Sígueme masturbando,...
...tus pechos me encandilaron desde el primer momento. Firmes, suaves, grandes; sigue masturbándome, mamita,...
Mi pene se empieza a endurecer, conforme sus suaves y delgadas manos lo tocan, lo acarician. Cierro los ojos y vuelvo a recordar: ¿recuerdas Aurora, cuando fuimos al campo?, lo recuerdo como si hubiese sido ayer: tú ibas vestida con una falda marrón, que te llegaba hasta los tobillos; tu blusa blanca realzaba tus pechos, siii, tus pechos me encandilaron desde el primer momento. Firmes, suaves, grandes; sigue masturbándome, mamita.
Sentados en el pasto, junto al arroyo, me atreví a robarte un beso, y luego otro, y luego otro, y otro; ¡tu candidez me encantaba!, me amabas y dejando de lado tu miedo, me dejaste avanzar cada vez más: apriétamela con más fuerza, que no pierda su dureza, mi amor.
Poco a poco, me dejaste acariciarte tus divinos pechos por en cima de tu blusa; te sonrojaste, pero no me lo impediste. Cuando comencé a acariciar tus piernas, por debajo de tu falda, te sobresaltaste, pero aparte de ponerte roja como un tomate y apretar tu falda contra ti, nada me dijiste: eras espléndida, Aurora; por eso aún te amo. Sigue así, sacúdela con más fuerza, me enloqueces, mi vida,
Fue en ese momento en que me atreví, abrí mis pantalones y te la mostré, ¿recuerdas?; te quedaste con la boca abierta, . Mmm, qué rico me la aprietas, mi cielo!!. Recién aprendías del sexo y yo era tu maestro: poco a poco te llevé a ser mujer, mi mujer!, con timidez me la masturbaste, no como ahora, con experiencia, ahhh, ya no puedo callarme más, Aurora: ¡tengo qué decirloooo!:
- Un poco más, un poco maaaásss, .
Como todo momento de dicha y gozo, éste dura muy poco: sintiendo mis sienes palpitar, casi me da un sofoco y una escasa marea de mi leche explota apenas; soy feliz, tan feliz,
- ¡Es la última vez que le hago esto, Señor Eusebio!!, -, me dice molesta mientras se pone de pie y trata de no chorrear al suelo mi semen que le embarra las manos.
Le pongo mi cara de inocencia, mientras le veo sonriente: con la puerta del baño entreabierta, Martina, mi sirvienta, se lava las manos, fastidiada.
- No te olvides de traerme agua para tomar mis pastillas -, le digo desde mi cama. A mis 73 años, si no digo lo que recuerdo de pronto, puedo olvidarlo a la media hora.