Siete madres desesperadas (6)
Allí me limpié mi sexo y descubrí con horror como mis...
La entrevista terminó conmigo arrodillada ante aquel director lleno de canas chupando su polla mientras este se aferraba a los brazos de su sillón de madera.
— ¡Oh señora Jones! ¿Qué boca tiene usted? —se permitió decirme el hijo de puta.
Seguí chupando con fuerza aquella polla y contuve mi asco por él y por lo que tenía entre los labios. De repente me detuvo, estuvo a punto de correrse —¡Mierda, tenía que habérsela meneado para provocar su corrida y no tener que seguir hoy! —, me dije entre lamentos.
— Vamos señora échese sobre mi mesa, es de roble americano de primera calidad, verá que suave.
Así lo hice, y mientras esperaba sentí como se aflojaba el cinturón y se bajaba los pantalones detrás de mí, para luego aproximarse, subirme el vestido hasta los hombros, bajar mis bragas y frotarme la raja con la punta de su glande.
En aquellos momentos me sorprendió la sensación, hacía ya años que nadie se aproximaba a esa parte de mi y cuando el gordo director me empujó su polla entró en mi raja con suma facilidad.
Ahogué un quejido, temerosa de que la secretaria entrase, y aguanté las embestidas del director mientras se aferraba con fuerza a mis caderas y me clavaba las uñas en mi piel.
La follada no duró mucho, fue instintiva, visceral y rápida, lo cual agradecí cuando por fin sentí sus gruñidos a mi espalda y aminoró la marcha de las embestidas.
Mientras salía del despacho sentí con cierto horror como me caía algo por las piernas y manchaba mis bragas —¡maldito hijo de puta! —, pensé mientras aceleraba el paso para meterme en un servicio.
Allí me limpié mi sexo y descubrí con horror como mis bragas se había manchado de leche así que las dejé allí mismo, en la papelera y me fui a casa con el coño al aire, teniendo la sensación de que todo el mundo podía oler mi sexo y saber que me habían follado apenas hacía media hora mientras iba en el tranvía de vuelta.