Silvia la sádica (02)

La patricia Silvia manda llamar al centurión Quinto para que le haga un servicio especial con sus esclavas y con ella misma.

Varias horas después,  su esclava Filé le dijo que el centurión la esperaba en el atrio y Silvia afirmó complacida. Ordenó que les prepararan un refrigerio en el triclinio y ella misma se vistió y perfumó para él, pero antes, dejó sobre su lecho un objeto muy especial que había mandado comprar ese mismo día.

La joven escogió una túnica de seda de una tela finísima y suave que dejaba ver sus bellas formas. Silvia se tumbó en el triclinio  y cuando Quinto entró en la habitación ordenó que los dejaran solos.

Cuando entró en la lujosa habitación decorada con frescos, el centurión estaba ciertamente azorado pues no sabía para qué le habían mandado llamar. También estaba rabioso de que aquella mujer le tuviera en su poder por muy noble que fuera. Al fin y al cabo sólo era una muchacha. Él que tenía casi cuarenta y llevaba guerreando más de veinte, había visto de todo y decenas de veces había violado y crucificado a jovencitas como aquella. Y ahora se tenía que doblegar ante ella. Silvia advirtió que  Quinto la miraba como un animal feroz pero eso sólo le hizo excitarse aún más.

  • Salve dómina, le dijo él en un tono altivo, ¿me has denunciado ya al César?

  • No te preocupes por eso ahora, centurión,.... tú sólo cumplías con tu deber, no podías saber quién era yo, .....por esta vez te perdono

Y levantándose del triclinio, la joven le sirvió una copa de vino y  se la llevó.

El movimiento fue totalmente calculado para mostrarle bien su cuerpo bajo esa tela delgada y traslúcida. Al ver cómo le temblaban los pechos bajo ella Quinto recordó con placer que ya se los había acariciado y se tuvo que reprimir para no volver a hacerlo.

Silvia le ofreció la copa acercándose mucho a él de modo que a su olfato llegó la suave fragancia de su perfume y cogiéndole suavemente de la mano le invitó a acompañarla y sentarse junto a ella.

El soldado se quedó un rato callado sin saber a qué carta quedarse. Eso sí, el tío no paraba de desnudarla con los ojos.

  • ¿Para qué me habéis mandado llamar, dómina?

  • Ah, es que el otro día me quedé muy sorprendida de tu habilidad como verdugo  y pensé que me podías ser útil. ¿Has crucificado a muchas mujeres?

La pregunta incomodó a Quinto viniendo de una chica joven, pero respondió con altivez.

  • Sí domina, decenas de ellas.

  • ¿Y siempre las violas antes como hiciste con aquella?

  • Sí dómina, yo y mis hombres.

  • Dime, ¿Si yo hubiera sido una esclava de verdad me habrías violado también a mí?

  • Señora....

  • Vamos, habla sin miedo

El centurión dijo que sí.

  • ¿Aún lo deseas? Silvia le dijo eso acariciándole el muslo y acercando aún más su cuerpo.

  • Señora, yo...

Sin esperar respuesta, Silvia le susurró mientras le acariciaba el paquete.

  • Quizá deje que lo hagas.

Quinto se quedó sorprendido por la agradable caricia pero cuando intentó besar los labios de Silvia, ésta le rehuyó sin dejar de sonreir.

Repentinamente la joven se levantó y resueltamente dio unas palmadas.

Antes de que acudieran los criados, Silvia se volvió a él y sonriéndole con lascivia le dijo en voz baja.

  • Si me complaces, esta noche podrás compartir mi lecho....seré tu esclava durante horas y podrás hacerme lo que quieras.....puedes atarme y flagelarme..... si lo deseas.

Quinto se quedó sorprendido al oír aquello.

En pocos segundos volvió a aparecer Filé

  • ¿Sí dómina?

  • Haz que traigan a la nueva.

  • Sí mi ama.

Silvia volvió a sentarse y sin mediar palabra empezó a besarse con él.

A Quinto, la boca y la lengua de ella le parecieron de seda y sus manos se fueron derechas a esos pechos que tanto ansiaba tocar.

Pero al notar el contacto Silvia volvió a rehuirle riéndose burlonamente.

  • Aún no, Quinto, no seas ansioso, luego, luego te entregaré mi cuerpo.

Ese juego ya no le hizo gracia al centurión que tuvo que reprimirse para no abofetear a la muchacha.

Silvia volvió a beber un trago mientras miraba divertida al centurión, “Cuanto más enfadado mejor”, se dijo para sí.

Un momento después apareció otra vez Filé junto a otras dos esclavas, Scila y Varinia. Esta última era una esclava negra muy joven, las otras dos la trajeron agarrada de los brazos y ella estaba algo asustada pues el día antes había hecho enfadar a su ama.

Silvia ni siquiera miró a las esclavas.

  • ¿Te gusta la negra Quinto? Dijo en susurros.

  • Parece muy joven, ¿es virgen?

  • Claro que sí, por eso me costó tan cara, pero eso no importa ahora. Mira verdugo, le dijo elevando la voz. El otro día esta estúpida africana me costó un dineral en el mercado de esclavas. Encima ayer rompió un carísimo frasco de esmalte.

Silvia miró severamente a la muchacha africana que tuvo que bajar la cabeza avergonzada.

  • Me he pasado horas pensando cómo castigarla sin dañar su piel pues pensaba entregarla  a mis invitados de honor la próxima vez que celebre una fiesta y quiero que esté para estrenar. El caso es que  no se me ha ocurrido nada. Me gustaría que lo hicieras tú mismo. ¿Se te ocurre algún castigo?

  • Oh sí, dómina, a Quinto le salieron los instintos por las pupilas al ver a aquella jovencita casi adolescente agarrada por los brazos de las otras dos esclavas y muerta de miedo.

  • Se me ocurren cientos de cosas, pero antes de decidirlo quisiera ver desnuda a la esclava.

  • Por supuesto, por supuesto, vosotras, quitadle la ropa.

Scila y Filé desnudaron obedientemente a Varinia y se la llevaron a Quinto para que la viera bien.

Sin ropas que le tapen, Varinia temblaba de miedo visiblemente pero a una seña de su ama abrió las piernas, puso las manos en la nuca y tuvo que dar una vuelta a sí misma para mostrar bien su cuerpo al verdugo.

El cruel centurión se deleitó de lo que veía y al tiempo se sorprendió de ver de cerca el cuerpo desnudo de una mujer negra. Entonces sin pedir permiso a nadie  le acarició el trasero como si fuera ganado. La muchacha era pequeña y delgada y tenía unos pequeños pechitos, pero su trasero era redondo y tieso,... a Quinto le daban ganas de morderlo.

La pobre Varinia temblaba  muerta de miedo dejando que aquel sádico le tocara el culo. Efectivamente era virgen y nunca antes había estado desnuda delante de un hombre salvo los tratantes de esclavos. Casi de inmediato empezó a excitarse por las caricias de Quinto.

  • Mi señora, dijo Quinto palmeando el redondo trasero de Varinia, yo le daría veinte golpes aquí con una pala de madera, efectivamente es una pena marcar una piel tan suave. Ella aprenderá la lección y en unos días desaparecerán las marcas.

  • ¿Sólo veinte?

  • Es demasiado joven y se nota que nunca  ha sido azotada, se desmayará si le doy más.

  • Está bien Quinto, tú mandas, veinte palazos pues.

Al oir aquello Varinia empezó a llorar pero enjugó sus lágrimas con la mano al ver el gesto duro de su cruel ama.

  • Aparte de la pala, necesitaré una soga para atarle las manos a una de esas vigas.

Silvia hizo un gesto para que las esclavas le trajeran todo lo que había pedido.

Entonces Quinto se incorporó y cogió a la pequeña Varinia de los dos brazos, ella se resistió un poco, pero terminó dominándola  manteniéndolos agarrados a la espalda con una de su manos de hierro. Entonces con la otra se puso a acariciar sus pechitos y lamerle la piel. Varinia era muy baja y el centurión le sacaba la cabeza.

La joven siguió temblando en manos de su verdugo pensando en el castigo que le esperaba,  pero no se atrevió siquiera a rebelarse mientras éste le acariciaba todo el cuerpo a placer y le obligaba a besarle en la boca.

Entre tanto Silvia bebía un poco de vino sin mostrar mucho interés en ver cómo Quinto abusaba de aquella chica. El tipo se había puesto a succionar sus oscuros pezones mientras la masturbaba y Varinia llegó a cerrar los ojos y suspirar sintiendo que su sexo se ponía tieso entre las expertas manos del soldado. Como digo la joven nunca antes había estado con un hombre.

De todos modos, en pocos minutos volvieron Scila y Filé con las sogas y Quinto les entregó a Varinia para que la ataran convenientemente.

  • Permíteme dómina, dijo Quinto despojándose de su túnica y dejándose encima solamente un taparrabos..

  • Oh sí, por supuesto, comprendo, así estarás más cómodo.

A pesar de su edad, a Silvia le pareció que Quinto era un hombre muy atractivo. La vida militar le hacía estar en forma y a Silvia le gustaban los hombres mayores que ella. Una vez medio desnudo el hombre cogió la pala de madera y se dio tres o cuatro golpes en la palma mientras miraba a la propia Silvia con severidad.

La joven comprendió lo que eso significaba y bajó los ojos ruborizándose y anticipando así los placeres que experimentaría esa noche con él.

Entonces Quinto se volvió con la pala y se acercó hacia el lugar donde le esperaba la pobre Varinia ya atada con los brazos en alto y el corazón palpitando a todo trapo. Las otras dos esclavas la habían atado colgando de una viga del techo con los brazos estirados sobre su cabeza de modo que la joven tenía que mantener los pies de puntas.

Quinto se deleitó un momento al ver el redondo trasero de Varinia brillante de transpiración. Ese sería el objetivo de sus golpes.

La joven africana estaba visiblemente excitada como rebelaban sus pezones erizados y el hecho de que no parara de temblar. No obstante antes de empezar el castigo, Quinto recogió el taparrabos del suelo y tras empaparlo bien entre las piernas de la muchacha, le cogió violentamente del pelo y se lo hizo meter en la boca a modo de mordaza.

  • Te voy a dar un consejo dómina, dijo Quinto mientras volvía a masturbar a Varinia y le pellizcaba los pezones. Antes de castigar a tus esclavas haz que se masturben, así estarán más sensibles y dispuestas al látigo.

Silvia sonrió al oir eso,  y siguió muy atenta cómo el verdugo masturbaba poco a poco a aquella muchacha mientras la otras dos esclavas veían la escena visiblemente incómodas. Es posible que Varinia llegara a correrse y todo, a juzgar por sus gritos.

El caso es que tras un rato, Quinto se limpió los dedos mojados en el vientre de ella y con toda su mala baba le dio un palazo sin avisar en medio del trasero que le hizo temblar las nalgas.

  • MMMMMMPPFFFF

Varinia gritó y todo su cuerpo tembló de dolor.

Quinto sonrió al ver sus bellos ojos angustiados y le dio un segundo palazo en el culo aún más fuerte obteniendo una respuesta similar.

Silvia sonreía toda cachonda viendo el gesto de sufrimiento de Varinia y a las otras dos esclavas rojas de vergüenza.

Zaas, zaas, Quinto siguió castigando a la joven africana con toda su fuerza y rabia, mientras Varinia daba vueltas sobre sí misma, llorando y gritando. La joven levantaba las piernas y rotaba pidiendo piedad, pero Quinto le daba con toda tranquilidad procurando impactarle de lleno en  el trasero con sonoros chasquidos.

Las otras dos esclavas ya no sabían a dónde mirar y Silvia disfrutaba del nuevo juego como una perra. Mientras veía debatirse el cuerpo de su esclava, la joven se metió disimuladamente la mano entre sus ropas y se puso a masturbarse.

  • Zaaass.  MMMMMPPPPFFFF, PPPPPFFAAAVVV.

Varinia rotaba colgando de sus ataduras sin dejar de gritar y con todo el cuerpo brillante de transpiración. Inútilmente intentaba proteger su trasero levantando los pies, pero Quinto sólo tenía que esperar a que ella se cansara para darle otro palazo en el culo.

  • ZAAAASS,   UUUAAAAA.

Al décimo palazo, Quinto se acercó a Silvia, el hombre estaba sudando y fue a beber un poco de vino. Detrás de él se oía sollozar desconsoladamente a Varinia

  • ¿Sabes Dómina?, dijo Quinto tras beber un sorbo de vino. Deberías dejar que enseñe a tus otras esclavas a usar esto.

Scila y File le miraron horrorizadas y luego se miraron entre ellas sin dar crédito.

Silvia se quedó sorprendida por la sugerencia. Nunca se le había ocurrido, pero cuando lo oyó le encantó la idea.

  • ¿Quieres decir que ellas...?

  • Sí mi señora Silvia, ¿por qué no?

Silvia sonrió excitada.

  • Tienes razón, ¿por qué no?, sí que le castiguen ellas mismas. Será divertido.

Entonces Quinto dejó la copa y se acercó con  la pala a Scila

Cuando el verdugo le ofreció la pala, ella la rechazó mirando indignada a su señora, pero bastó una seca orden de ésta para que la esclava obedeciera.

Scila era una mujer de casi treinta años, alta, morena y de unos bonitos ojos negros. El padre de Silvia la compró cuando ella nació para que fuera su compañera de juegos y le ayudara a educarla. De pequeñita Silvia la consideraba casi como su hermana mayor, no tenía madre y cuando le ocurrió lo del dedo del pie, ella fue la que más le consoló. Pero ahora Scila ya solo era una esclava y ella su señora y tenía que obedecerle en todo lo que le mandara le gustara o no.

A pesar de tener la pala en las manos, Scila no quería castigar a la joven Varinia. Ella nunca había hecho nada parecido y menos delante del centurión. Evidentemente ese sádico hombre había transtornado a su ama. File le había contado el episodio de la crucifixión de Lucila y desde ese día parecía que Silvia  se había vuelto loca, ya no era la misma, pues se había transformado en una mujer cruel y sádica.

  • Vamos Scila, obedece, obedece o mandaré a Quinto que te azote a ti.

Scila se sorprendió de lo que su ama le decía, nunca se hubiera imaginado que le haría algo semejante. Pero el ama volvió a insistir y amenazar, y Scila no tuvo más remedio que obedecer así que se acercó a la pobre Varinia con la pala en ristre. Entonces llevó atrás la pala y tras dudar un momento le dio con ella en los mofletes del culo.

El golpe fue mucho más suave que los que ya había recibido, así que Varinia apenas emitió un gemido.

  • ¡Más fuerte!, dijo  Silvia con rabia.

Urgida por su dueña, Scila tomó aire, apretó la pala y le dio con toda la fuerza que pudo, pero aún así no era suficiente.

  • Estúpida, ¿es que no me has oído?, dale más fuerte o te arrepentirás.

  • Perdona dómina, dijo Quinto divertido, tu esclava no puede darle más fuerte porque le molestan sus ropas,....... dile que se las quite.

Scila volvió a mirar alarmada a su dueña, pero ésta se limitó a asentir, aquel juego cada vez le gustaba más.

  • Ya lo has oido Scila dijo riendo, quítatelo todo.

  • Pero mi ama, yo...

  • Te he dicho que obedezcas.

-Tus esclavas son muy desobedientes señora, dijo Quinto como de pasada, deberías castigarlas más a menudo.

  • Otra vez tienes razón centurión. Vamos Scila, ¿a qué esperas? ¿o quieres ocupar el puesto de la africana?

Efectivamente parecía que su ama se había vuelto loca, pero Scila comprendió que no le quedaba otra, así que muerta de vergüenza y de furia, empezó a desnudarse ante los lujuriosos ojos de Quinto. Al fin y al cabo, la esclava tampoco había conocido varón excepto el propio padre de Silvia, claro está. Quinto repasó con la mirada su bella anatomía sin el más mínimo disimulo e hizo una par de comentarios sobre su trasero. Como decimos Scila era alta y con unas piernas bien torneadas y contundentes coronadas por un culazo redondo y duro que daba para que se perdiera en él una cohorte entera. Por si esto fuera poco, las tetas de Scila no tenían mucho que envidiar a las de Silvia aunque las tenía algo más caídas.

Humillada y rabiosa de estar desnuda delante de ese sádico pervertido, Scila empezó a darle a Varinia con todas sus ganas y consiguió que la africana gritara casi tan alto como antes.

Silvia sonrió encantada viendo cómo se movía Scila. La mujer tensionaba  sus músculos y descargaba un palazo tras otro con todas sus fuerzas. De hecho estaba ridícula dando palazos en pelotas, sudando y bufando por el esfuerzo, con las tetas y el culo temblandole a cada golpe. Quinto sonrió volviendo a “piropear” los pechos de Scila que se limitó a mirarle con odio y a reanudar los palazos con más fuerza si cabe. Varinia no paraba de gritar ni de pedir piedad mientras Silvia se sonreía muy excitada de las posibilidades de esa nueva diversión.

Por su parte, Quinto pronto se desentendió de ellas y se acercó a Filé sonriendo con lujuria.

Al verle acercarse, ésta se puso a temblar  y bajó los ojos, y cuando Quinto se puso a quitarle la ropa con una sonrisa lujuriosa ni siquiera se resistió. File era una bella griega de la edad de Silvia o quizá algo menos, morena y delgada, de melena larga muy oscura y unos  ojos negros y grandes.

Mientras Quinto la desnudaba, Filé miraba preocupada y avergonzada a su ama, pero a ella todo eso la divertía y ponía cachonda, así que dejó hacer al centurión.

Quinto no se limitó a desnudar a Filé sino que cuando le había quitado toda la ropa se puso a besarse con ella y ella se dejó besar y acariciar sintiendo mil y un escalofríos de placer. La joven griega también era virgen, pero desde hacía tiempo quería dejar de serlo. Nunca imaginó que sería de esa manera, con ese verdugo sádico, pero para su sorpresa aquello no le desagradó del todo.

Entre tanto, Scila ni siquiera miró a su compañera, estaba rabiosa por el inexplicable poder de ese hombre sobre su ama y se lo hizo pagar a la negra, así que siguió con la pala arrancando a Varinia alaridos de dolor.

Mientras seguía el suplicio de la desdichada africana, Quinto no perdió el tiempo e hizo que Filé se arrodillara y le chupara el miembro.

Nuevamente la joven se quedó sin saber qué hacer  con la polla de Quinto delante de la cara y volvió a mirar a su ama avergonzada.

-¡Obedece!, le dijo ésta cortante, pero evita que se corra en tu cara o tú ocuparás el puesto de Varinia

La joven Filé se limitó a asentir y obedecer, cerró los ojos, aspiró profundamente el olor a sexo de hombre, y sacando la lengua, empezó a lamerlo delicadamente. El suave contacto de la carne humana hizo que se le erizaran los pezones de puro gusto, era la primera vez que hacía una mamada y aquello le gustó de veras.

Silvia miró la escena con curiosidad y no sin cierta envidia. Ella tampoco había hecho eso nunca con ningún hombre, y había que reconocer que Quinto estaba bien dotado, no tanto como el esclavo de Lucila pero tampoco estaba mal. Saboreando otro sorbo de vino, la joven patricia volvió a acariciarse la entrepierna sin perder detalle de la felación y se dijo que ella también se la chuparía pero a solas, sin testigos, al fin y al cabo ella era noble y no podía rebajarse a hacer ciertas cosas.

File siguió y siguió lamiendo y mamando y al de un rato tenía ya el miembro de Quinto bien metido en la boca pues éste la tenía cogida del pelo y retenía su cara contra las pelotas suspirando de placer. La joven por su parte mantenía el equilibrio con las manos agarradas a los muslos del centurión, tenía los ojos cerrados y la baba le caía hasta los muslos mientras la punta de la polla le tocaba la campanilla una y otra vez. Casi sin querer, la bella griega que estaba en cuclillas bajó una mano y se empezó a tocar su propio sexo.

-Qué descaro, pensó Silvia escandalizada, la muy guarra se está masturbando en mi presencia y sin mi permiso.

Entre tanto, Scila había terminado el doloroso recuento sobre el trasero de Varinia y con el cuerpo brillante de transpiración dijo jadeando a Silvia mientras se retiraba el flequillo mojado de la frente.

-Ya está mi ama.

  • ¿Estás satisfecha mi señora?, dijo Quinto sacando de repente la polla de la boca de Filé y dejándola allí con un palmo de narices.

  • Sí, sí que lo estoy, centurión, estoy muy satisfecha.

-Muy bien, entonces si no me equivoco ahora os toca a vos. Esto lo dijo Quinto cogiendo la pala de las manos de Scila y amenazando con ella a la matrona. El tipo traía la polla tiesa y brillante y también parecía amenazarla con ella.

Silvia se sorprendió de la osadía del centurión, pero sintió un escalofrío de placer, dejó su copa y levantándose de su triclinio se fue hasta Quinto. Por fin había llegado el momento tan esperado. Sin decir nada más le cogió de la mano y le invitó a seguirla a su aposento muy emocionada.

  • ¿Qué hacemos con ella?, le dijo Scila refiriéndose a Varinia que seguía sollozando colgada de los brazos.

  • Ah sí, Filé, coge la pala y dale otros veinte palazos más, quiero oír cómo grita esa zorra desde mi habitación.

  • No

  • ¿Qué?, ¿qué has dicho?, Silvia se quedó parada.

Filé respondió en voz baja cubriendo su desnudez con los brazos.

  • No me obligues mi ama, no... no puedo hacer eso, es una crueldad.

Silvia estuvo a punto de abofetearla, pero extrañamente se contuvo y no pareció enfadarse por la negativa de la esclava.

  • Está bien, entonces dejadla ahí toda la noche, y no la descolguéis hasta que salga el sol, quizá así aprenda  a tener más cuidado.

Según se marchaba, Silvia miró a File con una enigmática sonrisa, cosa que le hizo a ésta bajar la cabeza muy inquieta.  La griega sabía que Silvia estaba tramando algo, y que ella no saldría bien librada,... la conocía muy bien

Ya en su aposento, Silvia cerró la puerta por dentro y encendió una lámpara de aceite sin dejar de mirar  a Quinto que aún seguía empalmado. La mujer se movía con la ligereza de un felino y su cuerpo se veía perfectamente a través de la tela. Una vez colocada la lámpara, cogió un largo látigo enroscado que había sobre el lecho y  lo colocó a los pies de Quinto haciendo una sumisa reverencia, entonces se alejó unos pasos y sin dejar de sonreirle  ni de mirarle a los ojos, se desnudó ante él sin más preámbulos. La joven soltó el broche y el cinto que sostenía su vestido y la suave seda se deslizó por su piel hasta el suelo quedándose completamente desnuda.

Entonces  la joven patricia se trastocó en esclava, bajó los ojos y poniendo las manos sobre su nuca dio una vuelta sobre sí misma para mostrarle bien la parte trasera de su cuerpo.  La mujer tenía un trasero redondo y suave y unas piernas largas y bien torneadas. A pesar de que le daba la espalda sus abultados pechos sobresalían visiblemente por los laterales de su cuerpo.

  • ¿Te gusto centurión?, le dijo torciendo el cuello y mirándole con deseo.

  • Sois una diosa, mi señora.

Silvia sonrió halagada se inclinó un poco hacia adelante, bajó sus manos, las puso en las nalgas y separándolas bien mostró a Quinto el agujero del ano y los labios de su vagina completamente depilados..

  • Como ves, soy virgen, centurión

Quinto sonrió pensando en la suerte que tenía.

Silvia volvió a sonreirle, se le acercó y tras colgarse del cuello de Quinto y besarse largamente con él se arrodilló ante su miembro tieso. La joven lo cogió con las dos manos muy emocionada sintiendo un extraño olor. Aquello parecía vivo, y palpitaba entre sus dedos. A pesar de que le daba un poco de reparo, la noble patricia quiso experimentar lo mismo que File y metérselo en la boca, pero lo primero era lo primero.

Antes de empezar la felatio y mientras le acariciaba la punta del miembro con sus uñas,  la joven aclaró a su amante que desde ese momento y hasta la salida del sol podía considerarla su esclava  y  podía tomarla como él quisiera, por delante, por detrás o por los dos orificios. También le invitó a atarla a dos columnas situadas en el centro del cuarto, a metro y pico una de la otra, pero le dijo que no quería ser azotada con una pala sino que llevaba días deseando ser flagelada como Lucila, y por eso  había traido ese látigo.

Serás complacida en todo mi señora, dijo Quinto comprobando la flexibilidad del látigo con un rictus de sadismo.

  • Qué estúpida esa Filé, dijo Silvia mientras empezaba a chupar delicadamente el miembro, de Quinto, se creía que esto tan rico iba a ser para ella, y tras decir eso cerró los ojos y recordando a la pobre Lucila se la metió bien dentro de la boca hasta que arrancó un gemido de placer al centurión.

Silvia siguió masturbándose mientras recordaba aquella primera vez. La polla de Quinto era suave y caliente y podía notar perfectamente cómo le palpitaba en los labios, era una sensación maravillosa chupar algo tan bello, así que la prolongó todo lo que pudo.

Por su parte Quinto fue bastante cruel y perverso con ella como solía ser con las mujeres, y tras dejarse hacer una larga felatio no tuvo ningún gesto de ternura con ella sino que la agarró brutalmente de los pelos y obligándola a incorporarse, la ató directamente a los dos postes con las piernas y los brazos separados y estirados al límite. Como una cruel alimaña, el sádico verdugo estaba impaciente de someterla al castigo que ella misma había elegido.

Mientras Quinto la ataba y restringía sus movimientos, Silvia sintió un inexplicable placer viéndole manipular las cuerdas, hacer los nudos y apretarlos en muñecas y tobillos. La joven suspiraba de gusto con el corazón palpitando a todo trapo. Sólo una vez completamente maniatada e indefensa, el hombre se puso a acariciarla y besarla. Al hacerlo, no le decía nada, sino que se limitaba a besar y lamer su cuerpo desnudo y especialmente sus redondos senos.

La joven patricia sintió un enorme placer cuando Quinto se metió sus sensibles pezones en la boca succionando insistentemente mientras con sus dedos le acariciaba los labia y el clítoris. Quinto era muy hábil haciendo vibrar a una mujer y Silvia pronto se puso a bramar de placer. Así estuvo un rato largo chupándole una y otra vez los senos. Sin embargo, de repente Silvia lanzó un salvaje alarido cuando un relámpago de dolor recorrió todo su cuerpo.

Quinto separó su cara del pecho y entonces ella pudo ver las marcas de sus dientes a ambos lados del pezón. La joven le miró sin comprender, ¿por qué había hecho eso?. De repente Silvia se dio cuenta de que la mirada de Quinto había cambiado, de pronto se había hecho más dura y cruel como la de un lobo hambriento. Repentinamente sintió miedo y más cuando él cogió el látigo de la cama.

  • ¿Me... me vas a azotar?, dijo ella con visos de arrepentirse

Quinto no respondió sino que se limitó a hacerlo chasquear contra el aire.

Ese sonido hizo que a Silvia le recorriera un escalofrío. Nuevamente se miró el pecho y vio una pequeña gota de sangre manando de él.

Ahora era de verdad, la iban a azotar, no obstante, antes de flagelarla Quinto la atrapó con el látigo de la nuca y agarrándose a aquel asidero  la desvirgó por la vagina.

La mujer recordaría toda su vida  haber sido desvirgada de esa manera tan brutal. El hombre no le hizo sentir ningún placer, manejaba su polla como un arma y no como una herramienta de placer. Es extraño el cerebro humano, mientras Quinto se la follaba tan mal, Silvia cerró los ojos y se imaginó que era una esclava y que estaba siendo violada en las mazmorras del pretorio, eso le ayudó a llegar antes que él a pesar del dolor. El centurión tenía tanta experiencia que se dio cuenta de que la joven había tenido un profundo orgasmo, pero siguió y siguió follándola arrancando de ella gemidos aún más intensos. Por fin, tras empujar y empujar, Quinto se corrió dentro de su vagina y sólo entonces procedió a la flagelación.

En el último momento, Silvia volvió  a sentir miedo y le pidió que no la amordazara durante su castigo pues quería tener la boca libre por si no podía soportarlo. Sin embargo, esta vez Quinto no le obedeció sino que la amordazó brutalmente para terror de ella.

  • Pobre imbécil, se cree que aún controla la situación...... ella lo ha querido, pensó el hombre sádicamente. Es posible que al día siguiente lo mandara crucificar por su atrevimiento, pero esa noche la patricia Silvia Ulpia visitaría el infierno de la tortura por propia voluntad.

Con una diabólica sonrisa de sádico, Quinto se puso delante de la joven y empezó a azotarla con toda la crueldad de que era capaz mirándola fijamente a los ojos. Los prominentes y redondos pechos de Silvia ahora indefensos atrajeron rápidamente la atención de su amante y recibieron las primeras “caricias” del látigo una y otra vez.

Silvia recordaba sin dejar de masturbarse cada uno de aquellos odiosos latigazos en sus sensibles mamas como si se los estuvieran dando en ese momento..... Con un violento impacto, el látigo se enroscaba en su cuerpo tras un espantoso zumbido, entonces la punta golpeaba sobre su piel con una violencia y precisión endiablada y ella gritaba sin querer: parecía que Quinto no se cansaba de marcarle las tetas con el látigo, una y otra vez, una y otra vez, con una cadencia rítmica.....interminable y desesperante, entonces pasó al resto de su cuerpo: el vientre, la espalda, el trasero, las piernas, otra vez los pechos,..... la intimidad de su entrepierna,...... nada salvo su cara quedó a salvo del odioso picotazo del látigo. Además tras cada golpe Quinto tiraba del látigo con fuerza y entonces el cuero cortaba su piel.

Al tercer o cuarto latigazo Silvia por fin lo comprendió, entendió el gesto de sufrimiento y los gritos desesperados de Lucila al ser flagelada y ella misma gritó y lloró pidiendo piedad profundamente arrepentida.

El recuerdo de aquello era muy efectivo. Silvia siguió masturbándose con más fuerza y llegó otra vez al orgasmo. Recordar aquella primera flagelación siempre le hacía correrse de gusto. Si Quinto no la hubiera amordazado, la joven patricia hubiera pedido a gritos que le soltara al tercer o cuarto latigazo, pero con la boca tapada ella ya no podía hacer nada, nada...

Tras una  interminable tanda de latigazos, Quinto le quitó por fin la mordaza para besarse con ella.

  • Basta, por favor, basta, dijo la joven desesperada entre jadeos y lloros.

Por toda respuesta, Quinto le dio una bofetada.

  • Calla puta esclava, le dijo, esto no ha hecho más que empezar.

-  Suéltame, cerdo, ¿me oyes? Sueltame te digo, ...te,... te lo ordeno.

Pero Quinto no le hizo ningún caso, al contrario, fríamente la volvió  amordazar convirtiendo sus protestas en sonidos ininteligibles y sus ojos airados en un indescriptible gesto de miedo. Entonces se puso a su espalda y continuó la cruel flagelación. Esta vez Quinto se masturbó complacido viendo el precioso cuerpo de Silvia estirado como una piel y estremeciéndose al recibir los cadenciosos latigazos que le cruzaban la espalda y el culo entre aullidos de dolor e inútiles estremecimientos. La joven patricia, acostumbrada a vivir entre algodones estaba siendo tratada como una esclava esta vez de verdad y a cada latigazo se arrepentía profundamente de haberse entregado así por las buenas a aquel sádico.

A Silvia aquella noche se le hizo larga, muy larga, así atada y amordazada los minutos pasaban desesperadamente lentos y los latigazos parecían no tener fin. Y a pesar de todo durante todo ese tiempo Quinto hizo experimentar a su prisionera el dolor y el placer a partes iguales, azotándola, masturbándola y follando con ella, de manera que la joven enlazó un orgasmo tras otro. Además, cuando salió el sol y por fin terminó con ella, se marchó de su mansión dejándola  maniatada en una postura muy humillante.

Por eso, cuando las esclavas entraron en los aposentos de su ama como hacían todas las mañanas, se la encontraron atada en el suelo de pies y manos a las patas inferiores de su lecho, con el cuerpo doblado sobre sí mismo, las piernas por encima de su cabeza bien separadas y su entrepierna completamente abierta y expuesta. Por supuesto Quinto la había dejado amordazada y con el mango y la punta del látigo bien encajada en sus dos agujeros. Scila y File no pudieron evitar sonreir al descubrirla atada de aquella manera tan grotesca. Silvia lo advirtió y muy humillada se juró que les costaría muy cara aquella gracia.

Con todo el cuerpo ardiendo de escozor y muerta de humillación, la noble patricia urgió a sus esclavas para que la desataran y una vez libre se lió a tortazos y gritos con ellas, de pura rabia que le daba. Su primera reacción fue denunciar a Quinto ante el pretor de la ciudad, su inmediato superior. Ese cerdo se había pasado, la había violado y humillado ante sus esclavas. Rápidamente pidió papel para escribir... ella era una noble romana y esos plebeyos se las pagarían todas juntas....

Cuando terminó de escribirla, Silvia llamó a Filé y le ordenó que llevara la carta al pretorio.

(Continuará)