaba a sospechar, desde hacía ya unas semanas, la historia que lentamente nos traíamos Marcos y yo. Y Marina era nuestra cómplice desde aquella noche, obrando su magistral maniobra de distracción y “rescate” de Forné… de las garras de Lidia.
Lluc dejó plantada a Marina, cogió el teléfono y empezó a llamar a Marcos y a mí alternadamente. ¡Qué iluso que era! Nuestros teléfonos eran ya cosa de otro mundo. Y ambos nos dedicábamos sólo a nuestros cuerpos y nuestro amor creciente. Mientras dejaba algún mensaje en el buzón de voz, su cara mudó al color blanco, mirando a lo lejos del local:
–Pero qué coño está haciendo ese cabrón aquí… –susurró para sus adentros mirando hacia la entrada del Glinkel, divisando entre la luz y el gentío bailando una figura muy familiar– Hijo de puta…
Lluc colgó su teléfono y se desplazó a la velocidad del rayo hasta la otra punta del local. Se abalanzó sobre un tremendo tío de no más de veinte años, pero hecho y derecho, moreno y bien alto, muy fornido, con barba perfectamente recortada, un rostro guapísimo y cuidado al milímetro pese a su aire casual y una mirada… desafiante y chulesca.
–¿¡Te crees que el paso de los años nos ha vuelto amnésicos o qué!? –exclamó Lluc.
–¡Hostia, un De Granados que me es familiar! ¿Lluc, verdad? Si no te importa, he venido a disfrutar de la noche de esta maravillosa ciudad. Y estamos en un país libre donde cada cual circula por dónde le da la gana, ¿me equivoco?
–Hijo de puta… –repitió mi hermano entre dientes, furioso– No eres bienvenido aquí.
–Tal vez te cueste creer que tu querido padre no es dueño de todo lo que pisas. Por cierto, ¿conoces a Christian? Mi chico… Por cierto, somos una pareja… muy abierta –y guiñó el ojo a mi hermano, que hizo una mueca de asco.
–Karl. LÁR-GA-TE de aquí.
–¿De veras…?
Karl, el tremendo y mezquino Karl, respondiendo al desprecio de mi hermano Lluc se acercó a su acompañante, Christian, un chico de no más de diecinueve años, de pelo castaño y ojos azules, delgado pero muy fuerte y curtido en gimnasio, lo agarró por la cintura, le magreó el culo y le lamió literalmente la boca, empezando un beso lascivo con lengua a la vista de todos mientras sus manos se dirigían al paquete de Christian, que a su vez lo imitaba agarrando el imponente artefacto oculto de Karl. Se soltaron, finalmente, con un sonoro lengüetazo. Mi hermano Lluc estaba absorto. No sabía si huir de la rabia y el asco o lanzarle un puñetazo a Karl.
–Te advierto, Lluc de Granados, que Berlín se me ha hecho algo empalagoso en esta época del año, ¿verdad Christian? –volvió a dirigirse a su “pareja”, lo rodeó con su musculado brazo por el cuello y lo acercó hacia su boca, comiéndosela al máximo y gruñendo de placer–. Arrrg… Joder, a este paso nos lo montamos en medio de la gente… En fin, te decía, Lluc, que me he instalado aquí en el sur. ¿Quién puede resistirse al poder del Olympic Galaxy sobre esta ciudad…?
–Maldito niño rico…
–No soy muy diferente a ti, Lluc. Desde luego que no tienes el aura que rodea al bueno de Biel. ¿Por cierto, dónde está mi ex?
–No vas a ver a mi hermano Biel, si eso es lo que has venido a buscar. Tuvo bastante la última vez que te vio en fotos y vídeos… más que comprometedores para ti.
–Ah, sí, la orgía de mayo. Pero, oye Lluc, ¿no ves a Christian? Es mi nuevo novio ahora. ¿Sabes? Folla como nadie, mira su paquete: una polla de infarto que te encularía como una obediente avispa.
–Ya basta, cabronazo.
–¡Ah! ¿No eres pasivo? No pasa nada... ¿Ves esta boquita? –dijo Karl, llevando sus manos y sus dedos a la mandíbula de Chirstian, cogiéndola con fuerza y metiendo sus dedos, que Christian chupaba con deseo– ¿La ves? Se lo come y se lo traga TODO. Hasta la leche. A lo mejor te iría bien que te la mamara mientras yo te doy por el culo. Te borraría esa cara de amargado que ahora mismo tienes.
–Te voy a partir la cara, mariconazo. ¡No tuviste bastante con destrozar la adolescencia de mi hermano que ahora vienes aquí y…!
Lluc estaba decidido a golpear a Karl cuando oyó unos gritos a lo lejos.
–¡¡Ayuda, por favor!! ¡¡Que alguien nos ayude!!
Lluc huyó horrorizado al centro del Glinkel.
Lancé a Marcos sobre su cama y me eché encima suyo, abrazándolo y besándolo con pasión. Echado sobre su pecho noté el imparable e intenso latido de su corazón, que le iba a mil. Estaba sudoroso. Nuestras lenguas no se separaban. Uno encima del otro, empezábamos a retozar el uno sobre el otro. Noté el bulto creciente de Marcos debajo de su pantalón. El instinto me llevó finalmente a mover mi mano hasta su paquete y empezar a acariciarlo, sin abandonar sus labios. Marcos, que respiraba de manera entrecortada, se desplazó a mi cuello, que empezó a besuquear con mucha fruición. Yo tenía a mi alcance el lóbulo de su oreja, que mordisqueé con apetencia, al tiempo que me retiraba momentáneamente, sin dejar Marcos de lamerme el cuello, para jadear de placer.
Estábamos muy calientes. Literalmente y figuradamente. La oreja de Marcos estaba roja, y su piel ardía como nunca lo había hecho. Marcos se recostó en la almohada y yo me senté encima de sus piernas, echándome sobre su yugular, a morder y besar.
–Me estoy quemando, Biel… –jadeó Marcos, soltando una risa nerviosa.
Yo redoblé mi esfuerzo sobre su piel y empecé a actuar con algo de rapidez. Desabroché con ansia su camisa, botón por botón. Marcos me miró como un corderito a punto de ser degollado… pero sus ojazos verdes y brillantes le delataban: ardía en deseos de que le comiera toda su piel. Estaba a mil. Su respiración podía seguirse como un péndulo, exhalando y suspirando. Y aún no habíamos ni empezado…
Me deshice de su camisa, que lanzamos a un lado de la cama. Otro obstáculo: su camiseta de tirantes de ropa interior. Marcos no se hizo esperar y se la arrancó tirándola al suelo con fuerza. Me miró pletórico. Parecía leer en sus ojazos un “Cómeme YA”.
Y así lo hice. Volví a atacar su cuello y empecé a bajar por sus pectorales. Todo su torso perfectamente depilado, excepto ese magnífico sendero de poco vello, del ombligo a su sexo, zona que no dejaba de acariciar mientras mi boca maniobraba más arriba. Bajé mi lengua desde el cuello hasta sus pezones. Marcos alzó su cabeza, cerrando los ojos, gloriosamente sumido en el placer de mis maniobras.
–Biel… ¡Aaaaah…! Joder…
Pude ver cómo se mordía su labio inferior con los ojos cerrados. Todo aquello era nuevo para él. A sus veinticinco años siempre había deseado ser acariciado, besado… poseído por un hombre. Sabía de sus deseos desde niño. Ahora sentía el placer absoluto de una liberación.
Le lamí las tetillas con fuerza, al tiempo que yo me deshice de mi camisa y él me sujetó por la cintura para alzarme, poniéndome de rodillas, sobre la cama, manteniéndose él sentado, con mi abdomen a la altura de su rostro. Empezó a reseguir con su lengua toda mi anatomía al descubierto, todo mi torso. Yo le cogí su rostro con mis manos, desmañando su cabello y retozándome en mi placer, imitando instintivamente el mordisco del labio inferior que había visto en Marcos un rato antes. Mis manos y mis dedos rodearon su mentón. Marcos abrió su boca y me invitó a meter mi dedo índice y pulgar, alternadamente. Alzó su vista a mí y me hizo ver cómo los dejaba penetrar en su boca, chupando con su lengua desde la yema del dedo hasta su tronco. ¡¡Ahhhh, Marcos!! Su mirada de deseo era brutal. No me quitaba el ojo.
Pura e instintivamente lo empujé hacia atrás de manera salvaje. Quedó una vez más tendido sobre su cama. Me lancé a sus labios. Necesitaba besar a ese hombre. ¡Qué tremendo! Volví a seguir el itinerario anterior, desde su cuello hasta sus pectorales. Y descendí a su tableta de abdominales, besuqueando ese camino de vello debajo del ombligo. Marcos extendió su mano sobre mi cabeza, guiándome por su geografía humana… Con mi mano derecha empecé a magrear su paquetazo. Aquello era una olla a presión a punto de reventar. Mordisqué con mis dientes el abultado paquete, envuelto en esos tejanos oscuros. Tuve tiempo de echar un vistazo hacia arriba, viendo a Marcos morir de placer.
–Ya basta de preámbulos –exclamé, y desabroché el cinturón con rapidez y desabotoné el pantalón. Se lo prendí con fuerza, pero al tejano le costaba ceder.
Hice poner a Marcos en pie sobre su cama, yo me puse de rodillas y conseguimos deshacernos de sus tejanos. Yo no podía más. Necesitaba comerme el pedazo de carne que se intuía bajo los bóxers. No era solamente que llevaba DOS AÑOS sin estar con ningún hombre (desde que corté con Karl), era que aquel hombre, Marcos Forné, me volvía absolutamente LOCO. Así que le bajé con rabia los bóxers y liberé un pollón de veintidós centímetros en su máxima eclosión. Un larguísimo y grueso pollón con capullo rosáceo. Unos cojones voluminosos que deseaba magrear. Pero, sobretodo, esa polla que deseaba tragar. Marcos estaba que no podía más. Él, de pie sobre su cama, completamente desnudo. Yo, arrodillado ante él, ante su imponente cuerpo. Iba a ser mío. Todo para mí.
Él y yo a solas. Con ardiente y amoroso deseo animal. Todo iba a arder. Íbamos a arder en nuestro mutuo deseo.
Abrí mi boca con ganas y empecé a meterme sus veintidós centímetros de placer absoluto. Recuerdo bien el grito de placer mortal y absoluto de Marcos:
–Aaaaaaaaaaaah, Bieeeeeeel, aaaaaaaaah, jooooodeeeeeeeeeeeeeeeeeer… síiiiiiiiiiii.
Marcos estaba fuera de sí. Imagino que ya le habían comido la polla anteriormente (su misma exnovia), pero ¿un hombre? Jamás. Y él sólo deseaba a los hombres, ya lo había confesado. Los deseaba y quería poseerlos. Quería poseerme a mí. Ahora él era mío y yo era suyo. Y me estaba follando la boca.
Proseguí con una mamada para recordar. El largo año de relación con Karl, pese a mi infelicidad, me había dado un aprendizaje completo del arte amatorio. Me metía y me sacaba de mi boca ese pollón sin problemas. De la base a la punta, rechupeteando su capullo y resiguiéndolo con mi lengua, algo que volvía loco a Marcos. Miraba hacia ese Marcos erguido sobre sus piernazas de futbolista de élite y veía un hombre consumido ferozmente por el placer, gimiendo sin parar.
No sé cuánto duró. Yo no agotaba mi energía y sólo quería chupar más y más. Acompañaba mi estímulo total de una deseosa caricia con mis manos sobre sus piernas y resiguiendo hasta atrás, sus prietas nalgas, ese culazo imponente curtido en años de batalla deportiva. Tras un largo rato en esa postura, él de pie en su cama, yo arrodillado, noté que las venas de su polla hacían amago de algo. Marcos me sacó de su entrepierna con sus brazos y me elevó hasta su altura, poniéndome de pie, lanzándome un beso adictivo, comiéndome la boca durante varios minutos y resiguiendo sus manos por mi espalda, al tiempo que me liberaba de mis pantalones y mis slips, y volvía a acompañar su comida de boca de caricias en mi mentón y mi mandíbula. Era una mezcla de pasión animal y romanticismo adicto. Marcos me amaba de tal manera que aquella noche parecía liberar toda su fuerza, dispuesto a morir después de lograr lo que quería.
En mi mente, flashbacks de nuestro primer encuentro en el gimnasio de la Ciudad Deportiva. Su cuerpo, sus brazos, su sonrisa blanca, sus ojazos verdes, su mirada dulce y atenta a mí… Sus palabras…
Caímos de rodillas en la cama, sin dejar de besarnos y lamernos, sin dejar de rozar todo nuestro cuerpo. Lamer y comer… Cuello, brazos, pezones… Ahora completamente desnudos el uno junto al otro. Noté que Marcos quería tomar la iniciativa… Era un inexperto que sabía completamente lo que quería. Me empujó con fuerza y delicadeza, tumbándome y echándose encima de mí. Nuestras pollas estaban enganchadas la una a la otra y se rozaban adictivamente. Marcos no dejaba de besarme y de jadear.
–Quiero follarte… Quiero que seas mío…–me jadeaba con ardor. Sus manos bajaron a mis testículos, jugando con ellos, alzando mi sexo y masturbándolo. Me cogió la pierna y la colocó por encima suyo, y tuvo la oportunidad de empezar a pellizcar mis nalgas, y acercarse a mi ojete. No dejaba de besarme, de comerme mi boca. Iba de mi polla a mis nalgas, las acariciaba y se iba adentrando en sus confines con su dedo, empezando a penetrarlo en mi culo mientras mi brazo y mis manos iban acariciar su polla– Voy a follarte… Necesito follarte… – me volvía loco mientras me mordía el labio, y en el cuello, en la oreja, jadeando, retozándose de placer y buscando mi boca para comérmela... otra vez– Voy a cogerte, Biel... ¡¡Buff…!! Quiero follarte…
Era la primera vez de Marcos con un chico y aunque notaba su inexperiencia también percibía su absoluta determinación de llevar el asunto según sus impulsos. Lanzó un zarpazo con sus manos para hacerse con el almohadón de la cama, y me lo colocó debajo de mi cabeza para recostarme más cómodamente. Volvió a acariciar el entorno de mi ojete y a meter sus dedos, penetrándome con ellos.
–Te amo… Te deseo… Tienes que ser mío… siempre –me suspiraba con la voz ronca en los breves intervalos que separábamos nuestras lenguas o se desprendía de mi cuello o mi pecho o mis brazos.
Hasta que lo agarré entre mis brazos y, jadeando yo del esfuerzo y el placer de una noche absolutamente nueva –también para mí, tras tanto tiempo– le dije la palabra clave:
–Fóllame… Tómame –le susurré al oído.
Marcos me respondió mordiéndome el labio. Se apartó brevemente de mí y abrió un cajón. Sacó un preservativo, se lo llevó a la boca y lo abrió con los dientes. Me miró lascivamente y pícaro:
–Ya creí que no usaría uno de estos en mucho tiempo… –y rió.
Se lo colocó sobre su herramienta y se escupió a los dedos para estimular mi ano.
Al poco tiempo, levantó mis dos piernas, él se arrodilló y se las colocó encima de sus hombros. Antes de penetrarme se lanzó sobre mí una vez más y me besó.
–Dime si te hago daño –me susurró con dulzura.
Y sin apartarse de mis labios noté como la punta de su polla empezaba a adentrarse en mi culo. Fue poco a poco. Nuestros labios se separaban para gemir yo a las leves embestidas de Marcos, intentando meter su pollón dentro de mí. Lo consiguió. Volvió a comerme la boca. No se separaba de mí y de mis labios. Era todo amor y todo placer.
Empezó a meter y sacar, bombeando, algo que nos sumió a los dos en un loco placer, gritando, jadeando, gimiendo, retozándonos el uno con el otro. Estábamos chorreando de sudor.
–Aaaaaaah, Marcos, ¡fóllame! AAhhhhhh, síiiiii, aaaaaaaahhh
Marcos daba rienda suelta a mi necesidad de gritar, de retozar de placer, y me atacaba por el cuello, lamiendo y mordiendo, o a mis mejillas y a mis orejas, todas rojas de sus mordiscos en el lóbulo.
Él gemía con la voz ronca:
–Eres mío, Biel. Te deseo, no puedo dejar de follarte… aaaaaaaaah, síiiiiiiiii.
Era una máquina de entrar y sacar. Sus piernazas, con esos muslos de dios del balón, impulsaban con fuerza su pollón adentro y a fuera.
Hubo un momento en que Marcos estaba poseído del placer que le producía hacerme el amor. Bombeaba adictivamente a gran velocidad. Se quedó junto a mi cuello, gimiendo de placer. Yo lo abracé con toda mi fuerza, por su espalda, toda brollando de sudor. Gritaba de placer. Estaba fuera de sí. Lo abracé con más y más fuerza. Él dejaba caer su cabeza junto a mí. No podía más. Sudor y fuerza. Gritaba de más placer:
–¡¡Voy a correeeeermeee, Bieeeel!! ¡¡¡¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhh!!!!
Toda su fuerza se escapó en mis adentros. Marcos estaba derrotado de placer y cansancio, rebañado en su sudor, alzó su rostro sobre el mío y me besó, jadeando:
–Te amo… te amo… te amo…
Le cogí el rostro y miré sus intensos ojazos verdes. Un verde nuevo y renovado en esa noche de entrega absoluta.
–Te amo… –y le pasé mis dedos por el flequillo sudoroso de su cabello, todo mojado…– y sólo quiero estar contigo…
Soltó la sonrisa del niño enamorado, y flechó sus ojazos en los míos sin dejar de mirarme. Estaba prendado de mí. Y yo de él. Nos abrazamos en nuestra desnudez, nos besamos, y no podíamos dejar de abrazarnos.
Marcos reposó su cabeza sobre mi pecho y me acariciaba los brazos. Estaba abatido por el cansancio. Se quedó dormido en mis brazos. Y yo en los suyos.
Fue una primera noche tradicional y absolutamente romántica, sin dejar de ser animal y llena de esa tensión sexual no resuelta entre ambos durante semanas y semanas, desde aquel prometedor comienzo de año. En el rato que tardé en quedar dormido junto a Marcos, estando ya él en el séptimo sueño tras una noche inesperada para él, reflexioné sobre lo que había sido mi vida en los últimos años. Desde que rompí con Karl pasados los dieciséis años no tuve la necesidad de estar con ningún hombre, por mucho que el deseo me apremiara. ¡Ah, el deseo animal! Nuestra condición es humana y animal a la vez. Pero había resistido. Porque me había prometido que no volvería a estar con un hombre hasta que lo amara de verdad. Y Marcos era ese hombre. Sí, estaba convencido. Porque, al tiempo que reflexionaba sobre todo esto, pensé en cómo había sido esa primera vez entre Marcos y yo, cuán diferente había sido de aquella primera vez –también mi primera vez en el sexo– con Karl, el bruto y cachondo de Karl. Entonces, yo había sido un objeto que él dominaba salvajemente. Totalmente animal y sin condón, sin atender a ninguno de mis deseos. Pero con Marcos… fue todo tan romántico... Siendo para él su primera vez con un hombre, había estado tan atento conmigo, tan enganchado a mis labios… Eso no hacía más que hacer crecer y crecer mi amor por él. Y a pesar de ser una primera vez instintiva… y seguramente inexperta para Marcos, había sido la mejor noche de amor de mi vida, hasta entonces.
la mañana siguiente, del martes, el sol sobre mi cara me despertó. Estaba envuelto en el edredón y me vino a la mente una cascada de imágenes de la noche anterior. ¿Lo había soñado? ¿Había soñado aquello? Al fin y al cabo, ¿cuántas veces había llegado a soñar con Marcos, con Marcos dominándome? Centenares. Me di la vuelta en la cama y di con Marcos, desnudo y envuelvo en su edredón, durmiendo como un bebé, con un leve y discreto ronquido… pude seguir su respiración y reseguir su rostro satisfecho. Lo acaricié. Sí, vi su satisfacción, su felicidad… en su rostro dormido. Marcos era feliz. Y no, no había soñado nada de lo de anoche. Había sido absolutamente real. Algo que meses antes hubiese sido algo completamente ilusorio para mí se había hecho realidad. Había traspasado todas las fronteras que, pese a compartir un mismo mundo, nos separaban… para unirnos. Si me hubiesen dicho que Marcos Forné iba a cruzarse permanentemente en mi vida e iba a enamorarse de mí, y yo de él… no me lo hubiera creído.
Estuve como media hora mirando a ese Marcos que dormía como un bebé. Qué tierno… Un hombre tremendamente fuerte, tan frágil y tan fortachón a la vez. Me giré y me tumbé boca arriba, dibujando imaginariamente en el techo el deseo de una futura felicidad. Repentinamente un fuerte brazo me rodeó el pecho y escuché un perezoso Marcos murmurando algo imperceptible en su despertar. Me giré hacia él y me apretó contra él con sus vigorosas manos.
–Ven aquí y dame los buenos días –me susurró.
Me moví rápidamente a través del edredón, le empujé con toda mi fuerza y lo puse boca arriba, poniéndome encima suyo, y entrando en contacto nuestras pollas. La de Marcos, bien morcillona y en erección en curso al notar la mía sobre la suya. Se volvía a empalmar.
–Buenos días, señor Forné –le dije, y le robé un beso.
Al separarme de sus labios pude ver su sonrisa de oreja a oreja. Pura, blanca e inmaculada.
–¡Ahhh! Por favor, que todas las mañanas de mi vida sean asíiiii –gruñó Marcos, y me agarró con sus brazos por la espalda y me llevó a él nuevamente para besarme– ¿Te he dicho ya cuánto te quiero?
–Toda la noche, mientras me hacías el amor… –le respondí, risueño.
–Pues acostúmbrate… Porque es la verdad.
Y volvimos a besarnos.
–¿Qué hora debe ser? –pregunté– Desde luego que ya hace rato que debería estar en la universidad. Y menos mal que Marina sabe que salí contigo de la sala de copas… porque estoy desaparecido de casa desde ayer.
–Bendita sea tu madrastra. Gracias a ella escapamos…
Y yo me escapé de los brazos de Marcos para buscar mi teléfono, en los pantalones que Marcos había lanzado lejos de la cama tras arrancármelos la noche anterior. No estaba allí, así que fui a buscar la americana al salón.
–¡Me vas a enfriar si te vas, Biel! –dijo con tono entre burlón y dulce el buenón de Marcos.
Volví a la cama, a sus brazos, con la americana entre mis manos, sin dejar de rebuscar en los bolsillos.
Finalmente, di con mi teléfono perdido entre los guantes que metí en el bolsillo de mi chaqueta y comprobé que estaba apagado, seguramente desde la tarde anterior.
–¿Para qué quieres el teléfono? –me decía Marcos mientras me agarraba con fuerza con sus manos portentosas, me cogía por el abdomen y el pecho y besaba mi hombro y mi cuello– Podemos pasar todo el día de hoy juntos... Hasta mañana no vuelvo al campo de entreno...
–¿Eres insaciable? –le solté a carcajada limpia–. Llevo más de doce horas desconectado de todo y encima le dejé el rastreador de seguridad al chofer. Y hoy tengo clases. Va... Marcos.... –le dije ya que ahora sus labios subían a mi cuello y sus manos descendían a mi polla semierecta– Marcos... déjame respirar un minuto...
–Ahora que eres mío no te voy a dejar escapar... jamás.
Y mientras me decía esto yo no dejaba de sonreír ante su ternura y pasión. Me puse con mi teléfono móvil, tecleando mis códigos y di a parar con... con... ¡Ah...! Que día tan luminoso y tan oscuro, aquél.
Marcos vio, custodiándome desde atrás, envuelto mi torso en sus brazos, como mi semblante cambiaba:
–¿Algo va mal...? –y me apretó con fuerza con sus manos sobre mi abdomen.
–Tengo un montón de mensajes de voz... Creo que son de mi hermano Lluc. Déjame ver...
Me llevé el teléfono a la oreja para escuchar. Marcos me acariciaba los brazos y aspiraba la piel de mi cuello y mi espalda. Entonces, todo empezó a derrumbarse.
–Biel... ¿qué está pasando?
Colgué el teléfono y dejé caer el brazo con lentitud con mi mirada perdida en el vacío.
Marcos detuvo sus acciones.
–¡Biel...! ¿¡Qué ocurre!?
Hubo un espeso silencio. Un terrible silencio.
No pude girarme para mirar a Marcos a los ojos. Sólo me quedó un hilo de voz:
–Es…
–¡Biel… DÍMELO!
–Mi padre... ha muerto... esta noche.
Gracias a tod@s por seguir el relato. Y disculpen la demora de este capítulo, ¡no ha sido fácil terminarlo!. En los próximos días, más ‘Simplemente Biel’, con una situación absolutamente nueva para todos, que va a poner a prueba muchas cosas, un Biel que debe convertirse en adulto de golpe, un reencuentro con un obstinado e insistente pasado y un Marcos… ¡ah, Marcos…!
¡Hasta pronto! ¡Y gracias por comentar y puntuar! Un abrazo.