Silvia la sádica (05)
En el mercado de esclavos
Días después Silvia se hizo conducir al mercado de esclavos en su palanquín llevado por cuatro fornidos sirvientes. Justo a la entrada se encontró con Quinto, Aurelio y una veintena de guardias que le estaban esperando y que llevaban consigo látigos, sogas y grilletes.
¿Lo has traído, Aurelio? Dijo Silvia señalando un cofre que traía el numida
Sí mi señora. Vedlo vos misma.
Silvia miró el contenido del cofre y sonrió complacida.
- Es una bella obra de arte, felicita al orfebre.
Escoltada por toda esa gente, Silvia se internó en las callejuelas donde se situaba aquel mercado de carne humana. Efectivamente se notaba que acababa de llegar a Roma una gran cantidad de cautivos pues el mercado de esclavos estaba a rebosar.
Como ya sabemos, Silvia era una recién llegada a Roma y no conocía bien ese lugar, así que en todo momento se dejó guiar por Quinto.
Ahiram, el mercader fenicio, tiene las mejores esclavas de Roma mi señora, aseguró el centurión, no es barato pero siempre escoge lo mejor.
Ya sabes que el dinero no me importa Quinto, vayamos a verle.
El Mercader Ahiram estaba especializado en la venta de esclavas sexuales y al enterarse de la campaña de Próculo en Oriente había enviado a uno de sus mejores agentes para que comprara a las esclavas en el mismo puerto de Cesarea. El enviado de Ahiram sabía lo que gustaba a sus clientes: mujeres jóvenes y bonitas que despertaran los deseos de los hombres. No era imprescindible que fueran vírgenes aunque eso normalmente aumentaba su precio. De hecho, casi todas las esclavas que adquirió en el puerto de Judea eran jóvenes judías, algunas de buena familia que habían sido capturadas cuando las tropas romanas tomaron sus ciudades. Ciertamente esas jóvenes podían sentirse afortunadas por su destino, aunque éste fuera ser esclavas de por vida, pues su belleza les permitió seguir viviendo y sobre todo les libró de tener que pagar su rebeldía empaladas o en la cruz.
Ahiram tenía su local en un extremo del mercado y en lugar de exponer a sus esclavas en una tarima pública como los demás mercaderes, lo hacía en un vallado oculto a las miradas del exterior. Por supuesto sus criados sólo dejaban entrar a personas de calidad dispuestas a pagar grandes sumas de dinero.
Por eso cuando los criados de Ahiram vieron llegar a Silvia acompañada de su numeroso séquito le franquearon directamente la entrada y uno de ellos corrió adentro a avisar a su amo. Éste se apresuró y al ver a Silvia le hizo una servil reverencia.
Salve Domina, le dijo, que los dioses te iluminen.
Salve mercader, hoy vengo con intención de gastar mucho dinero, quiero ver lo que tienes.
Silvia dijo esto bajándose del palanquín que los servidores habían depositado en el suelo. Ahiram le ayudó a bajar tomándole de la mano.
Por aquí mi señora, el fenicio siguió con las reverencias ¿con quién tengo el honor?.
La señora se llama Silvia Ulpia, viejo zorro, dijo Quinto.
Bienvenido seas tú también centurión, me alegro de verte otra vez.
Ahiram saludó con más confianza a Quinto que ya era un viejo conocido suyo.
El mercader condujo entonces a Silvia hacia el lugar donde las esclavas eran expuestas a la clientela para su puja y posterior venta. Una vez que la acomodaron en una silla a la sombra y le sirvieron agua fresca, el fenicio siguió con sus asuntos. Frente a una tarima estaban los clientes, todos ellos eran hombres ricos, viejos, maduros, jóvenes,...entre ellos había algunos negociantes de la clase ecuestre e incluso algún senador, y todos venían en busca de carne fresca, bellas jóvenes que calentaran su lecho.
Al entrar Silvia se sorprendieron de ver una mujer joven allí y se miraron preguntándose quién era, sólo alguno la reconoció cuchicheando su nombre al más cercano. Aquellos hombres la miraron con deseo y curiosidad pero ella apenas les prestó atención y se limitó a devolverles el saludo con un gesto.
Los clientes apenas tuvieron que esperar unos minutos para que sacaran a la primera esclava y ésta pronto atrajo toda su atención
Un ayudante se la trajo a Ahiram y él mismo inició la puja. Se trataba de una joven pelirroja a la que el fenicio presentó como una “flor de Britania, fresca y virgen”. La muchacha compareció ante sus posibles compradores muerta de miedo y vergüenza, estaba aún vestida pero pronto estaría como llegó al mundo, pues el astuto mercader sabía encender los deseos de sus clientes desnudando a las esclavas poco a poco.
La joven bajó la cabeza avergonzada al ver a todos aquellos individuos mirándola de esa manera tan lasciva.
¿Cuánto me ofrecen por esta maravilla? Dijo Ahiram dándole una vuelta completa para que todos la vieran bien. Vamos, vamos no sean tímidos....¡Cómo!, ¿acaso no les gusta?
Enséñanos un poco más mercader.
Ahiram no se hizo de rogar y empezó a levantar la falda lentamente hasta por encima de las rodillas mostrando un poco los muslos. Sólo fue un instante, lo suficiente para encender su curiosidad y deseo, pero acto seguido volvió a bajar la falda.
Un murmullo de decepción respondió a ese gesto.
No señores, si quieren ver algo más de esta preciosidad tendré que oír una cifra.
Veinte monedas.
Eso está mejor, empezaremos con veinte monedas de oro.
Entonces con un gesto brusco hizo volverse a la joven de modo que mostrara su espalda a los espectadores, entonces sin darse ninguna prisa Ahiram fue deshaciendo el nudo del cordón que mantenía cerrado el corpiño mientras sonreía a los clientes con lujuria. Una vez suelto se lo fue bajando lentamente enseñando los hombros desnudos de la chica y la parte superior de su espalda semioculta por su pelo rojizo.
Mmmhh, no saben lo que se están perdiendo por no pujar, dijo Ahiram abriendo el corpiño y haciéndose el sorprendido, ....¡qué tiernas y suaves deben ser estas dos....!. Y entonces se puso a acariciarle los pechos. La chica torció el rostro intentando ocultar su excitación mientras dos lágrimas se deslizaban por sus bellos ojos.
Treinta monedas.
Ahiram sonrió y entonces hizo que la joven se diera la vuelta mostrando sus bellos pechos a la concurrencia, todos incluida Silvia sonrieron ávidamente al ver esa preciosidad semidesnuda y su gesto de vergüenza. La joven ocultó entonces su rostro mirando al suelo y el fenicio le obligó otra vez a mirar a sus compradores.
Yo te doy cuarenta por ella, fenicio.
Sois muy generoso, Marco Vinicio, pero cuarenta monedas me parecen poco por una beldad así, déjenme, déjenme que les enseñe más, pero antes vamos a atarte, preciosa aún no estás domada y esas uñas son peligrosas.
Ahiram no solo desnudaba en público a sus esclavas sino que también les ataba las manos a la espalda pues sabía que eso gustaba mucho a los clientes. El astuto fenicio calculaba que exponer a sus esclavas atadas y desnudas y masturbarlas un poco delante de la clientela incrementaba su precio entre un diez y un veinte por ciento.
La joven sabía que no servía de nada resistirse, así que se dejaba hacer con la vaga esperanza de que su comprador no fuera un amo muy cruel.
Una vez le ató los dos brazos a la espalda, Ahiram la terminó de desnudar del todo y entonces empezó el ritual de acariciarla y sobarla delante de los clientes para que el precio siguiera y siguiera subiendo. Las manos del fenicio recorrieron su suave piel mientras él cerraba los ojos haciendo un poco de teatro.
Sesenta monedas
Setenta.
Eso sí que le sonaba a música celestial al fenicio que ya había conseguido un importante beneficio sólo con esa primera esclava. De este modo siguió y siguió acariciándola para que el cuerpo de la joven mostrara signos evidentes de excitación.
Mmmmh qué piel más suave, no me canso de tocarla, la he tenido conmigo dos días y he tenido que reprimirme para no meterla en mi cama, dijo con la mano acariciándola cerca de la entrepierna hasta casi tocarla, les aseguro que es virgen, completamente virgen y hoy mismo esta jovencita puede calentar su lecho, ¿he oído ochenta monedas?
Ochenta
Noventa.
El precio había subido tanto que ya sólo pujaban por ella tres hombres. A Silvia le parecieron tres viejos verdes, tres auténticos depravados y efectivamente lo eran por lo que la muchacha estaba desesperada dándose cuenta de quién iba a ser su nuevo dueño.
- Qué gusto debe dar sentir este cuerpo desnudo entre las sábanas. Y ahora abre la boca y enseña la lengua esclava.
La joven obedeció y el fenicio mostró la boca a los compradores.
Que lengua tan suave debe tener. ¿Se imaginan cuando les despierte todas las mañanas lamiéndoles el pene con esta lengüita? Vamos imagínenselo y paguen por lo que vale.
Ciento diez
Antes ahí dentro esta chica me ha dicho que la gustaría chupar pollas. Vamos muchacha diles cuánto te gustaría comerle la polla a tu amo, díselo
La joven asintió con la cabeza obligada por el mercader.
¿Veis lo obediente y sumisa que es?. Vamos, ¿He oído ciento veinte?
Ciento veinte
¿Alguien ofrece más?
El último en pujar era el viejo Porcio Catón, un depravado y viejo senador famoso en toda Roma por sus orgías. Ciento veinte monedas de oro era una cantidad bastante alta por una esclava, pero el viejo se había encaprichado por aquella jovencita y ya se la imaginaba despertándole la mañana siguiente como decía el fenicio.
- ¿Nadie más?...... Es vuestra Porcio Catón. Todos le aplaudieron y el viejo sonrió por haberse llevado el premio.
Inmediatamente dos criados del viejo se apresuraron a pagar al mercader y tras cubrir a la joven esclava con una capa, le pusieron un dogal al cuello y se la llevaron hasta el senador sin siquiera desatarla. Tras saludar a Ahiram y a los demás presentes, el senador se marchó del mercado de esclavos con cierta prisa disimulando su erección, pues ardía en deseos de empezar a disfrutar de su nueva adquisición en su casa.
Silvia quedó muy impresionada por la habilidad del fenicio.
En pocos minutos Ahiram ya se disponía a subastar a la segunda esclava cuando Quinto se dirigió a él y le dijo algo al oído. El centurión sólo necesitó unos segundos para convencerle pues le dijo que Silvia Ulpia estaba dispuesta a comprar un lote de 4 esclavas por no menos de 500 monedas de oro, sólo que quería tener el privilegio de escogerlas antes que los demás.......y en privado.
Viendo el negocio, Ahiram accedió y tras encargar a uno de sus ayudantes que siguiera con la venta se fue adentro a disponerlo todo.
Un rato después el propio Ahiram salió otra vez e invitó a Silvia a entrar a ver a las esclavas.
Ésta entró efectivamente acompañada por Quinto, Aurelio y los soldados en una gran tienda donde le esperaban veinticinco esclavas, lo mejor y más escogido que tenía Ahiram. El fenicio no era tonto y sabía que a Quinto no podía engañarle, así que ofreció a la patricia lo mejor que tenía.
Cuando las mujeres vieron que la clienta era otra mujer joven y no uno de aquellos viejos pervertidos se sintieron aliviadas y todas sin excepción desearon ser compradas por ella, pero pronto descubrirían que eso significaba un destino mucho más horrible.
Que se desnuden, dijo la patricia secamente tras echarles una larga ojeada.
¿Todas?
Sí todas, quiero saber lo que compro.
Vamos, ya habéis oído, fuera todo.
Las veinticinco jóvenes se quedaron pegadas al oír aquella orden de labios de otra mujer y sólo algunas decidieron obedecer y se empezaron a quitar la ropa.
- He dicho que os desnudéis, ¡ahora! ¿O queréis probar el látigo?
Ahiram hizo chasquear el látigo y entonces todas las chicas vieron que era en serio. Aurelio y los guardias sonrieron encantados al ver tanta sumisión. Las jóvenes no tardaron ni un minuto en quitarse las pocas ropas que las cubrían, sin embargo las más de ellas insistieron en taparse sus vergüenzas con los brazos.
- Así no me gusta. Dijo Silvia, quiero que os pongáis todas en una fila, todas con las manos en la nuca y las piernas bien abiertas,..... vamos zorras ¿a qué esperáis?
Silvia les hablaba brutalmente, como un oficial manda a su tropa, esperando ser obedecida al momento. De hecho lo consiguió. A Quinto se le puso la polla dura sólo de ver a esa fila de mujeres preciosas todas desnudas, todas en la misma postura como un ejército disciplinado: las manos en la nuca y las piernas bien abiertas sin ocultar nada a la vista. Entonces acompañada por el centurión y el mercader, Silvia empezó a pasar revista a la línea sin apresurarse, mirándolas de arriba a abajo y haciendo comentarios subidos de tono sobre sus cuerpos.
Algunas estaban avergonzadas, pero otras estaban visiblemente cachondas viendo a los soldados empalmados y mirándolas de esa manera. Allí había un poco de todo, altas, bajas, rubias, morenas...., evidentemente había muy pocas itálicas, quizá alguna romana había sido vendida por deudas por su familia, pero la mayor parte eran extranjeras, prisioneras de guerra. Eso sí, todas eran preciosas, guapas de cara y con unos cuerpos delgados y jóvenes. Ahiram conocía muy bien su oficio.
Silvia estaba muy excitada y simplemente no sabía cuáles elegir, pero aquello era tan divertido y excitante que decidió seguir con el juego.
- Menuda piara de cerdas, dijo Silvia con desprecio, ahora mismo nos vais a enseñar bien esos culos, quiero que os deis la vuelta e inclinéis el cuerpo, ¡ahora!.
Las chicas se miraban unas a otra completamente desconcertadas, pero aún así obedecieron, le dieron la espalda y se inclinaron hacia adelante manteniendo las manos en la nuca. Hasta el propio Ahiram se empalmó al ver aquellos veintitantos culos en fila y las tetas colgando por detrás.
- Me gustan las putas obedientes, dijo Silvia también muy excitada, por eso ahora quiero que torzáis un poco las rodillas y poniendo una mano en cada nalga las separéis bien para que todos veamos bien vuestros agujeros. Así comprobaremos cuáles de vosotras sois más putas.
Muchas de aquellas esclavas se sentían profundamente humilladas al ser tratadas de esa manera. El fenicio les había mandado que se depilaran bien sus partes para la subasta de modo que al separarse bien los glúteos dejaban al aire y expuestas sus rosadas intimidades de modo que unos ojos expertos podían ver claramente quién era virgen y quién no.
Silvia fue pasando otra vez delante de todos aquellos traseros destacando a Quinto cómo a algunas de aquellas mujeres les brillaba el coño de lo cachondas que estaban. A alguna incluso le destilaba una gota lechosa y blanquecina lo que hizo que Silvia se burlara de ella cruelmente.
No hay duda de que ésta quiere que la compren ya, mírala mercader, dijo Silvia riendo.
Sí esperemos, que su nuevo dueño no sea impotente, sería una grave decepción para ella, añadió Quinto riéndose.
Silvia siguió adelante mirándoles el culo entre burlas y comentarios soeces.
Con ésta has intentado timarme fenicio, dijo Silvia parándose y señalando a otra, por este trasero han pasado ya todas las legiones de Próculo.
Sois muy observadora, mi señora, pero comprenderás que es muy difícil que lleguen aquí intactas desde tan lejos.
Es igual fenicio, puff, dijo Silvia moviendo la mano ante su nariz, ¡qué olor a cerda!, no lo soporto más. Ordénales que se pongan derechas como antes pero que no se les ocurra cerrar las piernas.
El fenicio dio la orden y todas obedecieron mostrando claramente que estaban rojas de vergüenza..
Y ahora quiero que os pongáis de puntas, esclavas, no quiero que ninguna pose los talones en el suelo o será azotada. Nuevamente y de mala gana todas obedecieron y se vieron obligadas a mantener el equilibrio sobre las puntas de sus dedos mientras volvían a colocar las manos tras la nuca.
Las piernas más abiertas, quiero que se os airee bien el coño, si no nos vamos a desmayar con este olor. Nuevamente todas obedecieron afanándose por separar las piernas al máximo.
La pervertida patricia volvió a pasar revista a todas ellas sin darse ninguna prisa, disfrutando de ese momento sublime y sintiéndose como una diosa.
Por su parte, las esclavas estaban desconcertadas ante esa mujer, cualquiera pensaría que sería una bendición ser vendida a una mujer joven, pero su comportamiento era muy extraño, ¿cómo podía ser tan cruel con ellas?, ¿acaso no entendía la humillación por la que estaban pasando?, además, sin saber por qué aquella joven les inspiraba temor, por eso ninguna se atrevía a mirarle a los ojos y bajaban la mirada al pasar a su lado.
Bueno, todas no, una esclava rubia y alta, de piel blanquecina, pechos tiesos y pezones intensamente rosados no bajó la mirada cuando Silvia llegó hasta ella sino que la miró directamente a los ojos.
La joven Patricia se paró ante la rubia y la recorrió de arriba a abajo con sus ojos para intimidarla, pero la otra le sostuvo la mirada.
-¿Quién es esta insolente?, preguntó Silvia leyendo un indescriptible odio en sus ojos azules.
Perdón dómina, dijo Ahiram, se llama Irina y era hija de un jefe germano.
¡Una princesa germana, qué interesante!, ¿cómo la capturaron? Silvia no dejó de reparar en su precioso cuerpo, y especialmente en sus largas piernas poderosas como dos columnas de mármol.
No capturar romana, dijo ella en un mal latín y con un marcado acento bárbaro, no capturar, antes matarme.
Silencio, perra.
Ahiram le dio un latigazo en el trasero por su osadía, pero ella ni se inmutó
Déjala, mercader, déjala que hable ¿entonces, por qué eres esclava?
Yo entregar, yo esclava, así salvar tribu.
¿De verdad? ¡Qué valiente!
Asquerosa romana.
Ahiram le dio otro latigazo e Irina se mantuvo firme otra vez.
Silvia no pareció molestarse por el insulto, en su lugar la miró fijamente sonriendo con crueldad.
- Te la compro fenicio, quiero saber hasta dónde llega su valor.
La germana escupió al suelo con un gesto de desprecio, pero Silvia se limitó a reir.
- Atad a la princesa, dijo con desprecio mientras entregaba una bolsa con monedas a Ahiram.
Inmediatamente Quinto hizo una seña a Aurelio y a sus guardias que cogieron a Irina y tras obligarla a bajar los brazos con cierta brusquedad se los empezaron a atar a la espalda. Para ello le hicieron dos fuertes nudos, uno por encima de los codos y otro en las muñecas. Muy excitado ante aquella diosa nórdica de pechos tiesos y desafiantes, Aurelio le hizo juntar los codos con tal intensidad que los pechos se le proyectaron hacia adelante exageradamente. Por último le pusieron grilletes en los dos tobillos unidos entre sí por una cadena tan corta que sólo le permitirían caminar con pasitos cortos.
Mientras la ataban, la germana no dejaba de mirar desafiante a Silvia, pero ésta le aguantó la mirada con una enigmática sonrisa y excitándose por momentos.
Excelente elección domina, es un buen ejemplar, dijo Ahiram, seguramente complacerá a tu marido. Ahiram sabía que muchas mujeres romanas compraban atractivas esclavas a sus maridos para que éstos no las importunaran cada vez que tenían ciertas necesidades.
No estoy casada mercader, las esclavas son para mí.
Esto lo volvió a decir Silvia sin dejar de mirar a la germana a los ojos.
¿Para, para ti?.
Sí, para mí, para mis diversiones privadas,...... en realidad te las compro para crucificarlas.
El fenicio se quedó con la boca abierta y la germana sintió que se le aflojaban los esfínteres.
No todas las esclavas le oyeron pero a las que estaban más cerca se les heló la sangre en las venas al oír aquello.
¿Para, para crucificarlas?, pero señora..., no podéis hacer eso...
¿Acaso tienes inconveniente?, lo que haga con ellas es asunto mío y si no estás de acuerdo hay otros mercaderes.
Oh no, te pido perdón mi señora, no me hagas caso, es que estas mujeres son tan valiosas que crucificarlas me parece un despilfarro.
Eso es cosa mía mercader, de todos modos, antes de escoger a las otras quiero que todas ellas sepan lo que les espera si decido comprarlas.
De este modo, Silvia levantó la voz.
- Escuchadme esclavas, voy a comprar a otras tres de vosotras además de la germana. Las cuatro moriréis en la cruz, pero no inmediatamente, la primera dentro de una semana y las otras tres en los tres meses siguientes. Ya decidiré yo en qué orden.
Las esclavas oyeron desesperadas estas terribles palabras, algunas empezaron a llorar y protestar, abandonaron la postura de sumisión y volvieron a cubrir su cuerpo con los brazos o recogieron sus ropas del suelo, otras más inteligentes permanecieron como estaban intentando pasar desapercibidas. Los guardias se tuvieron que emplear a fondo para obligar a todas a ponerse como estaban con los brazos en la nuca y de puntillas.
Una vez restablecido el orden, Silvia continuó pasando revista, pero antes quiso que aquellas desgraciadas tuvieran la certeza de que no bromeaba y con un gesto pidió a Aurelio que le diera lo que traía en su cofre.
- Dame los “cuatro dragones” vamos a adornar a la princesa como se merece
Los “cuatro dragones” era un artístico adorno que la propia Silvia había diseñado para las esclavas que pensaba comprar y a la vez un perverso instrumento de tortura. Consistía en cuatro pinzas de oro enganchadas a cuatro cadenas unidas entre sí por una anilla. El nombre de “dragones” provenía de la propia forma de las pinzas. Éstas habían sido realizadas por un hábil orfebre por encargo de la propia Silvia y reproducían las cabezas de cuatro dragones con sus fauces abiertas y armadas por unos afilados colmillos.
Sonriendo sádicamente Silvia se acercó con ellas a Irina y antes de adornar su cuerpo con los dragones los hizo oscilar a la altura de los ojos para que ella los viera bien.
¿Te gustan princesa?
Mi no morir, mi no crucificar
Sujetadla bien, ordenó a dos guardias
Desde que sabía la suerte que le esperaba, la germana había perdido buena parte de su orgullo y valor, y miró los dragones respirando agitadamente y con temor. Mientras tanto, los guardias la cogían de los brazos y se aseguraban que no pudiera moverse.
- Bueno princesa, ahora ya sabes cómo vas a morir, lenta y cruelmente en una cruz de madera, puede ser dentro de una semana o dentro de meses, pero eso sí, hasta entonces tu vida será un infierno, y para demostrártelo voy a empezar por ponerte estas cuatro pinzas en tu cuerpo. ¿Adivinas dónde?.
La germana no respondió, ya no, pero a cambio su respiración se hizo más agitada y su cuerpo empezó a brillar de sudor. Sonriendo con sadismo y ante la atónita mirada del mercader Silvia “rascó” la blanca piel de Irina con una de las pinzas haciendo aparecer unas efímeras lineas rojas. Entonces se inclinó y lamió uno de sus pezones introduciéndoselo en la boca y succionando con deleite hasta arrancar un gemido de placer a la princesa germana que por cierto era virgen.
Lógicamente ese tratamiento hizo que la joven esclava se empitonara y los pezones se le pusieron como dos fresones. Sólo entonces Silvia se dispuso a colocar las pinzas en la punta de sus pechos, una tras otra. Cuando el primer dragón mordió la tierna carne de su pezón la germana lanzó un brutal alarido y una maldición en su lengua. Silviá sonrió con sadismo y le puso la otra en el otro pezón, eso hizo que la germana gritara y llorara mientras se debatía por soltarse de los guardias. Los colmillos de los dragones se le hincaron con tanta fuerza que se llegaron a clavar en la aureola de los pezones como si los animales estuvieran mamando de sus tetas. Pero los dragones no mamaban leche sino cuatro pequeños regueros de sangre que se fueron deslizando lentamente desde los pechos hacia su pálido vientre.
El resto de las esclavas sudaba de miedo sólo de ver el gesto de sufrimiento de la germana y oír sus gritos, pero ninguna se atrevió a moverse no fuera que Silvia se fijara en ellas y las eligiera. Sin embargo aquello no había hecho más que empezar pues aún quedaban por colocar dos dragones más sobre el cuerpo de Irina. Cuando la germana pudo por fin controlarse vio que Silvia se había agachado y en ese momento hurgaba en su entrepierna.
- Vamos a ver qué tienes por aquí, dijo la patricia separando los labia y excitando el clítoris de la germana con los dedos.
Por lo visto Silvia había superado ya una serie de barreras que le impedían hacer ciertas cosas en público. Ahiram observaba escandalizado, pero Aurelio y sus soldados estaban encantados de ver a una mujer joven y bella torturando a otra.
Comprendiendo horrorizada dónde le iba a poner el tercer dragón la germana hizo todo lo posible por cerrar las piernas pero a una señal de Silvia los guardianes se lo impidieron. Entonces la joven patricia se puso a masturbarla con la intención de que su clítoris se hinchara todo lo posible mientras la germana negaba desesperada.
Ya está, menudo grano más grande tienen estas perras germanas, buen bocado para mi dragón. Y dicho esto el tercer dragón abrió sus fauces y mordió su sensible presa provocando un sufrimiento inefable.
No, no, no ahí no NOOOOOOO, AAAAAYYYYYY
A esas alturas Irina había dejado de ser una orgullosa princesa germana para convertirse en la llorosa víctima de esa sádica mujer.
La germana gritó y lloró pidiendo piedad desesperadamente con las pocas palabras que conocía en latín, pero Silvia no tuvo ninguna, al contrario le pareció enormemente placentero doblegar a esa orgullosa mujer.
- Muy bien princesa de las putas, y ahora abre la boca y saca la lengua.
Irina no sólo no obedeció sino que cerró la boca con todas sus fuerzas negando desesperada al adivinar el destino del cuarto dragón.
No quieres obedecer ¿verdad?, y Silvia dio un violento tirón de la cadena que agarraba las tres pinzas.
AAAAAAYYYYY
O abres la boca o lo hago otra vez. ¿Vas a abrirla?
Irina abrió la boca con lágrimas en los ojos.
Vamos y ahora saca la lengua, ....más... ¡MÁS!, y como Irina no lo hacía lo suficiente Silvia volvió a tirar de la cadena.
AAAAAAHHHYYYY
Esta vez Irina abrió la boca y sacó la lengua todo lo que le era humanamente posible.
- Así me gusta, que obedezcas, ya verás qué beso tan rico te va a dar el cuarto dragón querida, y diciendo esto Silvia le cerró la cuarta pinza en medio justo de la lengua.
Esta vez los alaridos y lloros de la germana fueron mucho más continuos mientras el resto de las esclavas sudaba y algunas lloraban abiertamente ante el horror que veían, pero ninguna se atrevió a variar su postura.
Silvia sonrió complacida mirando a la esclava con la lengua fuera y los gruesos lagrimones recorriendo su bello rostro e, insensible a su sufrimiento, enrolló el final de la cadena en su mano y tiró de ella para conseguir su obediencia, cosa que logró de inmediato tras que ella diera un traspiés y volviera a gritar y quejarse de dolor. Entonces Silvia siguió pasando revista en busca de la segunda esclava. Lógicamente Irina tuvo que seguir obedientemente a su nueva ama y lo tuvo que hacer con torpeza y dolor pues los grilletes le impedían andar normal.
El resto de las esclavas miraba de reojo a la pobre Irina con los pechos proyectados hacia adelante y la lengua fuera dando torpes pasos y con un indescriptible rictus de dolor. Algunas cerraban los ojos incapaces de ver aquello.
Entonces Aurelio sacó otro juego de pinzas del cofre y se lo dio a Silvia, ésta la cogió con la otra mano dejándolo oscilar para terror de las esclavas y siguió buscando su segunda víctima.
(Continuará)