¡Sígueme!

Le había dicho que haría lo que quisiese, todo lo que quisiese, justo entonces supe que había llegado el momento de demostrarlo.

12 -Diciembre -2007

¡SÍGUEME!

¡Sígueme¡

Fue un alivio escuchar algo por fin. Poder moverme. Saber que no se había olvidado de mí.

A pasos cortos y arrastrando los pies me dejé guiar por la tensión de la correa que tiraba de mi cuello. Una máscara tapaba mi cara y tenía las manos y los pies atados. Temía perder el equilibrio y caer, pero mi prioridad era obedecer.

Oí abrirse una puerta. Salimos de la habitación y tuve frío al exponer mi desnudez a un considerable cambio de temperatura. La piel se me erizó y los pezones se me endurecieron. Debieron ser unos cuantos metros nada más los que recorrimos por aquél pasillo, pero el frío, la expectación y los nervios hicieron que comenzase a temblar sin poder evitarlo.

Una mano me detuvo apoyándose en mi vientre. Escuché llamar a una puerta y desde dentro voces apagadas que invitaban a pasar. Todos mis nervios se tensaron. Le había dicho que haría lo que quisiese, todo lo que quisiese, justo entonces supe que había llegado el momento de demostrarlo.

Aquella puerta se abrió y me arrastraron adentro. Durante un par de segundos me invadió el pánico. Oía música y diversas voces tanto masculinas como femeninas hablando entre sí. Un hombre cuya voz no reconocí me rozó una nalga e hizo una broma cuando di un respingo. Tuve que hacer acopio de autocontrol para no pedir que me soltasen. "Nada que temer, nada que temer" me repetí una y otra vez hasta que pude calmar mi respiración. La temperatura allí era agradable, pero yo seguía tiritando.

Está temblando - escuché que decía una mujer mientras me pasaba la mano por el cuerpo, como para estudiar mi anatomía.

Tendrá frío - le contestó mi amada voz.

O miedo - replicó ella en tono jocoso.

Acerca a los otros perros para que le den calor

Sí, buena idea. Qué se calienten los perros entre sí - dijo levantando la voz aquella desconocida.

De entrada no adiviné cuantos eran, pero al menos tres personas se empezaron a frotar contra mí, me pareció que eran dos mujeres y un hombre. Yo poco podía hacer salvo concentrarme en guardar el equilibrio. De aquella forma no sólo entré en calor, sino que fue inevitable que además me excitase, porque la aquello duró un rato largo durante el cual aquellas personas fueron llevando a cabo las ocurrencias y órdenes que les daban nuestros dueños. Ninguno de ellos estaba en la situación de incapacidad e indefensión que yo me encontraba; al menos las manos no las tenían atadas por lo que pude deducir cuando, después de lubricármelo bien con la lengua, me empezaron a meter los dedos en el ano. Hasta tres dedos de diferentes personas llegué a tener a la vez entrando y saliendo de mi culo. Los movimientos involuntarios de mi cuerpo delataron mi estado de excitación y fue entonces cuando decidieron parar el juego para empezar a azotarme.

Los golpes comenzaron a caer sin previo aviso y llegaban desde distintos puntos. Lo que más me desconcertaba y me impedía concentrarme en ellos para ayudarme a aguantarlos era que cada uno era descargado con un instrumento diferente. Debido a mi experiencia supe reconocer látigo, fusta, pala y mano, pero el no saber cuál sería el siguiente ni dónde iba a caer hizo que acabase encogiéndome sobre mí para protegerme, perdiendo el equilibrio y cayendo sobre un costado. Mi amor se acercó a preguntarme si todo estaba bien y al contestar que sí, recibí un beso sobre la máscara con el que me transmitió su aprobación por mi entrega." Haz lo que quieras" me atreví a decirle en un arranque de valor al saber de su complacencia.

Entonces me quitó la máscara y me ordenó colocarme bocarriba. Fue a hablar con una pareja de dominantes a los que sus sumisos estaban comiéndoles el coño y la polla mientras ellos se besaban apasionadamente. Parecieron divertidos por la propuesta que les hizo y al cabo de un momento los tres se acercaron a mí.

La pareja se colocó sobre mí, arrodillados en mi cara, primero ella, de tal forma que su culo se apoyaba en mi frente y la humedad y olor de su coño me impregnaban la nariz; luego se colocó él, notaba su culo contra mi barbilla, mientras sus huevos descansaron enseguida sobre mi boca. Alguien me ordenó lamer y sin querer pararme a pensar lo hice. Usé mi boca durante un rato para acariciar sus sexos siempre que la presión de sus cuerpos contra mi cara me lo permitía. Les notaba cada vez más encendidos y cuando decidieron follar no cambiaron de sitio; sobre mi propia cara él le metió la polla en la vagina. Los flujos producidos por la excitación de ambos caían en forma de gotitas sobre mí o me salpicaban cuando sus embestidas eran más rápidas.

El morbo que yo sentía era extraordinario y sorprendente; y para colmo alguien decidió añadirle más y aprovechó para ponerse a follarme. Enseguida supe quien era; tantas veces lo habíamos hecho que me resultaba imposible no reconocer su forma de poseerme. Sentí unas ganas enormes de correrme, pero su voz advirtiéndome de que no debía hacerlo me contuvo.

El orgasmo de la amazona que cabalgaba mi cara fue casi inmediatamente seguido del de su pareja y sus jadeos gemidos de placer no hicieron más que dificultarme la tarea de concentrarme para no correrme. Luego él sacó su polla que aún goteaba semen y me la frotó por la cara como si fuese una alfombra dónde limpiarse y se levantó. Ella separó su sexo de mí, lo que me hizo pensar que se levantaría también y podría concentrarme en mi propio placer, pero no, no se levantó, se puso a contraer la vagina sobre mí, hasta que el semen y los flujos que tenía dentro chorrearon en mi cara. Casi no pude recuperarme de la sorpresa antes de que ella acabase meando en mi cara con un suspiro de gusto.

En ese momento no pude más y sin tener en cuenta las órdenes recibidas ni las promesas de obediencia, me corrí. Simplemente no pude controlarlo; mi mente estalló en un éxtasis imposible de contener y disfruté del intensísimo orgasmo que llevaba reteniendo un buen rato.

Aquella noche en casa, los dos metidos en la cama, meditando cada cual sobre las experiencias vividas, y a pesar de que, como siempre, habíamos prometido no hablar de ello fuera de los momentos de juego, no pude evitar en un susurro pedirle perdón.

Un relato de Erótika Lectura .

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