Siguen las historias del Nono Renato

Para refrescar la memoria de los que no recuerdan el primer capitulo y para los no han leído nada del hombre que pronto sera un SEXOgenario... Una vida dedicada al sexo... los invito a entrar...

HISTORIAS INCESTUOSAS Y DE LAS OTRAS

(Inicio)

Son decires del Nono Renato. Embustes de un jovato, nacido de una leyenda. Se unieron pecaminosamente, los hermanos, Gazapo y Ladina. Fueron tal para cual. Farsantes y camanduleros. Entre maledicencias y falsedades.

CON MAMA Y MIS HERMANITAS

(Pero esto recién comienza)

Original de EROS_69


Como producto de una incestuosa tarde de siesta de dos hermanos- mis padres- prorrumpí en este mundo lujurioso. En este mundo incontinente, voluptuoso y desenfrenado, con una enorme carga sicalíptica, vicioso desvergonzado, capaz de "pelar" los 300 milímetros y presentar lucha ante el menor atisbo de ataque, eso sí, en defensa propia.

Soy un ardiente sátiro, un libertino irreductible, un faldero, mujeriego, un maravilloso y excitable impúdico insolente. Todo eso a mi edad. ¿Se imaginan en mi juventud?

Soy un consuetudinario libidinoso, de eyaculación tardía y de gran digitación - en mis buenas épocas he sido un excelente pianista, admirado por el largo de mis dedos y las deliciosas ejecuciones de las variaciones musicales del tango "La Comparsita" y "El Vuelo del Moscardón". Además, desentrañando a las mil maravillas, cada nota de la partitura del bello tango de Clinton:"En el salón Oval" - que él, ejecuta en saxofón. De más, está decir que es admirada mi experta dicción, por saber colocar muy bien mi lengua, cuando digo poemas y canto – eso lo hago permanentemente – gracias a las lecciones recibidas, cuando joven, de una excelente maestra que me adiestró en mis primeros pasos... en un taller literario... ¡ brillante profesional!

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Pienso, y así a de ser, que ustedes quieren saber qué tanta experiencia hay en un experto que muestra sus armas, pero, ¿Y?, pensaran... ¡¡la historia!!... ¿dónde está la historia?

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Siempre fui un malcriado, un mimado por todas las mujeres de mi casa, comenzando por mis hermanas, nacidas del primer matrimonio de mamá, no incestuoso. Por ser el último de los tres hijos, y varón para más, mi mami era muy condescendiente y permisible al máximo, conmigo.

Desde mi nacimiento, mi madre, loca de alegría, hizo docencia conmigo, mostrándoles a mis hermanitas, primitas y vecinitas- y también se prendía mi tía, un poquito mayor que mis hermanitas- la diferencia que existía entre un varón y una mujercita.

Cada vez que me bañaba en el viejo fontón enlozado, mamá les permitía mirarme. Era toda una ceremonia. Yo también me divertía. Doce brazos, doce manos jugaban conmigo, toqueteando mi cuerpo y todas se reían excitadamente cuando mi organito, endurecido vaya a saber por qué, largaba fuertes chorritos de pis.

Luego venía el secado. Con la calentita "toallota", las doce manos me frotaban, seis agujeros con dos labios, me besaban por todos lados. Mi pilín estaba en su gloria, iba de boca en boca y mis testículos vomitaba orín, siempre alguien recibía el regalito. Era una fiesta.

Pasaban los días, los meses y los años, siempre el baño, e invariablemente acariciado.

A los seis meses, al año.... a los dos y a los tres.... las cosas iban mejorando. Los jueguitos eras más lindos, más agradables. Y más grande el organito. Ya a los siete años, todavía jugando, jugando todas seguían llenando sus bocas, con mis casi ocho centímetros, entonces, comencé a entender para qué servía mi pilín, que ya estaba pasándose de organito.

Hasta los seis años, siete, mi madre por las noches, me daba el pecho, siempre creí que lo hacía, porque le era más cómodo que levantarse para hacerme la mamadera, ya que me acostumbró de esa forma, y yo con mis afilados dientes, mordía sus pezones.

Primero la oía quejarse y darme unos chirlos en la cola, más luego se calmaba... ya no pegaba, ni gritaba, la notaba agitada y apretaba mi cabeza con fuerzas contra sus tetas, que parecían almohadones, donde yo cómodamente me recostaba y era tanta la leche que chupaba y tragaba rápidamente para no atragantarme, que notaba como ella se contorsionaba, dejándome por momentos debajo de su cuerpo y por momentos sobre sus pechos, pero yo, siempre chupando.

Con una mano apretando mi cabeza siempre contra sus senos y la otra la sentía perdida entre las sábanas. Por momentos frotándome el organito, para luego revolcase y meterla entre sus piernas gimiendo como una loca.

Por fin, me arrancaba de la teta, ya casi asfixiado, y me tiraba a su lado en la cama, donde me dormía hasta que llegaba papá del trabajo, entonces él, amorosamente, me levantaba, mientras mamá roncaba y con mucho amor me llevaba a la otra habitación y me metía en la cama de mi hermana mayor..

Ella tenía 14 años, y antes de volver a la habitación con mamá, veía como, papá se recostaba junto a Rosalía y a mí me separa con la almohada, pegándome contra la pared.

Comenzaba a acariciarla y a besarla por todo el cuerpo, él también chupaba las pequeñas tetitas de mi hermana, como lo hacía yo con mama.

Rosalía, al igual que mamá, se revolcaba en la cama con pequeños gritos ahogados, hasta que papá, se arrodillaba frente a ella, enloquecido por los gemidos gozosos de mi hermana, y se desbraguetaba, y aparecía su organito, ¡Dios! ¡Veinte veces más grande y grueso que el mío!

Su mano derecha subía y bajaba desde la punta de su organito hacía sus testículos, cada vez con mayor rapidez, hasta que le tomaba la cabeza rubia de Rosalía, y hacía lo mismo que mamá conmigo, le metía semejante cosa en la boca, como mamá a mí su teta, hasta gemir como si lo estuvieran degollando y quedar rendido sobre ella, tratando de calmar su llanto casi ahogada por tener la boca llena de leche. Lo mismo que me hacía mi mamá.

Luego, se bajaba de la cama, me quitaba la almohada que me aplastaba contra la pared, nos tapaba bien, y amorosamente nos daba un beso a cada uno, se cruzaba a la otra cama, algo mas chica que la nuestra, donde mi otra hermana Julieta, un año menos que Rosalía, se hacía la dormida.

La acariciaba un rato, sus manos se movían frenéticamente debajo de las sábanas y por fin parado, de pie junto a ella, volvía a desbraguetarse, sacaba el enorme pilín, se lo ensartaba en la boca de Juli, que se atragantaba con tanta cosa en su garganta, que la tenía que retirar para no asfixiarla. Luego, nuevamente su gemidos ahogados, más de papá que de ella y la cabeza de mi hermana, que se perdía entre las manotas de mi padre y su ombligo.

Cuatro suspiros profundos de papá, como relinchos de caballo, luego retiraba la cabeza enrulada de mi hermana de entre sus piernas y le frotaba la cabezota del organito en la cara de ella, hasta dejarlo limpio.

Lo guardaba, abrochaba la bragueta, se acomodaba la ropa y la cubría a Juli, para que no sintiera frío, la besaba, papá era muy cariñoso y se iba hacia su habitación, cerrando la puerta al salir...

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Cuando oíamos cerrarse la puerta de su dormitorio, luego el ruido de la cama al acostarse, Juli venía corriendo a nuestra cama y nos juntábamos abrazados los tres, como para defendernos de algo.

Escuchábamos los rezongos de mamá pidiéndole algo que papá, no le daba. Entonces, comenzaba la gran discusión que terminaba con un fuerte ronquido de él y un llanto cargado de maldiciones de nuestra madre hasta quedarse dormida.

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Las chicas me colocaban en medio de las dos, se abrazaban a mí, mientras sus manos iban recorriendo y acariciando cada parte de mi cuerpo, hasta que en silencio se disputaban mi endurecido organito, para meterlo en sus respectivas bocas, succionando como queriendo sacar algo por él.

Juli y Rosalía, tomaban cada una de mis manos y las llevaban a sus entre piernas, haciendo frotar mis dedos en un pilín más chiquito que el mío, cada vez con mayor rapidez, hasta que mordiéndome el organito me chupaban de tal manera que me daban lindas sensaciones.

Y entre sus gemidos contenidos y mi ansiedad por "eso" que sentía, se hacía la mañana, debían levantarse para ir a la escuela, pero se quejaban de que les dolía la cabeza y mi madre, les llevaba el desayuno a la cama, mientras yo dormía.

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Así fue mi vida. Desde muy pequeño me crié entre sabrosas nalgas, peludas entrepiernas, carnosas bocas, deliciosas lenguas y como almohadones, unas tetas de maravillas. A los 16 años, estaba cursando el secundario y mi madre descubrió que mis hermanastras iban recorriendo su mismo camino incestuoso. Mi padre falleció, mi madre de tristeza enfermó años después y terminó sus días en un albergue para gerontes, y yo era atendido por mis hermanas, hasta que estas se casaron e iniciaron una nueva vida y yo salí de la casa materna con mi hermano, hijo de mi padre, de su primer matrimonio, unos años mayor que yo, pero que no se había criado con nosotros sino con su madre.

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El mismo día en que cumplí 20 años, me convertí en tío y mi hermano fue un feliz padre. Tres años después, ya mi madre internada, comencé a sentirme ardiente y descaradamente acosado por mi cuñada, una bella mujer descendiente de alemanes. Una tarde, estando solos los dos en la casa, Nadia, la niña de tres añitos, dormía y Julián mi hermano trabajaba en una ebanistería haciendo horas extras. Dolores, que tenía mi misma edad, estando yo en plena tareas de preparar dibujos de electromecánica, ya que estaba por recibirme en cursos especiales de turno noche, entró a mi dormitorio muy liviana de ropas. No comprendí en primera instancia nada. Estaba muy ocupado con mis tareas y ella siempre venía a preguntar si quería tomar algo. Pero esa tarde, luego me di cuenta, estábamos solos. Resultaba sospechoso, aunque nunca me había demostrado nada, pero mi hermano no estaba. Vino por detrás a mi tablero de dibujo y apoyó sobre mis hombros esos hermosos senos que yo siempre desee y pugnaba `por hacerlos mío, pero solamente lo pensaba. Trataba de respetar el hogar fraterno:

  • ¿Qué haces cuñadito?... – la escuché suavemente hablar en mis oídos. Sentí su aliento caliente en mi cuello. Mis 30 centímetros se sacudieron y comenzó a palpitar. Traté de ignorarla:

  • Terminando esta carpeta de dibujos, esta noche tenemos una prueba y debo llevarla… - Me estremecí cuando su lengua comenzó a jugar dentro de mi oído derecho, luego mordió el lóbulo de mi oreja. Cerré los ojos. Ella estiró su brazo derecho para señalar un tornillo grueso y largo, dejando sus sobacos junto a mis narices. Sentí un fuere perfume de hembra, excitante y morboso, que casi acabo en ese momento. Intenté mirarla para explicarle que se trataba de un bulón para máquina ferroviaria, y nos encontramos casi boca a boca. Fue la primera vez que no supe salir de una situación tan delicada. Me dijo con ironía y mucha suavidad, ardientemente:

  • ¡Se parece a algo que vi… no hace mucho en tus manos… mientras te bañabas… ¿en quién pensaba mientras te masturbaba, cuñadito?..

  • Por favor, Dolores… ¿cómo podés hablarme así? ¿Por qué te abusas de mí?… tu marido es mi hermano… - giró y se colocó a mi izquierda y apoyando su caliente mano sobre mi pierna, apretando con fuerza mi verga me guiñó un ojo:

  • Parece que ello, el parentesco, no te impide calentarte… Mira como está esta hermosa verga Renato. No me han mentido cuando me hicieron saber que en mi casa vivía el hombre más fuerte, del pueblo

  • Por favor, Dolores… ¡¿Quién te ha dicho tal mentira?!...

  • Alguien que saboreó tal exquisitez… y la sintió muy profundamente

  • No he sido yo… Jamás hago esas cosas… Nunca lo hice, ni lo volveré a hacer y por favor te lo pido, quiero terminar mi trabajo

  • ¿y yo, cómo hago para terminar con el mío?... ¿O acaso no sabes que hace años que deseo probar esto enorme que tienes entre tus piernas? Mis amigas se burlan de mí, diciéndome, que "cómo es posible que teniéndote aquí no te haya probado? , mientras que algunas de ellas, sí lo han hecho... - y me cabalgó sentándose con las piernas abiertas sobre mi rodilla izquierda. No traía nada abajo. Sentí el calor y la humedad de su sexo. El palpitar de su vagina. Apretaba mi pene con ambas piernas masturbándome enloquecida. Giró su cabeza y volvió a enfrentar su boca con la mía. Con sus dientes se prendió de mis labios haciéndolos sangrar. No podía abrir mi boca. Ella galopaba y gemía. Luego se arrodilló y se engulló mi pilín con pantalón y todo, devorándolo, hasta que fuertes chorros de una eyaculacion anunciada, fueron a dar a su boca, filtrado por la tela de mi ropa, que ella chupaba y saboreaba enardecida y lo hizo hasta que el pantalón quedó limpito. Rápidamente, me desbraguetó. Luego sacó, aun goteando, mis 30 centímetros, duro como una pieza de hierro de las que yo dibujaba. El espesor en ese momento casi redondeaba los 85 milímetros. Eso la enloqueció:

  • ¿por qué tu hermano, no tiene una carne tan hermosa, cuñadito? Por favor, entrámela toda… - volvió a montarme. Colocó mi punta en su velludo montecito, con sus dedos forzó sus labios vaginales y se sentó de golpe sobre mi lubricada verga, fue un grito de hembra hambrienta que se tragó todo llorando de felicidad. Estábamos nariz a nariz. Aliento con aliento. Con los dientes le quité el cubre tetas que traía. Abrí mi boca y comencé a mamar con desesperación. Sus pezones se endurecían cada vez más. Eran enormes. La sentí acabar como si nunca hubiera tenido una verga en sus entrañas, una… dos… tres veces…Mi cuñadita estaba desfalleciente, cuando mi monstruoso pilín, comenzó a escupir latigazos de esperma en esa ajustada entrada que continuaba apretando y apretando. Vino el momento del relajo. Apoyó su cabeza en mi pecho y comenzó a temblar, mientras apretaba mis carnes con fruición.

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Lentamente Dolores se fue reponiendo. Me quitó la camisa, comenzó a morder mis pezones y a rasguñar mis carnes. Luego mojó mis espesos vellos pectorales, pasando su lengua por toda mi piel. Nuevamente el rey mástil se enderezó con furia, justo en el momento que ella saboreando mi dermis llegaba a mi pelvis. Fue un encuentro fortuito. Lo tomó con ambas manos. El glande estaba tremendamente inflamado. Lo miró casi con adoración. Abrió su boca. Imposible, no entró. Comenzó a pasarle la lengua ante los estertores de mi bestia. Se esforzó y mi cabezota, morada y venosa penetró hasta que la asfixia comenzó a notarse y nuevamente en los momentos más controvertido del ser humano, mi verga comenzó a regurgitar fuertes e hirvientes chorros de mi lefa tan querida por mis adorables pacientes. Tuve que quitársela de la boca para darle aire, pero su rostro que había comenzado a ponerse morado por falta de oxigeno, tenía una expresión de felicidad incomparable. Era aproximadamente las cinco de la tarde, cuando me dijo:

  • Julián recién comienza con las extras… y hoy, me dijo, que hasta las 11 de la noche no regresa… - descontroló mis pensamientos. Me olvidé de todo y todos mis estudios. Me puse de pie, la alce en mis brazos y la coloqué sobre mi cama. Cerré la puerta con llave. Volvió a mamarme hasta ponerla dura como de costumbre. Un 69 se dibujó sobre mi frazada y gusté de esa gruta que yo también deseaba desde hacía tanto tiempo. Mis dedos trabajaron en su punto negro de tal manera que terminó pidiendo por favor que quería que la desvirgara por atrás. Su marido, mi hermano, nunca quiso tocarla analmente. Era tanta la presión ejercida sobre su libido, que llegó a suplicarme que se la introduzca por el ano:

  • Por favor, Renato… no escuches mis gritos… así me desmaye, haz lo que quieras… pero penetrame… ¡costara trabajo entrar semejante potra, pero hazlo, te lo suplico… ¡¡Por favor cuñadito!!

  • Te va a doler… ¡Es muy dolorosa, al principio, luego la vas a querer tener adentro eternamente, y no sacarla!... Pon esta toalla en la boca y muerde con fuerza… - y comencé a lamer su recto y a ablandar su entrada… gozaba. Era incansable. La fiebre uterina era lo más parecido a lo que estaba sintiendo mi rubia y hermosa cuñada. Cuando creí que los cuatro gruesos y largos dedos de mi mano derecha ya entraban bien, le palmee las nalgas como si fuera a aplicar una inyección. Puse mi verga en esa entrada y la empujé despacio….

  • ¡¡Maaaassss!!… Maaaassss… - me exacerbó y empujé casi con bronca. Un grito y luego el silencio… Se desvaneció.

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Obviamente no fui al curso. Desde esa tarde archivé mis libros y apuntes. Cae de maduro, no me recibí y comencé a quedarme más horas para trabajar extras yo también. Seguí viviendo en casa de mi hermano unos años más. A partir de ese día, compartí con Julián los favores incontenibles de la insaciable y fogosa Dolores, mi ardiente cuñadita. Primero lo vaciaba al marido, al que luego le daba todas las noches un vaso de leche tibia, con unos comprimidos que lo dormían profundamente. Venía a mi habitación con esos ojos sensuales, cuya mirada ponía caliente a cualquiera. Era pura lujuria. El sentido erótico de su vida era estar en la cama conmigo. Su incontinencia ya se estaba volviendo obscena. Lo maravilloso de esa relación fue que Dolores, cada día estaba más apetecible y no quería que fuera al trabajo. Me quería para ella. Me entregó a una hermanita de 17 años con tal de que no me fuera. Recuerdo que vino de visita para un cumpleaños de Julián y ella la emborrachó y me llevó a mi habitación como a las tres de esa madrugada. Yo dormía. La acostó a mi lado totalmente desnuda. Le tomó la mano a la hermana y la puso sobre mi verga y ella con sus dedos le jugueteó el clítoris, haciéndola contorsionarse impúdicamente. Al despertarme, por el contacto con lo desconocido, la vi a Dolores mamándole la vagina a la pequeña Lulú. Salté como un resorte y puse mi pilín en la boca virgen de la pequeña, que ante la calentura y los orgasmos que le proporcionaba su hermana mayor, abría tremendamente la boca gimiendo deleitadamente. Se despertó asustada. Se estaba asfixiando. Agarró mi pedazo con ambas manos, la retiró algo de su ardiente boca, la miró detenidamente, tomó aire y sonriendo volvió a introducirla, succionando con maestría mi poderosa verga que no tardó en vomitar torrentes de semen hirviendo, que trago sin ningún trabajo. Dolores, dejó la vagina de Lulú y se tomó de mi, pene, engulléndolo hasta dejarlo limpito y duro. Me desnudé y me metí yo entre las duras nalgas de esa casi niña y mis dedos comenzaron con su trabajosa faena de ir ablandando el ano, pequeñín oscuro, que se negaba a dilatarse, mientras mi gruesa y áspera lengua, heredada vaya uno a saber de quién, creada especialmente para estas contingencias, comenzó a extraer el rico caldito vaginal de la hermanita menor de mi cuñada que seguía prendida de mi verga. Por atender a Dolores ya no sabía de nuevos sabores. Me enloquecí y me prendí de ese clítoris emergente casi tan grande como mi meñique, lo mamé, lo mordí mientras la pequeña apretaba con ambas manos mi cabeza como queriéndome introducir en esa rubia argolla que yo absorbía y sus carnosos belfos me mordían entre gritos de placer inflamado de las dos hermanas. El recuerdo más hermoso de esa noche fue cuando Lulú me pidió:

  • ¡Renato… por favor, quiero sentirla por atrás!... No quiero que me embaraces… soy virgen todavía… ésta es mi primera vez… ¡Pero decile a dolores que nos deje solos, quiero sentirte mío… mío

Mío…Ahhhhgggg….- el orgasmo fue tremendo. Dolores, se metió en el baño de mi habitación y yo con suavidad, casi con piedad, acomodé a Lulú y le di el gusto. Hasta el día de hoy, cuando nos encontramos, recuerda el hecho. Aunque lamentó siempre no haberme permitido desvirgarla, porque terminó en las garras de su padre un alemán bebedor, que una noche, ebrio, la violó sin consideración, haciéndole una hija

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Pasaron unos años. Nadia, la mayor de las hijas de mi hermano, estaba cumpliendo ya los 12 años. Tuvo tres nenas. No, no eran mías. Tal vez mi única desgracia, ha sido no poder procrear. Dios, es sabio, me hizo un poderoso semental, con una enorme herramienta para satisfacer a quien fuera, no me dio la virtud de reproducir. Tal vez si eso hubiera sido factible, hoy tendría mi propia familia y no prestada. Una cosa por otra. Volviendo a los doce añitos de Nadia la hija de mi hermano y Dolores, viéndola crecer día a día. Su desarrollo era casi exasperante. Venia con las mismas formas de su madre. Yo ya tenía 32 años y decidí alejarme de la casa fraterna, al ver que el peligro de la preciosa criatura se me presentaba día a día. Rubia, bellísima, tenía el mismo color de mis ojos, lo había heredado de Dolores que también tenia ojos celestes fuerte. Tomé la decisión de irme una tarde, en que estaba solo en casa acicalándome. Me rasuraba con una espléndida navaja. En pleno verano. A pecho descubierto. Me estaba secando de la ducha después de afeitarme, cuando escucho a Nadia llamar a la madre. Me asomé y le dije que la mamá había salido con las dos hermanitas y su padre, bueno como siempre, haciendo horas extras y cerré la puerta del baño de mi dormitorio. Me puse ropa limpia y en pijama salí. Iba hacía mi la sala a ver el noticioso, cuando Nadia, me llama. La busqué y por fin la encontré. Estaba en su dormitorio.

  • Tío

  • ¡Si, preciosa… ¿qué quiere mi sobrina predilecta?... - yo les hablaba así a todas ellas, era muy costosa esa relación pues cada vez que volvía de donde fuere, debía traerles algo para cada una. Y me dijo que por favor le alcanzara otro toallón para secarse. Entré a su alcoba, donde había tres camas, una para cada hermana y la muy pilla estaba recostada sobre su camita, cubierta por una sábana.

-… ¿para qué me llamaste?...

  • Alcanzame esa toalla verde, Tiíto… Todavía no me he secado… ¡Vení, mirá!... – me acerqué como siempre lo he hecho cada vez que me precisaba. Al llegar junto a ella, abrió la sábana, mostrándose totalmente desnuda -… ¿No ves que estoy mojada?... – y tomó mi mano y la llevó a su pecho, pasándola sobre sus senos, notando sus pezoncitos duros y ardientes. Era una montañita de carne hirviendo. Intenté quitar mi mano y me tomo con las dos y la llevo a su entre piernas, apretándola con furia en su vagina, vello casi invisibles. Sinceramente me enceguecí, no quise pensar y salí corriendo de la habitación de la pequeña hembrita que ya comenzaba a sentir las necesidades de su madre. Me senté en la sala a mirar televisión. Estaba realmente preocupado. ¿Qué debía hacer? Me dormité unos minutos, estaba apenado y dolorido. Pero algo dentro de mí, como una maldición, me hacía pensar en ese cuerpito de ángel puro y mi instinto animal sacudía mi verga, que estaba endureciendo. Pero, no… no debía hacerlo… De pronto, siento algo muy suave que se apoya en mi pierna izquierda, apretando el miembro. Nadia, comenzó a frotarse sobre mi rodilla, mientras me decía:

  • Tiíto… no me eches… - su voz estaba jadeante. Gemía con cierto placer. La tomé con fuerza de los brazos para quitarla y me dijo - … Si no me dejas hacerlo, le digo a mi papá, como lo hacen siempre, tú y mamá… - ¿qué podía hacer? Me estaba extorsionando... Me cabalgó. Jamás creí que una niña podía tener orgasmos. Sentí humedad sobre mi pierna, además estaba sin bombachita. Pasó su mano bajo su pierna y tomó con fuerza mi verga y comenzó a masturbarme hasta que me hizo acabar ya con violencia. La tomé de los hombros y le metí mi lengua en su boca hasta que enloqueció, me tomó de la mano y me llevó al baño del pasillo, me hizo sentar en el inodoro, me saco la verga del pantalón pijama. Se quedó asombrada y comenzó a lamerme, luego me pidió al oído -… ¡¡Tiíto… quiero que me la pongas adentro, como lo haces con mamá… yo siempre los miro… - bueno no puedo continuar, porque esa misma noche, empaqué diciéndole a mi hermano que me iba a y trabajar a la capital. Me fui después de cenar… Volví a verlos 5 años después

final de inicio de LOS CUENTOS DEL NONO RENATO. Comentarios a analbo@uolsinectis.com.ar