Simona (memorias de un depredador ii)
Soy un depredador, y nunca pierdo una oportunidad para hacer lo que más me gusta. Esta vez fue el turno de una sumisa clienta, necesitada de...
Lo que va a leer a continuación NO ES UNA EXPERIENCIA REAL. Imaginación al poder...
Tenía unas tetas descomunales y veintantos años. Era rumana, no tenía donde caerse muerta pero traía un crío dormido pegado al pecho. Como siempre, venía a ver de dónde podía sacar algún dinero.
Abrí la puerta y descubrí que la rumana vestía un chándal, azul, con la cremallera abierta, mostrando parte de su pecho. No podía saber si llevaba alguna camiseta, o sujetador, allí debajo, pero sí sabía lo que iba a pasar. Y ella también. Veía reflejado en sus ojos un cierto temor, una resignación y, muy escondido, un brillo de perversa lujuria.
Como tenía gente en el despacho, la hice esperar. Se me hicieron largos los quince minutos que estuve con el cliente anterior. Mi pensamiento volaba a las tetas de la rumana, que me esperaba sentada con su chándal azul. Acabé con el cliente, citándolo para otro día y me dispuse a atender a la rumana. Simona, se llamaba. El crío estaba dormido en su regazo. Me daba mucho morbo follármela con el crío dormido, apenas a un metro de donde su madre me iba a comer la polla.
Ella me miró con sus ojos claros. Yo ya me estaba bajando la bragueta. No era la primera vez que venía, ni sería la última, y ya sabía por dónde iban los tiros. Pero esta vez pareció resistirse. Su mirada fue de mis ojos a la bragueta, y un ligero mohín ensombreció su rostro. Me dio lo mismo. Saqué la polla, morcillona por la expectativa.
-Deja al crío ahí- ordené, meneándome el cacharro. Simona lo miraba con cierto temor. No se movió. –Vale. Si me la quieres comer con el crío en tus brazos, por mí no hay problema- continué, acercándole la polla a la boca. Simona giró el rostro. Un instante después, dejaba al niño en el sillón, con cuidado para no despertarlo. Sonreí satisfecho. Cuando venía al despacho, Simona era mi puta. Nunca se había negado a nada, y a pesar de sus caras de disgusto, yo sabía que disfrutaba sintiéndose follada por mí. Casi me subí a horcajadas en su pecho, poniéndole el falo delante de la cara. Mis huevos rozaban su barbilla, y el tallo tocaba su nariz. Estaba sentado sobre sus tetas. Simona no era guapa, pero tenía un algo que hacía que me apeteciese joderla cada vez que la veía. –Come-, dije, empujando el pene hacia delante. Simona procedió. Dio un último vistazo a su crío, que dormía plácidamente en el sillón, y sacó la punta de la lengua, explorando la piel suave del escroto. Con los dedos toqueteaba el capullo, como sabía que me gustaba.
Comenzó lamiendo los huevos y el tallo. Yo seguía encima de ella, obligándola a chupar y limitando sus movimientos. Pasó la mano izquierda entre mis piernas. Sabía dónde la iba a poner, porque Simona, a pesar de sus remilgos, era bien caliente. Comenzó a hacerme una paja con tres dedos, mientras seguía lamiendo.
-Te gusta esto, ¿verdad?- Simona nunca contestaba. Quizá le daba vergüenza admitirlo, pero sabía que le gustaba. Sus mejillas se iban poniendo coloradas, un poco por el esfuerzo y un mucho por la excitación. Su vergüenza era una de las cosas que me ponían. –Te gusta comerme la polla. ¡No pares, zorrita!- Cuando hablaba así, notaba una aceleración en los movimientos de la rumana, señal de que le molaba que la hablaran sucio. Se había metido el glande en la boca, arañándome con los dientes la sensible piel de aquella zona. Poco a poco, iba tragándose el falo, dejándolo húmedo de su saliva, hasta que empecé a follarme su boca, notando cómo la punta del capullo llegaba hasta el fondo de la garganta. La baba de Simona caía por las comisuras de los labios, las aletas de sus nariz se expandían, buscando aire, su mano derecha me empujaba hacia atrás, intentando que saliera de su garganta. Ví lagrimear sus ojos. Saqué la polla de la prisión de su boca. Simona respiró profundo, subiendo y bajando el pecho. El desafío se reflejaba en sus ojos. Volvió a ponerme la siniestra en el culo, empujando la carne erecta de nuevo hacia sus labios. Abrió la boca, introduciendo el pene, forzando con la mano el movimiento de mis caderas. Volví a follármela, con las manos apoyadas en la pared, sentado sobre las tetas de Simona.
Después de varios minutos de felación-follada, a punto de correrme, salí de sus labios. Tenía la polla tiesa, nervuda y totalmente llena de saliva de la rumana. Alcancé con una mano la cremallera del chándal, bajándola lentamente, dejando al descubierto los enormes melones de Simona. Llevaba una camiseta de tirantes, gris, sin nada debajo, como atestiguaban sus pezones inflamados. Pellizqué uno con fuerza. Simona reprimió un grito, mirando al crío, que seguía dormido, ajeno a las putadas que estaba dispuesto a hacerle a su madre. De un tirón a la camiseta, liberé las tetas, que quedaron expuestas a mi salaz mirada. Ya digo que eran enormes, y por ello mismo, bastante caídas. La camiseta quedó enmarcando los senos. Los pezones hinchados miraban hacia abajo, quizá señalando el conejo peludo de Simona, una señal que, nuevamente, me invitaba a hacer con ella lo que quisiera.
Ella se dejaba hacer. Palmeé las tetas, que flanearon espectacularmente. El espacio que había entre ellas era lo que estaba buscando, y Simona lo sabía. Pasé un dedo por allí, extendiendo la saliva que se había escapado de la boca de la rumana mientras me comía el rabo.
-No, por favor, eso no- suplicaba ella, mirando de soslayo al crío. –Eso no, sinior. Mi hijo...- gemía, sin hacer ademán de protegerse o evitar que continuara extendiendo su saliva por el pecho. Yo la ignoraba. Todo era parte del juego, que ella sabía que me ponía. Y a ella también. Su respiración la delataba.
-Aprieta las tetas- ordené secamente, poniendo la polla entre ellas.
-No, sinior, el niño...-
-El niño no se dará cuenta si haces lo que te digo- interrumpí. –Aprieta las tetas- repetí. Sumisa, Simona cogió ambos pechos, enterrando el nabo entre ellos. Solo asomaba la punta del capullo. Tenía la piel suave y el pecho caliente. Comencé a bombear, moviendo las caderas adelante y atrás, enterrando y desenterrando el glande entre las tetas de la rumana. Ella seguía gimoteando, mirando al niño y dejándome hacer.
-Si no te callas- advertí, -despertaré al crío para que vea cómo te follo- Eso hizo que me mirara, silenciando sus quejas. –Eso está mejor, Simona. Haz lo que tienes que hacer-. La rumana asintió, sacando la lengua. Con cada lenta embestida, el capullo recibía un lametón de la rosada lengua de Simona. Eso me ponía a mil. La sujeté por los hombros.
-Me voy a correr, Simona- anuncié, mirándola a los ojos. La vergüenza asomó a ellos, combinada con una mezcla de lujuria y repulsión.
-¡En la cara no, sinior!- volvió a quejarse. Giró el rostro para evitar las salpicaduras, moviendo las tetas hacia arriba, intentando que la corrida se quedara entre los pechos. De un último empujón, la cabeza asomó, soltando el chorro de leche caliente que se derramó sobre su pecho. Parte de la corrida regó la barbilla de Simona, aunque la mayor parte se deslizó por el canalillo, enjuagándose en la piel de mis huevos. Simona aflojó las presión que mantenía sus melones juntos. La lefa, densa, dibujó puentes que unían sus tetas. Intentó limpiarse el semen de la barbilla, logrando que se extendiera todavía más. Por último, miró al crio y luego a mí.
Me senté frente al crío, con la polla tiesa y sucia de mis propios fluidos. Simona seguía tal y como la había dejado, con todo el pecho y la barbilla manchados de esperma. Con dos dedos, recogió el fluido que resbalaba entre las tetas, llevándoselo a la boca, relamiéndose al tragarlo. A Simona le gustaban aquellas parodias de dominación. Y a mí me encantaba que hiciera tan bien su papel. Pero todavía no había acabado. Una vez que hubo terminado de lamer los lechurrazos que se escurrían por su cuerpo, se volvió hacia la polla sucia, procediendo a limpiarla, desde la punta del capullo hasta el escroto, provocando una sensación a medio camino entre el placer y la molestia.
-Ve a limpiarte- dije, cuando acabó de limpiarme el rabo. Con el chándal abierto y las tetas al aire, se encaminó al cuarto de baño. Mi picha seguía sin bajarse, sedienta todavía de sexo. Me levanté, asomándome al interior. Simona, agachada sobre el lavamanos, se había quitado todo lo de arriba. A través del espejo veía como se lavaba el pecho, meneando el culo con ritmo. Fui a mi mesa y cogí un condón. El cuerpo me seguía pidiendo marcha. Cuando volví al baño, Simona estaba erguida, mirándose las tetas y ultimando su aseo. Su mirada se dirigió a la polla enfundada, y apareció de nuevo el brillo de la vergüenza.
-Ya ha acabado, sinior, no puede...- repuso, a través del espejo. Me puse tras ella. De un par de tirones le bajé los pantalones del chándal. Simona estaba gordita, los pliegues de carne en su espalda y el culo grande me ponían cachondo. Tenía unas bragas feas, que se metían entre sus carnes. –Sinior, no me haga nada más- protestaba. Puse una mano en el coño, desde atrás y por encima de las bragas. Estaba húmedo y caliente. Simona dio un respingo, pero separó un tanto los muslos.
-Estás caliente- señalé, alzando la mano que había plantado en su entrepierna. -¿No quieres que te folle?- pregunté, apretando la palma de la misma mano contra el conejo. Simona negó rápidamente con la cabeza. –Entonces, ¿porqué estás tan mojada?-.
-No siga, sinior, mi hijo está dormido. Si despierta y no estoy, llorará-. Seguía hablándome a través del espejo. A su espalda, yo veía hasta medio muslo de Simona, incluido su vientre caído que casi escondía la tela de su ropa íntima. Llevé la mano hacia el triángulo de tela. Busqué con dos dedos la protuberancia de su clítoris, con fuerza, como sabía que le gustaba a mi puta. A modo de respuesta, Simona abrió un poco más los muslos.
-Bájate las bragas-. Simona dudaba. Estaba a punto de echarse a llorar. Sabía cómo hacerlo, pero no me iba a dejar engañar. -¡Que te bajes las bragas, zorra!- exclamé a su oido. Acompañé la orden con un pellizco el pezón. Una lágrima resbaló por la mejilla de Simona. Luego metió las manos por los laterales de la prenda y la bajó, dejándola a medio muslo. El coño peludo de Simona se reflejó en el espejo. Sus fluidos vaginales hacían que la pelambrera brillase. Empujándola un poco, la obligué a doblarse sobre el lavabo. Restregué la polla contra su culo, notando el calor que emanaba su entrepierna.
-Pero, sinior... ¡ooogh!- se la clavé sin miramientos, hundiendo más de media extensión de nabo en la primera embestida. Las tetas de Simona comenzaron a rebotar una contra la otra al ritmo frenético de mis caderas. -¡Oh, sinior! ¡Es grande! ¡Ahhhh!-. Los gemidos de la rumana iban in crescendo, amenazando con despertar al crío. Disfrutaba de mi polla entrando y saliendo de su conejo, y yo disfrutaba también con la visión de la cara y los gestos de mi puta. Se apretaba las tetas, oprimiendo los pezones durante unos instantes para luego soltarlos de golpe. Movía el culo en círculos, apretándose contra mí, buscando una mayor penetración. Se mordía los labios, reprimiendo gritos de placer. Ahora estaba en su momento de disfrute.
-Ahora estás gozando, ¿eh? Te gusta mi polla dura, ¿verdad, Simona?-.
-¡Oh, sinior! ¡Me gusta tu cosa grande en mí!-.
-¿Y si tu hijo se despierta ahora?-.
-¡No diga eso!-.
-Vería que su madre es una puta caliente, a la que le gusta que se la follen duro- clavada hasta el fondo, haciendo fuerza contra el fondo de la vagina, con las manos en las caderas.
-¡Sí, sinior, soy tu puta, tu putita caliente, y me encanta que me folle así, sinior!-. Relajé la presión, pero ella se apretaba contra mi vientre, al parecer, dispuesta a enterrarme por completo dentro de su conejo. Comencé a juguetear con sus cachas, abriéndolas y cerrándolas. Pasé la mano por la raja de su culo, escupiendo sobre el ano. Empecé a dilatar el esfínter, hasta introducir allí la punta del dedo. Simona gemía y exponía el trasero, abriéndose las cachas con ambas manos para ayudarme. Metía y sacaba mi dedo de su culo, al tiempo que me la follaba y ella empezaba a volverse loca. Paré los movimientos de la cadera. Puse una mano en la espalda de la rumana y la obligué a apoyar las tetas en el frío mármol del lavamanos. Ella separó más las piernas, abriéndose el culo con las manos, dejándome franco el camino hacia la puerta de atrás. Apunté con la polla enfundada y lentamente, entré en su ano. Simona se debatía entre el placer y el dolor. Sofocaba auténticos gemidos expulsando con fuerza el aire de sus pulmones, cerrando los ojos ante la invasión que sufría. Me encantaba joderla por el culo. Después de un par de entradas y salidas, la experiencia y la dilatación consiguieron su propósito. El ano de la rumana aceptaba el tamaño de mi polla. Bombeé, al principio despacio, y luego, incitado por las súplicas de Simona, (“¡Oh, sinior, más fuerte!”, pedía), acabé metiendo todo el rabo en el ano abierto. Ella hinchaba los carrillos, gemía, expelía el aire, cerraba los ojos y se limpiaba las lágrimas que corrían por las mejillas. No dudo de que la enculada le provocaba daño, pero ella pedía más y más. Creo que prefería un buen ataque por la retaguardia que un polvete clásico.
Por fín, agarrándome a sus tetas, sentí las convulsiones previas a la eyaculación. Llevé una mano al chumino y empecé a masturbarla, fuertemente. Simona me apartaba la mano del coño, y yo volvía a él. Los espasmos me llegaron en esa lucha, así que involuntariamente, cerré la mano sobre su vulva, sintiendo también las convulsiones del centro de los placeres de la rumana. Ambos gruñimos de gozo, acabando la segunda corrida en poco tiempo con la polla hundida en el culo de Simona, la mano diestra rebozada de sus flujos y la zurda apretando un pezón hipersensibilizado. Salí de ella, me quité el condón y salí del cuarto de baño, dejándola que se recompusiera como pudiera. En el cuarto de espera, el crío seguía felizmente dormido, con su chupete en la boca.