Silvia la sádica (11)
El Emperador se venga de Silvia sometiéndola a una dolorosa prueba antes de ser crucificada
Tras dejar a Silvia acostada sobre el ecúleo y completamente desnuda a merced de sus lujuriosos guardianes, el enano Vulcano fue a buscar a Aurelio y en cuanto éste se enteró de quién era la nueva prisionera del pretorio le faltó tiempo para llamar a ocho de sus ayudantes y acudir con ellos a la cámara de tortura. Nada menos que la patricia Silvia Ulpia había caído en sus garras, parecía increíble. Aurelio ardía en deseos por ponerle las manos encima a esa mujer y no sólo por su evidente belleza sino por cosas mucho más sádicas y crueles que había ido acumulando hacia ella en los últimos meses.
Cuando Aurelio y sus secuaces entraron en la cámara de tortura, encontraron una escena que se la puso dura de inmediato. Los guardias no habían perdido el tiempo precisamente, a pesar de los ruegos desesperados de su víctima, habían vuelto a apretar el torno del ecúleo, lo suficiente para levantar el cuerpo de Silvia sobre la tabla y estirarlo hasta un extremo sumamente doloroso. En ese momento tres guardias completamente desnudos se la estaban follando a la vez. Uno se la estaba metiendo por el coño y no dejaba de dar violentos empujones, otro se la follaba brutalmente por la boca, mientras el tercero se había encaramado sobre su vientre y usaba las grandes mamas de Silvia para hacerse una paja apretándolas contra su pene. El cuarto guardián manejaba el torno apretando o aflojando las ruedas a voluntad.
Los cuatro parecían disfrutar de verdad de su indefensa víctima hasta tal punto que no se percataron al momento de la presencia del numida. Cuando lo hicieron por fin, se sintieron sorprendidos como un gato que se ha comido al pájaro, e hicieron ademán de dejarlo.
- No, no, continuad, por favor, dijo el verdugo sonriendo encantado de verla así. Entonces Aurelio se acercó a ella y sonrió complacido al ver su gesto de terror, sólo que Silvia no pudo decir nada con aquello tan monstruoso metido en la boca.
-Vaya, vaya, pero a quién tenemos aquí, las cosas no se ven igual acostada en el ecúleo, ¿verdad noble patricia?. Me han dicho que tengo tres días para hacerte lo que quiera en ese lindo cuerpecito, ¡tres días!, eso es una eternidad. O al menos eso es lo que te va a parecer, zorra. Pero antes creo que toda la guarnición tiene derecho a disfrutar de ti, ¿no os parece?. Los ayudantes de Aurelio sonrieron complacidos y los guardianes siguieron follándose a la bella joven con todas sus fuerzas.
-¿Cuántos hombres crees que habrá en el pretorio ahora?, dijo Aurelio a otro verdugo asegurándose que le oyera la prisionera.
-No sé casi doscientos.
-Casi doscientos, ¿lo oyes Silvia?, pero claro, no vamos a meter a todos aquí entre estas cuatro paredes, habrá que salir a dar una vuelta por ahí con la cerda patricia para que la vean todos. Nuevamente todos rieron ante la diversión que les prometía el verdugo.
No obstante Aurelio no se apresuró, sino que esperó a que los guardianes terminaran de aliviarse con ella y tras que todos eyacularan sobre su cuerpo desnudo, ordenó que aflojaran el ecúleo y la desataran.
Una vez la soltaron, Aurelio la cogió de los pelos y la tiró al piso.
-Al suelo, puerca, le dijo brutalmente, ese es tu lugar.
Silvia intentó levantarse agotada y muerta de miedo.
-¿Qué queréis de mí? ¿qué, qué me vais a hacer?, por favor no me hagáis daño.
-Eso lo dejaremos para luego, ahora vamos a salir de aquí para que todo el mundo te vea en pelotas, zorra, pero tu no mereces ir de pie como las personas, así que vas a ir a gatas como una perra, ¡vamos, al suelo!.
Aurelio la tiró al piso otra vez y Silvia tuvo que caminar a gatas entre los puntapies y tirones de pelo de los verdugos.
Así le hicieron recorrer toda la guarnición, de esa manera tan degradante, a cuatro patas, como una mona pelada, con las tetas colgando obscenamente entre los brazos y mostrando su entrepierna que no dejaba de destilar esperma. Para su vergüenza la noble patricia se vio obligada a recorrer sótanos y pasillos encharcados y enlodados y después tuvo que subir por las escaleras a la parte superior del pretorio.
El africano sonreia triunfante obligándola a arrastrarse por todas partes en presencia de decenas de personas: las cocinas, los dormitorios, los talleres, las letrinas.... El verdugo expuso a la condenada a toda la guarnición y les invitó a todos a seguirles para ir a follarla en el patio.
No obstante, antes de eso pasaron por los establos y allí Aurelio tuvo una idea perversa.
-Aunque sé que lo que más te gusta son los coños, hoy vas a chupar pollas hasta hartarte, pero una mujer noble como tú no puede conformarse con cualquiera, por eso te he traído aquí donde se encuentran las pollas más grandes de la guarnición.
Esto lo dijo Aurelio señalando los caballos, entre las risas de todos.
Silvia se encontraba en ese momento arrodillada intentando proteger con las manos sus dos grandes tetas de las miradas de aquellos hombres. La joven no comprendía lo que le estaba diciendo el verdugo y le miraba angustiada.
-Vamos cerda, le dijo él agarrándole del pelo. Los tres días que estés aquí sólo vas a beber semen y me han dicho que el de caballo es muy nutritivo.
-No, no, no me obligues, qué asco.
-Empieza con ese y sácale toda la leche y no dejes caer ni una gota al suelo o probarás esto, ¿me has oído?. Aurelio dijo eso a su prisionera amenazándola con el látigo.
Silvia cogió temblando el enorme pene del caballo y se puso a acariciarlo y menearlo con las dos manos.
SSSSZas
-AaAAh
Un latigazo rasgó el aire y le impactó de pront en la espalda.
-Con la boca también, chupásela con la boca.
-Sí, sí señor. Silvia tenía lágrimas en los ojos y estaba aterrorizada, le daba mucha grima pero igualmente tuvo que hacerlo.
La mujer se puso entonces a lamer el pene del caballo con un indescriptible gesto de asco mientras seguía meneándosela.
A pesar de eso, Silvia no pudo evitar ponerse cachonda pues en ese momento la miraban más de cuarenta hombres así en pelotas, arrodillada obscenamente y haciendo guarradas con el rabo de ese animal. Unos cuantos ya se masturbaban previendo lo que le iban a hacer. Silvia se imaginó a todos esos tipos follándosela por turno así que cerró los ojos y siguió chupando el rabo del caballo que ya relinchaba inquieto.
-Así, así, más adentro, chupa bien y metete toda la punta en la boca.
Silvia volvió a obedecer a duras penas pues aquello no le cabía.
-Ja, ja,ja, mirad qué puta, mirad cómo chupa.
SSSSzzass
-AAAAYY
-¿Te gusta puta? ¿te gusta chupar?, dilo
-Sí ssí señor, pero no me pegue más por piedad.
-Pues sácale la leche de una vez, estamos impacientes.
Silvia tuvo que seguir así haciéndole una mamada al caballo recibiendo los inmisericordes latigazos de Aurelio que le urgían a que siguiera y siguiera haciéndolo con todas sus fuerzas.
Cuando el caballo por fin se corrió con un impresionante chorro Silvia sólo pudo tragar una parte del semen pues el animal se encabritó mientras se corría cubriendo toda su cara y su cuerpo de esperma.
Silvia miró entonces a todos aquellos hombres muerta de asco y totalmente cubierta del semen del caballo. A pesar de eso se podía percibir por sus pezones erizados que la mujer estaba muy caliente.
De todos modos, la joven patricia había dejado caer buena parte del esperma, así que como castigo por su torpeza se la tuvo que felar a un segundo caballo y a un tercero con resultados similares.
-Está visto que eres una esclava torpe y estúpida, dijo Aurelio volviendo a agarrarla de los pelos y obligándola a ponerse de pie para que todos la vieran cubierta de semen de caballo. Silvia volvió a cubrirse con los brazos temblando de asco y vergüenza.
-No te tapes tanto y límpiate las tetas con la lengua, ¡vamos, que te veamos!
Silvia se echó a llorar otra vez y por eso se ganó otro latigazo.
Entonces se llevó su pecho derecho a la boca temblando y se lo lamió insistentemente hasta limpiarlo de lefa.
-Eso, es, eso es, y ahora el otro, tienes que tener hambre no has comido nada desde hace horas.
Totalmente degradada, Silvia se lamió sus dos pechos delante de todos aquellos soldados impacientes de ponerle la mano encima y que no dejaban de burlarse de su desgracia.
-Bien ahora agachate y lame el semen que ha caído al suelo
-No
Zasss
-Ayyyy, sí, sí, lo haré
Silvia se llevó la mano al trasero herido y se arrodilló para lamer el suelo, así le tuvieron un buen rato.
Aurelio la insultó y le dio un par de latigazos más haciéndola gritar, después cuando creía que tenía bastante la sacó a empujones hasta el patio de la guarnición. Allí le esperaban a la patricia decenas de soldados y servidores dispuestos a follársela, pero el primero que lo hizo fue el propio Aurelio.
El tipo la obligó a arrodillarse otra vez, se sacó su largo y grueso cipote negro ante la cara de la joven y le dijo que la iba a sodomizar y que si no quería que le hiciera más daño que el necesario ella misma se lo debería lubricar con su lengua. De este modo, Silvia que aún tenía el sabor del semen de caballo, se la chupó al verdugo entre los comentarios obscenos de los demás y las patadas que de cuando en cuando le daban en el trasero. Como sabía que se la iba a meter por el culo la mujer se lo fue abriendo con sus propios dedos sin dejar ni por un momento de mamar.
-Mirad lo que hace con los dedos, ¡cómo se nota que no es la primera vez que se la meten por ahí!
En realidad la orgullosa Silvia ya no era más que una perrita obediente, pues después de hacerle una buena mamada de más de diez minutos a aquel verdugo despreciable que se la dejó tiesa y brillante, ella misma se agachó apoyando su cara contra el frío suelo de las losas de piedra y separando sus nalgas con las dos manos abrió y ofreció su ano sumisamente.
Evidentemente la lubricación del miembro del numida no fue suficiente y la penetración anal con semejante instrumento fue ciertamente dolorosa. Consiguientemente la joven patricia gritó como una posesa a medida que su esfínter se cedía dolorosamente y ese bestia de Aurelio la penetraba una y otra vez.
-Te permito que te masturbes, zorra, quiero que te corras mientras te enculo, así me darás más gusto, dijo el numida sin dejar de darle nalgadas.
Y nuevamente, ante la mirada maravillada de todos los que esperaban turno, Silvia se masturbó con todas sus fuerzas pues eso era lo único que podía mitigar su dolor. Y lo siguió haciendo hasta que la mujer tuvo un salvaje orgasmo. Segundos después, Aurelio se corría también dentro de ella al sentir los espasmos del recto contra su pene.
Muy satisfecho por la corrida, el negro ordenó a sus verdugos que la prisionera fuera colocada en el cepo en la misma postura en que había estado Filé y allí se la follaron decenas de soldados durante horas por sus tres orificios.
Durante su larga violación, a Silvia le abofetearon y no dejaron de darle patadas y puñetazos en las tetas además de nalgadas hasta dejarle el culo y las piernas rojos. A pesar de eso, la mujer volvió a tener varios orgasmos pues unos pocos soldados prefirieron su sexo a su ano.
Llevaban ya tres horas así, cuando de repente Silvia vio que llegaba Quinto.
-¿Lo pasas bien puta?, le dijo muy excitado viéndola desnuda en esa postura tan ridícula y con dos pollas taladrándola a la vez. Me manda el emperador. Ha cambiado de opinión y quiere que te lleve a palacio pues allí te han preparado algo especial.
Silvia le miró desesperada.
-¿A qué esperáis? Echadle un cubo de agua por encima para quitarle toda esa mierda, no puede presentarse cubierta de semen delante del Emperador
Los guardias obedecieron y le echaron un cubo de agua haciéndole gritar y protestar, después cogieron jabón y le frotaron bien con ásperos cepillos de los que utilizaban para limpiar a los caballos. Silvia gritaba desesperada mientras le frotaban la piel. Finalmente le tiraron otro cubo de agua y otro más entre risas y burlas.
Entonces completamente empapada la soltaron del cepo y brutalmente la obligaron a ponerse de pie otra vez y la zarandearon dándole unos cuantos tortazos en la cara. Entonces con una soga larga Aurelio se puso a atarla. Con toda su fuerza, el verdugo le ató los brazos a la espalda y éstos a la cintura, además le aprisionó la base de sus pechos y se los apretó dolorosamente hasta que quedaron como dos globos azulados y brillantes.
Mientras la ataban Quinto no dejaba de mirarla y le sonreía sádicamente pues tenía una idea de lo que le esperaba. Además le había preparado otra pequeña “sorpresa”. Ella le miró con ojos de cordero degollado.
-Quinto, ¿qué me van a hacer en el palacio?, dímelo, por favor.
-Ya lo verás, zorra, maldecirás a tu madre por haberte echado al mundo.
-¿Por qué, por qué no me matais de una vez?
-Ni lo sueñes, aún tienes que sufrir mucho antes de morir, por cierto ¿recuerdas esto?
Quinto sacó ante sus ojos los cuatro dragones y Silvia abrió la boca anonadada, entonces se puso a llorar y se arrodilló pidiendo piedad.
-Oh, vamos, ¿de qué te quejas?, los diseñaste tú misma para tus esclavas, y tampoco tuviste piedad de sus ruegos cuando hiciste que se los pusieran. Creo que de aquí al palacio te vas a arrepentir mil veces de tu ocurrencia.
-No por favor, Quinto, ten piedad, no me los pongas, eso no.
-Ponedla de pie, vamos.
Los guardias obedecieron y la sujetaron fuertemente pues Silvia no dejaba de patalear. Muy divertido Quinto cogió sus dos pezones y se los pellizcó repetidamente con los dedos para que se excitaran y se engrosaran. Entonces cogió los dos dragones a la vez y los acercó abiertos y amenazantes a sus pechos mientras ella le rogaba con lágrimas en los ojos que no hiciera eso. Sin embargo, cuando los dragones mordieron sus duros pezones, las súplicas de Silvia se convirtieron en gritos histéricos. A Quinto y a todos los soldados que estaban allí se les volvió a poner tiesa y dura como una piedra al verla sufrir de esa manera. Luego, como ella misma solía hacer con sus esclavas, Quinto le excitó el clítoris con los dedos y entonces la joven sintió el horrible mordisco del dorado animal en su sexo.
-AAAAYYYY, PIEDAD, QUITADMELO; NO LO SOPORTO
Silvia se agitó como una loca, pero eso no hacía más que empeorar sus sufrimientos.
-Y ahora bésame, preciosa, bésame antes de que el último dragón muerda tu lengua. Ella no obedeció, pero Quinto tiró de los tres dragones y Silvia no tuvo más remedio que besarle entre lágrimas, entonces, tras un largo morreo Quinto le puso la cuarta pinza en medio mismo de la lengua haciendo que la patricia gritara y llorara desconsolada.
Sonriendo con sadismo Quinto cogió entonces la cadena y de un fuerte tirón la obligó a caminar, hasta sacarla del pretorio.
Así pues, la asesina Silvia Ulpia recorrió desnuda y maniatada las calles de la ciudad de Roma en medio de una enorme muchedumbre entre la que se había corrido el rumor de que ella era la envenenadora de su propio marido. Ese se consideraba un crimen abominable. Para la joven eso fue un infierno, la gente se agolpaba en el camino sólo para verla y a su paso profería todo tipo de insultos y amenazas pidiendo la cruz para ella. Silvia había sido sodomizada tantas veces y con tal crueldad que el agujero de su ano ya no se cerraba totalmente. Además de él no dejaban de deslizarse gotas de esperma. Todo ello provocó que muchos le insultaran además tildándola de puta y zorra. Incluso llegó un momento en que la gente le empezó a tirar fruta podrida a la cara. Entre tanto Quinto tiraba de ella sin la más mínima piedad, obligándola a caminar torpemente a pesar de que la joven no dejaba de llorar ni quejarse. El recorrido fue tan largo que Silvia acabó con heridas en sus pies y pequeños regueros de sangre salían de su lengua, pezones y clítoris.
En cuanto llegó a palacio, los guardias franquearon las puertas y echaron a la gente hacia atrás. Quinto llevó entonces a la bella mujer hasta una sala privada en la que el Emperador Domicio esperaba disfrutar a solas de la tortura de la asesina de su hijo. A la joven le recorrió un escalofrío de terror cuando vio el infierno que le habían preparado allí. En el centro de la sala había un aparatoso artefacto formado por dos cepos horizontales y paralelos situados a una altura de poco más de un metro el uno del otro. Delante del cepo había un brasero en el que se calentaban los instrumentos de tortura.
Silvia reculó aterrorizada al ver aquello y sentir el tremendo calor del brasero. La joven se negaba a entrar en aquel lugar llorando, pero Quinto lo consiguió nuevamente tirando de los dragones Diligentemente, los sayones soltaron las sogas de sus brazos pero la sujetaron bien para que no pudiera hacer resistencia mientras la colocaban en el cepo.
Así los guardianes le introdujeron los tobillos en el cepo inferior y la cabeza y las muñecas en el cepo superior. Silvia quedó así con las piernas abiertas dobladas y en cuclillas de modo que su entrepierna permanecía completamente abierta y expuesta.
El propio Quinto sería quien le aplicaría la tortura así que removió un hierro que se calentaba en ese momento en el brasero y sacándolo al aire comprobó que estaba al rojo vivo. Entonces sonriendo como el mismo diablo se lo acercó a Silvia a la cara para que ella sintiera bien su calor.
Al verlo, la pobre mujer negó con la cabeza diciendo cosas incomprensibles. Se trataba de un hierro de marcar en el que aparecía una letra “A” de cinco centímetros de largo. Quinto le aclaró que era la letra “A” de “asesina” y que en unos momentos vendría el propio Emperador y decidiría en qué partes de su cuerpo la marcarían con ella.
-En lugar de llevar el títulus en una tablilla, lo llevarás escrito sobre tu piel, ¿qué te parece?, ¿no te gusta la idea?
Silvia lloró y suplicó desesperada y pronto todo su cuerpo empezó a brillar de sudor, pero el dragón que mordía su boca impedía que se le entendieran sus ruegos.
Quinto cogió entonces el hierro y riendo sádicamente volvió a meterlo en las brasas.
Minutos después entró el emperador acompañado solamente por dos jóvenes esclavas muy ligeras de ropa que al entrar cerraron las puertas por dentro. Cuando Domicio vio a Silvia de esa guisa sonrió también con sadismo y se acercó a ella para inspeccionarla bien pues nunca la había visto desnuda.
-¿Habían comenzado ya a torturarla, centurión?
-En realidad no, mi señor, sólo se estaban divirtiendo con ella.
-Excelente, eso es lo que quería. ¿Están listos los hierros?, dijo acariciando el trasero de la joven patricia e interesándose por los dragones que mordían sus pezones.
-Sí mi señor, podemos empezar cuando lo deseéis.
-Pues empieza cuanto antes, dijo el emperador mientras cogía la cadena que sostenía los cuatro dragones.
El emperador cogió el extremo de la cadena y tiró lentamente de ella deleitándose del gesto de sufrimiento de la condenada. Entonces se quitó la ropa y completamente desnudo se sentó en un trono que tenían preparado para él. Con un gesto indicó a sus dos jóvenes esclavas que se desnudaran a su vez. Las dos muchachas obedecieron sumisamente, una de ellas empezó a acariciarle el pecho con las manos, y seguidamente la otra le agarró el pene y le empezó a hacer una felación muy despacio.
-AAAYYYY.
Domicio dio otro tirón con la cadena e hizo que Silvia gritara otra vez desaforadamente.
-Qué gran invento es éste, ¿lo has ideado tú centurión?
-Lo inventó ella misma para sus esclavas, mi señor.
-Vaya, que curiosa es la vida ¿verdad zorra? Dijo Domicio dando otro tirón y arrancándole otro grito. Empieza por su nalga izquierda centurión.
- Como queráis mi señor, dijo Quinto, entonces sacó el hierro de marcar y se lo hundió en la carne de su culo dejándolo ahí unos segundos.
FSSSSSSHHHH
- UUUUAAAAAYYYYY.
Silvia gritó como una descosida mientras todo su cuerpo temblaba y un chorro de orina salía descontroladamente mojando la madera.
La esclava que se la estaba chupando notó que al emperador se le puso aún más dura al ver aquello y ella misma empezó a masturbarse.
-Duele, ¿verdad zorra?, pues esto no ha hecho más que empezar, vas a llevar esa letra por todo el cuerpo. Mete el hierro otra vez y cuando esté al rojo márcale la otra nalga.
Silvia negó y lloró todo lo que pudo pero ya nada podía librarla de aquel infierno. Entre tanto, la segunda esclava tras besarle al emperador por todo el cuerpo, se unió a la primera haciéndole una doble felación
Inmediatamente Quinto sacó el hierro y se lo hundió en la otra nalga.
Fffffsssssshhh
-UUUUUAAAAAA
Al contacto del hierro caliente con la piel salía una columna de humo mientras se oía un tremendo siseo y un desagradable olor a carne quemada se extendía por la habitación.
El Emperador la tenía como una estaca y en el fondo estaba a punto de correrse así que refrenó a sus dos esclavas.
- Así, muy bien centurión, ahora en el muslo izquierdo por la parte de dentro, pero aún no muy cerca del sexo.
Fffffssshh
-AAAAHHH, AAA PPEDDAAD
-Grita, grita cuanto quieras pero no habrá piedad asesina, dijo Domicio admirando la rojiza letra “A” que se podía admirar perfectamente en el muslo de la condenada.
El cuerpo desnudo de Silvia brillaba intensamente y su cara estaba enrojecida de la congestión y las lágrimas. En su fuero interno la joven sólo deseaba que la mataran ya de una vez pero para su desgracia eso no iba a ocurrir.
En el fondo Quinto siempre había querido hacerle algo parecido así que no tuvo ninguna piedad de su antigua amante y le fue aplicando el hierro candente por su suave piel lenta y sistemáticamente. Así minutos después se lo aplicó en el otro muslo entre gritos espantosos. Luego otra vez en los dos muslos pero por la parte de fuera. Luego en los omóplatos, después en las costillas, etc...... Cuando Quinto le quemó con el hierro candente por duodécima vez Silvia dejó de llorar y gritar porque perdió el conocimiento incapaz de soportar más.
El Emperador Domicio ni siquiera se inmutó por aquello y ordenó a Quinto que
la despertara inmediatamente echándole un balde de agua. Al contacto con el agua fría, Silvia despertó desorientada
-No te librarás tan fácilmente asesina, ¡ni lo sueñes!.
Entonces Domicio hizo que una de las esclavas levantara la cara de su pene y tras darle un beso en los labios le dijo.
-Me gustaría que ahora se lo hicierais vosotras dos, ¿qué os parece?
-Haremos lo que ordenes César.
-Muy bien y ¿donde queréis quemarle esta vez?.
-Una de las esclavas miró hacia Silvia con maldad y contestó sin dejar de meneársela.
-En los pechos, mi señor.
Excelente idea, coged un hierro cada una y marcadle los pechos.
-¿Los dos a la vez, mi señor?
-Sí, por supuesto, yo contaré hasta tres y entonces le quemaréis en los dos pechos.
Las dos esclavas se incorporaron y sensualmente caminaron hasta el brasero. De este modo cada una cogió un hierro. Esta vez Quinto les dio dos hierros con sendas cruces que se solían usar para marcar a los condenados a la crucifixión.
Las dos jóvenes desnudas cogieron los hierros y los introdujeron en el brasero removiéndolos bien mientras miraban sonriendo a Silvia. Esta es como si estuviera ya en el infierno. Sus pechos, sus sensibles pechos, qué pesadilla. El dolor del hierro al rojo sobre su piel era ya horrible y ahora le iban a quemar los pechos. Llorando, Silvia cerró los ojos y esperó resignada a que continuara su suplicio.
Al de unos pocos minutos los hierros ya estaban candentes y las dos los sacaron apuntando cada una al lateral de cada pecho de la indefensa Silvia. Esta abrió los ojos y al ver las dos cruces candentes perdió la compostura y mirando a las dos esclavas gritó y rogó que tuvieran piedad.
Entonces el emperador tiró de los dragones para estirar bien de sus senos.
-Una,..... dos..... y tres, contó el viejo pervertido y las dos esclavas le hundieron los dos hierros de marcar uno en cada pecho, muy cerca de los pezones.
Un siniestro siseo acompañado de dos columnillas de humo acompañaron el tremendo aullido de la condenada. A Silvia se le pusieron los ojos en blanco y volvió a desmayarse.
El Emperador sonrió sin dejar de masturbarse.
-Os habéis ganado una moneda de oro cada una, y ahora venid aquí y seguid con lo que estabais haciendo.
Las dos jóvenes metieron otra vez los hierros en el brasero admirando las dos cruces con que habían marcado sus tetas.
Esta vez dejaron que Silvia permaneciera inconsciente un rato. Entre tanto
Quinto se puso a preparar el siguiente suplicio mientras el Emperador acariciaba la espalda de las dos esclavas que seguían con la felación como si la tortura de esa pobre mujer no fuera con ellas.
Unos minutos después, en cuanto Silvia volvió en sí no tardó ni un segundo en darse cuenta de otra cosa que le era horriblemente familiar.
Quinto había colocado una chapa de metal sobre el brasero y sobre ella un gran número de finas agujas de acero de más de quince centímetros de largas. El sádico centurión había colocado las agujas radialmente con la punta hacia el centro de la chapa y los mangos hacia fuera para no quemarse los dedos. A pesar de eso, el hombre se calzó unos gruesos guantes de cuero mirándola sonriente a los ojos y a los pechos.
A esas alturas los bellos pechos de Silvia estaban de color azul por la falta de circulación. Los castigados pezones de la joven estaban gruesos como dos grandes fresones, los dientes de los dragones hacía ya tiempo que se habían clavado en su pecho y pequeños regueros de sangre seca manchaban su piel. Las cruces que adornaban cada pecho estaban ya de color rojo.
-Estirad un poco de la cadena mi señor, dijo Quinto mientras sacaba una aguja de color rojo intenso.
El emperador comprendió al momento y sonriendo con sadismo tiró de los dragones con toda su fuerza.
Silvia gritó y lloró todo lo que pudo pero eso no detuvo a Quinto que empezó a introducirle la aguja por medio mismo de su pecho y exactamente por el centro de la cruz.
-AAAAAAA NNOOOOO AAAUUUAAA
La aguja penetró milímetro a milímetro quemando los delicados tejidos del pecho de Silvia que otra vez se puso a temblar y agitarse haciendo vibrar el potro, finalmente se orinó al perder el control de su esfínter.
El emperador también perdió el control y eyaculó sobre la cara de las esclavas, aunque éstas ya debían estar acostumbradas pues siguieron lamiéndole frenéticamente el miembro hasta dejarlo limpio del todo.
-NNOOO AAAA BBBAATTTA
La aguja siguió avanzando entre los gritos desconsolados de Silvia hasta que la punta abultó la piel y finalmente asomó por el otro lado del pecho.
Cuando eso ocurrió la prisionera dejó por fin de gritar, pero al levantar otra vez la cara vio entre lágrimas cómo Quinto le mostraba otra aguja roja y volvió a gritar histérica.
-NOOOOO NOOOO UAAAAAA
Silvia sintió cómo la segunda aguja al rojo desgarraba su otro pecho. Al emperador se le volvió a poner dura al ver ese horroroso suplicio y reclamó otra vez los servicios orales de las dos esclavas. Complacido vio que aún quedaban muchas agujas y recomendó a Quinto que fuera despacio para evitar que la condenada se volviera a desmayar.
De hecho Quinto obedeció y se las introdujo en los pechos una tras otra muy muy despacio, así hasta diez largas agujas. Parecía increíble pero a pesar del horroroso tormento Silvia aguantó consciente semejante castigo sin dejar de aullar ni llorar en ningún momento .
-IIIIAAAAYYYY
Esta vez el grito de la joven se produjo cuando Quinto le abrió por fin uno de los dragones que habían mordido sus pezones durante la última hora. Pronto varias gotas de sangre empezaron a manar de sus pechos.
Quinto le limpió la sangre con una esponja y esperó hasta que se secara. Entonces cogió otra aguja y se la fue introduciendo por el centro mismo de uno de sus inflamados pezones hacia el interior del pecho. El emperador vio maravillado cómo el experimentado centurión le introducía la aguja despacio y con cuidado de no dañar ningún órgano vital. Ante tan horroroso tormento el rostro de Silvia se deformó hasta convertirse en una mueca y entonces ella lanzó un agudo y largo aullido.
La aguja sólo penetró hasta la mitad y aún tardó unos segundos en perder su color rojo. A esta aguja siguió otra en su otro pecho y la tercera se la clavó en el clítoris. Silvia volvió a desmayarse entre gritos de agonía.
Sin embargo su tortura no paró sino que aún duró mucho más.
Nuevamente las dos esclavas tomaron el relevo de Quinto y cogiendo unas tenazas al rojo agarraron las agujas que taladraban sus pezones. Mágicamente en unos segundos Silvia volvió en sí al sentir que sus dos pechos ardían como si se los hubieran metido entre carbones.
Las dos esclavas rieron alborozadas sin inmutarse de los chillidos de Silvia, y cuando las tenazas se enfriaron las volvieron a dejar en el brasero y cogieron otras dos candentes. Entre tanto, Quinto hacía lo mismo con la aguja del clítoris.
-BBBBAAAATTTTAAA, PEEEDDAAAD AAAAA
El Emperador se masturbaba otra bien muy excitado, no era la primera vez que disfrutaba de un espectáculo semejante, pero esta vez a su sádico placer se sumaba su deseo de venganza. Normalmente ya se hubiera despertado en él su piedad, pero cada vez que se acordaba de su pobre hijo, sólo deseaba prolongar los sufrimientos de esa mujer.
Cuando se cansaron de calentar las agujas que ya tenía introducidas por el cuerpo, las esclavas volvieron a coger los hierros en forma de cruz y volvieron a marcar a Silvia en diferentes partes de su cuerpo: una cruz sobre el monte de venus muy cerca del clítoris, otra dos en el culo, otras dos en los muslos, el vientre y otra vez en las tetas. Cuando le volvieron a quemar los pechos las dos jóvenes contaron hasta tres entre risas.
Mientras la torturaban, Silvia se arrepentía profundamente de haber matado a su marido y de haberse ensañado tanto con sus esclavas, sin embargo, estaba ya lejos de ser una persona, ya cada vez podía coordinar menos su pensamiento y lo único que podía hacer era llorar y suplicar.
Cuando llevaban cerca de cuatro horas, la condenada estaba tan agotada que pasaba más tiempo desmayada que despierta así que sus torturadores se terminaron aburriendo del juego.
Finalmente el Emperador se sintió satisfecho y se retiró a sus aposentos acompañado por las esclavas.
Hubiera sido inútil seguir esa tarde con Silvia así que la devolvieron a su celda dle pretorio y la dejaron tranquila hasta el día siguiente.
Por la mañana la visitó el médico del pretorio que certificó que la mujer podía soportar el interrogatorio. Inmediatamente fue conducida a la cámara de tortura.
Sería redundante y aburrido relatar con detalle las cosas horribles que Aurelio le hizo durante horas. Por supuesto usaron el ecúleo con Silvia, la tortura del agua, la rueda, le introdujeron astillas bajo las uñas y un largo etcétera.
Con la excusa de que confesara los nombres de sus secuaces Silvia sufrió los más refinados tormentos. Ella creyó ingenuamente que podía librarse de diciendo algunos nombres al azar sin importarle inculpar inocentes, pero eso no le sirvió de nada. Quinto sabía que todo era mentira y se permitió jugar psicológicamente con su víctima. Así, cada vez que Silvia decía un nombre Quinto le respondía que no le creía y pedía a Aurelio que dieran otra vuelta alas ruedas del ecúleo o que le introdujeran otra astilla bajo las uñas.
Por supuesto, después de torturarla durante una o dos horas seguidas a Silvia la dejaban descansar, pero entonces era el turno de violarla. La mujer tenía su voluntad quebrantada y ya sólo era un juguete en manos de aquellos sádicos. De hecho la joven pedía y pedía que la siguieran violando o enculando y se ofrecía a mamar todas las pollas que le pusieran delante de la cara. Cualquier cosa con tal de atrasar todo lo posible la siguiente sesión de tortura.
Finalmente, la última noche antes de su ejecución la dejaron descansar. Quinto informó al César que la patricia no había confesado ningún nombre por lo que había que deducir que ella era la única culpable. El Emperador dio por terminada la investigación y sentenció que Silvia fuera crucificada al día siguiente en el Coliseo junto a sus esclavos.
Había tiempo de sobra, así que Silvia no fue despertada demasiado temprano, a media mañana la fueron a buscar a su celda y la sacaron al patio. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz del sol, la joven vio que ya le esperaban Quinto y Aurelio junto a los sayones y los guardias. A sus pies estaba el patíbulum, el leño horizontal de la cruz y unas sogas. Silvia comprendió que tendría que llevarlo en brazos, miró sumisamente a sus verdugos como pidiendo piedad por última vez.
-¿Podéis cubrir mi sexo con algo?, dijo ella en voz baja.
-De eso nada, zorra, irás desnuda del todo, así la gente podrá ver por tu orificio trasero la clase de zorra que vamos a crucificar.
- Sí deberías agradecernos que te hallamos abierto el culo, así el cornu no te hará tanto daño.
Sin más los guardias la hicieron arrodillarse y entre dos le pusieron el áspero madero sobre los hombros, entonces los sayones extendieron sus brazos a lo largo del leño y se los fueron atando con sogas. Una vez atada soltaron el madero y Silvia comprobó que además de pesar mucho, le iba a ser difícil mantener el equilibrio.
Los verdugos le colgaron del cuello los cuatro clavos con los que le iban a crucificar y un pequeño títulus de madera que explicaba su crimen. Por último Quinto le puso un dogal al cuello y tirando de ella la obligó a incorporarse. Silvia dio un traspiés y casi cayó al suelo pero finalmente se dio cuenta de que podía andar manteniendo una postura encorvada.
De repente un látigo cortó el aire y un doloroso latigazo le dio en las piernas obligándola a andar. Había sufrido ya tanto que a esas alturas Silvia era cpaaz de encajar un latigazo sin gritar pero igualmente se puso a caminar manteniendo las piernas muy separadas entre sí. De este modo, la joven desnuda se fue encaminando hacia el lugar de la ejecución lenta y torpemente, tambaleándose y recibiendo tirones y latigazos.
Una guardia de más de veinte hombres la llevaría hasta el Coliseo por las calles. Quinto dio orden de que se abrieran las puertas del pretorio y una aterrorizada Silvia pudo entrever a una multitud vociferante que le esperaba fuera.
La mujer tragó saliva y se detuvo por un momento, pero otro latigazo le obligó a seguir caminando.
(Continuará)