Silvia la sádica (08)

Las horas pasan lentas y angustiosas en la cámara de tortura.

Las dos hermanas pasaron tres angustiosas horas sobre el ecúleo, sin embargo, cuando estaban casi inconscientes de tanta tortura, los verdugos aflojaron al fin el torno y las soltaron. Eso sí, inmediatamente volvieron a maniatarlas con los brazos a la espalda para meterlas en una jaula. Miriam y Séfora ni siquiera se atrevieron a mirarse a la cara al principio avergonzadas de su debilidad. Sin embargo,  pronto las dos hermanas se perdonaron la una a la otra y se empezaron a besar mutuamente. Fue inevitable, en pocos minutos las dos pobres esclavas ya se estaban aliviando las quemaduras lamiéndose los muslos entre sí. Las heridas  que les había hecho Silvia estaban tan cerca del coño que fue inevitable que Miriam terminara haciéndole un cunnilingus a su hermana para compensarle por lo valiente que había sido.

Entre tanto Silvia también se había desentendido de esas dos y ahora miraba con deseo los cuerpos desnudos de sus otras dos esclavas que yacían  acostadas sobre el ecúleo. Irina y Scila serían sus dos nuevas víctimas y Silvia acariciaba el cabello de la antigua esclava que le había cuidado de pequeña.

  • Detesto hacerte esto Scila, decía  hipócritamente, pero tengo que interrogarte, debo saber quién mató a mi marido.

  • Por favor señora no me torturéis, por favor. Yo no he hecho nada, os lo juro.

  • Querida Scila, no soy yo, son ellos los que te van a torturar si no hablas,.. y lo van a hacer ahora mismo, vamos, empezad a apretar pero muy despacio, quiero que estas dos duren más que las otras.. y entonces Silvia se puso a besar a Scila.

Los verdugos accionaron el ecúleo y éste empezó a crujir entre los sollozos callados de las dos temblorosas víctimas. Entre tanto, mientras Silvia besaba en la boca a Scila, le empezó a arañar el vientre con sus propias uñas.

A medida que el siniestro instrumento estiraba sus cuerpos lentamente el dolor se hacía cada vez más intenso, especialmente en las articulaciones. Las dos mujeres intentaban mostrar valor para afrontar el suplicio, sin embargo el temblor y la transpiración de sus cuerpos les delataba.

  • Así, así , seguid apretando, decía Silvia con sadismo sin dejar de arañar a Scila.

El eculeo seguía avanzando diente a diente y las dos pobres esclavas gemían ya cada vez más fuerte al tiempo que sus rostros se deformaban por el intenso dolor. Pronto no quedó nada de ese valor inicial y las dos muchachas suplicaban que no siguieran apretando las ruedas, pero los verdugos siguieron y siguieron haciéndolo insensibles a sus  gritos y súplicas de piedad.

  • Vamos zorras, confesad y pararemos, dijo Silvia apretando los dientes y arañando el torso desnudo de Irina con sus afiladas uñas. De repente, la sádica patricia había descubierto en sus uñas un efectivo medio para causar dolor a sus indefensas víctimas ¿Quién os pagó por envenenarle? Y Silvia apretó más las uñas haciendo sangrar a  Irina de cuatro heridas paralelas.

  • Yo no envenenar, AAAGGGG, Scila, preguntar Scila

  • Yo no fui mi señora, ¿cómo podéis?, AAAAHHH, Scila sintió que sus brazos se separaban de sus  hombros y que sus rodillas se rompían en mil pedazos, pero los ligamentos de su cuerpo aguantaron por el momento la tortura, de todos modos  los verdugos siguieron apretando el ecúleo como si esta vez no les importase romperles todos los huesos.

Los contundentes cuerpos de la germana y de Scila eran más recios que los de las frágiles hermanas judías, así que los sayones tuvieron que emplearse a fondo e incluso se vieron obligados a apoyar el pie contra el instrumento para hacer más fuerza.

¡Crack!

-AAAAAAHH

-UAAAAA

No estuvo muy claro si el último crujido provino del instrumento o del cuerpo de una de las dos esclavas, pero no por eso pararon los verdugos de apretar el ingenio.

Al cumplir casi dos vueltas con el torno, los cuerpos de las dos jóvenes estaban tan estirados que ya no tocaban la madera sino que literalmente pendían en el aire de sus ligaduras unos centímetros por encima de la tabla, las dos no paraban de aullar de dolor fuera de sí.

  • Mi señora, dijo Aurelio deteniendo a sus ayudantes por un momento, ya no podemos seguir apretando  sin romperles los huesos. Os recomiendo que paséis a otra cosa.

  • Deseo que les tortures en los pechos, dijo ella tranquilamente mientras pasaba las uñas a lo largo del pecho de Scila dejando cuatro largos arañazos sobre su piel.

  • Como ordenéis, oyó que le decía Aurelio  entre los sonoros gritos de su esclava.

El numida se alejó unos metros en busca de lo necesario, mientras Silvia seguía y seguía arañando la piel de los muslos y los costados de Scila con su mano convertida ahora en garra.

Fue entonces cuando Quinto se acercó a Silvia con un tarro de loza y una brocha.

  • Tomad mi señora, usadlo.

  • ¿Qué es eso, Quinto?

  • Permitidme señora.

Quinto introdujo la brocha en el tarro y con ella untó la piel del costado de Scila que Silvia acababa de arañar. Para maravilla de ésta, Scila se puso a gritar y llorar como una loca.

  • ¿Qué había en la brocha?

  • Es una mezcla de vinagre y sal, mi señora.

  • Ponle,.... ponle más, en el vientre y en los muslos, dioses cómo grita.

Un intenso olor a vinagre y de desesperados aullidos se extendió entonces por toda la sala.

  • Me quema, mi señora, AAAAA, agua, por favor, me quemaaaa.

Entonces muy excitada, Silvia se puso a arañar con todas sus fuerzas las axilas y los costados de Irina y cuando terminó, ella misma le embadurnó las heridas de vinagre con sal.

Los alaridos de las dos pobres esclavas acariciaban los oídos de la sádica matrona que se sentía transportada  a un extraño paraíso, así que perdió completamente el control y siguió arañándolas a las dos en el vientre, los pechos y los muslos y a medida que lo hacía, el propio Quinto les untaba con la brocha.

Silvia parecía como borracha o drogada, parecía que aquella tortura ya no podía ser más terrible cuando se le ocurrió algo aún más perverso. Así abrió con los dedos los labios vaginales de Irina y tras empapar bien la brocha en la abrasiva solución se la metió bien dentro de la vagina y empezó a follarla con ella con toda su rabia.

La pobre germana puso los ojos en blanco mientras aullaba palabras incomprensibles en su lengua materna. Aurelio ya se había acercado con una férula para colocarla en torno a los pechos de la esclava pero literalmente se quedó paralizado al ver como se ensañaba esa sádica mujer con sus siervas.

  • Y ahora te toca a ti Scila, reza lo que sepas. Dijo Silvia embadurnando otra vez la brocha.

La pobre Scila suplicó y suplicó piedad, pero cuando su cruel ama le introdujo entre las piernas la brocha empapada en vinagre golpeó con la cabeza en la tabla  y sus súplicas se convirtieron en angustiosos gritos. Silvia se la estuvo follando así un buen rato  y luego le dejó la brocha metida mientras ordenaba a los verdugos que siguieran torturándola en los pechos.

Para ello, los verdugos les colocaron previamente sendas férulas  formadas por dos barras de metal dentadas  como de 25 centímetros de largas y que se apretaban entre sí gracias a dos pernos colocados en los extremos.

Aún  sumidas en la dolorosa agonía del vinagre, Scila e Irina ni siquiera se percataron del cruel suplicio que estaban preparando para sus sensibles mamas. Los pechos de las dos eran lo suficientemente grandes para introducirlos dentro de las férulas y que sobresalieran por encima de ellas cosa que los hombres hicieron diligentemente sólo con sus dedos.

En el proceso de introducirlos en el aparato de tortura, uno de los verdugos acarició las tetas de Irina un poco más de la cuenta y, tras tocarlos repetidamente, se sacó la polla y empezó a acariciarla contra ellos haciendo que los pezones de la muchacha crecieran y se erizaran.   En realidad el verdugo estaba tan empalmado por lo que había visto que apenas se tuvo que masturbar para eyacularle sobre los pechos y la cara. Entonces otro par de verdugos se sacó también su miembro al aire y al ver aquello también empezó a masturbarse

  • ¿Es que no os las habéis follado ya suficientes veces?, dijo Aurelio apartándole, violentamente, y entonces empezó a apretar los pernos del ingenio ordenando a un ayudante a que hiciera lo mismo con Scila.

  • Es comprensible que a tus hombres se les ponga dura Aurelio, dijo Silvia mientras se acercaba lentamente a Varinia que aún colgaba de sus brazos y miraba las escenas de tortura aterrorizada. Mis esclavas son tan bonitas....., dijo acariciando la suave piel de Varinia con las dos manos y besándola aquí y allá. Lástima que sean unas asesinas y deban ser crucificadas.

Varinia le dijo que no con lágrimas en los ojos mientras las manos de Silvia le acariciaban por todo el cuerpo excitándola

-Vamos Varinia no llores, en el fondo me da envidia de todos los tipos que te la van a meter hasta el día de la ejecución, piensa en eso pequeña.

De Varinia Silvia pasó a Filé que colgaba a su lado y a la que acarició de manera análoga, enjugando sus lágrimas con los dedos y mirando admirada cómo todos aquellos verdugos estaban entrampados.

  • Antes de que estas dos zorras prueben el ecúleo harán lo que mejor saben hacer. A ver, vosotros dos, descolgadlas y haced que os coman la polla.

Los dos verdugos que se estaban masturbando sonrieron ante la invitación y se apresuraron a descolgar a Varinia y Filé. Acto seguido les ataron los brazos a la espalda y se dispusieron a seguir disfrutando de la tortura, mientras esas dos les chupaban la polla. Ninguna de las dos se resistió,las jóvenes se arrodillaron y sumisamente empezaron a chupar.

Satisfecha viendo cómo sus esclavas bajaban y subían sus cabezas sumisa y rítmicamente, Silvia miró a su última esclava Claudia y se abrazó a ella sin dejar de acariciarla.

  • Ya sé que tú también te mueres por chupar pollas, niña rica, pero te vas a quedar con las ganas, hoy vas a ser para mí. Luego me comerás el coñito con esa boca de piñón, pero ahora disfrutemos del espectáculo, mira, mira lo que les hacen.

Aurelio y el otro no paraban de apretar los pernos entre los gritos de sufrimiento de Scila y la germana. Al de varias vueltas de tornillo, las férulas estaban tan apretadas en la base de  los pechos de ambas que éstos estaban turgentes y brillantes como si fueran a explotar. Además la falta de circulación hizo que se pusieran de color azulado y que los pezones de las dos se erizaran y engrosaran de forma exagerada.

Silvia sonrió muy excitada al ver aquello, pellizcando y retorciendo a su vez los pezones de Claudia.

  • Luego te harán eso mismo a ti querida, dijo besándole y lamiéndole en la cara. ¿No te pone cachonda pensarlo?.

Claudia negó desesperada con el rostro cubierto de lágrimas.

  • Mis pechos, por favor, mis pechos.

  • Duele, ¿verdad Scila?, Pero naturalmente no confesarás quién mató a Cómodo, ¿verdad zorra? Vamos, y ahora las agujas.

  • Sí señora.

Aurelio obedeció al momento, puso una plancha de metal sobre el brasero y sobre éste colocó veinte agujas de hierro como si fueran los radios de una rueda. Unas eran largas  de quince centímetros de largo y otras cortas de menos de cinco, pero todas eran tan finas que se pusieron rojas en cuestión de un par de minutos. Entonces, mirando a sus víctimas, Aurelio se puso unos guantes para no quemarse y cogiendo una aguja por la cabeza se la mostró a Silvia.

  • Clávale primero unas cuantas agujas seguidas a la germana, quiero que Scila lo vea bien antes de probarlo, dijo Silvia masturbando con el dedo a Claudia.

Aurelio volvió a obedecer y desoyendo los horrendos gritos de piedad de la germana le clavo la punta de una aguja en el lateral de su pecho y se lo fue perforando de parte a parte hasta que la punta asomó por el otro lado.

Irina lanzó alaridos espeluznantes mientras todo su cuerpo temblaba y un chorro de orina incontrolado se escapaba entre sus piernas.

Sudando y sonriendo con crueldad Aurelio cogió la segunda aguja y le perforó el otro pecho con un efecto análogo. Si se hubiera podido mover un milímetro, Irina se hubiera retorcido de dolor, en realidad sólo pudo gritar y lanzar aullidos. Todos los presentes vieron alucinados esa salvaje tortura y contuvieron el aliento mientras Aurelio clavaba las agujas sistemáticamente, una tras otra entre los gritos histéricos de la germana. La pobre Irina ya tenía tres agujas atravesando cada una de sus mamas cuando el numida decidió cambiar de tercio y cogió las agujas cortas. Sin embargo, antes de eso le acarició y lamió repetidamente los pezones para sensibilizarlos y engrosarlos adecuadamente. Cuando consiguió que los pezones de Irina se le pusieran gruesos como un dedo de la mano, estiró la punta con unas tenazas y  se los empezó a atravesar  por la base  con las agujas cortas hasta formar dos estrellas de seis puntas.

Scila estaba como en el infierno oyendo a su lado cómo la esclava germana gritaba y se agitaba hasta quedar afónica y ella misma estaba en un baño de sudor sabiendo que en unos momentos eso mismo se lo harían a ella.

Entre tanto, Silvia siguió y siguió masturbando a Claudia con tanta fuerza que hizo que ésta se corriera entre sus manos a su pesar.

-¿Lo ves?, te has corrido viendo como las torturan,  so puerca.

La germana alternaba súplicas de piedad con cuatro palabras que conocía en latín  y gritos espantosos y maldiciones en su lengua, sin embargo cuando Aurelio le clavó una aguja al rojo en la punta del pezón y empezó a apretar hacia adentro, Irina puso los ojos en blanco y por fin  se desmayó.

En ese momento File recibió un disparo de esperma en el rostro.

Silvia sonrió complacida pues a ella también le entraron ganas de que se lo chupara su esclava..

  • Mientras esperas a que despierte sigue con Scila, verdugo, y mientras decía esto, Silvia empezó a soltar a Claudia de sus ataduras. La matrona soltó por fin a la esclava e invitó a Quinto a que las acompañara fuera de  la cámara de tortura pues había ciertas cosas que los demás no podían ver. Silvia salió así con su esclava y el centurión y tras ordenar a los guardias de la puerta que se retiraran entraron en una mazmorra abandonada. Allí Silvia se levantó la falda y tumbándose en un banco hizo que Claudia le comiera el coño mientras Quinto se la follaba por detrás. De lejos se oían los gritos desesperados de Scila a la que también empezaron a clavar agujas en sus abundantes pechos.

Aprovechando la ausencia de Silvia otros dos verdugos empezaron a follarse a Irina directamente sobre el ecúleo y nuevamente  al resto de las esclavas. Después de lo que habían visto hacer a Silvia con ellas era más bien lógico que estuvieran tan excitados.

Así pasó el tiempo y lo que había empezado siendo un interrogatorio se convirtió en una sangrienta orgía. Cuando Claudia consiguió que su cruel ama por fin se corriera en su cara, Silvia se vistió y volvió con ella a la cámara de tortura, entonces para agradecérselo adecuadamente ordenó a tres verdugos que se la follaran a la vez por sus tres orificios mientras continuaba el tormento de Scila e Irina.

A estas dos siguieron clavándoles agujas candentes y después de que éstas se enfriaron dentro de sus senos las volvieron a calentar atrapándolas de los extremos con tenazas candentes. Lógicamente las dos esclavas volvieron a lanzar alaridos de dolor  sin poder hacer nada por evitar aquel infierno. Y así siguieron cerca de una hora más hasta que fue imposible que mantuvieran la consciencia.

Cuando soltaron los cuerpos desfallecidos de las dos esclavas,  File y Varinia se dieron cuenta consternadas que ahora les tocaba a ellas. Éstas pidieron de rodillas a su señora que no les hiciera pasar por tan dolorosa prueba. Pero ésta no perdió la oportunidad de burlarse de ellas.

  • ¿Os atrevéis a pedirme piedad así cubiertas de semen, zorras? Eso sólo es suficiente para que sufráis merecidamente este castigo.

Efectivamente las dos jóvenes habían ido pasando por todos los verdugos que las habían follado una y otra vez de todas las maneras posibles. Sin embargo, el deber estaba antes que el placer así que los verdugos agarraron a las dos muchachas y desoyendo sus súplicas las obligaron a acostarse sobre el ecúleo y agarrándolas por las manos se las estiraron para atarlos.

  • Puaj qué asco, dijo Silvia al ver los dos cuerpos empapados de lefa, haced que  la niña rica se saque la polla de la boca y traedla aquí.

Los verdugos obedecieron y llevaron a Claudia que seguía maniatada hasta el ecúleo.

  • Limpiales todo eso con la lengua, vamos.

Profundamente humillada y degradada, Claudia ni siquiera se pensó negarse a aquella nueva afrenta y sumisamente limpió de lefa los dos cuerpos sólo con la punta de su lengua.

  • Hay que ver qué cerda es, le dijo Silvia dándole un cachetazo en el culo, no deja ni una gota. Pensándolo bien no te mereces chuparles la polla a estos verdugos, eres mejor como come-coños así que  ocúpate del coño de Filé, y vosotros. ¿a qué estáis esperando?, empezad a apretar el torno, quiero oir cómo gritan.

Los verdugos entendieron inmediatamente la orden y se pusieron a apretar el ecúleo.

A pesar del doloroso suplicio de ser estiradas por esa fuerza sobrehumana, Claudia consiguió con su experta lengua que Filé y luego Varinia tuvieran un profundo orgasmo. Después de eso los verdugos volvieron a atraparla y se la siguieron follando hasta que llegó su propio tormento.

Varinia y File sufrieron el doloroso estiramiento de forma análoga a sus compañeras y cuando ya no pudieron estirar más sus cuerpos, dos verdugos les dieron de latigazos marcando todo su frente desde las piernas hasta la cara. Después la propia Silvia hizo gotear la solución de vinagre y sal  sobre sus cuerpos agitando las brochas sobre ellos. Las dos pobres esclavas gritaron con la misma fuerza y desesperación que sus compañeras.

Finalmente y como último tormento les aflojaron el ecúleo, pero les metieron un enorme embudo en la boca y les obligaron a tragar más de quince litros de agua, primero a Varinia y luego a File. A causa de eso el vientre se les hinchó tanto que las dos jóvenes parecían embarazadas. Entonces volvieron a apretar el ecúleo hasta el límite de modo que las dos pobres esclavas quedaron suspendidas en el aire. Con sus cuerpos estirados al límite y la barriga llena de agua a las dos les costaba muchísimo respirar, así las dejaron un buen rato en que las jóvenes no dejaban de orinar prácticamente ni un segundo dando desesperadas bocanadas con y las caras rojas de asfixia. Entonces Aurelio cogió una vara de madera y se puso a golpearles en el vientre hinchado obligándolas a vomitar a cada golpe y produciéndoles un dolor inhumano.

La tortura del agua fue bestial, finalmente para obligarles a vomitar todo, sacaron a las hermanas judías de la jaula y les obligaron a encaramarse sobre el instrumento de tortura. Votando en cuclillas con sus traseros sobre el vientre les hicieron expulsar todo el agua entre toses y medio asfixiadas.

Tras más de dos horas en el ecúleo Varinia y y Fulé fueron liberadas por fin, ahora era el turno de Claudia.

Curiosamente, esta parecía resignada a su suerte pues no suplicó, posiblemente sabía que era inútil hacerlo, e incluso cuando bajaron de allí a File y Varinia,  ella misma se acostó sobre el instrumento de tortura y estiró los brazos sobre su cabeza al tiempo que separaba las dos piernas.

Silvia se sorprendió por la valiente actitud de su esclava y mientras le ataban de pies y manos acarició repetidamente su  suave piel y entonces tuvo otra de sus brillantes ideas, la joven Claudia sería torturada y follada por sus propias compañeras de infortunio.

  • La que no me satisfaga como se debe será acostada otra vez a su lado, ¿entendido?

Ni que decir tiene que todas obedecieron a su señora sin dudar mientras los verdugos veían divertidos e intrigados la insólita escena

Scila y Séfora se ocuparon así de apretar las ruedas, para ello hicieron toda la fuerza que pudieron apoyando la pierna sobre la madera. Mientras Claudia aullaba de dolor, Irina y Miriam  le hacían de todo en los pechos. Para ello cogieron cada una unas tenazas  y se pusieron a atormentarle en los pechos alternando las tenazas y sus propios mordiscos. La propia Silvia cogió otras tenazas y le hizo lo mismo en la entrepierna.

El tormento de Claudia fue especialmente atroz pues las propias esclavas apretaron tanto el ingenio que le llegaron a dislocar los brazos y posteriormente tuvo que venir un médico para volver a encajárselos, luego le clavaron agujas candentes en los pechos y Silvia hizo que le introdujeran un enorme falo de hierro en el coño que calentaron con unas tenazas candentes desde fuera. Durante su tortura, la pobre Claudia perdió tres veces el conocimiento hasta que por fin la

dejaron en paz.

Tres días después y tras bárbaros interrogatorios como el relatado, el Emperador Domicio pidió resultados a Silvia que evidentemente no le pudo dar.

La siete esclavas fueron llevadas a su presencia cargadas de cadenas y completamente desnudas en una fría sala de piedra del pretorio. Los verdugos las pusieron en fila delante suyo, todas ellas miraban al suelo completamente rotas y doblegadas sin saber lo que iba a ser de ellas.

  • ¿Habéis descubierto algo centurión? Dijo el emperador mirándolas con una mezcla de furia y lujuria.

  • Ninguna  ha hablado, mi César, pero aún se les puede seguir interrogando si se les deja descansar un par de días.

  • No, es inútil, ya veo que los verdugos les han aplicado terribles tormentos, si los han aguantado sin hablar soportarán lo que sea, además quiero hacer un escarmiento.

  • ¿Ya habéis pensado que haréis con ellas?, preguntó Silvia muy interesada.

  • Por supuesto, ordenaré celebrar unos juegos en memoria de mi hijo  Cómodo y sus esclavos, quiero decir, tus esclavos, serán crucificados en su honor.

Las jóvenes esclavas ya se imaginaban algo así pero al tener la certeza de lo que les iba a pasar un escalofrío de terror recorrió su cuerpo.

-¿También los hombres, mi señor?

-Sí, hombres y mujeres, todos  serán crucificados en la arena unos frente a otros y espero que la ejecución sea tan cruel que disuada a mis enemigos de cualquier otro intento de atentar contra mí o mi familia. Espero de vos que como viuda de mi hijo me sugiráis diferentes refinamientos para empeorar su suplicio.

-Por supuesto, mí César, dijo Silvia con placer, tengo muchas ideas.

  • Y ahora lleváoslas, no quiero ver aquí esta carroña.

Todas las esclavas oyeron consternadas la terrible sentencia pero ninguna dijo nada, signo de que estaban resignadas a su suerte. Los verdugos se las llevaron de vuelta a las mazmorras, mientras Quinto dirigía una nutrida partida de guardias para detener a los ocho esclavos de Silvia.

Los Juegos en honor a Cómodo se celebraron cinco días después en el Anfiteatro de Flavio, la impresionante arena de Roma conocida popularmente como “Coliseo”. Los juegos consistirían en luchas de gladiadores y de fieras salvajes, pero también en la crucifixión de los esclavos del muerto como era tradición. En realidad no era tan extraño que se practicaran ejecuciones en la arena ante miles de espectadores pues eso servía a la vez como advertencia y entretenimiento de las masas.

(Continuará)