Silencio en la bodega (fragmento)

Traducción de un fragmento ofrecido libremente por PF. Nuevas experiencias

Silencio en la bodega (fragmento)


Título original: Silence in the cellar

Autora: Lizbeth Dusseau (c)

Traducido por GGG, 1999

Llegaron a las innovaciones de Bella, las que quedaron paralizadas con la inoportuna desaparición de Ray Langley con la doncella. El retorno a las habitaciones a medio concluir trae a la memoria aquellos complacientes momentos de pasión. Cada peldaño que suben, cada paso alejándose por el corredor, la llevan a revivir la lujuria de su pintor, aunque ella sabe que con Claude hay mucho más que lujuria: deber, honor personal, desafío y una sumisión más completa están siempre en el corazón de estos episodios.

La primera puerta que él abre es la que tiene la escalera de mano situada en el centro sin usar, inspirando de inmediato las fantasías de Claude.

"¡Perfecta!" Se coloca detrás de ella, contoneándose alrededor de la escalera como un gallo emplumado, altanero, preparado para cantar a la mañana. "No podía pedir más."

Lee su mente en el interior de sus pechos y pubis saltando inmediatamente a los cuadros se conjura en su mente.

"¿Te ató aquí?"

"¿Quién? ¿Quién podría haberme atado aquí?"

Él sonrió ampliamente, contento de haberla atrapado. "Me lo dices todo querida, querida Bella. ¿Te das cuenta hasta qué punto eres transparente?"

Algo más a odiar en el hombre, pero es cierto que se adueñó de sus pensamientos y los conoce tan bien como ella misma.

"Dime, ¿te ató?"

"No, no me ató."

"Ah, pero yo quiero hacerlo."

No lo duda. Y al verle agarrar algunas cuerdas de un rincón de la habitación, se da cuenta de que lo tenía planeado. Quizás la noche anterior exploró su posada sin que nadie lo notara. Tiene su propia llave.

"Quiero que te desnudes, Bella," su voz es un ronroneo grave, como si estuviera conteniéndose.

Como sólo lleva un vestido de verano, puede cumplir con facilidad la petición y se pone delante de él como desea, vestida únicamente con sus largas trenzas morenas que la hacen parecer como una moderna Lady Godiva.

Si hubiera tenido un garañón bajo ella, habría cabalgado en el viento hacia otra vida.

"Ponte de cara a la escalera, probaremos esto en primer lugar," la mueve hacia el armazón de tortura, mientras ambos sienten que el seguro incremento de su mutuo deseo golpea con la misma firme cadencia ascendente de un reloj.

"¿Quién es el hombre del embarcadero?" pregunta él, mientras ella se tiende amorosamente en los peldaños de la escalera.

"No es de tu incumbencia." Se ondula sensualmente como si se estuviera abandonando en el pecho de un amante. La escalera es demasiado dura para proporcionar ningún confort; pero es al menos algo estable en que apoyarse cuando la tortura de su prueba llegue a ser atroz.

"Ya veremos, quizás le gustaría mirar."

Claude pasa las cuerdas alrededor de sus muñecas con la tirantez precisa para asegurarlas, luego fija los otros extremos a los peldaños superiores, forzando los brazos hacia arriba. La rotundidad de sus formas curvilíneas es un razonable contrapunto a las ásperas líneas de la madera que la soporta. Su cabello desciende como una sábana sobre su espalda, cubriendo buena parte de ella. Asiéndolo en su totalidad, lo estira con dureza. Ella chilla, como si fuera golpeada por una ducha de lluvia fría.

Girándolo en un moño, coloca uno de sus pasadores a su través para dejarlo fijo y fuera de su camino. Sin el cabello entorpeciendo la vista puede admirar los reflejos de su tersa piel morena, que parecen de un beis polvoriento bajo la luz deslumbrante de la ventana. Cada  uno de sus músculos se estremece expectante.

Atando sus pies a cada larguero lateral, le trae a la memoria el primer día con el pintor, aunque su posición es más incómoda esta vez. Está tensa entre las cuerdas, apenas capaz de moverse. Esto la intimida, pero su coño la delata, dejando escapar un diminuto flujo de néctar húmedo.

Tocándola allí, Claude obtiene toda la información que necesita para continuar.

"Demasiado mal piensas a menudo sobre esto como castigo; no que tu merezcas ser castigada, mocosa mía. Todo lo que obtienes de mí te lo has ganado. La expiación de tu pasado necesita no terminar nunca. ¿No es ésta la belleza de quienes somos? Tu y yo. El torturador y la torturada. "Se ríe. "Adoramos que sea así." Acercándose a su lado, está tan próximo que nota su aliento sobre sus hombros desnudos, sus ojos tan cerca, ella no puede ayudar sino recapacitar en su locura infernal y practicada.

"¿Te da esto tu amante del embarcadero?" No contesta, y Claude ríe entre dientes antes de que su cara se ensombrezca de nuevo. "Dime, Bella. Dime que quieres que me detenga."

Ella no se siente dueña de sí. El deseo es demasiado real. Su cuerpo está demasiado necesitado. Su pubis parece flotar sobre un escalón que da certeramente a la altura de su vulva. Está temerosa de que él lo perciba y se burle aún más.

"Dime, Bella," eleva su voz. "Di la palabra y te dejaré libre. Dila, y puedes volver a él". La apremia sabiendo perfectamente como debe responder.

Ella lucha contra el nudo de su garganta, dos palabras ásperas son todo el sonido que puede emitir. "No puedo."

La expresión de él no es tan diabólica como podría. Debe agradecer estas pequeñas cosas en momentos como éste.

Un mechón del cuidado cabello de Claude cae libre, dándole el aspecto de un artista loco a sus ojos cuando se quita la chaqueta, y doblándola cuidadosamente, la deja en el respaldo de una de las sillas de lona de la estancia. Ella imagina el músculo bajo su camisa blanca. Aflojando la corbata de su cuello y liberando su cuello duro, ella detecta el olor del

sudor cuando la temperatura del cuerpo del hombre crece con su deseo.

También ella está caliente.

Cuando él vuelve a su lado lleva pinzas en la mano. "Elige, ¿pezones o vulva?"

"Oh, Claude, no."

"Si no puedes decidir optaré por ambos. Tengo más."

"Entonces mi vulva, " decide.

Se burla de su elección y la desecha. Tras unos pocos giros y vueltas, hay fuertes pinzas pellizcando sus pezones.

"Lo siento, pero esto es lo que yo quiero."

Debería haberlo sabido.

La última vez que Bella mira a Claude, se pavonea a su alrededor una vez más cuando consigue acostumbrarse al punzante dolor donde las pinzas se ajustan firmemente. Lleva una fusta en su mano, una que ha usado sobre ella anteriormente: una vara cubierta de cuero, larga y flexible con una empuñadura de piel de ciervo y seis pulgadas de garras sueltas en su extremo, atadas en un nudo. Odia su mordisco pero adora su aguijón.

Con él detrás ahora, cierra los ojos. Cuando recorre por su espalda el extremo libre, piensa en lo que le espera, en las huellas que Daniel puede ver. ¿Cómo las explicará? ¿Pero entonces, que derecho tiene a saber? Medita mientras el efecto del dulce tormento de Claude envía ligeros espasmos piernas arriba y a través de sus hombros, luego espaldas abajo a sus prominentes nalgas.

El silbido y el chasquido la sacuden. El mordisco es mezquino. Contra sus hombros en una cadencia preparatoria. Se retuerce incapaz de evitar que cada uno produzca la marca que Claude desea. Durante un tiempo se sumerge en el angosto espacio de la nada abyecta, sola con su sumisión. Los golpes son continuos, algunos casi agradables, otros amenazando con hacerla chillar.

También esto es parte del juego que él ha ideado. Nunca la amordazará para que tenga que refrenarse en su agonía por su propio decisión. No puede dejarse ir y tener al personal de la casa congregándose en el ático para ver a la dueña del hostal indispuesta de una forma tan poco corriente.

Claude la ve desde su punto de vista, una mujer en su gloria. Todavía, aunque pueda ser bella en su consideración, es merecedora de todo el infierno al que la somete. No se ha ganado el derecho de tener lo que tiene en sus manos. No se dejará ir haga él lo que haga. Algunos días, ve el juego romperse a su alrededor, y aunque está seguro de estar contribuyendo a su redención con todo el horror que extrae del cuerpo de la viuda de su hermano, no puede ayudarse a sí mismo más de lo que ella puede a sí misma.

Finalmente retrocediendo, utiliza su culo como blanco de prácticas, cortando golpe tras golpe los carnosos montículos, contento de ver su pureza en las huellas que persisten. Su piel se vuelve una masa de líneas rojas y quemaduras. La flagela con tino, tal como entiende cada golpe. Ocasionalmente se detiene para meter la empuñadura o la parte nudosa entre sus piernas donde ella empieza a apretar con los primeros síntomas de clímax. Está aún más jugosa. Una vez durante la tortura, afirmando el extremo húmedo de la fusta en su boca, le hace lamer su propia viscosa substancia. El sabor es acre, el fragante aroma de la femineidad -como un coño de mujer que recuerda haber lamido hace algún tiempo- no tan suave como el suyo propio.

Cuanto más se detiene para darle alivio, más brutalmente reinicia la tarea. Se empapa en sudor, a través de la camisa inicialmente almidonada que lleva. Cuando ella está a punto de chillar, desquiciada de refrenarse, se acerca a ella y aprieta la fusta contra su boca colocándola entre sus dientes.

"Aguanta."

Ella sacude la cabeza asintiendo. El caprichoso enredo de su pelo está empezando a deshacerse, pero nadie se preocupa cuando los extremos errantes empiezan a hacerle cosquillas en los hombros y ella está postrada para contraerse. Con una mano detrás de ella, la otra rodeándola para alcanzar a jugar con las pinzas de sus pezones, Claude manipula su respuesta -un pellizco aquí, un tiento allí, un estrujón en su castigado culo.

"Dime que eres culpable, " ordena.

Ella no puede hablar con la fusta en la boca, pero asiente de inmediato con la cabeza.

"¿Y te mereces todas las cosas miserables que estás sufriendo, mi linda puta?"

Asiente de nuevo, todo lo que puede decir es un débil "unhuh".

Puede admitir todo, porque su corazón está alegre ahora, lo peor ya ha pasado. Ya no la azotará más. Puede frustrarla, haciéndola esperar eternamente el final, pero ha pasado el punto en el que aún puede detener el instante final -salta claramente a la vista. En cada gesto se muestra de pleno corazón, encontrando su mayor placer en aumentar su dolor, encontrando la alegría en lo que más necesita.

Claude no se detiene, sino que mantiene su ritmo. Concentrándose en sus pezones cada uno recibe el creciente dolor. Ella odia y adora esto -pero seguramente necesita más. A continuación su culo, hay tres dedos escarbando en su interior, y dos dedos pellizcando su clítoris. Los espasmos son imparables, pero disparan en todas direcciones. Procura seguirlos, concentrarse en cada uno hasta el final. Pero Claude, en medio de su propio deseo diabólico, elige estos instantes de placer egoísta de Bella para arrebatar las pinzas de sus pezones. El dolor que produce la sangre agolpándose a través de los minúsculos capilares elimina toda concentración. Lucha para retener sus alaridos cuando el dolor la sacude como clavos golpeando hueso.

Desatando sus piernas, la quiere lo bastante libre para poder tener su coño. Y lo empuja como un ariete. Su gruesa polla cubriendo el campo que Daniel conquistó la noche anterior, la ensancha aún más y se queda con los restos del hermano de su marido goteando de su bien trabajado orificio.