Silencios iii
El amor puede ser una bendicion o una maldicion depemdiendo de quien lo entregue y como lo entregue.
Silencios
Mayt
Título original:Silences.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2004
—Eponin, he venido para ver a Gabrielle.
Eponin miró a Xena con emociones encontradas. Ephiny había comentado únicamente con Eponin y Solari lo que había observado en el establo entre Xena y Gabrielle.
—Xena, mis órdenes son no permitir que entres en el territorio de las amazonas.
Xena estaba decidida.
—¿Por mandato de Gabrielle?
—De nuestra regente.
—¿Y qué es lo que desea vuestra reina?
—No lo sé. Tu nombre no se pronuncia.
—Eponin, no me voy a marchar sin ver a Gabrielle.
—Xena, nadie sabe mejor que yo el daño que puedes hacernos a mí y a nuestras guerreras. No lo hagas. No obtendrás el favor de la reina si haces daño a sus súbditas.
—Pues envía a una mensajera y dile que estoy esperando aquí para ser escuchada.
—Interesante elección de términos, Xena. Está bien, se lo diremos, pero tú debes prometer acatar sus deseos.
—De acuerdo.
Eponin envió a una mensajera. Xena miró inquieta a la guerrera amazona.
—Ep, dime, ¿está bien?
—Xena, es cosa de Gabrielle decidir si responde a tus preguntas.
—Por favor —suplicó Xena suavemente.
—Mi reina está bien. Mi amiga no estoy tan segura.
Xena comprendió. La reina Gabrielle y la Gabrielle privada eran a menudo muy distintas. Mientras la reina hacía gala de una tranquila seguridad, la mujer se debatía con la carga del mando y las dudas inherentes a la toma de decisiones vitales para su pueblo, así como para sí misma. Sería más fácil si no le importara tanto.
Tanto Eponin como Xena se quedaron sorprendidas al ver llegar a Gabrielle. Simina caminaba a su lado. Gabrielle clavó la mirada en Xena. Con su aire reservado era el vivo retrato de una reina amazona. Habló con signos para que las dejaran a solas. Eponin dudó. Simina cogió a Eponin del brazo y le hizo un gesto para que se alejara. Eponin obedeció.
Gabrielle miró a Xena directamente a los ojos. Habló con signos. Simina lo interpretó.
—La reina ha dicho que se alegra de verte, Xena. Espera que estés bien.
Xena no apartó la mirada de Gabrielle.
—Quería verte. Tenía la esperanza de poder pasar un tiempo en la aldea.
—Por desgracia, no eres bien recibida.
Xena se enfadó.
—¿Eso es lo que deseas?
Gabrielle no pudo evitar notar que Xena estaba tan cortante como su espada.
—No, Xena, es el deseo de mis súbditas. Por eso he venido a verte yo. Respeto sus sentimientos.
—¿Qué les he hecho yo?
—Se trata de lo que creen que le has hecho a su reina.
—Así que me echan la culpa de tus lesiones.
—No, Xena, ponen en tela de juicio tu decisión de dejarme cuando lo hiciste.
—¿Quiénes son ellas para juzgarme?
—Xena, no digo que yo esté de acuerdo con ellas. Digo que como hermanas mías, les cuesta comprender tus actos.
—¿Los comprendes tú? Eso es lo único que importa.
—Creo que sí.
—Como reina, puedes enseñarles a perdonar mediante el ejemplo.
—Si comprendo por qué te marchaste, entonces no hay nada que perdonar y por tanto nada que enseñar.
—Por favor, Gabrielle. Quiero hablar contigo en privado. Sin intérpretes.
—Tendrás que aprender a hablar por signos.
—Enséñame.
—Requiere tiempo.
—No voy a ir ninguna parte.
—Ya veremos. Está bien, Xena. Puedes quedarte en la aldea. Te asignaré instructoras. Hablaremos cuando hayas aprendido.
Dicho esto, Gabrielle miró a Simina. Ésta asintió y llamó a Eponin. Simina dio instrucciones a Eponin para que acompañara a Xena a la aldea. Se envió a una mensajera para informar a las residentes de que la reina daba la bienvenida a Xena, la Princesa Guerrera, como a una invitada de honor.
Gabrielle se quedó mirando mientras Eponin y Xena marchaban por delante. No sabía qué otra cosa podía haber hecho. Conocía a la guerrera demasiado bien. A Xena no le podría haber dicho que no. Con todo, Gabrielle también sabía que ella tenía el poder de establecer los términos. Al dejar a Xena en manos de unas instructoras, Gabrielle conseguía tiempo. Necesitaba ese tiempo para calmar su corazón. En las lunas que habían transcurrido había empezado a definir una vida para sí misma aparte de la guerrera. Y sin embargo, al oír que la guerrera aguardaba para hablar con ella, la paz de la que empezaba a disfrutar se había visto en peligro. Su alma hacía gala de una fragilidad única ante Xena.
—¿Puede hablar? —respondió Xena sin dar crédito.
—Sí —afirmó Simina.
—¿Cuándo? ¿Cómo?
—Ha tardado. No siempre usa la voz. Es más fácil hablar con signos. Así no creo que piense que no la oyen ni la entienden. Usar una voz que ella no oye es muy distinto. Se ha esforzado mucho y cada vez lo hace mejor y es más valiente. Ahora, volviendo a ti. ¿Qué tal van las lecciones de lenguaje de signos?
—Pan comido —se jactó Xena.
Controlando su rabia, Simina fulminó a Xena con la mirada.
—Es lo único que tiene nuestra reina.
Desconcertada, Xena se dio cuenta de la soberbia de su comentario.
—Simina, no quería faltarle al respeto.
—Ten cuidado, guerrera. Aquí hay muchas personas que no comprenden por qué se te ha permitido volver. Honran a su reina tolerando tu presencia. No les pongas más difícil de lo que ya es la idea de aceptar la orden de Gabrielle.
Xena asintió.
—Será mejor que vuelva con mi instructora.
Xena vio a Ephiny cuando se dirigía al centro de la aldea. Aún no había hablado con la regente. Xena la llamó. Ephiny esperó a que Xena la alcanzara. La regente no estaba de humor para hablar con la guerrera.
—Ephiny, quiero saber por qué prohibiste que me dejaran entrar en la aldea.
Desde el punto de vista de Ephiny, Xena no había empezado bien la reunión.
—Xena, ¿qué derecho tienes a cuestionar mis órdenes?
—Si me afectan, tengo todo el derecho.
—Esto no es un desvío por el que puedas ir y venir como te plazca. Si te consideras amiga de las amazonas, debes aceptar las obligaciones que acompañan a esa amistad.
—Tales como...
—No abandonar a tus amigas cuando más te necesitan.
Xena no estaba dispuesta a aguantar el desprecio de Ephiny. Intentó defenderse.
—Tú no sabes lo que sentía. Sus lesiones...
Ephiny perdió la paciencia.
—No, Xena. Sí que lo sé. Oí lo que dijiste, aunque nunca se lo he contado a Gabrielle. Dime, cuando la miras, ¿qué es lo que ves? Si lo único que ves son sus lesiones, es que eres estúpida. Es una de las mujeres más capaces que he conocido en mi vida. Por el arco de Artemisa, cómo envidio su fuerza y su sabiduría. No hay una sola amazona en esta aldea que no la respete y admire por lo que es y lo que ha sido capaz de hacer. Ninguna de nosotras le ha mostrado lástima porque ella no nos lo ha permitido. Si sentimos lástima de alguien es de ti. Tú eres la que ha salido perdiendo. No, tú eres la que ha renunciado al mayor de los regalos. Has renunciado al privilegio de estar con Gabrielle. No sé qué buscas ahora que has vuelto. Pero déjame que te diga: por fuerte que parezca Gabrielle, lleva unas heridas mucho más profundas que las que recibió en combate. No me voy a quedar a un lado sin hacer nada viendo cómo le vuelves a hacer daño. Esta vez buscaré una forma de detenerte.
El autocontrol de Xena era endeble. Habló en un tono moderado y severo.
—¿Has terminado?
—Por ahora —Ephiny se marchó.
Xena la llamó.
—Ephiny.
Ephiny se volvió hacia Xena. Ésta continuó con absoluta sinceridad.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por ser amiga de Gabrielle.
Ephiny meneó la cabeza.
—Eso es lo último de este mundo por lo que se me deberían dar las gracias —la regente siguió su camino, esperando no sufrir más interrupciones por parte de la guerrera.
En el curso del siguiente medio ciclo lunar, Gabrielle y Xena se veían de vez en cuando y se hablaban con signos. Xena nunca oía la voz de Gabrielle dirigida a ella. Su trato era amable, pero reservado. El conocimiento de Xena del lenguaje de signos no había progresado lo suficiente para que las dos pudieran prescindir de una intérprete.
La meta de Xena era poder hablar con Gabrielle a solas y eso la motivaba para aprender rápidamente. Sus estudios mejoraron notablemente. Se presentó una mensajera en la cabaña de Xena. La reina solicitaba su presencia para cenar en privado. Xena aceptó. Dos guardias protegían la cabaña de la reina. Xena se preguntó cómo la iban a anunciar. En tono defensivo, declaró:
—Me esperan.
La guardia de más edad respondió:
—Puedes pasar.
Xena entró en la cabaña. Sobre una mesa estaba su cena de carnes, queso, fruta y pan. Gabrielle estaba sentada en la cama leyendo un pergamino. Aún no había visto a Xena, pero no tardó en percibir que no estaba sola. Gabrielle levantó la mirada y vio a la guerrera allí de pie, algo incómoda. Era la primera vez desde hacía más de tres lunas que estaban juntas a solas.
Aunque Gabrielle intentó controlar sus emociones cuidadosamente, en su interior estalló una tormenta. Gabrielle dejó el pergamino a su lado y se levantó. Se acercó despacio a su invitada. Xena esperó, sin saber cuál sería el gesto adecuado. Gabrielle siguió avanzando. A dos pasos de la guerrera, alzó los brazos e inició un abrazo, estrechando a Xena con fuerza. Xena no se esperaba ese recibimiento. Confusa, dejó los brazos colgando. Sólo cuando Gabrielle no dio muestras de querer soltarla, Xena se sintió segura para corresponder. Los brazos de Xena rodearon a la bardo por completo. Hundió la cara en el pliegue del cuello de Gabrielle.
Xena oyó a Gabrielle susurrar:
—Te he echado de menos —la voz de la bardo sonaba apagada, pero no había perdido emoción en absoluto. Xena respondió abrazándola más estrechamente. Lo que Gabrielle no podía oír, lo podría sentir. La guerrera estaba temblando. Su cuerpo le decía muchísimo a la bardo. Gabrielle se preguntó si Xena consentiría alguna vez en soltarla. Volvió a hablar—: Xena, espero que tengas hambre.
Ante esto, Xena sonrió. Aflojó el abrazo y retrocedió un paso.
—Hay cosas que nunca cambian.
Gabrielle no había podido leer los labios de Xena. Hizo un gesto negativo con la cabeza. Xena lo repitió con signos. Gabrielle sonrió. Señaló la comida y avanzó un paso hacia la mesa. Xena alargó la mano y capturó una de las de Gabrielle. La bardo se volvió para mirarla. Xena vaciló antes de hablar.
—Perdóname —Xena repitió la frase con signos. Gabrielle comprendió las dos cosas. Respondió con signos:
—Tenemos mucho de que hablar.
Xena se quedó parada. Gabrielle no le iba a conceder la absolución incondicional que ella esperaba. Xena recordó lo que había dicho Bennett acerca de que todo tenía un precio. Efectivamente, tendría que pagar, aunque no tenía ni idea de lo que se le iba a exigir. Gabrielle tiró de la mano de Xena, llevándola hacia la mesa. Había llegado el momento de comer y hablar.
La cena fue bien. Al principio su conversación, realizada toda mediante signos, confiando de vez en cuando en un pergamino, fue vacilante. En otro tiempo habían compartido tantas cosas con confianza. Esa confianza tenía que ser reconstruida. Concretamente, Xena sentía el peso que le suponía dar de sí misma para que Gabrielle hiciera lo mismo.
Xena empezó con cautela. Mencionó a Tianus. La reacción de Gabrielle ante el nombre del señor de la guerra fue difícil de interpretar para Xena. Ésta siguió contándole todo lo que había sucedido después de que se marchara de la aldea. Gabrielle prestaba atención, pero hacía pocas preguntas. Al enterarse de la muerte del hombre al final del relato de Xena, Gabrielle bajó la mirada. Al cabo de unos segundos, alzó los ojos hacia Xena y dijo con signos:
—Gracias por buscar y hallar justicia.
Xena asimiló las palabras. No sabía cómo se las estaba arreglando, de dónde sacaba las fuerzas para mantener la serenidad. Esta Gabrielle sentada ante ella parecía haber envejecido una década. Se comportaba con una dignidad que Xena nunca había pensado que fuera a manifestarse tan pronto en la vida de la joven. No dudaba de que la semilla de una mujer tan magnífica existiera dentro de Gabrielle, sino de lo deprisa que había germinado.
Al mismo tiempo, Xena cayó en la cuenta de qué era lo que había echado en falta durante toda la velada: la alegría de Gabrielle. El torbellino travieso se había apagado.
Gabrielle se levantó. Había llegado el momento de dar por terminada la velada. Xena había echado de menos la presencia física de la bardo. En el fondo de su alma tenía la esperanza de obtener la intimidad mutua de dormir la una al lado de la otra. Quería que fuera esta noche, pero ahora estaba segura de que se iba a ver decepcionada.
Gabrielle dijo con signos:
—Buenas noches.
Xena respondió del mismo modo. Por mucho que Xena quisiera abrazar a la bardo, sabía que no le correspondía hacerlo sin ser invitada. Xena se llenó de dolor al saber que tal vez Gabrielle ya no era y nunca más volvería a ser su bardo. La guerrera se apartó de Gabrielle. Al llegar a la puerta, oyó que Gabrielle decía su nombre. Xena se volvió. Gabrielle estaba en medio de la estancia. Tenía una expresión dulce y franca.
—No tengo nada que perdonar.
Las palabras de Gabrielle fueron un abrazo. Había hecho un regalo a Xena, quitándole el peso de la culpa. Cuánto quería Xena a la bardo. Quiso tomar a Gabrielle, pero se controló. Éste no era el momento. Era posible que tal momento nunca llegara a producirse entre ellas. La guerrera asintió, aceptando las palabras de Gabrielle. Salió estremecida. Xena se quedó inmóvil cuando la puerta se cerró tras ella. Las dos guardias siguieron en silencio, aunque observaban a Xena con gran interés. Al notar que era objeto del escrutinio de las guardias, Xena se obligó a avanzar un paso y luego otro, recuperando la concentración necesaria para regresar a su cabaña.
Gabrielle vio cómo se cerraba la puerta. Todo estaba en silencio, como antes, pero ahora el silencio reflejaba su soledad. Había hecho todo lo posible. La historia de Xena no la sorprendía. Que la guerrera exigiera justicia era de esperar. La bardo se sentía orgullosa de saber que Xena había llevado a Tianus ante el magistrado para ser juzgado y que se había quedado para ayudar durante el juicio y ser testigo de su ejecución. El temor de Gabrielle de que Xena volviera a su oscuridad se había visto calmado y con él también la propia carga de Gabrielle. Ahora estaba segura de que las consecuencias de sus lesiones eran algo que debía soportar sólo ella.
Quedaba una pregunta importante en el corazón de Gabrielle. Una pregunta a la que sabía que iba a tener que enfrentarse pronto. La permanencia de Xena en la aldea parecía segura hasta que tuviera lugar esta entrevista. Xena buscaba el perdón. Ahora que lo tenía, ¿qué había aquí que pudiera retener a la guerrera?
Habían pasado unos días desde que Xena pasó esa velada con Gabrielle. La guerrera se sentía inquieta. Fue al campo de entrenamiento con la esperanza de encontrar a una guerrera capacitada para entrenar con ella. Xena oyó el ruido de unas varas. Había un grupo de guerreras en círculo tapando la vista a Xena. Reconoció a Solari y decidió colocarse a su lado. Dentro del círculo Ephiny y Gabrielle estaban luchando. Las dos se esforzaban mucho. Gabrielle tenía los ojos brillantes e intensos. Sonreía alegremente al tiempo que mantenía a su regente a la defensiva. Al cabo de un intercambio aparentemente interminable, las dos retrocedieron para valorarse mutuamente. Gabrielle recorrió el círculo con la mirada, compartiendo su disfrute con todas y cada una de las guerreras. Sus ojos se posaron en Xena. La reina alzó la mano hacia Ephiny y luego hizo un gesto a Xena. Ephiny y los miembros del círculo se volvieron para ver a quién había desafiado su reina. Ephiny sonrió y pensó: Esto va a ser interesante. Le lanzó su vara a Xena.
—Te la he calentado, Xena.
Xena atrapó la vara con la mano por puro reflejo.
—Ephiny, no me parece buena idea.
El tono de Ephiny pasó de desenfadado a severo.
—No te corresponde a ti rechazar a nuestra reina.
Xena advirtió la vigilancia del círculo. Ahora era cuestión de honor. No el suyo, sino el de Gabrielle. Se sintió agradecida de que la bardo no hubiera visto nada de esta conversación.
Xena se colocó ante Gabrielle. Ésta alzó su vara e hizo un gesto anunciando que estaba lista. Intercambiaron golpes siguiendo lo que había sido su costumbre, estableciendo poco a poco un ritmo hasta emplearse con todas sus fuerzas. Fue entonces cuando empezó el combate de verdad. Gabrielle desafió a Xena y puso a la guerrera a la defensiva en más de una ocasión. Una cosa no había cambiado entre ellas. Xena seguía teniendo más fuerza y resistencia. A medida que avanzaba el combate, Xena dejó atrás el conocimiento de la sordera de Gabrielle. Lanzó con toda su fuerza una combinación de golpes altos, cada uno acompañado de un grito estremecedor. El asalto hizo hincar la rodilla a Gabrielle. Xena había ganado.
El círculo, que había estado jaleando durante el combate, se quedó en silencio durante la ofensiva final de Xena. De pie ante Gabrielle, Xena esperó. Gabrielle dejó caer su vara, rindiéndose.
Xena tenía el corazón desbocado. De repente, un miedo se apoderó de ella. ¿Qué había hecho? ¿De dónde había salido esa rabia? Alargó el brazo hacia Gabrielle llena de temor. Gabrielle cogió el brazo extendido con el suyo y se levantó de un salto, con una sonrisa y una carcajada. Ésta era la alegría que Xena había echado en falta. Seguía siendo parte de la bardo. El círculo se relajó y se acercó a las dos, felicitándolas por un combate bien librado. Gabrielle estaba encantada de que Xena no la hubiera tratado como a una inválida.
La mañana entró por la ventana derramando cálidos rayos sobre su cara. Gabrielle se dio la vuelta, intentando dormir un poco más. La cama crujió con el movimiento. Los leves trinos de los pájaros mañaneros flotaron hasta su consciencia. También los demás ruidos de una aldea en el momento de despertarse. Oía. Al darse cuenta, Gabrielle se quedó inmóvil. ¿Estaba soñando? Abrió los ojos. Estaba despierta. Por los dioses , pensó. Esto no es un sueño. Se levantó y miró por la ventana. Los ruidos y las imágenes se complementaban. Gabrielle se vistió y salió corriendo de su cabaña. Sus dos guardias se sobresaltaron y empezaron a seguirla. Al oír que la seguían, Gabrielle se volvió y las despidió con signos. Llamó a la puerta de Simina. El ruido del golpe fue música. Se detuvo, cerró los ojos y escuchó. Cuántos sonidos. Simina abrió la puerta. Sorprendida al ver a su reina, la saludó con signos.
Gabrielle entró en la cabaña, respondiendo con voz.
—Háblame, Simina. Con tu voz —el sonido de su propia voz estuvo a punto de hacer llorar a Gabrielle.
Simina se quedó confusa.
—¿Mi reina?
Gabrielle sonrió.
—Sí, soy tu reina y te oigo.
Dando una palmada, Simina exclamó:
—Alabada sea Artemisa.
Gabrielle intentó equilibrar sus esperanzas y sus temores.
—Dime, Simina, ¿seguirá así? ¿Conservaré el oído o se trata de un truco de los dioses?
El entusiasmo de Simina se vio moderado por la sabia prudencia de su reina.
—No lo sé, mi reina. Sólo el tiempo nos lo dirá. ¿Aún sientes el dolor?
Gabrielle se quedó pensando.
—No. No lo siento. Desde hace ya un tiempo. Simina, no lo debe saber nadie. No hasta que me puedas asegurar que voy a conservar mis capacidades. No quiero falsas esperanzas. Basta de decepciones.
—Sí, lo comprendo. Ahora, por favor, siéntate y deja que te examine.
Durante media luna Gabrielle mantuvo su verdad en secreto. No hubo más episodios de dolor. Su oído se fue haciendo más agudo. Se regodeaba en todos los sonidos. No necesitaba esforzarse tanto para comprender su entorno. Al mismo tiempo tenía que cuidarse de no reaccionar visiblemente ante lo que oía.
Con placer y alivio, advirtió que todas las personas que la rodeaban hablaban de ella con respeto. A veces se había preguntado si se cruzaban palabras ásperas o críticas fuera de su capacidad para leer los labios o hablar con signos.
Xena seguía en la aldea, sin dar muestras de querer marcharse pronto. Gabrielle y Xena habían empezado a pasar más tiempo juntas. Se encontraban en el centro de la aldea y decidían dar un paseo, enfrentarse en el campo de entrenamiento o comer juntas. Estaban recuperando una relación cómoda entre las dos.
Gabrielle apreciaba estos momentos. Simina y ella habían acordado que cuando llevara un ciclo lunar completo con el oído recuperado, la declararían curada. La idea de anunciar esto preocupaba a Gabrielle. Estaba desesperada por saber si Xena podía quererla a pesar de su incapacidad. Gabrielle se decía que Xena no era el tipo de mujer que sintiera menos por ella a causa de su sordera. Con todo, Gabrielle llevaba esa inseguridad en su interior.
La cena fue muy alegre. Gabrielle estaba sentada con Ephiny a su derecha y Solari a su izquierda. Frente a ella estaban sentadas Xena y Eponin. Con el paso del tiempo, el rencor que muchas de las amazonas sentían hacia Xena había disminuido. Gabrielle se había asegurado de que todas conocieran la historia de Tianus. Las amazonas celebraban en privado que se hubiera hecho justicia. Nadie en la aldea podía pasar por alto que su reina, aunque en público se mostraba reservada con Xena, era más feliz con la guerrera cerca.
Saciada, mientras caía la noche y una cálida brisa veraniega acariciaba la tierra, Gabrielle decidió que había llegado el momento de extender una invitación largo tiempo deseada. Le dijo a Xena con signos:
—¿Te gustaría dar un paseo?
Xena respondió que sí. Gabrielle sonrió y dijo con signos:
—Tengo que recoger una cosa de mi cabaña. Me reuniré contigo en el huerto dentro de media marca.
Xena asintió. Las demás comensales estaban demasiado enfrascadas en otra conversación y no se dieron cuenta.
La espera de Xena fue breve. Gabrielle llegó con una manta debajo del brazo. La luna era casi llena y daba mucha luz. Caminaron en silencio. Gabrielle parecía dirigirse a un sitio específico, de modo que Xena se dejó llevar. Al llegar al prado del norte, Gabrielle señaló la línea de árboles. Al llegar, extendió la manta y la dejó caer suavemente al suelo. Se echó en la manta y le hizo un gesto a Xena para que se echara a su lado. Xena obedeció.
Gabrielle contempló las brillantes estrellas del cielo. Al ver un diseño, señaló una constelación. Xena intentó seguirla con los ojos.
—Mira el escorpión. Con su aguijón puede hacerse daño a sí mismo como si fuera el enemigo.
Xena siempre se sorprendía al oír la voz de Gabrielle. La usaba muy poco. Cuando decidía hablar con la voz en lugar de con signos, siempre era para impresionar o recalcar. Esta noche en el sonido de su voz había una despreocupación que recordaba a Gabrielle antes de sus lesiones.
Xena se incorporó y se volvió hacia Gabrielle, cogiendo la mano de la bardo. Xena dijo con signos:
—¿Yo soy un escorpión?
Gabrielle, que seguía tumbada boca arriba, dijo:
—Sí, a veces creo que lo eres.
Xena respondió con signos:
—Entonces es mejor que esté sola. El riesgo de hacer daño a los demás es demasiado grande.
Gabrielle puso la mano sobre el muslo de Xena. Con voz:
—Incluso un escorpión merece ser amado.
—Creo que en eso te equivocas —contestó Xena.
—¿Por qué? —preguntó Gabrielle.
—Las heridas del escorpión son demasiado profundas para poder curarse —la tristeza de Xena empezaba a hacer acto de presencia.
Gabrielle hizo una pausa para tomar aliento.
—Tal vez tengas razón. Yo sé que ya no puedo esperar amor. Mis heridas no se van a curar.
Las emociones de Xena pasaron de su propio tormento al de Gabrielle.
—No, Gabrielle, tú más que nadie mereces amor. Tus heridas no te hacen menos digna.
Gabrielle se esforzó por hablar con voz tranquila.
—Lo has olvidado, Xena. Fui yo la que se empeñó en participar en la batalla. Al ir en contra de tu consejo, acabé haciéndote a ti tanto daño como a mí misma. Soy peor que un escorpión. He hecho daño a la persona que quiero más que a nadie en el mundo entero.
Xena protestó:
—Gabrielle.
Incorporándose, Gabrielle tomó el control de la conversación.
—No, déjame terminar. Una vez me pediste que te perdonara. No tenía nada que perdonar. Debería haber sido yo la que pidiera tu perdón. ¿Por qué no ibas a culparme? ¿Por qué no habría de merecerme el fruto de mi terquedad y mi arrogancia?
Se quedaron en silencio. Fue Gabrielle quien lo rompió.
—Xena, te pido que me perdones. También te pido que no te vayas, que no me dejes. Si tienes que irte, te pido que me lleves contigo.
Xena se levantó. La petición de Gabrielle era tentadora: volver a la vida de la que habían disfrutado juntas. Pero con el riesgo de que Gabrielle volviera a sufrir daño. Xena intentó minimizar la probabilidad de que su bardo resultara herida. Era su propia vanidad lo que la había llevado a creer que podría proteger a la bardo. No era cierto. Incluso antes de lo de Tianus, Gabrielle había resultado herida. Xena jamás olvidaría Tesalia o Trípolis. Dos ocasiones en las que estuvo a punto de perder a la bardo a manos de Celesta. Xena sintió rabia. La misma rabia que había sentido al entrenar con Gabrielle. Estaba furiosa porque ya no podía seguir mintiéndose. La mortalidad de Gabrielle era real y Gabrielle, con el corazón que tenía, nunca dejaría de ponerse en peligro si creía que era por el bien supremo. Por escasas que fueran las probabilidades de éxito. Por estúpido que fuera intentarlo.
Xena se volvió hacia Gabrielle y dijo con signos:
—No puedo llevarte conmigo. No volveré a ser parte de la posibilidad de que resultes herida —dicho lo cual, Xena emprendió el camino de regreso a la aldea. Gabrielle se quedó atrás pensando.
A la mañana siguiente, cumpliendo las órdenes de su reina, las guardias avisaron a Gabrielle de que habían visto a Xena entrando en los establos. Ephiny estaba con ella.
Ephiny observaba mientras Xena ensillaba a Argo. Xena había informado a Ephiny de que pensaba marcharse. Le aseguró a Ephiny que nunca más volvería. La confusión y la rabia de Ephiny iban en aumento.
—Xena, no lo comprendo. Durante esta última luna he visto cómo Gabrielle y tú os habéis ido acercando. Casi como antes. No puedo haberme equivocado tanto.
Xena habló mientras ensillaba a Argo.
—Por eso me tengo que ir. Si me quedo, sólo le haré daño.
—Es demasiado tarde. Ha empezado a confiar en tenerte a su lado. Xena, te dije una vez que ella no quería tu lástima y no la quiere. Lo que quiere es tu amor. Por los dioses, Xena, ¿es que no puedes quererla?
—Ephiny, no lo entiendes. Quiero a Gabrielle con todo mi corazón. Es mi alma gemela. Me completa. Volví porque no sabía cómo podía vivir sin ella. Lo curioso es que ella ha encontrado su equilibrio mejor que yo. Para cuando regresé, Gabrielle había empezado a construirse una nueva vida sin mí. Es más fuerte que yo en muchísimos sentidos.
—Pues quédate con ella.
—No le convengo.
—Ella piensa lo contrario.
—Esto es lo mejor para ella.
—Xena, déjala elegir. Sólo ella sabe lo que la puede hacer feliz.
—No quiero su lástima.
Ahora Ephiny se quedó totalmente confusa.
—¿Qué?
—Anoche intentó cargar sola con el peso de sus lesiones. Todo el mundo conoce la verdad. Me apoya por lealtad. No quiero que eche a perder su vida sólo por demostrar algo. No puedo soportarlo.
La voz de Gabrielle llegó hasta las guerreras.
—Xena.
Ephiny y Xena se volvieron y vieron que Gabrielle estaba dentro del establo. Xena advirtió a Ephiny:
—No le digas nada.
Gabrielle respondió:
—Demasiado tarde, Xena. Lo he oído todo.
Ephiny expresó su sorpresa, equivalente a la de Xena:
—Puedes oír. ¿Cómo? ¿Cuándo?
—Desde hace media luna. Simina y yo decidimos esperar un ciclo lunar completo antes de anunciarlo. No quería falsas esperanzas ni decepciones.
Xena dijo sin dar crédito:
—Puedes oír.
—Sí —Gabrielle aprovechó la ventaja—. Ephiny, déjanos, por favor.
Ephiny, todavía desconcertada por la revelación, respondió sin pensar:
—Claro. Estaré fuera si me necesitas.
Gabrielle llevaba un pergamino en la mano. Lo alzó para que Xena lo viera.
—En este pergamino me diste tu palabra de que jamás me deshonrarías. Me dijiste que encontrara a una persona digna de mí y que permitiera que la alegría viviera en mi reino. Puede que sea reina de las amazonas, pero mi único reino verdadero es mi propia vida. Y en mi vida he tenido una sola alegría. Primero decidí seguirte. Más adelante, nuestra vida cambió y ya no te seguía, sino que caminaba a tu lado como tu igual, tu amiga, tu compañera, mi amor, aunque nunca te lo dije. Nunca te dije lo completo que se había hecho mi amor. Que no lograba imaginarme la vida sin ti. Me deshonrarás si me tratas como a la jovencita que era en otro tiempo. Me deshonrarás si no confías en mi corazón. Xena, me deshonrarás si después de lo que ha ocurrido en las últimas cuatro lunas, piensas que no puedo decidir lo que es mejor para mi vida. He decidido que mi sitio está a tu lado. Tú debes decidir si tu sitio está al mío.
Hecho el desafío, Gabrielle esperó pacientemente. En realidad, no podía hacer nada más. Xena se quedó callada. Se volvió hacia Argo y puso las manos en la silla. Se mantuvo en esa postura mientras libraba una batalla interna. Con una sensación de finalidad, Xena le quitó la silla a la yegua y la dejó a un lado. Hizo lo mismo con la brida. Luego acarició el cuello de la yegua, buscando consuelo tácito en lo que era un momento desconcertante.
Gabrielle observó a Xena. Ésta se iba a quedar. El gesto conmovió a Gabrielle profundamente, pero no era suficiente. Gabrielle se acercó a la callada guerrera.
—Xena, ¿cómo me quieres?
Xena dejó de acariciar a la yegua. Con un profundo suspiro, apoyó la frente en el cuello del animal. Xena se puso rígida al notar que los brazos de Gabrielle la rodeaban por detrás. La bardo se apoyó en la espalda de Xena. El gesto la tranquilizaba y asustaba al mismo tiempo. Xena se dio la vuelta. Gabrielle aflojó los brazos lo suficiente para dejar que Xena se moviera sin impedimento. Xena alzó una mano temblorosa y acarició la mejilla de Gabrielle. La guerrera agachó la cabeza y besó suavemente a Gabrielle en los labios. Gabrielle se abrió a su amor. La joven reina ya no podía seguir negando la pasión que llevaba dentro. Se apretó contra Xena. Con esto, Xena se permitió librarse del control que se había impuesto durante tanto tiempo.
Se separaron, tomando aliento, asegurándose de que se tenían la una a la otra. Gabrielle alzó los brazos y estrechó a Xena, susurrándole al oído:
—Prométemelo. Prométeme tu amor. Necesito oírtelo decir.
El espíritu tembloroso de Xena no lograba calmarse. Abrazó estrechamente a Gabrielle, sabiendo que la vida que pudiera tener en el futuro sería al lado de esta mujer. La emoción abrumadora que sentía por dentro le embargó la voz.
—Gabrielle, soy tuya. Te lo prometo. Mi amor y mi vida son tuyos.