Siglo XIII

La ficción es un gran lienzo...

Tumbada de lado en la manta sobre el suelo de tierra apelmazada, Eliane, la ayudante de carpintero, mira, complacida en el amor, cada detalle de su amante, que yace dormida, y cubierta por un abrigo, a su lado. Su amante es nada más y nada menos que Valeriè, condesa de Venaissin, mujer altiva pero que, recién en sus brazos, fue dominada hasta suplicar por la extinción, breve, de su conciencia en un anhelado orgasmo.

Eliane recuerda cuando la vio por primera vez. La condesa se presentó en el taller de su jefe, el carpintero Jussieu, para darle las gracias y un pago extra por las "exquisitas", palabras suyas, reparaciones a su comedor. La joven ayudante cruzó mirada con ella solo cuando le abrió la puerta de la carpintería, pero después, en ningún momento dejó de mirarla, a ella y a sus elegantes vestidos, durante los pocos minutos que compartieron el mismo cuarto. Nunca había estado en presencia de tan importante figura y nunca había imaginado que la mujer de un hombre tan severo y adinerado pudiera ser de facciones suaves y trato amable.

Al paso de los días su cabeza no hizo más que dar vueltas alrededor de la vida distinguida que siempre soñó tener y que, seguramente, la condesa disfrutaba cada día.

Estaba tan metida en sus pensamientos que no se dió cuenta que Valeriè había despertado y la miraba atentamente. Salió de su ensimismamiento cuando sintió el dorso de una mano recorrerle la mejilla.

-¿Qué piensas?- le preguntó con tono amoroso.

-En cómo nos fuimos conociendo- respondió la carpintera mientras le acomodaba el revuelto cabello rojizo y le despejaba la frente, -y en como, de a poco, me metí en tu vida-.

-¿De a poco?- replicó la condesa en tono burlón. -Tú eres "de a poco"; eres suave, paciente... Eres tranquila hasta para respirar, amor mío. Pero te metiste en mi vida causando un gran revuelo- volvió al tono amoroso. -Tardé días para poder sacarte de mi mente...

-Es decir que lo conseguiste- la interrumpió.

-Fue solo por un rato. Me ocupaba en pensar cómo arruinar, aunque fuera una simple silla, para poder llevarla a tu taller y coincidir contigo de nuevo.

-Esa era la mejor opción, pero no. Optaste por atropellarme en la calle- señaló con molestia falsa.

Sin dejo alguno de pudor, Valeriè se enderezó en la manta, para apoyarse sobre su codo derecho y mirar de frente a Eliane, dejó a la vista sus senos de mujer de más de 40 años.

-¡Yo no te atropellé! El cochero me dijo que apareciste de la nada... Además, cuando te atendíamos dijiste que todo había sido tu culpa.

-¡No podía ser de otra manera! Ansiaba verte y en ese momento, no solo te veía sino que además estabas ocupada en mí que no dejabas de preguntar si estaba bien y de poner cara de preocupación- alegó airada.

-Si te vieras ahora, amor mío. Tu cara se a puesto como un tomate. Y me has enamorado mucho más- sonrió la pelirroja antes de atrapar los labios delgados de su amada, que encajaban perfectamente con la carnosidad de los suyos. Era un beso amoroso y sincero; las dos mujeres se habían enamorado perdidamente que los encuentros, que iniciaron casuales, pronto se conviertieron en una necesidad que sus cuerpos les exigian con impaciencia.

Después de separarse, se miraron un momento y Elaine rompió el silencio.

-Hemos estado aquí hoy y hemos hecho el amor como siempre y como nunca pero, ¿por qué estabas tan rara esta mañana?

Después de un suspiro y, a sabiendas de que Elaine no desistiría en su pregunta, le respodió.

-Después de mi baño matinal, me quedé mirándome al espejo, desnuda, y he visto los estragos que la gravedad ha hecho en mí...

-Eres hermosa, mi Valeriè- interrumpió la carpintera.

Sin más, la condesa se levantó, mostró su desnudez total y tocándose por cuanto sitio le fue posible, exclamó.

-¡Tú me conoces ahora y así me amas! Gracias por ello pero, ¡yo era bella, esbelta, envidiada! Y ahora... Ahora solo soy los restos de todo eso. El tiempo se ha llevado consigo mis mejores trazos.

La carpintera miró sus manos y, mostrándole las palmas, le dijo.

-Mis manos no son puras ni femeninas. Son toscas, desproporcionadas, con cicatrices, pero han corrido por tu blanco cuerpo y conocen sus caminos. Las he azotado montones de veces cuando un trabajo me ha quedado mal, han servido para defenderme de animales, hombres y siempre han estado a la intemperie. Pero también han hecho grandes trabajos, son diestras para el ébano, pino, cedro; han hecho roperos grandes, baúles de todos tamaños... Estas mismas manos, mi instrumento de trabajo, se han complementado con la suavidad de tu cuerpo: tu cintura encaja perfectamente en ellas, tus senos tienen el tamaño perfecto para ellas y, mi paciencia se ha apoderado de ellas para llevarte por el camino al paraíso, como tantas veces me lo has dejado saber- bajando sus manos.

Las lágrimas caían ya por las mejillas de Valeriè.

-¿De verdad me amas tanto?- preguntó sin tratar de calmar su llanto.

-Y cómo no amarte si eres la condesa de un pueblo, que puede perdirlo y aquí no vuelve a dar el sol, y me amas a mí, que solo soy una ayudante de carpintero- dijo mientras se ponía de pie y juntaba su desnudez con la de su amante abrazándola fuerte. -Cómo no amarte si todo lo que tocas es puro en tus manos. Cómo no amarte si es lo único que he hecho desde la primera vez que te vi.