Silencio y el abismo

De como una mujer descubre sus morbos entre compañeros de trabajo que la sodomizan con su consentimiento.

El lugar, una empresa de taxis, fachada impersonal, oficina con teléfonos, escritorio y luz insuficiente; habitación para que los conductores descansen entre viaje y viaje, televisor pequeño y pasado de viejo, el baño como siempre hediondo e inhóspito.

El momento, el turno de la noche, allí donde lo más heterogéneo de la fauna laboral urbana trata de sobrevivir, de día abundan las risotadas y las bromas cargadas de testosterona. La nocturnidad solo alberga cansancio, silencio y arrastrar de pies.

Todos perdían los nombres al entrar, cualquier detalle ínfimo daba definición al apodo que los acompañaría hasta el día que se fueran buscando otra salvación. La noche era del Pulga, el Panza, El Rengo, el Cacho y el Pelado. Ella era simplemente la Colo, casi cincuenta (ó más), divorciada, tres hijos uno peor que el otro, un par de nietos que no empañaban el reflejo de frescura que aún irradiaba su cuerpo de aspecto juvenil. La Colo estaba buena....menuda, lindas piernas, pechos pequeños, piel blanca, muy blanca, suave y tersa pese a tanto fracaso y tanta frustración en su vida.

La Colo no provocaba, ni con vestimenta ni con actitud, pero en la noche era la mujer entre los machos, el objeto de las miradas que tarde o temprano recalaban en una curva para soltar el comentario o el chiste con doble sentido. Pero pese a que alguna vez alguien lo intentó, nadie había usado ese cuerpo. La cotidianeidad lleva a eso. Todos la miran, pero nadie se va a coger a la Colo. Pero si a veces la ven por el barrio haciendo las compras con el nieto menor, con la Colo no se jode...

Aquella noche en particular, el trabajo había entrado en esa meseta inexorable de la madrugada, campeaba el silencio, mudos los teléfonos, solo el monótono sonido del televisor en la oscuridad de la pieza de atrás dejaba adivinar que el Pulga era el único habitante. Los demás llegarían en algún momento, y comenzaría la rutina de comentarios en voz baja, algún ronquido y el televisor, siempre prendido.

La Colo se levantó para estirar las piernas, estaba fresco pero el sueño le estaba ganando. Caminar era la solución. Los  tres metros hasta la puerta de la pieza, iluminada de azul parpadeante de la tele. El Pulga recostado en la oscuridad miraba fijo la pantalla donde una fémina jadeante cabalgaba vaya a saber a quien y gemía ensayados orgasmos televisivos. La Colo se apoya en el marco de la puerta, la pantalla le devuelve lo de siempre, siempre el mismo canal a la misma hora para adormecer el aburrimiento. El Pulga la mira de reojo, es inútil sonreirle, no puede ver su rostro desde aquella posición. Su mano descansa sobre su entrepierna. Estaba pensando en hacerse una paja cuando la Colo entró en escena. Con la Colo no se jode. La paja puede ir como siempre al baño oloroso. La pantalla gime, el Pulga alcanza a ver los ojos de la Colo ir y venir, aburrida, fue un segundo, ni siquiera hubo un  pensamiento, el Pulga lenta y deliberadamente baja el cierre de su pantalón, La Colo oye el inconfundible sonido de la cremallera, inevitablemente mira el bulto del Pulga, no puede creer que lo vaya a hacer. Mejor se vá, pero se queda. El miembro del Pulga libre del encierro refleja la luz de la pantalla. Y todo en silencio. Aquel hombre de 40 y tantos empieza a masturbarse y la Colo se tiene que ir pero se queda.

Eran tres metros a su escritorio, por qué la Colo no se iba. Podía ver la silueta de sus lindas piernas recortadas contra la luz de fondo, la diva en la pantalla se quedó sola, el Pulga no pensaba detenerse. O la Colo se iba...o venía. Locura de madrugada.

Ella abandonó el refugio del marco de la puerta en silencio, quería irse, la seguridad de su escritorio quedaba a mil kilómetros ahora, su vida entera cambió en esos cuatro pasos hasta el sofá desvencijado donde el Pulga, meneaba su miembro sin importarle la falta de soledad. Se sentó y enfrentó la pantalla, intermezzo de diálogos hasta la proxima cogida. Podía sentir el olor a sexo del Pulga, pero no se iba. La mano en la nuca no la sorprendió, los dedos acariciando eran el preludio del asalto. La presión fué suave, pero convincente. Y el miembro del Pulga recaló en su boca. No podía estar pasando eso. Pero el glande en su lengua la desmentía. A la Colo nunca le gustaba pensar mucho. Siempre terminaba deprimida por sus dramas. Así que menos podía pensar ahora, con su nuca recibiendo los suspiros del Pulga, los pantalones caen en silencio, su boca sube y baja por aquel pedazo de carne anhelante. El miedo la devolvió a la realidad, el motor del Rengo hizo su entrada, portazo, puteada como siempre. La Colo quiso soltar e irse. Quiso salvarse. De qué?

La mano del Pulga, imperativa, ayudó a que su boca no soltara la presa. Su falda había subido no sabía cuando, y unos dedos curiosos palpaban la blancura de sus nalgas. Silencio y luz azul, el Rengo se quedó petrificado en la puerta. La Colo estaba mamándosela al Pulga, el gesto de éste de que no rompiera el silencio fue amenazante. Y la erección del Rengo hizo el resto.

Ella estaba ahora presa de su propio delirio, alucinando, los dedos que debían ser del Rengo atraparon su ropa interior, y empezaron a palpar sus piernas con lascivia y torpeza. Era ella la que suspiraba? El Rengo apenas podía ver en la penumbra el sexo de la Colo, depilado, inmaculado, resopló y ella sintió la humedad de su lengua tanteando entre sus piernas. Delicia y morbo, calentura pura, de la más honesta y decidida. El primer gemido de la Colo acompañó la descarga del Pulga. No fue abundante, pero fue suficiente para demoler la última resistencia. Su vida se iba a la mierda con ese esperma. Chau trabajo, hola problemas, y el Rengo que le mete dos dedos en la vagina con violencia. Casi grita, pero el silencio permanece...

El Pulga se retira, obviamente era la víctima del Rengo ahora. Seguro que ahora cuando vengan los otros, el Pulga les avisa y esto termina en una orgía madre...le espantaba la palabra, le avergonzaba profundamente, ella se iba, cuando el Rengo le enterró su pija sin miramientos. Miró la pantalla, su piel blanca reflejaba la luz. Como la habían desnudado sin que se diera cuenta? Sus pechos pequeños se mecían al compas de las arremetidas de aquel hombre tosco, Que linda cogida, por favor acabame adentro que me tengo que ir corriendo a recuperar la conciencia y mi vida. Pero el Rengo demora, resopla y empuja, sombra en la puerta, la tragedia había llegado. El turro del Pulga, que hijodeputa...Unas manazas tantearon sus pezones duros, el Panza? Porque era el Pelado el que se había parado frente a ella y ahora le estaba cojiendo impiadosamente la boca.

El Rengo estalló dentro de la Colo y casi se desmaya, delicioso el calorcito bien adentro, la Colo resoplaba tratando de expulsar el aire cargado de orgasmo por su boca penetrada sin parar por el Pelado. Pellizcón doloroso en su pezón izquierdo, casi gritó en silencio. Una boca rodeada de barba de tres días succionaba el derecho. El Cacho en escena. El Rengo agotado que se vá. Su motor tose, se lleva con él la vergüenza de la Colo. El sofá cruje con tanto movimiento. Tantas manos tocando, tanta lengua lamiendo. Va a gritar, la Colo va a gritar y grita, ahogada por el miembro del Pelado. La eyaculación es abundante esta vez, obscena. Corre semen por su mentón. Y el Cacho que le clava su carne entre las piernas.

Arquea la espalda, sus rodillas apenas pueden sostener las embestidas, un orgasmo, otro, la Colo va derecho al desmayo pero sigue. El Pelado hace mutis por la puerta luminosa, el Cacho la sigue bombeando, y el Pulga mira. Sus ojos se encuentran. La Colo aguanta cada gemido, y lo mira anhelante, desesperada, el Panza termina de jugar con sus pechos y elige sus labios para terminar la faena. Sus pezones arden, el Panza es un bruto pero como la calienta. El Panza dura poco. Tres o cuatro metesaca entre sus labios y riega con su miembro la cara de ella. Justo cuando el Cacho le tapiza la espalda de calentura. Es demasiado. La Colo flaquea, sus brazos no aguantan más, necesita estirar las piernas agarrotadas de tanta cogida. Dos autos más que se van, la ignominia le queda solo para ella.

Acostada boca abajo, el olor a sexo perpetrado la invade, la conciencia quiere volver, justo cuando el Pulga tiernamente acaricia su culo blanco azulado. El televisor sigue prendido. La Colo quiere morirse. Alguien demora la partida, le llega el olor a cigarrillo desde la puerta. Espectador del último y supremo acto?

Porque el Pulga no se vá, suavemente sigue acariciando el culo de la Colo. Para que hablar ahora. Tanto silencio suspirado. No Pulga, eso no, la Colo quiere llevarse algo sano al menos. Pero un dedo curioso bordea sigiloso su esfínter anal. A la Colo le pesa la cabeza, y el silencio. Entra y sale, lo siente húmedo, lubricado por vaya a saber qué. El único espectador que queda arroja la colilla y la apaga con el pie. Y el Pulga empuja venciendo la resistencia, duele, hay apuro, cuando arranca el auto el Cacho alcanza a oir el grito de la Colo. Chau silencio.

El Pulga le coge el culo, usando sus caderas de asidero. El Pulga pega y pega, su culo arde, ella embriagada por el morbo que se agita en aquel sofá se desespera. Cree sentir el calor de los fluídos del Pulga en su recto. Ahora si que está toda hecha mierda. Cuatro pasos bastaron para arrojarla de su vida anterior.

Se vá por fin el Pulga, sin decir palabra. La Colo se queda con los restos de la madrugada esparcidos por todo su cuerpo. No quiere abrir los ojos. No quiere sentirse tan puta, sucia, sometida.

Su mente se aclara, toma conciencia que esos cuatro pasos la llevaron derecho al lugar que nunca se hubiera animado a conocer sola. Pero estaba allí ahora. Desnuda en aquel sofá, con los ojos cerrados, oliendo a semen y a sus propios fluídos. A mugre y sudor orgásmico. Se estremeció, su cuerpo todavía agotado por tanto sentir, dejó que su mente descubriera la verdad. Había sido usada por esos tipos, usada para su satisfacción y desahogo. La habían cogido, solo para saciarse. Era solo un consuelo. Un trozo de carne vapuleado,exprimido, y le había gustado. Esos cuatro pasos y el silencio la pusieron en aquel sofá, puta,sumisa,sometida,lo que fuera. Allí estaba ahora.

No renunció, no huyó, luego de pedir unos días por una gripe inventada, volvió al escritorio, vistiendo de vergüenza. Sus ojos no se levantaron ni un instante. El Pulga, el Cacho, el Rengo, el Panza y el Pelado no la saludaron. Y en la madrugada, sentada en el inodoro maloliente de aquel baño, solamente esperó a que el primero de sus nuevos amos abriera la puerta. Callada, cerró los ojos y abrió la boca. La cremallera bajó lento, deliberada, su mano pequeña buscó encender la hoguera en su clítoris. No esperaba el chorro de orina del Rengo pero lo aceptó gustosa...