Simplemente Biel (IX) - Arma caliente
Amor y sexo, junto al fuego y bajo el agua. Una traición que se destapa. Y un ardiente deseo que lo inunda todo.
Pasión, fama, orgullo y sentimientos se mezclan en la historia de Biel de Granados y Marcos Forné. Un chico de dieciocho años con circunstancias únicas y excepcionales y un joven dios de veinticinco que descubre su verdadero ser. El poder, la familia, las emociones, el sexo y las aspiraciones del corazón en una historia para gozar y reflexionar. La lucha contra un mundo de frivolidad y prejuicios y la conquista del derecho a amar y ser amado.
IX
¿No has pensado alguna vez que la vida te brinda momentos de felicidad efímera y que, al final, esa felicidad ha sido una falsa idea que encontramos con cuentagotas a lo largo del camino? Cuando te sientes feliz... es que estás al borde del cataclismo.
–Pero... entonces... eres... ¿gay?
Marcos tragó saliva ante la definitiva pregunta de Sandra, sentada frente a él en el sofá contiguo.
–Amo a otro hombre. Y lo deseo. Supongo que... sí, eso me hace... gay.
Sandra tenía su mirada clavada en el suelo. La alzó a los ojos de Marcos y le inquirió asustada de conocer más allá de la verdad:
–Pero... ¿deseaste a otros hombres mientras estabas conmigo?
Marcos solapó sus manos, en un gesto nervioso, mirando con temblor a su exnovia. Tenía los ojos humedecidos. Se sentía fatal confesándolo todo.
–No me hagas responder a esa pregunta, Sandra...
Sandra hizo una mueca de emoción contenida y de confusión. Y se preguntó a sí misma si realmente quería saber la respuesta a esa pregunta.
–Supongo que no quieres hablar del pasado, Marcos.
–Fui feliz contigo, Sandra. No voy a negar lo que viví, no voy a decir que todo fue falso: un castillo de cartas en el aire. Pero dejarte fue la mejor elección... para las dos.
–¿Porque estar conmigo era una mentira...?
Sandra también estaba al borde del llanto. Marcos se levantó de su sillón enfadado y de un plumazo, dio la espalda a Sandra y se llevó sus manos a la cabeza, cansado. Encontró fuerzas para volver a mirar a Sandra:
–¡NO! No todo fue una mentira. Fue lo que fue. Y no deberíamos mirar más al pasado. Debemos seguir con nuestras vidas. Debemos mirar de ser felices.
–Ya, Marcos. El problema es que para mí tú eras el motivo de esa felicidad y tras pasar ocho años juntos me cuesta imaginar mi vida sin ti.
–Sandra: no me lo hagas más difícil...
–Déjame terminar, por favor: sin embargo... Es evidente que ya hemos dicho cosas que... sencillamente aún cuando me lo pidieras yo no podría volver a estar contigo. Entiendo tu situación. Y te deseo... te deseo lo mejor...
Sandra se levantó y se dispuso a salir del apartamento de Marcos. Se volvió a poner su abrigo de charol y tomó la maleta de viaje que traía. Marcos le siguió los pasos:
–Sandra, no sabes cuánto lo...
–No, Marcos. Por favor: no te compadezcas de mí. La compasión es odiosa en estas situaciones. No me siento dolida... ni traicionada. Me siento triste... muy triste por haber apostado por algo que jamás, jamás se cumplirá. Debo irme. Tienes razón... cada uno de nosotros debe seguir su camino...
Marcos, reclinado en la pared y con la tristeza también en su rostro, asintió con la cabeza, sin encontrar palabras más oportunas para consolar a su exnovia. Ella se dispuso a abrir la puerta y emprender su camino de regreso, pero no pudo evitar volver la vista atrás e interrogar, una vez más, a Marcos:
–Estás con Biel, ¿verdad? Es a él a quién amas.
Marcos se desconcertó y clavó su mirada en los ojos de Sandra.
–¿¡Quién... quién te lo ha...!?
–Nadie, Marcos. Pero sólo podía ser él... Quiero decir... El día de la fiesta en su casa [sucedió en el SEGUNDO CAPÍTULO, aquí: http://www.todorelatos.com/relato/84067/ ] , la manera en que te miraba... E incluso... la manera en que tú lo miraste. Debería haberlo sabido entonces.
–Sandra...
–No, Marcos. Después, aquella noche, cuando volvimos a nuestra casa, me hiciste el amor de la manera más desenfrenada que jamás me habías poseído. Tú lo deseabas a él y evadiste tu impulso, tu pulsión, como pudiste. No te culpo. Debe ser duro no poder expresar lo que uno piensa y siente. Por eso... por eso creo que es bueno dejar las cosas en el punto en que están. Porque ahora eres... libre, Marcos. Libre...
Marcos, abatido, con las manos metidas en los bolsillos, no alcanzaba a mirar directamente al rostro de Sandra. Ésta se le acercó, acarició dulcemente su brazo y lo besó en la mejilla:
–Mereces ser feliz –le susurró al oído de su exnovio. Volvió a besar su mejilla por última vez y desapareció tras la puerta.
La noche en que Sandra se presentó por sorpresa en el apartamento de Marcos recibí una llamada que me sumió en una profunda preocupación. Marcos me explicó que Sandra había estado allí, en el apartamento, el mismo sitio donde íbamos a cenar románticamente tras semanas de distancia entre ambos. Me contó la conversación que habían mantenido el uno con el otro. Y la confesión de Marcos. Eso me alivió: le había contado toda la verdad. Pero me inquietó la frenada de Marcos, rehacio a que apareciera por allí: “Quiero estar solo, Biel. Es mejor que no vengas”. La cena truncada. Las velas apagadas. Los platos y las copas devueltos a la oscuridad de su armario. Rezaba porque no fueran solamente los platos y las copas de Marcos lo que volvieran al armario...
Y pasaron un par días, con un intercambio habitual de mensajes entre él y yo. Pero no nos vimos. Y llegó la convocatoria de Berny, el entrenador del primer equipo, llamando a filas a todos sus jugadores para el partido de ida de la semifinal de Champions en Múnich, con el primer capitán, Forné, a la cabeza. El Olympic Galaxy, mi Olympic Galaxy, se jugaba mucho. Cesc Garbella me sermoneó sobre mi plan de viaje y de reuniones. Atendí todo lo que pude. “Eres un presidente joven y todos esperan que te esfuerces el doble y el triple de lo que se esforzó tu padre. Es cuestión de confianza. De credibilidad”, me dijo Cesc, mi sombra en todo momento. Yo embarqué en el mismo avión que el primer equipo, camino de Múnich, adonde llegamos un martes. Saludé uno por uno a todos los jugadores y a los miembros del equipo técnico. Agarré la mano a Marcos, fue la única toma de contacto de nuestra pieles... en días. Intercambiamos fugazmente nuestras miradas... Sus ojos verdes estaban brillantes.
–No va a ser fácil... pero lo conseguiréis –me dijo mi madrastra Marina al tomar asiento junto a ella en el avión, viendo a Marcos a lo lejos.
–No sabes cuánto te agradezco que vengas conmigo a Múnich...
–Ya te dije que no te iba a dejar sólo –me respondió, tomando mi mano.
–¿Has sabido algo de Lluc?
Marina negó con la cabeza. Mi hermano me tenía francamente preocupado. Hace unos meses no se habría perdido ni por asomo un partido de Champions de nuestro club.
Al llegar a la capital de Baviera seguimos el procedimiento habitual: los miembros del primer equipo tomaron rumbo al estadio para sus entrenamientos y yo empecé mi minigira promocional del Olympic Galaxy ante empresarios y autoridades, para finalmente hacer el acto de concordia tradicional con el presidente del club al que nos íbamos a enfrentar en las semifinales, el poderoso Bayern de Múnich, que en aquel 2004 estaba en la cresta de la ola. Tanto como nuestro Olympic.
Seguí todos los actos con la mayor entrega y dedicación que pude dar, aunque con Cesc quedándose en casa para hacer frente a la gestión del día a día, podía relajarme un poco. Por la tarde, refugiado de la llovizna bávara de primavera, me encerré en el hotel donde nos hospedamos. Alguien picó a la puerta con fuerza. ¡No me habían dejado tranquilo en toda la tarde!
–Adelante... –dije con pesar vuelto hacia la ventana, de pie, sin dejar de avistar la leve lluvia que repicaba contra el cristal de la ventana.
Se abrió y se cerró la puerta muy rápidamente. Sentí unos firmes pasos sobre la moqueta. Me volví.
–¡Marcos!
Y corrí a echarme en sus brazos con fuerza, a absorber todo su ser, a oler toda su piel, a palpar su cabello, su rostro, su cuello...
–No he podido evitar escaparme de la segunda planta... aunque se supone que estamos de concentración.
–Te he echado de menos, Marcos.
–Y yo, Biel...
Me agarraba del brazo, aspiraba la piel de mi cuello, me besaba suavemente la mejilla, la oreja, tomaba distancia, me miraba por entero y me acariciaba el flequillo.
–¡Biel...!
–Este mediodía durante el intercambio de regalos en el estadio...
–Sí...
–No podía dejar de mirarte...
–Ni yo... ¿te diste cuenta, Biel?
–Sí...
–Me estaba quemando por dentro mientras te miraba –resopló algo brutamente, mientras hizo descender su mano a mi culo.
–Yo también.
–Y pensé que no podría soportar ni un minuto más sin arrancarte la ropa y cogerte.
–Marcos...
Me arrambó con toda su fuerza a él, abrazándome con insistencia, entrando en contacto nuestros paquetes, abultados. Marcos tomó con una mano mi barbilla y empezó a comerme la boca y con la otra acariciaba mi bulto. Respirábamos de manera entrecortada y nada nos impedía lanzarnos a la cama que teníamos al lado y revolcarnos hasta la noche.
–Tómame, Marcos
Le dije, susurrándole al oído.
–Cógeme...
No dejaba de morderme y lamerme el cuello, empezando a desabotonar mi camisa blanca de acto oficial.
Oímos un golpe seco y la puerta se abrió bruscamente. Pareció como si se nos detuviera el corazón.
–¡¡Chicos!! ¿¡Qué estáis haciendo!?
–¡¡¡Marina!!! –grité a mi madrastra– ¡¡Nos has pegado un susto de muerte!!
Marina cerró la puerta con pestillo y se acercó a nosotros, congelados por el susto, de pie junto a la cama, medio descamisados, despeinados, entregados incipientemente el uno al otro.
–¡Debéis tener más cuidado, chicos! Está el pasillo lleno de personas del staff del club. Podía haber entrado cualquier empleado del servicio de habitaciones y os podían haber pillado... –Marina recortó toda la distancia entre ella y nosotros– ¡Cualquiera podría ir con vuestra historia a la prensa...! ¿En qué estabais pensando?
Marcos volvió la vista hacia mí. Sus mejillas sonrojadas lo hacían caer muy gracioso. Sus ojos verdes me cazaban el instinto. Sonrió con su sonrisa blanca y sus labios húmedos...
–Marina tiene razón... Tenemos que comportarnos de manera más... profesional.
Fruncí el ceño, también yo sonrojado, y me liberé de sus brazos.
–¿Cuánto va a durar este escondite...? –le inquirí acechando su mirada, molesto.
Marina bajó la mirada al suelo.
–Por vuestro bien espero que muy poco. Si lo vuestro va completamente en serio tendréis que empezar a pensar en como formalizarlo para dejar de jugar al gato y al ratón –nos respondió ella.
Marcos se adecentó y rehizo el camino hacia la puerta de mi habitación. Impulsivamente, yo le seguí, le cogí del brazo y le susurré al oído:
–Cuando volvamos a Barcino, espérame en el parking del aeropuerto.
–Lo haré.
Y Marcos se fue. Marina me miró fijamente. Estaba seria. Casi enfadada. Yo no la entendía, y se lo pregunté con el gesto cohibido.
–Biel, no puedes exponerlo de ese manera a los peligros de ahí fuera... No puedes exponer a Marcos a...
–Marina... nos queremos.
–Lo sé, mi amor, pero...
–¿Importa algo más a parte de eso?
–Hay mucha gente que estaría dispuesto a destruir a Marcos Forné, ya no digamos a ti como presidente, de saberse...
–¿Saberse qué?
–¡Biel!
–¡No, Marina! De algún modo u otro encontraré la manera de vivir nuestra historia sin condicionantes.
–¡Cariño! Yo estoy de vuestro lado –Marina se acercó a mi y acarició mi mejilla, sacando su instinto maternal–. Y quiero lo mejor para ti... Pero este mundo es cruel.
–¿Luego no voy a poder ser feliz nunca? ¿Porque sea homosexual? ¿Porque amo a otro hombre?
–Oh, Biel, olvida lo que he dicho, por favor, me preocupo... –Marina estaba llorosa y me reclamó un abrazo.
Estuvimos un largo minuto abrazados el uno al otro.
–Tal vez sí que podáis vivir vuestro amor juntos... pero creo que vais a tener que renunciar a muchas cosas...
La visión de Marina no era, en ningún caso, equivocada. Nuestra historia sólo podía ser vivida lejos de las críticas, la intolerancia, las envidias, sólo lejos de todo mal.
1-1. Ese fue el resultado final de la ida de semifinales del Bayern jugando en casa contra nuestro Olympic Galaxy. Por nuestro equipo marcó el sensacional Darío tras un pase excepcional de balón de nuestro capitán, Forné. Yo, desde el palco presidencial del estadio, apenas pude concentrarme en el partido y el frío bávaro que presidía el Bayern de Munich, a mi izquierda, era mucho más cálido frente al partido que yo y mi compromiso de entregarme a máximo a la obra de papá.
Llegar hasta la final de la Copa de Europa en París iba a ser un duro camino, pero ese gran equipo, el legado de mi padre, podía conseguirlo.
Marcos y yo nos volvimos a ver en el avión. Y así como aterrizamos en nuestra ciudad, nos dirigimos, tal y como habíamos quedado, hacia el parking del aeropuerto. Nos encontramos frente a su coche deportivo negro, excepcional y brillante. Ese coche decía poco y mucho a la vez sobre el verdadero Marcos Forné que yo estaba conociendo.
–Hace un tiempo de mil demonios.
Dijo con un agradable timbre de voz un Forné enfundado en su ropa casual pero elegante, camisa blanca con pantalones y americana negra. Fuera del recinto... no dejaba de llover. ¡Menuda primavera!
–No necesitamos buen tiempo para lo que vamos a hacer... –susurré desde el otro lado del coche.
–Que es...?
Puse mi mano sobre el capó del coche y le susurré discretamente:
–Estar juntos.
Cargamos nuestras maletas en el maletero. Nos subimos al coche, conduciendo Marcos, y pusimos rumbo a la carretera que abandonaba Barcino. Guié a Marcos durante dos largas horas de coche en que no dejábamos de mirarnos, de acariciar nuestras manos, de poner Marcos su mano sobre mi muslo, de robar fugazmente la vista a la carretera para volverme a mirar con esa ternura que me derretía.
–¿A dónde estamos yendo? –preguntó, finalmente, Marcos.
Apenas veíamos la carretera de tanto llover. El limpiaparabrisas funcionada a toda máquina. La tormenta se había cerrado sobre nosotros. Estábamos muy cerca de nuestro destino.
–Vamos a Santseny, el pueblo de la familia de mi padre. Allí nació él, nacieron mis abuelos... son mis orígenes...
–¿La estirada de tu abuela de Lausana nació en un pueblo de montaña? ¡Jajaja...! No doy crédito...
–¡Marcos! A ella no le gusta que se lo recuerden. Tenlo en cuenta para el futuro –le contesté en tono burlón.
–¿Vamos al Mas Granados, pues?
–Sí.
La lluvia repicaba sobre el coche. Era relajante...
–¿Sabes? La noche en que nos escapamos del Glinkel... ¿te acuerdas de Lidia, claro?
–¿La azafata que me comía la oreja? ¿Cómo olvidarla? [sucedió en el CUARTO CAPÍTULO, aquí: http://www.todorelatos.com/relato/84344/ ]
Sonreí para mis adentros. Lo que me llegué a enfadar viendo a Marcos con esa zorrona aquella noche de febrero.
–Pues mi hermano Lluc, conjurado con algunos de tus compañeros de vestuario, querían dejarte la casa a donde ahora vamos para que dieras rienda suelta a tu hombría de macho con la tal Lidia... Lluc me pidió las llaves. No sabes cómo me moría por dentro al verte con esa tipa.
Marcos se echó a reír. Todos esos flirteos con la heterosexualidad indiscutible de todo un pedazo de jugador del Olympic Galaxy ya era agua pasada. Parecía increíble, si me lo hubieran contado meses atrás no me lo hubiera creído. Pero ahora, sí, Marcos era mío.
Llegamos a la finca, en medio de un precioso páramo que se escapaba a nuestra completa visión por la tormenta, totalmente cerrada en el lugar. El Mas Granados era una preciosa masía del siglo XVI restaurada por varias generaciones de mi familia. La familia, de unos años para acá, apenas ponía sus pies en ella. Como mi abuela paterna, bien afincada en Lausana, todos habíamos derivado excesivamente en el elitismo urbanita de los grandes empresarios del país, dejando un poco de lado nuestro pasado de grandes hacendados del campo, conocedores de la tierra y sus sudores bajo el sol. Cogí de la mano a Marcos, bajo la lluvia y lo llevé al interior de la casa, entrando por el solemne portón de madera forjada al hierro. El vestíbulo, hermosamente decorado con pinturas al muro de temas rurales, impresionó a Marcos. Reseguimos la planta baja:
–Hace frío... –dijo él.
–Normal. Estos muros tan gruesos aíslan la casa y con la lluvia que está cayendo, baja la temperatura. Ven, encenderemos el fuego del salón.
Marcos se maravilló con los muebles clásicos que decoraban la estancia, las alfombras, los tapices... Yo me puse a tirar leña a la chimenea y saqué de una cómoda una mezcla química y unas cerillas para encender fuego lo más prontamente posible. Marcos se acercó a mí y me rodeó por la espalda con sus brazos, con su cuerpo, y me susurró al oído:
–Ojalá pudiéramos quedarnos aquí por siempre.
Cerré los ojos e imaginé los susurros de Marcos.
–Tú y yo, para siempre. Viviendo y trabajando aquí...
Me di la vuelta hacia Marcos, le correspondí con mi abrazo. Enganchados el uno al otro.
–Va, no pensemos en el mañana. Ahora estamos aquí y es lo único que importa.
Me besó, buscando tímidamente mis labios y fundiendo los suyos en los míos, al principio con cierta torpeza, luego con ansia. Lo aparté de mí:
–Hay un precioso dormitorio de matrimonio arriba con una chimenea el doble de grande que esta –dije simpático–, ¿la conquistamos?
–¡¡Vayamos a tomarla!!
Subimos como niños juguetones la escalera que conducía al primer piso y tomamos posesión del dormitorio. Marcos se puso a encender la chimenea y yo inspeccioné el formoso armario de madera de roble en busca de mantas. Bajé a la cocina a ver si los masoveros vecinos habían dejado algo de provisiones y ahí había algunas conservas y grandes espacios vacíos que pedían a gritos bajar al pueblo a comprar. Lo haríamos a la mañana siguiente.
Volví al dormitorio y escuché ya desde el pasillo el fuego de la chimenea crepitando con fuerza. Crucé el umbral de la puerta y me dio un vuelco el corazón, que aceleró sus latidos hasta el infinito.
–Ven aquí –dijo Marcos con una voz varonil pero a la vez suave, aterciopelada.
Estaba completamente desnudo frente al fuego. Completamente desnudo. La lumbre contorneaba con luces y sombras su portentoso y atractivo cuerpo
–Ven, no tengas miedo –y me tendía la mano, desde la chimenea. Yo estaba muy nervioso.
Había echado su ropa sobre una butaca cercana. Estaba completamente desnudo frente al fuego. Más guapo que nunca. Me iba el corazón a mil. La situación me excitaba sobremanera y a la vez me infundía miedo. ¡No había estado con Marcos, no de ese modo, desde nuestra primera vez en su apartamento, ya hacía dos meses! Muchas noches de insomnio, muchas poluciones nocturnas a cuenta de soñar con él, despertar y ver que nuestra cópula no había sido real... Porque tanto mi subconsciente como mi propia inteligencia emocional ambicionaba a ese hombre y sólo quería fundirse con él.
Correspondí a su invitación, no dejando por más tiempo su mano tendida a mí y me acerqué a su cuerpo. Sus pectorales brillaban como nunca frente al fuego, su tableta de abdominales se dibujaba perfectamente con los parpadeos de las llamas, sus gruesas piernas de corredor de fondo se antojaban más apetecibles que nunca, su culo, en la penumbra del contrafuego, era espigado y perfectamente contorneado. Su espalda, igualmente en la penumbra, más fuerte que nunca. Sus ojazos verdes chispeaban como el fuego.
Le cogí la mano y se volteó hacia mí. No dejaba de mirarme, completamente enganchado a mi mirada. Adicto a mí.
Vi, de reojo, su verga creciendo en volumen y longitud. Estaba tembloroso, aunque el contraste luminoso del fuego con la oscuridad de la habitación tamizaban por completo sus temblores. Ante mí era un hombre fuerte y de decisiones firmes.
–Quítate la ropa –me ordenó con sutileza, sin quitarme los ojos de encima.
Se retiró medio metro atrás, sin dejar de mirarme y yo obedecí. Él no hizo nada: sólo me miraba, apartado, esperando que cumpliera sus órdenes.
Me quité la chaqueta y luego mi camisa rayada que llevaba desde que salí de Múnich para el aeropuerto. Debajo llevaba una camiseta de ropa interior blanca y de tirantes. Me quité el cinturón y lo dejé caer con fuerza a un lado de la chimenea. Hice fuerza con la punta del zapato para quitarme el otro y luego, con un leve equilibrio, me levanté la pierna para deshacerme del otro. Y luego los calcetines. Me deshice de mis pantalones negros. Ya sólo quedaba el conjunto de mis bóxers con la camiseta interior atirantada. Primero me desprendí de la camiseta y, finalmente, de los calzoncillos. Como siempre he sido de excitación (y erección...) rápida, mal dado al disimulo y la contención de los instintos, mi polla ya estaba a medio crecer. Nervioso, miré fijamente a Marcos y tragué saliva. Vi su mirada encendida como el fuego ardiente de la hoguera encendida que teníamos al lado. Estábamos muy calientes, por la situación generada y por el fuego que nos acechaba. Creo que nuestro fuego interior era más ardiente incluso que el físico que crepitaba cada vez con más fuerza.
Miré fijamente a Marcos, que me fiscalizaba intensamente con sus ojazos verdes. Estaba excitado como yo. Nuestros cuerpos, desnudos el uno frente al otro, sólo separados por dos pasos de distancia... Junto al crepitar del fuego sólo se podía escuchar nuestra respiración acelerada, y una tormenta cerrada sobre la masía ahí afuera. Marcos dio el paso. Literalmente. Venció toda distancia y se situó frente a frente. Nuestras pollas entraron en contacto sin querer. Marcos abrió bien sus ojos, frente a mis ojos, y me miró lleno de deseo. Aspiró mi olor, junto a mi rostro, mirándome adictamente. Contorneó mi rostro con su mano, resiguiendo mis facciones, acariciándome, retirándome el pelo del flequillo, humedeciendo instintivamente sus labios con su lengua.
–Quiero que me poseas, que me cojas, Biel... Esta noche.
Papeles cambiados. Marcos podía sentir mi corazón latir a doscientos por mil, ya. Entrecerré los ojos, asintiendo. Marcos rodeó mi cuello y empezó a lamerlo y a besarlo, y luego se fue acercando a mis labios. Yo, al principio tímidamente, después con más fuerza, envolví su espalda y su cuello con mis brazos y le correspondí. Así como atacaba mi cuello yo le mordisqueaba su oreja, del contorno al lóbulo. Eso lo volvía loco. Llevaba sus manazas a mi cintura, a mi torso, y lo acariciaba con mucha ternura. Nuestras vergas estaban a tope, chocando la una con la otra. Luego sus manos envolvían mis nalgas, y jugaban con ellas. Yo hice lo mismo con su portentoso culazo de futbolista, e intenté adentrar los dedos hacia su agujero. Sentí como se excitaba.
En un momento exacto, Marcos decidió emprender la ruta hacia mi vergel, ante la crecida de mi ansia y expectación... Fue mordisqueando mi torso, recreándose en mis pezones y estimulando todo el abdomen. A veces sentía que sólo con dejarme llevar por completo al goce de sus estímulos me hubiera bastado para correrme. Marcos ya rodeaba el entorno de mi pija, totalmente empalada. La tomó con su mano y empezó a recorrerla desde la base hasta el capullo, estimulándola aún más, en un masaje maestro... para tan formidable principiante.
Yo miré su acción con una mirada rotunda, totalmente quieto, como un niño sorprendido por un juego terriblemente excitante.
Marcos se había arrodillado por completo frente a mí. Yo no daba crédito. Su cabeza a la altura de mi vergajo, sus manos masturbándome. Se detuvo, llevó su mano a la base de mi polla y recortó toda la distancia de su rostro con ella. Pegó su nariz a mi tronco y aspiró fuertemente el olor de mi polla, cada vez con más fuerza. Marcos podía sentir la intensidad del pulso de mi circulación sanguínea en mi polla, el latido de mi verga junto a él. Aspiró toda ella y bajó a mis pelotas, donde repitió la inspección, poniendo mi polla sobre su mejilla, luego sobre su barbilla, haciendo ademán de zampársela. Volvía al vergel de mis cojones y mi polla chocaba contra su oreja. ¡Caramba, aquello me llevaba al paraíso!
Marcos hizo el camino de vuelta, esta vez no con su nariz husmeante sino con sus labios entrecerrados, siguiendo el contorno de mi verga, hasta la punta donde abrió más los labios húmedos. Sacó su lengua tímidamente para que le empezara a follar la boca. Sentí como el precum se escapaba de mis adentros y él lo recogía en su lengua. No dejó que aquello se escapara más y fue abriendo más y más la boca para empezar a tragarse mi pija. Y lo hizo lento pero decididamente hasta quedar mis pelotas sobre su barbilla.
Yo dejé escapar un leve gemido, ahogado en mi excitación... Buffff, aquel principio de mamada iba a matarme.
Entonces, Marcos empezó a mamarla con adicción. Intenté acompañar su ritmo, su mete-saca, con el balanceo de mi culo y de mi cuerpo. Era brutal cuando nos sincronizábamos. Sentir mi polla en su boca se me hacía mortalmente ardiente. Ya no era sólo el fuego de la chimenea que crepitaba. Éramos nosotros que ardíamos.
Se sacaba la polla y se la metía con un arte propio de experto avanzado, cosa que no era... pero sin duda se esforzaba... y aprobaba con matrícula. Había clavado sus zarpas en mis piernas, para acompañar bien mis movimientos, cuando no tenía que volver a echarlas sobre la polla para recolocarla bien en su boca. Fue una zumbada brutal.
En un momento concreto, se la sacó de su boca y volvió a poner su nariz bajo mi polla. Me la agarró por la base del mástil y me la golpeó sobre su nariz y sus labios, al tiempo que aspiraba el capullo y respiraba el olor a polla. Mi tranca ya estaba más dura que al acero. Él se había hecho ayudar de su otra mano para masturbar su potente pija de veintidós centímetros, que ya estaba en sus límites de grosor.
No pude mantenerme por más tiempo fuera de su boca y reconducí mi miembro hacia el fondo de su garganta. Marcos volvió a tragársela toda y dirigió muy bruto su mirada hacia arriba, buscando mi complicidad. Y dio con un chico de dieciocho años, fuera de sí, tumbando su cabeza hacia atrás, muerto de placer. A Marcos le encendía verme tan fuera de mí, tan bruto y tan animal. Cerró los ojos y se zampó la polla con más fuerza aún.
Interrumpió bruscamente el ejercicio, se levantó súbitamente, y sus fuertes manos tomaron mi rostro para comerme la boca con su lengua cazadora. Jamás nos habíamos comido la boca de manera tan impaciente, como si se nos fuera la vida con ello. Nuestras lenguas jugaban, entraban y salían. Nos excitaba sentir el propio ruido de nuestros fluidos y lenguas de boca en boca.
Marcos me empujó con fuerza, mientras su mano tomaba mi cuello y mi cabeza por atrás, yo tiré marcha atrás, solapado él a mí, polla con polla, él tirándome hacia adelante, yo hacia yendo hacia atrás. Me dirigía hacia la cama que teníamos detrás. Choqué con ella y mi espalda cayó sobre la colcha. Me subí a la cama sin quitarme a Marcos de encima, él me acompañó. Me comía la boca y bajaba su mano libre a mi verga, masturbándola. Me dejó tendido en la cama y se centró otra vez en mi polla, mamándola sin dejar yo ya de poder gemir y retozarme de placer. Como vio que tanta mamada iba a precipitar mi corrida, cesó en su empeño y se echó de rodillas encima de mi cuerpo, sentándose sobre mi torso y ofreciéndome su tremenda polla para que me la comiera enterita. Nada deseaba más que eso. Se cogió la verga y me la resiguió por mi rostro. Pude aspirar con mi nariz su sudor, su olor a macho, su olor a animal encendido por la pasión. Su olor a sudor me volvía completamente loco. Sujetó su polla por la base y la golpeó sobre mis labios. Abrí la boca para empezar a tragar. Él la condució por completo. Yo estaba inmóvil, atrapado entre sus piernas, sobre mi pecho. No me dio muchas bazas, Marcos tenía otras intenciones.
Se levantó levemente de mi pecho y se puso de cluquillas encima de mi cara, ofreciéndome su culo. Esa noche íbamos a cambiar los papeles de la primera vez. Marcos quería que le comiese el culo para después follármelo. Obedecí gustoso, aunque terriblemente impaciente.
Acompañando mi lengua de alguna nalgada furtiva, reseguí su esfínter con mi lengua jugosa. Me enganché al agujero y no dejé de darle lengua, de succionarlo y besarlo con toda la fuerza que me era posible en aquella postura. Encima mío, Marcos masturbaba su verga. Podía escuchar sus gemidos. Jamás le habían comido el culo. El fuego ardía como nunca. Metí el dedo pulgar en su culo, para estimularlo más y hacer posible la entrada de mi herramienta. Ahí, Marcos gritó libremente del placer...
–Aaaaaahhhhhh, Biel. ¡Quiero que me folles, AHORA!
Marcos gritó y yo obedecí. Me liberó de mi prisión, se dio la vuelta y se recostó, medio sentado, sobre la almohada de la cama. Yo me di la vuelta y me arrodillé, para después echarme encima de él. Necesitaba comerle la boca. Necesitaba besarlo. Sólo quería poseerlo en todas las formas posibles.
–Te amo, quiero que seas mío... –le dije entre lametón y lametón.
–Pues fóllame... –dijo Marcos, retorciéndose de placer.
Le forcé a recostarse más al fondo de la cama, y yo volví a bajar a su culo, para darle los lametones finales al esfínter y adecentar la entrada con mi dedo. Ensalivé mi polla. Pensé en el condón...
–Mierda... –dije para mí. Marcos me miró y me preguntó sin palabras qué ocurría. Captó el mensaje. No teníamos condones.
–Con la vida de monje que llevamos... ¡lo único que podemos contagiarnos es el fuego! –dijo Marcos, susurroso– Somos el uno del otro exclusivamente y no aguantaré que no me folles YA.
Me eché hacia adelante, le situé las piernas, esas piernacas atléticas curtidas en años de profesión, sobre mis hombros. Seguí salivando mi polla y metiendo dedo en el agujero de Marcos. La verdad es que, aunque lo había deseado en mis breves años de relación con Karl, jamás había hecho de activo. Estaba nervioso. Pero tenía polla y ganas para hacerlo. Y Marcos sólo deseaba que lo poseyera como él me había poseído a mí dos meses atrás. Empecé a meter el capullo y luego el resto de la polla. Marcos gritó de placer y dolor mezclado. Echaba chorros de sudor... La situación era de alto voltaje. El calor y el ardor de esa habitación era el fuego del inframundo convertido en paraíso.
–FÓLLAME.
Marcos gritó con más fuerza y empecé a bombear su culo. Adentro y a fuera. La posición nos permitía juntarnos más y más, y pude llegar a su boca. Nos la comimos una vez más. Yo apretaba mi lengua contra la suya como si no quisiera separarme nunca más. Y le follaba con la misma fuerza que podía sacar de mis adentros.
Marcos se retozaba de placer, cogiendo la almohada con sus manos, bajo su cabeza, y tirando con fuerza de sus lados. No dejaba de gemir. Yo estaba haciendo tal esfuerzo que el sudor caía también por mi frente y por mi torso. Marcos llevó su mano a mis pectorales y empezó a pellizcar mis pezones, me arrastró hacía él y mientas yo no dejaba de meter y sacar él reseguía con su lengua el sudor de mi pecho y me mordisqueaba los pezones. Estábamos los dos fuera de nosotros mismos.
El líquido preseminal hizo visos de salir y salió hacia las entrañas de Marcos. Él notó los espasmos de mi tranca.
–Quiero tragarme tu lefa, Biel –me dijo con los ojos excitadísimos y con la voz ronca por el placer.
Así que saqué mi polla de su culo, lo tendí bien tenido sobre la almohada y me senté encima de su pecho, como antes él sobre el mío, para acompañar la follada de una sacudida final de mi verga sobre sus labios.
Roto por el dolor, con mis ojos cerrados, liberé mi leche:
–Ya viene, Marcos... ¡¡Ya viene...!! Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhh
Marcos abrió su boca y se tragó el semen, que bordeó sus labios y cayó por su barbilla. Su cara lo decía todo. Muerto y vivo de placer. Me recoloqué y fui a besarlo, fundiendo una vez más nuestras lenguas y rechupeteando yo mi semen en su boca.
Nos quedamos mirándonos los dos, tumbados uno encima del otro, yo encima suyo, enrojecidos por el sudor y el fuego de la habitación... No podía dejar de mirarlo. Acaricié su rostro sudoroso... y semenoso...
–La noche no acaba aquí –me susurró mientras me acariciaba la mejilla y la barbilla, y empezaba a llevar su dedo índice a mis labios, a penetrarlos levemente.
–¿No...? –le pregunté inocentemente.
–Quiero follarte... Voy a follarte hasta el amancer, Biel...
Y con toda su fuerza bruta se levantó, dejando de estar tumbado, y me empujó a salir de la cama, besándome. Se alzó frente a ella, sin dejar de comerme la boca, y me agarró por la espalda. Yo me resistía a abandonar la cama, jugando con él. Pero me cogió en sus brazos y me echó encima suyo, rodeándolo yo con mis piernas sobre su culo y con mis brazos sobre su espalda, solapado a él, encima de su verga, él de pie derecho y yo sin tocar suelo, agarrado a él... y sin dejar de comernos la boca. Me llevó en volandas por toda la habitación hasta el baño y allí nos metimos en la bañera...
–Me has follado junto al fuego... –me susurró Marcos al oído, comiéndome la oreja– y ahora... –y giró la maneta de la ducha... – ahora voy a follarte bajo el agua...
–No creo ser capaz de cansarme jamás de reseguir este cuerpo con mis dedos… –díjome a la mañana siguiente, habiendo escampado la tormenta, desnudos ambos entre unas sábanas blancas que ya habían secado el sudor de una noche muy larga–… sin embargo tú sí que te cansarás de mis frases de bobalicón.
Me di la vuelta, saliendo de sus confortables y vigorosas manos, que reseguían la línea de mis brazos, de mis piernas, de mis nalgas, de mi cuerpo tumbado de lado y de espalda hacia él, y di con su rostro, su sonrisa blanca y pura, sus ojos verdes. Mostraba un semblante totalmente adicto a mí. Me volvió a acariciar los hombros y los brazos, cuerpo con cuerpo, mientras apreciaba mi figura y alternaba su mirada con un vistazo furtivo e intenso a mis ojos.
–Cuando seamos viejos, y estos dedos y estas manos tan fuertes y jóvenes resigan mi piel y no encuentren más que arruga tras arruga… hablamos –le dije con tono burlón mientras volvía a arrancar, una vez más, esa sonrisa perfecta y a la vez tan humilde.
Reseguí sus dedos con los míos y me los llevé a mis labios, empezándolos a besar suavemente mientras uníamos nuestras miradas. Él me miraba como un niño impaciente que no dejaba de sorprenderse ante lo enigmático.
Besaba las yemas de sus dedos sin parar y él hacía fuerza para penetrar con ellos en mi boca, a lo que yo accedía mientras su mirada se encendía aún si cabe con más impaciencia. Mi lengua resiguió todo su índice con fruición, entrando y saliendo de mis labios. Tras repetir adictivamente el ejercicio, cubrió mi mandíbula con su mano, resiguiéndola suavemente por el cuello hasta recoger mi rostro con sus manos y abalanzarse sobre mí para besarme con fuerza y succionar toda mi boca con su lengua. Venció a mi fuerza con sus brazos y, derrotado, me recostó completamente hacia arriba, mientras me cubría con su cuerpo y dejaba mi boca para perderse en mi cuello, lamiendo y besando mi piel compulsivamente mientras mis manos descendían desde su torso hasta el epicentro de su cintura. Jadeaba como si se le fuera la vida con esos besos y esas lamidas… o más bien por mi estímulo infatigable y creciente sobre su miembro. Furtivamente, abandonó mi cuello para posar sus ojos sobre los míos, viendo yo el fuego en ellos, y para decirme, jadeando:
–Jamás me cansaré de poseerte.
Habían pasado un par de días tras el partido en Múnich, volvieron los entrenos matinales en la Ciudad Deportiva con vistas al fin de semana con partido de Liga. La ciudad reposaba y respiraba orgullo futbolístico.
Marcos se adentró en el paseo marítimo con dudas. ¿Para qué Sandra quería volver a hablar con él? ¿Y por qué? Creía que la conversación de la semana anterior había finiquitado para siempre la relación entre ambos. Y creía que Sandra ya estaría a miles de millas de distancia, en Londres, tratando de asumir la reveladora verdad de su exnovio. Tratando de aceptar que ese dios del balón, ese chico de sonrisa y cuerpo perfectos, ese objeto de deseo de medio mundo... ese tío tenido por el superhetero de la élite deportiva... a ese tío no le iban las tías.
Pero, de manera desconcertante, tras un día de pasión en el Mas Granados con Biel, tras la vuelta al trabajo, allí estaba, convocado una vez más por... Sandra.
Marcos se deshizo de la deportiva chaqueta de lino que llevaba encima. Las temperaturas de abril eran cálidas en aquella fachada de mar y la gente empezaba a animarse a salir por el paseo y por la playa, a correr, a patinar, a hablar... ¡alguno hasta a zambullirse en el agua! Marcos se recolocó bien las gafas de sol Ray-ban que lo convertían en un ciudadano anónimo acercándose hacia una amiga conocida. Lo último que le faltaba era una foto inoportuna de unos paparazzis para inventarse luego la prensa rosa una reconciliación de los en otra época perfectos Sandra & Marcos Forné.
Y, finalmente, apartándose del paseo y entrando en la arena, avistó a Sandra, lejos, sentada en lo alto del empedrado de rocas que abría un antiguo muelle de barcos hacia el interior de la bahía. Sandra levantó la mano, a lo lejos, saludando a Forné. Él le correspondió alzando su brazo y se acercó rápidamente, trepó suavemente por el empedrado, con su chaqueta por encima de un hombro y luciendo sus fuertes brazos con su camiseta gris y casual de manga corta. Tan guapo y perfecto como siempre.
–Qué sorpresa, Sandra. No esperaba... que aún estuvieras en la ciudad.
Fueron las primeras palabras de Marcos. Sandra, sentada sobre sus piernas sobre la roca, dejaba acariciar su melena por el viento. No tenía mal aspecto tras una semana de vivir en la verdad de su ex.
–Ven: siéntate. Hace una tarde preciosa.
Y dirigió su femenino rostro hacia el horizonte, espaciando el silencio hacia la rompida de las olas del mar en ese viejo muelle empedrado.
Marcos se quitó las gafas de sol, estando alejados allí de curiosos y sin peligro para la identificación pública. Se reclinó con su brazo en el suelo y se sentó, imitando el gesto de piernas cruzadas de Sandra, a escasos centímetros de ella.
–Sandra...
–¿Lo escuchas?
Marcos se quedó aturdido ante la pregunta de su ex. La miró con cara de asombro. Y sonrió.
–¿Como...?
–Silencio: escucha atentamente.
Marcos afinó el oído. El mar y el griterío alejado de la gente pasando por el lugar o jugando en la playa. ¿Qué debía escuchar?
–¿No lo notas? –volvió a preguntar ella– El sonido de las olas rompiendo contra la roca. Una y otra vez. Incesantemente. Nace una ola y muere en su inevitable y trágica colisión contra la roca. Pero... ¡vuelve a nacer! Siempre, siempre... tiene otra oportunidad.
Marcos sonrió. Era la Sandra que siempre había conocido. La Sandra que le había enamorado. La Sandra dulce y ocurrente.
Ella, que tenía un aspecto afable, por fin acechó a Marcos.
–No me quería ir de la ciudad sin solucionar esto, Marcos...
–Sandra...
–No. No podía volver a Londres sin hablar contigo y decirte algo. He pasado una semana entera en la ciudad. Hasta vi vuestro partido en Praga, rodeada de forofos del Olympic en un bar... –Sandra se sonrió para sí misma– No podía irme sin decirte esto...
Marcos frunció el ceño. Y miró con ternura a su exnovia. ¡Habían compartido tantas cosas!
–Te escucho.
–La verdad es que no sabía si ibas a venir.
–¿Por qué no iba a hacerlo? Te lo debo, Sandra.
Un dulce silenció volvió a invitar a oír la rompida de las olas contra el muelle.
–No me debes nada, Marcos.
Y Marcos clavó sus ojos en los ojos se Sandra. Era una mirada de sorpresa.
–¡No me debes nada...! –volvió a repetir Sandra con una sonrisa sincera.
–Pero...
–Que tú y yo no funcionábamos al completo es algo que yo sabía desde hacía años, Marcos. Tú... me amaste. A tu manera. De algún modo, hace tiempo que sé... que lo sé . Nunca con la suficiente certeza pero, de alguna manera... hacía tiempo que era consciente que lo nuestro iba hacia su fin. Y me siento egoísta por haber, no lo sé, alargado tu encierro . Sé quién eres. Sé lo que eres. Eso no me impide quererte y apreciarte.
Marcos estaba absolutamente ruborizado.
–Sandra: tú eres la única razón que me hace desear no serlo .
Sandra suspiró. Marcos bajó el rostro con las mejillas sonrojadas. Ella lo miró con ternura y le cogió la mano.
–Porque yo –Marcos continuó, emocionado– quería dártelo todo y ser el mejor hombre para ti. Soñé, te lo prometo, con ser un hombre bueno para ti.
–Lo sé, Marcos.
Sandra acariciaba la mano de Marcos, tranquila, afable, dulce:
–¿Lo amas?
El rubor de Marcos llegó al máximo:
–¡Sandra...!
–Vamos, no tengas miedo de hablar de esto conmigo. Soy la misma Sandra con la que has compartido una parte importante de tu vida.
Marcos asintió con la cabeza, risueño. Esa mujer era única y fantástica.
–Te lo pregunto –dijo Sandra– porque Biel es... un gran chico. Un buen tío. Si me has dejado... en fin, al menos me consuela que sea por alguien como él –y se echó a reír llena de sinceridad–. ¿Qué sientes...?
Un silencio agradable y una brisa marítima bien dulce acariciaba sus rostros en ese momento de sinceridad absoluta.
–Marcos... no me debes nada y tú no eres de mi propiedad. No pertenecemos a las personas para siempre.
–Me gustaría pensar que eso puede cambiar –dijo él, tajante–. Que podemos ser para siempre de alguien.
–Cambiará si tu amor es verdadero y eres capaz de darlo todo por él. ¿LO AMAS?
Marcos rió con la simpática insistencia de Sandra.
–Sí. Y quiero estar con él. Y no me importa nada lo que piense o diga el mundo. Sí: lo amo, Sandra... Quiero a Biel.
–Pues lucha por él.
Sandra miró radiante a Marcos. Tras el silencio cómplice, se fundieron en un abrazo muy fuerte. Esa era la reconciliación única y verdadera que ambos podían esperar el uno del otro. Sandra sintió que liberaba realmente a Marcos de sus ataduras previas y Marcos se quitó de encima el peso de la traición a su exnovia. Fue un abrazo balsámico.
–Tenemos a tiro de piedra aquella heladería que tanto nos gustaba... –dijo muy sonriente la buena de Sandra.
–Que nos gustaba y que nos sigue gustando, ¿no? –contestó Marcos con una sonrisa de oreja a oreja.
–¡A ver quién llega antes!
Sandra se levantó del suelo y salió escopeteada para el paseo marítimo, al encuentro de la heladería. Marcos la siguió divertido y liberado de las amarguras del pasado. Ahora sentía que ya nada le separaba de su entrega absoluta a mí, su amado Biel, y a su propia condición. Aunque ahí afuera había un mundo entero que no nos lo pondría fácil, y menos a él.
Lluc salió de su Ferrari rojo hecho un manojo de nervios. El gerente del club, Cesc Garbella, lo había convocado a las diez en punto de la mañana. En un primer momento pensó que el bueno de Cesc quería intentar romper el hielo que desde hacía ya muchas semanas helaba el ambiente familiar y del club a raíz de la decisión de Lluc de ir por libre. Cruzó la entrada de las oficinas del Olympic Galaxy y llegó hasta secretaría general.
–Buenos días, Lucía. ¿Puedes decirle a Francesc que ya estoy aquí?
La secretaria de dirección miró algo asombrada al atractivo joven, enfundado en una cazadora tejana y con sus gafas de sol sobre su flequillo rubio. Tomó el teléfono y avisó a Cesc. Colgó rápido:
–Te está esperando, Lluc. Puedes pasar –respondió Lucía.
Lluc no volvió a dirigir la mirada a la secretaria y se dirigió sin más al despacho del gerente. Entró sin llamar a la puerta. Se encontró un medio descamisado Cesc rodeado de papeles e información., ¡y apenas eran las diez de la mañana!
–Siéntate, Lluc –ordenó Cesc con severa seriedad, sin dirigirle la mirada.
Obedeció sin más, completamente extrañado.
Se situó enfrente de Cesc, al otro lado de su gran mesa de trabajo. Lo inspeccionó con la mirada, esperando algún gesto, alguna señal. Nada. Carraspeó un poco, esperando respuesta. Al fin llegó:
–Tu hermano Biel no puede enterarse de esto.
Lluc abrió los ojos como naranjas.
–No debe saberlo. No creo que soportara esta traición.
Cesc, por fin, alzó la mirada y la clavó en los ojos claros de Lluc, turbado y confundido. Abrió un cajón y lanzó al otro lado del escritorio una carpeta.
–¿Creías que nos ibas a colar a un puto chapero en los servicios de fisioterapia del club? [Conoce el “encuentro” de Lluc-Karl y el chapero Alexis en el anterior capítulo: http://www.todorelatos.com/relato/87846/ ] ¿Con qué propósito, eh, Lluc? ¿¡Con qué propósito!? –Cesc se alzó de su butaca y rodeó la mesa, situándose amenazante frente a Lluc, impertérrito en su silla– ¿¡Con qué propósito, Lluc!? ¡¡Responde!!
Las voces de Cesc gritando debían sentirse al otro lado de la puerta. Era un tono absolutamente amenazante y lleno de enfado. Lluc no podía levantar la mirada y la mantenía, avergonzado, en el suelo.
–Ya veo que no tienes nada que decir. Veamos –y tomó la carpeta con el falso currículum del chapero contratado por Karl para conseguir Dios sabe qué–, Alexis García, masajista especializado en fracturas de extremidades y espalda. Todo un profesional de su profesión... ¡Ja! ¿Crees que me chupo el dedo, Lluc? ¿Eh? ¡¡Mírame, joder!!
–Es una recomendación de un amigo, Cesc. En esta empresa todo el mundo ha ido colocando a sus protegidos... No veo por qué yo no podría hacerlo...
Cesc se alzó desafiante:
–Por la sencilla razón que ÉSTE no es un protegido tuyo. Es tu arma caliente...
–¿Mi arma... qué?
–¡Tu arma caliente para arruinar la carrera de algún jugador! Y puedo averiguar quién es. ¡¡Deja de portarte como un crío, joder!! Nos jugamos mucho aquí. Tu padre se sentiría ahora mismo avergonzado de ti.
Lluc volvió a clavar la mirada en el suelo, muy avergonzado. Porque era verdad. Toda esa cruzada emprendida contra mi, su hermano Biel, no tenía ningún sentido con su pretendida defensa del legado de nuestro padre, Edmond de Granados. Cesc trató de recobrar la calma y volvió a su silla.
–Alexis García es un puto chapero de lujo que se dedica a masajear, hacer mamadas, coger a tíos o que le cojan a él y a viajar de un país a otro a la caza de clientes. ¡Ibas a meter al lobo en el gallinero, Lluc! ¿Vas a negarlo...?
Lluc optó por evadirse de la acusación:
–Caramba, Cesc, me sorprende lo bien que conoces ese mundillo de los putos... ¿Será que tú has sido cliente de Alexis? ¿O lo has visto en algún catálogo que manejas para tu uso...? –Lluc clavó una mirada airada en los ojos de Cesc, haciéndose el chulo– ¿Será, eso, eh, Cesc...? Será que te encanta que tíos como Alexis te la chupen y se tragen tu lefa, o seguramente tú se la chupas a ellos y te lo tragas todo... ¡Eres tan maricón como mi hermano Biel!
Cesc volteó su escritorio y se puso junto a Lluc, totalmente encendido:
–¿Qué acabas de decir...?
–Sí, Cesc... ¿Cuál es tu arma caliente? ¿Proteger a mi hermano? ¿Qué intereses tienes para con Biel? ¿Follártelo? ¡Qué equivocado estaba mi padre contigo!
PLAAAAAASSSSSS. Cesc le clavó un sonoro bofetón a Lluc, que se quedó inmóvilmente alborotado en la silla.
–¡Bastardo! –dijo Cesc, dándole la espalda a Lluc y dirigiéndose hacia la ventana del despacho, mirando a lo lejos, nervioso y arrepentido del bofetón a Lluc– ¿Cómo has podido...? No sabes dónde te has metido...
Lluc, que se llevó su mano a la mejilla en que Cesc le golpeó, estaba aturdido.
Cesc recobró fuerzas para volver a mirar, a lo lejos, a Lluc.
–Has de saber, Lluc, que estas jugando con fuego.
–Creo que ya soy un poco mayor para decidir con quién juego y a lo que juego.
Cesc volvió al escritorio. Tomó un dossier de papeles de su selva de documentos apostada sobre la mesa y se la lanzó a Lluc.
–¿Qué es esto? –preguntó Lluc, arrogante y enfurismado.
–Léelo por ti mismo.
Lluc empezó a pasar hojas y más hojas. Cesc lo fiscalizaba con la mirada desde la distancia, con el rostro roto por la seriedad.
–¿¡Qué es esto, Cesc!?
Cesc espació sus silencios... A continuación, soltó un breve relato que cambiaría los esquemas de mi hermano, y lo arrojaría a una nueva y descabellada ruta...
–Desde el primer día de la muerte de vuestro padre tuve dudas de la naturaleza de la misma. ¿Cómo diablos muere de un doble infarto un hombre de salud de hierro? Edmond era el hombre más sano que conocía. Sin problemas cardíacos, sin antecedentes del mismo tipo ni en él ni en su familia. ¿Cómo así? La autopsia del hospital fue clara. No había “caso Granados” para nadie. Excepto para mí. No podía dormir de pensar que había algo más tras ese fulminante infarto... Decidí investigar por mi cuenta, pagando de mi bolsillo a los mejores en esto. ¿Sabes? Pueden husmear hasta el fondo de la basura... Enfurezco de saber hasta qué límites puede llegar la venganza... Me repugna y sólo quiero cerrar los ojos y pensar que nada de eso ha ocurrido... Porque tu padre no murió de un infarto, Lluc.
Silencio. Cesc interrumpió su explicación de voz temblorosa. Lluc alzó la vista del dossier... aterrorizado.
–Maldito imbécil: has estado trabajando para el enemigo.
–Pe... Pero... ¡no es posible! –exclamó Lluc, alarmado.
–Lo que no es posible es que tú hayas contribuido a ello, Lluc. No es posible... –contestó Cesc, con los ojos vidriosos.
Lluc volvió al dossier, pasaba más y más hojas, volvía atrás y mareaba los papeles de forma nerviosa y compulsiva. No daba crédito a lo que leía.
–¡¡¡No es posible!!! –dijo, finalmente, lanzando el dossier al suelo y mirando con miedo a los ojos de Cesc que, con su 1,90 de estatura imponía más respeto y autoridad que nunca.
–No puedo ni mirarte a la cara, Lluc... –suspiró, ya profundamente lloroso, el tiarrón de Francesc Garbella, con el rostro circunspecto– No quiero mirarte...
Caos es lo que inunda la mente del hombre cuando ve que ha sido ignorante cómplice de la barbarie. A partir de ahí comienza su autodestrucción. Pero toda destrucción, aunque sea propia, lleva a la siembra del terror en tu entorno. Como el huracán que arrasa con todo, la autodestrucción, como el caos, se lo lleva todo por delante.
CONTINUARÁ...