Silencio de palabras

Descubrieron que amarse era una forma de existir distinta. El inicio y el encuentro de la vida. El sueño reañizado, peligroso, donde el silencio tenia un significado mucho mas profundo...

SILENCIO DE PALABRAS.

Le vino sin razón aparente, ya que no podía compararse a su primera experiencia sexual. ¿Cuál era el propósito después de tantos años? ¿Qué venia a significar rememorar una relación de adolescente, que no podía engañarse, le había marcado durante varios años? La huella tan sorprendentemente marcada que se alargo durante todo el instituto. ¿Cuánto tiempo había trascurrido? Demasiado tal vez…Encubiertos por una espesa neblina hace que su visión de la realidad quede más que aceptable.

Demasiados estragos… Hacer balance y enumerar las cosas que habían cambiado podía convertirse en un desanimo, en un fatídica apariencia desagradable y catastrófica. Valorar las consecuencias… Impensable exponerse directamente a ese riesgo, era una denuncia que no estaba en condiciones de ejecutar. Un chantaje tan largo como su vida. ¿Qué habrá sido de aquel chico? –Era una pregunta evidente, la respuesta manifiesta -.

No le resultaba fácil seguir porque acababa de darse cuenta de que tenia que calcular cuidadosamente el significado de cada frase que pronunciaba, tirar con dedos limpios y precisos del hilo de oro que acababa de descubrir por azar entre sus propias palabras, elegir la roca por donde intentaría abrir una entrada a la mina.

Sonrió con tristeza, una intensidad casi dolorosa. Durante todos estos años aparco su nombre, como los de muchos compañeros de clase, en el olvido por una falta habitual del uso cotidiano y por una nula relación entre ellos tras finalizar el instituto. Con algunos de ellos el contacto se alargo un poco más en el ámbito estrictamente del instituto. Gabriel se llamaba. Gabri para los amigos de la pandilla que lideraba. Era un nombre peculiar para un chico que no pasaba desapercibido en ningún sentido. Se estremeció por el asombro de comprobar lo hermoso que podía llegar a ser el cuerpo de un joven desnudo; el cuerpo de Gabriel era vehemente pero el de José Javier llego a ser interrogante.

No guardaba de ningún compañero un especial recuerdo, tan solo habían compartido horas de clase de las cuales cada uno tenia sus amigos y los habían comunes. José Javier había mantenido desde siempre el mismo grupo de amistades, tanto en los años de colegio como en el instituto. En el cual se habían agregado o se habían marchado compañeros en función de las circunstancias.

Gabriel era el chico más destacable del instituto, su respetabilidad, venia avalada con habladurías que lo precedían de años anteriores y sin lugar a dudas en los posteriores. Lideraba una pandilla que no solo tenía amedrentados a muchos alumnos del instituto, sino que se hacía extensible fuera del mismo. Era el líder carismático en todos los sentidos: bastante guapo, buen físico, con esa dosis justa de rebeldía y chulería que le granjeaba el valor para enfrentarse con cualquier chico por mayor que fuese. Era una reputación labrada a lo largo de muchos recreos. Por otra parte no era mal estudiante, sino que todo lo que le rodeaba le inducía a comportarse de esa manera.

José Javier siempre tuvo esa percepción inexacta respecto a la edad de algunas personas y concretamente este era un caso. Desde que lo conocía siempre lo había visto mayor que él, en contra, su aspecto siempre había sido mucho más aniñado. –Aspecto que ahora agradecía -.

En un comienzo de curso a Gabriel lo vieron entrar en clase, sentarse en un pupitre y a partir de ese momento formar parte del grupo de compañeros que inauguraban el curso. Todos sospecharon que había repetido curso, sin embargo nadie se atrevió a preguntar nada. Entre ambos nunca hubo una amistad profunda, ni si quiera una amistad de recreo; cada uno construyo su entorno a su medida.

Por circunstancias y aspectos cuyas razones eran inexplicables, entre ellos, desde un principio hubo una complicidad que viajo por si sola; un pacto de respetabilidad, una rubrica firmada en el aire cuyo testigo de honor había sido el silencio.

En aquellas tardes de colegio, a la salida, José Javier se sentía extrañado, un poco a la expectativa y a la defensiva por ese privilegio de que no se metieran con él, de no abordarlo, ya que era una presa fácil por su constitución aparentemente delgada y esa primera impresión de timidez. Con los días esa situación le llego a divertir y a gustar. De alguna forma se sentía protegido de todo el maremagnum de colegiales.

Hizo memoria para averiguar cual había sido la causa de que ambos quedaran en el gimnasio tras acabar la clase. Estaba convencido que habría de ser algún castigo, después de tanto tiempo poca relevancia tenia. José Javier se había metido a lo largo de todos sus años de enseñanza en un par de peleas a lo sumo: la primera como recuerdo de su estreno le dejo una pequeña cicatriz de un par de puntos en una ceja; la segunda, se quedo pensativo… no había vuelta de hoja, la que se quedo castigado en el gimnasio. A grandes trazos dedujo la causa que con toda seguridad se habría visto envuelto en su segunda pelea.

Gabriel habría salido en su defensa, entrometiéndose en la pelea a favor de José Javier que estaría tumbado en el suelo. A partir de esa tarde, la mayoría de chicos que habían estado en circulo contemplando el espectáculo y las chicas que se reían con disimulo pudieron ver como inesperadamente el chico mas popular del instituto tomaba partido a favor de José Javier. Esa tarde su imagen ante los demás cambio radical y completamente. No en protagonismo, pero si en respetabilidad; había quedado claro quien había sacado la cara por él. Sin discusión alguna ambos quedaron castigados en el gimnasio después de clase; como era de esperar el castigo consistía en correr dando vuelta a la pista.

Ahora su memoria se hacia muchos mas fluida en los detalles, las palabras que hubieron se quedaron suspendidas en el aire y una fuerte ráfaga las esparció como hojas secas.

Siempre había guardado un grato recuerdo de su primera relación sexual. Aquella tarde en las instalaciones del gimnasio en un estado bastante aceptable, empezaron la carrera de fondo cada uno a su ritmo y según las condiciones físicas de cada cual. Aun siendo compañeros de clase habían hablado poco y todas las veces habían coincidido que se encontraban solos. Era un trato cordial, distendido, afable.

El comportamiento de Gabriel en clase se alejaba bastante del que solía demostrar a la salida del instituto. A medida que pasaban los días José Javier se dio cuenta, ya que en un principio le paso desapercibido dándole poca importancia; pero a medida que pasaba el tiempo, sus sospechas se hicieron realidad y más evidentes. Con una disimulada acción los ojos de Gabriel se posaban hacia su persona. Sosteniendo por algunos segundos sus miradas en la mínima ocasión: cuando deambulaban entre las filas de las mesas o al volverse tras terminar un problema expuesto en la pizarra, siempre con buen resultado. A José Javier le desconcertaba un poco tan singular y secreto comportamiento, no cabía engaños a José Javier le gustaba Gabriel, pero le desorientaba esa actitud por parte de su compañero sin llegar a comprenderlo del todo. Pues un desliz de ese tipo podía acabar con su reputación del mito del chico invulnerable, quedando entredicha su popularidad. No llego a sacar conclusiones, a su edad todas las conclusiones están claramente marcadas y conclusas. José Javier reacciono con normalidad devolviéndoselas con su mirada, con ojos pacíficos y comprensivos de quien lleva tiempo esperándolas, con la confianza que bailaba entre los ojos de ambos. No puso impedimentos, fue una situación que le llego agradar, le estimulaba, era el chico prefecto, ese chico con el que había soñado.

Ahora, en el gimnasio los dos solos compartían castigo. Se sentía como rey destronado: tenia su reino al alcance de su mano y se le negaba a reinar.

Al cabo de algunas vueltas el cansancio se hizo aparente en la persona de José Javier, por su constitución delgada y una falta de costumbre, le faltaba el aliento y de vez en cuando tenia que parar doblando el tronco hacia delante con un resuello violento y recuperar fuerzas. En esos momentos si hubiese podido elegir sin pensarlo hubiese preferido que el otro chico le hiciese un ojo morado a ese cruel esfuerzo que estaba sometiendo su cuerpo. Como era de esperar al poco tiempo aparecieron los calambres en las piernas y las detenciones se hicieron mas frecuentes. Era insoportable y en nada le compensaba ese desmesurado castigo con la gratificación de compartirlo en compañía del chico de sus sueños. Abandono, poco le importaba si Gabriel le llevaba muchas vueltas de ventaja o en cambio se lo había tomado con mucha mas calma sabiendo que era un puro tramite que tenia que pasar. La ley del mínimo esfuerzo.

Gabriel se dio cuenta que José Javier lo estaba pasando francamente mal, fue en ese instante cuando paso de una indiferencia aparentemente disimulada a una amistad solidaria ofreciéndole por segunda vez su apoyo y su ayuda. Si bien al principio juzgo que habría ciertas reticencias ya que una gran parte de culpa de que estuviesen dando vueltas en la pista del gimnasio la tenia él, comprobó con satisfacción que se equivocaba; más allá de las erróneas conjeturas José Javier acepto tal ofrecimiento. Aunque fuese el simple gesto de colocarse a su lado; cada uno eludió la responsabilidad del otro en el altercado y el pacto limpio y transparente nació de la propia voluntad conservando su valor específico, cada uno comprendió más de lo que ellos imaginaron. Sus miradas reanudaron una conversación que solo ellos entendían y llegaban en pinceladas justas a descifrar. Para José Javier era inconcebible lo que le estaba pasando. Guardaba en la memoria de la violencia y el deseo los ingredientes básicos de una pasión fija, imperturbable, y tan codiciosa como su propio destino; un tormento que no cesaba en sus sueños, desde que entre ellos, la docilidad de las furtivas miradas se mezclaban en proporciones indescifrables. Un desierto se arremolinaba a su alrededor de día y de noche hasta llenarle la boca de arena, un caballo enloquecido de furia que galopaba sin descanso entre sus vísceras.

Nunca deseo a Gabriel tanto como en ese momento: cuando podía imaginar con precisión el eco de su voz que se deslizaba por sus oídos, mientras corría a su lado animándole a no desfallecer, el tacto y el tamaño de su cuerpo que se aplastaba contra el suyo. La familiar amalgamaza de palabras y frases hechas, de gestos y de ademanes, de costumbre y manías que estarían empapando el tejido de su vida. Los dos habían notado una sensación extraña, si cabe novedosa y poderosamente inexplicable, se atraían. Como una fuerza que nacía en algún punto de su cuerpo y que hasta el día de hoy, hasta este preciso instante había permanecido apaciguada. Incapaces de darle un nombre o tal vez eran muchos más listos y el mismo miedo de enfrentarse a la novedad les impedía deletrearlo con todas las consonantes y vocales. Les paralizo. Aparecieron palabras, risas, vinieron complicidades –pocas-, bromas y roces que terminaban con cortas y esporádicas carreras para zafarse el uno del otro. Fue el resultado de que un par de veces rodaron por el suelo, que sus caras quedaran tan juntas que sus alientos por décimas de segundo se convirtieran en el sustituto del oxigeno que necesitaban. Era la consecuencia, era el enemigo íntimo y rebelde, ambos asolados por una fuerte impresión de poderes fundidos, dos caras de una misma moneda. Ambos percibían el deleite, el desbloqueo de sus corazones. Un nerviosismo intransigente, agradable, que transmitía la percepción de la duda: ideales de buenas maneras y prudencia pero a la vez urgía la necesidad de aplacarlo. Apaciguar el torbellino que dentro de sus cuerpos les estaba ahogando. Su propio desafió, invencibles hacia la salida o derrotados a la nada pues la oportunidad les era brindada.

Un amor no expresado aun del todo, sino a través de insinuaciones y de los ojos que todo lo acarician.

De repente la puerta del gimnasio se abrió recortándose a contra luz la sombra de una figura que les era familiar. Su voz retumbo con contundencia entre las paredes del gimnasio. Su presencia únicamente atestiguaba el aviso de que el castigo había finalizado. Cumpliendo el encargo, salio del gimnasio como entro, con una frialdad y una indiferencia que le otorgaba los años de trabajo, una rutina impuesta y nada mas. José Javier y Gabriel uno con el brazo por el cuello y otro por la cintura se daban un apoyo por haber concluido tal proeza y tal paliza. Había una simetría poética de su sacrificio. Sus risas y bromas les condujeron a una mirada de contemplación de la hermosura que tenían al lado.

Silencios, sonrisas y tímidas caricias en cuerpos sudorosos, inexpertos ¿para que…? Laberinto entre sus manos demasiado imprecisas. Uno solo, no dos parcialidades, el ser que todo eso percibe y con ello disfruta. Los ensueños. Incluso acaso la eternidad sea eterna. Todo se había incubado

Entraron en el vestuario sin soltarse apenas, no había nada que temer, volvieron a la mirada reconciliadora. Sin permiso, con el atrevimiento de la inseguridad de la experiencia sus labios acoplados en una irreprochable simetría, las manos de cada uno ocultas bajo las ropas del otro con torpes movimientos que encendieron la ternura en una imitación improvisada. Sin llegar en ningún momento a despegar los labios. Su avidez era saciar el deseo percibiendo todas esas sensaciones como una sola, un signo de complicidad del aire, una estática ceremonia de bienvenida. Imponiéndose a si mismos una lentitud que el deseo desmentía, se desnudaron manteniendo los ojos bien abiertos.

Los cuerpos desnudos, la hermosura expuesta sin ningún impedimento artificial, con naturalidad. El agua resbalaba por dos cuerpos gloriosos que por primera vez se exponían a sensaciones duales, exaltados sin ninguna unión con el pecado o la represión. Ellos mismos: el indomable afán, la apasionada búsqueda, la inquebrantable aspiración hacia lo bello devolviéndole el sentido a la existencia.

José Javier lo retrato, esculpió en su memoria como quien cincela en una roca noble su ilusión para perpetuar el desafínate cuerpo de su salvador y compañero de castigo, su ensueño ahora realidad. Exclusivamente para él solo. Pelo negro y rizado, ojos claros, mandíbula cuadrada, tan familiar que compensaba de sobra el grosor de sus labios, era mucho mas que un chico guapo. Cuerpo poderoso y brazos bronceados.

Aquel chico que nunca fue solamente de él, nunca logro hacerlo suyo del todo, sin llegar a sospechar jamás con cuanto amor lo llegaría a recordar después. Estremecido por el asombro de comprobar lo hermoso que podía llegar a ser el cuerpo de un chico desnudo. Muy alejado estaba de cuando veía a sus compañeros de clase desnudos en el vestuario. ¿Tanta diferencia había? ¿Qué era realmente lo que lo hacia diferente?

José Javier después de mas de veinte años de lo sucedido aun recordaba como lo abrazo y que sensación de excitación y cumplimiento le araño toda su persona, como cada terminación nerviosa fue deslumbrada por una experiencia nueva, la virginidad de su cuerpo se abría entera para recibir y captar todo el tumulto del deseo, toda la algarabía de emociones recién inauguradas. Lo beso muchas veces en la cara, en el cuello, en los labios apetecibles y vigorosos. Noto su calor tan agradable a pesar de estar empapado en agua. La frescura traidora de la ducha y percibió otra codicia, el deseo creciendo en la yema de sus dedos, en el espacio que se agrandaba entre sus labios abiertos, en la dureza del sexo que se apretaba contra su vientre, y sintió envidia y una extraña especie de gratitud, y la necesidad de devolverle cada caricia, de fundirse con él, de atraparlo y rodeo el cuerpo de Gabriel con sus brazos y este respondió de igual manera fundiéndose en un abrazo. Poso las dos manos abiertas en la espalda atrayéndolo hacia si. Gabriel lo lleno de besos desde la cara hasta la cintura, no dejo ni un trocito de piel del cuerpo de José Javier por besar, sabia donde tenía que ir. Intuyo que para su compañero de clase seria su primera experiencia ¿y para él...? Gabriel no podía demorarse mas, no podía retener por mas tiempo su impaciencia, por lo que tanto tiempo había estado ilusionado, buscando y esquivando.

Completaba las fases de un laberinto irregular y caótico, la cara verdadera de un equilibrio de pensamientos que le llevaban a ver a José Javier como uno de los pocos chicos más guapos del colegio y uno de los más enigmáticos. Llego al sexo de José Javier, turgente, duro, este pudo comprobar lo excitado que se encontraba Gabriel, se introdujo el pene en el boca, era una dulce, violenta, prolongada invasión. Poseyéndolo despacio, sin palabras pero con suavidad, con los ojos abiertos comprobando como José Javier se le entrecortaba la respiración y gritos ahogados estallaban en la garganta. Se corrieron.

Luego se besaron durante mucho rato sin dejar de mirarse, como si los dos pudieran adivinar al mismo tiempo lo raro y lo bueno que cada uno de ellos era para el otro.

Salieron de la ducha para secarse y vestirse, cada uno con una sonrisa de complacencia, sensualidad. Había una atracción irrefrenable de sus cuerpos que borraba toda realidad. José Javier en un gesto de atrevimiento que le causo un ingenuo asombro le acaricio la espalda a Gabriel, su recorrido llego hasta la cintura deteniéndose indeciso. Gabriel quieto lo insto invitándole a continuar. La confianza de la manos de José Javier cumplieron, en la sombra, su oficio de puentes levadizos insaciables. Finalizo en el culo, sintiendo que desembocaba en un mundo distinto, un mundo real, únicamente suyo, como si el tiempo que acabara de vivir en el vestuario junto al cuerpo de Gabriel: su cara, sus manos, sus gestos, formaran parte de una realidad falsa, solo aparente. Una ficción que acabara de explotar en el aire igual que una burbuja de jabón, una transparencia ilusa que no podía sobrevivir, disolviéndose en el umbral de las historias verdaderas.

Por primera vez Gabriel, parecía perdido, inseguro de cómo sujetar los hilos que le unían a viejas esperanzas truncadas. Levanto las manos y sintió el mas suave de los tirones hacía él. Gabriel lo beso tan intensamente, monárquico que pareció que lo iba a dejar sin aliento, atenazándolo con los dos brazos: uno por el cuello, otro por la cintura desnuda y húmeda. A ambos de les vidriaron los ojos, tal vez fuese la casualidad del momento ante unos mismos sentimientos o probablemente cada uno sin darse cuenta había encontrado su punto de partida.

Cuando se separó Gabriel vio la consternación en la mirada de José Javier. Con la suave yema de los dedos recorrió el contorno de sus labios que se teñían de un leve color más intenso del habitual. Le invadió un júbilo de ternura, vio su alivio y el ligero temblor de la emoción reprimida: la expresión de alguien que ha oído el dulce advenimiento de su salvador. Gabriel desfalleció, en ese instante quería morir.

Vestidos, antes de abrir la puerta del vestuario que daba al patio del colegio se abrazaron fuertemente. Salieron a la calle, el aire seguía calido y la luz suficiente para iluminar los contornos de las cosas. Por alguna extraña razón José Javier sintió que acababa de penetrar en un túnel largo como una noche negra, ¿fue un presagio? Y se sintió sin fuerzas para avanzar por él. Desarmado y confuso, con las manos vacías, mas solo que nunca, caminaba al lado de Gabriel, se miraba los pies que colocaba en línea recta para pisar solamente las juntas de las baldosas. Entonces se fijo en sus labios, tan distantes ahora de la afilada perfección de la sangre, sus labios casi gruesos, siempre prometedoramente carnosos, desnudos por fin de la trampa fácil, labios abandonados a su propio color y calor, mas poderosos aun, mas peligrosos que antes. Sonrió con tristeza, una intensidad casi dolorosa. Desgarradora.

A partir de entonces un pacto de silenciosa camaradería les envolvió a los dos sin que entre ellos hubiese mediado palabra sobre lo sucedido. Ambos tenían el suficiente sentido común para hacer convencer al resto del colegio que únicamente sucedió el espectáculo grotesco que se había montado en el patio. Lo ocurrido en la ducha se quedaría para siempre entre esas paredes alicatadas de baldosas blancas hasta el techo en el cual el silencio de la eternidad velaría algún día su recuerdo.

Otra cuestión era la insalvable amistad que podía haber entre ellos dentro del colegio; no se podía clasificar de imposible pero cada uno, se podía decir, pertenecía a un estatus diferente y discordante. No se podía hablar de discriminación entre los compañeros. Pero ni Gabriel encajaba del todo entre los amigos de José Javier, ni este todavía menos en las de Gabriel.

Fuera de las horas escolares todo podía ser posible, todo entraba dentro de una normativa de edades, contornos y casualidades; pero en muy contadas ocasiones habían coincidido. Tiempo de cautelas, precaución severa, no estaba muy seguro de que era exactamente lo que tenia, a que clase de alianza pertenecía, en que consistía esa especie de novedad absoluta como un nuevo mundo donde de repente había empezado a suceder su vida. A cambio, si sabia, y con una seguridad pasmosa, una certeza completa que aquello que le estaba sucediendo, fuera lo que fuese, le gustaba. Pero el precio por esas fugaces punzadas de un placer secreto, mas intenso aun por ser inconveniente, era demasiado alto para pagarlo sin plazo y sin límite. Porque un instante después de haber advertido la promesa envuelta en un simple gesto de Gabriel, cualquier indicio tan insignificante que nadie, a parte de él, parecía haber llegado advertirlo. Gabriel volvería a su liderazgo de pandilla, al ser el mas respetado y uno de los mas deseados por las chicas del colegio, y él se quedaría a solas con la perpetua certeza de no ser mas que un idiota facial de engañar y la memoria de una humillación antigua y rabiosa, una herida muy fea, condenada a no cerrarse durante años.

Con un beso lánguido y melancólico se despidieron. Esa nostalgia imprecisa con la que se abandona a los amantes que hacen daño solo a costa de haber regalado antes el precario fulgor de un placer purísimo, venenoso, irreemplazable, pero, sin embargo aparentemente no se echaron de menos en el frenesí cotidiano de su dulce impostura, ni en la feroz explosión que vino después. El frenesí distinto pero igualmente intenso que había culminado en apariencia en una vida nueva, una flamante normalidad que jamás se habrían atrevido a calcular para sí mismos. José Javier no llego a entenderlo del todo hasta que pasaron algunos días que cayo en la cuenta que sus esperanzas se desvanecían como una pequeña gota de roció en un inmenso océano, lo que de significado escondía lo sucedido en la ducha se encontraba muy lejos de lo que él hubiese deseado. Todo acabo allí, en el preciso instante, en que uno de los dos abrió la puerta que daba al patio del colegio, transportándolos a la cotidianidad de sus vidas. Era descabellado.

Esa actitud que tomo José Javier hacia que su orgullo se mantuviese a salvo en un refugio interior, tan oscuro, tan hondo que allí no le harían daño las mentiras, las promesas traidoras, las sonrisas hipócritas, los besos que pudieran llegar a ensuciar la pureza de sus labios homicidas.

Con torpes hilvanes con que el anhelo cose los destinos les tenia guardados una sorpresa, coincidieron como pareja para realizar un trabajo de clase. Al oír sus nombres ninguno de los dos se extraño, unas sonrisas juguetearon en el fondo de sus ojos, insinuaron entusiasmo. El resto de la clase preenjuiciaron una opinión particular: tan equivocada, tan sorprendidos y tan compasiva como ellos de encantados de formar equipo.

Quedaban en casa de Gabriel por la tarde. En aquellas horas descubrieron que amarse era una forma de existir distinta. Ya no tenían un cuerpo que los delimitara, con el que se reconocían en el espejo, o en las pupilas de la gente, a medida que compartían tardes se daban cuenta que su cuerpo empezaba a ser el de otro. Les resultaba una sensación extraña. Se amaron todas las tardes, se amaron con confidencias y complicidades. Codiciaban esos instantes. Todo se detenía cuando se encontraban. El inicio y un encuentro en la vida.

Pero las tornas cambiaron, fue Gabriel ahora quien pudo comprobar la inquietud de su alma, quien experimento que le gustara alguien, echarle de menos sin poderlo tener. El saldo de una juventud, esas pocas claves capaces de arder, de quemarse, de consumirse en una sola llama. La inagotable borrachera de deseos cumplidos y sensaciones agradables no se resentía de las excepciones, ni de los fogonazos de sensatez que le deslumbraban a veces con un resplandor directo, blancuzco y despiadado. Era una verdad profunda: la más brutal, la más humillante, la más pura y la más incontrovertible de cuantas poseía.

Se ahogaba, se estaba ahogando. Gabriel lo había adivinado, lo podía intuir y llegaba a entenderlo. Desde la primera vez que hicieron el amor en la ducha del vestuario se había mantenido a salvo; sus sentimientos y deseos los guardaba a buen recaudo. Bloqueados por el dominio de una voluntad impuesta por las circunstancias que lo rodeaban, porque vivía una existencia que ese tipo de relación era impensable. Esos sentimientos que afloraban dentro de su cuerpo hacia otro chico eran descabellados, rechazados en todas y cada una de sus vertientes. En aquellos primeros días se creía dueño de un control absoluto, un poder extraordinario para poderlos sujetar, una falsa percepción que no quería afrontar para no toparse con su propia realidad, su propia verdad. No se daba cuenta que se estaba mirando en espejos deformantes. Jamás traspasaría esa línea imaginaria, donde el tiempo, aliado insalvable, marchitaría los sentimientos hasta su muerte, o si no al menos, les restaría esa fuerza con que tanta contundencia los sentía. Relegándolos a un calido recuerdo, incierta añoranza, minucias de recuerdos perdidos clasificados de locura adolescente. Ahora, después de poco más de una semana, el trabajo del instituto estaba terminado. Leves retoques quedaban. Después de todos estos días donde el tiempo les proporciono la oportunidad de compartirlo casi todo… Gabriel se dio cuenta, lo presagiaba, lo presentía, lo intuía, estaba convencido que a José Javier también le pasaba lo mismo que a él; que eran sentimientos recíprocos. Un denominador común que estaban condenados a silenciar, ambos lo sabían, era el juramento silenciado de mutuo acuerdo. Llegaba el agrio momento. Los dos hacia sus adentros se preguntaban que ocurriría a partir de ahora. Gabriel encontraba palabras en la nada, frágiles. Palabras a medias; buscadas y silenciadas antes de llegar a sus labios. No podía decir nada sin que sus palabras lo buscaran por la calle, sus ojos lo soñaban por su cuenta cuando estaban despiertos. ¿Qué oportunidad tenia de volverlo a ver a solas otra vez? La única resignación era verlo entre los demás, sin poder tocarlo, sin besarlo, sin oír su voz sabiendo que nadie mas que él lo escuchaba. Su corazón albergaba la sonrisa de sus labios, como el día que lo vio por primera vez. La idea le parecía insoportable, produciéndole un escalofrió. Se llego a plantear muchas cosas… ¿Quería realmente a José Javier? Seria capaz de abandonar a su pandilla por ese muchacho tímido, enigmático y guapísimo a sus ojos. Confusión… Su corazón sobre el corazón de él tenía el color de la arena, el color de la miel, el color del día. Lo más duro seria cuando lo viera deambular solo por el instituto dirigiéndose algún sitio con esa perspectiva belleza que emanaba de su cuerpo, dándole la sensación como si estuviese pidiendo limosna con la mirada para toparse con la suya.

Tenia que buscar dentro de si mismo lo que su corazón le dictaba: en ciertas ocasiones hay que apartar, acallar al raciocinio para dar un poco de luz, a veces hay que ser más visceral que racional. Aunque con el cambio se pierdan ciertos privilegios e incluso parte de uno mismo. Siguiendo el hilo de la memoria encaminándose hacia el silencio, viviendo en los recuerdos.

Tanto Gabriel como José Javier coincidían en la opinión que tenían del otro: la existencia de aquella criatura hacia del mundo un lugar embriagador y refulgente de todas las perfecciones.

Aquí estaba él, después de tantos años. ¿Cuántos? Para que… Que importancia podemos darle a un tiempo que ya no vendrá y que en cierta medida nos fue prestado. Cuyo fruto de su disfrute son los recuerdos de lo que vivimos. Nos debilitan o nos endurecen, un testimonio de lo que fue y añoramos. Un perfume insólito, entretejido de muchos, sobrevuela por doquiera. Alguna nube trémula, decorativa solo, boga en lo alto y se desvanece sin dejar huella. Surgida de las aguas entre una niebla muy ligera. A la luz de la luna, era posible distinguir perfiles. Todo era irrevocablemente extraño, todo extremadamente conocido. Siente la hermosura, frágil como toda hermosura, y la emoción de la permanencia, voluble y tornadiza como todas. No se vuelve jamás del otro lado, una vez atravesada la línea sombría. Luego silencio

Había nacido con pasiones contadas, dueño de muy poco, ya no se acordaba del tiempo que había pasado desde que alguien le había dicho por ultima vez que le quería, y le quería porque si, porque era él, porque era fácil quererlo. Era mas de lo que estaba acostumbrado a tener, había trazado una línea en el suelo para mirar de frente a lo desconocido, sin querer reconocer la silueta familiar, un reflejo viejo en un espejo viejo, un sueño estéril y su rostro arrasado por la incertidumbre.

Días después de entregar el trabajo, a la salida del instituto, en la cazadora de José Javier al meter la mano en uno de los bolsillos se topo con un papel. Al desplegarlo una nota. Leyó: "Te sentí al lado mió y todo estuvo bien una vez mas." Sus labios esbozaron una sugerente sonrisa.

Era un verso de la poesía que le había recitado a Gabriel una tarde en su casa para incluirla en el trabajo. Era su letra.