Silvia la sádica (13)
Silvia es por fin crucificada junto a sus esclavas.
La distancia que separaba el pretorio del Coliseo no era muy larga, sin embargo, la comitiva que conducía a Silvia al suplicio empeñó en ello más de dos horas.
Por un lado, el grupo se encontró con centenares de personas que se agolparon a lo largo del recorrido ansiosas de ver cómo llevaban a la asesina del noble Cómodo. Mucha gente se había quedado sin entrar al anfiteatro y se dispuso entre ellos el reparto de pan, así que ver a Silvia con la cruz a cuestas fustigada por el látigo era un magro consuelo. Por otro lado, la propia condenada no podía andar más aprisa con el patíbulum a cuestas.
El peso del rugoso madero sobre sus hombros le obligaba a caminar torpemente La condenada tenía que abrir mucho las piernas para andar y no dejaba de dar traspiés hacia los lados con el cuerpo encorvado recibiendo latigazos y empujones sin cesar. Lógicamente las grandes tetas de Silvia bamboleaban a su vez a izquierda y derecha despertando el deseo y la lujuria de todos los que la veían. Al igual ocurría con la melena de su pelo empapado en sudor que le caía por delante de la cara. La pobre muchacha jadeaba de cansancio y dolor pero aquella gente no mostraba ninguna piedad hacia ella.
El cuerpo de la condenada estaba cubierto por las ignominiosas marcas de la tortura, signo de que ella ya sólo era una esclava y no una noble romana. Por un lado mostraba varias decenas de quemaduras sobre su piel. Unas llevaban la forma de la letra A y otras eran cruces que le habían imprimido con hierros candentes. Aparte de esto también estaba marcada de latigazos por todo su cuerpo.
Colgado al cuello llevaba el títulus que se limitaba a a recordar su condición de asesina y los cuatro clavos de hierro con los que le iban a crucificar.
- Camina vamos. Le dijo Quinto tirando una vez más del dogal.
SSSSSSSAAACkk
- MMMMMH
El latigazo le impactó por enésima vez en el culo dejándole otra marca roja.
La joven condenada levantó la cara para gritar una vez más crispando el gesto y cerrando los ojos. Todos pudieron ver entonces que la habían amordazado con un grueso palo de madera colocado transversalmente entre los dientes y atado a su nuca. Tras esto Silvia dio otro lastimero paso y cruzó las piernas dando otro traspiés que casi la hizo caer.
Repentinamente otro sayón le pinchó en el culo con un afilado punzón.
-MMMMMHHH
Silvia le miró angustiada pidiéndole por favor que no hiciera eso, pero por toda respuesta le volvió a pinchar con sadismo.
- Que camines, zorra.
Aparte de insultarla y amenazarla, el gentío le tiró cosas repugnantes a la cara y algunos intentaban tocarla o pegarle tortazos o puntapies. Desde luego los soldados tuvieron que emplearse a fondo para mantener a raya al excitado populacho. Como decimos, muchos intentaban tocarla, pero otros hombres sin embargo se limitaban a masturbarse abiertamente a su paso. No era de extrañar pues era una bella mujer desnuda y maniatada condenada a sufrir el suplicio de la crucifixión. Eso siempre excitaba a la gente.
De repente un hombre se corrió en su mano y le echó a la cara el semen que había derramado. Silvia torció la cara asqueada y dejó de caminar.
¡SSSack!
MMMMh
Vamos, ya queda poco, zorra, camina.
Silvia aún recibió muchos latigazos y vejaciones similares antes de entrar en el coliseo y cuando Quinto la arrastró hasta la arena, una enfervorecida multitud prorrumpió en gritos y aplausos.
A la joven le asaltó entonces una extraña excitación mezclada con el miedo al ver que todo ese gentío iba a ser testigo de su suplicio. Quinto sonrió con sadismo y tras darle otro latigazo la obligó a seguir caminando.
A pocos metros por delante estaban sus esclavos y esclavas ya crucificados pero Silvia apenas se atrevió a mirarlos en parte por miedo y en parte por vergúenza. Algunos guardianes estaban colocando en ese momento otro stipe, es decir otro palo de madera largo y vertical, esta vez para ella.
Con los últimos tirones y latigazos, Quinto arrastró a la ya agotada mujer por la arena hasta la tribuna donde le esperaba el Emperador.
Quinto llegó hasta allí y de un último tirón la hizo caer de rodillas de manera que ella a duras penas consiguió mantener el madero de la cruz en el aire.
El emperador la miró complacido viendo el lastimoso estado en que se encontraba y con una simple señal ordenó que se leyera la sentencia..
Entonces un heraldo empezó a leer lenta y solemnemente.
- Silvia Ulpia, has traicionado a Roma y a tu linaje con tu comportamiento criminal, además has sido encontrada culpable del envenenamiento del hijo del César, el noble Cómodo y por eso se te condena a perder la ciudadanía y ser reducida a la esclavitud. Consiguientemente y como dicta la ley todos tus bienes quedan confiscados por el César. Por último, el Divino Domicio te sentencia a que mueras en la cruz, aquí y ahora, junto a tus esclavos y esclavas. ¡Cúmplase la sentencia!.
Las palabras del heraldo fueron contestadas por un impresionante griterío de la multitud mientras Silvia se ponía a llorar. Entonces Quinto la obligó a levantarse y la arrastró hasta donde estaban las cruces auxiliado por otros dos hombres.
Una vez allí, Silvia cayó otra vez de rodillas totalmente exhausta y los verdugos se apresuraron a desatar el patíbulum de sus hombros. Mientras lo hacían Silvia se dio cuenta consternada de que en ese momento estaba rodeada a derecha e izquierda por sus esclavos y esclavas que ya llevaban un buen rato crucificados y que se quejaban o sollozaban sonoramente. Todos estaban completamente desnudos y literalmente se retorcían de sufrimiento en sus cruces. La razón era que a los lógicos efectos de la crucifixión se añadía ese infernal cornu que les habían clavado en el trasero.
Hasta los esclavos más fuertes sentían ya unos insoportables dolores en cada rincón de su cuerpo, además con el torso estirado de esa manera tan antinatural les era prácticamente imposible respirar con normalidad. La reacción lógica del cuerpo ante la asfixia era auparse sobre las piernas para respirar a pleno pulmón. De hecho, algunos de ellos lo intentaban desesperadamente, pero dado que tenían el trasero empalado en el cornu lo único que conseguían era sodomizarse a sí mismos. Además si algún esclavo o esclava conseguía desclavarse el cuerno del ano, los verdugos se encargaban de volver a empalarlos en él entre horrendos gritos de dolor.
-Sádica asquerosa, puta asesina, al menos tú tampoco te librarás de esto.
Silvia miró de repente a Claudia que aún no había sido crucificada y que la miraba a pocos metros señalando a sus compañeras. Sólo fue un segundo antes de que la joven se lanzara rabiosa sobre ella con ánimo de arañarla. Los guardias intentaron detenerla, pero Quinto se lo impidió con una seca orden. Inmediatamente se entabló una lucha entre las dos mujeres a tortazos, puntapiés, tirones de pelo y arañazos. Silvia se defendió con uñas y dientes mientras el público gritaba enfervorizado al ver cómo se peleaban fieramente aquellas dos mujeres desnudas.
La gente se puso a apostar por cuál de las dos ganaría e incluso Filé y Scila animaron desde sus cruces a Claudia para que le diera su merecido a la patricia.
-Tú eres la culpable, puta, tú tienes la culpa de que nos hagan esto, le decía Claudia sin dejar de pegarla. La rabia le daba fuerza y Silvia se defendía del ataque a duras penas.
El centurión les dejó que se zurraran un rato más para regocijo del público, pero cuando creyó que ya había sido suficiente, hizo que las separaran lo cual les costó no poco a los guardianes, pues aún atrapadas de los brazos por los hombres, ellas no dejaban de lanzarse patadas entre sí agotadas y jadeando. Finalmente Quinto se interpuso entre ellas y mirando a Claudia sudando y jadeando ordenó a los guardias que la crucificaran primero.
- Contigo vamos a jugar un poco más, le dijo sádicamente a Silvia retorciendo sus pezones con los dedos, traedla también, quiero que lo vea todo.
De este modo, Silvia vio de cerca cómo crucificaban a la pobre Claudia.
- NO, NOOO, ¿POR QUÉ?, Ella es la culpable, hacédselo a ella. PIEDAD NOO
La joven Claudia gritó desesperada cuando los guardias la pusieron contra la cruz y le obligaron a levantar los brazos. Sus gritos se convirtieron en aullidos cuando le clavaron las dos muñecas con largos clavos de hierro.
- AAAYY, AAAAHH, ASESINA, ES POR TU CULPA, ES POR TU CULPA, Claudia gritaba histérica atravesada por relámpagos de dolor y sin comprender el por qué de tanta injusticia.
Por su parte, Silvia no podía mirar aquello, los regueros de sangre se deslizaban ya por los blanquecinos brazos de Claudia mientras la joven se afanaba por mantener sus pies de puntas pues el cornu tras ella le obligaba a mantener la espalda curvada. Sin embargo, eso sólo duró un momento pues lo siguiente era empalarla por el ano en ese cuerno puntiagudo.
Al ver lo que iban a hacer con ella, Claudia se agitó y luchó pidiendo piedad a gritos, pero cuatro verdugos la levantaron en vilo de las piernas.
- AAAAAYYYY, AAAYYY; NOO. SOCORRO, PIEDAAAAAD.
Silvia vio cómo empalaban a su esclava completamente horrorizada y sintió como si ya se lo estuvieran haciendo a ella. De hecho, en ese momento otros soldados colocaban otro cornu en el octavo stipe, pero esta vez no era un cuerno de toro, ni siquiera el cuerno de rinoceronte que Aurelio había colocado a Lucila. En su lugar colocaron un largo falo de bronce hueco que simulaba un pene curvo. Evidentemente, para Silvia habían preparado algo “especial”.
Entre tanto Claudia aullaba desesperada con el rostro dirigido hacia el cielo mientras el sangriento público disfrutaba del brutal empalamiento. Por fin, cuando el cornu penetró completamente el ano de la pobre mujer Claudia miró a sus verdugos angustiada mientras sus pies buscaban inútilmente un asidero en la madera que mitigara algo su dolor..
Entonces Quinto se acercó a Silvia con dos clavos y un mazo y sonriendo le dijo.
- Ahora toca clavarle los pies, y quiero que lo hagas tú misma.
Silvia oyó eso espantada.
- No, no lo haré, ...no
Silvia negaba angustiada. Antes lo hubiera hecho de mil amores pero ahora eso mismo le repugnaba pues sabía que minutos después se lo iban a hacer a ella.
-Sí que lo harás, o si no te pondré esto otra vez, ¿lo recuerdas?. Quinto le mostró los cuatro dragones con un gesto de infinita crueldad mientras miraba sus abultados pechos.
-No otra vez no, otra vez no, piedaaad. Silvia lloró con grandes lagrimones sin dejar de mirar los dragones.
-Entonces coge el clavo y el mazo.
Los guardias la soltaron y Silvia cogió ambas cosas temblando.
SSSaack
Un latigazo le impactó en la espalda al ver que dudaba.
- Vamos, hazlo ya.
Otros soldados tenían cogidos con firmeza los pies de Claudia contra los laterales del madero, de manera que ella estaba obligada a mantener las piernas dobladas y abiertas mientras temblaba y lloraba.
-No, no lo haré, Silvia miró a los ojos a Claudia y tiró al suelo el mazo y el clavo tapándose inmediatamente con los brazos,
-Muy bien, ella lo ha querido, sujetadla, dijo Quinto mostrándole los dragones y abriendo bien dos de ellos apuntando a sus pechos.
A Silvia le dolieron los pezones sólo de mirarlos y atemorizada volvió a coger el mazo y el clavo. Aún temblando se acercó a la cruz de Claudia, puso la punta contra el empeine del pie de la joven y desoyendo sus ruegos le dio un decidido martillazo.
-AAAAYY
Claudia torció el rostro y su cara se deformó en una horrorosa mueca cuando el clavo penetró en su pie.
De otro martillazo Silvia le introdujo el clavo un poco más y la sangre le salpicó la cara y parte de su cuerpo desnudo.
A pesar de eso Silvia siguió dando mazazos hasta que introdujo el clavo hasta la cabeza mientras oía los gritos de Claudia sin atreverse a mirarle a los ojos.
-Ahora el otro, vamos, Quinto se lo ordenó haciendo oscilar los dragones que colgaban de su mano.
Esta vez Silvia ni siquiera lo dudó y le clavó el otro pie lo más rápido que pudo desoyendo los gritos y súplicas de la esclava que sin dejar de aullar empezó a darse cabezazos contra la madera para intentar perder el sentido y así escapar de tanto dolor.
Cuando acabó, Silvia se alejó un paso y tirando el mazo al suelo vio cómo se retorcía de dolor la pobre Claudia.
- Puerca, le dijo ésta llorando, pero ahora te lo harán a ti no te escaparás.
-Has hecho un buen trabajo, dijo entonces Quinto acariciando la suave piel de su trasero, pero ahora quiero que folles un poco con tu amiga para congraciarte con ella.
-Pero, pero eso es monstruoso.
-¿Y lo dices tú? Quinto le dio un empujón hacia la cruz. Vamos, empieza por chuparle las tetas y no pares hasta que se corra.
A Silvia le dieron otro latigazo en la espalda y se puso a acariciar el cuerpo de Claudia y espoleada por más y más latigazos, pronto empezó a lamerle los pezones con la punta de su lengua. Pronto se le pusieron duros como piedras.
Al ver lo que hacía con ella, Claudia negó todo lo que pudo e incluso se puso a insultarla. La joven pidió insistentemente que la follara cualquier otro menos esa sucia perra.
Para el público aquello fue demasiado. La asesina Silvia Ulpia les estaba dando otro de sus depravados espectáculos pues se pasó más de veinte minutos lamiendo el cuerpo de Claudia a pesar de que ésta no dejaba de insultarla ni un momento. Incluso en un momento dado se agachó y obligada por Quinto le hizo un cunnilingus a la joven crucificada.
- No, no, déjame, no quiero, déjame,...ase...si ....na.
A pesar de todo Claudia no pudo evitar correrse ante las insistentes lamidas de Silvia en su sexo y tuvo un visible orgasmo ante el alborozo del público.
Cuando Quinto vio que la bella joven había llegado por fin obligó a Silvia a levantarse tirando del pelo y le dio una sonora bofetada.
- Atad a esta puta otra vez, aún tiene mucho trabajo que hacer con su lengua.
Los sayones atraparon brutalmente a Silvia y le ataron los brazos a la espalda mientras ésta se preguntaba por qué no la crucificaban ya. Entre tanto, el público esperaba impaciente la nueva diversión que les tenían preparada, la cual por cierto fue de una enorme crueldad.
En primer lugar y cuando maniataron completamente a Silvia Quinto se dirigió a ella con los dragones.
-No, no, dijiste que no me los pondrías otra vez, te he obedecido una vez más, no por favor.
En lugar de contestarle Quinto se puso a engancharle los dragones en los pezones y los labia, pero no en su lengua pues esta vez la necesitaba para otra cosa. Entonces tirando de ella y sin hacer caso de sus gritos y quejas, la arrastró hasta donde estaban los esclavos crucificados.
Entre sus propias lágrimas Silvia vio a sus ocho esclavos sufriendo indeciblemente en sus ocho cruces, entonces vio cómo ese sádico de Aurelio sacaba el “cocodrilo” de un brasero y abrió y cerró varias veces sus fauces delante de ella.
-Aún no está listo, se limitó a decir con calculada frialdad, y lo volvió a introducir entre las brasas.
-Muy bien noble patricia, dijo Quinto poniendo a Silvia a pocos centímetros del pene de uno de los crucificados. Como buena puta tu misión será mamársela a tus ocho esclavos y cuando les hayas extraído la leche y tengan el pene en plenitud, Aurelio se encargará de darles un “mordisco” con el cocodrilo. ¿Qué te parece?.
Cuando aquellos hombres oyeron el espantoso suplicio que les esperaba empezaron a gritar desesperados.
Por su parte Silvia dijo que no con ojos llorosos y temblando de terror, pero un par de fuertes tirones en sus pechos la convencieron de que volviera a obedecer, así que lentamente se puso a chuparle la polla al primero de esos desgraciados.
-Así, así, despacio, no hay ninguna prisa, piensa que si les ocurre algo tan horrible es sólo por tu culpa, así que al menos dales algo de placer. Silvia seguía lamiendo espoleada por Quinto que de vez en cuando le daba otro pequeño tirón en sus pechos. Mientras tanto el esclavo gritaba y suplicaba piedad haciendo todo lo posible por no empalmarse a pesar del delicado contacto de la lengua de su ama.
-No, no, puta déjame, DEJAME.
Quinto se sonrió cuando se dio cuenta de que el pene del esclavo crecía y se engrosaba en contra de su voluntad.
-Ahora métetela entera en la boca, vamos, hasta dentro.
El pobre esclavo sintió entonces que su sensibilizado miembro era literalmente tragado por la húmeda y cálida caverna de terciopelo de esa bella mujer que lentamente se puso a mamarla. El tipo sintió que su polla crecía poco a poco dentro de la boca de ella y entonces empezó a suspirar de placer.
Silvia siguió y siguió subiendo y bajando la cabeza y en un momento dado sintió que Quinto le agarraba del pelo empujándola arriba y abajo para que fuera más rápido.
A pesar de que el esclavo hizo todo lo que pudo por no correrse, en algo más de diez minutos Silvia sintió que se le salían las primeras gotas de líquido preseminal y de repente unos cálidos goterones de esperma le llenaron la boca. Quinto percibió cómo la patricia cerraba los ojos y la blanquecina lefa se le escapaba entre los labios.
Entonces de un violento tirón separó la cara de Silvia e hizo una seña a Aurelio.
- NOOO; NOOO, NOOO AAAAAGGGG
El cocodrilo mordió el pene del esclavo coincidiendo con los últimos estertores de su orgasmo y Aurelio tiró de él hacia atrás lentamente. Se oyó un siniestro siseo y el hombre empezó a lanzar horribles alaridos aunque éstos no duraron mucho pues tuvo la suerte de desmayarse.
El público que veía la infernal escena prorrumpió en gritos y aplausos y animó a Silvia para que siguiera mamándosela al segundo esclavo.
- Otra vez no, por favor, es horrible, decía ella, pero nuevamente Quinto le obligó mientras el segundo esclavo gritaba histérico e intentaba suicidarse golpeando con la cabeza contra la cruz.
El bárbaro tormento duró más de una hora. El castigo de Silvia estaba siendo especialmente cruel, pero en el fondo selo merecía, ella era la única culpable así pues tuvo que hacerle la felación a sus ocho esclavos uno tras otro sólo para ver cómo seguidamente les aplicaban ese espantoso tormento sobre su miembro erecto. Desde luego si alguno de los espectadores estaba planeando atentar contra el César contemplar ese horrible castigo se lo quitó definitivamente de la cabeza.
Tras mamársela a aquellos ocho hombres por turno y oir sus espeluznantes alaridos aún con su semen en la boca, Silvia fue conducida por Quinto hacia donde estaban las esclavas, pues ahora les tocaba a ellas.
A la sádica patricia le tocó realizar una tarea similar con las esclavas. Quinto la condujo hasta donde estaba Scila y obligándola a obedecer sin dejar de tirar de los dragones le obligó a hacer el amor con ella. Dado que Scila estaba crucificada a su misma altura, Silvia besó y lamió sus labios y su cara sin agacharse, luego chupó y succionó sus pezones y tras eso se arrodillo. Entonces tuvo que lamer sus muslos y tras eso hacerle un intenso cunnilingus hasta que Scila se corrió en su cara. Inmediatamente, cuando terminó con ella Silvia fue obligada a hacer lo mismo con la siguiente crucificada que era Irina.
Mientras le chupaba las tetas a Irina, Silvia vio horrorizada cómo Aurelio acercaba a los pechos de Scila unas enormes tenazas con las puntas candentes y aprovechando que la mujer estaba muy sensibilizada se las cerró sobre uno de sus pechos arrancando de ella alaridos inhumanos.
Un proceso similar al que había ocurrido con los esclavos se produjo entonces con ellas. Silvia hizo que todas sus esclavas se corrieran usando sólo su lengua al tiempo que oía sus gritos al ser torturadas con los hierros. Finalmente cuando acabó con Claudia por fin le tocó a ella misma.
Mientras un sayón le cortaba las ligaduras y Quinto le quitaba los dragones que mordían sus pechos, Silvia vio horrorizada cómo todos aquellos sádicos terminaban de preparar su propia crucifixión. La cruz ya estaba montada y un verdugo estaba terminando de taladrar la madera del patíbulum para que los clavos entraran con más facilidad mientras otro untaba el falo de bronce con una especie de grasa.
Por un momento Silvia se encontró libre viendo aquello y entonces se preguntó ante lo inevitable cómo había llegado a esa terrible situación. Sus sueños sadomasoquistas se habían convertido en una horrible pesadilla y esta se había hecho realidad. Pero ya era demasiado tarde para volver atrás.
En realidad no tuvo mucho tiempo para pensar.
-Es la hora, dijo Quinto, y entonces los sayones la agarraron de los brazos y obligándole a darse la vuelta los colocaron contra el patíbulum de la cruz. Los miles de espectadores guardaron entonces un estremecedor silencio, hasta los verdugos dejaron por un momento de torturar a las esclavas para oír cómo gritaba la patricia.
Silvia vio horrorizada cómo acercaban los clavos a sus muñecas y dos verdugos levantaban los mazos. Aún temblando cerró los ojos y esperó resignada a lo inevitable. Entonces a una señal de Quinto los verdugos empezaron a darles mazazos a los clavos y éstos perforaron dolorosamente sus muñecas hasta clavarse en la madera.
Cualquiera hubiera dicho que Silvia la sádica iba a morir con dignidad, pero la patricia se comportó como una cerda en el matadero, pues no dejó de gritar y retorcerse mientras la crucificaban. Aquello era mucho más horrible de lo que se había imaginado en sus sueños, los clavos traspasaron sus muñecas como si fueran de fuego y ella se agitó y gritó sin freno, sin embargo lo peor estaba por venir. Como un siniestro ritual, tras clavarle los brazos y fijarlos a la madera, vino lo del empalamiento. A pesar de la grasa que colocaron en el pene de bronce su enculamiento con semejante objeto fue enormemente doloroso, como reflejaban sus alaridos pues el pene que le perforaba el ano también le abrasaba como si ya estuviera al rojo.
El sádico público allí congregado sólo había callado para oír sus lastimeros gritos así que al oírla aullar rompió su silencio y se puso a aplaudir y vitorear a los verdugos. Totalmente fuera de sí, Silvia siguió lanzando alaridos y se retorció de dolor como una loca cuando le clavaron los pies al estipe. A Silvia la crucificaron como a sus esclavas de modo que cuando terminaron con ella, permanecía clavada con los pies a sólo unos centímetros del suelo y las dos piernas dobladas y abiertas dejando su desnudo sexo abierto y dispuesto. Delgados regueros de sangre se deslizaron a lo largo de sus brazos siguiendo por los laterales de su cuerpo hacia las piernas. Su rostro estaba deformado por una horrible mueca de dolor.
Cuando fue capaz de controlarse mínimamente, la desgraciada patricia vio que acercaban a su cruz dos braseros, uno con tenazas, espetones y un largo pene de bronce y otro con las consabidas agujas. El pánico le hizo gritar y llorar desesperada con los ojos muy abiertos, pero curiosamente su cuerpo reaccionó excitándose.
Quinto vio enseguida cómo los castigados pezones de Silvia se ponían tiesos y duros mientras su clítoris se veía perfectamente grueso y en plenitud como nunca se lo había visto. Sonriendo, el sádico centurión se sacó su miembro y acercándose a Silvia empezó a follársela en la cruz para regocijo del público.
Esta vez Silvia dirigió su rostro al cielo y gritó pero no sólo de dolor.
¡Puta!, ¡zorra!, ¡asesina!
El público la insultaba pero en realidad estaba encantado de lo que veía. Los empujones de Quinto eran tan fuertes que hacían que el cuerpo de Silvia subiera y bajara dando más y más saltos y experimentando en la práctica una doble penetración.
Lógicamente la mujer gritaba de dolor en su ano, muñecas y pies con el rostro dirigido al cielo y las tetas agitándose arriba y abajo sin cesar. Quinto estuvo follándosela varios minutos hasta que eyaculó dentro de ella agarrándose con toda su fuerza a su cintura mientras experimentaba los últimos estertores. Silvia agradeció que el sádico centurión hubiera terminado con ella, pero nada más terminar le sustituyó Aurelio que la penetró con una fuerte embestida.
A Silvia se la follaron por turno más de veinte hombres entre verdugos, guardianes y servidores. Seguramente se corrió mientras lo hacían aunque nadie pudo asegurarlo por los gritos que ella daba casi de continuo.
Dado que aquello terminó siendo más bien tedioso el César dio permiso para que se reanudaran las luchas entre gladiadores y nuevamente se prometió a los supervivientes que podrían usar a las esclavas crucificadas antes de que los verdugos las torturaran en su sexo.
Mientras tanto, y cuando por fin terminaron con ella, los hombres dejaron en paz a Silvia que lentamente empezaba a sufrir la tortura de la cruz en toda su dimensión. A los pocos minutos de colgar de sus brazos ya tenía intensos dolores en brazos y espalda, amén de las heridas producidas por los clavos y ese doloroso ardor que le venía de su trasero, De todos modos lo peor era la certeza de que otra vez le iban a quemar con esos horrorosos hierros que se calentaban en los braseros.
De hecho, la lucha entre los gladiadores terminó y los sudorosos vencedores se acercaron a las jóvenes crucificadas para recibir su premio. Un robusto germano se acercó a Silvia atraído por sus grandes tetas pero el público pidió a gritos que empezaran inmediatamente a torturar a la asesina con los hierros al rojo. Empezó sólo un grupo, pero rápidamente la aclamación se extendió entre el gentío y pronto eran miles de gargantas las que pedían que empezara la ordalía.
Tras hacerse de rogar un momento, el emperador se puso en pie y con un gesto ordenó a Quinto que procedieran con el suplicio de Silvia lo cual fue respondido por un atronador vitoreo.
Antes de empezar con los hierros, Quinto se acercó a Silvia y le dio de beber. La mujer estaba muerta de sed así que no dudó en tragar lo que lo ofrecían. No lo hubiera hecho de sospechar que se trataba de una droga que le impediría desmayarse a pesar de las crueles torturas que iba a tener que soportar.
De hecho, tras darle el bebedizo empezó el infernal tormento. Primero fueron las tenazas, Aurelio y otro verdugo cogieron sendas tenazas puntiagudas que tenían los extremos candentes y aprovechando que Silvia estaba indefensa, se pusieron a cogerle pellizcos por todo el cuerpo con toda la crueldad de que fueron capaces. Silvia suplicaba entre largos y lastimeros gritos pero cada vez que las tenazas se cerraban sobre sus carnes un infierno de dolor recorría todo su cuerpo. Los verdugos no se dieron ninguna prisa, al contrario.
Tras las tenazas vinieron las agujas. Silvia ya había sido sometida a ese horrendo suplicio, pero no por eso lo resistió mejor, en su lugar no dejó de dar gritos y alaridos debatiéndose inútilmente en la cruz mientras los sádicos verdugos se ensañaban en su cuerpo introduciéndole las largas agujas candentes. A Silvia la torturaron de esta manera durante una hora larga. Sin embargo, lo peor lo dejaron para el final.
Los juegos duraron hasta el atardecer y se dispuso que como medida de gracia se les quebraran las piernas a los esclavos y las esclavas para acelerar su muerte. Así se hizo con todos menos con Silvia que aún permaneció viva un tiempo y al final sufrió una última tortura.
Esta consistió en aplicar unas enormes tenazas candentes sobre el falo de bronce que perforaba su ano. Lógicamente el metal se fue calentando y cuando Silvia, que ya estaba medio muerta, se percató de ese horrible calor en su ano sacó fuerzas de flaqueza e intentó auparse sobre sus brazos y piernas gritando desesperada. Sin embargo, cuando se estaba aupando, sus fuerzas le fallaron y se volvió a empalar hasta dentro lanzando alaridos inhumanos a pesar de lo cual la droga impidió que perdiera el sentido. El público aplaudió una vez más y entonces Quinto llamó la atención de la condenada hacia lo que Aurelio traía para ella.
- Observa, oh noble Silvia a tu último amante pues es digno de ti.
Entonces la mujer vio espantada que Aurelio acercaba a su entrepierna otro falo de bronce candente.
Desesperada Silvia se puso a gritar e intentó cerrar sus piernas con todas sus fuerzas haciendo lo imposible por desclavar sus pies.
- NOOOOOO; NOOOO, AAAAAAGGGG
Aquel falo candente fue el final de la sádica Silvia. La mujer tuvo así una horrenda agonía y aulló aún unos minutos tras lo cual finalmente expiró.