Silvia la Sumisa

Silvia es sometida diariamente a control por su jefa.

Silvia la sumisa

Como todas las tardes desde hacía unas semanas, esperaba impaciente el trascurso de la última hora de la jornada de trabajo. Comenzaba a excitarme al ver a los compañeros de la oficina cerrar los ordenadores, colocarse los abrigos y dirigirse poco a poca hacia la salida.

Yo siempre me estoy quedando diez minutitos tardes, por si Doña Ramona necesita algo de mí.

Por fin suena el telefonito interior. Veo la pantalla. Es el 5. El de Doña Ramona. Yo ya sabía lo que quería., así que desde hace unas semanas siempre voy con una falda bastante abierta al trabajo. Miré a un lado y miré a otro y me quité las bragas. Unas tanguitas blancas que meto en mi bolso. Estaban un poco mojadas. Sólo la situación me ponía a cien. Llevaba una camisa blanca, de una tela muy suave y no me cuesta nada deshacerme del sujetador. Abrí un par de botones de la camisa y me dirigí al despacho de Doña Ramona.

-¿Doña Ramona? ¿Se puede?-

-Pasa, SIlvia-

Entré y la vi de pié, mirando por la ventana. Yo ya sabía lo que quería.- Incluso había un hueco en la mesa frente a la silla de Doña Ramona, esperándome. Me senté en la mesa y me abrí ligeramente de piernas sin alzarme la falda.

Doña Ramona se sentó, sin mirarme la cara. Me tocó las rodillas y fue alzando mi falda poco a poco con sus manos de dedos largos adornados por anillos de piedras carísimas

Sus manos se resbalaban por mis muslos, como siempre y buscaban levantarme la falda hasta hacerme sentir en mi sexo, las luces de las lámparas. Yo la veía, como siempre, Lasciva y codiciosa.

-A ver, vamos a ver cómo está mi chochito hoy. Humm. ¿Ves lo que te dije anoche? Te están creciendo los pelitos, pero no te afeites… No te afeites todavía. Me gusta tocarlos así-

Y cogía su mano larga y la pasó por mi pubis, en el que aparecían mis pelitos rubios y por mis labios. Su tacto me electrizaba. De por sí me escocían un poco los pelitos al crecer, pero cuando ella pasó su mano, como siempre, inmediatamente mis pezones se pusieron tan erectos que pensaba que me iba a estallar.

Mi nombre es Silvia. Hace unas semanas, mi jefa, Doña Ramona me invitó a su casa, y desde ese momento me he convertido en su sumisa amante, en su joven putita. Desde hace varias semanas, este ritual se repite todas las tardes, y me asegura, que ella misma va a comprobar el estado de mi sexo esta manera.

Sentada en el cómodo sillón, Doña Ramona miraba fijamente mi coñito, por el que pasaba los deditos. Yo veía su cara desencajada. A Doña Ramona, tener un coñito joven a la altura hace que se le trasforme la cara. Sus dedos cada vez me iban rozando con más fuerza. Ella ya me conocía bien y sabía que aquel ritmo lento con el que me tomaba me excitaba, y que al final me encontraría tan caliente que haría conmigo lo que quisiera.

Yo me limitaba a abrir bien las piernas, con las plantas de los pies colocadas en los extremos de la mesa y las rodillas flexionadas.

Doña Ramona cogió un rotulador rojo que había en el cubilete de su mesa. Era uno de esos rotuladores que sirven para pintar en el plástico. Le quitó la capucha y comenzó a rotular sobre algunas palabras que había escrito hacía unos días sobre mi pubis y que se iban borrando "Silvia, esclava de R.."

Mientras sentía la puntita del rotulador en mi pubis, y veía reaparecer aquella frase, mi excitación aumentó de manera exponencial. Luego dejó el rotulador rojo y cogió uno negro, para escribir la fecha. Mi coñito empezó a destilar humedad, pues yo ya sabía lo que eso significaba. Había varias fechas puestas sobre mi vientre, que se iban gastando cada vez que me duchaba. Cada una de ellas conmemoraba cada una de las veces que Doña Ramona me había colmado con un consolador.

Escribió la fecha, y mientras lo hacía, a punto estuve de correrme.

Yo también adivinaba la excitación de Doña Ramona. Le contagiaba mi excitación. Se excitaba al verme excitada. Nos excitábamos mutuamente, y a veces se corría sin que se la tocara, sólo con provocarme un orgasmo detrás de otro.

Como Doña Ramona me conocía bien sabía que un orgasmo en mí no sería nada más que el comienzo, y sabría que vendría más. Así que, sin precipitarse, comenzó a rozar de nuevo mi sexo. En ese estado, el roce de sus uñas me provocaban sensaciones electrizantes.

Cuando se percató de que me pasaba, Doña Ramona se agachó. Puso su cara en mi pubis, y comenzó a lamerme. Eran lametones cortos, al principio, localizados en mi clítoris. Luego, con sus elegantes dedos me separó los labios del mollete, y mi crestita apareció crecida, prominente.

Le hubiera pedido que la cogiera, que se la comiera, pero a Doña Ramona no le gusta que se entreguen sus putitas tan pronto, me ha dicho alguna vez. Le gusta tenerme excitada cuanto más tiempo mejor y hacerme sentir el mayor número de orgasmos posibles. Ella siguió a su bola, con sus dedos incrustados en los labios de mi mollete y lamiendo mi crestita. Luego me la atrapó con los labios. Apretó para capturármela bien y tiró de ella suavemente.

Mi sexo comenzó a destilar de nuevo humedad. Su olor me embriagaba a mí misma. Doña Ramona parecía, entre los suaves tirones y los lametones, cada vez más amplios, con más fuerza, parecía que me quería arrancar el clítoris.

Arquea la columna, a la altura de mi pelvis. Para ofrecerle a Doña Ramona todo mi sexo. Mis piernas se cerraban para atrapar la cabeza de mi jefa, que al notar mi estado, próxima al segundo orgasmo colocó el dedo en la parte baja de mi sexo, donde la rajita se separa del ojete, y lo metió ligeramente. Me deshice en su boca. Me corría mientras ella entusiasmada me devoraba sin piedad. No paró de lamerme y de rozarme suavemente con el dedo hasta dejarme vacía.

Se levantó. Miré avergonzada sus labios, en los que se percibía el brillo de mis flujos. Me acercó su boca y la besé con pasión. Me mantuvo la boca durante un rato para complacerme, respondiéndome con la misma pasión con la que yo la besaba.

. –Espérate aquí quietecita. ¿Vale?- Me dijo mientras me cogía la barbilla. Se dio la vuelta y se dirigió a un cuadro que había detrás de su silla, pegado a la pared. El cuadro se abrió como una puerta al darle a un resorte, y apareció la caja fuerte. La primera vez que vi aquello me pareció increíble, pero ahora ya lo había visto muchas veces.

Como en otras ocasiones, Doña Ramona abrió la caja y sacó de ella a su vez una caja fuerte, grande pero sin más seguridad que una pequeña llave. La trajo a la mesa, como otras veces, y la abrió. Allí estaban los mayores tesoros dela oficina: Un collar de perro y una cadena, y un consolador rosa, de unos 18 cms. con un arnés.

Doña Ramona se subió la falda, y se bajó las bragas. El pubis de mi jefa mantenía un bello que a mí ya me causaba extrañeza, acostumbrada a ver el mío siempre afeitado. Ella se colocó primero el consolador a la altura del pubis. Ya estaba acostumbrada a la imagen de aquella mujer armada como un unicornio. La falda quedaba remangada a la altura de su vientre por que el consolador evitaba que cayera. Nunca se quitaba la camisa, ni las medias ni los zapatos, que el permitían mantener una altura adecuada, según decía.

Luego me tocaba a mí. Apartó mis pelos del cuello y me dijo que me los cogiera. Aquel collar me quedaba muy bien, insistía. Era un collar de cuero negro, con unos adornos plateados y una hebilla sin lujos, convencional. Cuando me había puesto mi collar, me enganchaba una cadena de acero. Todo este conjunto, insistía, no lo había comprado en un sex shop, sino en una pajarería. Me agarró por la cadena y dio varias vueltas a la misma alrededor de su mano.

Luego venía la incertidumbre. Cuál sería la postura que elegiría. Por la forma de manejarme, de empujarme levemente hacia detrás adiviné que quería hacerme por delante, mirándome fijamente a la cara. Cuando esto sucedía, sus ojos me causaban miedo y amor a la vez. Tenía una mirada de loba.

-Desabróchate la camisa-

Me fui desabrochando botón a botón, poco a poco, como yo sabía que le excitaba a ella. Luego ella tiró de los hombros hacia detrás, pero sin quitarme la camisa. A ella le gustaba tenerme así, con los brazos controlados y mis pechos expuestos. Me tocaba los pechos, me los acariciaba y me pellizcaba los pezones. Le gustaba ver como se trasformaban y yo con ellos.

Tiró de la cadena, para obligarme a poner el sexo a ras del filo de la mesa. Obedecí arrastrando mi espalda por la mesa. Mi cabeza estaba en el aire. A mi mu gustaba así. A veces dejaba caer mi cabeza en el vacío mientras se saciaba. Se acercó por detrás de la mesa y me colocó el consolador en la boca.

–Me encanta ver cómo la mamas, nena- Me decía, y yo la lamía, mientras al estar mi cabeza en esa posición, podía ver el coño de Doña Ramona entre sus piernas medio abiertas. Ella extendió la mano para acariciarme los pechos.- Me encanta como la mamas-

Entonces, cuando ya estaba excitada de verme, se daba la vuelta, colocaba su culito en mi barbilla y yo sacaba la lengua y me comía sus flujos, que salían de su sexo a raudales. Lo hacía como ella me había enseñado y no tardaba ni un minuto en sentirla vaciarse, en sentir los espasmos de su orgasmo. Entonces se movía en mi boca. Tiraba de mi caballera y me ponía la mano en la nuca y la sentía correrse, de una manera silenciosa, controlada, fría, calculada, como todo lo que ella hacía. Pero sentir sus nalgas en mi garganta, sentirme atrapada entre sus piernas, me ponía a cien. Ya no podía aguantar más

-¡Fólleme, Doña Ramona!- Doña Ramona se oía la sorda, me hacía ver que le tendría que repetir varias veces mi petición, humillándome de esa manera- Por favor, Doña Ramona! ¡Fólleme!-

Cuando Doña Ramona se ponía el consolador ya no hablaba. Ya sólo pensaba en follarme. Me había enseñado como lo tenía que hacer. Doña Ramona volvió a dar la vuelta a la mesa y se puso entre mis piernas, y colocó la punta del consolador entre los labios, pero esta vez, los de mi sexo, mientras me acariciaba el clítoris, y su mano iba de un lado a otro de mi cuerpo, manoseándome, acariciándome, tan pronto los pechos como los muslos o las nalgas. Todo aquello me calentaba. Me hacía retorcerme de placer en la mesa, esperando que el consolador se metiera poco a poco en mi vagina.

Entonces, me cogía de las piernas. Yo debía cruzar mis piernas por detrás de su espalda y comenzar a moverme en sentido contrario al que ella le imprimía a sus caderas. Porque ella no tenía por que hacer todo el trabajo, me decía. Así, cada embestida que me pegaba, el consolador recorría toda mi vagina. Mi cuerpo se estremecía. Todo mi cuerpo entraba en clímax. Sentía escalofrío desde la nuca hasta los puntos de los pies.

Ella me agarraba de los pechos mientras me follaba, siempre con la cadena agarrándome del cuello. –Me encantan tus pechos- Me decía entre dientes y me penetraba una y otra vez

Mi excitación aumentaba, cada vez sentía más próximo el tercer orgasmo. Cuando esto sucedía me sentía perder la razón. Comentaba a musitar su nombre.

-Oh, Ramona… Qué me haces… Oh…Oh… Oh-

Ella sabía que entonces, estaba próximo el orgasmo definitivo, el gran orgasmo que me dejaría en la mesa medio exhausta, como las otras veces. Me agarró las piernas y las puso sobre sus hombros. Entonces se apoderaba de ella una fuerza que sentía extraordinaria. Siempre con la cadena en la mano, ponía la otra en mi muslo y cada vez mi cuerpo se movía más, por la agresividad que Doña Ramona imprimía a sus caderas.

-¡Oh Ohhh Ohhh Ohhh Ohhh!-

-¡Te voy a dejar exhausta, Puta!- Cuando la oía llamarme puta, el vientre se me encogía, los pechos, el cerebelo.

-¡Córrete de una vez, Puta!- Otra vez. Moví la cabeza hacia un lado, moví la cabeza hacia el otro. Deje de sentir la tensión de la cadena en el cuello. Tiré mi cabeza hacia detrás-

-AHHHGGG AHHHGGG AHHHGGG AHHHGGG-

Comencé a correrme desenfrenadamente. No me importaba que estuviera en la oficina. Comencé a gemir de placer y a gritar mi felicidad.

-AHHHGGG AHHHGGG AHHHGGG AHHHGGGGGGGG-

Estuve un largo rato corriéndome, sintiendo un orgasmo venir mientras el otro me abandonaba, con sacudidas que cada vez me dejaban más exhausta.

Doña Ramona se paró. Se paraba así, cuando obtenía su segundo orgasmo. Yo sabía que lo había obtenido sólo por que se paraba. Me dejaba exhausta. Me dejaba en otro mundo, casi sin sentido. Entonces se separaba. Me sacaba el consolador poco a poco y me acariciaba. Sólo en ese momento la sentía cariñosa. Sólo en ese momento la sentía humana. Sólo en ese momento sus besos me sabían a algo más que una pasión sexual. Yo se lo agradecía. Se lo agradecí aquella noche.

Se sentó en la silla y me llamó - Ven aquí, Silvia-

Me eché a sus brazos. Me estorbaba aquel consolador entre sus muslos. Pero me eché a sus brazos. Me besó, nos besamos, y me quitó el collar, que guardó en su caja y volvió a colocarme la camisa de manera que pudiera mover mis brazos.

Me abracé a ella y comencé a escuchar palabras dulces que ahora sonaban como el ronroneo de una gata. Estuvimos abrazadas un cuarto de hora por lo menos, y se hacía tarde.

Cada una se vistió, casi sin mirarnos y nos despedimos con un piquito, al salir de la oficina, hasta el día siguiente.

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