Silvia la sádica (10)

Volvemos atrás para ver cómo Atico investigó quién había asesinado a su señor.

El viejo Ático siempre había sido para Cómodo mucho más que un preceptor. En realidad siempre le había tenido un gran afecto y lo consideraba como a un hijo. Por eso, cuando le anunciaron su muerte se le desgarró el corazón.

Como había ocurrido con el Emperador, Ático nunca aceptó que lo de las setas fuera un accidente y estaba convencido que Cómodo había sido envenenado.

Tampoco creyó que ninguna de las esclavas de Silvia fuera la asesina. Si alguien les pagó por envenenar a Cómodo  no tenía sentido que aquellas desgraciadas siguieran soportando aquellos brutales tormentos sólo por protegerle. Ellas ya sabían que hablaran o no, iban a ser igualmente crucificadas así que lo lógico es que confesaran.

El astuto viejo tenía un espíritu racional  y le molestaba sobremanera no entender las cosas, tampoco entendía por qué los que investigaban la muerte de Cómodo se limitaban a torturar a aquellas pobres mujeres sin intentar otros medios de averiguar la verdad.

Para la mente analítica de Ático la cosa estaba clara: setas envenenadas, ¿quién las había llevado a esa casa?, ¿dónde las había adquirido?, ¿a quién las había comprado?. Estas eran las preguntas que tenía que contestar. Por ahí tenía que investigar. De hecho no le fue nada fácil descubrirlo y antes de eso dio muchos pasos en falso y cometió muchas equivocaciones. Pacientemente recorrió los puestos de los mercaderes y las tabernas de baja estofa, preguntó  aquí y allá y sobornó a delincuentes y confidentes para que le hablaran de envenenadores profesionales que utilizasen setas.

Al de tres días de incesantes pesquisas, todas las pistas le condujeron a la misma persona, Critus, un conocido envenenador de los bajos fondos. Atico fue a verle pero en principio no le desveló su verdadera identidad sino que discretamente se hizo pasar por alguien que buscaba sus servicios. Dado que acudió a él con una importante cantidad de dinero, Critus cayó en la trampa y Ático consiguió sonsacarle que efectivamente solía utilizar las setas venenosas como un medio bastante seguro de envenenamiento.

El truco según le explicó Critus, consistía en utilizar setas venenosas pero de aspecto similar a las comestibles y mezclarlas con ellas en cantidad suficiente. Al momento Ático entendió cómo había muerto Cómodo. Uno podía mezclar unas setas con otras y luego la culpa recaería en la persona que le preparó o sirvió el plato. Así se corría el riesgo de envenenar a otra persona, pero es probable que eso no importara al asesino. Lo importante, por tanto, era averiguar quién le había comprado las setas a Critus.

Una vez concluida esta esclarecedora conversación, Ático se apresuró a acudir al Emperador y le pidió que el envenenador fuera detenido, cosa a la que el Divino Domicio accedió inmediatamente.

Atico odiaba usar la violencia y su ética le impedía utilizar la tortura con un prisionero indefenso, por eso intentó que Critus le contara la verdad por las buenas. Quería que le contara quién le compró setas envenenadas los días previos a la muerte de Cómodo, sin embargo, no obtuvo ninguna respuesta pues  Critus le dijo que ni siquiera  sabía de qué le estaba hablando.

Atico no tenía experiencia interrogando prisioneros, y ya estaba para dejarlo por imposible cuando de repente se le ocurrió una estratagema.

Así  hizo llevar a Critus hasta una mazmorra donde previamente había mandado  preparar una gran marmita de más de un metro de alto por dos metros de diámetro. Los guardianes la llenaron de agua y encendieron fuego bajo ella. Para cuando llevaron a Critus a su presencia, el agua de la marmita  ya estaba en ebullición. Sobreponiéndose a sí mismo, pues como decimos, Ático odiaba la violencia, preguntó a Critus señalando la marmita si sabía qué tipo de muerte les estaba reservada a los envenenadores.  Critus empezó a sudar de miedo al ver hervir el agua y entonces Atico volvió a preguntarle quién le había comprado las setas. Nuevamente el otro le contestó muy apùrado que él no había envenenado  a nadie y que no sabía nada.

Con rabia mal contenida Atico ordenó a los verdugos que lo desnudaran completamente y le ataran de un arnés. Después hizo que lo izaran justo por encima de la olla hirviente. En realidad no tenía ninguna intención de hacer nada tan monstruoso pero igualmente probó fortuna.

Critus volvió a protestar y gritar histérico que no sabía nada, pero Atico le dijo fríamente  lo que pensaba hacerle si no respondía a sus preguntas.

  • Sólo te volveré a preguntar otra vez y si no me contestas haré que metan tus pies en el agua hirviendo y ahí se quedarán cociéndose durante diez minutos. Luego volverán a izarte y volveré a preguntarte, y si no me gusta tu respuesta  te meterán hasta las rodillas y pasarás otros diez minutos dentro del agua hirviendo, luego te meterán los muslos, luego la cintura y luego el torso y por último haré que te sumerjan completamente hasta que mueras. Por última vez, ¿quién te compró las setas?.

  • No lo sé, no lo sé ¿cómo voy a saberlo?, piedad por favor.

  • Sumergidle los pies, Atico estaba dispuesto a mantener el farol hasta que los pies estuvieran a unos centímetros del agua.

Ya le estaban bajando hacia el agua hirviendo y Atico estaba a una milésima de decir que pararan cuando Critus habló por fin.

  • ¡UNA MUJER, fue una mujer! por favor.

  • ¿Una mujer?, ¿qué mujer?

  • No, no lo sé, no le vi la cara

  • Estás mintiendo

  • No, es cierto, no le podía ver la cara, la tenía cubierta con un velo.

  • Mientes, ¡abajo con él!

-¡NO!. No, un momento, ahora lo recuerdo le vi,.... le vi algo más

  • ¿Algo más? ¿Qué más viste?

Critus pateleaba desesperado como diciendo cosas incoherentes pero entre ellas Ático oyó algo que le dejó de una pieza. Eso no podía haberlo inventado el envenenador.

  • Izadlo, y apagad el fuego dijo el viejo Atico pensativo y al mismo tiempo apesadumbrado. Ya me ha contado lo que quería saber.

Una vez liberado, el viejo preceptor habló muy seriamente con el envenenador.

  • Vamos a ver, si le dices al César eso mismo que me has contado a mí, prometo que no permitiré que mueras en la marmita, en su lugar serás desterrado de Roma, ¿me has oído?.

Naturalmente Critus dijo que sí muy ansioso y Atico se apresuró a informar al Divino Domicio.

  • Ya sé quién mató a Cómodo, mi César, pero quisiera decíroslo a la vez a vos y a su mujer Silvia. Haced que venga a palacio, os lo ruego.

Al emperador no le gustó mucho eso

  • Te aprecio Atico porque sé  que querías a mi hijo, pero si sabes algo no entiendo por qué no me lo cuentas a mí sin más, ¿a qué viene tanto misterio?.

  • Confiad en mí, César, llamad a Silvia Ulpia a vuestra presencia.

Muy intrigado Domicio accedió y ordenó al Centurión Quinto que fuera a buscar a Silvia a su casa, a pesar de eso insistió pero Ático prefirió esperar.

Varias horas más tarde Silvia acudió al Palacio Imperial y encontró a Ático junto al Emperador. Éste le dijo que el preceptor de Cómodo había averiguado por fin quién había matado a su marido. Silvia puso un gesto de incredulidad.

Entonces Ático ordenó a los guardias que trajeran a Critus a su presencia.

  • Mi señor, dijo Atico, este hombre jura haber vendido setas envenenadas a una mujer días antes de la muerte de tu hijo Cómodo. Dice que hace poco se ha enterado de cómo murió y al sentir remordimientos ha venido a informarme, creo que deberíamos ser clementes con él César, al fin y al cabo no sabía a quién iban destinadas las setas.

El Emperador le miró con furia.

  • Depende de que su confesión nos ayude a encontrar al culpable. Si no es así haré que te sumerjan en agua hirviendo como se merecen los envenenadores.

Critus se empezó a inquietar, pero el viejo preceptor le tranquilizó.

  • Vamos a ver, Critus, ¿conoces a esta mujer? ¿la habías visto antes?, dijo Ático señalando a Silvia.

  • No  señor.

  • ¿Entonces no fue ella quien te compró las setas?

  • No lo sé, señor, ya os dije que esa mujer tenía la cara cubierta.

  • Atico, dijo Silvia un poco alterada y molesta, no alcanzo a saber de qué nos sirve su testimonio si no vio la cara de esa mujer, pudo ser cualquiera de mis esclavas...

  • Un momento, mi señora. ¿No viste ninguna otra parte de su cuerpo?

  • Sí, sí

Silvia se quedó expectante

  • ¿Cuál?

  • Sus pies, vi sus pies.

  • ¡Sus pies!, dijo el Emperador enfadado, ¿y de qué nos sirve eso?

  • Un momento mi señor ¿Y que tenían sus pies de particular?, preguntó Ático a Critus.

  • Que le faltaba parte de la falange del dedo meñique del pie izquierdo.

Silvia estaba aterrada.

  • Mi señor, dijo Atico triunfante, haced que Silvia Ulpia se descalce su pie izquierdo y encontraréis al culpable.

El César comprendió por fin y a su vez miró severamente a Silvia que a esas alturas sudaba por todos los poros de su cuerpo.

  • Mi César yo....

  • ¡Muéstrame el pie, te lo ordeno!

  • Por favor, mi César, no creeréis, dijo ella a la desesperada.

Quinto se dio cuenta en un segundo de lo que había ocurrido, él no había tenido nada que ver con el envenenamiento de Cómodo pero todo el mundo sabía que antes de casarse con él había sido el amante de Silvia, así que tenía que actuar y rápido para que nadie sospechase de él. De este modo, con un rápido movimiento le quitó a Silvia el zapato mostrando el pie mutilado.

  • Por Júpiter, dijo el César. Tenías razón Atico. Tú, fuiste tú, ¡serpiente!, ¡asesina!.

  • César no les creáis, por favor, es...,es un complot.

  • Silencio, monstruo, ......a tu propio marido, por qué, ¿por qué lo mataste?

Silvia se derrumbó.

  • Señor tenéis que creerme, yo no hice nada, fueron mis esclavas, ellas son las culpables, por favor tenéis que creerme. Silvia no acertaba a defenderse. Desde que había visto allí a Critus sabía que la habían descubierto y ya no podía pensar con claridad.

  • Lo pagarás muy caro, asesina, pero antes quiero saber por qué lo hiciste. ¡Dímelo!

  • Mi señor, dijo entonces Quinto, está muy claro, vos mismo lo dijisteis,... vuestros enemigos políticos han urdido esta conspiración. Seguramente Silvia Ulpia es uno de ellos. Como sabéis, antes de casarse  fui su amante y me confesó que había comprado a vuestros consejeros para que os convencieran de que la casaseis con vuestro hijo. Yo pensé que era pura ambición de convertirse en emperatriz, pero ahora entiendo lo que pretendía.

  • Tienes razón, es así, me convencieron después de mucho insistir, y sólo querías casarte con mi hijo para, para....eres una víbora..

  • No es cierto, no es cierto, decía Silvia a la desesperada, Quinto miente, nada de eso es cierto, me obligaron a casarme con él ....además yo ni siquiera estaba en Roma cuando lo mataron.

  • No es necesario que ella estuviera presente, César, aclaró Atico, bastaba con que hubiera mezclado las setas días antes, ella sabía que eran el plato preferido de Cómodo y que tarde o temprano las pediría para comer.

-  ¡Viejo impotente!. Silvia se sentía acosada como un animal herido y literalmente temblaba de miedo, lo habían descubierto todo.

El Emperador se dio cuenta de su turbación, ¿qué otra prueba necesitaba de la culpabilidad de esa mujer?.

  • Mi señor, añadió Quinto, es difícil que ella sola urdiera algo tan monstruoso, seguramente tuvo cómplices, si me la dejáis a mí los verdugos le harán hablar.

Silvia miró a Quinto horrorizada, ¿cómo podía?.

  • Sí, eso es, Quinto, eso es,... dijo el Emperador furioso, vas a morir asesina, ¿me oyes?, pero no será una muerte rápida, antes quiero que te torturen hasta que confieses toda la verdad.

  • No por favor, no, la tortura no, todo menos eso,... no,  no tuve cómplices oh César.

  • O sea que lo confiesas, dices que no tuviste cómplices, luego lo hiciste tú sola.

Silvia se arrodilló con lágrimas en los ojos pidiendo clemencia, ella misma se había delatado.

  • No, no, todo es mentira,.... quiero decir que  sí,.... lo hice yo ....pero fui yo sola,..... no tengo cómplices, no me torturéis por favor, haced, haced que me corten la cabeza, una muerte rápida, por los dioses tened misericordia de mí.

  • No hagáis caso, mi señor, dijo Quinto con sadismo, está claro que habla así porque sabe algo,  antes de morir debemos interrogarla, seguro que sí tiene cómplices,.... en todo caso no perdéis nada con ello.

El Emperador se quedó pensativo un momento viendo a la patricia arrodillada con ojos llorosos y suplicantes, entonces se acordó de su hijo y apretando los dientes dijo.

-Llevate esta carroña  ahora mismo al pretorio Quinto, haz que la preparen y mañana mismo empiecen a torturarla hasta que cuente toda la verdad, pero eso sí asegúrate de que no muera pues quiero que sea crucificada junto a sus esclavas durante los Juegos.

  • Noooo, nooo, por favor, misericordia, tened misericordia, mi señor, yo no hice nada, no lo hice.

Pero ya nada podía salvar a Silvia Ulpia de su destino. A una orden de Quinto los guardias la atraparon y la llevaron al Pretorio.

  • Mi señor, dijo Atico entonces, habéis dicho que vais a crucificar a sus esclavas. Pero si ellas son inocentes.

-No Ático, los esclavos y esclavas de un amo asesinado deben ser todos crucificados, es la tradición.

-Pero, señor....

  • No insistas Ático, me has hecho un buen servicio y te recompensaré, pero hay que dar un escarmiento, es necesario.

Y Ático no insistió

Una vez en el Pretorio a Silvia  la bajaron hasta los sótanos donde se encontraban las mazmorras y Quinto hizo que la encerraran en una celda a oscuras.

Silvia Ulpia pasó unas angustiosas horas en total oscuridad, no podía creer lo que estaba pasando, de la noche a la mañana había pasado de ser el verdugo a la víctima y a su cabeza acudieron todos los horrorosos suplicios a los que había sometido a sus pobres esclavas. Pero ahora era ella la que tendría que afrontarlos y estaba segura de que no tendrían ninguna piedad. Para su desgracia la sádica patricia tuvo mucho tiempo para pensar.... ¿por qué le hacía eso Quinto?. Ese maldito Atico.....

Tras una eternidad en la más completa oscuridad, la puerta de la celda se abrió por fin  y apareció un tétrico individuo escoltado por cuatro guardias. El tipo en cuestión era un enano deforme y jorobado. En ese momento a Silvia le pareció un demonio recién salido del infierno.

  • De modo que tú eres Silvia Ulpia, dijo el enano sonriendo con lujuria. Silvia se asustó de aquel individuo.

-¿Quién, quién eres?.

-Me llaman Vulcano mi señora y temo que ahora debéis acompañarme. El enano hizo una brusca seña a los guardias que se apresuraron  a agarrar a Silvia de los brazos. Guiados por Vulcano que llevaba la antorcha cojeando y no dejaba de mirarla  de arriba a abajo, los guardias arrastraron a Silvia por los lóbregos  pasillos de la fortaleza y tras un largo trayecto llegaron a la cámara de tortura. Todo estaba mucho más oscuro que la última vez que había estado allí, así que Silvia no reconoció el lugar, sin embargo una vez dentro le esperaba una horrorosa sorpresa.

La puerta se abrió y ante sus aterrorizados ojos, Silvia vio el ecúleo y junto a él un brasero y una mesa sobre la que habían ordenado varios instrumentos de tortura. La joven se quedó como clavada en el suelo.

  • No, no, por favor, eso no, suplicó temblando a los guardias.

La mujer intentó recular a pesar de que la tenían sólidamente agarrada de los brazos e  hizo fuerza con los pies contra el suelo, pero los guardianes la obligaron a avanzar y tras dejarla a solas con Vulcano cerraron la puerta por fuera

  • No os aflijaís mi señora, dijo Vulcano viendo la desesperación en los ojos de su víctima. Hace unas horas me han mandado preparar el ecúleo y los hierros para vos pero Quinto me ha dicho que no empezarán a torturaros hasta mañana, aún tenéis unas horas....

A Silvia casi se le salieron los ojos de las órbitas al oír aquello y el corazón le latía desbocado en el pecho.

  • Si fuera por ese bestia de Aurelio empezarían con vos ahora mismo, muchas veces me ha dicho las cosas que os haría si os tuviera en su poder, pero creo que aún no sabe que estáis aquí,..... y yo no se lo diré siempre que seáis buena conmigo.

Vulcano dijo esto haciendo ademán de tocarla pero Silvia le rechazó violentamente

-No entiendo lo que quieres decir enano asqueroso, no te atrevas a acercarte a mí.

-Oh vamos señora, no tenéis por qué ser desagradable conmigo, yo no os haré ningún daño, sólo me han encomendado que os lave y os depile todo el cuerpo para prepararos, ya sabéis,.... para el verdugo.

Silvia comprendió  por fin y un escalofrío recorrió su cuerpo, ese enano jorobado tenía que prepararla para el suplicio  y la miraba como si la desnudara con los ojos.

  • De modo mi señora que sólo os pido un poco de colaboración. El enano sonrió con crueldad y lujuria..... Empezad por quitaros toda la ropa por favor.

-¿Qué?, nunca.

-Está bien, yo detesto la violencia pero si lo preferís llamaré a Aurelio para que os la arranque él mismo, ¡guardias!.

-No, no espera.

-Entonces ¿os vais a desnudar?

  • No, escucha tengo dinero y....

  • Está visto que no queréis cooperar así que tendré que llamar al verdugo, y el enano hizo ademán de abrir la puerta.

  • No, un momento, espera un momento te lo ruego, vamos a hablarlo.

  • No hay nada que hablar, sólo necesito que os quitéis la ropa para depilaros señora, ¿vais a hacerlo de una vez o llamo a Aurelio?.

  • Está bien, está bien, lo haré

  • Eso está mejor.

Muy a su pesar, Silvia tuvo que quitarse toda la ropa en presencia de ese sapo infecto que la miraba babeando casi literalmente.

Completamente asqueada por la situación, la bella joven intentó taparse todo lo posible mientras se desnudaba  pero igualmente se vio obligada a  mostrarle primero sus redondas tetas y después su culo. Mientras se desnudaba Silvia pudo ver  cómo ese cerdo se estaba empalmando.

Una vez desnuda del todo el jorobado le pidió que le diera sus ropas y ella lo hizo tapándose con los brazos como podía. Para Silvia era asqueroso, ese tipejo estaba empalmado y no dejaba de mirarla de arriba a abajo.

Vulcano sonrió sin terminar de creerse su buena suerte, cogió entonces sus ropas y salió con ellas de la mazmorra  cerrando la puerta tras de sí.

De este modo Silvia se quedó sola y en pelotas en la cámara de tortura durante unos minutos, tiempo suficiente para que sus ojos repararan en los infernales instrumentos que había en aquella sala y especialmente en el ecúleo. Era horrible, la iban a torturar con aquellas horribles...cosas, pero ¿qué le harían exactamente?. Por efecto del frío y del miedo la joven tenía toda su piel de gallina y los pezones completamente erizados.  Entonces se acordó de los excitantes momentos que había pasado allí mismo martirizando a sus esclavas y casi sin querer se empezó a acariciar a sí misma. Así pasaron unos minutos y Silvia se convenció que ese era otro de sus sueños.

Sin embargo, para su desgracia, de este sueño no iba a despertar, al de unos minutos se abrió la puerta y volvió a  aparecer Vulcano con unas pocas monedas de cobre. Silvia volvió a taparse con las manos.

El enano sonrió complacido al verla otra vez desnuda y visiblemente cachonda.

  • ¿Qué, qué has hecho con mis ropas?

  • Oh, se las he vendido a los guardias para que se las regalen a sus putitas, valen mucho más que estas monedas, pero menos es nada.

Silvia ya no pudo más y se echó a llorar.

  • Oh, vamos, no lloréis, vos ya no las vais a necesitar más y yo me he ganado unas monedas.

  • ¿Por qué dices eso?¿Qué, qué van a hacer conmigo?

-Ya os lo he dicho, seréis torturada en esta misma sala seguramente durante los próximos tres días, hasta que empiecen los juegos, entonces, si sobrevivís al tormento os llevarán  al Coliseo para crucificaros.....No me gustaría estar  en vuestro pellejo, señora....

Silvia se puso histérica.

  • No por piedad, no lo permitas, tienes que evitarlo,.... por favor, tengo,... tengo mucho dinero, permíteme  que me escape y.... te , te cubriré de oro.

-Ya no tenéis dinero, señora, el César  ha confiscado todos vuestros bienes,  el enano volvió a sonreir cruelmente..... ahora ya ni siquiera conserváis vuestras ropas... y yo no podría ayudaros a escapar aunque quisiera..... Además no quiero,.... qué pechos tan bonitos tenéis,.... mi señora.

Vulcano estaba cada vez más entrampado. El tipo dio un paso hacia adelante y Silvia reculó insistiendo en taparse cada vez más nerviosa.

  • Te he dicho que no me toques, cerdo, ni te acerques.

  • Como ya os he dicho, yo no puedo  ayudaros a escapar, pero sí puedo evitar que vuestro martirio comience esta misma noche, si me obedecéis no llamaré a Aurelio, pero si os comportáis tan rudamente conmigo no tendré más remedio que hacerlo y él no será tan amable, os lo aseguro.

  • No, no le llames, seré buena, lo prometo, pero antes quiero saberlo, ¿me vas a violar?.

  • ¡Violar!, ¡qué palabra tan fea!. Ya os he dicho que mi papel es depilaros por eso os he pedido que os desnudéis,.... pero al veros desnuda no he podido repimirme, Vulcano se señaló la entrepierna. Como veis me habéis impresionado mi señora  y quisiera,.... quisiera tocaros, ....sólo un poco. ¿Puedo?

Silvia no contestó que no y el rijoso enano se sintió autorizado. Así alargó la mano y tocó el muslo desnudo de Silvia acariciándolo hasta llegar a la nalga. La joven cerró los ojos muerta de asco.

  • Qué piel tan suave, se nota...se nota que sois una señora.

La mano de Vulcano se movió por su trasero como una asquerosa araña y al llegar  a la raja del culo de Silvia ésta se apartó de pura grima. El enano se limitó a  sonreir.

  • Veo que aún no os habéis resignado a vuestra suerte, venid por aquí y no  os preocupéis más mi señora, simplemente dejaos hacer.

Vulcano cogió a Silvia de la mano y la llevó hasta el ecúleo.

  • Muy bien, ahora abrid bien las piernas e inclinaos hacia delante.

  • ¿Por qué?

  • Voy a empezar por vuestro ano.

Silvia le miró asqueada, ese cerdo le iba a tocar ....ahí precisamente.

  • Vamos, ¿a qué esperais?

Silvia pensó en Aurelio y comprendió que tenía que obedecer así que abrió las piernas e inclinó el torso hacia adelante, pero insistió en taparse las tetas y el coño con las manos.

  • Buena chica, ahora poned las manos en las nalgas y separadlas bien.

  • Eso no, es humillante.

  • Necesito ver bien el agujero, tengo que quitaros todos los pelos.

Silvia estaba roja de vergüenza, hacer eso delante de ese enano contrahecho, pero no le quedó otra, así que puso una mano en cada nalga y separó bien los mofletes hasta dejar el agujero del culo a la vista. Automáticamente los labia del coño y sobre todo sus monumentales tetas quedaron al aire colgando obscenamente.

El enano estaba encantado con esa visión y se demoró más de la cuenta, pasándole la mano por dentro del muslo hasta llegar casi a los labia.

  • Qué suave, qué suave, decía el muy cerdo con el pito tieso. Ahora no os mováis si no queréis que os corte. Entonces empezó a depilarla con una cuchilla bien afilada.

-Vaya, veo que ya os han estrenado la puerta trasera, pero qué cochina, qué sucia es la noble patricia que se deja dar por culo.

Silvia estaba roja de vergüenza afanándose por mantener  esa postura pero no pudo evitar volver a excitarse..

  • Mi señora, rió entonces Vulcano ¿os estáis poniendo cachonda? ¿es que os gusto?

Silvia no pudo más así que se enderezó automáticamente e insistió en taparse con los brazos, estaba cachonda perdida y Vulcano se había dado cuenta.

  • Vaya, os habéis movido ahora vais a tener que tumbaros aquí  boca arriba y vais a extender los brazos por encima de la cabeza. Vulcano dijo esto tocando el ecúleo

  • ¿Por....por qué?.

  • Debéis tumbaros  sobre el ecúleo mi señora, os habéis movido y ahora tengo que ataros de pies y manos, así haré mejor mi trabajo.

  • No. No, eso sí que no. Silvia negó todo lo que pudo.

  • Es inútil que os resistáis, dentro de unas horas estaréis atada ahí y os aseguro que os harán cosas tan horribles que os arrepentiréis de haber nacido, dejad pues que os ate yo mismo y las cosas vendrán solas.

  • No, no, no quiero, sé lo que quieres hacerme ahí, puedes depilarme sin necesidad de atarme a este horrendo instrumento.

  • No querida, siempre depilo a las mujeres sobre el ecúleo,  es la tradición,

  • Ni lo sueñes no me acostaré ahí.

  • Si llamo ahora a los guardias os obligarán a hacerlo a la fuerza y entonces les ordenaré que os estiren un poco, sólo un poco,...... bueno hasta que gritéis de dolor, sin embargo, si lo hacéis voluntariamente me limitaré a inmovilizaros para trabajar a gusto.

Silvia volvió a llorar.

  • No, no puedo sé lo que van a hacerme ahí, es horrible.

  • ¿Cuando os daréis cuenta de que es inútil que os resistáis? Estáis condenada y nada ni nadie puede salvaros ya de lo que os espera, ¿por qué me hacéis perder el tiempo pues?, me estoy impacientando.

El enano insistió palmeando la tabla, era evidente que no bromeaba así que Silvia decidió por fin obedecer, sin parar de sollozar se tumbó sobre la tabla del ecúleo, separó las piernas a tope y estiró los brazos encima de su cabeza.

Vulcano vio encantado que aquella mujer preciosa por fin se sometía a él y antes de que se arrepintiese procedió a atarla de pies y manos muy excitado. El hombre no tardó ni un segundo en hacerlo mientras ella cerraba los ojos al tiempo que sentía un extraño alivio.

Ya inmovilizada, el enano procedió a limpiar con una esponja húmeda las zonas que iba a depilar. Lo hizo paciente y delicadamente aprovechando para tocarla aquí y allá. Después sacó su cuchillo y empezó por sus axilas. Los pechos de Silvia, a pesar de ser firmes y bastante duros, se desparramaban hacia los lados de su cuerpo, así que Vulcano tuvo que apartar el primero con la mano para poder depilar la axila cómodamente.

  • Qué pecho tan suave tenéis  mi señora.

A Silvia le pareció que ese cerdo se lo tocó algo más de la cuenta así que intento inclinar su cuerpo, pero estaba atada y por tanto indefensa.

No obstante Vulcano no se propasó mucho más y siguió con su trabajo. Una vez depiladas las dos axilas por fin le tocó el turno a la entrepierna.

Esta vez los inevitables toqueteos del enano para quitarle bien todos los pelos pusieron a la joven a mil, sin embargo ese individuo no parecía darse por enterado y seguía a lo suyo.

  • Comprenderéis que es importante apurar bien esta parte, le dijo acariciando suavemente los labia y entresacando el clítoris a la vista, pues a los verdugos les encanta torturar a las mujeres en su sexo, bueno vos ya sabéis lo que es eso.

Esas terribles palabras hicieron que Silvia levantara la cabeza y volviera a suplicar.

  • Por favor, ten misericordia de mí, dame, dame una muerte rápida, te lo ruego.

  • No puedo señora, si el emperador supiera que lo he hecho mandaría que me crucificaran a mí.

  • Córtame el cuello con eso, por favor,.... un un tajo limpio, creerán que ha sido un accidente.

El enano cabeceó.

  • No, no lo creerán, pero es que además aún no lo habéis entendido dómina, aunque pudiera ayudaros no lo haría,.... por nada del mundo me perdería vuestra crucifixión.

Silvia volvió a dejar caer su cabeza sin dejar de llorar ni suplicar. Entonces el enano se volvió a alejar  del ecúleo y trabajosamente trabó la puerta de la mazmorra con una gruesa tabla.

-¿Qué qué haces?, ¿por qué cierras?, ya has terminado, suéltame.

Pero el enano no le contestó inmediatamente, en su lugar empezó a desnudarse sin dejar de mirar el precioso cuerpo de Silvia estirado sobre la tabla.

-¿Por qué?, ¿por qué te desnudas?, decía Silvia viendo que a pesar de ser enano y deforme el tal Vulcano tenía un cipote gigante. Antes has dicho que no me ibas a violar.

-Yo no he dicho tal cosa mi señora, claro que os voy a violar.

-No, no, no te acerques no me toques.

-¿Por qué?, estamos solos y vos sois una esclava condenada  a la cruz, a nadie le importará lo que os haga  y tenemos muchas horas por delante.

-No ¡socorro!

-Creo que ya sabéis cómo funciona el ecúleo, ¿verdad señora?, dijo Vulcano cogiendo los mandos del torno y dando las primeras vueltas.

  • Has dicho que no me harías daño, por favor.

  • Mentí

El torno crujió y las cuerdas se pusieron tensas tirando con fuerza de los brazos de Silvia.

-Nooo, noo, por lo que más quieras, no lo hagas.

-Me ha dicho Quinto que vos no tuvisteis piedad con vuestras esclavas cuando los verdugos estiraron sus cuerpos. Es justo pues que vos también sufrais.

El enano tuvo que hacer mucha fuerza para estirar él solo el cuerpo de Silvia pero poco a poco lo consiguió.

Click, click, clik

El sonido era familiar para Silvia pero ahora había cambiado su significado pues esta vez era ella la que iba a sufrir. En principio Silvia sintió que todas las junturas de su cuerpo crujían y que cada vez le costaba más respirar, pero de repente el sufrimiento se hizo áun más agudo.

  • AAAAAAYYYY, dioses qué dolor.

A Vulcano se le puso  la polla tiesa como una estaca al oír cómo gritaba esa mujer. El cuerpo de Silvia brillaba por el sudor y su pecho ascendía y descendía bruscamente.  Vulcano ya había conseguido lo que quería, entonces volvió a aflojar el ecúleo  hasta que el cuerpo de la joven se volvió a distender.

-¿Verdad que duele?

Silvia respondió que sí entre toses mientras volvía a respirar a pleno pulmón con libertad.

  • Esto sólo ha sido una demostración, mucho menos de lo que vos hicísteis a vuestras esclavas. Muy bien, pues si no queréis que lo repita tendréis que hacer todo lo que yo os diga.

  • Sí,  lo que quieras, lo que quieras, follame si quieres pero no vuelvas a apretar por piedad.

  • Sabía que al final me lo pediríais mi señora.

Entonces ese enano infecto se encaramó sobre el ecúleo y se sentó a horcajadas sobre el torso de la bella patricia. Silvia sintió perfectamente las pelotas de ese cerdo sobre su vientre  y el infecto dolor del pene cerca de su nariz. Lógicamente la mujer torció el rostro y cerró los ojos completamente asqueada. Entonces las manos de Vulcano empezaron a acariciar y sobar sus dos tetas a la vez, esta vez sin recato de ningún tipo.

  • ¡Que maravilla mi señora!, qué pechos tan preciosos tenéis y qué guapa sois, ahora pensad que los últimos momentos agradables que vais a pasar en este mundo van a ser conmigo.

Y diciendo esto el enano llevó una mano hacia atrás para masturbarla mientras con la otra le pellizcaba uno de sus pezones.

  • Aaaah,  aaah, déjame, por favor, no sigas, qué...asco.

  • Negad todo lo que queráis mi señora, pero a mí no me engañáis, está muy claro que sois una mujer fácil, a medida que os acaricio se os está poniendo gorda como una alubia.

Vulcano siguió y siguió masturbando a Silvia y no dejó de jugar con su sexo hasta que se le inundó de jugos. Sin embargo no quiso que la mujer se corriera aún, así que cuando estuvo a punto dejó de acariciarla se inclinó hacia delante y se puso a chuparle los pezones, primero uno y luego el otro.

  • No, no dejame, por lo que más quieras, no puedo, no puedo

  • Sí, sí que puedes, te vas a correr entre mis manos, preciosa.

Vulcano cada vez estaba más cachondo y se metió los pezones bien dentro de la boca succionándolos alternativamente hasta que se le pusieron como piedras.

Vulcano el enano no paraba ni un momento, así que se puso entre las piernas y empezó a follarla. Mientras la penetraba decía entre jadeos.

  • Y pensar que en estos tres días van a entrar decenas de pollas por este agujero, ya veréis señora, no lo vais a pasar tan mal.

A Silvia se le llegó a olvidar la fealdad de ese tipejo y de repente se dio cuenta de todos los hombres que se la follarían esos tres días: soldados, verdugos, guardianes,  es posible incluso que la colocaran en un cepo en una plaza pública para que cualquier viandante la tomase. De repente recordó a ese sirviente que de niña le importunaba con sus rijosas miradas y para su sorpresa deseó ardientemente que fuera uno de esos viandantes.

-Cuando termine con vos voy a dejar que entre los cuatro guardias que hay en la puerta. Seguro que a ellos no les haréis tantos ascos.

Estaba en éstas cuando Silvia se empezó a correr.

-Eso es, eso es, muy bien, y  ahora tengo otra cosa para vos, dijo él trepando por su cuerpo y sentándose encima de sus mullidas tetas.

Silvia notó de repente un olor muy intenso y que le tocaban la cara con algo muy suave. Abrió los ojos y la polla de Vulcano le pareció un enorme gusano.

  • No, dijo ella apartando el rostro maquinalmente.

  • ¿Qué preferis lamer señora?, ¿mi lengua o mi polla?

Era cierto, el tipo era tan feo que su pene era más atractivo, por tanto, Silvia optó por este último.

  • Así, así, despacio,... mi señora, lamed...lamed .despacio, nadie os lo va a quitar. El enano Vulcano estaba en el séptimo cielo. Fuera del pretorio ninguna mujer le miraría a la cara, pero desde que tenía ese trabajo de preparar a las condenadas para los interrogatorios al hombre no le faltaba una buena mamada como aquella. Sólo que esta vez le había tocado el premio gordo. Poco a poco la bella patricia se la siguió chupando metiéndosela cada vez más adentro hasta que el enano no pudo más y empezó correrse dentro de su boca. Silvia se vio obligada a tragar parte del semen, pero entonces apartó su cara y los siguientes disparos de lefa le dejaron la cara pringada.

Tras eyacular a gusto, el enano recogió parte del esperma blanquecino de los carrillos de ella con la punta de su pene y le volvió a invitar a chupárselo so pena de apretar un poco más el torno. Silvia sacó la lengua y lo hizo sin remilgos hasta que Vulcano estuvo satisfecho.

  • MMMh mi señora, no ha estado nada mal, os merecéis tener otro orgasmo. Entonces Vulcano sin bajarse del ecúleo se puso entre las dos piernas e inclinándose se puso a chuparle la entrepierna.

Silvia se llegó a olvidar por un momento de lo que le esperaba y no tardó ni dos minutos en gritar desaforadamente.

  • Así, asíi, así más fuerte, dioses, me corro.

Y efectivamente, Silvia tuvo un profundo orgasmo. De todos modos, el enano no paraba de darle a la lengua y tras el primero Silvia enlazó un segundo orgasmo.

Después de eso, el enano Vulcano tardó poco tiempo en volver a empalmarse, no era para menos viendo esa mujer preciosa desnuda y estirada. Silvia tenía en esos momentos los pezones bastante erizados, con lo cual Vulcano tuvo una idea.

  • ¿Sabéis señora?, apuesto a que lo primero que harán será torturaros en esas preciosas tetas, sólo que Aurelio no será el primero. Y diciendo esto, Vulcano cogió unas tenazas  y las abrió y cerró varias veces haciendo un ruido seco seco y metálico.

Silvia le miró alarmada, pero en lugar de pellizarle con ellas, Vulcano se las paseo entre los pechos acariciando la piel con el frío metal. Mientras lo hacía se le volvía a erizar la polla.

  • Decidme, señora, ¿preferís que os torture con las tenazas o pongo unas agujas en el brasero.

  • Las, las tenazas...prefiero las tenazas, dijo ella en un baño de sudor.

  • Sabia elección. ¿Por cual queréis que empiece, mi señora, por la derecha o por la izquierda?

A Silvia se le pusieron los pezones duros a estallar y le salieron unas arrugas en la aureola de los mismos. La joven cerró los ojos.

  • Por la izquierda.

Ella siempre había pensado que la derecha la tenía más sensible.

Entonces el enano le agarró el pezón izquierdo  con la tenaza y se lo empezó a retorcer, al mismo tiempo llevó la mano a la entrepierna de la joven y se puso a masturbarla.

-AAAAAAYYYYY, AAAYYY, basta, PIEDDAAAAD

Silvia gritó y gritó de dolor, mientras Vulcano no dejaba de estirar y retorcer  su pezón apretando con todas sus ganas mientras tanto acariciaba y acariciaba el clítoris de la muchacha ejerciendo una pequeña presión.

-Vos misma lo habéis elegido jovencita, ahora el derecho.

  • AAAAYYY, AAAYYY, Me lo Vas arrancar, basta.

  • Grita, grita todo lo que quieras, puta, aquí nadie va a oirte.

Y a pesar de la tortura Vulcano sonrió al sentir que la entrepierna de la bella Silvia se estremecía entre sus dedos.

Durante las tres horas siguientes  Silvia aún tuvo tiempo de correrse varias veces en manos del enano contrahecho, que no cesó de follar con ella y torturarla de diferentes maneras, pero cuando éste estuvo por fin satisfecho, se vistió y dijo a Silvia que saldría a buscar a Aurelio asegurándole que estaría presente el día que fuera crucificada.

La mujer le pidió a gritos que no lo hiciera y le pidió por favor que volviera a follarla que se la chuparía otra vez si así lo deseaba, pero el enano no le hizo caso y momentos después de salir por la puerta aparecieron los cuatro guardias.

Estos habían oído los últimos gritos desesperados de Silvia y al asomarse a la mazmorra sonrieron al ver el bello cuerpo de Silvia aún estirado sobre el ecúleo. La joven tenía el cuerpo mojado de restos de sudor y semen y sus dos pezones estaban rojos e hinchados de todas las veces que Vulcano se los había retorcido con las tenazas.

Sonriendo con lujuria, los cuatro guardias rodearon el ecúleo y empezaron a tocarla. Silvia sintió que se humedecía otra vez.

(Continuará).