Silencio cómplice

Cuando despertamos, estábamos como cortados, no hablábamos ni una sola palabra de lo sucedido, aquello era un silencio cómplice.

Desde que lo vi por primera vez, quedé prendido de su atractivo varonil. Mario es un hombre maduro, su cabello canoso no puede ocultar el fuerte color negro que de joven tuvo. Es un tío muy introvertido y sus palabras son pocas y concisas. Desde que lo vi traté de acercarme a él y hacerme su amigo, pero la tarea no me fue fácil. Trabajaba en otra oficina y no encontraba la forma de poder entablar una conversación. Todos los días lo veía, incluso comencé a saludarle cuando pasaba a su lado, pero entablar conversación con él, me era imposible.

De más está decir que conocía sus gustos, siempre pedía un café solo con unas gotas de aguardiente de orujo; eso me hacía suponer que era gallego. Luego se fumaba un tabaco y al final dejaba la colilla cuidadosamente apagada en el cenicero y marchaba a su labor. Y de nuevo a esperar al próximo día para poder observarlo. Un día creí que enloquecería, por primera vez lo vi con mangas cortas; llevaba una camisa negra con unos reborde en las mangas de amarillo; el contraste de colores le hacía lucir muy masculino y las mangas cortas le permitía lucir unos hermosos brazos velludos. Ese días me quedé sobresaltado y decidí vencer mi timidez. Aproveché que la cafetería estaba muy concurrida, pedí mi café en la barra y argumentando que no había mesas vacías (en realidad había dos al final del salón que intencionalmente no vi) le pedí permiso y me senté en la suya.

Ahora podía por primera vez sentir el olor de su perfume masculino y como es lógico no perdí la oportunidad para entablar una conversación de algo, pues este era el momento que tanto había esperado. De lo que hablé ni me pregunten, porque mi estado de nerviosismo no me permite poder recordarlo. Lo cierto fue que al fin charlamos y sorprendente aquel hombre parco en palabras resultó tener una conversación muy precisa e interesante.

Al día siguiente, cuando llegó a la cafetería yo estaba sentado en una mesilla del sitio. Mario fue a la barra, pidió su tradicional café solo santiguado con orujo y sorprendentemente vino y se sentó en la misma mesa en que yo estaba. Me corrieron unos escalofríos que él se dio cuenta de los temblores de mis manos y yo le dije que tenía un poco de gripe y que tal vez tendría un poco de destemplanza. Después de unos instantes pude reponerme de mi sorpresa y conversamos con naturalidad y a partir de ese día éramos compañeros de mesa. Y poco a poco fuimos entablando amistad y porque no confesarlo, yo estaba enamorado de él, era un amor platónico e inconfesable. Yo deseaba tocarlo, acercarme a su piel, pero no me atrevía. Ya sabía que Mario era un hombre casado, que tenía un par de hijos varones de 20 y 22 años y no me daba homosexual por ningún lado. Así que me quedó bien claro que no tenía la más mínima posibilidad de una conquista. Por otro lado el sabía que yo era un hombre soltero que vivía solo y que por lo tanto tenía mucho tiempo disponible y que me aburría en mi casa como una ostra.

En un par de ocasiones pude rozar unos de sus brazos con los míos y mi ritmo cardiaco se aceleró. Pero de ahí a más ni soñar.

Bueno, la idea de Mario no se me quitaba de la cabeza, en mi casa me pasaba horas pensando en él y deseando que llegara el próximo día para poder volver a verlo. Al poner mi cabeza en la almohada pensaba en él, en como sería su pecho y en sueños me lo imaginaba y lo desnudaba. Cerraba los ojos y pensaba que lo tenía a mi lado, que sentía su respiración y que podía ver como estaba a mi lado desnudo. Mis manos acariciaban su pecho una y otra vez, poco a poco bajaban hasta su ombligo. Mis manos jugueteaban con sus vellos y su polla empezaba a endurecerse y a soltar gotitas de líquido preseminal. Mi lengua sustituía a mis manos en sus caricias y no dejaban de mojar uno solo de los abundantes vellos de su pecho. Luego comencé a besarle los huevos, hasta que poco a poco, centímetro a centímetro mi lengua fue chupándole su aparato hasta que llegué a su cabeza y empecé a chupársela con glotonería, mientras Mario se retorcía de placer. Luego despertaba de mi sueño y estaba solo en mi cama. Esas cosas solo serían sueños, no me quedaba la menor duda.

Tenía que planear algo que lo pusiera maduro, por eso me inventé una historia que supuestamente me había ocurrido y pasé a esperar la menor oportunidad de comentársela. Le hablé de la clase de mamada que me había dado una chica hace algún tiempo y sin pelos en la lengua pasé a describírsela con pelos y señales. Le expliqué que la chica, como buena mamadora quería darme una mamada que me resultara inolvidable. Nos fuimos a un pequeño hotelito de la Calle 8 y allí me dispuse a sentir los placeres del mamado. La chica se fue al baño mientras yo me desnudé y me acosté en la cama boca arriba, puse una luz tenue en la habitación y una música romántica de fondo. A los pocos instantes la chica se me acercó y comenzó a acariciarme mi cabeza y con sus suaves dedos los párpados de mis ojos, aquello me resultó enormemente placentero y luego me empezó a dar besos cortos en los vellos de mi pecho, alternándolos con caricias de su lengua, poco a poco su boca ardiente fue bajando por los vellos de mi vientre hasta mi ombligo. No era necesario que llegara a mi polla para que esta se disparara como un cañón y que sus gordas venas se hincharan como haciéndola explotar. Mi polla pendulaba, se babeaba, pero la muy cabrona aparentemente no le hacía ningún caso, le interesaron más mis huevos; los que besó y chupó con tal pasión que yo pensé que me iba a desmayar. Luego fue escalando centímetro a centímetro por mi mástil erecto hasta que chupó su cabeza y la limpió de mis líquidos que engulló con lujuria, mientras yo sentía el placer del cielo. La chica no me dejaba entrar en acción, me decía que lo único que yo iba a hacer era disfrutar. Su saliva abundante inundaba mis huevos y mi polla. Primero eran cortas las chupadas a la cabeza y eso me estaba desesperando. Le dedicaba más tiempo a mis huevos, hasta que de pronto en una chupada que yo pensaba que sería corta, se quedó con mi polla en su boca y la mamó con una intensidad que me sentí al borde de correrme en su boca, luego continuaba pajeandome con una de sus manos. Y cuando ella se percató que estaba al borde de correrme, apresó mi polla en su boca y yo descargué mi leche chorro por chorro en su boca. Nunca en mi vida habían soltado tanta leche mis huevos. En la medida que me corría mi leche al embarrar la cabeza de mi polla me hacía más sensible y en cada una de sus chupadas todos los músculos de mi cuerpo se estremecían. Con sus manos se sujetaba fuertemente a mi cintura, yo no podía escaparme y ella continuó chupándome la polla casi hasta caer desmayado. Me quedé como muerto. Fue tanto lo que me hizo sentir que de inmediato caí dormido a su lado y casi sin fuerzas.

Mi historia puso a Mario como una locomotora, con disimulo miré para la bragueta de su pantalón y era evidente que estaba cachondo a más no poder, pues su polla formaba un bulto que estaba al borde de estallar. Luego cuando se refrescó un poco, me dijo: esta noche me voy a tener que pajear, pues no te puedes imaginar desde cuando no recibo una mamada como esa. Un día me tienes que poner en contacto con esa chica, porque a mi mujer no hay quien le haga meterse mi polla en la boca. La muy cabrona dice que eso le da asco y que es cosa de putas.

Este comentario de Mario despertó en mi ilusiones perdidas, había descubierto que estaba necesitado de un buen sexo y que mis conversaciones lo sobresaltaban de sobremanera. Y no iba a perder ninguna oportunidad.

Una vez le comenté el susto que me había dado un amigo que era velludo como él, cuando trabajaba en una refinería de petróleo. Estábamos en una torre a una buena altura y el aire que soplaba le cargó los vellos de sus brazos de electricidad estática, mi amigo lo sabía e intencionalmente acercó su brazo al mío y sentí una fuerte descarga eléctrica que me asustó. A Mario eso le causó bastante risa. En una ocasión pude saber que uno de sus pasatiempos preferidos era la pesca y que incluso tenía un pequeño yate en el que hacía sus faenas los fines de semana. Yo de ese tema no tenía ni la menor idea, pero le dije que siempre me había gustado la idea de salir a pescar, pero que no se me había presentado nunca la oportunidad. A los pocos días sobrevino la invitación: ¿Qué tal si este fin de semana me acompañas a una jornada de pesca? De más esta decir que de inmediato acepté, normalmente me pasaba el fin de semana solo y sin planes y en los últimos tiempos: solo pensando en él.

Así el sábado, poco antes del amanecer Mario me recogió en mi casa. Venía en su coche con el yate a remolque. Yo lo estaba esperando, porque a esa hora habíamos quedado y cuando él salió de su casa me llamó por su móvil desde el coche. Yo sabía que a él no le gustaba esperar por nadie; así que pronto estaba listo y esperándole en el portal de la casa. Así que de inmediato abordé el coche y me senté en el asiento delantero, el de al lado del chofer. Para mi sorpresa, Mario venía solo y estaba vestido con un playero y una camiseta; esto le permitía lucir a todo su esplendor unas hermosas piernas velludas de deportista, que a pesar de la penumbra atraían mi vista con intensidad. En menos de una hora estábamos en el muelle, la grúa había introducido el yate en el agua y encendió el motor y salimos de pesquería.

No nos alejamos mucho de la costa, más bien fuimos bordeando los cayos del sur de la Florida y pronto amaneció en lo que era un magnifico día veraniego. Lejos de la costa apagó el motor del yate y lanzamos los avíos de pesca y a esperar. Mientras hacíamos la espera de que algún animal picara nos recostamos en un par de tumbonas y comenzamos a tomar unas cervezas bien frías y ahí surgieron las conversaciones sobre muchos temas, nos hicimos chistes de todo tipo, pero yo estaba al asecho de lanzar historias de mamadas que sabía que lo ponían como una locomotora y como es de esperar en un momento traje el tema a colación.

Esta vez fui un poco más agudo, le expliqué mostrando un poco de corte una experiencia de una mamada que me había dado un hombre. Ahora estaba al asecho de cual sería su reacción. No sabía si me había pasado, pero la suerte estaba echada. Para mi sorpresa el tema le interesó tanto como los anteriores y lo calentó como de costumbre. Finalmente estaba sudando copiosamente, se quitó la camiseta y con ella secó su precioso pecho, nunca había podido observarlo así, totalmente desnudo, de daban deseos de lanzarme a acariciarlo, a darle besos, pero me contuve. Pero de pronto algo dijo que aumentó la tensión a tope: Coño, estando nosotros solos en este yate y con el calentón que me has dado con esta historia, me parece que te voy a pedir que me des una mamada como esa de tus historias. Mientras se recostó en la tumbona y puso sobre su cabeza las manos, como tratando de descansar mientras yo observaba que su polla se quería salir debajo de su bañador.

Sentí el deseo de decir que eso era lo que más yo deseaba, pero ahora que las cosas estaban en su punto sentía temor de llevarlas a término. Así trascurrieron unos pocos minutos muy tensos. Ninguno de los dos pronunciábamos una sola palabra. Y ese silencio se fue convirtiendo en una aceptación cómplice de ambos. Por eso decidí acariciar con una de mis manos su cabeza y él cerró los ojos como una muestra de aceptación. Por eso con mis manos continué acariciando su pecho, sus tetillas y su ombligo. Luego comencé a lamer su pecho con mi lengua mientras una de mis manos avanzaba por su vientre y penetraba por debajo de la cintura de su bañador.

Estaba claro, quería ser mamado, le iba a dar una mamada histórica, pero lo iba a desesperar al máximo. Por eso le retiré el bañador y lo dejé desnudo en la tumbona y luego comencé a darle lengua por los muslos mientras acariciaba con mis manos su delicioso pecho y como si no fuera con ella mi brazo rozaba con su polla extremadamente empalmada. Sentía el delicioso olor a macho que desprendían sus huevos recubierto de vellos sudorosos. Por eso lo primero que hice fue darle un par de besos a esos huevos y luego continué lamiéndoselos hasta que succioné uno de ellos dentro de mi boca, eso hizo que de su boca escapara una exclamación de placer. Luego solté ese testículo y succioné el otro. Estuve dándole una suculenta mamada de huevos, la saliva le corría por las entrepiernas y entonces empecé a lamer su polla, lo hice poco a poco avanzando centímetro a centímetro desde su base, no dejé seco ni uno solo de los vellos que rodeaban a su polla, veía como el líquido preseminal se le salía por la cabeza de la polla y sabía que cuando llegara a ella lo tendría que saborear, cuando llegué a ella la succioné, sentí la cabeza de su polla caliente en mi boca, sentí como aquel mástil se endurecía a tope, pero solo le di una chupada. Luego la abandoné y me dediqué a admirar como pendulaba ante mis ojos, le había sabido a poco, deseaba más y por eso continué dándole lengua por todo el pecho y llegué hasta besar su cuello. No me atreví a besar su boca y comencé de nuevo a descender con mi lengua por su vientre, esta vez llegué a la cabeza de su polla y la succioné de nuevo, la succión fue más profunda, de nuevo exclamó de placer y de nuevo me dirigí a los huevos y se los mamé con más intensidad. Continué con ese juego un buen rato. Cada vez que le daba una chupada a su polla se estremecía de placer y pedía que continuara, pero yo seguía con mi plan de desesperarlo. Solo en una ocasión le dije que no se desesperara, que le había prometido una buena mamada y que iba a cumplir mi palabra.

Cuando él estaba esperando que el juego continuara le di una chupada a la cabeza de la polla y suavemente la solté, él esperaba que me iría a sus huevos pero de nuevo succioné la cabeza de su polla un par de veces antes de liberarla. Dejé mi boca cerca de su polla, con mi lengua la acariciaba y de nuevo la succioné pero esta vez no fueron un par de chupadas, comencé a mamarlo con intensidad, podía observar como se estremecían los músculos de su vientre, sentía como su polla vibraba dentro de mi boca, incluso era parecía rugir como un volcán al borde de una erupción. En esos momentos sentí con sus manos acariciaba mi cabeza y más que acariciar me la sujetaba. No estaba dispuesto a que abandonara la mamada, sentí que me presionaba para que me tragara un pedazo mayor de su polla, su polla era muy gorda y grande y empecé a sentir arqueadas, pero sus manos sujetaban mi cabeza con fuerza, no me iba a permitir que me saca la polla de mi boca, quería correrse en ella y que me tragara toda su leche y eso me dio un gran morbo, comencé a mamar con mayor intensidad y pronto comencé a sentir como su polla se contraía y finalmente un chorro caliente de leche descargó en mi garganta y tras ese chorro vino otro y otro. Sentí como se llenaba mi boca de su leche, pero continuaba sujetando mi cabeza y para poder seguir mamando no me quedó otro remedio que tragar pues nuevos chorros de leche llegaban a mi garganta.

Fue descomunal la cantidad de leche que aquellos huevos lanzaron en mi boca y tuve que tragarme hasta la última gota. Finalmente cuando terminó de correrse sacó su polla exhausta de mi boca y me dio un profundo beso en la boca, su lengua entro en la mía. Aquel fue nuestro primer beso profundo y de paso garantizó que toda su leche hubiera sido tragada y bien tragada.

Luego nos recostamos de nuevo en las tumbonas del yate y de verdad que no mostramos ningún interés por averiguar si algún pez había picado en nuestras cañas. Allí nos quedamos dormidos por un largo rato.

Cuando despertamos, estábamos como cortados, no hablábamos ni una sola palabra de lo sucedido, aquello era un silencio cómplice.

Más tarde, cuando ya el sol se estaba poniendo me invitó a ducharme en el pequeño baño del yate. Nos desnudamos y juntos nos enjabonamos, los vellos de su pecho hacían mucha espuma, me deleité jugando con ellos, como el baño era muy pequeño estábamos muy juntos y me percaté que yo solo no estaba empalmado. Introdujo su polla entre mis piernas y con sus caderas la embestía, yo cerraba bien las piernas para que él disfrutara más con el roce. Finalmente me volteó de espalda, con una de sus manos hizo que mi espalda bajara un poco y con gran facilidad su polla enjabonada entró en mi culo lujurioso por la polla de aquel macho.

Sus embestidas fueron salvajes desde un inicio, su polla masajeaba mi próstata de forma que estaba al sacarme la leche que yo trataba de reterner con todas mis fuerzas pues sabía que él no tenía mucha leche en sus huevos y que iba a demorarse en la corrida. Así fue, aquella follada resultó interminable, me embestía con una pasión indescriptible hasta que sentí como aumentaba la fuerza de sus manos que sujetaban mi cintura hasta que comenzó a realizar las exclamaciones de placer que lo caracterizaban. En ese momento di riendas sueltas a mi corrida y descargué toda mi leche contra la pequeña bañera, mientras mi culo apretaba con fuerzas su polla. Luego sacó su polla de mi maltrecho culo, me puso frente a él y nos besamos mientras abría el grifo del agua y nos aclarábamos el jabón. Finalmente nos secamos con la misma toalla y nos fuimos directo a la cama del camarote del yate donde nos quedamos dormido y abrazados el uno del otro.

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