¡Sígueme queriendo así!

Si sabes lo que es amor, entra y leelo, por favor.

¡Sígueme queriendo así!

¡Qué beso!, supremo Dios. ¡Cuánto amor!. ¡Cuanta dulzura!. Cuando unimos nuestros labios, tu beso es suavidad pura, delicado y sensual.

Cuando me hechas los brazos al cuello y me aprisionan, siento tu amor fluir entre nuestros pechos. ¡Cuanta fuerza desarrollas al apretarme en tus brazos!. ¿No que eres sexo débil?

Te rodeo con mis brazos con suavidad porque temo lastimarte; acuno tus costados posando mis manos en tu espalda y la recorro lentamente. Nuestros rostros se acarician con verdad, con emoción, frotas dulcemente tus mejillas a las mías. Beso y beso y beso y beso tu cuello rotando de un lado a otro, bajo tu grácil barbilla, hacia tus hombros y pecho, sin pasar de la cubierta del suéter que te rebuja. ¡Oh!, cuanta envidia me causa; él si que oprime tus pechos, acaricia tus pezones el tiempo que lo llevas puesto. Poco a poco me permites que avance por ambos lados hasta llegar a tus hombros morenos, suaves como terciopelo, delicados como infante nuevo, exquisitos como fruto tierno. Dejo en ellos mis labios sin moverlos, sintiéndote, gozándote, aspirando el perfume de tu cuerpo. Poco a poco, lentamente, deshago el camino andado y voy hacia el otro extremo; vuelvo a gozar tu fragancia y a sentir en mis adentros.

Y levantas la barbilla, pidiendo bese tu cuello; me enloqueces; te complazco y voy abriendo el suéter hacia tu pecho guardado, aspiro el aroma que tu cuerpo emana y aquí se hace más intenso, más profundo, más entero. Cuanta pasión se desborda al acercarme a tus pechos. Se acelera tu resuello. No se que dices de ellos; que pequeños . . ., que tus hijos . . ., yo no acierto a comprenderlo, porque los tomo y los beso y siento en ellos la vida. Acaricio tus pezones hermosos y plenos de mujer consagrada. Mi boca enloquecida los rodea y oprime suavemente, temiendo dañar tan delicadas piezas de femenina fragancia. ¡Cuánto amor, cuanta dulzura con tu calostro me dejas!. En la boca lo recibo como divina prebenda; lo que es: manjar de dioses que a Zeus Juno ofreciera.

Rodeo tus pechos con suaves, tenues besos, abarcando su contorno y acariciando tu pecho hacia el ombligo, que como piedra preciosa fue colocado en tu centro, sobre el vientre que fecunda y hace posible la vida, prolongando tu hermosura. . . Acunando mis desdichas.

Más llego a él, lo rodeo y beso con devoción, propia de quien da las gracias a esa región que fecunda y prolonga nuestra especie con amor y con ternura. Más detienes mi incursión y susurras:

No, detente . . .

Te obedezco y un suspiro, desvanece poco a poco esa pasión que enloqueció los sentidos impidiéndonos mirar lo hondo del precipicio que se abría a nuestros pies, destruyendo en un instante tu familia y a tus hijos que amo cual si fueran míos, por ser tuyos.

Que delicia quererte como te quiero, amarme como me amas.

¡Sigámonos queriendo así, aunque parezca tormento!