Silencios

Juan existe, no es solo un personaje producto de mi imaginación. Juan vive en Barcelona y es el hombre que algún día, en mi viaje soñado, me va a poseer, tal como dice mi historia, en silencio. El no necesitará palabras para hacerme simplemente suya.

Juan estaba frente al hogar encendido, el fuego se reflejaba en su piel morena, y lo hacía ver deliciosamente apetecible. Entre sus labios carnosos, con sabor siempre a fresa fresca, sostenía un cigarrillo de tabaco negro. Nunca comprendí como, fumando tanto, tubiese siempre, tan rico aliento. El humo lo envolvía por completo. Tampoco nunca comprendí, porque me excitaba tanto verlo fumar, se veía tan sensual, tan irresistible... entornaba los ojos... me miraba fijo, practicamente me ordenaba que me acercara. Y yo, obediente, me acercaba.

Esa noche, lo vi mas imponente que de costumbre, o tal vez yo, por algun motivo, me encontraba mas vulnerable. Me acerqué, no tubo siquiera que hablar, bastaron sus ojos negros para que yo, fuera.

Acaricié su rostro, pero él permanecía inmutable, inmerso en la humadera gris, casi indiferente, sus ojos estaban fijos en los mios, mi mano acarició su cuello, bajó por su nuca, por su espalda... recorrieron cada centimetro de su pecho, ya lo conocía de memoria. Me encantaba descubrirlo debajo de sus fina camisas de verano.

Esa noche en particular, me sentía extasiada, al borde de un orgasmo brutal, y él, no me había siquiera rozado.

De repente, todo trasncurrió en un segundo. Terminó su cigarro, lo tiró al suelo y con su brazo fuerte rodeo mi cintura en un instante, me atrajo hacia él, con la mirada aún fija en mis ojos. Sentí la neceidad de cerrarlos y encorbarme hacía atras, el deseo me mataba, sin embargo él me ordenó que los mantubiese abiertos; fué la primera vez que lo eschuché hablar, esa noche, toda había trasncurrido entre las sombras de un exquisito silencio.

Subió salvajemente mi falda negra, sus movimientos eran rudos, casi violentos, y paradojicamente, casi dulces. Seguía mirandome, sin mover su vistade mis ojos que imploraban que me haga suya. En silencio, siempre en silencio, entendió mi plegaria. Me sentó sobre su pelvis y sin emitir palabra ni gesto alguno, me penetró. El silencio dejó de existir. Un gemido ensordecedor quebranto nuestra atomosfera sin palabras, sin sonidos, sin siquiera el soneto dela respiración.