Sigo las órdenes de mi amo en el hotel

Tamara, no puede negarse al mandato de su amo y es tomada por tres hombres.

Hola me llamo Tamara, tengo cuarenta años y estoy casada.

Mi marido ha decidido largarse a la llegada de nuestras vacaciones en un hotel de Cádiz. Y yo, harta de su desapego, he decidido divertirme por mi cuenta.

Esta mañana a mi llegada he dejado que un desconocido me masturbara y se corriera en mi boca, mientras me exhibía. (Anterior relato)

No le he visto el rostro porque no he abierto los ojos, me ha gustado el morbo de solo oírle sin saber quién era.

Me ha dejado en la hamaca, con mis pechos desnudos, las piernas separadas y el tanga corrido para que cualquiera pudiera admirar en qué estado me había dejado.

Su orden había sido clara: Durante dos horas no podrás decir no a nada.

Había dos hombres que no me habían quitado ojo desde que llegué a la piscina. Mi desconocido me dijo que nos habían estado contemplando desde el agua haciéndose una paja.

Y ahora estaba nerviosa por si se acercaban.

No tardaron en hacerlo.

—Hola, —me saludó el más alto—, nos ha encantado el espectáculo, soy Martín y él es Andrés.

Abrí mis ojos oscuros y les contemplé. Ya me habían parecido atractivos antes y seguían pareciéndomelo ahora. Puede que Martín fuera más guapo, pero indudablemente Andrés estaba más bueno y su bragueta estaba más abultada.

Tenía la mirada puesta en mi vagina expuesta que seguía húmeda por mi orgasmo.

—Encantada, soy Tamara. —Me presenté.

—Estás un rato buena, ¿ese era tu marido? ¿Os va el exhibicionismo?

—No, no lo era. Pero me gusta ser expuesta —respondí resuelta.

—Queremos invitarte a tomar algo en la barra. —Recordé las palabras de  mi «amo».

—Está bien. —Me levanté y fui a ponerme el pareo.

—No te pongas nada, nos gusta verte las tetas —admitió Martín. Le sonreí y dejé la prenda sobre la hamaca—. Por favor, las damas primero.

Extendió la mano e hizo que caminara delante de ellos hasta llegar a la barra. El camarero, que no debía tener más de veinte, no podía dejar de mirarme las tetas.

—¿Qué les pongo? —preguntó entrecortado.

—Dos mojitos —pidió Martín para ellos—. ¿Tú qué quieres?

—Un Martini blanco bien frío y con mucho hielo.

El muchacho asintió yendo a preparar las bebidas.

—Le has puesto cachondo, esta noche se la machacará pensando en tus tetas.

—Vosotros ya lo habéis hecho, —le desafié.

—Desde luego, pero no va a ser lo único que vamos a hacer. ¿Verdad, Andrés?

Su amigo que había estado callado hasta el momento se colocó detrás de mí.

—Verdad —susurró en mi oído para después morderme el cuello.

Mi cuerpo reaccionó y los pezones se me endurecieron. La mano de Andrés me amasó el culo y yo no dejé de mirar a Martín quién sonreía encantado.

El camarero volvió con las bebidas. Tomé la mía y di un trago largo.

—Separa las piernas. —Me pidió Martin. El camarero seguía muy cerca secando copas, Estaba al caso de todo lo que estaba pasando.

Lo hice.

Él asintió y los dedos de Andrés, que estaban helados por haberlos tenido sumergidos en el mojito me penetraron.

Jadeé.

—Sigues ardiendo por dentro —observó—. Necesitas refrescarte un poco, coge un par de cubitos de tu bebida y métetelos.

Me lamí el labio inferior y desvié la vista hacia el camarero, que me seguía atento.

Agarré el primero, que se resistía un poco y cuando lo tuve Andrés apartó la braguita para que me fuera más fácil. Era grande, rocoso, pero yo estaba tan cachonda que me lo metí sin problema.

—Muy bien, me felicitó Martin. Ahora otro, ya sabes lo que has de hacer.

El segundo costó más que entrara, pero aun así logré encajarlo.

—Maravilloso.

Hemos vito que tienes un culito muy glotón, a Andrés le encantan los culos, ofréceselo.

—¿Aquí? —pregunté tragando con fuerza.

—Las putas follan donde se les ordena y tú ere muy puta Tamara. Además el chico tiene que aprender —intercedió Martin.

Pincé el labio inferior entre los dientes, separé la prenda de mi trasero y lo abrí.

Le sentí empujar tras de mí, abriéndome el culo con su gran miembro, dando una embestida que percibí como una puñalada.

—Ahhhhh, —me quejé. Pero eso no detuvo a Andrés que me agarró con fuerza de las caderas y se puso a bombear.

—Lo tiene muy apretado, esto es pura ambrosía.

Los cubitos habían comenzado a derretirse y gotear entre mis piernas. Mis tetas se movían por la inercia. Andrés se sacó su polla y me la acercó a la mano.

—Cáscamela —exigió pellizcándome con fuerza un pezón.

Agarré su miembro, escupí en mi mano y me puse a masajeársela sin poder negarme.

—Fíjate bien chaval. Hay pocas tan putas como ella. Si te portas bien dejaremos que te la chupe.

El camarero tragó con dificultad. Ya no secaba vasos, se había acercado y miraba atento.

—Tócala —le sugirió Andrés. El chaval dudó pero después agarró uno de los pechos.

—Está muy buena —afirmó como si fuera un simple objeto.

Martín abandonó mis pechos dejándoselos al chico y se dedicó a golpearme el coño con la palma abierta. Miles de descargas me hicieron gemir sonoramente.

Estaba ardiendo, deseosa de que los tres me tomaran por todas partes.

—Metedla dentro de la barra —pidió el chico envalentonado—. Quiero follarle la boca.

Así fue como me metieron.

Bertín se tumbó en el suelo para que encajara mi coño sobre él. Andrés se ensartó en mi culo dilatado y el camarero separó mis labios para que le tomara.

No podía sentirme más llena y colmada.

Eran duros, violentos y me llenaban de sensaciones de las que mi marido era incapaz.

El camarero fue el que menos aguantó. Su leche descendió por mi garganta profusamente, mientras los otros dos seguían empalándome.

Algo de semen goteó de mi boca, mientras gritaba del gusto, pues acababa de correrme sin querer controlarlo.

—¡Pero qué puta es! —El siguiente en terminar fue Andrés que me dejó el ano goteando y por último Martín que tras varios estoques llenó mi útero con su corrida y el agua congelada.

Noté un fuerte tirón. Me habían arrancado el tanga.

—Esto nos lo quedamos de trofeo.

—Pero no puedo salir desnuda ahí en medio —me quejé.

—Claro que puedes, de hecho lo vas a hacer y te vas a tumbar de nuevo en la hamaca con las piernas separadas y sobre ella. Para que todos vean que estás recién follada. Hazlo puta —ordenó Martin.

Temblorosa y agitada, sin querer rebatir la orden hice lo que se me pedía.

Vi a varias mujeres escandalizarse y hombres mirarme con deseo. Alguien se debió quejar porque el de seguridad del hotel no tardó en llegar para pedirme que le acompañara, que el director quería verme en su despacho.

Agarré el pareo, que era de seda transparente y lo anudé a mi cuello con toda la dignidad del mundo, sabiendo que no me cubría en absoluto.

Todavía faltaba una hora para poder ir a mi habitación a tomar la ducha que necesitaba.

Continuará…

Espero tus comentarios.