Silvia - Visita a la ermita

Lo hacemos frente al mar

Visita a la ermita

El pueblo donde resido es pequeño y muy tranquilo. No hay ningún supermercado grande donde ir con el coche y hacer la compra mensual como tenía por costumbre hacer cuando vivía en la capital.

Silvia, mi vecina, me ha recomendado que me desplace a otro pueblo a unos quince kilómetros donde hay una gran área comercial en la que podré completar todas las compras, desde alimentación a ferretería, pasando por jardinería y bodega.

Siguiendo su recomendación me pongo en marcha primera hora de la mañana para que me de tiempo de regresar antes de la hora del almuerzo. Soy de los primeros y aparco en una gran explanada que hay delante del centro comercial, cojo un carrito y me encamino hacia el interior.

Con una larga lista de productos para comprar empiezo a callejear entre los múltiples pasillos en busca del “producto escondido”. Han pasado casi treinta minutos y ya tengo el carrito medio lleno y voy lanzado en busca del café en capsulas.

Al entrar en el pasillo donde están los cafés descubro a Silvia ojeando la estantería en búsqueda de algo que se le resiste. Ella no me ha visto y me acerco con sigilo. Lleva un vestido muy veraniego, de fina y suave tela. Es largo, por debajo de la rodilla pero parece tan liviano que se mueve con un simple soplo, se adapta perfectamente a las curvas de sus trasero y cada paso que da se puede adivinar la posición de cada uno de sus glúteos.

En la parte superior tiene un escote tipo camisero bastante abierto que deja adivinar la rotundidad de sus curvas. Yo la encuentro preciosa y muy atractiva, y hacia ella me encamino.

Me pongo a su lado y sin que todavía me haya reconocido, le pongo la mano en la nalga y le doy un apretón. Desconcertada y un poco asustada se echa a un lado y vuelve hacia mí con cara de pocos amigos. Al reconocerme cambia su semblante pero no llega a tiempo de controlar su mano que ya había salido lanzada para darme un bofetón.

Otra señora de mediana edad ha visto la escena y se queda expectante a ver qué sucede a continuación. Me acerco a Silvia, le pongo la mano en el otro cachete se lo aprieto mientras la atraigo hacia mí y aprovecho para darle un besito cariñoso en los labios.

-          “hola, querida vecina… no me habías dicho que ibas a venir al super tú también”, le digo al mismo tiempo que nuestros cuerpos se separan.

-          “Antonio, ten mucho cuidado que aquí alguien me puede reconocer… vivimos en un pueblo pequeño y muchos vienen hasta aquí”, me aconseja manteniendo las distancias.

Tomo nota y tras despedirme le digo que ya nos veremos en casa, para pasar a continuar con la compra. El carro se va completando con nuevos productos y aterrizo en la sección del pescado. Alli hay que coger el ticket y esperar turno. Hay varias personas esperando y creo que tardara un ratito. Me pongo a ojear el móvil para pasar el tiempo hasta que noto que me cogen del paquete.

Silvia se ha colocado junto a mi, y con su cuerpo oculta lo que su mano traviesa hace. Compruebo la situación y veo que tal como estamos nadie nos puede sorprender. Mi polla da un respingo y coge un buen tono. Mi vecina es más osada de lo que yo creía me baja la cremallera y mete la mano.

La mujer que antes nos había visto en el pasillo del café, ha aparcado su carrito junto al nuestro  y mira con mucho interés lo que estamos haciendo.

Enseguida alerto a mi vecina de la curiosidad de la señora y pongo en práctica su recomendación de ser discretos ante posibles filtraciones con el resto de vecinos.

Silvia retira su mano con disimulo pero para mi tranquilidad me dice:

-          “no te preocupes… no nos conoce, no vive en la zona… es simplemente una mirona envidiosa”

De todas formas retomamos cierta distancia para guardar las apariencias. A los pocos minutos me despachan mi pedido y me dispongo a proseguir con la compra.

Me entretengo mirando los productos de la sección de productos Eco y para adelgazar. Hay mucha variedad y como hay poca gente tengo la oportunidad de detenerme a leer las etiquetas. A mi lado, invadiendo mi espacio se sitúa una mujer que reconozco como la que antes nos observaba. Sin mediar palabra echa mano a mi entrepierna, baja la cremallera y mete su mano en busca de mi polla.

Sorprendido por su atrevimiento miro a derecha e izquierda para comprobar que no nos ve nadie. Ella va directa al grano, sin darme un respiro me la saca  y me da unos meneos. Me la mira, con gula manteniendo el pellejo bajado y el capullo al aire. Poco a poco va tomando volumen lo que parece le satisface mucho.

-          “quieres que te haga una mamada?”, me pregunta mientras sujeta mi miembro que no deja de crecer.

-          “no, no… ahora no puedo”, le digo entre asustado y nervioso por lo inesperado de la situación, tras lo cual recojo el instrumental y salgo disparado.

Tras pasar por caja le mando un mensaje por teléfono a Silvia.

-          “Ya he terminado las compras y vuelvo a casa”. “Te espero en el cruce, en la carretera que va hacia la ermita”.

-          “OK. Perfecto. Yo también salgo ahora. Un besote cariño”, me responde.

Aparco el coche en un lugar poco visible desde la carretera principal. Tras esperar diez minutos aparece el coche de Silvia, me subo a él y nos encaminamos hacia la ermita que está situada en un promontorio a un par de kilómetros más arriba.

Nos damos un beso y ella conduce por la serpenteante carretera. Con la punta de los dedos hago desplazar su vestido hasta descubrir sus piernas.

-          “No seas tonto… que me distraes. Tengo que conducir y la carretera es muy mala”, me dice pero con poca convicción.

Yo, que soy bastante atrevido le subo el vestido hasta dejar al descubierto su entrepierna y su linda ropa interior blanca con trasparencias.

-          “Uhmmm que rico… parece que lo has preparado especialmente para mi”, le digo simulando un hondo silbido hacia dentro.

Por fin llegamos a lo alto de la montañita. Hay una pequeña ermita y delante una explanada que se extiende hasta una valla de troncos madera.

-          “Así este es el mirador del que me hablaste”, le comento mientras me encamino hacia la valla.

-          “Si, tiene unas vistas muy bonitas. Ya lo veras” me dice mientras camino a su lado

Al llegar  a la valla, a nuestros pies podemos ver una buena porción de la costa, con sus pueblecitos, sus zonas verdes y sobre todo el horizonte marino de un azul intenso. La vista es incomparable y me produce una gran satisfacción.

Me vuelvo hacia Silvia, la abrazo y le doy un apasionado beso. Sabemos que aquí nadie nos va a controlar y damos rienda suelta a nuestra atracción. A los dos nos sube la calentura al máximo.

Me sitúo a su espalda, la abrazo desde atrás y le hago sentir la fuerza de mi polla que suplica por salir. Ella tiene la mirada perdida en el horizonte, su pelo es agitado por la fuerte brisa, saca el culo un poco hacia atrás y espera mi llegada.

-          “¿no te parece maravilloso?”, dice mientras culea para hacer restregar mi polla entre sus nalgas.

Me saco la polla ya completamente tiesa,  levanto la parte de atrás del vestido hasta la cintura dejando su piernas y nalgas a mi control. Me la cojo y con la punta hago a un lado la braga para que su coñito quede libre y lo pueda poseer.

Silvia ya está muy mojada y sus braguitas no pueden contener sus flujos que ya humedecen su entrepierna. Esto me facilita mucho la penetración y disfruto de cada empujón, de cada mete y de cada saca. Apoyada con ambas manos sobre la valla me recibe con gusto emitiendo un gemido bien sonoro a cada embestida.

Estamos solos, nadie nos oye, la brisa nos refresca y la vista del horizonte es magnífica. Solo nos queda tomarnos nuestro tiempo para disfrutar mientras follamos a nuestro antojo.

Le doy con todos los ritmos y con todas las intensidades posibles. También busco las posiciones que mas frotan con las paredes de su coño con la punta de mi polla, lo que nos llena de placer.

Los grititos de placer, la ondulación de la espalda, las contracciones y el abundante flujo me hacen saber que mi vecina ya ha alcanzado su orgasmo pleno. Tras unos instantes de reposo, se vuelve hacia mi, se arrodilla y me dice:

-          “Lléname con tu leche… me encanta sentir como llega tu placer mientras me das tu lechecita”. “así así… dámela toda”, me dice impaciente mientras me ve como me la meneo frente a su cara.

Me corro y le dejo que me la recoja toda con su boca. ¡¡¡ha sido sensacional!!!.

Después volvemos cada cual a su casa para continuar nuestra vida cotidiana.

Deverano.