Silver (Inmortal)
||La noche anterior al día del concierto soñé con Silver... ||
La noche anterior al día del concierto soñé con Silver.
Entre mis sábanas volvía a batirme en duelo contra su lengua incansable, que por fin me socavaba después de tanto tiempo con total libertad, girando en una espiral de húmedas caricias dentro de mis labios.
Soñé que nos besábamos una y otra vez como dos desesperados, sin hacer nada más. Recordaba a la perfección el sabor de su boca y la sensación electrizante que me había invadido hasta las puntas de los dedos, en la realidad de antaño, con cada beso suyo… así que supongo que a mi mente no le fue difícil reproducir aquello dentro de mí, mientras yo dormía con inocencia agitando mi cuerpo sediento contra el colchón.
En mi sueño besaba a Silver desde la oquedad calentita entre sus brazos, nuestros cuerpos unidos transpirando uno sobre otro, como si a los dos nos envolviera la misma piel y casi compartieramos la misma alma. Volvíamos a tocarnos por encima de la ropa con avidez, reconociendo cada centímetro del otro con las manos después de tanto tiempo, recordando con felicidad que hubo un día en que nos pertenecíamos mutuamente, y celebrando en silencio que en aquel momento, por fin, volvíamos a encontrarnos.
Pertenecerle era el cielo, siempre. Pertenecerle a momentos. Él también me pertenecía a mí, pero sólo a momentos.
En mi sueño, Silver jugueteaba con su lengua persiguiendo la mía, la retenía de pronto entre sus dientes inmovilizándola y succionándola con suavidad; volvía a la carga con los giros y los obscenos torbellinos mientras yo atrapaba la suya entre mis labios y trataba de lamerla como si fuera su polla. Él se quedaba quieto durante aquellos instantes, como si me entendiera, y se dejaba hacer, emitiendo pequeños gruñidos dentro de mi boca con la respiración acelerada. Poco después, excitado, movía de nuevo su lengua con sacudidas semejantes a las de una anguila eléctrica y mordía con fiereza mis labios, presionando su cara contra la mía, abrazándome más fuerte como si quisiera dejar la huella de su cuerpo impresa sobre el mío.
Desperté sudorosa con la sensación de hallarme en una cárcel como bloque de barro, el corazón saliéndoseme del pecho, la boca amarga y reseca como una suela de esparto. Miré a mi marido, que dormitaba a mi lado roncando dulcemente, y se me clavó en el pecho un aguijón de culpa, que rápidamente me saqué con la excusa de que ese sueño tan vívido no había sido culpa mía… uno no elige lo que sueña, ¿verdad?
No pude dejar de pensar en mi amigo y amante durante todo el día, más aún cuando barruntaba que se iban agotando las horas, los minutos y los segundos que me separaban de volverlo a ver, aunque fuera encima de un escenario, con mis deseos más íntimos rodeados de gente. Tenía que ir al Ascella, pero ustedes saben que no tomé esa decisión sólo porque Marcos lograra convencerme; ya me conocen. Decidí que iría justo en el momento en el que la posibilidad se insinuó ante mí, cuando yo sujetaba el CD de Silver aún entre mis manos sudorosas, muerta de espanto. Lo había decidido exactamente en ese instante, aunque me hubiera ocultado tras un parapeto de sentido común e inseguridad lógica. El recuerdo de Silver era demasiado real, el deseo por él demasiado fuerte como para negarlo, y todo un cúmulo de imágenes se abría paso en mi cerebro como una arrolladora ola dando al traste con cada cimiento de lo que era ético, esperable, frío y normal. La pasión sólo conoce sus propios fundamentos, o eso es lo que malaprendemos en la vida.
Tenía miedo, es cierto, de volver a tenerle tan cerca tanto como de mis propios deseos, pero…
Pero sentía que de pronto la vida latía de otra manera dentro de mis venas, y que esa manera que ya casi había olvidado era la adecuada, la que me hacía esperar con ansia el momento siguiente, la que me hacía vibrar con cada latido del corazón. Cuánto tiempo hacía que no experimentaba dentro de mí aquella intensidad…
Cómo deseaba verle, escucharle, hablarle, amarle.
No era que mi marido me importara un cuerno—nunca mejor dicho…--aunque tal vez sí me importaba menos que el inusitado fulgor que había vuelto a iluminar mi vida, ya me entienden. Sencillamente, después de haberme sentido tan encendida por causa de la vieja gloria, elegí separarle de mi vida durante aquellos días, por frío que esto pueda parecer. De hecho, elegí no pensar de momento en él precisamente porque hacerlo me provocaba un sentimiento nefasto de mala esposa, y--¿por qué no?—de mala persona. Así de chungo. Así de fácil. Comprendan, nadie puede vivir con la culpa durante demasiado tiempo sin transformarla en otra cosa más digerible para el alma.
De manera que en presencia de mi marido, cuyo nombre no he dicho ni diré por respeto, yo fingía con tremenda habilidad que no pasaba nada. Después de todo, él sólo me notaba más contenta.
Qué puta he sido, dios mío, primero de pensamiento y después de acto.
Pero bueno, voy a seguir con lo que sucedió aquel día…
Como iba diciendo, mi pulso se aceleraba a medida que iba cayendo la noche y se acercaba el momento en el que había quedado con Marcos para ir al Ascella, donde tocaría el grupo de Silver, "Whoever".
Mi marido había marchado a trabajar desde por la mañana temprano; es médico, no sé si lo había mencionado, y aquel día casualmente tenía una guardia de veinticuatro horas (suele tener unas cuatro guardias de esas al mes, que no es demasiado, pero sí suficiente).
De manera que tuve tiempo antes del concierto para arreglarme, acojonarme y masturbarme en soledad, varias veces, y no necesariamente en ese orden. Pensé que si me tocaba un poco antes de ducharme iría más tranquilita al concierto, sin esa desazón y sin mojar las bragas de inmediato cuando viera a Silver con sus pantalones desgastados enarbolando su guitarra, iluminado por los focos del local, la melena negra esparcida sobre sus hombros. Pero claro, me equivocaba. Cómo pude ser tan tonta al pensar que correrme mil veces me calmaría…más bien al contrario, como podrás suponer; desde el momento que me vestí noté mi tanga mojado, ya que no podía quitarme de la cabeza la imagen de mi hermanastro agitando la lengua dentro de mi coño y acariciándome con sus largos dedos de mármol.
Anochecía tras mi ventana cuando reflexioné, desnuda ante las puertas de mi armario salvo por el fino tanguita negro que se comía mi culo, que haría un calor insoportable en aquella sala llena de acordes desgarrados y de transpiración…de modo que escogí, sin pensarlo demasiado, una faldita tableada por encima de la rodilla, de tela fina y color negro, que mostraba mis aún hermosas piernas, y como parte de arriba un top minúsculo con pronunciado escote en V, estampado con rosas en tonos bronce . Por primera vez en mucho tiempo, y sabiendo que quizás no era lo más apropiado para aquella ocasión, me decidí a embarcarme sobre unos zapatos negros de elegante tacón, que afinaban aún más la silueta de mis piernas. Frente al espejo me dije que me daba igual desentonar con mis tacones en un antro lleno de heavys, porque estaba buenísima caminando como una diosa sobre ellos, y porque además ya tenía edad de ponerme lo que me salía del coño, hablando mal y pronto.
De manera que así arreglada me dirigí al cuarto de baño para retocarme los labios frente al espejo, haciéndolos parecer gruesos y rosados, turgentes como los otros labios que tengo entre las piernas; me peiné de manera modesta como una niña buena, y salí a la puerta de la calle para encontrarme con mi hermano que había quedado en venir a buscarme en su coche.
Cuando Marcos me vio, no pudo reprimir un silbido detrás de la ventanilla con la luna a medio bajar.
—Joder, hermana, ¿no te has arreglado mucho?
Teniendo en cuenta que él iba con vaqueros rotos y una camiseta de Megadeth, el comentario por así decirlo tenía fundamento.
--¿Me meto yo con lo que llevas puesto?—le espeté mientras abría bruscamente la puerta y me sentaba a su lado.
Cómo son los tíos, o por lo menos algunos. En lugar de decirle a una que esta simplemente "guapa"—no pedimos más—sueltan un comentario del tipo "¿no te has pasado con el maquillaje?" y entonces es cuando nos entran a nosotras ganas de matarlos de manera que parezca un accidente ("Lo siento, no sé cómo ha pasado pero mi tacón se ha clavado en tu entrecejo…"). En fin, cosas que no cambiarán nunca.
Mi hermano condujo hasta el Ascella sin dejar de hablar por los codos, como es su costumbre. Que si cuánto tiempo hacía que no iba a un directo, que si nada menos el guitarrista y vocalista era su amigo Silver, que si esto, que si aquello. Desconecté pronto de la charla de mi hermano y observé por la ventanilla la multitud de luces que pasaban raudas a nuestro lado, las mismas farolas de siempre aunque aquella noche fuera crucial para mí, alumbrando nuestro camino sin un solo guiño como si para ellas -tan solo para ellas- se tratase de una noche más.
Mi hermano aparcó no sin dificultad a escasos metros del local. Antes de bajar del coche, sacó un par de entradas del bolsillo de sus vaqueros, y me entregó la mía sonriendo.
—Hermanita, lo vamos a pasar de lujo—me dijo.
Se le veía feliz. Tiene alma de rockero, mi hermano.
Le dimos las entradas al típico calvo portero de las salas de fiestas, y en cuanto traspasamos la puerta nos golpeó en la cara una densa nube con olor a humo de tabaco y a cables quemados.
El Ascella no es un local demasiado grande, pero los que lo acondicionaron aprovecharon el espacio con muy buen criterio. En el centro de la sala, contra la pared del fondo que simulaba una gigantesca chimenea de piedra ficticia flanqueada por dos soberbias columnas, se hallaba el escenario aún vacío, con una batería y algo que parecía un teclado tapado por un lienzo oscuro. Por encima de la tarima colgaban crespones negros como gigantescas telas de araña, que le daban un regusto gótico a la escena a la par que elegante.
A lo largo de las paredes laterales, multitud de velas iluminaban la estancia sujetas a la falsa piedra por candelabros de forja que centelleaban a la luz de las llamas. Rompiendo el contraste, una bola de luz giraba en el techo derramando lentamente sobre las paredes y el suelo pequeños cristales de luz.
A ambos lados del escenario, con el espacio suficiente para que la muchedumbre se pudiera mover a gusto, se erguían dos barras de bar provistas de su respectivo camarero, que observé con regocijo tenían ambos el pelo cardado y la cara pintada de blanco como una máscara, sobre la que resaltaban los labios y los ojos bordeados en negro. Parecía que nos habíamos metido en una fiesta de Halloween refinado…
Nos acercamos a una de las barras y pedimos un par de cervezas al camarero del infierno, buscando con la mirada a los integrantes del grupo entre la gente, sin encontrarlos.
No había posado mis labios sobre la boca de mi botellín, cuando un tío con pinta de vampiro, completamente vestido de negro y con un maquillaje más que logrado en el que incluso se adivinaba el trazado de las venas azulíneas bajo la piel de su rostro, se encaramó al escenario y cogió un micrófono.
—¡Buenas noches, Ascella!—exclamó con ceremonia.
La gente sofocó sus conversaciones en un apagado murmullo y poco a poco se fueron girando hacia él. Mi hermano se acercó más al escenario, y yo le seguí con mi cerveza en la mano.
—Esta noche tenemos aquí a un grupo revelación para oídos brutalmente sensibles…
Nos instalamos casi a los pies de la tarima, desde donde podíamos observarle hasta el blanco de los ojos al tío ese, que continuaba soltando su discurso con voz de pavo engolado.
—…de estilo inconfundible como pocos, lo que es bastante extraño en estos tiempos que corren…Su violenta pasión quema cada escenario que pisan, sin necesidad de otra cosa que su entusiasmo y su voz, …sin dilatar más la espera, esta noche tenemos el gusto de tener aquí a …¡WHOEVER!
Un desgarro de guitarra hendió el aire y las luces de la bola que colgaba del techo se atenuaron hasta casi quedar apagadas. Sobre las tablas del escenario, por detrás del vampiro que se giraba para marcharse, se recortó la silueta de tres altas figuras contra la suave penumbra.
Mi corazón dio un brinco y comencé a sudar sin poder evitarlo cuando reconocí a Silver como la silueta que se encontraba a la izquierda, justo delante de la batería. Mi hermano me apretó la mano con los labios fruncidos en una mueca de ensoñación, mirando al escenario sin parpadear, como hipnotizado.
Las tres espigadas figuras saludaron a la reducida audiencia que había comenzado a agolparse en torno al escenario, con un movimiento de cabeza que ejecutaron a la vez, haciendo gala de una precisión casi matemática. Acto seguido el que estaba en el centro avanzó hasta colocarse detrás de la batería quedando las otras dos siluetas por delante en la tarima, una de ellas asiendo con suavidad el mástil de su guitarra, la otra ajustando el micrófono que había depositado el vampiro en su soporte.
—Buenas noches a todos…
Mis ojos comenzaban a acostumbrarse a la tamizada luz, y pude observar con claridad los rasgos de la persona que hablaba, a quien no conocía. Supuse que sería Oriol, el compañero de Silver, que tocaba el bajo y también cantaba en el grupo.
—Muchas gracias por estar aquí—dijo con una sonrisa. Esperó a que el entusiasmo de la multitud cediera y continuó hablando—Como sabéis, hemos tenido la gran suerte de grabar nuestro primer disco hace sólo algunos meses. Y os agradecemos de todo corazón vuestra gran acogida.
Bajó la mirada con una chispa de timidez cuando la audiencia volvió a alzarse, deshaciéndose de nuevo en exclamaciones y aplausos.
—Gracias, de verdad. Pero este no es un concierto promocional… ¿verdad?—se giró despacio a la persona que tenía al lado, que no era otro que Silver. Éste extendió la mano y su compañero le pasó el micrófono.
—No—dijo con una sonrisa. Casi me da un infarto al escuchar el tono de su voz, cálida y diabólica, amplificado por el micrófono y resonando en las paredes de la sala—No, no es un concierto para promocionar el disco. Tenemos mucho que agradeceros así que habíamos pensando dedicaros algunos temas esta noche; unos de elaboración propia, inéditos, y otros que son versiones inspiradas en otros grupos que seguramente conoceréis y hasta puede que os gusten…
Sonrió y se detuvo un momento con el micrófono entre las manos, pegado casi a su boca entreabierta; les juro que me buscó con la mirada, y cuando me encontró fijó en mí sus ojos negros con una fuerza capaz de derretir un iceberg.
—Esperemos que paséis un buen rato…—recalcó sin dejar de mirarme, y a continuación volvió a dejar el micro en el trípode destinado para ello, con la altura ya regulada al alcance de su boca.
Su compañero se colocó a escasos centímetros de otro micrófono, y Silver bajó los ojos hasta su guitarra. El primer trallazo de la batería rompió de pronto el inusitado silencio para desencadenar a continuación una horda de sonidos que sangraban en una melodía a golpe de latido.
Mi hermano cerró los ojos y se movió sin despegar los pies del suelo, como si pudiera sentir la música abriéndose camino por los canales de su médula espinal, ramificándose en cada haz de células nerviosas que electrizaban la piel.
Yo no podía dejar de mirar a Silver embelesada—me jodía bastante, no crean que no—; por mucho que intentara desplazar mi mirada al resto de la banda, incluso a la esquina opuesta del local, mis ojos volvían inevitablemente a su figura, que se agitaba con profundidad en cada calambre del ritmo, con los pies firmemente clavados en el suelo y sin embargo, de cintura para arriba, ondeando etéreo como el mar, ligero igual que el aire. De vez en cuando sus ojos se cruzaban con los míos, bajando yo inmediatamente la mirada—eso me jodía todavía más—sin poder resistir aquel terrible choque de chispas, temiendo demostrarle en un segundo mi resentimiento y todo mi amor acumulado.
Sentía fuego dentro de mí.
"Oh, niña triste,
Por qué brilla tu luna en brazos de nadie
La noche te observa, serena y cansada
Será que temes por aquello
que nunca diste…"
La voz de Oriol se elevaba junto con la de Silver por encima de las sacudidas de la guitarra, ambas acopladas al fulgurante ritmo de la batería.
Tocaron el primer tema, el segundo, el tercero.
Antes del cuarto pararon, ajustaron algo provocando chirridos metálicos desde el amplificador, y dispusieron de nuevo el micro a la altura deseada. Observé como Silver se inclinaba levemente hacia sus compañeros y murmuraba algo al oído de Oriol, para después quedar de acuerdo con Edgar, el batería. Después del breve intercambio de palabras, Edgar asintió con una sonrisa pícara y ocupó de nuevo su sitio, al igual que hicieron los otros dos respectivamente, pero esta vez Oriol levantó el lienzo que cubría el teclado y se acomodó frente a él.
Silver me lanzó desde el escenario una mirada eléctrica que me paralizó, y a continuación acercó sus labios al micrófono con suavidad, sin dejar de mirarme.
—Vamos a tocar una canción…—murmuró sobre la pequeña esfera que magnificaba su susurro—que no es nuestra. Es un homenaje a un grupo que le gusta mucho a una persona muy especial para mí…
Miró un momento a Oriol, que asintió con la cabeza, ya preparado con las manos sobre los dientes blancos y negros del teclado.
Y tras una breve señal, comenzaron a sonar los primeros acordes de una de las baladas más hermosas que conozco. Es una canción que habla de celos, de errores y de un corazón que se siente fracasado…me da miedo decirles más, ojalá hubieran estado presentes ustedes para escucharla, así sería mucho más fácil hacerles llegar los sentimientos que el solo inicial provocó en mí.
Sentí que por dentro se me abría una flor, desplegando sus encarnados pétalos con dolor y con angustia. Pero era necesario que esa flor se abriera, porque en su centro, más allá de esos pétalos de dolor, se hallaban todas las emociones que valían la pena. Eso es lo más cercano que se me ocurre a la sensación por la que me dejé invadir en aquel momento con los ojos cerrados. Escribir no se me hace difícil cuando quiero decir algo, pero hay cosas que sencillamente no se pueden explicar porque escapan a las palabras. La emoción de aquel momento siempre estará muy lejos de la palabra escrita, separada de ella por un tremendo abismo.
Mi amigo y amante entonaba la letra con los ojos entornados, su voz suave meciendo mi alma con pinceladas de dulce nostalgia.
A través de la canción no me recriminaba nada, sino que me decía que…
(...¿qué?)
(que me quería).
Algo se rompió dentro de mí y deseé no creerle, no imaginarme cosas raras, pero en mi fuero interno imploré al cielo que aquella canción no terminara nunca.
Lo que ocurrió después fue bastante dramático y no demasiado racional, lo reconozco. Creo que, de pronto, mis sentimientos me superaron. Me desasí con un seco movimiento de la mano de mi hermano y me precipité, prácticamente corriendo, a las puertas del local. Me sentí de pronto ahogada en la culpa pensando que me había vuelto a excitar con los besos dulces y las caricias que Silver me daba haciendo vibrar mis lugares más íntimos, con su voz, sin ni siquiera tocarme. Me sentí peor que un insecto rastrero por ser partícipe de todo aquello, por haberme recreado en aquellas sensaciones de consuelo engañoso, en aquellas palabras que profanaban mi alma. El cabrón de Silver había vuelto a ganarme la partida porque sencillamente sabía cómo hacerlo; y yo, ¡qué decir de mí! yo seguía deseándole, como una imbécil, igual que la primera vez.
Necesitaba aire.
Abandoné el local ante la atónita mirada de mi hermano, taladrándole con la mirada para que no se le ocurriera seguirme.
No me van a creer, pero en medio de aquella confusión, con la cabeza dándome vueltas una vez fuera del local, me eché a llorar. Las lágrimas me dolían, porque luchaba por retenerlas dentro, y las pocas que lograban rozar mis mejillas no me aliviaban de ningún modo, sino todo lo contrario. Habían estado contenidas y trabadas detrás de mis ojos durante demasiado tiempo.
Deshecha por dentro, conseguí pedir un taxi por teléfono que me llevara hasta casa, y en una hora más o menos estaba cruzando la puerta, anegada en mis propias lágrimas ya sin que nadie me viera, lanzándome sobre la desierta cama de matrimonio de la habitación.
Hecha un ovillo entre las sábanas, como para absorber todo aquel daño, conseguí tranquilizarme poco a poco. Lloraba porque amaba a Silver, porque le echaba de menos, porque le odiaba y porque me sentía la peor persona del mundo. Y para más inri, en ese momento yo no era muy consciente de aquellos motivos…así que encima lloraba desaforada, con esa sensación tan desagradable y negra que es llorar sin saber por qué.
Pero, como les digo, finalmente conseguí tranquilizarme, y apagué la luz—se me habían hecho ya las dos de la madrugada—para intentar conciliar el sueño.
Estaba más tranquila, pero lo de dormir era otra cuestión.
No me van a creer lo que hice.
En vista de que no hacía más que dar vueltas y cada vez estaba más insomne, me levanté de la cama, me puse unos vaqueros y una camisa, y me monté en el coche. Puse la radio, y me dejé llevar por la música devorando los kilómetros que me separaban del lugar que supe de pronto que necesitaba visitar…
A lo mejor ya se imaginan dónde terminó mi viaje.
.............
Estacioné el coche con cuidado junto a un bloque de casas de ladrillo al que había acudido varias veces, hacía ya más de diez años, cuando todavía no tenía ataduras de ningún tipo. Me costó un poco encontrarlo porque el entorno había cambiado bastante desde entonces—habían construido más casas y había menos árboles—pero finalmente lo logré, y me dije a mí misma: "es aquí, Malena. No hay duda".
Aparqué y me di cuenta de que no sabía exactamente que hacía yo allí. Mientras conducía había sentido apremio, como si lo más importante del mundo fuera llegar a mi destino. "Bien, ya he llegado. Y ahora… ¿Qué hago?"
Deslicé la mano dentro de mi bolso para coger el paquete de tabaco; al hacerlo, mis dedos tropezaron con el borde impertinente y cortante de una hoja de papel. Saqué el dichoso papelito que parecía haber querido llamar mi atención…Joder, era la nota de Silver. El cabrón no me dejaba tranquila.
«La he llevado conmigo durante todo este tiempo (refiriéndose a la lágrima de cristal, el colgante que yo había perdido en su casa mientras hacíamos el amor), espero que no te importe que te la devuelva con retraso. Te quiero.
Silver»
Y, como recordarán, un número de teléfono garabateado apresuradamente junto a la firma.
«Qué coño haces, Malena, guarda el móvil ahora mismo» me sorprendí gritándome a mí misma como una esquizofrénica «Suéltalo antes de que sea tarde». El teléfono me quemaba entre los dedos. «¡¡No marques ese número, ni se te ocurra llamarle!!» exclamaba desesperada mi conciencia. Pero yo…
...Mande a tomar por culo mi sentido común, y marqué el número que aparecía al pie de la nota.
No podía volver a casa sin más, no me hubiera perdonado nunca no llamarle después de haber llegado hasta allí.
Pensé que con suerte no me lo cogería… pero apenas después del segundo tono su voz me llegó inconfundible desde el otro lado, algo débil eso sí, con una nube de zumbidos mecánicos de fondo.
—¿Sí?
No parecía ni dormido ni despierto. El mismo tono neutro de siempre que tanto me excita.
Tardé un tiempo en contestar, sin estar segura de que quisiera hacerlo, llena de miedo, sin tener ni puta idea de qué decir, odiándome a mí misma por haber llamado.
—¿Hola?—preguntó la voz de mi amigo, insistiendo contra mi oído.
Tragué saliva.
—Silver, soy Malena—acerté a decir con un hilo de voz.
Mi amigo guardó silencio al otro lado durante lo que a mí me parecieron horas, pero supongo que sólo fue un breve lapso de tiempo.
—Hola—murmuró al fin con suavidad—qué sorpresa…
—Hola—volví a decir como una tonta.
Otra vez un breve silencio sujeto con alfileres, sólo relleno por el aura de zumbidos que envolvía nuestra distancia.
—Me alegro de oír tu voz—dijo, provocándome un estremecimiento.
—Y yo de oír la tuya…—admití, maldiciendo mi falta de orgullo. Y añadí sin saber por qué —estoy en la cueva del lobo.
—¿En la cueva del lobo?—inquirió sin comprender.—¿y eso dónde está?
Me detuve unos segundos antes de responder. No, él jamás vendría a buscarme.
—En realidad no estoy dentro, sólo frente a ella—murmuré—estoy frente a un bloque de pisos a las afueras de la ciudad, uno de los cuales ganó tu padre en una apuesta hace ya tiempo…¿sabes ya a qué me refiero?
Silencio insondable de nuevo al otro lado.
—¿Lo dices en serio?—murmuró por fin, su voz aleteando en un leve temblor.
—Sí.
—¿De verdad estás ahí?—insistió con un deje de incredulidad.
—Sí, Silver. Estoy aquí mismo.
—Vale—me dijo de pronto, con una resolución que me alarmó—Hazme un favor, no te muevas de ahí. Estoy yendo para allá ahora mismo.
La mano que sujetaba el teléfono se me quedó fría.
—¿Qué dices?—solté con terror—¡no vengas!
Me pareció que mi amigo sonreía al otro lado.
—Maleni, tengo que ir—repuso con calma—no iba a pagarme un hotel teniendo una casa donde dormir esta noche… me has pillado conduciendo hacia allá, llegaré en diez minutos.
—Pero…
—Por favor, sólo no te vayas.
Y sin más colgó. Supuse que lo mismo se había encontrado con la policía—las multas por utilizar el móvil al volante son terribles, ya saben…--o que el muy hijo de puta simplemente quería dejarme así, con las bragas caladas y el alma temblando en un hilo.
Observé cómo se apagaba gradualmente la luz de la pantalla de mi móvil, mis ojos fijos en ella sin llegar a verla. Cuando por fin se hizo la oscuridad y el aparato quedó como un trozo de acero inanimado, volví en mí y empecé a fumar como una loca.
No podía dejar de mirar por la ventanilla; las manos me sudaban y mi pie derecho temblaba sobre el pedal de freno constantemente, dudando entre sujetar el coche, quitar el freno de mano y salir de allí pitando, como si el haber cubierto aquella distancia a horas intempestivas no hubiera sido más que un mal sueño, o quedarme allí plantada esperando cualquier cosa que pudiera ocurrir. Me encontraba bloqueada, como si mi cuerpo estuviera sujeto por unos hilos invisibles que no dependían de mí, diluyéndose en la nada todas las órdenes procedentes de mi cerebro.
Aproximadamente quince minutos después, capté el sonido de un motor que se acercaba, y casi de inmediato vislumbré la luz de unos faros iluminando la calzada cuando un vehículo color negro brillante dobló la esquina, a escasos metros de donde yo me hallaba. Me agazapé dentro del coche intentando no ser vista, pero sin querer perder ni un detalle, tratando de adivinar la silueta que maniobraba tras la ventanilla, sentada al volante.
El coche aparcó cerca de donde yo me encontraba y frenó con un ruido seco. Escuché cómo se apagaba el motor, el corazón latiendo tan fuerte y rápido que me dolía en el pecho. Sin atreverme a mover un músculo, observé en total silencio la silueta que abandonaba el vehículo y accionaba el cierre centralizado con la llave-mando a distancia.
Allí estaba, a escasos metros de mí, sin verme todavía.
Iba vestido con ropa diferente a la que había llevado en el concierto. Tan sólo llevaba unos pantalones destrozados y una cómoda camiseta de manga larga, sin más dibujo que una red "atrapasueños" roja sobre fondo negro en la espalda. Su silueta huesuda se recortaba contra la fina tela y su pelo aleteaba a causa del viento de la noche mientras él escrutaba las sombras, intentando penetrar la oscuridad con los ojos entornados, mirando a ambos lados de la calle desierta.
Yo le observaba desde la seguridad oscura de mi coche, como una espía poco versada en el arte del camuflaje.
Sin moverse del sitio, extrajo de su bolsillo un pequeño objeto metalizado—su móvil, comprendí—y lo sujetó en su pálida mano para pulsar las teclas con decisión.
Justo en ese momento, mi propio teléfono -que había resbalado de mis manos sin yo haberme dado cuenta- vibró con descaro justamente entre mis piernas como si le fuera la vida en ello. Sujetando aquella cosa indiscreta que ardía y protestaba en mis manos, reclamando imperiosamente mi atención, sentí que algo horrible iba a ocurrir aquella noche.
«No creo que exista el cielo ni el infierno, porque los actos de los hombres no merecen tanto» escribió Borges. Con esta idea que atravesó mi aturdida mente como un relámpago, mis dedos salieron disparados por fin hacia el botón verde de recepción de llamada.
—¿Sí?…—contesté, respirando fuerte a causa de la tremenda descarga de adrenalina.
—Malenita, ¿dónde estás?
Su voz fue tan dulce como un beso.
—Espera un momento—murmuré, y corté la comunicación para abandonar despacio mi escondrijo con paso vacilante.
Silver me distinguió en la oscuridad y caminó hacia mí con una mueca dibujándose en sus labios apretados, como si no estuviera seguro de querer sonreír del todo.
Sin decir una palabra, sin preguntarle, me lancé con violencia hacia sus brazos, estrellándose mi cara contra su pecho que subía y bajaba, apretándome contra él hasta el punto de sentir el latido de su cuello contra mi mejilla. Le besé fugazmente en el hueco sobre la clávicula y metí la nariz ahí para envenenarme del todo con su olor.
—Malena…—murmuró—¿Por qué te fuiste así?... ¿fue algo que hice?
Mis brazos se cerraron en torno a su espalda y mis dedos repasaron con ansia el contorno de su cintura, palpando las costillas, ascendiendo por su columna vertebral. La respiración de él aumentó en ritmo y en intensidad; dejó caer su barbilla sobre mi hombro y me tomó por la cintura como si de pronto volviera a la vida, sin importar lo confundido que pudiera sentirse. Parecía que de pronto le faltaba aire hasta que, finalmente, emitió un suave quejido y me estrechó con fuerza contra su cuerpo... y, de manera un tanto ruda (más bien torpe) comenzó a mover las manos para acariciarme por los costados, la cintura, la espalda. Caricias de fuego... tenía fuego y hambre en las palmas de las manos.
—Silver… quizá no debería haber venido…
—No digas eso—respondió inmediatamente, acrecentando el ritmo de sus caricias y clavando las yemas de los dedos en mi ropa. Cabronazo.—te he echado tanto de menos…
Seguimos así durante algunos minutos, en silencio, sólo abrazándonos y tocándonos como si tratáramos de fundirnos el uno con el otro. Aunque yo, además, le tocaba para volver a sentir cada accidente geográfico en su topografía (me los sé de memoria), demostrándome a mí misma que, al menos, aquella noche él no desaparecería y que ahora estaba allí, conmigo, y que era real.
—Ven—murmuró, separándose de mí con suavidad—vamos
a casa.
"Ya estoy en casa" pensé, refiriéndome al calor entre sus brazos (el hogar de mi conciencia). Maldije inmediatamente mi estupidez.
De cualquier modo, tomé la mano que me ofrecía y le seguí hasta el portal acristalado que tan fielmente recordaba, traspasando la puerta tras él, caminando detrás de sus pasos sobre el suelo de mármol hasta el ascensor.
Subimos al tercer piso sin querer mirarnos a la cara.
Una vez hubo abierto la puerta de la casa, me hizo una seña para que pasara antes que él, y me encontré súbitamente envuelta por la luz verde de ciudad esmeralda en el recibidor.
—Todo está igual…
—Sí—murmuró detrás de mí, cerrando la puerta suavemente.
Sentí sus pálidos brazos rodeando con firmeza mi cintura desde atrás, su estómago presionando suavemente mi espada.
—Cómo deseaba volver a estar aquí contigo…—musitó.
Le falló la voz. Me abrazó más fuerte y se inclinó como para decirme algo al oído, pero en lugar de eso me lamió de pronto el lóbulo de la oreja con ansia. Me mojé al instante al sentir las pasadas resueltas de su lengua húmeda y caliente, y me estremecí cuando mantuvo aquel pedacito de carne unos segundos entre sus dientes antes de separar su boca de mí.
—Lo siento, Malena—jadeaba junto a mi oreja empapada—no lo he podido evitar…
Volví a sentir la punta de su lengua esta vez detrás del pabellón auricular, en el inicio del cuello. Me acarició allí tímidamente, despacio, saboreando mi piel. Emitió un quejido y apretó sus caderas contra mi culo, presionando en mis vaqueros una incipiente erección. Vibré al contacto de su rabo endurecido, e instintivamente separé las piernas, perdiendo yo también el control de mi respiración.
Levanté la mano para llegar a ciegas hasta su sedoso cabello, mientras él continuaba mordisqueando mi cuello con ansia contenida. Tantee y acaricié su cara, dibujando en mi cerebro con las manos el contorno de los abruptos rasgos. La mano derecha de él se cerró trémula sobre mi pecho derecho, apretándolo por encima de mi camiseta como una tenaza.
—Silver, me estás matando—alcancé a decir, sacudiendo con mi aliento las hebras de su cabello que me acariciaban la cara.
Él resopló, hundiendo aún más la piedra de su entre pierna en el puzle de mis vaqueros. La mano que tenía sobre mi pecho se revolvió buscando mi pezón y, cuando lo encontró, lo pellizcó con fuerza entre sus dedos índice, pulgar y medio por encima de la delgada tela.
—Ah… cómo me gustaría lamerte…—murmuró mientras retorcía mi pezón, arracándome un prolongado gemido mientras yo imaginaba su lengua rebotando contra el rosado garbanzo que oprimía entre sus dedos. Gemí, y sin poder evitarlo separé las piernas todavía más. Inmediatamente, su mano se deslizó hasta mi estómago jugando bajo la tela de mi camiseta, al borde de la cinturilla de mis vaqueros.
—Silver, me estás...
—No llevas sujetador…—rezongó, culeando un poco contra mí—tú sí que me vas a matar a mí…
Deslicé mis dedos hasta su culo tenso que insinuaba pequeños embates, empujando y dirigiendo contra mí aquel rabo ya completamente duro como si Silver tratara de enchufármelo por algún lado (por donde fuera). Sujeté con fuerza aquel glúteo de acero accesible a mi mano y lo atraje hacia mí, sintiendo como se movía de lado a lado como queriendo hacer sitio para que aquella verga se incrustara en mí a pesar de la ropa. Me retorcí de gozo y me incliné un poco hacia delante para darle más (y para sentirle más), separando mi espalda de su torso y pegando el culo a su pelvis. Con un gemido ronco, Silver me asió de las caderas con ambas manos y me atrajo más aún hacia él, acoplándome a su polla.
—Vamos a la cama—murmuró en tono imperioso—por favor, Malena, ven a mi cama, por favor. Por favor…
Por toda respuesta, gemí y me dejé arrastrar por él con los ojos cerrados atravesando el pasillo. Cómo decirle que no.
No me dejó traspasar la puerta del dormitorio. Se precipitó hacia mí incrustando de nuevo su miembro entre mis piernas, ahora escachándome contra la pared pero mirándome a la cara. Entreabrió la boca para tomar aire a milímetros de mi boca y me lamió los labios con furia, con locura; me metió la lengua, me mordió, me besó y me absorbió el aire hasta dejarme sin respiración.
—Silver, esto no está bien…—jadeé cuando por fin apartó sus labios de los míos, aún unidos ambos por un débil hilillo de saliva.
Con su mano izquierda tomó mis dos manos, como impulsado a hacer algo diabólico al oírme decir aquello, y las sujetó clavándolas en la pared por encima de mi cabeza.
—¿No está bien?—murmuró en mi boca, la voz sacudida por el deseo. Con la mano derecha, levantó la tela de mi camiseta por encima de mis pechos desnudos.
Comenzó a lamerme los duros pezones con desesperación y con hambre, uno y otro, como si no tuviera claro por cual decidirse. Su brazo izquierdo seguía elevado sujetando mis manos contra la pared, y en esa posición mis tetas se agitaban como turgentes globos justo delante de su cara. Hundió la cabeza en mi pecho izquierdo, trazando húmedos círculos de fuego en el pezón que antes había sellado con sus labios succionándolo con fuerza. Hizo una pausa para humedecerse en la boca los dedos de su mano derecha, y, mientras volvía a enfrascarse en la tarea de comerse de nuevo la turgencia de mi carne, pellizcó con fiereza mi otro pezón y lo retorció sin piedad entre los insalivados dedos.
—Ahhhhmmm…Silver…para, para, por favor…—rogué, sintiéndome morir—tengo un marido, tengo una vida…
Súbitamente su mano abandonó mi pezón deliciosamente húmedo y dolorido. Sentí con horror como él me desabrochaba los pantalones y me los bajaba bruscamente. Metió con furia una rodilla entre mis piernas, forzándome a separarlas más aún, y empezó a frotar mi coño con frenesí por encima de las bragas.
—Tendrás lo que tengas, pero estás empapada…—murmuró, llevándose a la nariz la palma de su mano que se había calado de jugos a través de la fina tela.
Tras esto volvió a la carga y de una vez me bajó las bragas hasta las rodillas. Repasó con su dedo medio la raja de mi coño, jugando a deslizar la punta de cuando en cuando entre los tembloros pliegues y matándome con ello, dejándome inflamada, sensible y abierta, con la piel irritada por la fricción anterior. Me metió la lengua en la boca y yo le respondí (¡cómo no hacerlo!), pensando que de mi coño iban a salir chispas a medida que con sus rápidas caricias su enhiesto dedo se abría paso buscando mi ya abultado secreto, moviéndose con una determinación arrolladora.
Yo jadeaba con las manos aun sobre mi cabeza fuertemente sujetas a la pared, golpeando mi culo contra ella y pensando que iba a mancharla de jugos y sudor, sintiendo el gotelé incrustándose en mi trasero como pequeñas agujas romas y resecas. Mi clítoris se endurecía y palpitaba contra la punta del dedo que Silver rodaba en mi humedad; mis caderas se movían buscándole y queriendo más velocidad, más contacto y más rudeza. Podía sentirle a él resollando contra mí y calentándose por momentos, apartando de cuando en cuando su dedo para restregar con los pantalones puestos su paquete duro directamente sobre el charco de mi coño. Se movía contra mí como animal en cautividad, de alguna forma enjaulado y luchando por reprimirse, por ir más despacio y no destrozarme el coño a pollazos allí mismo contra la pared.
—¿Me vas a dejar que te folle, Malena?—preguntó, clavándome iracundo su erección una vez más, manteniendo ahí aquella piedra que resultaba áspera entre mis pétalos húmedos y tiernos—¿Te apetece que te folle?
Emití un ronco gemido al escucharle decir aquello.
—Eres un cabrón…—musité, con los ojos cerrados, abriendo aún más las piernas para recibirle.
—¿Sí?…—sonrió, acariciándome la cara sin dejar de empujar—No lo creo… aunque podría tratar de serlo.
Elevé las caderas para acoplarme mejor al vaivén de las suyas; no me era posible abrir demasiado las piernas porque la goma de mis bragas me estaba cortando la circulación un poco más abajo de las rodillas.
—Ven aquí—dijo con voz tensa, liberando mis manos. Prácticamente me arrastró dentro del dormitorio, y de un empujón me lanzó sobre la cama.
Se arrodilló jadeando entre mis muslos y me arrancó violentamente la camiseta que llevaba. Acto seguido tiró de mis bragas y cuando me quise dar cuenta, las tenía estrujadas contra mi nariz, asfixiándome.
—Huele tu coño, Malena—jadeó—Huele tu jodido coño y ten el valor de decirme que no te gusta lo que está pasando.
Me revolví con ansiedad bajo la inquebrantable presión de su brazo. Trate de coger aire desesperadamente y aspiré de forma inevitable el olor duro y animal a hembra cachonda que se desprendía de mi prenda íntima. Traté de zafarme pero él no me dejó, apartando con brusquedad mis manos con el brazo que le quedaba libre.
Cuando ya comenzaba a marearme inmersa en mi propio olor, Silver retiró por fin el buruño arrugado de encaje y se quedó quieto, mirándome a los ojos con un ligero temblor en su labio superior.
—Dime ahora, en la cara, que no siga. Dime que pare y lo haré—resopló, mientras su pecho subía y bajaba perlado de sudor.
Sentí ganas de llorar.
—Te quiero, Silver—fue lo único que pude responder.
Él esbozó una sonrisa de cálido afecto y acopló mis caderas y mi culo desnudo sobre sus rodillas. Aún mantenía sus pantalones puestos.
—¿Recuerdas cuándo eras sólo mía?—murmuró.
—Sí…—asentí, enfrentando con valentía su mirada.
Se echó ligeramente hacia atrás para volver a sumergir sus dedos en las humedades de mi coño, que le respondió al instante jugoso y abierto como una boca insaciable. Mientras yo gemía y movía las caderas en torno a los masajes de sus dedos, él me preguntó:
—¿Quieres volver a ser mía ahora?...
Me estremecí y busqué su otra mano con la mía por encima de la colcha. Me apretó la mano con firmeza, mientras posaba sus labios de nuevo con dulzura sobre mi boca.
—Y yo también te quiero…—murmuró, exhalando su cálido aliento sobre mis labios-¿me has echado de menos?
Negué con la cabeza, tratando por un momento de esquivar su dulce y doloroso beso, que agitaba mi sangre sólo con sentirlo cerca. Prefería que me hiciera daño, que me pegara, que me diera alguna excusa para insultarle.
—No dices nada, mi pequeña.
Dios mío.
Me besó con suavidad las mejillas, la nariz, los párpados, la frente. Me llenó el rostro de pequeños besos leves pero intensos, mientras que con su dedo índice secaba en mis ojos el asomo de una lágrima.
—Maleni…—murmuró.
—Sí, te he echado de menos—sollocé entre jadeos sin poder evitarlo, muerta de vergüenza (y muerta porque me follara y volverle a sentir)—mucho.
—¿Volverás a ser mía entonces?—preguntó, sin dejar de besarme de aquella manera, con inmensa ternura—déjame compensarte por todo el daño que te he hecho…
Asentí con la cabeza, dejándome llevar por el placer que me daban sus caricias. Lentamente, sus dedos volvían a abrasar mi vientre como lenguas de fuego, devorando la piel, encaminándose de nuevo al territorio prohibido entre mis piernas, donde a pesar de mis lágrimas continuaba ansiosa por acogerle.
—Déjame hacerlo—murmuró, extendiendo por la cara interna de mis muslos los fluidos de mi coño que empapaban sus dedos—Compensarte. Castigarte. Lo necesito...
Bajó con sus labios de nuevo hasta mis pezones, y continuó circundando las dulces areolas con la lengua.
—Deja que te tome por todos los agujeros. Deja que te folle la boca, el coño y el culo…
Mi espalda se arqueó recorrida por un escalofrío repentino que casi me dejó sin respiración. Instintivamente abrí mis piernas todo lo que fui capaz, y empujé levemente su cabeza para dirigirla hacia mi pulsante sexo que se encontraba sobrecargado y rojo, terriblemente excitado.
—Fóllame—demandé con la poca voz que me llegaba—con los dedos, con la lengua y con la polla.
—Vale—rezongó Silver lamiéndome de nuevo los pezones, enervado tras escuchar mi petición—como tú quieras…con la lengua, con los dedos y con la polla.
En aquel momento pareció que el tiempo había retrocedido. Me sujetó los brazos contra el colchón y descendió con sus lamidas, bañando mi cuerpo en saliva como si quisiera comerme, rozando con sus dientes la parte inferior de mis pechos, la trémula piel de mi estómago, el hueco de mi ombligo… Resoplaba y frotaba su brutal erección contra mi muslo desnudo, moviendo las caderas, haciendo rechinar el viejo somier de muelles de la inmensa cama.
Cuando las personas dejamos de lado la razón y actuamos bajo la casi total influencia de nuestro instinto, me gusta pensar que cada uno de nosotros es poseído por un animal diferente. No tenemos miedo a dejar salir nuestra propia esencia, y podemos convertirnos en elegantes sementales árabes, en yeguas de vagina abierta y chorreante, en cerdos o cerdas, en monos obsesos, en aves rapaces, o incluso reptiles. En ocasiones anteriores les comenté que Silver era un lobo, pero lo es sólo cuando está tranquilo. El animal que le define, que gobierna en él cuando está excitado es, sin duda, un león. Un león callejero, poco habitual, solitario y salvaje, capaz de devorar con sus fauces de fuego cualquier cosa que encuentra a su paso. Ruge y se mueve con pasión y nobleza del momento: un león atípico, de larga melena negra, frágil según se mire y, a pesar de ser aún joven, lleno de marcas de batalla y cicatrices en su piel y más adentro. En ese momento, ese león devoraba mi cuerpo como si quisiera desgarrarlo para tragarse mi espíritu.
Por fin podía ser yo misma aferrada a su espalda, agitarme debajo de él sin temor a sobrepasar ningún límite, frotando mi vientre contra el suyo, arrancándole con las uñas la piel.
Mi amor, Mi Silver. Por fin… Él.
Como si estuviéramos peleando en una jungla de barro, sin mediar palabra le propiné dos sonoras bofetadas en cuanto tuve ocasión—cuando él por fin tuvo a bien liberar mis manos, que soltaba y volvía a sujetar contra el colchón una y otra vez—que él no quiso devolverme. Le pegué fuerte en la cara, con odio y con pasión, por todas sus ausencias, como si tratara de cobrarme en carne el inmenso sufrimiento que me había hecho pasar en los últimos años. No era la primera vez que le pegaba, pero nunca antes había estrellado mi mano con tal saña, tratando realmente de dañarle. Por eso no me las devolvió, porque se dio cuenta de que le pegué porque estaba desfondada. Le pareció que simplemente debería aguantarlas, retenerlas sin más en la piel como pago a la traición.
Cuando le crucé la cara, sólo se detuvo un momento en sus empujones para apartarse un mechón de pelo de la frente y me miró sonriendo. A continuación volvió sinuoso y redobló la fuerza de sus caderas, como se dice vulgarmente "cosiéndome al colchón".
—Mi niña—murmuró mientras se desabrochaba los pantalones, para dejar sitio a aquel bulto que le reventaba entre las piernas—¿Ahora me odias…?
Observé, excitada, cómo revolvía los dedos nerviosos en el botón de sus vaqueros, colocándose el paquete, arrodillado frente a mí sobre el colchón y lidiando con cierta dificultad con su pollón erecto. No quiso ir más allá y me observó a su vez, de rodillas en la cama, el torso cubierto de sudor estremecido por las rápidas respiraciones.
—No…—respondí—no te odio…
Esbozó una sonrisa de ángel caído. Rápidamente se sacó los pantalones y los boxer, quedando totalmente desnudo frente a mí. Clavé mis ojos en su enrojecido miembro cuya punta se me ofrecía ligeramente humedecida, aún oscilante por causa del movimiento al retirar la goma del calzoncillo. Qué apetecible se me antojó, lectores, qué ganas tuve de chupar aquella tranca y de metérmela en la boca en todo su grosor, hasta la misma garganta…
Gemí deliberadamente y me froté contra su pierna, para demostrarle en qué estado se hallaba mi trepidante coño que tanto le echaba de menos.
Emitiendo una especie de gruñido con el que me mostró parte de sus dientes, se precipitó hacia la hondonada entre mis piernas sujetando mis rodillas con ambas manos para mantenerme bien abierta. Ladeó la cabeza y deslizó la totalidad de su lengua a lo largo de mi enrojecida raja, más que maltratada por los despiadados frotamientos—hubiera sido capaz de meterme el pico de una mesa en aquellos instantes—, deleitándose con su sabor y horadándola despacio. Su lengua empujó contra mis tiernos labios menores, separándolos y culebreando entre ellos suavemente para abrir camino y alcanzar el tesoro que guardaban.
Yo le recibí encantada, levantando el culo para facilitarle la exploración… pero él me dejó caliente, separándose bruscamente de mí, y se movió por el colchón hasta situarse a la altura de mis hombros.
—¿Quieres probarme a mí, Malena?—preguntó tenso, con los ojos brillantes.
—hmmmm…—emití por toda respuesta, deseando sentir follándome la boca aquel rabo húmedo y caliente.
Pero en lugar de su polla fue su sudoroso ano lo que me dio a probar, cabalgándome la cara, casi asfixiándome con sus poderosas caderas y con el aroma a cuadra de su culo excitado.
Joder, no me esperaba aquello, pero me volvió loca…
Extendí mi lengua entre aquellas montañas de carne apretada para sentir el sabor de Él, metiendo la nariz en aquella dulce cloaca, humedeciendo los pelos que se interponían ante mí como hilos tensos flanqueando aquel agujero.
Silver revolvió su trasero contra mi boca. Noté como se agarraba la polla y comenzaba a acariciarse a ritmo contenido, estremeciéndose de placer, echando hacia atrás la cabeza hasta que las puntas de su larga melena rozaron mi cabeza.
Yo movía la lengua frenética, tratando de introducirla cada vez más adentro, luchando al mismo tiempo por respirar sepultada entre sus nalgas y empapándome de oscuras bocanadas de aroma prohibido a culo, saliva y sudor.
Se inclinó hacia delante para comenzar de nuevo a comerme el coño, con lo que separó un poco el trasero de mi cara. Pude sentir entonces cómo la piel de sus pelotas repletas rozaba mis labios y rebotaba contra ellos dulcemente. Sin pensármelo dos veces insalivé aquella tensa bolsa testicular, esforzándome por recorrerla con mi lengua tanto como el reducido espacio me permitía, con lo que le arranqué a Silver gemidos de cálido aliento sobre mi coño en flor. Volvió a agarrarse la polla mientras yo le lamía los huevos, moviendo con frenesí sus caderas adelante y atrás, frotando su culo y su periné contra mi cara.
—Cómeme el culo—me ordenó, separándose las nalgas y posicionándolas de nuevo exactamente sobre mi boca húmeda y jadeante—cómeme el culo otra vez.
Me recosté sobre la almohada y desplacé un poco mi cuello hacia delante para no sacar mi lengua de su agujero mientras él se lanzaba de nuevo sobre mi coño, arrancándome inmediatamente un estentóreo orgasmo, lamiéndome enardecido mientras yo saboreaba las delicias de su ano.
Me corrí comiéndome su culo; me corrí fuerte, dando tumbos sobre el enorme colchón mientras la lengua de Silver comenzaba a golpearme frenéticamente el clítoris para que aquel orgasmo siguiera, y siguiera...
Oh, dios mío. Menuda corrida. Cuánto tiempo llevaba yo sin sentir aquellas contracciones, aquel descontrol salvaje, aquella excitación acalambrando todo mi cuerpo.
En plenas sacudidas conseguí meter un dedo dentro de ese culo que gozaba rebotando sobre mi nariz, y traté de asir con mi otra mano el rabo que penduleaba gracias a las sacudidas de pelvis. Silver gimió y se irguió entonces, dejando tranquilo mi coño para gozar libremente, rebotando neumático sobre mi cara y frotando sus pelotas contra mi boca abierta, clavándose en mi nariz mientras guiaba mi mano cerrada sobre su polla dura como piedra.
—Te gusta.—No supe si aquello era una pregunta o una afirmación.
—¡¡¡Hmmmmmmmmmmmmm!!!—asentí de cualquier modo con la lengua afanada en sus profundidades, con toda la vehemencia que pude, por si no quedaba claro que lo estaba disfrutando como una cerda en charco de barro.
—Joder…—gimió, moviendo sus caderas en rápidos círculos.
Le notaba duro, palpitante, cerca del orgasmo. Qué caliente estaba. Si yo le decía en aquel momento, de viva voz, que me encantaba el sabor de su culo, hubiera podido correrse allí mismo.
—Malena, joder…—echó hacia atrás la cabeza, con los ojos cerrados, el largo cabello desparramado sobre su espalda cubierta de sudor—Ahmmm… mmmhg… Uffff… jo-der…
Separó más las piernas poseído por el inmenso disfrute y su abdomen se contrajo. La polla le estallaba, el dulce capullo cargado de humedad que yo no podía mamarle aunque quisiera por estar comiéndome su culo. "Se va a correr…" pensé, detectando la inminente tormenta que se avecinaba anudada en su ombligo.
—Malena—bufó justo antes de estallar—
Mía
.
Qué pena que sólo me poseyera a momentos. Qué pena pertenecerle sólo a momentos pero, en honor a la verdad, no sé si yo podría darle más que eso. No como él lo quería.
Dijo mi nombre mientras se corría. Dos, tres veces. Desde mi posición pude sentir cómo su cuerpo se rendía finalmente al placer y por fin su leche chorreaba yendo a salpicar mi estómago.
.....................................
—Necesito saber dos cosas.
Levanté los ojos hacia Silver y afronté su tensa mirada con valentía. Qué malo es el post orgasmo, ¿verdad, señores?
—Sólo dos cosas, Malena—insistió.
Asentí. El dulce olor a pestilencia y sexo duro aún me envolvía haciéndome estremecer.
—Una…--continuó—¿Qué sientes por mí?
Formuló la pregunta y me miró expectante, los músculos de su cara en tensión en torno a la fina línea de su boca.
—¿Qué siento por ti?...—musité sin saber en un primer momento qué respuesta deseaba él escuchar—…pues lo que he sentido siempre. Ya te lo he dicho.
—Dímelo otra vez, Malena—me exhortó en voz baja, aún jadeante—quiero oírlo ¿Qué es exactamente lo que sientes por mí?
Bajé los ojos, sintiéndome atrapada.
—Pues...cariño, admiración, no sé…
—¿No sabes?—murmuró—Yo siento amor por ti. ¿Qué es lo que sientes tú?
—No te creo—me revolví bajo su cuerpo, que volvía a apresarme contra el colchón—¿Cómo estás tan seguro de que sientes amor? ¿Acaso sabes lo que es eso?
Mis palabras sonaron doloridas en medio de aquel olor perverso. Qué extraño aire respiré entonces.
—Sé lo que es para mí—respondió Silver, sonriendo ligeramente por primera vez desde que había comenzado a hablar—tal vez no sea el amor enlatado, el que nos venden todos los días envuelto en un bonito papel de colores…pero tiene que ser amor, porque siento que sin ti mi vida vale muy poco. No hay nadie que me haya hecho sentir eso jamás. Eso es el amor para mí—añadió, fulminándome con la mirada.
Eso era amor para él, dijo.
Quise llorar de rabia. Sentí deseos de pegarle otra vez y de salir huyendo, pero le quería tanto… ¡Cómo tenía la cara dura de mentirme de ese modo! Si realmente él sentía aquello que aseguraba jamás me hubiera
(hecho sentir abandonada)
abandonado.
—Vamos pequeña, dime, ¿qué sientes tú?—insistió.
--Me da igual—dije sin mirarle, aún cachonda a mi pesar, el coño palpitante como la herida que tenía dentro.
Sonrió y me acaricio la cara, obligándome de nuevo a girarla hacia él para que se encontraran nuestros ojos. Me resistí.
—No, Maleni—murmuró—Si te diera igual no te importaría decírmelo.
Aquello era demasiado. Me tenía donde él quería, boqueando contra las cuerdas.
—¿A qué viene ahora tanta insistencia?... ¿Por qué quieres hacerme daño?—solté, haciendo fuerza contra su mano para mantener mi rostro mirando hacia la pared--¿Por qué quieres que te diga que te amo? ¡Déjame en paz!
Se inclinó hacia mí y me besó en la mejilla. El beso más dulce que me han dado en mi vida, se lo puedo asegurar.
—¿Tanto daño te hace lo que sientes?
Una lágrima rodó quemándome la piel por encima de su beso. Después otra, y otra. No podía controlarlas. Era como si el nudo que tanto me apretaba en la garganta se hubiera deshecho, con inmenso dolor.
Qué vergüenza. Humillada por mis propias lágrimas. Humillada sólo y únicamente por mí misma, por el fracaso de no poder esconder la verdad que brotaba de mis ojos, por no poder frenar aquel torrente con una presa de hormigón armado.
—Tranquila, bonita—murmuró mi amigo, lamiendo mis lágrimas, curándome las heridas con su amor envenenado—déjalo salir…deja que salga…
—¡Joder!...—sollocé, tratando de esconder mi cara contra la almohada—sí lo siento— cómo deseaba decirlo, como me ahogaba ese tormento—siento amor por ti, Silver (eres un hijo de la grandísima puta).
Me estrechó entre sus brazos y respiró profundamente, con alivio.
—Mi amor…--musitó—Malenita, mi vida…
Se mantuvo unos minutos abrazado a mi respiración, incrustando su cuerpo sobre el mío, agarrándome con inusitada fuerza, su mano izquierda cerrada sobre mi cabeza tirándome del pelo. Le temblaban los brazos.
Sin poder evitarlo, destrozada pero feliz, busqué sus labios de fuego y nos besamos con furia a golpe de latido, nuestras lenguas entrechocando a pulso como dos espadas batiéndose en duelo para ver quién podía más.
--La segunda cosa que quiero saber es…--murmuró dulcemente cuando por fin se separó de mi boca-… ¿Confías en mí?
Noté como su mano se deslizaba entre mis muslos, y de pronto sentí la dureza de su dedo medio de nuevo atravesándome el coño. Gemí al notarlo allí alojado, quieto, como un objeto inanimado contra las húmedas paredes de mi vagina.
—¿Confías en mí?—repitió, introduciéndome el dedo aún más adentro.
Asentí tratando de controlar la respiración.
—No te oigo…--murmuró con los dientes apretados—necesito oírlo…
Con la otra mano tiraba tan fuerte de mi cabello --que aún tenía apresado, enredado entre sus dedos—que sentí como me dolían las raíces y se estiraba la piel de mi frente.
—Sí—me escuché pronunciar, abandonándome al doloroso placer—Confío en ti.
—¿Seguro?—preguntó, pasándose la lengua por los labios.
—¡Sí, joder!—exclamé, moviendo las caderas entorno a su dedo que continuaba clavado en mí, sin moverse. Por supuesto que confiaba. Quería pedirle a gritos que me diera más, que me lo diera todo, y sabía que él me lo daría…
(Silver, dame más por favor…)
Su dedo se follaba impertérrito mi recién corrido coño mientras él sonreía.
(¡Soy tuya!.. Tuya.)
—Bien—murmuró Silver, sacando su dedo de mis entrañas con suavidad—Entonces levántate, y ven conmigo, mi amor.
N.A:
SAGA DISPONIBLE EN WEB
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