Silvia y sus caprichos

Esa tarde con nuestros novios soporté cuantos caprichos tenía la nena. Os advierto que Silvia puede llegar a ser muy caprichosa

Silvia y sus caprichos

Yo estaba emparedada. A mi espalda notaba la dura erección de Fer, el novio de mi mejor amiga, restregando el rabo entre mis glúteos y esto me ponía nerviosa, pues por ahí no quería que entrase nada, al menos esta tarde. Frente a mí tenía a mi adorada amiga, quien había declarado ser mi dueña y que en este momento masticaba uno de mis pezones, al tiempo que frotaba  la rodilla entre mis muslos.

-Silvia, no enredes más la tarde. – susurré en su oído, mientras separaba algo más las piernas  – Mi novio ha admitido que lo que le pone burro es ver cómo me destrozan, así que, ¿por qué no nos destrozamos las dos un ratito y le brindamos la faena?. – mientras hablaba miraba a mi novio; pude ver como despuntaban dos pitones en su cabeza que iban creciendo cuando, en un impulso incontrolable, di un salto y , casualmente, mi peluche rojo aterrizó en la boca de mi amiga, quién exclamó sorprendida:

-¡Que bonito es tu peluche rojo, Sari! – dicho esto su lengua resbaló hacia mi coño que estaba abierto ansioso de roces y besos. Es cierto que no era la primera vez que Silvia y yo nos comíamos el bollo, lo hacíamos regularmente un par de tardes por semana desde nuestra adolescencia, por lo tanto, podría decirse que somos medio novias, aunque da la casualidad que a las dos nos gustan los rabos también. Alejé los pensamientos de mi cabeza y, tras arrancarle con los dientes varios pelos de su negra alfombrilla, hundí la cara entre sus labios y mi lengua hizo lo que tenía que hacer, pues conocía de sobra que el clítoris era su punto esencial, el más sensible y receptivo.

Silvia enlazó las piernas a mi cintura y su coño se abrió por completo, listo para mi lengua que lamía arriba y abajo, de tal modo que el clítoris se desperezó y casi llenaba mi boca, crecía sin parar, como siempre, o mejor dicho, como nunca, pues esta tarde era especial para las dos. Aunque nuestros novios ya intuían nuestro rollo, era la primera vez que nos comíamos de modo tan explícito ante ellos, pues las dos parejas solíamos socializar íntimamente con frecuencia, pero nosotras nos limitábamos al besuqueo y algunos inocentes achuchones.

-               ¡Sari, para ya con los dientes! ¡Me vas a arrancar el botón!    – se quejó ella, aunque por sus lamidas no parecía incómoda, muy al contrario, abrió más sus rodillas y alzaba las caderas, los temblores nos anunciaron que llegaba la tempestad. Así fue, nuestros tormentosos orgasmos nos convulsionaron con una intensidad salvaje.

De pronto noté algo duro que presionaba en mi ano y resbalaba a mi agujero vaginal, como dudando por donde entrar. Giré el cuello y pude ver a mi novio que agarró con sus manazas mis caderas y de un empujón me clavó la polla hasta el cérvix, cosa que, de verdad, me fastidió, pues mi coño ya estaba ocupado por la lengua y los dientes de mi medio novia, aunque como la vulva estaba tan abierta decidí que cabía todo, dientes, lengua y polla; así que encogí los hombros y me conformé. Miré al frente con la ilusión de seguir mordiendo el clítoris de Silvia y entonces el fastidio se transformó en ira, pues, aprovechando mi despiste, Fer, su novio, enterraba la polla en la boca de mi nena.

-              ¡Fer, podías tener algo más de respeto a . . . – no pude acabar la frase, porque de pronto sacó la polla de su boca y la enterró en la mía. Así seguimos el resto de la tarde, los cuatro revueltos y envueltos en un ataque de lujuria, pues nuestros respectivos novios se turnaban follándonos a las dos. Fran me llenó dos veces con su espesa crema y, al menos, otras tantas a Silvia, aunque Fer se llevó el trofeo virtual, porque se ocupó de nuestros culitos con el resultado de que al final de la tarde el combinado de leche y flujos nos salían a chorretones por las orejas de las dos.

-              Parece que me he quedado algo sorda – hablaba Silvia al tiempo que introducía el dedo índice en la oreja. Yo miraba los regueros de líquidos que se deslizaban hasta los duros pezones, los cuatro sentados en la cocina sorbiendo Nescafé.

-              Toma nena – le alcancé una servilleta de papel – no te metas el dedo que queda feo. Mirad chicos, debemos organizarnos, porque nuestra cama es claramente insuficiente para los cuatro y . . .

-              ¡ Por Dios, Sari, ya estamos organizados!. El problema de tu novio está súper resuelto y los dos han aceptado que lo nuestro es muchísimo más que una amistad y ¿sabes qué te digo? – yo negué con la cabeza – pues que si no lo aceptan, será problema de ellos, porque, aunque solo sea por el tema de antigüedad, ambas somos novias desde los quince, así qué.....

-              ¿Y eso qué tiene que ver, Silvia? – se encaró mi novio a ella    – Todos sabíamos en el instituto que las dos nenas más guapas eran bolleras, siempre ibais bien amarradas y dándoos piquitos, ... ni siquiera os molestabais en disimular.

-              ¡Los chicos, siempre con la manía de la bollería!  – respondió Silvia muy alterada – Los dos tendréis que entender que, para nosotras, donde esté un buen bollo, un bizcocho o una gran ensaimada, los roscos o rabos solo son un complemento del plato principal ¿verdad, nena?  – enlazó los dedos a los míos.

-              ¡Esa es una gran verdad, cielo! Ni yo misma lo hubiese explicado mejor. – dudé – Aunque, ahora la que tiene un problema soy yo, tengo unos picores insoportables – extendí el brazo en la mesa y señalé con el dedo una roncha rosada que, poco a poco, se ensanchaba – mira, nena, incluso me salen ronchas.

-              ¡Ese problema lo arreglo yo en un santiamén! – Ambas nos alzamos de las sillas y, tal como íbamos, desnudas y riendo, nos metimos en la habitación.  Los chicos se miraban embobados, pero no dijeron ni mu.