Sigo con mi ex

Si la vida te hace un regalo como el culo de tu ex, no hay que temer abrirlo.

Sigo con mi ex

Resumen: Si la vida te hace un regalo como el culo de tu ex, no hay que temer abrirlo.

Aunque me enamoré de ella en la primera clase de Medicina, estuve saliendo muy poco tiempo con María, poquísimo. Era una joven realmente hermosa y sobresaliente, tanto que siempre tuve la impresión de que estaba fuera de mi alcance.

Pero, a veces la vida te hace un regalo cuando menos te lo esperas. Ambos congeniamos mejor de lo que nadie habría imaginado. Es más, después de romper seguimos siendo amigos, quedando a correr o a tomar algo. También fuimos confidentes el uno del otro durante algún tiempo, como una almohada que escucha dando consuelo. Una asco, vamos.

Entonces, ¿Por qué rompimos?

Bueno, podría intentar suavizarlo de alguna forma, pero lo cierto es que yo no era su tipo como pareja, novio o lo que se quiera. Ella me necesitaba como ese desgraciado amigo especial. Así de simple y de jodido.

Tenía un poco menos de mi altura, luego no era baja para ser mujer. Si sumábamos eso a su delgada figura, unos pechos normalitos y un trasero trabajado a base de correr casi a diario se podía decir que María parecía una chica de anuncio. Además, tenía una indómita melena larga y rizada, ojos azules y unas facciones tremendamente sensuales, en especial sus sugerentes labios.

María tenía tan buena presencia que durante aquellos años de universidad se sacaba un dinerillo haciendo de azafata en congresos de empresa. Sinceramente, yo pienso que si hubiera querido habría triunfado como modelo, pero ella siempre antepuso su deseo de ser médico, porque además de guapa María también era muy sensata. De hecho, como en aquellas fechas estábamos de vacaciones se había puesto a trabajar en ZARA®, la archiconocida tienda de ropa.

En conclusión, el don de su belleza me amargó la vida. Yo quería acostarme con ella, claro, pero ella decía que eso rompería nuestra amistad. Yo no entendía el porqué, pero como putada era insuperable.

Decir que lo pasé mal sería poco. Después de unos frustrantes intentos, decidimos dejar de vernos y evitar al menos terminar peleados. Fue probablemente la ruptura más civilizada de la historia.

Durante algún tiempo seguimos quedando esporádicamente, pero era peor, la verdad, ya que los días siguientes lo pasaba realmente mal. Como si a un niño le quitases su juguete favorito. El hueco que había dejado en mi vida me producía insomnio.

De eso hacía ya unos meses, hasta que me animé a salir aquel viernes de agosto. Mi idea era sentir tantas veces el placer de la cerveza bajando por mi garganta que cuando volviera a mi casa la borrachera me hiciera dormir como un tronco.

― ¡Vamos Róber, anímate que pareces un puto zombi! ―dijo Fernando, Fernan para los amigos.

― Es que...

― Tío, ¡como vuelvas a hablarme de la idiota esa te vacío la jarra en la cabeza!

Viéndole agarrar su jarra no dudé que lo haría, era perfectamente capaz. Fernan y yo éramos vecinos de toda la vida. Pasamos nuestra niñez jugando al futbol en la plaza como si nos fuera la vida en ello. Aunque ninguno llegamos a jugar en Primera División, yo al menos seguí cuidándome un poco. Hacía ejercicio y tenía un aspecto aceptable, pero Fernan sólo se cuidaba de comer bien y en cantidad. Entre la barriga y el rostro congestionado por la grasa, Fernan parecía un luchador de sumo.

― Vale, vale ―respondí pidiéndole que se calmara.

― Bien, si abres la boca que sea para beber ―dijo cogiendo su cerveza, y señalando con descaro a un par de chicas que estaban a nuestra derecha añadió ―…o para ligar con esas dos.

Lo mejor de Fernan era que no se cortaba un pelo, ya que su seguridad en sí mismo era inversamente proporcional a su atractivo físico.

No, Fernan no era ningún Don Juan, pero gracias a su desparpajo de vez en cuando se llevaba a alguna chavala, como la castaña de metro y medio que para mí incredulidad le devolvía sonriente las miradas. Siempre pensé que sería digno de ver cómo se apañaba aquel gorila con esas mujercitas que siempre engatusaba. Debía parecerse mucho a un San Bernardo queriendo follarse a una caniche.

Evidentemente, acabamos los cuatro en una mesa con Fernan yendo a saco a por la castaña y yo intentando entablar conversación con su amiga. Se trataba de una pelirroja que estaba bastante bien, pero a la que no veía ningún interés por mí, la verdad. Encima sólo hablaba de su trabajo como esteticista, algo que francamente no conseguía encontrar interesante ni aunque con ello pudiera tener alguna opción de bajarle las bragas.

Comencé a sentirme incómodo y no pude evitar enfrascarme en mis pensamientos sobre María. Con ella siempre tenía de qué hablar. ¿Dónde estaría? ¿Con quién?

Mi ánimo fue empeorando a la misma velocidad que aumentaba mi ritmo bebiendo. El resultado obvio fue que en una hora acabé con la cogorza que en su momento buscaba.

― Voy al baño ―dije, y al levantarme todo a mi alrededor comenzó a vueltas.

Ninguno de los tres me hizo ni puto caso. Fernan ya se estaba dando el lote con la chiquitilla, y su amiga no levantaba la cabeza del móvil mandando whatsapps a toda velocidad.

Total que fui hasta el servicio dando bandazos. Menos mal que di pronto con él porque meé las dos últimas jarras de principio a fin. Cuando terminé no tenía ganas de volver a la mesa con esos tres.

Me llavé la cara para ver si espabilaba un poco, pensando ya en marcharme a mi casa. Acabé con la camisa empapada. No sé cómo demonios lo hice, pero conseguí salpicarme hasta los calcetines.

Me metí en uno de los cubículos para escribirle a Fernan un mensaje avisándole de que me marchaba y deseándole suerte con su ligue. Tras unos segundos mirando la puerta con etílico interés escuché que alguien entraba al baño y echaba el cerrojo a la puerta.

En seguida comprendí que se trataba de una pareja enrollándose. Sentí un súbito desconcierto. No pensaron que habría alguien allí. Recordé las noches en que mis amigos y yo nos escondíamos entre los árboles de un pinar a las afueras y, sigilosos como soldados, espiábamos a los coches que se internaban entre los pinos. En fin, chicos de barrio.

Me quedé escuchando en silencio en el WC, apostando si echarían un polvo o no.

No se cortaban, debían estar comiéndose la boca y magreándose apresuradamente. Quise largarme de allí, pero si lo hacía seguro que les cortaría el rollo. Entonces les oí cuchichear.

― Joder, María. ¡Qué prisa tienes!

― Sácatela ―exigió ésta.

Se me heló la sangre. Nunca había pensado en esa expresión: “Helarse la sangre”, pero entonces comprendí que no era ninguna metáfora. Cuando supe que era María, mi ex, quien estaba al otro lado sentí un súbito escalofrió seguido de un espantoso mareo.

Era ella. Identificaría su voz entre un millón. Me quedé petrificado mientras ellos seguían morreándose, escuchando el sonido de sus bocas comiéndose y su respiración a trompicones.

Los jadeos de María parecían llegar amplificados a mis oídos. Aquello era tan horrible que apunto estuve de darle una patada a la puerta del váter maldiciendo mi puta vida.

Si me hubieran contado que María era capaz de algo tan cutre y carente de glamur no me lo habría creído. Aunque luego pensé que quizá yo habría llevado a ese mismo baño a la pelirroja de haber congeniado.

Creo que mi cabreo era comprensible ya que María y yo nunca nos habíamos acostado después de tanto tiempo. Sin embargo me resultaba atroz maldecirla, no podía ya que en el fondo la quería. Entonces comprendí amargamente lo hipócrita que María había sido conmigo, y lo estúpido que era yo. Fuera como fuera, presa de una ira feroz empecé a desear fervientemente que la follara hasta dejarla medio muerta.

― ¿Quieres que me la saque, eh zorra? ―dijo el tío.

― ¡Luis, joder! ―respondió María con enojo.

“La ha llamado zorra y no ha replicado”, pensé sorprendido. La idea de espiarles comenzó a ganar interés. Sin pensarlo dos veces me subí sigilosamente al retrete. El hueco donde terminaba el tablero y el espejo que ocupaba toda la pared de enfrente me permitirían disfrutar del show en primera fila.

Mi corazón latía tan fuerte que casi podía oírlo. Cuando pude verles María ya estaba en cuclillas delante del tipo, bajándole la cremallera. Al sacársela, a punto estuvo de chocar contra su preciosa carita de lo grande que era. María no pudo disimular su asombro.

― ¡Guau! ¡Menuda polla tiene, jefe!―exclamó.

“¡La madre que la parió!”, maldije. Mi ex estaba a punto de a hacerle una mamada al encargado, un hombre bastante mayor que ella. Me sorprendió que la chica más elegante, sofisticada e inteligente que conocía tuviera tantas ganas de mamar una buena polla. Esa excitante idea hizo que también a mí se me empezara a poner dura.

― ¿Te gusta?― Preguntó Luis jactándose del tamaño de su miembro.

Aunque María no contestó a su arrogante pregunta, no pudo evitar morderse el labio inferior anticipando el deleite de lo que iba a hacer. Esa hermosa verga la impresionaba, estaba clarísimo, y era toda para ella.

María sopesaba las dimensiones del miembro de Luis, sintiendo entre sus dedos su dureza y vigor. Con una mano empezó a masturbarle sin prisa. Estaba totalmente hechizada.

― ¡Cómo pesa! ―exclamó balanceándola de lado a lado.

“Joder” pensé. El muy malnacido no sólo era elegante y corpulento si no que además tenía una polla de la ostia. Por cierto, la mía estaba empujando ya la cremallera de mis vaqueros. No entendía qué coño me pasaba, cuando de pronto él tío exclamó:

― ¡Oh, sí! ¡Qué bueno!

Con la lengua fuera, María lamía a lo largo de aquel magnífico miembro, y de pronto ocurrió algo que me dejó sin respiración. Sus ojos azules se quedaron clavados en mi imagen reflejada en el espejo.

Me quedé inmóvil mientras ella intentaba entender lo que veía. Con el ceño fruncido María parecía preguntarse: “¿Eres tú?”.

― ¡Qué pasa! ―gruñó Luis sin enterarse de nada.

Aquel tipo era bastante grande y reaccionó bruscamente, la agarró del pelo para obligarla a metérsela en la boca. Súbitamente, María pasó de una parálisis exasperante a chupar con entusiasmo. Eso sí, mantuvo sus ojos clavados en mí, mirándome con insolencia como diciendo: “Mira que pollón”.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

Ni que decir tiene que María emprendió una impresionante mamada. Siempre tuvo mucho carácter y en aquel momento parecía enojada conmigo. Cambiaba con soltura la manera e intensidad al chupar o lamer. Sin embargo, pronto quedó claro que a Luis lo que le gustaba era que María se tragara su polla casi entera, haciéndola aparecer después de su boca como por arte de magia.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

Mi ex mostraba una insólita destreza. Por ejemplo, en cierto momento besó, lamió y mordió el glande con cuidado. Luego lo chupó como si fuera un Chupa-Chups de fresa, jugando con su lengua y sorbiendo su abundante saliva. Quién lo habría imaginado.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

Fue entonces cuando descubrí que María tenía la otra mano metida bajo sus braguitas. Mi querida amiga se encargaba de darse gustito a sí misma.

Con semejante felatriz no me extrañó que el tipo lanzara un sonoro bramido encajándosela en plena garganta.

― ¡AAAAAAGH! ―protestó María.

― ¿No querías polla? ―bromeó Luis.

El infladísimo glande de aquel hombre estuvo atascado en su faringe durante unos interminables segundos y cuando se la sacó. ¡Santo Cielo! A pesar de los años aquel energúmeno lucía una erección impecable y resplandeciente de saliva.

Lo que ocurrió a continuación fue aún más atroz. Luis aferró su cabeza y comenzó a follarle la boca.

¡Chof! ¡Chof! ¡Chof! ¡Chof! ¡Chof!

Yo no podía entender que mi ex consintiera aquello, y justo entonces se puso de rodillas. Parecía como si estuviera rezando con devoción a aquel Dios despiadado que la follaba la boca.

Cuando María trató de contenerlo empujándole con sus manos, Luis se las apartó.

― ¡Pon las manos detrás! ―profirió enfadado.

Jamás hubiera pensado que una chica tan educada y orgullosa tolerara algo así. Pero cuando María obedeció comprendí que en realidad disfrutaba siendo sometida.

― Has visto lo que pasa por no llevar un condón en el bolso ―le recriminó Luis.

¡Chof! ¡Chof! ¡Chof! ¡Chof! ¡Chof!

En cuanto Luis quedó satisfecho de utilizar su boca, María volvió a la carga. Frotaba su coño con desesperación mientras se la chupaba nuevamente.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

Angustiado, Luis trató de apartarla, pero ella no lo permitió. María siguió chupando, aunque ya claramente centrada ahora en su propio placer.

― ¡UMMMMMMMMMMM! ¡UMMMMM! ¡UMMMMM! ¡UMMM! ―gimió pregonando un intensísimo orgasmo femenino.

― ¿Te estás corriendo, zorra?

― ¡UMMMMMM! ¡UMMMMMM! ¡UMMMMMM! ―confirmó ella del único modo que podía hacerlo, ya que seguía con la boca llena.

Después de correrse tan a lo bestia, María se puso a chupársela como una loca. Ya no lo hacía con arte, si no con ímpetu, decidida a lograr que él terminara.

¡Chups! ¡Chups! ¡Chups! ¡Chups!

― ¡Chupa! ¡Chupa!

― ¡Ummmmmmm!

― ¡Oh nena…! ¡0ooogh! ―sucumbió Luis estremeciéndose violentamente.

Pude ver como los dos buenos chorros aterrizaban directamente sobre la lengua de María, pero después Luis se la metió y terminó de eyacular dentro de su boca. Sus espasmos se fueron espaciando, pero entonces María hizo otro alarde de lo zorra que podía llegar a ser y continuó succionando como si quisiera más.

― ¡Ummm! ―gemía María con la polla del gerente en su boca.

― ¡Ah, joder! ¡Para! ―dijo Luis exasperado cuando el exceso de placer se convirtió en dolor. Sin mucha delicadeza hizo que María se retirara empujándola por los hombros. Ella accedió sonriendo como una niña traviesa, consciente de que le estaba haciendo daño.

― No ha salido casi nada ―protestó airosa.

― Normal… Anoche le llené el coño a mi mujer ―dijo burlón.

― Vaya. Espero que te ducharas esta mañana ―replicó María sin dejar de sonreír.

― Hacía tiempo que no me la chupaban tan bien ―dijo a modo de cumplido y haciéndole una seña le dijo ― Vamos.

― Sal tu primero anda ―le pidió ella.

Cuando el tipo salió del baño yo ya me había bajado de la tapa del retrete.

― ¡Qué coño haces aquí! ―gritó aunque no podía verme.

Cuando salí del váter la miré a la cara. Tenía los labios aún enrojecidos y el pelo revuelto. Entonces, simplemente reaccioné.

¡Plash!

Le solté a María una bofetada.

La agarré del brazo y la arrojé contra el lavabo. La besé en el cuello. En un primer momento María pareció oponerse, pero la reticencia le duró poco. En seguida empezó a besarme con tantas ganas como yo a ella.

Unos segundos después que me percaté de que un tipo acababa de correrse en su boca y yo la estaba besando. “A la mierda”, me dije volviendo a comerla a besos.

Prácticamente le arranqué la blusa. Le saqué sus dos preciosas tetas por encima del sujetador, mordisqueando por fin esos pequeños pezones que tan loco me habían vuelto siempre. Ella jadeaba con cada acción mía, sujetándome por la cabeza, clavando sus uñas en mis hombros y haciendo que estuviéramos tan pegados que el calor de nuestros cuerpos se fundía en uno sólo ser veloz e incandescente.

Los ojos de María se quedaron mirando al techo, y cuando bajó la mirada vio acercarse mi mano a su mejilla y se apartó instintivamente apoyándose contra el lavabo. Hizo ademán de decir algo, pero le puse un dedo sobre los labios, callándola. María comprendió que yo tenía los huevos en su sitio.

Volví a echar el cerrojo a la puerta.

― Date la vuelta ―ordené.

― ¿Qué vas a hacer?

― Follarte.

María se mordió el labio inferior, cerró los ojos y tras unos segundos de titubeo se giró. No hizo falta que le pidiera que se bajara las bragas, ella misma metió los pulgares bajo la goma y bajó su ropa interior hasta medio muslo.

De espaldas a mí, la agarré de los hombros y la empujé hacia abajo sobre el lavabo dejándola casi en ángulo recto.

― Ábrete el culo ―dije serio.

Tuve que impedir su impulso de incorporarse y con tono grave repetí.

― He dicho que te abras el culo. ¡Ya!

Acto seguido María colocó las manos en sus nalgas e hizo lo que yo le había indicado.

Su retaguardia no era pequeña a pesar de su delgadez. Sus nalgas eran bien hermosas y mullidas. Dos colinas gemelas surcadas por un hondo cráter. En lo más hondo se distinguía su ano, una oscura estrella de aspecto infranqueable. Las cercanías de su coñito resplandecían con una notoria humedad.

― ¿Te han dado por el culo alguna vez?

― No, por favor, por el culo no ―Suplicó.

― No me has contestado.

― Sí, una vez… Fue horrible.

Le acaricié el culo mientras me desabotonaba los pantalones. Extraje mi verga, que obviamente estaba completamente erecta. Me incliné y besé muy despacio su trasero. Tenía dos bonitos lunares en la nalga derecha.

María se giró y miró mi polla, calibrándola.

― Separa las piernas ―indiqué.

Me puse detrás y comencé a acariciar su húmeda entrepierna con la punta de mi verga.

― ¿No te pones condón?

No me molesté en contestar, si no que empujé con decisión. A pesar de la tensión de todo su cuerpo, mi polla comenzó a entrar con facilidad. Metía y sacaba sólo la punta, y volvía a deslizarla hacia adentro. Con los ojos cerrados María se fue relajando, jadeaba y lubricaba su estrecho coñito.

En cuanto mi pelvis choco contra sus nalgas y María sintió toda mi polla en su ávida vagina. María me miró rendida.

Agarré y estrujé sus tetas, haciéndola estremecer. Mi polla, entretanto, iba y venía un poco más aprisa, profunda y contundente. Entre jadeos, María soportaba mis embestidas, engrasando el pistón que percutía en su coñito.

― ¡Fóllame! ―suplicó.

Mi rabo resbalaba como si su coño estuviera empapado de aceite. María estaba entregada, caliente y aferrada al lavabo.

¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack! ¡Clack!

Con brío, mi polla fue tomando hasta el último rincón de su cálido y pringoso sexo. En seguida empecé a chapotear en su sexo, María está gozando de lo lindo ya que mi miembro separa con ahínco las paredes de su vagina.

― ¡OOOOOOOOOOGH! ―gritó la pobre sintiendo como su sexo se abría como un volcán de flujo, placer y éxtasis.

María empujó su culo contra mi verga queriéndola entera dentro de ella. Su ardiente vagina apretaba y exprimía mi miembro.

En seguida volví a acariciar su pálido culito y acerqué uno de mis dedos a su oscuro orificio posterior.

¡Aaagh! ―gimió inquieta apartándose el pelo de la cara― ¡Eh, qué haces!

― Ssssssh ―acallé su protesta mientras jugaba con mi dedo corazón en el arrugado anillo de su esfínter.

Levanté la cabeza, y a la derecha vi el dispensador de jabón empotrado en la pared. Eso servirá.

María tenía los ojos cerrados cuando le metí mi dedo dentro del culo. Como no estaba relajada percibí una evidente rigidez en su conducto. Aún así mi dedo se coló furtivamente como un ladrón por su puerta de atrás.

― ¡Agh, despacio! ―protesta.

Por mucho que implorara, no me pensaba apiadar de ella después de lo cabrona que había sido conmigo. Estaba decidido a encularla hasta dejarle el culo inflamado y jodido. Sin embargo, antes tendría que lograr metérsela. Para ello tomé más jabón se lo unté y después lo salpiqué con unas gotas de agua. Toda su hendidura estaba francamente resbaladiza.

― ¡Agh! ¡¡¡CUIDADO!!!

Tras un pequeño sobresalto María recibió dos dedos entre sus nalgas.

Yo sabía de sobra que para garantizar la penetración anal tenía que lograr que María aguantase un dedo más, por lo que un par de minutos después repetí la operación.

― ¡AAAAAAAH! ―gritó desesperada.

― ¡Ya está! ―traté de consolarla― No te muevas.

Aproveché para enjabonar bien mi polla y su trasero antes de hacer el cambio. Coloqué mi verga cerca de su entrada, tan resbaladiza como una pastilla de jabón.

― ¡OOOOOOOH! ―suspiró sobrecogida.

Entró a la perfección. Incrédulo, contemplé mi verga aplastada entre sus nalgas, satisfecho de habérsela metido sin el menor padecimiento por su parte.

Orgulloso separé sus nalgas para deleitarme con el espectáculo de ver mi verga metida en su trasero. No era para menos, ese era el culo de la mujer más fascinante que había conocido en mi vida.

Comencé un ligero vaivén para vencer la resistencia de su esfínter. María gemía lastimera siguiendo el compás, sin duda disfrutando de ser sodomizada.

¡AH! ¡AH! ¡AH! ¡AH! ¡AH! ¡AH!

― ¡UMMMMM! ―murmuró cuando encajé todo mi rabo en su trasero.

Enseguida el placer fue ganando la partida, y eso me puso a cien. Me coloqué más cerca, totalmente pegado a su trasero. La agarré de los hombros y retomé la iniciativa atizándole unas furiosas embestidas.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

María chilló al sentir como atravesaba su culo, y tuvo que apoyar una mano contra la pared para aguantar mis envites contra sus nalgas.

¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH!

Se la saqué entera para contemplar del indecente estado de su ano, que rápidamente pereció volver a cerrarse. Era sólo en apariencia ya que haría falta un buen rato para que su situación volviese a ser normal.

Fue alucinante sentir como su culo la apretaba otra vez después de aquel breve descanso. María emitió un pequeño lamento si bien permaneció inmóvil y en silencio.

― ¡AAAH! ¡AAAAAAY! ¡Me estás matando! ¡Fóllame!

Así lo hice, aunque despacio ya que no tenía intención de correrme pronto. También vi su cara en el espejo, y seguía obnubilada, su expresión de placer que me hizo atormentarla.

― Te está gustando, ¿eh guapa? ―le pregunté sin dejar de sodomizarla.

― ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Oh! ―grito enloquecida.

. Volví a enjabonarme todo el rabo antes del asalto final. Sin ningún recato separé sus nalgas y comprobé que su culo se iba enrojeciendo.

Sin utilizar las manos guié mi polla hacia la victoria. Me excitaba sobremanera que María se mostrara tan dócil, ya que esa era una señal inequívoca de que estaba disfrutando siendo sodomizada.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Era el momento culmen, quería lograr a toda costa que María se corriera mientras le daba por el culo. Así pues, empecé a hacer especial énfasis a la hora de metérsela, chocando con fuerza contra sus nalgas. Estaba decidido a joderla hasta que echara chispas por el culo.

Era maravilloso ver como su esfínter se ceñía al contorno de mi polla, oscilando sin apenas rozamiento, siguiendo el vaivén adentro y afuera.

¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH!

La agarré de nuevo por los hombros y empujé, empujé y empujé hasta que de pronto María se estremeció.

― ¡AAAAAAAAAAAAAAAH! ―gritó con espanto.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

― Muy bien, María, muy bien. No pensaba que te fuera a gustar tanto.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

No paré. Sabía que María aún lograría un cuarto orgasmo si mi polla aguantaba lo suficiente y empecé a darle por el culo con todo el rencor que le tenía guardado.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Al verse afligida de aquella forma, mi ex trató de empujarme. Respondí cruzando sus manos por detrás de la espalda y utilizar sus brazos a modo de riendas mientras la sodomizaba.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

― ¡Oooogh, me meo! ¡Me meo! ―gritó.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

― ¡¡¡Abre el culo, zorra!!! ―grité. Noté que iba a empezar a eyacular. María se convulsionaba cuando yo empecé a verter mi esencia dentro de ella. Las piernas no la sostenían, pero yo la mantenía aplastada contra el lavabo mientras mi polla bombeaba en su trasero.

― Sujétate así ―le dije indicándole que se sujetara las nalgas con las manos.

María no lo sabe, pero hay un video suyo en Internet donde se ve como se la sacan del culo...

Este relato es una versión de: “Viendo a mi Exnovia” escrito por Hyrem.